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Forster
La secularización y el poder político
Si el nuevo espacio que inaugura la modernidad está vinculado con la soberanía, es justo pensar que el nexo que establece con la sociedad feudal tiene que ver con la descomposición creciente de una relación más que milenaria, la del poder con la esfera de lo sagrado y, como consecuencia, el advenimiento de un ámbito de difícil dilucidación pero cuya nota más destacada es, sin duda, la laicización del poder político. El sujeto del poder ahora es otro; el reemplazo de las jerarquías posibilita la emergencia de un espacio secularizado y en parte autosuficiente.
Problemática de poder en la Edad Media: la lucha que vivió el Occidente medieval, sobre todo desde el siglo X, es la lucha entre el poder del papa y el del emperador. El poder de la Iglesia dominó la vida espiritual e institucional durante casi un milenio y fijó los límites infranqueables para las aspiraciones humanas.
Recuerda la doctrina que se denominó de la “plenitud del poder” (elaborada por Gregorio VII). Esta concepción teocrática del poder no hace más que expresar, de forma aproximada, la formula tan frecuentemente citada por Pablo “No hay más poder que el de Dios, los que existen están instituidos por Dios”. Es indispensable en términos de soberanía, en la medida en que ésta implica una autosuficiencia por completo opuesta al mundo de jerarquías y dependencias instaurado por la Iglesia. Para ésta el poder no es concebido como algo propio del orden social, emanado de este, sino que es el resultado de una libre decisión de Dios.
En “el nombre de la rosa” de Umberto Eco encontraremos la pista del argumento que irá socavando los fundamentos doctrinarios en los que descansaba el poder eclesiástico. En esta se ve con claridad que la legislación sobre las cosas de esta tierra, y por tanto sobre las cosas de las ciudades y los reinos no guarda relación alguna con la custodia y la administración de la palabra divina, privilegio inalienable de la jerarquía eclesiástica. (A esta conclusión se llega analizando que Dios deja al hombre decidir sobre, por ejemple, el nombre de los animales, siempre que respete las leyes divinas, como lo era para Adán no comer la fruta del árbol, Es decir, le otorga el dominio sobre las cosas de la tierra siempre que obedezca las leyes divinas, podía sospecharse que tampoco había sigo ajena la idea de que en las cosas terrenales el pueblo sería el legislador y la primera causa eficiente de la ley. La palabra nomen procede de nomos, o sea ley, porque precisamente los hombres dan la nomina ad placitum, o sea, a través de una convención libre y colectiva)
La aparición de la idea de soberanía disloca el concepto tradicional de poder, o, en otras palabras, lo arranca del cielo para traerlo a la tierra. Soberanía: constitución del poder como forma cristalizada de lo propio del hombre. La idea eclesiástica, vertebradora del orden sociopolítico medieval, une al poder con lo divino, lo ubica en una dimensión sagrada, y en el conflicto que opone el orden temporal con el orden espiritual, se trata siempre de determinar quién, Papa o Emperador, ha sido instituido por Dios. El concepto de soberanía supone el desplazamiento de Dios como centro del cual emana la legitimidad del poder.
Pregunta de la modernidad: ¿Cuál era la concepción que fundaba la legitimidad del poder por parte de las monarquías de derecho divino, en la que el monarca aparecía rodeado de un álito sacro? Se trata de la administración por el soberano de su propia soberanía política. Que el soberano, en el ejercicio de su poder, llegue a justificarlo en Dios, no significa que su soberanía esté legitimada por Dios. Lo que especifica la soberanía moderna es el concepto de legitimidad: En la soberanía, el soberano es-o no- legítimo; la cuestión, por eso, ya no es más saber si su poder ha sido instituido por Dios o no.
La variación del concepto de legitimidad implica un cambio completo: Es ahora el soberano quien se legitima a sí mismo: la institución emana literalmente de él y ya no depende de otro para alcanzar la legitimidad (pérdida de espacios de poder por parte de la Iglesia remarca aún más esta ideología).
Esta pérdida de poder traerá consecuencias para la Iglesia como institución.
La autonomía de los círculos económicos va unida a la fuerte atadura del individuo respecto de la comunidad. Se trata de un colectivismo que asigna irrevocablemente al individuo su lugar. El cristianismo es el recurso ideológico para la conservación de ese orden, En el Renacimiento ocurre justamente lo contrario. La extensión del comercio y del tráfico consolida la consistencia interior de las naciones y de tal modo da lugar al nacimiento del Estado centralista. La Iglesia es reemplazada por el Estado como principio organizador y centralizador.
El proceso de laicización (corriente que defiende la existencia de una sociedad independiente de confesiones religiosas encontró límites entre los sectores populares; en ellos lo religioso siguió ocupando un lugar importante, aunque ya no aparecía dependiendo de las decisiones institucionales de la iglesia si no que siguiendo derroteros (escritos) originales.
El paso de la Edad Media al Renacimiento no fue un proceso sencillo si no que toda la estructura social amenazaba con caerse en mil pedazos.
El poder teocrático era cuestionado y ya no era capaz de retornar a su antigua posición de privilegio. La crisis de la organización política medieval implicó la necesidad de construir una nueva modalidad de práctica estatal para encauzar las transformaciones de la sociedad. ( el nuevo discurso político no debe ser estudiado solamente desde la disputa entre I las altas esferas del poder hacia finales de la Edad media (Iglesia y el Imperio) sino también como respuesta de los sectores dominantes de la sociedad ante las inquietudes que se producían en el interior de la misma. Surgieron rebeliones que venían a cuestionar a los detentadores del poder, amenazaba a todos los poderes por igual, pero quizá encontraba a la Iglesia representante más visible de todos los males y pecados. Nos encontramos en una sociedad que busca su identidad).
Retoma el tema de la soberanía y de la emergencia del soberano como el regulador de las tensiones sociales (por el cual el conflicto de la sociedad puede encontrar una doble solución: consenso o coerción). En la Edad Media la representación aparecía como un problema casi sin solucionable ya que Dios era el apriori de toda forma histórica de poder, la legitimación dependía de quién era reconocido como representante de Dios en la tierra. Carl Schmitt dice al respecto: “La transición de la Edad Media al concepto del Estado Moderno puede verse en el hecho de que el concepto de plenitudo potestatis se convirtió en fundamento de una reformatio mayo, de una trasformación de toda la organización eclesiástica. El poder central soberano creó una organización nueva. Lo que se tomaba como plenitudo potestatis era la supresión de la representación medieval de la jerarquización absolutamente inmutable de los cargos. En la Edad Media, el poder era delegado a través de un orden jerárquicamente establecido que respondía en última instancia a los designios de Dios, pero ahora Dios ya no va a ser el a priori fundamentador del ejercicio del poder si no que la voluntad libre va a definir la prerrogativa de la soberanía.”
En el Estado moderno opera un proceso de unificación entre el principio sustentador del poder y su ejercicio que sólo es posible a través de un mecanismo de la soberanía. Es esta autonomización la que define el nuevo perfil que no necesita apoyarse en Dios para tener solidez. (El proceso de secularización y autonomización de lo político encuentra a Lutero como su principal promotor. Lutero plantea la separación entre el lenguaje religioso y el lenguaje político. Sostiene que en cuestiones relativas a la divinidad debemos hablar de modo muy diferente a las cuestiones políticas). Se produce una articulación entre el Estado con una teoría (la Soberanía). La política a través de este proceso gana autonomía, conquista sus leyes y sus prácticas. La política, desarraigada de la religión, es materia de estudio por si misma, como teoría general del Estado. Los hombres reflexionan a partir de este nuevo campo e intentan establecer ciertas pautas que garanticen el recto ordenamiento institucional.
José Luis Romero habla del advenimiento de una “política realista”, que encontró un teórico consumado en Maquiavelo, quien descubrió y expresó que las burguesías pensaban íntimamente, a veces disimulando su pensamiento. Fue unánime el sentimiento de que había caducado un cuadro jurídico, político y moral. La imagen del rey que gobernaba según los preceptos de las sagradas escrituras se desvaneció para dejar paso a la figura del príncipe eficaz en el manejo de los negocios.
El saber político va a vincularse inmediatamente con el poder, constituyendo su base de sustentación. Romero: “Con el espíritu burgués apareció la aspiración a la libertad individual. Fue al principio mera libertad física para que el mercader pudiera desplazarse de acuerdo a sus necesidades, libertad para poder disponer de los bienes. Esta situación va a desembocar en la aspiración a la libertad como condición propia del hombre.” Esa búsqueda de libertad necesitaba completarse con la seguridad que garantizaría la plena y libre expansión del hombre. En un mundo atravesado por múltiples conflictos, la seguridad se convierte en prioritaria y de las preocupaciones centrales del pensamiento político. Se trataba de superar la época de mercader-aventurero, de las rutas inseguras. El nuevo burgués comerciante quería una vida tranquila que le permitiera consolidar su actividad y expandirse.
La política será, para esta nueva mentalidad, una actividad profana, es decir, actividad humana independiente de tutela divina. Al constituirse como un saber específico y autónomo se convierte en un instrumento que hace posible la manipulación del poder, su ordenamiento adecuado. El discurso político quiere presentarse como enteramente racional. Se vuelve fundamental el vínculo entre el saber e instrumentalización. Este deseo instrumentalizador no deja de ser un deseo. La obra entera de Maquivelo esta recorrida por esto, siempre pensó la política como un instrumento históricamente apropiado para encauzar los asuntos del Estado, instrumento que exigía ser conocido a la perfección. No hay una separación entre la teoría y la práctica si no que la primera comienza a ser indispensable para llevar a cabo la segunda. La lógica instrumental, de lo útil para garantizar la gobernabilidad, pasa a reemplazar a la vieja determinación de la política relacionada con la ética. Varios autores coinciden en señalar a Marsilio de Padua como el iniciador hacia la concepción moderna (puso todo su esfuerzo para coronar de modo definitivo la separación entre los asuntos del orden terreno de aquellos pertenecientes al orden divino. Combate la idea de plenitudo potestatis) sin embargo su obra pertenece a la Edad Media, por lo tanto no debe pensarsarselo como el fundador de la ciencia política si no como aquel que abrirá el camino para la disolución de la concepción medieval. En la obra del paduano se puede hallar la génesis de la concepción moderna del Estado. La originalidad de Marsilio es que sostiene una idea “monista” de Estado que presupone su autonomía, esta idea representa para el Siglo XIV una revolución espiritual. Dice que la política hay que pensarla como autónoma, libre de tutelajes, esta apertura a un nuevo mundo hará posible la aparición del pensamiento político de Maquiavelo.
La comunidad política existe también como comunidad social, no puede separarse la autonomía de lo político de la autonomía de la sociedad civil. Si Marsilio se eleva a una concepción secular del poder político es porque a su vez elabora una representación igualmente profana de la sociedad civil. Esta sociedad civil es el resultado de la unión de los hombres para subvenir a sus necesidades y, como tal, es independiente respecto a una teología trascendente. Marsilio dice que la sociedad esta ordenada con vista a un fin, pero este fin de diferencia del de Tomas ya que es un fin profano: se trata de ordenar la ciudad con el objeto de vivir bien. “Los hombres se han unido, por consiguiente, para vivir de modo suficiente, procurarse las cosas necesarias e intercambiarlas naturalmente. Una congregación así constituida es llamada ciudad. Un hombre de un solo oficio no puede procurarse todas las cosas necesarias, por eso se necesita la unión de varios para que se genere intercambio.”
La sociedad se constituye no por algo en común (credo, raza, etc) sino que surge como una necesidad del hombre que necesita de otros hombres para lograr la “suficiencia”. Lo que une a los hombres es la producción de objetos útiles (intercambio), y a partir de determinadas necesidades básicas surge el Estado como instrumento normativo, como regulador de estas acciones.
Elementos constitutivos de toda teoría política: Estado (regulador social) y como resultado de esto, la política se constituye a su vez en instrumento para comprender dicho funcionamiento.
Para Marsilio la ley es la que permitirá la existencia armónica de la sociedad. Pero esta ley no es inherente al concepto de lo justo. Aquí emerge la ley civil, lo jurídico como regulador de las relaciones concretas. Ya no es la ley divina la que fija las condiciones de la existencia social.
Concepto explicativo de las limitaciones de la teoría política de Marsilio: soberanía. En el paduano el príncipe es dependiente de la ley. Marsilio logró liberar intelectualmente al príncipe, pero no precisó la cuestión de la soberanía, si no que necesitó buscar un fundamento seguro que explicara el orden del poder. En Maquiavelo la ley será el resultado de la voluntad del príncipe. Mientras que Marsilio pertenece en gran parte a la tradición Medieval, Maquiavelo pone firmemente el pie en la modernidad. Lo interesante del pensamiento de Marsilio es que reflexiona en tomo al poder como dimensión absoluta. Hay que diferenciar al tirano del príncipe, en el primero se dispensa la legitimidad, mientras que en el segundo se considera perfectamente legitimo. La modernidad de preocupó por remarcar estas diferencias. Hobbes señala que el “soberano de institución” se ha constituido contra la tiranía. Marsilio encontró la legitimidad en el soberano, aunque no llegó a concebirlo como autosuficiente.
Con Marsilio se abre un camino original que tiene su punto de partida en una tremenda provocación contra el ideal político cristiano. Con Maquiavelo nos encontramos definitivamente en la modernidad. El horizonte de la política es ahora la tierra habitada por los hombres. Dos polos de discurso político moderno: Maquiavelo: la teoría política profundiza en la legitimidad del poder soberano y en el derecho del príncipe a gobernar a sus súbditos. Rousseau y Marx: quien controla el poder y para qué. Es decir, por una lado la reflexión que tiene por objeto principal el ejercicio del poder y por el otro la indagación por los contenidos de la servidumbre.
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