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Semiología | Examen Final | Cátedra: Arnoux | 07/2007 | Altillo.com |
Página 12, Contratapa, Domingo, 01 de Julio de 2007
Obligaciones y derechos
Por José Pablo Feinmann
El surgimiento del Estado Moderno se estructura en base a estos dos conceptos:
hay derechos y hay obligaciones. Es el inglés Thomas Hobbes quien escribe el
libro que habrá de sistematizar estas cuestiones. Hobbes postula que el estado
natural de los hombres (estado de naturaleza) lleva a una situación intolerable
que es el de la “guerra de todos contra todos”. “En esa guerra (escribe) todos
los hombres tienen el mismo derecho a todas las cosas” (De cive, Del ciudadano,
Alianza, Madrid, 2000, p. 47). Esta disponibilidad en que las cosas se
encuentran lleva a los hombres a convertirse en lobos los unos para los otros.
De aquí la célebre sentencia que Hobbes toma de la cultura latina: Homo homini
lupus. Los hombres, por consiguiente, no pueden tener el mismo derecho para
todas las cosas. No hay que dejar de señalar que Hobbes (el gran teórico del
Estado burgués) describe, con su “estado de naturaleza”, algo semejante a un
“comunismo primitivo”. Todos tienen derecho a todo. Pero las cosas no pueden ser
propiedad de todos. No todos pueden tener derecho sobre todas las cosas. Es
notable que el comunismo del siglo XX haya resuelto los problemas de ese
enunciado “comunista” (todo es común a todos) al modo hobbesiano. O sea, creando
un Estado totalitario que asumía el control sobre todas las cosas. La solución
(tanto capitalista como comunista) fue: como todos los hombres no pueden tener
derecho sobre todas las cosas, éstas pertenecerán al Estado. Para Hobbes, la
imposibilidad de ese “comunismo naturalista” (expresión que me pertenece) radica
en la naturaleza humana. Cuando los hombres no son controlados y dirigidos por
una instancia superior a ellos se entregan a la festiva tarea de faenarse los
unos a los otros. Situación que Hobbes llama “guerra de todos contra todos” y
para la que tiene otro latinajo: bellum omnium contra omnes. Pero los hombres
toman conciencia de esta intolerable situación y quieren remediarla: “Mas ello
no pueden hacerlo como no sea mediante un pacto en virtud del cual renuncian
todos a tener derecho a todas las cosas” (Ibid., p. 46). Esta “renuncia” da
lugar a la aparición de una figura definitiva que Hobbes presenta tan temible
como un dios mitológico al que llama Leviatán. El Leviatán es el Estado moderno.
Los individuos le ceden sus derechos y el Estado los administra, al costo, claro
está, de dominar a los individuos. La cesión de mi libertad al Estado es la
condición de esa libertad, ya que cuando ésta se ejercía me llevaba a desear
cosas que también deseaban los otros y entonces nos despedazábamos como pequeñas
bestias humanas. Necesitamos una gran bestia, un Leviatán, al cual pertenezcan
las cosas o su administración (lo que, mucho después, Foucault llamará sociedad
disciplinaria) y en medio de esa disciplina todos viviremos en paz y, si alguien
se hace el loco y quiere una “cosa” que no le pertenece, el Leviatán descargará
sobre él la furia de la Ley. Este es el origen del contrato roussoniano: todos
cedemos algo (cedemos nuestras libertades primitivas, instintuales o, por qué
no, pulsionales) y establecemos un contrato social que el Estado administrará,
vigilará y castigará a quien no lo cumpla, por decirlo alla Foucault. Bien,
¿quién sino Nietzsche habría de enfurecerse con esto? Para él, el hombre que se
somete al Estado, pactando su libertad, es el hombre gregario, el hombre del
montón. El que antecede su mediocridad gregaria, burguesa, a sus pasiones: “Casi
todas las pasiones tienen una mala reputación a causa de quienes no son lo
bastante fuertes como para volcarlas en su propia ventaja” (Fragmento 772 de La
voluntad de poder). Pero Nietzsche predica en el desierto. El hombre de la
modernidad inventó al Estado porque le teme a su propia naturaleza y porque,
además, quiere que las cosas que son suyas no se las quite nadie y el Estado se
las proteja mediante una Ley que diga que las cosas son propiedad de quienes las
poseen y que ésa es la ley central de la sociedad.
¿A qué viene todo esto? Sé que ese periodismo letrinógeno (al que Kirchner –por
medio de una decisión que sólo puede calificarse como un monumento al Error– dio
vida eterna) apenas si leerá estas líneas. Pero tienen relevancia y vienen a
cuento de una frase que el Supremo de Buenos Aires dijo durante estos días. La
comenté con varios amigos y todos me dijeron lo que yo pensé no bien la leí:
“Alguien se la dijo”. Cierto: el Supremo tiene equipos (la frase lo revela),
gente que le piensa uno que otro concepto y éste pegó fuerte. Porque metió
miedo. Tanto que no faltó quien dijera (acaso exageradamente) “se viene el
macricidio”. La frase es ésa en que el Supremo establece que “los derechos
humanos” pertenecieron al siglo XX. Y que “las obligaciones” pertenecen a éste.
¿Por qué la frase mete miedo o lleva a pensar ineludible, insalvable,
fatalmente, que para proteger las excesivas o muchas cosas que tienen abundantes
personas de la Atenas feliz de estos días, se debilitarán los derechos que deben
protegernos? Los que poseen “muchas cosas” votan por el Estado fuerte,
leviatánico, para que se las proteja. Estas personas viven, gozosamente, en
medio de una contradicción: exaltan la libertad de mercado, la democracia
neoliberal pero, a su vez, reclaman un Estado represivo que las proteja de las
consecuencias de las desigualdades que tal sistema genera. El esquema sería:
economía de libre mercado en lo económico y macricidio en lo político. El
Supremo porteño interpretó el clamor. Deja de lado los derechos humanos y lleva
a primer plano las obligaciones.
¿Qué son los “derechos humanos”? Los macri-porteños asimilan esa frase a la
subversión. La policía también. Los derechos humanos sirven para defender a
subversivos y delincuentes o para mantener incómodamente vivo un pasado que
“todos”, en bien de la “convivencia nacional”, “queremos olvidar”. No: los
derechos humanos no son esencialmente para eso. Los derechos humanos son
aquellos que defienden a las personas de las prepotencias, de las injusticias,
de los atropellos del Leviatán, del Estado. Una vez que se han cedido los
derechos al Estado el ciudadano queda preso de él. El Estado –a lo largo de todo
el sangriento siglo XX– se ha excedido (¿no hablaba de “excesos” Videla?) en su
función controladora, en la represión. Surgieron, entonces, los derechos
humanos. El Estado posee al Ejército y a la policía. Los ciudadanos –para
defenderse de los excesos de esos dos estamentos estatales– han creado los
movimientos de “derechos humanos”. De aquí que sea absurdo que (por ignorancia o
por aberrante mala fe) se pida por los derechos humanos de los policías o de los
militares. Tanto la policía como el Ejército pertenecen al Estado: es el Estado
el que cuida sus derechos. Pero, ante la reiterada y mortal certeza de que el
Estado –utilizando sus dos preciosas herramientas: policía y soldados– avasalla
los derechos de los individuos, es que han surgido los “derechos humanos”. En
suma: los derechos humanos son los que defienden a los individuos de los excesos
del Leviatán. Y lo han hecho. Han defendido a las víctimas de los Ejércitos
genocidas de Occidente. Han defendido a las víctimas de los Estados totalitarios
socialistas. Que no fueron “socialistas”: fueron formas de capitalismo estatal.
Desde 1492 hasta la fecha, la humanidad no ha conocido otra cosa que el
capitalismo. En su forma “liberal democrática” o en su forma “comunista
estatal”. De este modo es que estamos llegando a una etapa cuasi apocalíptica,
dado que, como decía el marxista Karl Marx, “la sociedad moderna burguesa (...)
se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha
desencadenado con sus conjuros” (Manifiesto comunista) y, como decía el
nacionalsocialista Martin Heidegger, “no necesitamos de la bomba atómica (...).
Esto en lo que el hombre hoy vive ya no es la tierra” (Der Spiegel, N° 23,
1976).
De aquí que nos preocupe la frase del Supremo porteño y debamos advertir lo que
en ella late. Si los “derechos humanos” quedaron (en la ciudad de Buenos Aires
al menos) en el siglo XX, significa que los individuos no tienen defensa frente
al Estado. Y si, para peor o para colmo, se postula que la ética que regirá el
(siglo) XXI es la de las “obligaciones” todo cierra: tendremos “obligaciones”,
no tendremos “derechos”. Esto preocupa a los individuos que valoran –por sobre
todas las cosas– su libertad y quieren que la misma, que es la máxima expresión
de sus derechos (ya que uno tiene derechos si es libre; si no, no), sea
respetada. Pero en una sociedad que pide, ante todo, orden. Que pide eficacia,
hipergestión y seguridad, los “derechos” necesariamente se ven erosionados. ¿Por
qué las dictaduras siempre se inician demoliendo el aparato
jurídico-institucional? Porque no quieren trabas en su impetuoso accionar. Todo
debe hacerse rápido y la Justicia (que es la expresión del derecho) no debe
demorar la rapidez de las ejecuciones. Un gobierno que da primacía a las
obligaciones por sobre los derechos responde a un electorado que pide seguridad.
El Supremo porteño ha comprendido bien su tarea, esa que le han delegado. Debe
limpiar la ciudad. Buenos Aires tiene que estar linda. Cuando se anuncia la
merma de los derechos esa merma no es para todos. Los fuertes, los poderosos,
los ricos, jamás verán disminuidos sus derechos. No los necesitan. No necesitan
los “derechos humanos”. El Estado no habrá de agredirlos porque ellos –en última
y esencial instancia– son los verdaderos dueños del Estado. Son el establishment.
Los sectores medios altos también están tranquilos: están en orden, tienen lo
que quieren y quieren, sobre todo, que nadie se los quite o les impida el gozoso
uso de los mismos. Que nada agreda mi auto, mi country, mi negocio, mis salidas
al cine o al teatro. Que nada desagradable se presente ante mi vista cuando miro
mi ciudad. Los que verán carcomidos sus derechos y aumentadas sus obligaciones
son los de siempre. Son los de abajo. Habrá obligación para cartoneros,
mendigos, bolitas, perucas y chilotes de ir adonde les digan. Y no tendrán
ningún derecho para protestar. Ni tendrán derechos humanos que los protejan de
la ira del Estado Macricida, ojalá me equivoque. También los artistas y también
la cultura están en peligro. Porque el arte vive de la libertad, no de la
seguridad. Pero los artistas están acostumbrados a los grandes y a los pequeños
reyezuelos. Pronto el Supremo se revelará como lo que es: un reyezuelo pequeño,
pequeño. O no. Como sea, los escritores, los dramaturgos, los actores sabrán
resistir. Anda entre nosotros un gran creador. Es Francis Coppola. Cierta vez
dijo: “No se puede ser libre ni se puede ser un artista y vivir seguro”. De modo
que el Pequeño Rey –que es hijo del miedo, no de la libertad– está entre esas
expresiones sombrías de la Argentina a las que ya largamente nos hemos
acostumbrado. Una vez más, haremos frente.
1) Explique la oposición lengua- Habla
2) Defina el concepto de valor , ejemplifique
3) Explique competencia lingüística
4) Noción de géneros discursivos según Bajtin
5) Marque, clasifique dos deícticos de cada clase (persona tiempo espacio) y
analice los efectos q producen
6) Reconozca y analice los fenómenos de polifonía y transtextualidad
7) Analice la actitud de locución expresada por los tiempos
Practico es una fundamentación del texto basada sobre la frase : "Los derechos
humanos son los q defienden a los individuos de los excesos del Leviatan" 20
líneas explicando el articulo , q quiere decir Leviatan en todos sus aspectos.