(Continuación del texto)
Trabajo siete horas por día, duermo otras siete y una aplicación me dice que en
promedio uso el teléfono cinco horas diarias. También que lo desbloqueo unas 150
veces por día: eso quiere decir que no puedo pasar siete minutos despierto sin
volver a él. Lo primero que hago cuando suena la alarma por la mañana, antes de
ir al baño, lavarme los dientes y la cara, es mirar si me llegó un mail
importante, cuántos likes tuvo la última foto que subí a Instagram o si se
viralizó alguno de los tuits que publiqué el día anterior.
Uso WhatsApp para hablar con mis jefes, con mi novia, con mis amigos. Juego en
el smartphone, uso una app que me dice cuántos kilómetros corrí y cuántas
calorías quemé, otra me informa cómo llegar a direcciones que desconozco, otra
cómo estará el clima —he llegado a mirarla antes de abrir las cortinas de mi
cuarto— y otra hace todas mis transferencias bancarias. El iPhone es la
extensión perfecta de mi mano derecha.
Como periodista que escribe de tecnología estoy todo el tiempo visitando
páginas, chequeando redes sociales, buscando historias que sean relevantes y que
pueda investigar. Así me topé con Moment, hace tres semanas, y decidí bajarla.
Si bien la app era vieja —nació hace un par de años, una eternidad en el rubro—,
nunca me había interesado la idea: una aplicación que te avisa si usas demasiado
el celular. Pero esta vez quise hacer la prueba. En el último tiempo, varias
personas me habían dicho que parecía un adicto, que miraba el celular cuando me
estaban contando algo o que no parecía prestar atención ni siquiera en las
reuniones de trabajo.
[...]
Me puse a buscar noticias sobre adicción al smartphone —mientras la app me
enviaba mensajes de alerta para que dejara de usarlo—, y me topé con una noticia
que, si bien ya tenía varios meses, terminó por preocuparme: una de las personas
más importantes en la historia de Facebook había hablado en contra de la red
social, admitiendo cómo jugaron con la “psicología humana”. Sean Parker, el
hombre que hirió de muerte a las discográficas cuando creó Napster y que más
tarde se convirtió en el polémico primer presidente de Facebook —retratado por
Justin Timberlake en la película Red Social—, decía estar muy preocupado por
cómo las redes sociales están afectando la cabeza de las personas que las
usamos.
En una entrevista al medio estadounidense Axios, Parker reconoció lo que
pensaban a la hora de crear Facebook: “¿Cómo podemos consumir la mayor parte de
tu tiempo consciente? Teníamos que darte un poquito de dopamina a cada rato.
Porque alguien te había dado me gusta o porque había comentado tu foto. Y eso
contribuye a la creación de más contenido para, de nuevo, crear más comentarios
y más me gusta”.
Me pareció tan burdo que sentí que había entendido mal. ¿Estaba diciendo que nos
hicieron adictos de forma consciente? Sí, lo estaba haciendo: “Es la clase de
cosas que se le ocurriría a un hacker como yo, porque estás explotando las
vulnerabilidades de la psiquis humana. Los creadores de redes sociales como yo,
Mark [Zuckerberg] o Kevin Systrom [Instagram] entendimos muy bien que esto iba a
suceder y aún así lo hicimos”.
Algo angustiado, recurrí a Google y empecé a investigar más sobre el tema.
Parker no era el único ex Facebook que había salido a hacer su mea culpa.
Chamath Palihapitiya, que estuvo en la empresa hasta 2011 y fue vicepresidente
de crecimiento de usuarios, también tenía remordimientos. En un foro de la
Escuela de Negocios de Stanford dijo: “Los ciclos de retroalimentación a corto
plazo impulsados por la dopamina que hemos creado están destruyendo el
funcionamiento de la sociedad”.
Todos hablaban de dopamina y yo necesitaba averiguar no sólo qué era, sino
además qué generaba cada like en una recóndita zona de mi cerebro. Por eso
contacté a la bioquímica Katia Gysling, profesora de la Universidad Católica y
reconocida investigadora del sistema dopaminérgico, quien me lo explicó de
manera simple: “Es un neurotransmisor que determina nuestra motivación para
acceder a la comida, a la interacción social, incluso al apareamiento. Es
esencial para poder motivarnos. Las drogas adictivas y los estímulos generados
por factores como obtener recompensas económicas o sociales producen una gran
liberación de dopamina”.
“¿Es cierto lo que dice Parker?”, le pregunté a la bioquímica. La respuesta fue
un golpe a la mandíbula: hay individuos, me dijo, a los que sí les puede generar
una gran liberación de dopamina cada like.
No le quise preguntar si yo era uno de esos individuos.