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Sociedad y Estado |
Resumen sobre Svampa |
Cat: Mesyngier |
Sede: Drago | Prof: Cecilia Pitelli | 2º Cuat. de 2013 |
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La transformación y territorialización de los sectores populares
La desindustrialización, la informalización y el deterioro de las condiciones
laborales aumentaron la distancia entre el mundo del trabajo formal y el mundo
popular urbano.
La doble configuración de “lo popular”
Según la teoría clásica, las clases obreras son el sector social en posición
desventajosa en la estructura productiva ya que están obligados a vender su
fuerza de trabajo. A esta noción estrictamente económica, se le suman la
cultural (modelos de socialización y estilos de vida) y la política, que incluye
las formas de organización y la acción colectiva. Los sectores subalternos
constituyen un conglomerado amplio y heterogéneo.
Asimismo, la condición dependiente de las sociedades periféricas en relación con
los países centrales complejiza el carácter de este sector. Las luchas suelen
ser multidimensionales. Esto es, no están determinadas únicamente por el
conflicto de clase sino también por la integración nacional y contra la
dominación extranjera.
Estas quejas encontraron su expresión política en el populismo, fenómeno
estructurado institucionalmente en torno a un líder carismático y un proyecto
nacional basado en una coalición de las clases sociales.
La heterogeneidad no fue muy tenida en cuenta en el modelo de acumulación
sustitutivo, puesto que en un contexto de pleno empleo se consideró al país
cerca de la sociedad asalariada.
Sin embargo, el proceso de desmantelamiento del modelo nacional-popular
significó la entrada a la precariedad. La política de flexibilización laboral
apuntó a la reformulación de las fronteras del trabajo asalariado, afectando la
capacidad de representación y de reclutamiento del movimiento sindical.
Asimismo, se agravó por el comportamiento de los grandes sindicatos que apoyaron
el modelo neoliberal a cambio de la negociación de ciertos espacios de poder. En
consecuencia, se desvincularon amplios contingentes de trabajadores y se puso en
marcha un modelo caracterizado por la precarización, la inestabilidad laboral y
una alta tasa de desocupación.
Peronismo, integración y sectores populares
Lo popular en Argentina se definió en oposición a otros grupos sociales y el
encargado de su configuración fue el peronismo, mediante la integración
socio-económica y simbólica, visible en la extensión y reconocimiento de los
derechos sociales. Esto conllevó la legitimación de la acción sindical al igual
que la valorización del mundo del trabajo. Hay que agregar la idea del progreso
del país a uno industrial.
En el peronismo, el trabajador también era un descamisado, término utilizado con
mucho orgullo. No obstante, la conciencia clasista se obtuvo más en la plaza que
en la fábrica, lo cual implica que el trabajo no desempeñó un rol determinante.
En consecuencia, la noción de pueblo adoptó un registro político, por la
articulación entre los sectores sindicales y los urbanos.
Por un lado, la definición por oposición condujo a una polarización política
entre peronismo y antiperonismo, desembocando en una fuerte esencialización de
las identidades sociales. Se trata de una identidad laxa, definida a la vez por
lo político (la identificación con el peronismo) y por el consumo, la
vinculación con el estilo de vida de las clases medias. Esto hizo improbable la
primacía de la conciencia clasista sobre las otras dimensiones.
La lógica igualitaria encontró eco en las clases trabajadoras integradas, las
cuales tendieron a autoposicionarse dentro del colectivo heterogéneo de los
sectores medios. Asimismo, la inmigración extranjera y la usencia de verdaderas
familias obreras, no permitieron su verdadera consolidación. Además, una
importante movilidad geográfica y social impidió el nacimiento de una verdadera
comunidad popular, la constitución de un grupo social cerrado y altamente
combativo.
Por último, presentaba dos vías heterogéneas pero complementarias de integración
social: una apoyada en la figura del trabajador, al tomar a los sectores obreros
como fuerza social nacional y la consolidación de valores; y la otra apuntaba a
la figura del pobre, desposeído, por medio de las políticas compensatorias. Esto
ponía en ejercicio activo los derechos del trabajador y el seguro social, como
el mantenimiento de principios asistencialistas y clientelares. Sin embargo, la
segunda era una extensión del pueblo trabajador dado que allí donde el Estado no
llegaba, la beneficencia emergía para colmar los vacíos sociales. Pero mientras
el Estado sea el mecanismo impersonal de redistribución, la beneficencia tenía
un carácter personalizado y discrecional. La posterior crisis de las bases
industriales potenciaron los elementos asistencialistas.
El peronismo permitió desactivar la verticalidad del vínculo social. Sin
embargo, durante los 90, el mismo dejó de ser el principio de articulación entre
una identidad obrera, un sentimiento nacional y una conciencia popular. Cada uno
fue debilitándose y desasociándose: la identidad obrera entró en crisis con la
transformación del mercado laboral, la precarización y la inestabilidad. El
sentimiento nacional se diluyó en tanto las demandas no encontraron correlato en
un programa de políticas públicas. La conciencia popular se desdibujó con la
heterogeneidad social, la desigualdad y la reducción de las divisiones
ideológicas. En fin, el peronismo fue perdiendo la capacidad de articular las
diversas dimensiones de la experiencia social y política. De esta manera, dejó
gradualmente de ser un mecanismo activo de comprensión de los social para
reducirse a un dispositivo de control y dominación política de los sectores
populares.
Descolectivización y transformaciones de la subjetividad popular
Desde un punto de vista objetivo, la descolectivización arrancó con la última
dictadura militar por trabajadores excluidos del mercado formal que se
desplazaron a actividades propias del sector informal, por cuenta propia o en
relación de dependencia. Este proceso de pauperización se ilustra mediante las
tomas ilegales de tierras, expresando la emergencia de una nueva configuración
social. Una de las principales consecuencias es que el barrio surge como el
espacio natural de acción y organización y e el lugar de interacción entre
diferentes actores sociales reunidos.
Con el gobierno de Menem le siguió una segunda ola desindustrializadora, basada
en la privatización, descentralización de la administración pública y control de
la mano de obra a través de la flexibilización laboral. Esta vez afectó a los
trabajadores del cordón industrial como a los empleados del Estado. Los
individuos, entonces, tendieron a buscar refugio en las actividades informales y
precarias, acentuando la inestabilidad de las trayectorias laborales. En parte,
la dinámica descolectivizadora fue contenida por el aumento del empleo público y
la distribución discrecional de recursos provenientes de los ATN. Hubieron
intensos procesos de movilización colectiva, donde la mayor expresión fue el
santiagueñazo, que promovió la intervención activa del Estado para la
distribución de recursos y creación de empleos públicos.
Por último, en 1995, hubo una tercera ola que terminó por acelerar el proceso de
expulsión de mercado de trabajo y el aumento de la inestabilidad laboral al
igual que la emergencia de nuevas formas de resistencia colectiva, dando origen
a un conglomerado de organizaciones de desocupados.
Asimismo, el conjunto de transformaciones muestra el aumento de la
productividad, producto de la modernización tecnológica y la reducción de los
costos de mano de obra, a través del deterioro de las condiciones de trabajo.
Así, los nuevos empleos se caracterizan por la precariedad, por su escasa
cobertura social y desprotección frente al despido.
En términos de subjetividad política, la subordinación de los sindicatos a las
orientaciones del gobierno justicialista generaron desorientación en los
individuos; incluso muchos resultaron abandonados por sus sindicatos a la hora
de enfrentar el desmantelamiento.
Por otro lado, la desinstitucionalización produjo una fuerte crisis de las
identidades políticas, sumadas las consecuencias que tuvo la expansión de las
industrias culturales como portadoras de nuevos modelos de subjetivación
anclados en la identificación con nuevas pautas de consumo.
La experiencia de los jóvenes pone de manifiesto la desaparición de los marcos
sociales y culturales que definían al mundo de los trabajadores urbanos y la
emergencia de nuevos procesos, marcados por la desregulación, la inestabilidad y
la ausencia de expectativas de vida, así como por la difusión de la nuevas
subculturas juveniles, producto de la globalización y la influencia de los
medios. Las identidades remiten a nuevos registros centrados en el primado del
individuo, en la cultura del yo y en los consumos culturales. El resultado son
las identidades culturales más volátiles y débiles, menos definidas por la
pertenencia si bien marcadas por una matriz conflictiva.
Las nuevas relaciones laborales: juventud y límite de la inserción
Los jóvenes son el sector más vulnerable de la población pues sufren tanto de
desinstitucionalización (crisis de escuela y familia) como de la
desestructuración del mercado de trabajo. Asimismo, a la falta de calificación
laboral se le suma la ausencia de oportunidades educativas, reflejando una
integración más lejana y teniendo como resultado altos niveles de deserción
escolar.
Este nuevo mundo laboral solo ofrece vulnerabilidad. Por ello, la juventud
presenta escasa resistencia y falta de organización político-sindical y son el
target ideal para la flexibilización y la precariedad laboral.
Consecuentemente, la noción de derechos sociales se desdibujó al igual que se
produjo una fragmentación salarial y una gran cantidad de desempleados, obrando
como disciplinador. Por último, la inestabilidad laboral ya abarca a dos
generaciones y no constituye una novedad para los jóvenes, quienes naturalizan
la situación de inestabilidad.
En fin, la época es una de debilitamiento del peronismo coexistiendo una
afirmación de una cultura de masas comandadas por un mercado globalizado. El
escenario es de incertidumbre e inestabilidad, ambas naturalizadas, que impulsa
a los jóvenes de los sectores populares a desenvolverse como verdaderos
cazadores en una ciudad caracterizada por la multiplicación de fronteras
sociales, en la cual el individuo debe procurarse recursos para sobrevivir, sin
posibilidad de planificación reflexiva de la vida.
Los efectos de la nueva política empresarial se ven a través de las fábricas
automotrices y los supermercados. Ambos dificultan la emergencia de una
subjetividad popular anclada en la identificación con el mundo del trabajo.
El sector automotor, rama de la metalúrgica, se constituyó como el eje central
del peronismo. Pero, frente a las nuevas condiciones, los jóvenes suelen
definirse a distancia de los tres ejes de la identidad del trabajador
tradicional: distancia política (peronista) y sindical (desprestigiado) al
tiempo que se distancia del trabajo mismo, con el cual mantienen una relación
instrumental. Así, la fábrica deja de ser el lugar en el cual se inscriben las
expectativas de vida y se desvaloriza el espacio laboral como fuente de dignidad
y orgullo.
Según un estudio de caso sobre una fábrica, la masa despolitizada, apática y
difusa tampoco se identifica con el colectivo “trabajadores”. Por ello, el
sindicato busca proyectar un modelo identitario definido por la adhesión al
peronismo, el orgullo de ser metalúrgico y la apelación al legado sindical. Así,
las estrategias de persuasión y discursos pedagógicos giraron en torno a los
derechos del trabajador. No obstante, el desajuste entre el discurso normativo y
la realidad laboral es tan grande que no se lo puede seguir.
Por otro lado, el neoliberalismo parece haber borrado los resultados de esa edad
de oro peronista. Los jóvenes tienden a reorganizar su subjetividad en función
de otros ejes, obteniendo una mayor sensación de realización personal, por
ejemplo, la identificación con un tipo musical. Asimismo, desarrollan una
solidaridad expresiva, que demuestra la importancia de los lazos afectivos. En
suma, la acción expresiva de los jóvenes señala un abismo entre dos universos
sociales y culturales, manifestando la profundidad del cambio vivido, pues
desaparecieron los marcos sociales y culturales que definían al mundo de los
trabajadores urbanos.
La figura más acabada del nuevo modelo laboral es ejemplificada por los
supermercados, donde la individualización llegó a su máximo. Esto trajo
aparejada la caída del pequeño comercio y una creciente concentración del
mercado. El mismo es más flexible y poco organizado, facilitando la
implementación del nuevo modelo. Asimismo, coloca en el centro del dispositivo
de control al consumidor, quien permite ampliar la dominación social del capital
sobre el trabajo. Se le agrega también la tradición pragmática y empresarial del
sindicato para explicar la dificultad de la emergencia de una identidad
colectiva al igual que las escasas posibilidades de una subjetivación positiva.
En definitiva, el trabajo es más precario e inestable, dejando de ser el
principio organizador en la vida de las personas. Una de las consecuencias es
que los modelos de subjetividad se construyen a distancia del mundo del trabajo
y se centran en dimensiones más expresivas del sujeto. El trabajo sigue siendo
un factor de integración social pero se relativiza su importancia como principio
de individualización y espacio de construcción de un colectivo social.
Cultura popular y estigmatización de la juventud: el horizonte de la exclusión
Esto es más importante si se tiene en cuenta que los jóvenes han sido
socializados en un medio urbano ya que sus demandas de consumo se asemejaran a
las de los que tienen mayores oportunidades de vida. Sin embargo, pese a esta
homogeneización producto de la difusión transversal de los consumos, los modos
de apropiación son diferentes y dependen del grupo de pertenencia.
Sin duda, la oposición a la policía es una experiencia común de persecución y
rechazo. Tiene su origen en la última dictadura pero encuentra continuidad en
las fuerzas policiales. Su rechazo posibilita una identificación de base entre
los jóvenes, más allá de la diversidad de los orígenes sociales o de los
círculos de pertenencia.
La represión y el ensañamiento para con los jóvenes se cristalizó en un ethos
antirrepresivo, cuyo paradigma es el rock barrial y la cumbia villera. Los
tópicos de la última se refieren a la muer, denigrada como efecto del
trastocamiento de lo masculino, identidad anclada al trabajo, y a la policía.
Entre los dos polos establecidos por los adaptados al nuevo modelo de relaciones
laborales y la población sobrante, se define el límite de la inserción y el
horizonte de la exclusión, configuradas en la naturalización de la situación
alterna, el rechazo a los políticos y la precariedad duradera.
La mutación organizacional: hacia el mundo comunitario de los pobres urbanos
Durante este periodo, no existieron centros de formación o reconversión laboral
al tiempo que se notó la ausencia de políticas estatales. Asimismo, los grandes
sindicatos no se opusieron a las reformas sino que negociaron con el gobierno su
supervivencia material y política.
En primer lugar, el Partido Justicialista se caracterizó por desarrollar y
sostener una multiplicidad de organizaciones heterogéneas dentro del mundo
popular. En segundo lugar, el proceso de tomas de tierras originó también un
conjunto de organizaciones territoriales, cuyas demandas estarán orientadas
hacia el Estado.
A partir del año en que Antonio Cafiero asumió se multiplicaron las formas de
intervención políticas en el mundo popular, que se expandieron con Menem. La
asistencia alimenticia fue seguida por una política más sistemática de ayuda
social, incluyendo la salud y la infancia. La política en los barrios tendió a
recluirse en su dimensión más asistencial, despojándose de sus lazos tanto con
la militancia como con lo sindical.
El nuevo modelo de gestión se basa en tres presupuestos centrales: la división
del trabajo político por medio de la profesionalización de las funciones, la
política de descentralización administrativa y la focalización de la ayuda
social. Así, el pasaje de la fábrica al barrio se articuló entre la
descentralización administrativa, políticas sociales focalizadas y
organizaciones comunitarias, lo que reorientó las organizaciones locales,
fuertemente dependientes del Estado. En rigor, muy pocas organizaciones contaban
con los instrumentos necesarios para insertarse dentro del nuevo campo
político-social.
La nueva figura de mediador era el militante social. La nueva división de
trabajo terminó por ampliar y reproducir los efectos desmovilizadores. Así
mientras que el trabajo específicamente político quedaba en manos de los
“profesionales”, la acción del nuevo “militante social”, de carácter
asistencial, quedaba encapsulada en el territorio.
Sin embargo, desde arriba, la política de focalización fue acompañada por una
recentralización de la ayuda social.
Con Duhalde como gobernador del Conurbano, se decretó una ley que estipulaba que
el 10% de la recaudación del impuesto a las ganancias fuera destinado al fondo
de financiamiento de programas sociales en dicho territorio. Estos fondos,
controlados por un ente autónomo, dependiente directamente del gobernador, se
destinaron a la realización de obras públicas. Así, el FRHCB se convirtió en el
productor de intervenciones estatales.
En efecto, permitió a Duhalde afianzar su liderazgo a partir del
disciplinamiento y la reorganización de las relaciones políticas.
El Partido Justicialista, por intermedio de las nuevas estructuras de gestión y
de los viejos estilos centralizados, comandó la reorientación organizacional del
mundo popular. Así, el mundo se caracterizó más por un conjunto de redes y
organizaciones territoriales, con formas de clientelismo afectivo. Éste,
entendido como un tipo de relación que expresa la convergencia aleatoria entre
la dimensión utilitaria de la política y la dimensión afectiva, manifestada en
la identificación con los lideres. Se convirtió en un vinculo político desde
abajo en el periodo populista. Éste triunfó donde el peronismo fue debilitándose
a partir del abandono de políticas públicas integradoras.
En resumen, estas redes territoriales se densificaron y orientaron a la gestión
de necesidades básicas, configurando un nuevo proletariado, multiforme y
heterogéneo, caracterizado por la autoorganización comunitaria.
Mundo peronista, brechas culturales y nuevas militancias
La transformación del peronismo se encuentra en tres grandes inflexiones: en la
etapa inicial de Menem, asociada al debilitamiento socio-cultural; en 1996/97,
vinculada a la autoorganización de lo social; y a partir del 2002, producto de
la masificación de los planes sociales.
La primera presenta dos aspectos interrelacionados: el debilitamiento en
términos identitarios y la difusión de culturas alternativas, que conducirá a la
multiplicación de los grupos de pertenencia. La primera brecha se manifiesta en
la dificultad de transmisión del peronismo en el marco familiar. Más allá de
reorganización alrededor del consumo, el desapego creciente de los jóvenes hacia
lo político se relaciona con que el peronismo dejó de ser el núcleo de una
vivencia social, coincidiendo también con el fuerte avance de la industria
cultural.
Por otro lado, la segunda brecha, también de orden socio-cultural, fue
introducida por las religiones alternativas. Desde sus orígenes, el peronismo
estuvo asociado a los valores de la cultura católica, más allá de los
enfrentamientos. En primer lugar, la represión desarrollada por los gobiernos
hacia los sacerdotes fue seguida de una embestida institucional, realizada por
el Vaticano. La Teología de la Liberación, caracterizada por su opción por los
pobres, fue perseguida y sus principales teólogos disciplinados, coincidiendo
con la llegada de Menem al poder.
Lo notorio fue el crecimiento de las religiones pentecostales y evangelistas
dentro de los sectores populares, lo que quebró la ilusión del monopolio de lo
popular por parte del peronismo, asociado al catolicismo. En resumen, las nuevas
religiones fueron constituyendo otros focos de pregnancia significativa.
Si las religiones-movimiento aparecían como portadoras de la posibilidad de
recomponer el lazo social como comunitario, frente al avance de una dinámica
privatizadora, también ilustraban una determinada visión de lo comunitario que
implicaba la resignificación desde la esfera privada.
La segunda inflexión se inserta en el registro organizacional-político. Aparece
ejemplificada por el surgimiento y expansión de las organizaciones piqueteras en
confrontación con el Partido Justicialista. Las mismas tuvieron como punto de
partida la resignificación política de la militancia socio-territorial
existente.
El trabajo territorial fue adquiriendo una autonomía relativa respecto del
sindicato y la militancia política tradicional. El discurso oficial apuntó a
proyectar que el nuevo militante social ofrecía un perfil más profesional, menos
contaminado por el mundo de la política. Así, se dio el predominio de las
mujeres. La figura del militante social tenia la ventaja de ser una
despolitizada y menos problemático, en un contexto de transformaciones del
peronismo desde arriba y de creciente empobrecimiento desde abajo.
A mediados de la década del 90, se genera un nuevo ethos militante,
protagonizado por las organizaciones de desocupados. En el origen, cobra
relevancia el carácter abusivamente clientelar y manipulador, así como la
escasez de recursos, en un contexto de descolectvización y pauperización masiva.
En ese escenario, se muestra la convivencia entre un sistema clientelar
múltiple, impulsante de las conductas oportunistas y un discurso anticlientelar
que se difundía en el ámbito barrial y que apuntaba al Partido Justicialista.
Finalmente, la redefinición vendría de la mano de los militantes de izquierda,
quienes encabezaron las primeras marchas junto con las mujeres. Erigieron un
escenario de confrontación a la vez que uno de reconocimiento y negociación, con
los punteros barriales del Partido Justicialista y las nuevas estructuras de
gestión del Estado. Las organizaciones reconocen como fuente originaria el
trabajo territorial sobre un modelo de representación, sintetizado en la figura
del delegado de base o dirigente comunitario.
En un doble registro, la acción barrial, ligada a las necesidades básicas, se
irá dotando de significación política. Continuidad: porque la militancia social
va a consumir buena parte de la energía de las agrupaciones. Ruptura: la
politización del modelo de intervención territorial hará surgir la emergencia de
un nuevo ethos militante, cuyas marcas serán la acción directa, la
autoorganización y la dinámica asamblearia.
En consecuencia, el peronismo se desdibuja aceleradamente al tiempo que
diferentes organizaciones territoriales vehiculizan fuertes apelaciones a la
dignidad y la lucha. El surgimiento de las nuevas organizaciones puso en
evidencia el deterioro de la relación entre el peronismo y el mundo popular, al
igual que la posibilidad de politización de lo social. Además, se apropia de las
apelaciones más plebeyas como expresión autentica de la gente de abajo.
Ahora bien, los nuevos planes conllevaron un fortalecimiento de la matriz
asistencial del modelo neoliberal. Por una parte, la entrega de subsidios
compensatorios muestra una continuidad con las políticas anteriores, pues tiende
a fijar su inclusión como excluidos. Esto se complementa con el otorgamiento de
subsidios para los emprendimientos productivos, que exige la autoorganización de
los pobres, lo cual complejiza y transforma el modelo de ciudadanía
asistencial-participativo.
En definitiva, el peronismo se vacía de contenidos fundacionales y dejó de ser
una contracultura política, transformándose en una lógica de dominación. Tocaría
a las organizaciones de desocupados posibilitar la emergencia de nuevas
políticas, a través de la resignificación de la militancia, centradas en ejes de
criticas al clientelismo y la afirmación de la dignidad. El peronismo retomó la
iniciativa en la tarea de recomponer las relaciones con los sectores populares
con la idea de recuperar y cerras el espacio abierto por las nuevas
organizaciones territoriales. La crisis del 2001 otorgó al peronismo la
capacidad de masificación de los planes asistenciales. Por otro lado, se
fortaleció por la reperonización de importantes organizaciones piqueteras. En
definitiva, el peronismo logró legitimar su vinculo con los sectores populares.
En Argentina, la reconfiguración de la matriz popular apareció como una
exigencia para contener el conflicto social. Así, la nueva matriz popular indica
tanto el declive del mundo obrero (la dificultad de construir un nosotros desde
la esfera del trabajo), como la emergencia de un conjunto heterogéneo de
organizaciones territoriales.
El nuevo tejido territorial abarca un conjunto muy vasto y heterogéneo de
organizaciones, desde ONG fuertemente disimiles, organizaciones religiosas,
agrupaciones piqueteras.
En suma, surge un nuevo proletariado, multiforme, plebeyo y heterogéneo, ligado
al asistencialismo y al clientelismo afectivo, promovidas por el locus de nuevas
formas de resistencia y prácticas políticas.