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Semiología | 1° Parcial | Cátedra. Arnoux | Sede: Ciudad Universitaria | 2º Cuat de 2013 | Altillo.com |
1) Defina signo lingüístico, según la teoría de Ferdinand de Saussure y
exponga sus principios. ¿Que significa para el lingüista suizo que la
arbitrariedad puede ser relativa o absoluta? Ejemplifique.
2) Defina los conceptos de oración y enunciado, de acuerdo con Mijail Bajtin.
Luego, desarrolle tres diferencias entre ambos.
3) Lea la “utopía reaccionaria” de Claudio Scaletta y escriba un texto que
responda las preguntas del recuadro. Justifique su análisis a partir del
análisis de deiticos de persona, apelativos, modalidades de enunciado y
subjetivemas (no olvide previamente definir previamente esos conceptos).
¿Cual es el problema que aborda que se aborda? ¿Cual es la respuesta del
enunciador al problema? ¿Como se construye el enunciador? (analice para ello las
modalidades del mensaje) ¿a quien responde? ¿Como nombra a su oponente? analice
especialmente las modalidades del tercero y del último párrafo).
4) Defina brevemente los conceptos de mundo comentado y mundo narrado. Analice
su empleo en el texto.
Utopía reaccionaria
Claudio Scaletta
El pensamiento ecológico fue una reacción de las sociedades capitalistas
avanzadas frente al evidente deterioro del medio ambiente provocado por la
sociedad industrial. Fue una toma de conciencia de la especie humana sobre la
potencia transformadora del entorno que el modo de producción dominante en el
planeta había adquirido. En particular, de su dimensión destructiva. Así
surgieron conceptos nuevos y necesarios como el de sustentabilidad ambiental,
expresión que, en adelante, sería inseparable de la idea de desarrollo. Luego,
algunas vertientes de este pensamiento ecológico evaluaron que si el agente de
destrucción del medioambiente era el modo de producción capitalista, el enemigo
a combatir era el capitalismo y, en particular, su producto más evidente: la
sociedad industrial.
Una derivación fueron las corrientes ecologistas llamadas “malthusianas”, cuya
visión más extremista se plasmó en las “teorías del decrecimiento”. Como los
recursos naturales son limitados frente a una población que no deja de crecer,
lo más conveniente es frenar el desarrollo. El auge actual de este
neomalthusianismo en las sociedades europeas, autocondenadas al estancamiento
económico por las decisiones cortoplacistas de sus elites, no parece casual. El
freno de la economía nunca es socialmente neutral. Siempre afecta especialmente
a los trabajadores, que pierden poder de negociación frente al capital y, con
ello, salario y derechos. Suele además ser concomitante a la aceleración de
procesos inherentes al desarrollo capitalista, como la concentración y
centralización del capital.
A pesar de que no faltan biempensantes que creen que la ecología es inmanente a
la cosmovisión de los pueblos originarios, que jamás desarrollaron sociedades
industriales, se trata en realidad de un conjunto de ideas originadas en los
países centrales frente a sus particularidades sociohistóricas. En sociedades
que se encuentran en la vanguardia del desarrollo industrial, con alta densidad
poblacional y en el límite del uso de sus recursos naturales, la reacción
ecologista aparece como un anticuerpo necesario. Pero el traslado lineal de este
pensamiento a sociedades con realidades diametralmente diferentes puede
constituir un verdadero despropósito. Argentina, un país rico en recursos
naturales sin explotar y con su revolución industrial inconclusa, no necesita
frenar su desarrollo para evitar la devastación de su medio ambiente, sino todo
lo contrario, necesita hacer todo lo posible para impulsar ese desarrollo.
Aquí, el ecologismo funciona como una utopía reaccionaria funcional al
imperialismo.No existe peor enemigo de la ecología que la pobreza. Todas las
catástrofes ecológicas y humanitarias de la historia reciente se produjeron en
países muy pobres. Al respecto, resultan particularmente ilustrativos los casos
de Haití y Ruanda descriptos por el geógrafo estadounidense Jared Diamond en su
libro Colapso.
Las definiciones centrales para los economistas preocupados por el desarrollo
pasan por la realidad de la economía local. Aquí, la principal acechanza es la
escasez de divisas. Uno de los principales aportes que conducen hacia esta
restricción es la importación de combustibles. La búsqueda del
autoabastecimiento, que en caso de lograrse llevará muchísimos años e
inversiones multimillonarias, supone explotar los inmensos recursos no
convencionales disponibles. Frente a esta necesidad imperiosa del desarrollo
creció una contracorriente ecologista, azuzada por la derecha mediática desde
que el capital de YPF es mayoritariamente estatal, según la cual la tecnología
para explotar estos recursos sería especialmente dañina.
Cuando se indaga por las fuentes de estos argumentos, se encuentra elementos
tales como la película Gasland o una sumatoria de informes de dudoso origen
viralizados en blogs “del palo”. En contrapartida, no existen informes
académicos que indiquen que la fractura hidráulica, que ya era utilizada en los
procesos de recuperación mejorada de hidrocarburos, sea una técnica
ecológicamente fuera del estándar de la industria, lo que significa que no es
inocua y que necesita de la presencia del Estado para garantizar el cuidado
ambiental, pero que no es una fija de envenenamiento del medioambiente según
pregonan las sectas ecologistas.
Llegado este punto es indispensable distinguir ecología de sectas ecologistas.
El problema, obviamente, no es la ecología, sino el pensamiento sectario. Los
integrantes de las sectas suelen irritarse con facilidad frente a los
pensamientos que no responden a sus singulares interpretaciones del mundo, un
buen punto para detectarlos. La respuesta inmediata suele ser la estigmatización
del disidente, al que rápidamente se encuadra en el espacio de “todo lo otro que
yo no soy”, que por supuesto es “el mal”, desde el fascismo a la escritura
mercenaria y el asesinato de niños. Los matices no son admisibles.
Sin embargo, los economistas preocupados por el desarrollo no deberían dejarse
encandilar por espejismos de supuesta corrección política, sino poner en el menú
lo que verdaderamente está en juego. La pregunta es qué pasaría con el
crecimiento de la economía y su futuro, y en consecuencia con el nivel de empleo
y el bienestar de las mayorías, frente a un escenario de aumento constante de la
importación de combustible y restricción externa. Luego debe compararse esta
respuesta con el presumido riesgo ambiental de la extracción de hidrocarburos no
convencionales