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Examen A  |  Psicoanálisis Freud (Cátedra: Laznik - 2022)  | Psicología  |  UBA

¿Qué articulaciones puede establecer entre los desarrollos freudianos de los capítulos I, IV y V de El yo y el ello, y la última reformulación del dualismo pulsional que Freud realiza?

A partir de lo expuesto por Freud en el “El yo y el ello” en los capítulos seleccionados, presenta su segunda tópica, la cual le permitirá inscribir en el aparato psíquico la pulsión de muerte, es decir, lo NO LIGADO; desarrollos que no podían ser explicados a partir de la conceptualización de un inconsciente dinámico, y que, por lo tanto, significaban una limitación para la cura mediante el tratamiento analítico. Estos nuevos desarrollos conceptuales en torno a la pulsión de muerte, reclaman un modelo de aparato psíquico que permita incluirla. De esta manera es que, en 1923, Freud, construye su segunda tópica, que no invalida al primer modelo del aparato psíquico, sino que es formulada para abordar aquellos obstáculos que se presentan en el análisis, que evidencian resistencias que no provienen de lo reprimido, mociones pulsionales que exceden el marco del principio del placer. La misma, está compuesta por las instancias “ELLO, YO Y SUPERYÓ”. Freud observa en el trabajo analítico, que los pacientes nada saben sobre sus resistencias y como las resistencias son yoicas, postula la existencia de algo inconsciente en el yo que actúa como lo reprimido. Así, pasa Freud, de la oposición entre consciente e inconsciente a la oposición entre lo reprimido y el yo coherente. Este, se ubica como el núcleo inconsciente del yo por lo cual deja de ser homologable a la conciencia. A partir de esta conceptualización, se pasa a considerar a todo lo reprimido como inconsciente, pero destacando que no todo lo inconsciente es reprimido. Es por esto que Freud postula un tercer estatuto de lo inconsciente: un inconsciente estructural ubicado como no reprimido, el ELLO. En este sentido, dirá Freud, que el ello es el otro psíquico en el que el yo se continúa y que se comporta como inconsciente. El yo se asienta sobre el ello a modo de una superficie, siendo este su núcleo inconsciente, su parte libidinosa. El ello está conformado por lo reprimido, esto es sólo una parte de sí ya que también se lo ubica como la sede de las pulsiones y el genuino reservorio de la libido, motivo por el cual es completamente amoral. El ello es aquel otro cuantitativo – cualitativo (en relación al monto de afecto) que escapa a la síntesis del yo y comprende el campo de lo no ligado, por lo cual incluye al resto de la pulsión de muerte que no es transpuesto al exterior. Es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior. El yo encuentra su génesis, en las sensaciones corporales que parten de la superficie del cuerpo propio, es la proyección psíquica de una superficie y una esencia cuerpo, se ubica como moral y ejerce la función de síntesis: tiene la tarea de ligar, propia del campo de las representaciones y de las pulsiones de vida, pero esta fracasa y aquello que escapa a la síntesis es el ello, ese núcleo inalterable que escinde al yo. El yo hunde sus raíces en el ello e intenta dominarlo, gobierna el acceso a la motilidad, es el representante del mundo exterior en lo anímico y somete a los procesos psíquicos al principio de realidad. Además, dirá Freud, que pulsionado por el ello, apretado por el superyó y repelido por la realidad, el yo pugna por dominar su tarea económica. Por otro lado, el superyó observa cada uno de los pasos del yo, le presenta normas de conducta, en tanto instancia criticadora que juzga, analiza y sanciona ese deseo pulsional proveniente del ello. Es una instancia particular dentro del yo que se localiza por encima de él y que se surge a partir de una identificación primaria con el padre de la prehistoria personal que atestigua la endeblez del yo, y, a partir del sepultamiento del complejo de Edipo, del cual se lo considera su heredero, debido a que desciende de las primeras investiduras de objeto del ello, que implica que aparezca como subrogado del ello ante al yo, y por eso, puede permanecer como inconsciente para este. El superyó subroga los mandatos que provienen de la identificación parental, esta identificación implica una desexualización y una desmezcla pulsional que libera la pulsión de muerte de la cual el superyó extrae su severidad. El superyó tiene la función de la conciencia moral y la tensión entre esta conciencia y el yo es sentida como sentimiento de culpa o necesidad de castigo. El superyó es el portador de ambas pulsiones y se pueden identificar en él dos dimensiones: La normativa, que se articula con el ideal del yo, es la inscripción de lo que sí y lo que no, implica el enlace entre la ley y el deseo, comprende la prohibición. Es aquella que ejerce la regulación pulsional. La punitoria, que es la vertiente que ordena gozar e implica lo ilimitado, nunca es suficiente para esta cara del superyó. Es el imperativo categórico que al yo le es imposible cumplir ya que implica la satisfacción pulsional y su prohibición. A esta cara se articula el masoquismo. Esta es la paradoja del superyó, a mayor renuncia pulsional, mayor exigencia y agresión al castigar al yo. Freud dirá que existe un momento en el desarrollo del individuo en el cual se produce una mezcla pulsional entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte por la cual la pulsión de vida conquista un lugar junto a la pulsión de muerte en la regulación de los procesos de la vida. La tarea de la libido (pulsión de vida) es volver inocua la pulsión de autodestrucción y lo hace, desviándola o transponiéndola al exterior. Dirige su energía hacia afuera para que no se produzca la autoaniquilación. Hay un sector de la pulsión de muerte que no obedece a ese traslado y permanece en el interior del organismo, ese resto y testimonio de la mezcla pulsional es el masoquismo erógeno primario. En la mezcla pulsional, los componentes libidinizados, atenúan y neutralizan los efectos de la pulsión de muerte, y, en contraposición, en la desmezcla pulsional, la pulsión de muerte se sustrae de ese domeñamiento logrado por la ligadura a los componentes libidinizados. Cabe destacar que pulsión de vida y pulsión de muerte, siempre se presentan mezcladas, actúan de forma eficaz y conjugada, más allá de que sean opuestas. Por otro lado, La represión exige un gasto de energía constante para que aquello reprimido se mantenga como tal, esa fuerza es a la cual denominamos resistencia y la misma presupone la formación de contrainvestiduras de las que el yo se vale para resistir. Sin embargo, las resistencias no solo parten del yo, sino que también hay resistencias inconcientes que parten del ello y del superyó. Esta resistencia muestra la cara punitoria directamente del superyó y se opone a todo éxito de la curación. Es la resistencia más difícil de superar y se manifiesta en el análisis como reacción terapéutica negativa: esta testimonia la tensión entre yo y superyó, y a raíz de ella, el paciente siente la posibilidad de curación como una amenaza, el avance en el tratamiento solo intensifica su padecer, y, por lo tanto, no quiere renunciar al castigo de la enfermedad. Esa necesidad de castigo, equivale al masoquismo moral que se aleja de su vínculo con la sexualidad, ya que lo que realmente importa es el padecer como tal y no quien lo infrinja.

En relación al dualismo pulsional Freud hace referencia a tomar en cuenta un mecanismo de trasmudación de amor en odio, como un supuesto de energía desplazable que pudiera incorporarse a una moción erótica o a una destructiva cualitativamente diferenciadas y dirigir allí su investidura total. Podría decirse que esta energía indiferente y desplazable, activa tanto en el yo como en el ello, provenga del acopio libidinal narcisista y sea en consecuencia, Eros desexualizado.


 

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