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La Valorización Financiera
v Primera Etapa: La Dictadura Militar (1976-1982)
No se puede discutir que la implementación de la Valorización financiera
tuvo causas externas al país, nuevas condiciones económico-sociales de la
economía mundial, la que planteaba la posibilidad potencial de establecer
un nuevo régimen de acumulación, con el neoliberalismo tomando fuerza en el
mundo y los países centrales implementando políticas activas y deliberadas
para su favorecimiento, pero el aspecto determinante de la ofensiva de los
sectores dominantes, fueron las causas internas en Argentina. La voluntad
expresa de destruir la identidad nacional de los sectores populares que se
expresaba en el peronismo, arrasando con la alianza social policlasista que
se había conformado durante la sustitución de importaciones y dando por
finalizada la etapa del empate hegemónico, favoreciendo al Grupo
Agroexportador por sobre el Grupo Industrial. A partir de allí se puso en
marcha la “revancha clasista” de gran alcance que comprende el
aniquilamiento del espectro de militantes y organizaciones que conformaban
las conducciones de los sectores populares como la interrupción de la
industrialización que sustentaba la lucha social.
La dictadura militar irrumpe con la industrialización e impone un nuevo
comportamiento que se basa en la valorización financiera. Este nuevo
funcionamiento comienza con la Reforma Financiera de 1977. Con la misma se
imponía la apertura en el mercado de bienes y capitales y la liberalización
de las tasas de intereses. A partir de ello, la producción interna se vio
erosionada por los productos importados y aparece el fenómeno del
endeudamiento externo, no sólo público sino también privado. La
valorización financiera consiste en el enriquecimiento a partir de las
nuevas posibilidades impuestas en el mundo financiero: Los grupos
económicos locales y las empresas transnacionales se endeudaban con
organismos internacionales en dólares y lo invertían en el sistema
financiero y la banca local, la cual, gracias a la reforma financiera,
aplicaba tasas de interés muy elevadas, cuyas ganancias no se volvían a
invertir productivamente en el país sino que se remitían al exterior. Por
eso, en la Argentina la otra cara de la deuda externa es la fuga de
capitales al exterior.
El Estado cumplía un papel fundamental en este proceso por tres motivos:
ü A través del endeudamiento interno mantiene una elevadísima tasa de interés en el sistema financiero local respecto a la vigente en el mercado internacional.
ü Mediante la deuda externa es quien provee las divisas que hacen posible la fuga de capitales.
ü Asume como propia la deuda externa del sector privado.
Ahora bien, es fundamental señalar que esto representa una brutal redistribución del ingreso en contra de los asalariados quienes son los principales perjudicados por el nuevo funcionamiento de la economía de forma directa e indirecta. De forma directa, al disminuirse sus ingresos, e indirectamente debido al carácter crecientemente regresivo de la estructura impositiva y la orientación que asumen las transferencias estatales. Mientras que los beneficiados son un grupo reducido de empresarios, los que componen al sector dominante: grupos económicos locales, conglomerados extranjeros, empresas transnacionales y finalmente, la banca local y acreedora. Este último grupo incrementó su influencia considerablemente en esta etapa fundacional para el mismo, consolidando su poder en la sociedad argentina, con la capacidad de aplicar iniciativas para formar cuadros propios que le garanticen el diseño e implementación de las enormes transformaciones que implica el desarrollo de la valorización financiera como nuevo eje del patrón de acumulación interno, incluyendo, en el retorno de la democracia, al Transformismo Argentino.
v Segunda Etapa: Los comienzos del Transformismo Argentino (1983-1989)
A partir de 1982, se inicia en América Latina lo que se conoce como la
década de la “crisis de la deuda externa”. Comienza con la moratoria
mexicana, que causa un efecto dominó en el resto de la región, a los que se
les negó financiamiento externo. La argentina sufre esta restricción y
durante esos años tendrá un comportamiento que cambia entre el
estancamiento y la crisis económica. Aun así, durante esta etapa se
consolida estructuralmente la valorización financiera y el proceso
económico es conducido por el sector dominante compuesto por: el capital
concentrado interno -grupos económicos locales y conglomerados extranjeros-
(cuyo interés principal es mantener la Valorización Financiera y renegociar
con el Estado, pretendiendo acrecentar su beneficio con el capitalismo
prebendario) y los acreedores externos (los cuales presionaban para
reposicionar la deuda externa para así saldarla). Sin embargo, el rasgo
peculiar de esta etapa consiste en el notable predominio que ejerce el
primer sector, en detrimento de los acreedores extranjeros sobre el
funcionamiento del Estado y el destino del excedente. Esta consolidación de
un sector del grupo por sobre el otro se debe a dos procesos. El error en
el diagnóstico económico del primer gobierno constitucional y los comienzos
de la implementación del Transformismo Argentino.
El Transformismo Argentino comienza con la articulación directa del partido
de gobierno con los integrantes de los sectores dominantes, poniéndose en
marcha no sólo un proceso de cooptación ideológica sino también de negocios
políticos y económicos. Se inicia así una etapa de absorción gradual pero
continua de los intelectuales orgánicos de los sectores subalternos como
forma de inmovilizar a los sectores populares.
Es así como aparecen los “operadores políticos”, que se caracterizan por su
pragmatismo y una supuesta falta de ideología, que enrealidad esconde su
ruptura con las concepciones y la historia de los grupos sociales a los
cuales supuestamente representan, subordinándose a los sectores dominantes.
El equipo económico plantea como plan retomar el equilibrio económico entre
el capital y el trabajo con el estímulo industrial para generar empleo.
Pero el error aparece, al no tener en cuenta que el grupo del capital
pretende que se mantenga la valorización financiera como método de
acumulación y no le interesa aportar para reactivar la economía. Aunque el
grupo del capital sí actuará de forma que el Estado crea que tiene
intenciones favorables al plan, prometiendo constantemente la repatriación
del capital fugado al extranjero para invertirlo según se necesitase,
siempre y cuando las condiciones locales les sean beneficiosas. Es así como
utilizan esta promesa para presionar al Estado a actuar en su favor. Es así
como todo plan económico falla en el primer mandato debido a la falta de
compromiso del capital para fundamentarlos.
Como se puede ver, Alfonsín concentra su objetivo en solucionar las
problemáticas de la economía interna, relegando los intereses de los
acreedores externos.
Existió un intento, sin embargo, de reestructurar el Estado durante el
mandato de Alfonsín. Desde mediados de 1987, el diagnóstico oficial acerca
de las problemáticas del país cambia drásticamente, posicionando al “modelo
populista y facilista” del Estado como el principal culpable de las mismas.
La salida consistía entonces, en reestructurar al Estado mediante la
privatización de las empresas públicas y la liberalización de los
componentes de la economía argentina. En 1988, el gobierno lanza un plan de
privatización en el Congreso que fue rechazado por la oposición del partido
peronista.
Este giro en el diagnóstico se debe no a las presiones del capital
concentrado interno quienes tenían sus intereses atendidos, sino a la
acción de los acreedores externos, quienes sufrían la postergación
económica y el incumplimiento de las reformas estructurales que impulsaba.
Teniendo en cuenta que el FMI había lanzado en 1985 el Plan Baker, que
consistía en insistir que el pago no fuera sólo de los intereses devengados
sino también del capital adeudado y permitir que el pago fuese en activos
físicos y no divisas, ya que los países deudores no contaban con las
suficientes para saldar la deuda. Es por eso que se entiende las presiones
de los acreedores externos por el intento de reestructura del Estado,
aunque el mismo fue frustrado por la oposición.
Por lo tanto, la situación de los acreedores externos en la Argentina es
paradójica. Se entiende que a través de los organismos internacionales de
crédito, tenían la capacidad para determinar las características globales
que asumía la política económica, pero, las condiciones específicas que
adoptaban las mismas estaban moldeadas por los intereses del capital
concentrado interno. Esta situación, sumada a que dentro del sector
dominante el grupo de acreedores tiene una participación secundaria en la
redistribución del excedente interno, posición que llegó a su punto
culminante cuando el país asume una moratoria externa y suspende los pagos
de la deuda en 1988.
Las presiones del sector no cesaron, pero no tuvieron éxito debido a la
fracción del sector dominante, a la capacidad del partido opositor y por
las disputas entre el FMI, que exigía la normalización de pagos, y el Banco
Mundial que insistía en las reformas estructurales como solución. Esto
cambia cuando George Bush asume como presidente en Estados Unidos, y
Nicholas Brady como Secretario del Tesoro de ese país, quien lanza un plan
de pago en el que se exigen ambas cuestiones mencionadas.
En este contexto, y luego de las reiteradas advertencias del FMI al
gobierno argentino para que retomara los pagos de la deuda, los bancos
extranjeros inician la “corrida” cambiaria (bancos extranjeros circulaban
el rumor de la devaluación del peso, lo que causó pánico y que se compraran
dólares en cantidad como seguro de ingresos, lo que finalmente terminó
causando dicha devaluación) desatando la crisis hiperinflacionaria. Se
trató de una crisis dirigida a remover restricciones estructurales que
impedían el desarrollo de la valorización financiera, y para poder cobrar
lo adeudado y garantizar beneficios futuros. Durante esta etapa hay un
significativo avance en la construcción del transformismo argentino, que
les permite a los sectores dominantes seguir inmovilizando a los sectores
populares ya no mediante la violencia física y el terror dictatorial sino a
partir del descabezamiento de sus dirigentes políticos. En este sentido, la
solución para que la oposición no bloquee los cambios estructurales, se
tenía que homogenizar el sistema bipartidista de modo que ambas posiciones
velen por los intereses del sector dominante.
Es así como finalmente el gobierno asume el diagnóstico de los acreedores y
propone implementar las medidas del Plan Brady.
En este marco de análisis es evidente que los acreedores externos generaron
un malestar general para recuperar el poder a tal punto que la crisis de
1989 implica una crisis de gobernabilidad profunda, teniendo en cuenta que
provocó la salida anticipada de Alfonsín. También una crisis de régimen
debido al incumplimiento de los períodos democráticos. Y por último, una
crisis de acumulación.
v Tercera Etapa: La consolidación del Transformismo Argentino (1989-2001)
Finalmente el gobierno cede ante las presiones de los acreedores y se pone en marcha una serie de reformas. La primera fue la Ley de Emergencia Económica destinada a cambiar la orientación de las transferencias de los recursos estatales, eliminar subsidios, reintegros impositivos y otras transferencias. Luego, la Ley de Reforma del Estado, conjunto de medidas entre las cuales se encontraba la conversión de la deuda externa. Ambas medidas fueron acompañadas por una reforma tributaria que consistía en la generalización del IVA y la reducción del impuesto de las ganancias, en contra de los asalariados y a favor de los empresarios.
Se finaliza esta primera etapa de la gestión económica del gobierno de
Menem, debido a una segunda hiperinflación que causó el recambio
ministerial que puso al mando a Domingo Cavallo quien lanzó el Plan de
Convertibilidad. Esta medida, sumado a que finalmente se firmó el Plan
Brady, comienza otro ciclo de endeudamiento externo, fomentado tanto por el
sector privado como por el sector público. Para terminar, se implementa la
reforma de la Corte Suprema (una amplificación de 5 a 9 miembros) para
garantizar la vigencia del transformismo argentino. Gracias a este último
los sectores populares, que no habían tenido participación en la creación
del conflicto y sufrían la nueva redistribución del ingreso que desencadenó
la hiperinflación, no sólo quedaban inhibidos de influir en la forma en que
debía resolverse la crisis sino que además debían pagar los costos de la
misma.
Asimismo, a lo largo de esta etapa ambos sectores dominantes acuerdan
implementar la privatización, ya que el capital interno concentrado
entiende la posibilidad de acceder a esos activos físicos de elevada
rentabilidad.
Durante este proceso, se consolida un sistema político basado en el
transformismo argentino como sistema de dominación. La autonomía del
sistema político desaparece quedando subordinado a los intereses de los
sectores dominantes. No se trata solo de la presencia de los intelectuales
orgánicos de los sectores sociales que sustentan la valorización
financiera, ni siquiera de la transformación del partido de gobierno, sino
de la incorporación del sistema bipartidista en su conjuntos, proceso por
el cual los partidos pierden su identidad específica, cortando vínculos con
los intereses de su base social y su pasado histórico. Este proceso, en
conjunto con la “revancha clasista” definen un momento histórico para los
sectores dominantes, porque logran superar las barreras estructurales que
impedían el desarrollo de la valorización financiera, sino que también,
revierten la inorganicidad que exhibía el sistema político. El
transformismo argentino presenta nuevas características, aparte del
vaciamiento ideológico y social, desaparece también la discusión
político-ideológica, la militancia y su mayor aporte consiste en dotar a
los partidos políticos de un formato empresarial. Pasan a ser instituciones
regidas por relaciones contractuales que reemplazan los lazos ideológicos y
políticos. Aparecen los profesionales de la política, quienes no actúan por
vocación sino a partir de un salario ya que la política pasa a ser sólo un
trabajo. Los valores de dicho salario pueden ser utilizados para ser
sobornados.
Por último, aparecen los “retornos”, sobornos, en el ámbito de la
privatización, que se pagaban al sistema político por parte de los sectores
dominantes para lograr determinadas prebendas. La corrupción ya no se
entiende como un fenómeno transitorio vinculado a la perversidad de cierto
partido político o algún dirigente, sino que es una característica
estructural y permanente del sistema de dominación. El sistema político se
desvincula de los intereses y necesidades del resto de los sectores
sociales, los cuales se ven impedidos de enfrentar la creciente situación
de explotación y exclusión social porque sus intelectuales inorgánicos
velan únicamente por los intereses de los poderosos.
Aun así, con estas medidas se inicia la etapa más “brillante” del nuevo patrón de acumulación que abarca desde 1992 hasta fines de 1994. Por un lado, los sectores dominantes logran una homogeneidad inédita y consolidan una “comunidad de negocios” sobre la base de la privatización. Por otro, se genera un ciclo expansivo del consumo interno que incorpora varios sectores sociales, dando lugar a la etapa de mayor consenso social del modelo de la valorización financiera.
Esta complicidad entre el sistema político y el sector dominante le dio al proceso de privatización argentino un conjunto de caranterísticas propias que lo diferencian de otras experiencias latinoamericanas. En principio, a pesar de ser un proceso complejo, se realiza en un período de tiempo extremadamente breve. Luego, en el caso argentino, la privatización fue de gran alcance, se transfirieron hasta los espacios de apropiación de la renta. Y por último, se distingue por tener una proporción muy alta de capitalización de bonos de la deuda externa y una participación muy escasa de oferentes, ya que se impuso un conjunto de restricciones que marginaron a la mayoría de las empresas nacionales y alivianaron el camino de los grandes grupos económicos extranjeros.
Este, fue un momento decisivo del transformismo argentino, ya que los
retornos fueron de gran magnitud, que le permitió al sistema político
concretar una “acumulación originaria” que alentada por la capacidad de
ahorro y de inversión, garantizó una reproducción de recursos que dio como
resultado una “acumulación ampliada” la cual terminó “blanqueando” a partir
de un circuito financiero específico. Estos retornos estuvieron vinculados
a los siguientes aspectos: el precio fijado de la empresa que se pretendía
privatizar, su deuda externa, la adjudicación de licitaciones y los marcos
regulatorios pertinentes.
El transformismo argentino se institucionaliza cuando los dos partidos
firman el Pacto de Olivos, el cual pone en marcha una reforma
constitucional que permitirá la reelección de Menem.
Durante el segundo mandato de Menem las grandes firmas se independizan del
ciclo económico lo que implica que la crisis se descarga sobre el resto de
la sociedad, el cual sufre la concentración del ingreso desigual y el
empeoramiento de las condiciones de vida. La desocupación y la subocupación
operan como el “ejército industrial de reserva”, haciendo posible la
precarización de las condiciones de trabajo, la caída del nivel salarial y
una creciente marginalidad social. De esta manera, el desarrollo de la
valorización financiera y del sistema de dominación (el transformismo)
instala el disciplinamiento y la desmovilización de la clase trabajadora de
la mano de la desindustrialización arraigada en el país.
En este período, maduran dos contradicciones: la primera es la creciente búsqueda de autonomía que muestra el sistema político respecto a los sectores dominantes. Gracias al desarrollo de su acumulación ampliada, ahora ellos también están en una posición de poder económico y muchas veces sus intereses afectan a los del establishment económico. La otra contradicción, es la simbiosis del sistema político con la fracción local de los sectores dominantes, mediante el transformismo que fue moldeado sobre la interacción entre ellos. Son los que actúan cotidianamente en el país y lo hacen desde hace muchas décadas. Al estar radicados en el país, están directamente involucrados en la construcción del nuevo sistema político. Por el contrario, las fracciones extranjeras ven la conducción local solo como un eslabón más que debe responder a las normas y planificación impuestas por la política económica mundial. Es así como se presenta cada vez más evidente la diferenciación entre los capitales de origen europeo y norteamericano.
En un marco prolongado de crisis económica, se acentúan estas contradicciones y comienzan a perfilarse dos proyectos alternativos a la Convertibilidad. El proyecto vinculado a los acreedores externos era el de la dolarización de la economía argentina. Y el proyecto que prefería el capital concentrado interno era el de la devaluación del peso. Ambos proyectos incluyen estratégicamente alguna de las reivindicaciones que sostienen los sectores populares aunque viciadas en función a los intereses de cada fracción de los sectores dominantes, para lograr la hegemonía social, una alianza. Por un lado, el proyecto de dolarización reivindica la necesidad de replantear el transformismo argentino y la lucha contra la pobreza para incrementar su influencia política y asegurar la dominación. Por el otro, los sectores que impulsan la devaluación presentan la necesidad de reactivar la producción y desconocer la deuda externa, consolidando el transformismo para poder ampliar su influencia en la economía real. Sin embargo, esta postura de cuestionar la industrialización es solo una fachada, ya que el interés real del sector es que se mantenga la valorización financiera.
Este proceso de apropiación y reprocesamiento de las reivindicaciones
populares introduce un alto grado de confusión para ocultar que ninguna de
las propuestas dominantes tiene la voluntad de profundizar el proceso
democrático mediante la participación popular y la redistribución de los
ingresos, elementos centrales de una propuesta popular genuina.
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