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Teoría del Estado | Resumen de Brum | Cátedra: Ortiz - Gabriel | 2º Cuat. de 2010 | Altillo.com |
Brum
La alegoría de la caverna
Aunque la alegoría es clara suscita dificultades, que nacen, de malas interpretaciones. Platón piensa que es necesario distinguir, por una parte, el mundo de las ideas y, por otra, el mundo sensible.
Estos dos mundos, son a la vez, separados y uno. El realismo de Platón, no tiene nada que ver con el realismo ingenuo, que conduce al subjetivismo y al movilismo empírico, para los cuales todo es verdadero y, finalmente, nada es verdadero. El realismo de Platón es un realismo inteligible que erige la idea en realidad; en ese sentido se distingue del idealismo, que reduce la realidad a la idea. Si se ha de hablar de un idealismo platónico, ello sólo es posible en cuanto los objetos sensibles no son realidades, sino apariencias, remedos de las ideas. Hay, en Platón, un realismo ontológico, “dios es la medida de todas las cosas”, y un idealismo gnoseológico, ya que es el hombre quien trata de conocer y es necesario que él se despoje antes, de su realidad.
El rechazo de la apariencia
Platón busca el ser de la apariencia en tanto que los sofistas pescan en las aguas turbias del relativismo y del movilismo.
Sócrates se ha esforzado por mostrarnos que si nos quedáramos en la comprobación de la multiplicidad de las cosas y la diversidad de los individuos, los hombres estarían condenados a ignorarse, odiarse, combatirse. Importa, descubrir debajo de lo múltiple la unidad a partir de la cual esa multiplicidad halle su razón de ser. Protágoras para quien el hombre es la medida de todas las cosas, vuelve a condenarnos al movilismo universal, puesto que ninguna sensación es estable; además, si el hombre, es decir, el individuo, es la medida de todas las cosas, nos veremos forzados a tomar en cuenta la opinión de todos los hombres. Si el hombre es la medida de todas las cosas, Protágoras estaría obligado a contradecirse, pues la fórmula que nos propone no hace más que reflejar su propia medida y no podría, consecuentemente, erigirse en máxima universal.
Platón distingue las cosas visibles, y por otra parte, las inteligibles. Según el orden indicado encontramos, primeramente, las imágenes de las cosas, las sombras y las apariencias reflejadas en las aguas y sobre la superficie de los cuerpos pulidos y brillantes; la conjetura es la operación del espíritu que les corresponde. Entre las cosas visibles, encontramos los seres vivientes, las plantas y los objetos fabricados por el hombre; la creencia es la operación intelectual que les es propia. En las cosas inteligibles debemos distinguir, por un lado, la matemática, cuyas investigaciones parten de hipótesis y siguen una marcha que las conduce a una conclusión; el conocimiento discursivo es la operación intelectual de esta esfera. Por otro lado, tenemos los inteligibles superiores en los que cuales “el alma va de las hipótesis al principio absoluto, sin utilizar las imágenes, y conduce su investigación sólo por medio de las ideas”; a esta búsqueda pertenece el conocimiento intuitivo.
Esta distinción de cuatro género de conocimiento, nos muestra que, para Platón, la apariencia no puede separarse de todo contexto inteligible y que, si el aparecer está vinculado al ser, nos es necesario elevarnos de aquél a éste. La matemática desempeña en la filosofía de Platón, un papel inminente, aunque puramente propedéutico.
Las ideas y la matemática
Solamente una relación inteligible puede explicar las aparentes contradicciones del universo sensible.
El número es una idea independiente de la cualidad del objeto sensible; nace de una aproximación en el espíritu y no de una aproximación en el espacio. En la díada unimos y distinguimos simultáneamente, sintetizamos y analizamos. La aritmética “da al alma un impulso poderoso hacia la región superior y la fuerza a razonar sobre los números mismo, sin permitir que se introduzcan en el razonamiento número que representen objetos visibles o palpables”. La ciencia de los números tiene, el mérito eminente de sustraernos de la esfera del devenir para conducirnos a la esencia, puesto que la matemática “habla de números que sólo se pueden captar por el pensamiento y que no son manejables de ninguna manera”; esta ciencia obliga al alma a servirse de su inteligencia pura “para alcanzar la verdad en sí”, sin apelar a los testimonios sensibles.
La geometría no estudia las figuras como tales, sino las realidades a las que aquéllas se asemejan y de las cuales no son más que ilusiones. La geometría es “el conocimiento de lo que siempre es”.
En Platón, la matemática es sólo una propedéutica para la filosofía; no tiene valor por sí misma, puesto que sólo es el “preludio de la canción que es necesario aprender”. Y esa canción será ejecutada por la dialéctica.
La dialéctica
La matemática resulta la ciencia de la medida que nos ha colocado en el camino de lo inteligible. Platón distingue dos ciencias de la medida. La matemática, por una parte, que estudia las relaciones recíprocas; y, por otra, la dialéctica, que se ocupa de las relaciones en función de la justa medida. La matemática, capta algo del ser, pero como en un sueño, pues ella parte de hipótesis, es decir, no de supuestos, sino de proposiciones básicas de las que no da razón. De estas proposiciones básicas se encamina hacia una conclusión pero no se remonta al principio. La dialéctica, no procede hacia una conclusión, porque ella es la “única que, rechazando sucesivamente todas las hipótesis, se eleva hasta el principio mismo para asegurar con solidez sus conclusiones” la dialéctica se ocupa de la generación hacia la esencia.
El dialéctico no solo “alcanza el conocimiento de la esencia de cada cosa”, sino que, llegado al coronamiento y a la cima de todas las demás ciencias, no ve ya las cosas ni los seres como colocados al lado de los otros, incluso dispuestos unos contra otros; posee, por el contrario, una visión sinóptica de todas las cosas gracias a la cual todo se le aparece a la luz de una unidad, que no es otra que la unidad del Bien.
Esta dialéctica comprende dos momentos:
1. Una dialéctica ascendente que se eleva de idea en idea hasta eliminar toda hipótesis, hasta la idea de todas las ideas, es decir, el Bien, el cual sobrepasa en majestad y poder a la esencia misma y se encuentra, en consecuencia, más allá de ella. La dialéctica ascendente va, de lo múltiple hacia lo uno, para descubrir el principio de cada cosa, y finalmente, el principio de los principios.
2. Una dialéctica descendente, que trata de desarrollar, mediante el poder de la razón, las diferentes consecuencias de aquel principio carente de hipótesis sobre el cual todo reposa, y de reconstruir así la serie de ideas sin tener que recurrir a la experiencia.
Los números, las figuras geométricas, son ideas; solo por lo inteligible puede comprenderse lo sensible; únicamente la actividad del juicio alcanza a definir al objeto; la matemática es sólo una propedéutica que no nos da la justa medida.
Las cosas no son resultado del azar, sino de un orden, de una exactitud, de una justicia o de un arte adaptado a la naturaleza de cada cosa; “la virtud de cada cosa consiste en un arreglo y feliz disposición resultante del orden”.
Platón dice que “la idea es la causa que sirve de modelo a los objetos cuya constitución está inscripta en la naturaleza desde la eternidad”.
Naturaleza de la idea
El realismo de lo sensible nos conduce, al escepticismo; el realismo de lo inteligible plantearía el problema de saber cómo nos comunicamos con lo inteligible; el idealismo trataría de averiguar cómo un simple pensamiento puede ser el objeto conocido. La condición del hombre es tal que se halla en la encrucijada de lo visible que lo ciega (el mundo sensible) y una luz que también lo deslumbra (el Bien) que ilumina el mundo inteligible.
En Platón se puede, con rigor, hablar a la vez de realismo de la idea, en la medida en que por ella existe lo pensable, y de idealismo de la idea en cuanto esta idea es pensada por el hombre. Esto permite, aparentemente, responder a la dificultad más grave de la teoría de las ideas: si las ideas existen para nosotros y son cognoscibles, ellas no son en sí; y si son en sí, no son cognoscibles. O las ideas existen para nosotros, y ellas no son ideas en tal caso; o ellas son en sí, y entonces no son para nosotros. Platón quiere mostrar que pensar algo es al mismo tiempo pensar una idea: el hombre es superior a las cosas sobre las que piensa e inferior a aquello por lo cual piensa.
La ética y la política
Con la mirada puesta en la nueva ciudad, Platón intentó hacer desaparecer esa crisis del logos que había iniciado la retórica de los sofistas. La nueva ciudad debe impedir la repetición de un escándalo como el de la condena a muerte de Sócrates. La organización platónica de la ciudad tiende a exorcizar ese hombre-medida al que Protágoras pretendía convertir en criterio supremo. Entre los antiguos griegos, la belleza física era símbolo de la belleza moral, porque ambas se vinculaban a una perfección que venía de los dioses; el ser y el parecer formaban una sola cosa. En tanto para Sócrates el logos tenía la función de descubrir el ser más allá de las apariencias engañosas y del encanto tiránico de lo físico, en los sofistas el logos, como retórica y ortoepía, se hallaba al servicio del cuerpo en la medida en que estaba encargado de justificar las exigencias de éste.
Si el hombre, esto es, el individuo, es la medida de todas las cosas, llegamos a la guerra que no dejará de nacer del choque de todos los egoísmos. Los sofistas, ven en la guerra, la expresión de una selección natural que asegura la eliminación de los más débiles y el triunfo de los más fuertes, es decir, de los mejores, según ellos.
La ciudad de que hablaba Platón debe trabajar para destruir tales pretensiones; ella es, en el fondo, un superorganismo cuya tarea ha de ser liberar al individuo de la violencia que todo cuerpo provoca en quien no sabe dominarlo. La ciudad tiene que ser la encarnación de la justicia, a fin de permitir la formación de ciudadanos justos. Por eso, en Platón, hay una especia de dialéctica ascendente, según la cual, él procede del individuo a la ciudad, modelando a ésta sobre el arquetipo de aquél, con lo que funda una psicosociología; y una dialéctica descendente, que lo lleva de la estructura de la sociedad a la del individuo correspondiente, creando de este modo una sociopsicología. Una exigencia ética dirige la política de Platón; justamente porque la sociedad debe modelarse de antemano sobre la idea de justicia, podrá esta idea de justicia volver a encontrarse después en ella. Es necesario que el estado, se construya sobre un modelo y que los filósofos se conviertan en reyes o que los soberanos lleguen a ser verdaderos y serios filósofos.
La justicia y la sociedad
La ciudad nace de la urgencia en que se hallan los hombres de subvenir a sus necesidades vitales. Esa exigencia encuentra rápidamente en la división del trabajo el medio racional para llegar a una producción más abundante y fácil. A medida que la ciudad crece, las funciones se hacen más numerosas y complicadas porque las necesidades se multiplican. Según la proporción en que la ciudad aumente, le será necesario usurpar territorios de sus vecinos o tendrá que defender los suyos. La ciudad necesitará soldados; el estado debe tener protectores que sepan dirigirlo.
Esas tres clases, la raza de bronce y hierro de los artesanos, la de plata de los soldados y la de oro de los arcontes, representan las tres funciones fundamentales de toda ciudad: la producción, la defensa y la administración. Cada una de ellas corresponde a una de las tres partes del alma humana. A la clase de los artesanos y mercaderes pertenece la concupiscencia, cuya virtud es la templanza; a los soldados corresponde el entusiasmo y la pasión de la ira y su virtud es el coraje, en tanto que a la clase de los arcontes les son propias la inteligencia y la reflexión, y su virtud es la prudencia. Así como la justicia consiste, en el individuo, en la estrecha subordinación jerarquizada de esas diferentes partes del alma, de igual, “el estado es justo cuando cada uno de los tres órdenes que lo componen cumple su función”. La injusticia aparece en el estado, si una de las tres clases pretende usurpar una función que no es la suya.
El estado es lo que son los individuos que lo componen. Esas virtudes o esos defectos que los hombres introducen en el estado, éste se los restituye, hasta el punto de que si el estado es sabio, el ciudadano tendrá esa cualidad. Si los estados son según lo hacen los individuos, éstos, inversamente, reciben también la impronta de aquellos. El filósofo, voluntaria o forzosamente, deberá presidir los destinos de la ciudad.
La organización de la ciudad en “La República”
La educación de los ciudadanos debe basarse en la gimnasia y la música; pero tiene importancia la elección del tipo de música y la clase de instrumentos. Deberá controlarse de cerca la actividad de los literatos. El arte tiene un papel educador, y moralizador.
Si bien Platón rechaza las artes que no se apoyan en la representación de lo verdadero, reconoce al magistrado del estado el derecho de mentir a sus conciudadanos, porque en sus manos la mentira puede ser útil. Entre los soldados reinará un comunismo integral. Las mujeres deberán ser comunes a todos y ninguna cohabitará particularmente con ninguno de ellos. Será necesario establece reglas de eugenesia.
Los niños, de los cuales solo se conservarán los que vengan al mundo con buena conformación física, serán remitidos a una comisión desde su nacimiento; las mujeres en condiciones de amamantar irán a nutrir a los infantes. El gobierno de la ciudad ideal estará asegurado por los filósofos, porque solo ellos conocen la verdad y el bien. El filósofo es, un elemento indispensable en la vida de la sociedad.
Platón da instrucciones precisas para la formación de esos filósofos tan necesarios para la existencia de la ciudad. Ante todo, la aritmética que tiene el mérito eminente de obligar al alma a servirse de su sola inteligencia para alcanzar la verdad en sí. La geometría luego, en tanto “conocimiento de lo que siempre es”, resulta el medio apropiado para separar el alma del mundo sensible y conducirla hacia la verdad. La astronomía es la ciencia que impulsa al alma a mirar hacia las alturas y tiene por objeto el ser y lo invisible; el conocimiento no tiene nada de sensible. El filósofo deberá aprender esa ciencia de la armonía, la música.
Todas estas ciencias son solo el preludio de la ciencia suprema: la dialéctica. La geometría y las artes a ella vinculadas conocen el ser como a través de un sueño. E dialéctico, es aquel que llega al conocimiento de la esencia de cada cosa, el único que posee sobre todo una “visión sinóptica” que le permite ver el mundo a la luz de la idea del Bien.
Platón no establece ninguna diferencia entre la educación de las mujeres y la de los hombres, ambos sexos están llamados a cumplir las mismas funciones en la ciudad; han de recibir exactamente la misma educación.
La decadencia de la ciudad
1. La timocracia o gobierno del honor. Es el término medio entre la aristocracia y la oligarquía. Conserva de la primera forma el respeto a la autoridad, la aversión a las artes mecánicas, mantiene la costumbre de la comida en común y los ejercicios gimnásticos. Conoce a los filósofos a través de ejemplares degenerados, no los estima suficientemente como para confiarles los cargos importantes de la ciudad y en lugar de ellos prefiere a los militares. La lucha de las razas de oro y plata contra la raza de hierro y bronce termina en una especie de ley agraria, a continuación de la cual comienza el régimen de la propiedad individual con la distribución y apropiación de las tierras y viviendas. Se inicia la esclavitud de los labradores y la supremacía de los soldados, quienes abandonan los estudios y solo se dedican a la gimnasia, a la vez que se aficionan a las riquezas.
El timócrata es más confiado en sí mismo y menos refinado por las musas: gusta de los discursos, ambiciona el poder y los honores. Funda sus pretensiones de gobernar en sus trabajos guerreros y en su talento militar. El joven timócrata, se caracteriza por su ambición y se forma “por los discursos de su madre”.
2. La oligarquía. El dominio lo ejercen los ricos y se fija determinado censo para tener acceso a la magistratura. Cuanta más importancia dan los hombres a la riqueza, menos la conceden a la virtud. Hay dos ciudades en la ciudad: la de los ricos y la de los pobres con estos últimos aparecen los mendigos, los ladrones, delincuentes. El hombre oligarca solo respeta la riqueza y no se interesa más que por su fortuna, es sórdido y vive tratando de acumular tesoros.
3. La democracia. La consigna es la libertad y cada cual lleva el género de vida que le place. El hombre democrático se siente atraído por los placeres que no son ni naturales ni necesarios. No conoce ni orden ni restricción en su conducta.
4. La tiranía. Tiene su origen exclusivamente en el gobierno popular. El pueblo llama entonces a algún favorito a quien coloca al frente del gobierno y cuyo poder acrece y nutre. Siempre obligado a fomentar conflictos bélicos, el tirano debe tener también una guardia personal que lo proteja de los ciudadanos que lo odian. El hombre tiránico, se entrega a todos los deseos de la concupiscencia, a extravagancias de toda clase, a la pasión desenfrenada. Se considera omnipotente y pleno de voluntad. El perverso es un ignorante que se separa del bien porque no lo conoce.
El político
La filosofía y la política de Platón no dejan ningún lugar al progreso; es una idea arraigada en los griegos que todo lo que deviene está sometido a la corrupción. Hay un peligro permanente de decadencia que amenaza a la ciudad, y el gobierno debe tratar de frenar. La ciencia regia es la que debe dirigir a todas las otras. Hay una “función regia de entrecruzamiento” que consiste en el arte de conciliar los contrarios y entretejerlos. El rey, es el tejedor que debe unir, en el mismo tejido, los hilos de colores y cualidades diferentes.
Las leyes
Platón nos recuerda que nadie es voluntariamente malo, que vale más sufrir la injusticia que cometerla y que la justicia no se reduce a la voluntad del más fuerte. El problema consiste en la permanencia de la ciudad a pesar de todos los agentes de decadencia que ella contiene en su seno. El objetivo principal del legislador debe ser asegurar la estabilidad y duración de las leyes como medio de curar a la ciudad de la corrupción del devenir. Para ello será necesario llegar a una armoniosa mezcla de las dos constituciones madres de todas las otras: la monarquía y la democracia.
Los matrimonios deben ser convenidos y controlados por el estado: cada familia recibirá un lote de terreno limitado e indivisible, que se transmitirá como herencia a un solo hijo. El matrimonio es obligatorio y Platón prevé las edades y las medidas que podrán tomarse para acelerar o detener la natalidad. Desde los cuatro a los siete años, los niños de ambos sexos juegan juntos bajo la guardia de cuidadoras que vigilan sus juegos, puesto que éstos son de gran importancia para la legislación. A la edad de siete años, los varones y las niñas se separan y reciben diferente educación.
Platón, sueña con un empleo del tiempo que sería idéntico para todos los ciudadanos, reconoce que tal cosa es imposible. Todo debe estar cuidadosamente reglamentado para impedir que la ciudad decaiga; Platón prevé las penas con que se castigarán los diversos delitos, estudia las modalidades de las relaciones con los estado extranjeros, las del comercio, de la guerra. No se autorizará que los ciudadanos menores de cuarenta años se dirijan al extranjero. Los viajes por motivos privados quedan prohibidos y solo los embajadores concurrirán a las reuniones internacionales como delegados. Podrá enviarse en misión al extranjero a representantes mayores de cincuenta años, pero deberán regresar antes de cumplir los sesenta años para dar cuenta de su gestión. El consejo velará para que los viajes no den lugar a la introducción de novedades del estado.
La delación deberá ser considerada para todos. El denunciante es alguien que rehúsa convertirse en cómplice de la injusticia por el hecho de no denunciarla ante los magistrados. Se trata de provocar en los ciudadanos no la vocación del espionaje, sino la emulación por la virtud que acompaña necesariamente el rechazo del mal y la voluntad inflexible de desenmascararlo.
Los poetas no deberán componer nada que pueda ser contrario a lo que la ciudad considera legal, justo, bello o buena. Le estará prohibido a todo autor comunicar su obra a ningún particular antes de que los jueces designados a ese efecto hayan tomado conocimiento de la misma y la hayan aprobado.
Ya no es el hombre la medida de todas las cosas, sino los dioses.