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1) En función de la presentación teórica 7 “Un común decir” (primera parte), se solicita escribir un breve desarrollo que atienda los siguientes asuntos: ¿A qué se le llama un común decir? ¿Qué proximidades se podrían pensar entre esa figura y la expresión “estados de conversación como práctica de las declinaciones” propuesta planteada en la tercera entrega del texto “El curso de la herida” (C. Rolón, 2020)? ¿Cuáles implicancias puede tener pensar estados de conversación en relación con la situación clínica?
Un común decir es aquel que acontece cuando se está en una conversación y que no se le adjudica pertenencia a alguno de los hablantes sino que pertenece netamente a la conversación. Marcelo Percia plantea en la clase teórica número 7 que el común decir propone una tensión en la idea de un decir propio, saliendo de la certeza amuralladora del yo, del monólogo, pondera la conversación y el diálogo. Es el monólogo donde se refugia lo ya pensado o sabido, es por eso que un común decir es un abandono y desprendimiento de lo ya sabido, por eso su zozobra y también, su contento; porque es posible finalmente desprenderse de lo ya sabido.
El pensar en común no quiere decir que haya pensamientos producidos y compartidos, sino que consiste en que al estar en común aparezcan los deseos de pensar, los encantos de una recepción nunca garantizada.
La zozobra como estado de inquietud e incertidumbre impide que la conversación caiga en la arrogancia del habla del yo, dando lugar a aquello que contenta la conversación, la interferencia conversacional.
“ No se trata de escuchar lo que el yo dice, el tú dice o el nosotros decimos, sino de escuchar qué se está diciendo cuando hablamos.No se trata de persuadir a otra existencia sino de escuchar atentamente lo que se dice en lo que hablamos. "... así como el apetito viene comiendo, las ideas vienen hablando " Ni el yo, ni el tú, ni el nosotros. El se como potencia impersonal de un común decir”. (M. Percia; 2021, “Sesiones de Naufragio”, pág. 1).
La conversación clínica se diferencia de otras conversaciones, tiene un equívoco frente a la asociación libre, donde el hablante realiza una descarga desaforada para no omitir nada de lo que piensa. En ese sentido, un común decir, provoca un vértigo que es el momento de la común conversación donde hay un abandono de la percepción donde una “habla” habla sola, más allá de quién dice. No se sabe quién lo dijo, sino que lo que se dijo pertenece a la conversación. Es la idea de que algo aconteció más allá de la voluntad de los hablantes.
En la conversación clínica hay diferentes momentos, hay momentos de poder como cuando se pone en imperativo la frase “diga lo primero que se pasa por su mente”, produciendo así el miedo a sentirse dañado de expresar pensamientos disonantes del sentido común, pensamientos que son expulsados, silenciados construyendo así un paralelismo para que no moleste. No hay un imperativo, si no hay una relación de poder, el imperativo recuerda que vivimos una relación de poder. La interferencia, como interrupción o anticipo en la conversación genera zozobra y contento ya que se produce la reacción defensiva, es el muro que construye el yo por miedo al daño.
Otra de las zozobras y contentos de la conversación, hay un momento de la conversación clínica que es el de la paridad, es el momento en que la conversación amenaza con hundirse, cuando no sabemos qué decir acerca de aflige, de lo irreparable ese momento en donde la conversación cae en el silencio o en el in-poder y ese es el momento de la común vulnerabilidad y la común paridad. Una común vulnerabilidad nos iguala y en la situación clínica, se producen silencios ante lo irreparable, ante lo irremediable y el dolor, pero es un silencio que está ahí para abrigar lo que no se puede decir; hay un común decir también que es esa forma de silencio. En el momento en que los hablantes no saben qué pensar de lo que está pasando, no saben qué pensar sobre lo que nos hace sufrir, ese es un momento de común vulnerabilidad de lo que podríamos llamar el impoder. El impoder que sería ese momento que estamos ante lo que no sabemos y lo que ocurre es el deseo de volver a pensar, de volver hablar porque nos encontramos ante lo que no sabemos, porque si no eso que decimos no es el habla de la sorpresa, no es el habla de la conversación donde aprendemos lo que nos pasa sorprendiéndonos en lo que estamos diciendo. "Cuando el deseo de hablar irrumpe, ese momento y ese lugar, no equivalen a cualquiera." (Estancias en Común, pág 60).
Entre la figura de un común decir y la expresión de “estados de conversación como práctica de las declinaciones” podemos observar una proximidad en la idea que se tiene del conversar y el dejar hablar. En ambas expresiones se plantea el dar lugar a un espacio donde se pueda hablar, dejando que acontezcan cosas durante esa misma conversación. En el común decir, se le da lugar a esto ya que en lo que se dice no hay una pertenencia de lo que se dijo, pertenece a la conversación misma.
En cuanto a la expresión propuesta por Cinthia Rolón, también busca dar lugar a ese acontecer, puntualmente desde el dejar hablar. Cinthia Rolón plantea: “Dejar hablar. Nunca como semblante complaciente que imposta desde alguna ficción de autoridad, la cesión de la palabra, para arrebatarla a(penas) pueda a la vuelta de la esquina.” (Rolón, C. 2020, "El curso de la herida III: de clínicas y conversaciones" pág. 3 ) En esos estados de conversación se necesita la recusación de hablar, pero esto no refiere a un silencio rotundo sino a un modo de hablar con el punto de vista propio, el dejar hablar de una forma amurallada en lo que se dice. Es en esos estados de conversación que se plantea la idea de poder dejarse afectar por lo que surge del encuentro, sin querer poseer la palabra o el saber, de la misma forma que en un común decir, sin que sea propio o del otro lo que se dijo. Este modo de conversación, que como condición exige la perplejidad, matices, variaciones, interacción; va más allá de las investiduras, se mueve por fuera de las expectativas y roles, escapa a los sentidos instituidos.
"...Si en lugar de relatar la propia vida, sostener el propio deseo, expresar los propios pensamientos, se dijera relatar la vida, sostener deseos, expresar pensamientos: vivir, desear, pensar, se liberarían del imperativo propietario. La vida resiste apropiaciones" ( 2017, “Estancias en Común” , pág 290).
La clínica, en conclusión, no se trata de la ilusión de decirlo todo, sino de poder implicarse en ese decir. Como dice Percia en el teorico 7 (2021) “Un común decir que incluye lo que no se puede, no se quiere, no se sabe decir”; invitando a hablar sin saber muy bien sus resultados ni lo que se va a decir. La clínica está atravesada por el impoder, que es el momento en el que captamos lo que no sabemos. ¿No es eso la transferencia, la inserción de la dimensión del amor en la conversación? La clínica misma, entonces, supone el inclinarse sobre el dolor en el marco de un común decir, dejándose afectar por lo ajeno, poniendo en juego algo del orden de la empatía y de la sensibilidad que capta algo de la presencia del otro que me toca, que me conmueve. Desde esta perspectiva, podemos afirmar que aun, dentro del discurso capitalista de la persuasión, el monólogo y el sentido común, aún no es tarde para la palabra plena, la palabra del común decir, habitando un lugar común, el lugar de la vulnerabilidad y, principalmente, la palabra que circula bajo la ética del cuidado, del respeto…en fin, del amor.
Consigna del espacio de prácticos:
Damos inicio a esta articulación teórica partiendo de la idea de estéticas como deshabituación, una idea que se hace presente y atraviesa un sinfín de concepciones, que permite ser concebida y entrelazada debido a la riqueza del concepto, con posiciones clínicas, con un común vivir, y sobre los vocablos demasías y normalidades.
Entendemos a la deshabituación como la irrupción de algo inesperado, no previsto en el paisaje estable de las cosas (Percia, M. “La estética como deshabituación”, p 2). Como una acción que altera, un movimiento que descompagina, que pone a la vista la fragilidad de las constancias perceptivas. Tal vez como la irrupción de uno mismo, de una palabra, como disturbio de la conciencia. Desde esta concepción podemos pensar a lasposiciones clínicas en torno a esta idea de estética como deshabituación, concibiendo a la clínica como aquel espacio para hablar a pesar de la espantosa insolvencia de la palabra, a pesar de la frágil consistencia del decir. Una deshabituación clínica como un movimiento irónico, un sarcasmo metódico desatinado de querer capturar el respiro de una existencia, clínica como la producción de una performance, una instalación como sacudida que toma por sorpresa, como un asalto a las costumbres del diálogo, la posibilidad de sentir una extrañeza. Cintia Rolón nos acerca en su texto “Figuras para pensar posiciones clínicas” (2014), diversas ideas en torno al concepto pertinente, la clínica pensada como una disposición a escuchar lo imprevisto, artificio, por el que se abre espacio para alojar lo inconveniente, el sinsentido; aquello que excede y aún, no pudo devenir en relato. Potencia de poder intervenir, inventar en lo dado. Clínica como aquel estado en el que se advierten que aquellos pensamientos que parasitan son los mismos que ayudan a vivir, espacios donde se rompen aquellos encadenamientos que llamamos normalidad e irrumpen angustias, anillos sueltos por los que pasan demasías. El estado conversacional que tiene lugar en la clínica invita a hablar sobre lo que no se sabe, sobre la mera incertidumbre. Lo que no se entiende, lo que no se puede decir, pero al hacerlo, se recupera la potencia de pensar sobre lo que le pasa. Diálogo clínico para intervenir en la palabra que nos habla. Mero artificio para que aparezca eso que gobierna nuestras vidas. (Rolón, C. ,2014, “Figuras para pensar posiciones clínicas” , p. 4)
La deshabituación también permite ser abordada como una sacudida que perturba la pacífica relación entre la humanidad y el mundo. Jornadas Internacionales de la Crítica expone, que hay cosas que se ocultan en plena visibilidad. Afirma que los objetos se ocultan no porque desaparezcan, sino porque desaparecen ante los ojos habituados a mirar de una manera. La irrupción, el no funcionamiento, la tortura de una pieza nos relaciona de un modo no habitual con el mundo (Pércia. M, “La estética como deshabituación”, p 239). De tal forma, cuando me topo con las demasías, aquellas rarezas indosificables que huelen mal, que molestan, que desbordan las disciplinas de las normalidades, en ellas el objeto se presenta como criatura sin gobierno, como disloque desprendido de un hábito que perturba las normalidades. Las normalidades organizan mundos paralelos para no rozar ni tropezar con afectividades que las desestabilizan, impiden la conexión con las demasías, se libran de ellas como si se trataran de pesos, cargas, gravámenes sentimentales, las vislumbran como espectáculos bestiales. Este juego fue tomado por el Proyecto Filoctetes que buscó tomar por sorpresa las impasibilidades urbanas, esos modos de cultura y defensa frente a lo que apesta desencadenando un estado conversacional en la ciudad. Hace falta pensar la vida como demasía en la que se está, en tanto sensibilidades expuestas y desamparadas en una común exposición y desamparo, un común vivir que, si sepa un común desamparo y la común intemperie planetaria y que también sepa un radical rechazo de lo que daña, llámese individualismo o capitalismo, sujeción o normalidad. (Percia, M. 2021, “ Sesiones en el naufragio”, p1.).
Un común vivir propone vivir en cercanías quebradizas y provisorias, no fijadas y ancladas. Cercanías que no manden ni castiguen, que no nos soliciten homogeneidad. Que no obliguen a repetir lo que el poder quiere escuchar. Las homogeneidades comienzan como simples percepciones en común, y luego terminan como atribuciones que obligan a pertenecer a lo mismo. El común vivir es no ajustarse a los lugares asignados, no fomentar respuestas reflejas de cuándo reír y cuándo aplaudir. Pero las normalidades necesitan pertenecer a algo, aunque esa filiación comprima, amordace. Son las normalidades las que evalúan la talla de los sentimientos, quienes llevan la misión de nombrar las cosas, con esas palabras que ordenan, obedeciendo mandos que prescriben vidas. Las normalidades categorizan y
clasifican, pero lo viviente acontece en tantas formas, que no hay una forma única.
Normalidades componen estados atenuantes de la vida, demasías rebasan las correspondencias. Normalidades clasifican, cierran y fijan sentidos, se apoyan en el sentido común porque necesitan de la certeza de no encontrarse con algo que irrumpa y las desestabilice. Prefieren anclarse en esos lugares comunes a los que suelen ir, prefieren que la vida sea de esa única manera y no replantearse ni pensar nada. La normalidad no tolera tomarse un tiempo de demora, promueve una fijeza que a la vez padece, porque no da lugar a que irrumpan nuevas sensaciones y emociones, necesitan cerrar sentido.
Las normalidades propalan locuciones del habla del capital, palabras
que asumen el trabajo de ordenar lo que califican como caos. ¿Cómo
lleva el habla capitalista a camuflarse como sentido común? Un sentido
común que hiere a la vez que detiene las hemorragias con sus
torniquetes, un sentido común que destila conquistas persuasivas de la
retórica capitalista,
que amonesta a lo que escapa de sus dominios como excepción,
excentricidad, perversión. El sentido común es quien ofrece certezas
al desamparo. La estética como deshabituación
rompe con este sentido común, rompe con las certezas, sacude lo
concebido, un golpe de objeto que pone desconcierto en la mirada,
desarmoniza y sacude formas de estar en común
solidificados. Es importante poder habilitar espacios para que acontezca
algo nuevo, darle lugar a la incertidumbre, a lo neutro. Eso imprevisible,
en lo que no hay a priori, porque si lo hay, ya no se está en lo neutro. Si
se tiene certeza no ocurrirá nada nuevo. Se trata de vivir en lo
inimaginable, lo imprevisible, lo irreductible, en lo no sabido, de intentar
escapar de la toma de posición, y simplemente habilitar el espacio, tratar
de salir de lo binario, ¿por qué
seguir buscando encajar en algo? La vida es más que eso, se sofoca en el
encajarse en categorías.
Bibliografía:
. Percia, M. (2017) "Estancias en común",
asuntos: lo común, clínicas y diálogos. Editorial La Cebra. Buenos Aires, 2017.
· Percia, M. (2018) Normalidades, locuras, demasías. Buenos Aires, La Cebra.
· Percia, M. (2020) “Hablas del capital” (cap. II). En Sensibilidades en tiempos de hablas del capital. Buenos Aires: La Cebra.
· Percia, M. (2021) “Sesiones en el naufragio 12: Contentos y zozobras de una conversación”. En Revista Adynata.
· Percia, M. (2021) “Un común decir”. Clase teórica 7.
· Percia, M. (2021) “Un común vivir, en sesiones en el naufragio”.
· Rolón, C. (2020) "El curso de la herida III: de clínicas y conversaciones".
· Rolón, Cintia. Figuras para pensar posiciones clínicas. Artificios para inventar gestos clínicos.Buenos Aires, 2014. (Unp).
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