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Psicoanálisis Freud

Resumen del Texto "Psicoterapia de la Histeria" Cátedra: Laznik (ex - Cosentino) 1º Cuat. de 2010

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PSICOTERAPIA DE LA HISTERIA 
 

Cuando intenté  aplicar a una serie mayor de enfermos el método de Breuer para la curación de síntomas histéricos por vía de busca y abreacción en la hipnosis, tropecé con dos dificultades, persiguiendo las cuales di en modificar tanto la técnica como la concepción. 1) No eran hipnotizables todas las personas que mostraban síntomas inequívocamente histéricos y en las cuales, con toda probabilidad, reinaba el mismo mecanismo psíquico. 2) Debí tomar posición frente al problema de saber qué, en verdad, caracterizaba a la histeria y la deslindaba de las otras neurosis.

Hasta donde se podía hablar de una causación por la cual las neurosis fueran adquiridas, la etiología debía buscarse en factores sexuales.

Llegué a la conclusión de que la neurastenia respondía en verdad a un monótono cuadro clínico en el que no desempeñaba ningún papel un “mecanismo psíquico”. De la neurastenia se separó tajantemente la neurosis obsesiva, en la que se pudieron discernir un complejo mecanismo psíquico, una etiología semejante a la histérica y una vasta posibilidad de reducirla mediante psicoterapia.

La neurosis de angustia sobreviene por la acumulación de una tensión psíquica que es, por su parte, de origen sexual; tampoco esta neurosis tiene un mecanismo psíquico.

El método catártico es harto capaz de eliminar cualquier síntoma histérico, mientras que, como fácilmente se averigua, es por completo impotente frente a los fenómenos de la neurastenia y sólo rara vez, y por unos rodeos, influye sobre las consecuencias psíquicas de la neurosis de angustia.

Hay una segunda barrera para la eficacia del método catártico: no influye sobre las condiciones causales de la histeria, y por tanto no puede impedir que en lugar de los síntomas eliminados se generen otros nuevos.

El método catártico no pierde valor por ser sintomático y no causal.

Etiología de las neurosis à su génesis las más de las veces está sobredeterminada.

Mediante mi trabajo psíquico yo tenía que superar en el paciente una fuerza que contrariaba el devenir-conciente (recordar) de las representaciones patógenas. Se me ocurrió que esa podría ser la misma fuerza psíquica que cooperó en la génesis del síntoma histérico y en aquel momento impidió el devenir-conciente de la representación patógena.

Unas representaciones patógenas, olvidadas y llevadas fuera de la conciencia, eran de naturaleza penosa, aptas para provocar los efectos de la vergüenza, el reproche, el dolor psíquico, la sensación de un menoscabo: eran todas ellas de tal índole que a uno le gustaría no haberlas vivenciado, preferiría olvidarlas. De ello no se desprendía, como naturalmente, la idea de la defensa.

Ante el yo del enfermo de había propuesto una representación que demostró ser inconciliable, que provocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo fin era la defensa frente a esa representación inconciliable. Esta defensa prevaleció de hecho, la representación correspondiente fue esforzada afuera de la conciencia y del recuerdo, y en apariencia era ya imposible pesquisar su huella psíquica. Empero, esa huella tenía que estar presente. Cuando yo me empeñaba en dirigir la atención hacia ella, sentía como resistencia a la misma fuerza que en la génesis del síntoma se había mostrado como repulsión.

El no saber de los histéricos era en verdad un no querer saber, más o menos conciente, y la tarea del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación mediante un trabajo psíquico, mediante un esforzar, orientar la atención de los enfermos hacia las huellas de representación buscadas.

Con este propósito yo me sirvo en primer término de un pequeño artificio técnico. Anticipo al enfermo que le aplicaré enseguida una presión sobre su frente; le aseguro que mientras dure esa presión y al cabo de ella, verá  ante sí un recuerdo en forma de imagen, o lo tendrá en el pensamiento como ocurrencia, y lo comprometo a comunicarme esa imagen o sea ocurrencia, cualquiera que ella fuere.

Es signo de una defensa lograda que las representaciones patógenas hayan de aparecer como de tan escasa sustancia en su reafloramiento; de ahí uno puede inferir en qué consistió el proceso de la defensa: en tornar débil la representación fuerte, arrancarle el afecto.

La perduración de la resistencia del enfermo se muestra en que los nexos permanecen desgarrados, faltan las soluciones, las imágenes recordadas acuden no nítidas e incompletas.

La histeria se genera por la represión, desde la fuerza motriz de la defensa, de una representación inconciliable; de que la representación reprimida permanece como una huella anémica débil (menos intensa), y el afecto que se le arrancó es empleado para una inervación somática: conversión de la excitación. Entonces, justamente en virtud de su represión, la representación se vuelve causa de síntomas patológicos, vale decir, patógena ella misma. A una histeria que muestre este mecanismo psíquico se le puede adherir la designación de histeria de defensa.

Las más de las veces no se tiene un síntoma histérico único, sino un conjunto de ellos en parte independientes entre sí, en parte enlazados. No se debe esperar un único recuerdo traumático y, como su núcleo, una única representación patógena, sino que es preciso estar preparado para encontrarse con series de traumas parciales y encadenamientos de ilaciones patógenas de pensamiento.

El material psíquico de una histeria así se figura como un producto multidimensional de por lo menos triple estratificación:

En primer lugar estuvieron presentes un núcleo de recuerdos en los cuales ha culminado el momento traumático o halló su plasmación más pura la idea patógena. En torno de este núcleo hallamos una muchedumbre de un material mnémico de diversa índole que en el análisis es preciso reelaborar y presenta, como dijimos, un triple ordenamiento.

Primero, es inequívoco un ordenamiento lineal cronológico que tiene lugar dentro de cada tema singular.

Una segunda manera de ordenamiento: estratificados de manera concéntrica en torno al núcleo patógeno. Son estratos de resistencia, creciente esta última hacia el núcleo, y con ello zonas de igual alteración de conciencia dentro de las cuales se extienden los temas singulares. Los estratos más periféricos contienen, de diversos temas, aquellos recuerdos (o fascículos) que se rememoran con facilidad y fueron siempre claramente concientes; cuanto más hondo se cala, con mayor dificultad se disciernen los recuerdos aflorantes, hasta que, en la proximidad del núcleo, se tropieza con aquellos que el paciente desmiente aun en la reproducción.

Un tercer tipo de ordenamiento, el más esencial y sobre el cual resulta más difícil formular un enunciado universal, es el ordenamiento según el contenido de pensamiento, el enlace por los hilos lógicos que llegan hasta el núcleo, enlace al cual en cada caso puede corresponderle un camino irregular y de múltiples vueltas. Ese ordenamiento posee un carácter dinámico, por oposición al morfológico de las dos estratificaciones antes mencionadas.

Es imposible instalarle al enfermo nada acerca de las cosas que presuntamente él no sabe o influir sobre los resultados del análisis excitándole expectativas.

Si en virtud de una resistencia el enfermo dilata mucho la declaración, la tensión de la sensación se vuelve insoportable y, si uno no puede esforzar la declaración, sobreviene realmente el síntoma. Así se cobra una impresión plástica de que el síntoma remplaza a una acción psíquica (aquí la de declarar), tal como lo afirma para la histeria la teoría de la conversión.

Obstáculo externo à Este caso sobreviene cuando el vínculo del enfermo con el médico se ve perturbado, y significa el más enojoso obstáculo con que se pueda tropezar. Si esa relación de la enferma con el médico es perturbada, también se deniega su buena disposición; cuando el médico quiera averiguar la siguiente idea patógena, a la enferma se le cruzará la conciencia de los cargos que se han acumulado contra aquel. Hasta donde llega mi experiencia, ese obstáculo sobreviene en tres casos principales:

  1. El de una enajenación personal, cuando la enferma se cree menospreciada
  2. Cuando la enferma es presa del miedo de acostumbrarse demasiado a la persona del médico, perder su autonomía, y
  3. Cuando la enferma se espanta por trasferir a la persona del médico las representaciones penosas que afloran desde el contenido del análisis. La trasferencia sobre el médico acontece por enlace falso.