Altillo.com > Exámenes > UBA - CBC > Semiología
Semiología | Examen Final | Cátedra: Arnoux | Sede: Moreno | Agosto 2009 | Altillo.com |
Parte practica:
Escribir un texto argumentativo basado del texto que se da, donde defina xenia,
dar dos argumentos comparativos, de ejemplos y contra argumentos.
Nota: la parte practica no se promedia con la parte teórica pero si esta mal
resta puntos.
Parte Teórica:
1. Explique brevemente que es un sistema desde la perspectiva Saussureana.
2. Busque en el texto dado do ejemplos de implícitos.
3. De tres razones por las que el texto que se adjunta es un texto
argumentativo.
4. Señale marcas de enunciación: tres modalidades, tres marcas de polifonía, y
póngalas en relación con el mundo narrado o el mundo comentado.
5. Caracterice el macro acto de habla o acto de habla global del texto que
adjunta y relaciónelo con la noción de auditorio de Perelman.
6. Identifique por lo menos dos pruebas de esta argumentación y relaciónelas con
el epílogo.
Texto
De regalos y corrupción
Como casi siempre, todo está en los romanos o en los griegos.
Lo de la ley, sobre todo en los romanos.
En el siglo III, un jurista llamado Domicio Ulpiano, que trabajaba para el
emperador Caracalla, nos transmitía los sentimientos de su jefe al respecto de
las xenias, o sea, de los regalos que los altos funcionarios del imperio
recibían y podían o no aceptar.
Su consejo era un monumento al sentido común: "Ni todo, ni siempre, ni de
todos".
Y lo explicaba un poco más: "un procónsul no puede privarse totalmente de
xenia... rehusar de todos es una falta de educación, pero aceptar siempre parece
de indecentes, despreciable aceptar de todos, y avaricioso aceptarlo todo".
Al final, de lo que se trata, según transmite Ulpiano, el espíritu de Caracalla,
es de no sobrepasar en la aceptación de regalos todo aquello que excede las
necesidades de la alimentación.
Traducido a nuestra época y a lo que nos preocupa sobre la actitud de nuestros
políticos, nos deberíamos quedar con una botella de vino y una lata de
espárragos como límites.
La cita de Ulpiano es, en cierto modo, consoladora, porque nos dice que nuestros
representantes democráticos no son los más corruptos de la historia.
El asunto viene de lejos, por lo menos de los romanos.
Una vez consolados, sabedores de que no siempre están claros para todos los
límites entre la aceptación educada de una pequeña Xenia que demuestra simpatía
y la de 300.000 euros que demuestran demasiada simpatía, habrá que concentrarse
en la búsqueda de unos mínimos códigos que den objetividad a la conducta
pública, para evitar bochornos innecesarios.
¿Sería ilícito que una alcaldesa aceptara un bolso de marca y, en cambio,
permisible que se dejara agasajar con una imitación comprada en los mercadillos
de la frontera de Paraguay con Brasil? Fijar la otra frontera exigiría, para que
la acción fuera eficiente, una tarea ingente de clasificación propia de
entomólogos. También cabe otra solución, que es la de marcar un tope de precio.
Lo malo de estos regalos, de estas xenias, es que aunque no sirven para obtener
contratos, sí suelen ser útiles para ablandar corazones. Son detalles simpáticos
que pueden ayudar a abrir otras puertas.
Y detalles simpáticos que allanan, no siempre en la dirección más recomendable,
las relaciones.
No sólo para facilitar la corrupción de políticos, sino también la de otro grupo
profesional sobre el que se asientan algunos pilares del sistema: periodistas,
que reciben en Navidad jamones, botellas de aceite, surtidos de turrón y, si se
dedican a informar de instituciones financieras, plumas de oro y juegos de
ajedrez de ébano y marfil. Y si de otras cosas, viajes al Caribe.
La salida es compleja.
Una declaración de los partidos, de los grupos parlamentarios y de los
directores de medios de comunicación bastaría para dejar las cosas en claro, y
eliminaría la necesidad de hacer una ley, farragosa de forma obligada y
ridículamente actualizable año tras año para adaptar los topes a la inflación.
Y volvemos a decir que la cosa es compleja (¡qué original!).
Pero, si lo piensa uno, no es tan compleja como parece a primera vista.
Porque la corrupción tiene dos caras, la del que la provoca y la del que la
acepta.
Un agente, que podría ser un empresario, ofrece a un político algo a cambio de
un favor; y un político acepta la oferta.
Al primero, al empresario, sólo se le puede disuadir de su ilícita acción
poniéndole ante la cara avisos legales y represivos; o sea, leyes duras contra
ese tipo de acciones y actuaciones policiales y judiciales contundentes.
Un empresario alemán o francés sabía hasta hace poco que se enfrentaría a
problemas serios si intentaba corromper a un político alemán o francés, pero
también que nadie le iba a perseguir en su país por practicar la corrupción en
África. Alguien tan poco sospechoso como Carlos Solchaga, ex ministro
socialista, expresó en España su actitud de comprensión para quien tuviera que
pagar en países foráneos tasas de corrupción para conseguir contratos.
Es decir, que la tarea de combatir la corrupción está en los que hacen las
leyes, en los que gobiernan y, de forma muy importante, en los partidos
políticos.
¿Sería muy dificultoso obtener de esas instituciones, de los partidos, una
declaración solemne por la que se garantizara que quien recibiera tentaciones de
pagar podía tener la seguridad de que ni un euro de lo que le sirviera para
satisfacer un soborno iría a parar a las arcas del partido?
Declararlo y demostrarlo muchas veces, tantas como se haya condenado a alguien
por corrupción. Pero, para que una solemne declaración como esa tuviera
credibilidad, haría falta que se cumplieran dos requisitos.
El primero, que las cuentas de los partidos fueran transparentes.
Porque no lo son, por mucho que lo aseguren los tesoreros de todos ellos, las
cuentas están repletas de remiendos y de trucos. Los presupuestos son falsos y
los déficits se suelen enmascarar con el dinero de los ayuntamientos y
comunidades.
El segundo, que los sueldos, todas las remuneraciones que perciben nuestros
políticos, afloren y sean considerados de interés público.
A muchos oradores parlamentarios se les hinchan los carrillos hablando de esos
asuntos, pero todavía no sabemos por qué es imposible conocer de veras cuánto
cobran cada mes aquéllos a los que elegimos que, desde el punto de vista del
trabajo, son nuestros empleados, de los contribuyentes. Cuánto cobran, qué
pluriempleos se permiten, qué dedicación tienen a su función y qué sueldos o
primas sacan de sus actividades "externas".
Eso, de rebote, tendría un efecto gratificante para los que, por ejemplo, no
reciben nada por participar en una tertulia y los que reciben un dineral por ser
socios de un bufete de abogados.
Maniobras tan sencillas, tan poco complejas, bastarían para conseguir que
nuestro país dejara de subir puestos en el ranking de la corrupción universal.
Mientras intentamos que se discuta sobre todo eso, que es de veras muy poquito y
muy fácil, nos seguiremos dedicando a lo que es realmente complejo, que es saber
cómo mantenernos en el límite de las xenias, aplicar el sentido común que nos
recuerda Ulpiano: "ni todo, ni siempre, ni de todos".
Para ir tirando.