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Resumen para el Primer Parcial |  Clínica de Adultos (Cátedra: Vázquez - 2019)  |  Psicología  |  UBA

Adultos

Primer Parcial: Psicosis.

Freud: Neurosis y Psicosis (1924)

Múltiples vasallajes del yo, posición intermedia entre mundo exterior y ello, y su afanoso empeño en atacar simultáneamente la voluntad de todos sus amos. 

Lo que quizás es la diferencia más importante entre neurosis y psicosis: 

La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y su ello, en tanto la psicosis es el desenlace análogo de una similar perturbación en los vínculos entre el yo y el mundo exterior. 

La neurosis de transferencia se genera porque el yo no quiere acoger ni dar trámite motor a una moción pulsional pujante en el ello, o le impugna el objeto que tiene por meta. El yo se defiende de aquella mediante el mecanismo de la represión; lo reprimido se revuelve contra ese destino y, siguiendo caminos sobre los que el yo no tiene poder alguno, se procura una subrogación sustitutiva que se impone al yo por la vía del compromiso: es el síntoma, el yo encuentra en ese intruso una amenaza y menoscaba su unicidad, prosigue la lucha contra el síntoma tal como se había defendido de la moción pulsional originaria, y todo esto da por resultado el cuadro de la neurosis. 

El yo cuando emprende la represión obedece en el fondo a los dictados de su superyó (dictados que tienen su origen en los influjos del mdo exterior real que han encontrado su subrogación en el syo). El yo ha entrado en conflicto con el ello, al servicio del syo y de la realidad. Neurosis de transferencia.

En tanto al mecanismo de la psicosis, encontramos que el conflicto se establece entre el yo y el mdo exterior, resultando de ello, o bien que el mdo exterior no es percibido de ningún modo o que su percepción carece de toda eficacia. Normalmente el mdo exterior gobierna al ello por dos caminos, en primer lugar, por las percepciones actuales, de las que siempre es posible obtener nuevas y en segundo lugar por el tesoro mnémico de percepciones anteriores que forman, como mundo interior, un patrimonio y componente del yo. El delirio aparece como un parche colocado en el lugar donde originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mdo exterior. Los fenómenos del proceso patológico a menudo están ocultos por un intento de curación o de reconstrucción que se les superponen. 

La etiología común para el estallido de las psiconeurosis o de una psicosis es la frustración, el no cumplimiento de uno de aquellos deseos de la infancia, esa frustración es siempre una frustración externa, puede partir de aquella instancia interna, dentro del syo, que ha asumido la subrogación del reclamo de la realidad. El efecto patógeno depende de lo que haga el yo en semejante tensión conflictiva: si permanece fiel a su vasallaje hacia el mundo exterior y procura sujetar al ello, o si es avasallado por el ello y así se deja arrancar de la realidad. Pero esta situación se complica por la presencia del syo, quien reúne en si influjos del ello tanto como del mundo exterior y es, por así decir, un  arquetipo ideal de aquello que es la meta de todo querer alcanzar del yo: la reconciliación entre sus múltiples vasallajes. En todas las formas de enfermedad psíquica debería tomarse en cuenta la conducta del syo.

La neurosis de transferencia responde al conflicto entre el yo y el ello, la neurosis narcisista al conflicto entre el yo y el superyó y la psicosis al conflicto entre el yo y el mundo exterior. 

Cuando el yo logra salir airoso de tales conflictos: el yo tendrá la posibilidad de evitar la ruptura hacia cualquiera de los lados deformándose a sí mismo, consintiendo menoscabos a su unicidad y eventualmente segmentándose y partiéndose. Las inconsecuencias, extravagancias y locuras de los hombres aparecen así bajo la perversión, en efecto, aceptándolas, se ahorran represiones. 

La pérdida de realidad en la neurosis y psicosis. (1924)

Cada neurosis perturba de algún modo el nexo del enfermo con la realidad, es para él un medio de retirarse de esta y, en sus formas más graves, importa directamente una huida de la vida real. 

La contradicción aparente de esta situación subsiste mientras tenemos en vista la situación inicial de la neurosis, cuando el yo, al servicio de la realidad, emprende la represión de una moción pulsional. Pero eso no es todavía la neurosis misma. Ella consiste, más bien en los procesos que aportan un resarcimiento a los sectores perjudicados del ello; por tanto, en la reacción contra la represión y en el fracaso de esta. El aflojamiento del nexo con la realidad es entonces la consecuencia de este segundo paso en la formación de la neurosis, la perdida de realidad atañe justamente al fragmento de esta última causa de cuyos reclamos se produjo la represión de la pulsión. Caracterización de la neurosis como resultado de una represión fracasada (retorno de lo reprimido enfermedad propiamente dicha). El camino por el cual la neurosis intenta tramitar el conflicto es desvalorizando la alteración objetiva reprimiendo la exigencia pulsional en cuestión, vale decir, el amor por su cuñado por ejemplo. La psicosis habría sido desmentir el hecho de la muerte de su hermana. 

En la psicosis también hay dos pasos, de los cuales el segundo presenta el carácter de la reparación, pero aquí la analogía deja el sitio a un paralelismo mucho más amplio entre los procesos. El segundo paso de la psicosis quiere también compensar la pérdida de la realidad, más no a expensas de una limitación del ello (como la neurosis lo hacía a expensas del vínculo con lo real) sino por otro camino más soberano: por la creación de una realidad nueva, que ya no ofrece el mismo motivo de escándalo que la abandonada. En consecuencia, el segundo paso tiene por soporte las mismas tendencias en la neurosis y la psicosis; en ambos casos sirve al afán de poder del ello contra el mundo exterior, expresan su displacer o si se quiere, su incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad. Neurosis y psicosis se diferencian mucho más en la primera reacción, la introductoria, que en el subsiguiente ensayo de reparación. Esa diferencia inicial se expresa en el resultado final del siguiente modo: en la neurosis se evita un fragmento de la realidad, mientras que en la psicosis se reconstruye. En la psicosis a la huida inicial sigue una fase activa de reconstrucción; en la neurosis la obediencia inicial es seguida por un intento de huida posterior, la neurosis no desmiente la realidad, se limita a no querer saber nada de ella; la psicosis la desmiente y procura sustituirla. Llamamos normal o sana a la reacción que como en la neurosis no desmiente la realidad, pero como en la psicosis, se empeña en modificarla. 

En la psicosis el vínculo con la realidad nunca había quedado concluido, sino que se enriquecia y variaba de continuo mediante percepciones nuevas. A la psicosis se le plantea la tarea de procurarse percepciones tales que correspondan a la realidad nueva, lo que se logra de la manera más radical por la vía de la alucinación. 

Por tanto, otra analogía entre neurosis y psicosis es que en ambas la tarea que debe acometerse en el segundo paso fracasa parcialmente, puesto que no puede crearse un sustituto cabal para la pulsión reprimida (neurosis), y la subrogación de la realidad no se deja verter en los moldes de formas satisfactorias. (No, al menos, en todas las variedades de enfermedades psíquicas.) Pero en uno y otro caso los acentos se distribuyen diversamente. En la psicosis, el acento recae íntegramente sobre el primer paso, que es en sí patológico y sólo puede llevar a la enfermedad; en la neurosis, en cambio, recae en el segundo, el fracaso de la represión, mientras que el primer paso puede lograrse, y en efecto se logra innumerables veces en el marco de la salud, si bien ello no deja de tener sus costos y muestra, como secuela, indicios del gasto psíquico requerido.

La neurosis se conforma, por regla general, con evitar el fragmento de realidad correspondiente y protegerse del encuentro con él. Ahora bien, el tajante distingo entre neurosis y psicosis debe amenguarse, pues tampoco en la neurosis faltan intentos de sustituir la realidad indeseada por otra más acorde al deseo. La posibilidad de ello la da la existencia de un mundo de la fantasía, un ámbito que en su momento fue segregado del mundo exterior real por la instauración del principio de realidad, y que desde entonces quedó liberado, a la manera de una «reserva», de los reclamos de la necesidad de la vida; si bien no es inaccesible para el yo, sólo mantiene una dependencia laxa respecto de él. De este mundo de fantasía toma la neurosis el material para sus neoformaciones de deseo, y comúnmente lo halla, por el camino de la regresión, en una prehistoria real más satisfactoria.

Apenas cabe dudar de que el mundo de la fantasía desempeña en la psicosis el mismo papel, de que también en ella constituye la cámara del tesoro de donde se recoge el material o el modelo para edificar la nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior, fantástico, de la psicosis quiere remplazar a la realidad exterior; en cambio, el de la neurosis gusta de apuntalarse, como el juego de los niños, en un fragmento de la realidad -diverso de aquel contra el cual fue preciso defenderse-, le presta un significado particular y un sentido secreto, que, de manera no siempre del todo acertada, llamamos simbólico. Así, para ambas -neurosis y psicosis-, no sólo cuenta el problema de la pérdida de realidad, sino el de un sustituto de realidad.

Piera Aulagnier: El aprendiz de historiador y el maestro brujo.

Capítulo 3, las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura.

Entrevistas preliminares: el tiempo para hacer una indicación de análisis, para decidir si se acepta o no ocupar el puesto de analista con ese sujeto, y para elegir los movimientos de apertura, no puede extenderse demasiado. No se puede acrecentar demasiado el tiempo de entrevistas preliminares sin correr el riesgo de que la negativa sea demasiado tarde con menoscabo de la economía psíquica del sujeto ya que la problemática de un sujeto puede escapar del método analítico y puede estar contraindicado, cuando sin embargo, ese mismo sujeto está dispuesto a hacer muy rápido de nuestra persona el soporte de sus proyecciones con mayor carga afectiva (relación transferencial). Una vez instalado ese mecanismo proyectivo, la ruptura decidida por nosotros de la relación se vivirá con toda probabilidad como la repetición de un rechazo, la confirmación de la existencia de un perseguidor, la reapertura de una herida, reacciones que pueden tener un efecto desestructurante, provocar la descompensación de un frágil equilibrio.

El juicio de analizabilidad no coincide con una estructura nosografía, aun cuando esta es aplicada con buen discernimiento. La analizabilidad o no de un sujeto abstracto, o sea, del que se tiene en cuenta su pertenecía a tal o cual conjunto de la psicopatología (neurosis, psicosis, perversión, fronterizo), se vuelve difícil cuando nos encontramos con el sujeto viviente. La experiencia analítica demuestra cuán difícil es formarse una idea sobre lo que puede esconder el cuadro sintomático que ocupa el primer plano, y los riesgos que eso no visto y eso no oído pueden traer para el sujeto en análisis. De ahí la importancia de las entrevistas preliminares, en las que se pueden encontrar elementos que permitan hacer un diagnóstico. Por supuesto que puede haber un error, pero sería peor error no tener en cuenta esto. 

Una vez que el analista ha dado una respuesta, y si ella es afirmativa, todavía tendrá que decidir si tiene interés o no en proponerse a este sujeto como su eventual analista, esta opción es siempre independiente de la etiqueta nosografía. Apelara a lo que el analista, y solo el, conoce sobre su problemática psíquica, sobre su posibilidad de transigir con la de su compañero, sobre sus propios puntos de resistencia o de alergia. El analista deberá hacer un autodiagnóstico sobre su capacidad de investir y de preservar una relación transferencial, no con un neurótico, con un psicótico, etc, sino con lo que llegado el caso entrevea, más allá del síntoma, acerca de la singularidad del sujeto a quien se enfrenta. 

Las entrevistas preliminares deberán entonces proporcionarle los elementos y el tiempo necesarios para llevar a puerto ese trabajo de auto interrogación. 

Entre aquellos criterios primeros, deducidos en lo esencial de la teoría, estos segundos deducidos de su auto interrogación p auto análisis y de un tercero, en el que participan ambos registros, que está destinado a desempeñar un importante papel en la respuesta del analista: la consecuencia lógica de su concepción del objetivo que asigna a la experiencia analítica.
Juzgar a un sujeto de analizable es creer o esperar que la experiencia analítica ha de permitir traer a la luz el conflicto inconsciente que está en la fuente del sufrimiento psíquico y de los síntomas que señalan el fracaso de las soluciones que él había elegido y creído eficaces. Es una condición necesaria. Segunda condición: es preciso que las deducciones que se puedan extraer de las entrevistas preliminares hagan esperar que el sujeto sea capaz de poner aquella iluminación al servicio de modificaciones orientadas de su funcionamiento psíquico. 

El propósito de Piera o su esperanza es reforzar la acción de Eros a expensa de Tánatos. Que terminado el proceso analítico, pueda poner lo adquirido en la experiencia vivida al servicio de objetivos elegidos siempre en función de la singularidad de su problemática, de su historia, que respondan a reforzar la acción de eros a expensa de Tánatos.

La importancia de las entrevistas preliminares es ayudar a responder la pregunta de si se puede dar una idea de que destino reservara el sujeto a los develamientos y construcciones que le aportara el análisis. 

El tercer aporte de las entrevistas preliminares será ayudar a elegir al analista los movimientos de apertura. Los movimientos de apertura son función de lo que el analista prevé y anticipa sobre la relación transferencial futura. 

La apertura de la partida en psicosis. Siempre nos veremos precisados a elegir una apertura compatible con la singularidad del otro jugador, con la particularidad de sus propios movimientos de apertura. La buena apertura sea neurosis o psicosis siempre será la que más garantías ofrezca de que el lugar que inicialmente se ocupó no quedara fijado para siempre, ni por los movimientos propios ni por los del compañero. Pero mientras la movilidad transferencial del mismo modo como la movilidad de la demanda, reducen mucho el riesgo de fijación en el caso del neurótico, el psicótico por su parte, mucho antes de encontrarse con nosotros ha dejado de creer que en el juego de su vida pudiera encontrar jugadores diferentes a los ya conocidos. No se puede evitar que el sujeto en el curso de la partida, nos haga ocupar uno de esos lugares, por ejemplo el de perseguidor. Uno no debe oponerse a ese mecanismo proyectivo, pero de debe intentar probarle al sujeto que en ciertos momentos más o menos fugaces podemos también estar en otro lugar. La posición de escuchante a veces se tiene que conquistar, sin falta, a brazo torcido, tras pactar primero con una proyección masiva que aprisiona a los dos sujetos dentro de una relación que repite la ya vivida por ellos. En estos casos será más difícil que cuando directamente la adjudica el sujeto. Y se hace imposible cuando la proyección nos asigna el papel exclusivo de perseguidor, antes de habernos dado la posibilidad de ocupar otras posiciones relacionales que permitieran utilizar el caudal de lo ya tejido entre nosotros y el analizado, para que este puede repercibir lo que acaso separa al personaje proyectado del personaje que escucha. En la psicosis toda facilitación del mecanismo proyectivo es superflua. La apertura se tiene que dirigir a la experiencia inversa que en la neurosis (favorecer mec. Proyectivo para la reactualización de sus conflictos inf): hacer sensible al sujeto lo que dentro de esta relación no se repite, lo diferente que ella ofrece, lo no experimentado todavía. 

Consideraciones sobre la apertura de la partida en psicosis: 

Al sujeto supuesto a saber el psicótico lo encontró primero en la persona de los padres que le prohibieron (y el acepto la prohibición, pues de lo contrario no sería psicótico) creer que otro pensamiento que el de ellos pudiera saber lo que se refiere al deseo, la ley, el bien, el mal. Si transcurrida la infancia no pudo seguir negando lo que la realidad le mostraba sobre las debilidades, los abusos, las falencias parentales, atribuirá ese omni saber al perseguidor exterior que muestra (a el mismo, a los padres, al mundo) a qué precio él ha pagado lo que ha osado ver aunque fuera fugitivamente. Por eso dentro del registro del saber no podremos ocupar la posición que tan fácilmente nos ofrece el neurótico, salvo si no hemos podido evitar la trampa de una proyección sin fisuras que dotara a ese saber proyectado sobre nosotros de idéntico poder mortífero para el pensamiento del sujeto.

En el registro del investimiento también el lugar está ocupado. En muchos casos el psicótico preserva una relación de investimiento masivo, por conflictual que sea, con esos representantes encarnados del poder que son sus padres; es con ellos, y a veces con su sustito, con quienes prosigue y repite su dialogo. Queda una posibilidad: la descomposición psicótica signa el fracaso de ese falso dialogo. El recurso del delirio es en efecto la consecuencia del rehusamiento o de la imposibilidad en que esta el sujeto de seguir creyendo en la presencia de la escucha del otro. Una extraña sordera aquejaba la escucha de cada locutor, cada vez que el otro tomaba la palabra. El psicótico puede producir ese investimiento inmediato de una relación en que el encontrado, el analista, ocupa la posición del oído del que habla. El analista en el tiempo de apertura, puede transformar un pensamiento sin destinatario en un discurso que uno pueda y que él puede oír. Es otro, indeterminado todavía, quien escucha un discurso cuyo destinatario legitimo sin duda es el progenitor, el perseguidor, dios o el diablo, pero la presencia de una escucha nueva pasa a garantizar al sujeto que esto que dice forma de nuevo parte de lo oíble, investible por otro. En el registro de la psicosis la relación de investimiento se produce en favor de un escuchante. El analista parece ocupar en ciertos casos la posición de oído del sujeto que habla, cualesquiera que fueren las proyecciones que por el camino se produzcan sobre nuestra persona, el investimiento del encuentro y de la relación por parte del psicótico tiene como condición primera su encuentro con una función de el mismo, recuperada, que es su función de escuchante de su propio discurso. El pensamiento forzoso, el robo de pensamiento, esos crímenes de los que tan a menudo se queja, no le han dejado más pensamientos expresables en su ppio nombre que los que narran el efecto de ese robo. Lo que puede representar el encuentro con el analista es una escucha que le permite separar de nuevo lo que él piensa de lo que lo fuerzan a pensar. Esta prueba de investimiento por el escuchante es esencial para que el sujeto pueda tener una sospecha sobre la existencia de una relación que pudiera no ser la repetición idéntica de la ya vivida. No hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre lo que podemos esperar de ese primer movimiento de investidura de la relación, prima la repetición tan operante en la problemática psicótica, por eso hay que tener en cuenta un segundo rasgo especifico de la relación analítica en el registro de la psicosis, pero esta vez del lado del analista solamente: la prima de placer que se demanda a la teoría. Frente a la espera prolongada de modificación, aunque fuera mínima, nos queda el recurso de tratar de comprender las razones de la duración de la espera. La repetición de las mismas quejas, del deseo de ponerles fin. Una de las consecuencias de la psicosis es la reducción máxima sino la abolición de la distancia que debiera separar la realidad y la realidad psíquica, las exigencias de la primera y las de la segunda. No conseguiremos nada si no logramos primero convencer al sujeto de que este lugar del espacio y este fragmento de tiempo que le proponemos no están signados por esa mismidad que caracteriza a su relación con la categoría del tiempo y del espacio. 

Colette Soler: qué lugar para el analista.

A qué lugar es llamado el analista tras el estallido de la primera elación delirante: el analista es llamado al lugar de oráculo,   a suplir con sus predicaciones el vacío súbitamente percibido de la forclusión, a que legisle. Es llamado a constituirse como suplente y hasta como competidor de las voces que le hablan y dirigen. Se le ofrece el sitial de perseguidor, de aquel que sabe y que al mismo tiempo goza. Si el analista se instala en él, sobrevendrá entonces, con toda seguridad, la erotomanía o persecución. 

Maniobra de transferencia que permitió evitar la erotomanía en el caso: no se operó con la interpretación (solo se interpreta el goce reprimido, aquel que no lo está solo puede elaborarse). 

Un primer modo de intervención fue el silencio de abstención y esto cada vez que el analista es solicitado como el Otro primordial del oráculo (cada vez que es invocado como saber en lo real). Este silencio, esta negativa a predicar sobre su ser, tiene la ventaja de dejar el campo a la construcción del delirio. Esto coloca al analista como otro Otro, que no hay que confundir con el Otro del Otro, otro que no es el perseguidor. Sin duda, no es otra cosa que un testigo. Un testigo es un sujeto al que se le supone un no saber, no gozar, y presentar por lo tanto un vacío en el que el sujeto podrá colocar su testimonio. (Abstenerse de la respuesta cuando en la relación dual se llama al analista a suplir para el sujeto, por medio de su decir, el vacío de la forclusión y a llenar ese vacío con sus imperativos). 

Un segundo tipo de intervención corresponde a la orientación del goce. Una limitativa, que intenta hacer de prótesis a la prohibición faltante. La otra positiva, por medio de la sugestión.  (Intervenir profiriendo una función de límite del goce del Otro, lo que no es posible sino a partir de un lugar ya inscripto en la estructura). “El analista se hace guardián de los límites del goce”, sin los cuales hay horror absoluto.

Una tercera intervención que es apuntalar la posición del propio sujeto, que no tiene más solución que tomar el mismo a su cargo la regulación del goce. 

Esta alternancia de las intervenciones del analista entre un silencio testigo y un apuntalamiento del límite es otra cosa que la vacilación calculada de la neutralidad benévola. El autor la llama la vacilación de la implicación forzosa del analista. Implicación forzosa (si no quiere ser el otro perseguidor) entre la posición de testigo que oye y no puede más, y el significante ideal que viene a suplir la ausencia del NP en el Otro. 

Elida Fernández: Estabilizaciones y suplencias

En la estructura psicótica la MP no opero, lo que significa que el ste de la falta no ha sido inscripto en el icc del sujeto, que queda así a merced de otro que lo goza en posición de objeto. Entre el cuerpo del bebe y el lenguaje que lo rodea no se abre el puente por el cual el lenguaje lo nombra y así el niño se apropie de aquello que lo constituye y aloja. Algo no se enlaza, algo no se anuda, alterando la constitución misma del esquema corporal, el yo, el semejante. La relación entre ese individuo y el Otro no está mediatizada por un fantasma que engendre al sujeto como dividido. Si bien cada cuadro psicótico tiene una manera particular de no estar anudado borromeanamente, es la forma que toma cada desanudamiento el que le da la característica a cada peculiar manera de organización  de la psicosis. Organización lábil que cuando no puede sostenerse, se desencadena, ya sea porque no puede abarcar con su lógica peculiar algún elemento disruptivo o porque no tiene con que nombrar aquel lugar al que esta llamado. Es el mismo psicótico el que hará su intento de restituir aquello que lo vuelve a anudar, es el mismo el que intentara con sus recursos estabilizarse. 

La psiquiatría propone una manera de organizar el acceso al caos psicótico mediante la formalización de los distintos cuadros, sin embargo, escuchando uno por uno sabremos de sus diferencias,  de sus delirios únicos, el enjambre donde intenta capturar algo de su historia que el sujeto psicótico no logra escribir. 

Desde el psa se intenta también formalizar las complejas operatorias por las que adviene o un sujeto deseante o un sujeto sujetado al goce de Otro. 

La estabilización podría estar representada por uno de los NP: síntoma, Edipo o realidad psíquica. Este anudamiento funciona en neurosis, aunque también desencadena cuando la eficacia de este anudamiento se eclipsa o trastabilla y el fantasma vacila. 

Cuando el NP falta no hay ordenador del discurso ni del cuerpo, las pulsiones aparecen desintrincadas, operando desarticuladamente: el cuerpo se hace trozos y la cadena ste pierde el hilo, las palabras se unen por consonancia y el decir no hace lazo. En este desamarre el psicótico intenta su primera restitución y si tiene recursos delira, siendo un primer intento de estabilizarse pero el delirio no alcanza ni puede sustituir la operación que marque la castración en el Otro y le permita un alojamiento posible. Ese Otro que lo goza (porque el psicótico se siente gozado por el Otro, lo que significa que se vive como un objeto a ser perseguido, maltratado, observado, escarnecido, mortificado por ese Otro sin tener limite que lo separe) no puede sino encarnarse y encaramarse en el delirio exigiéndole el sacrificio y o la prueba de matar o matarse. 

El delirio intenta recomponer un orden que es imposible y no hace más que resituar la carencia de simbolización de la falta. 

La clínica muestra que hay estructuras psicóticas sin desencadenar en las que algo ha logrado la estabilización. Lacan formula el concepto de prepsicosis, como momento anterior al desencadenamiento pero también como estado estable por una compensación imaginaria del Edipo no atravesado, estructuras psicóticas que no franquean el límite aunque están “al borde del agujero”.  Algo ha funcionado a manera de organizador y ha permitido que esos psicóticos circulen y puedan establecer alguna imitación de lazo social. No poner en tratamiento analítico convencional a sujetos con sospecha de psicosis por riesgo a desencadenarlos.

Estabilización: la posibilidad del sujeto de encontrar recursos para no enloquecer, para jugar con lo mismo que posee sin desencadenarse, para lo cual es necesario que opere algún tope, alguna prótesis que mantenga el goce encauzado. La suplencia produce estabilización pero no toda estabilización implica suplencia, sino un primer acotamiento y reorganización del goce supuesto al Otro. 

Distintos tipos de estabilizaciones:

Las dos primeras hablan del recurso exitoso de la ppia estructura. La tercera, efecto de la transferencia, implica la aparición y o el agregado de algo nuevo. El psicótico carece del ste de la falta que lo motorice deseante, padece el goce del Otro y de la separación de su cuerpo. Estas faltas en su estructuración son suplidas por ceraciones y a veces sublimaciones que van desde la actividad delirante hasta la creación artística.

En el tratamiento se deberán situar y estar atentos a los hilos sueltos que puedan dirigir el trenzado del tratamiento para tejer allí lo que ha sido desgarrado o nunca ha existido. Estabilización no es lo mismo que sinthome, la creación del cuarto nudo o la reparación que implica la creación del sinthome es una operación más compleja (suplencias). 

Si el psicótico nunca ha podido ubicarse para su madre como metáfora fálica y esta no ha podido trasmitirle su falta donde él se aloje, el alojamiento puede advenir del otro con minúscula en un intercambio de una producción que circule, que tenga valor de cambio y que ponga por fuera de él un acotamiento al goce. Si el psicótico puede producir un objeto que proviniendo de él, circule para los otros con valor y reconocimiento (y no falso reconocimiento) esto opera estabilizando la estructura. 

Cada delirio, aunque siga una estructura que supone una clasificación y una formalización ppia de cada cuadro, está hecho con retazos de historia, con jirones de stes que no hallan plomada, con pedazos de padre imaginario que no logran instaurar un rechazo al goce del Otro. Cada delirio es singular como lo es cada estabilización, que será encontrada por cada uno en la compañía de ese pequeño otro que le arrima una palabra, una mirada una escucha que con encuentros del azar y la repetición hallen terreno fértil para ligar algo que estabilice. Aunque esa estabilización sea lábil, marca que alguna vez algo distinto fue posible. 

Intervenciones en la psicosis: hablar de ellas implica puntuaciones previas.

Cada intervención está atravesada por una hipótesis de estructura, de tiempo y de posición del analista. Las intervenciones también tienen una dirección, hacia donde se dirigen es una cuestión ética. 

Distintos tipos de intervenciones en las psicosis:

El lugar de las suplencias:

Son tan escasas como el atravesamiento del fantasma en neurosis, son pocas, el mayor trabajo analítico es hacerlas posibles, hacerlas advenir. En el analista está el escuchar su camino, intentar ver por donde trabajar para que el paciente logre o se pueda investir en una posible suplencia esbozada y no tenía en cuenta hasta el momento. Las suplencias no pasan por lograr que advenga de ese individuo un artista ni mucho menos (hace falta talento). Las suplencias de los NP pueden lograrse siempre que el paciente pueda hacer circular un objeto, como autor o intermediario, que tenga valor de cambio y por el cual sea reconocido y esperado dentro del lazo social y que esto lo nombre. La suplencia será efecto del trabajo del analista y el paciente en esta insistente ida y vuelta del telar, en el intento de coser, cortar y tejer la trama desgarrada o en el agujero que hace de precipicio y de tentación. Esta tarea que se intenta sistematizar tiene una tarea inevitable que es la invención. El analista frente al psicótico que produce su delirio como intento de metaforización tiene siempre el recurso de la invención. Inventar no es delirar, o quizás sea el delirio en la legalidad de la castración ppia y la del Otro, el delirio que nos permite ir más allá del saber establecido aunque no sin él. 

Elida Fernández: Intervenir en el Delirio.

El delirio sostiene al psicótico. pensado como restitución, como intento de curación, como metáfora delirante, como portavoz de una verdad que encuentra un texto, como una anudamiento precario de lo anudado, como signo referencial siempre funciona dando ser y sentido. Por su delirio estos pacientes forman conjuntos que la psiquiatría clasifica y nombra. Estas clasificaciones no suponían un, lugar de escucha y se convertían en signo para el clasificador. Para el psicótico el delirio es un tesoro “lo quiere más que a sí mismo” porque es el sí mismo. Lo entrega como prenda, aparecemos en el cuándo la transferencia funciona, nos lo puede relatar como confesión o como advertencia, pero es motor de su accionar que generalmente tiene la muerte ppia o la de otro como termino. 

Trabajar con el delirio: 

Los delirios son trabajos de significación, de interpretación, de dar sentido a lo que irrumpe desquiciando al sujeto. Son trabajos de construcción subjetiva cuando no hay sujeto del icc. Son trabajos para salir de la perplejidad que produce la irrupción del Otro. Es necesario esperar, para poder intervenir, algún lugar señalado en el delirio. Hay una intervención posible, del orden de la palabra y del acto, que produce una torsión en la premisa delirante para volverla, en ese momento, imposible de sostener en uno sus términos. Operar en la lógica del delirio significa confrontar al delirante con sus ppios dichos para situar allí la imposibilidad, la contradicción, la ruptura, el agujero dentro del ppio sistema de significación. Si el delirio implica un trabajo, este tiene la particularidad de producir como efecto, muchas veces, el de la muerte del que lo fabrica o la de su perseguidor. Como intento de restitución o como intento de cura es fallido. Buscar algo que le dé una función distinta al de la pura muerte que asocia en sus conclusiones. Quizá la estabilización del delirio tenga que ver con la posibilidad, para el que lo sostiene, de circular con dicho delirio por otros caminos. O de tenerlo a raya y poder trabajar desde el anudamiento que este le permite, desplegando su talento. No todos los psicóticos deliran. Cuando decimos que en la estructura psicótica no hay inscripción de del ste del NP, no funciono la metáfora paterna y por lo tanto no hay inscripción del significado fálico. Decimos que el individuo queda a merced de otro que lo maneja a puro capricho y cuyo deseo es arbitrario, pues no está regulado por la ley de prohibición del incesto sino por un goce imposible, un anhelo de reunificación, de reintegración. Este Otro aparece entonces no marcado por la falta y el niño como no ocupando el lugar que metaforiza dicha falta. Es común el error de pensar al psicótico como falo de la madre, cuando precisamente, en esta estructura no podemos hablar de ste falo sino de una dialéctica de obturación de la falta en el Otro y objeto suplementario, objeto de goce.

La imposibilidad de un no:

El psicótico no puede, no tiene con qué decir no al Otro, no se le puede oponer, justamente, como efecto fundamental de la no inscripción del ste de la falta y la ubicación como objeto de goce del Otro. No hay operación de separación. Esto constituye al psicótico en ppio sin yo dialectizable, en tanto no hay rechazo a la demanda del Otro encarnada en ese goce del que es presa y prisionero. Esta lógica sin no lo deja sin la posibilidad de oponerse al Otro o bien excluye de lo simbólico o bien hace que se intente crear un sustituto, el delirio es el más importante. Este intenta producir una barrera entre el individuo y el Otro, una negación prefabricada, un proyecto de rechazo a su manera. Este precario y florido intento de negación, encolunma, nombra y diferencia al psicótico. Por lo menos en su decir, en su texto se constituye dueño de algo, se erige en alguien que posee algo muy valioso, por lo cual es perseguido, merece y clama ser reivindicado o amado. 

El delirio fracasa en cuanto no puede evitar que lo forcluido retorne desde lo real imponiéndole un desafío en el que el psicótico se derrumba. El delirio no puede nombrar la falta, solo puede erigir una pared de signos detrás de la cual pararse. 

Delirio y verdad:

Respetar el delirio, no hacerlo desaparecer ni amordazarlo, ni oponer la lógica de los neuróticos. Intervenir en el para desviar su destino. Hay por lo menos dos que están construyéndolo, psicótico y analista. Intervenir no para recusar el sistema delirante sino para operar en su punto de inconsistencia. Agujerear el delirio en un punto. Intervenir desde el lugar que nos es dado en transferencia para construir algo, situar un no en el Otro gozador reinante en lo imaginario que intenta anudar ese Real y aquel que está siendo gozado, torturado, sujetado. Un no que no dejara de formar parte del delirio. Uno no con la estructura del objeto y destino de una suplencia simbólica. 

Respetar el delirio procurando encontrar su verdad y su pto de imposibilidad para que produzca otro pensamiento distinto que si bien no pueda dialectizar el delirio, si lo pueda en algún punto hacer vacilar. Acotar el delirio, cuando el sujeto deja de explicar lo más nimio y lo cotidiano hasta lo más casual desde la trama del delirio, algo distinto empieza a poder ser pensado. Algo ha apartado desea máquina que lo piensa siempre como objeto de goce de un enemigo invisible. 

 

Gabriel Belucci: El tratamiento de las Psicosis

Pensar el tratamiento de la psicosis requiere formular esas coordenadas considerando la particularidad estructural con la que vamos a operar. Estando ausente en la estructura el universal del Padre, las soluciones que el sujeto psicótico produce ante su real son siempre singulares. Algunos autores llaman a la clínica de la psicosis como acompañamiento terapéutico, ya que los analistas en el mejor de los casos, acompañamos las soluciones que cada sujeto escribe.

Lacan ordeno la practica en base a 3 dimensiones, la táctica para operar en el análisis serán las intervenciones y para atenerse a las estrategias, la transferencia será el mapa. También está el concepto nodular del deseo del analista, sin el cual no es posible concebir absolutamente nada de lo relativo a la eficacia del análisis. El deseo del analista en el campo que no está ordenado por el NP y que por lo tanto, la ausencia de este universal conlleva el carácter singular de toda solución, tiene una condición especial la posición de apertura por parte del analista. En todos los tratamientos eficaces puede situarse un momento de ignorancia radical, en el que el analista no sabe y hace lugar a ese no saber, hasta que el ppio paciente comienza a portar indicios sobre la particularidad de su real y sus posibles respuestas, así como en alguna posible dirección de trabajo. Nuestra posición de apertura es, solidaria de la pasión de la ignorancia. Donar la ppia ignorancia, volverla operativa, suele llevar lejos.

Otro modo de poner en juego esta función es haciendo lugar a que el saber, que inicialmente está en el Otro, y que se va inscribiendo luego en el campo de la transferencia, pase al sujeto, que haya como saldo una operación analítica, una ganancia de saber. Ello le permite al sujeto cierta lectura y anticipación de sus reales y de las posibles soluciones a los mismos. 

La transferencia se deriva de la especificidad del Otro. Hay 3 dimensiones del Otro: la primera, el Otro del goce, que el sujeto padece y del que intenta sustraerse, quien encarna ese lugar deviene perseguidor o suscita una respuesta erotómana. La segunda dimensión, es la que podríamos llamar destinatario, se ubica en el eje “se dirige a nosotros”, toda vez que el sujeto logra producir testimonio de su padecimiento. La tercera, en el eje del “ama a su mujer”, en el que el otro se presenta como semejante, otro vaciado de goce y por ende más amable. No hay que desconocer la tendencia de la transferencia psicótica a asumir un matiz persecutorio o erotómano. 

El poner en juego la ppia ignorancia y el dar signos oportunos de no interesarse demasiado (o señalar que estamos ahí a título de una función profesional) suelen ser contrapesos suficientes que impiden llegar a un pto insostenible. 

Tesis que articula las distintas dimensiones de la transferencia psicótica: la transferencia es en las psicosis una función de terceridad, que opera en acto una separación del Otro y apunta a que se sostenga más allá. Hay distintas vertientes transferenciales, la primera es la que ubica al analista como semejante. El semejante funciona aquí al modo de una superficie especular que hace de barrera al goce invasivo del Otro. Hay un goce que no pasa a la imagen y con ese otro vaciado de goce puede sostenerse algún posible lazo. La charla es la modalidad privilegiada que toma esta vertiente transferencial. La charla apunta a la verificación de la presencia del otro. Los interese compartidos son en la charla, el elemento tercero que la hace posible. 

La segunda vertiente de la transferencia es la que tiene al analista como destinatario del testimonio del sujeto. Fue pensada en 3 vertientes, la primera es la del testigo, que nombra simplemente ese lugar en el que no pocas veces quedamos ubicados, en la medida en que hemos ofertado nuestra ignorancia. La figura del secretario del alienado, acentúa la participación del analista en cierta operación de escritura, que no siempre asume la forma concreta de un texto, siempre supone el establecimiento de un saber. Y el lugar del escuchante, de Piera A., es un modo de nombrar los efectos que tiene la puesta del analista a la palabra del sujeto, tratándose de sujetos que tienen con la palabra una relación frágil. Los efectos de dar palabra no tardan en constatarse. El testimonio o la palabra mismos son, en esta vertiente, el elemento tercero que organiza el campo transferencial.

Cuando el goce del Otro no puede ser contrarrestado por ninguna de las dimensiones anteriores y amenaza a traducirse en un pasaje al acto sin retorno, es precisa una maniobra destinada a que la transferencia se sostenga como terceridad. Esto es lo que Soler llamo orientación de goce, que supone una suplencia en acto de la ley paterna. Esta orientación puede ser limitativa, intervención de estructura condicional (un oportuno no del analista, sin que replique la estructura imperativa a la que el sujeto ya está sometido, sino que deje un margen al sujeto para habilitar otros caminos posibles). También puede ser positiva, como una suerte de sugestión benéfica, apoyada en la instrumentación del significante del ideal. 

Nivel de la táctica: intervenciones

Localización de circunstancias: el cómo, el cuándo, el donde constituyen el marco de cualquier acontecimiento. El sujeto en las psicosis carece por estructura de ese marco, por lo que en ppio no puede orientarse ante sus reales. La indagación de las circunstancias y su encadenamiento lógico van introduciendo coordenadas a las que el sujeto puede allí remitirse, y que le posibilitan alguna lectura del real en juego, como primer paso para hacer con eso. Por otra parte en la psicosis no está garantizada una temporalidad anticipatoria, que en la neurosis se anuda a la condición de peligro y, en última instancia, a la amenaza de castración. La construcción permite que esa anticipación se instituya en acto, instaurando una mediación con respecto a lo real. 

En una línea a fin a esta localización de circunstancias, la construcción permite también la producción de un relato, que en algunos casos viene al lugar de la historia nunca escrita. Partiendo de la afirmación de Freud de que el delirio es una construcción que entrama un núcleo de verdad no reprimida, la construcción producida en el análisis podría funcionar como otro modo de entramar esa verdad. Ello no apuntaría a sustituir la verdad delirante por una más acorde a la realidad, sino a constituirse en otra versión posible. 

En otra vertiente de la construcción, ligada a la logia, está la posibilidad de una localización de condiciones que si bien está muy cerca de del trabajo en torno a las circunstancias, supone un paso más, que le confiere un estatuto más lógico que temporal. 

El acto pone en juego el deseo del analista más allá del decir, aunque no sin él. En las psicosis, se trata de sostener lo que del lado del sujeto pueda responder a su real, sin presuponer que hay respuestas mejores que otras, en todo caso verificando en la experiencia cuales se sostienen, y eventualmente acompañando al sujeto en un trabajo de invención. Hay una dimensión negativa del acto, tendiente a la puesta en funciones de ciertos límites, cuando los efectos del goce del Otro se tornan abrumadores, con riesgo de traducirse en un pasaje al acto. Orientación al goce en su vertiente limitativa. La dimensión positiva de la orientación al goce, no se trata solamente de apuntalar la función supletoria del ideal, sino de leer de que modos el sujeto puede hacer con su real, siendo el ideal uno entre otros. 

Dispositivos del tratamiento: pluralización de dispositivos. Taller, asamblea, familiar, internación (“producción de una salida”).

Elida Fernández: diagnosticar la psicosis

Clerambault se pregunta por el inicio de la psicosis, busca los fenómenos elementales. Estos son neutros, atematicos, anideicos (no conforme a una sucesión de ideas). 

Pueden ser: 

 

Gradualmente la tendencia a la verbalización va progresando, las voces se constituyen con 4 caracteristicas: verbales, objetivas, individualizadas y temáticas. 

Para DC hay un triple automatismo: verbal, motor y sensitivo, al cual se agregan el sensorial y afectivo. Todos experimentados como fenómenos impuestos. Paralelamente se edifica el delirio explicativo que intenta entrar el fenómeno elemental en la cadena ste. 

Carácter fundamental, persecutorio del automatismo mental. Lo que era atemático y anideico, cuando se vuelve por el deliro temático es básicamente peyorativo, irritante, vejatorio contra el sujeto. Hablamos del syo. 

Tenemos un sujeto que de pronto es afectado en su pensamiento, en su acción, en su sentir, por la intrusión de algo que no reconoce como ppio. Algo que está de más o debería estar y no está, el intenta entonces darle un contenido, una interpretación. El delirio es la interpretación que hace de ese estudio del fenómeno elemental que se le automatizo. El eco del pensamiento es una perturbación en la relación del enunciado con la enunciación que emancipa una fuente parasitaria. Ninguna de estas producciones se puede anexar a su yo, le son ajenas pero lo dominan, lo doblegan, lo mueven. 

Lacan va a jerarquizar la teoría del fenómeno elemental elevándolo a la característica esencial de la estructura psicótica. La palabra impuesta es una emergencia que se impone al intelecto, No tiene ninguna significación concreta, son palabras que emergen. 

Diferencia entre DC y L: para el primero el delirio otorga un sentido a la irrupción del fenómeno elemental, para el segundo, el delirio también es un fenómeno elemental, ya que no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente. 

Para lacan lo que une el fenómeno elemental y el delirio, lo que es de estructura, es una falta en el orden del ste. Hay que ligar el nudo de la psicosis a una relación del sujeto al ste. “todo se ha vuelto signo para él”- 

Intuición delirante: 

El tratamiento de la representación del objeto como percepción que proviene de afuera determina que sea vivida por el sujeto como que le concierne, está dirigida a él, le dice algo. Es decir conserva parte de lo que la hacía interior y la significación de ataque al yo. 

El psicótico ignora la lengua que habla. Pregunta: por qué no solo el icc queda excluido para el sujeto, no asumido; sino por qué parece en lo real. La respuesta viene del lado de la inscripción de la metáfora paterna y sus efectos. Allí donde ese ste al que el sujeto apela no responde viene al lugar el automatismo mental de palabras impuestas. 

Constitución del sujeto y la constitución del yo: 

Constitución especular del yo como alienada a la imagen del otro. Pasamos de la imagen fragmentada del cuerpo a la idea de totalidad anticipada en la precipitación de la identificación con la imagen del otro. En esta constitución del yo como otro donde hay dos lugares para uno solo, el yo se constituye como sede de desconocimiento y siendo la agresividad la tendencia correlativa a este modo de identificación (narcisista). El deseo es por el objeto del otro. Serán las identificaciones edipicas lo que posibilitara al sujeto trascender esta agresividad constitutiva de esta primera individuación subjetiva.

Tenemos la constitución del yo como alienada y la agresividad como correlativa a esta constitución. 

El niño ante su imagen en el espejo reacciona con júbilo buscando con su mirada a quien lo sostiene. Es por el sesgo del reconocimiento del Otro que debe pasar el del sujeto. Es que esta constitución imaginaria no se puede realizar sin  el sostén simbólico del deseo del Otro. Este niño debe haber podido metaforizar para su madre el falo para que ella pueda introducirlo en el engaño básico de su consistencia imaginaria como completo; sin ese lugar en el deseo del Otro el niño se queda sin poder consistir en esta ilusión preliminar, queda como cuerpo despedazado, queda como a (resto caído y no causa del deseo). La no constitución de la imagen anticipada del otro trae como consecuencia la no constitución del cuerpo como ppio, la ausencia de agresividad como respuesta a la invasión del otro, el fenómeno del doble, la desinvestidura libidinal del cuerpo (cuerpo como cascara). 

El paranoico escucha su mensaje que viene de afuera, no cree que es su yo, es lo siniestro de la locura, lo familiar en lo extraño. La agresividad ligada así a la función de desconocimiento del yo. 

Elida Fernández: Lo nodal de la castración. El falo. Metáfora paterna. Metáfora delirante. Forclusión. El desencadenamiento de la psicosis. 

Lo especifico de la psicosis no es ni el delirio ni las alucinaciones, tampoco el llamado alejamiento de la realidad. Ya Freud lo decía, el problema no es la perdida de realidad, sino del resorte de lo que se sustituye a ella. 

Lacan dirá que hay una alteración fundamental en la relación entre el sujeto y el significante. Dentro de estas alteraciones podemos diferenciar: fenómenos de código (neologismos, lengua de fondo; el ste mismo y no lo que significa es lo que constituye el objeto de la comunicación. Hay vacío en la significación) y fenómenos de mensaje (mensajes interrumpidos, en los que se sostiene una relación entre el sujeto y su interlocutor divino que tienen la forma de una prueba de resistencia). Ambos fenómenos se presentan bajo la forma de cadena rota. 

El delirio es el equivalente del fantasma en la neurosis, el psicótico ama a su delirio como a sí mismo. El padre delirio sostiene al psicótico defendiéndolo del horror, de la desestructuración, del caos, de la fragmentación. 

Con Freud nos encontramos con otro concepto fundamental: el falo como pivote simbólico que lleva a ambos sexos a ser atravesados por el complejo de Edipo. Freud instala el complejo de castración en no ser el falo de la madre. Lacan retomara la función del falo como evocada por la metáfora paterna ubicando el centro nodal de la castración. A partir de esta articulación central del no ser los campos de la sexuacion se alinearan en torno a esto. No ser el falo de la madre (duelo fundamental): posición masculina, no lo soy pero tengo el pene, lo sostendrá como falo en tanto enarbole los emblemas paternos. El falo es donado por el padre. Posición femenina: no soy ni lo tengo pero lo parezco. Mascarada femenina. Freud describía como estas posiciones aparecen desarrolladas en las fantasías masculinas en torno a la heroicidad y en las femeninas en torno a la conquista del hombre maravilloso. 

Lacan dirá que nacemos a, nacemos siendo eso por lo cual advenimos a este mundo por la ecuación niño=falo (que no es una ecuación sino una metáfora). Nacemos como resto caído. Nacemos como a, podemos ser investidos como metaforizando al falo, metonimizandolo en el caso de la perversión o realizándolo como objeto real (una boca para alimentar un ano para limpiar) en el caso de las psicosis. 

En la psicosis no hay inscripción de del ste falo, porque no opera la metáfora paterna. El niño queda arrojado a ser el objeto de goce de la madre.

El nombre del padre es al deseo de la madre, como este al significado del sujeto, suprimiendo el termino en común en ambas proposiciones (deseo de la madre) lo que resulta es una nueva significación: que al sujeto se le inscribe en el icc el significante de la falta en el Otro, falta que él no obtura pero que lo lanza en el camino del deseo. Si al llamado del NP responde, no la ausencia del padre real sino la carencia del ste mismo (forclusión) se articula como ausencia de esta bejahung o juicio de atribución que Freud establece como precedente necesario a toda aplicación posible de la negación, que le opone como juicio de existencia. 

En el punto donde es llamado el NP puede responder en el Otro un puro y simple agujero el cual por la carencia del efecto metafórico provocara un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica. Cuando falta esta metáfora fálica el hombre queda sin soporte en su cadena significante e intentara resolverlo, por ejemplo, con la restitución delirante. 

El empuje a la mujer como una alternativa a la elisión del falo que lo arroja a la muerte de la represión tópica del estadio del espejo. Muerte del sujeto. Horror de la regresión mortal a lo especular sin sostén del deseo.

Para que la psicosis se desencadene en necesario que el NP forcluido, es decir, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto. Se llama a un ste y este no acude. El llamado produce, ante la impotencia de no poder responder, el desfallecimiento, la función no opera, se rompe la cadena, la realidad se organiza siguiendo otra lógica. 

Abolida la función de la represión posibilitada por la metáfora se deshace el encadenamiento ste, se pierden las diferencias, se pierden la relación entre S1 y S2 y en lugar del sucesor no adviene sino un agujero donde operara la alucinación y el delirio a modo de restitución. 

“búsquese en el comienzo de la psicosis esta coyuntura dramática. El NP redobla el lugar del Otro el ste mismo ternario simbólico, en cuanto constituye la ley del ste”. 

En el seminario 3 lacan privilegia los efectos del lenguaje para diagnosticar la psicosis, la función paterna comienza a centrarse como carretera ppal, aquella que cambia el nombre de las calles por su ubicación con respecto a ella, el déficit en lo simbólico seria lo ppio de la estructura psicótica. En acerca de una cuestión preliminar se especifica la fórmula de la metáfora paterna. Lacan llega a precisar la bejahung primordial como inscripción del NP. Su ausencia, convocada por el llamado a un ste que lo represente frente a otro ste, desencadena la psicosis. Pero aun esto resulta in suficiente, la ausencia de metáfora paterna es lo propio y común a todas las psicosis. 

 

 

Neologismo: ejemplo Rafia, palabra de pleno sentido, nada se puede agregar a esta palabra que para él lo dice todo, no hay dialéctica posible. Ahí la escucha del neurótico encuentra un tope que lo angustia. La angustia en el tratamiento con psicóticos está del lado del analista. 


 

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