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Evolutiva Adolescencia
Resumen para el Primer Parcial | Adolescencia (Cátedra: Barrionuevo - 2017) |
Psicología | UBA
EL MALESTAR EN LA CULTURA. FREUD
Es difícil para los seres humanos conseguir la dicha por: a) la hiperpotencia de
la naturaleza b) la fragilidad de nuestro cuerpo y, c) la insuficiencia de las
normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el
Estado y la sociedad. Entre estas tres fuentes, las dos primeras son inevitables
y no podemos suprimir todo el padecimiento, pero sí mucho de él. En la tercera
fuente se esconde un bloque de naturaleza invencible, nuestra propia complexión
psíquica.
¿Por qué camino han llegado tantos seres humanos a este punto de vista de
asombrosa hostilidad a la cultura? 1) En el triunfo del cristianismo sobre las
religiones paganas tiene que haber intervenido un factor así, de hostilidad a la
cultura; lo sugiere la desvalorización de la vida terrenal consumada por la
doctrina cristiana. 2) Cuando se dilucido el mecanismo de las neurosis que
amenazan con enterrar el poquito de felicidad del hombre culto. Se descubrió que
el ser humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la medida de
frustración que la sociedad le impone en aras de sus ideales culturales, y de
ahí se concluyo que suprimir esas exigencias o disminuirlas en mucho
significaría un regreso a posibilidades de dicha. A esto se suma un factor de
desengaño. En el curso de las últimas generaciones, los seres humanos han hecho
extraordinarios progresos en las ciencias naturales y su aplicación técnica.
Este sometimiento de las fuerzas naturales no promueve el cumplimiento de una
añoranza, la de elevar la medida de la satisfacción placentera que esperan de la
vida, sienten que no los han hecho más felices. El poder sobre la naturaleza no
es la única condición de la felicidad humana, como tampoco es la única meta de
los afanes de cultura, y no extraer la conclusión de que los progresos técnicos
tiene un valor nulo para nuestra economía de felicidad.
La palabra cultura designa toda la suma de operaciones y normas que distancian
nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines:
la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los
vínculos recíprocos entre los hombres. Reconocemos como culturales todas las
actividades y valores que son útiles para el ser humano en tanto ponen la tierra
a su servicio, lo protegen contra la violencia de las fuerzas naturales.
El orden ha sido más bien espiado y copiado de la naturaleza, es un suerte de
compulsión a la repetición que, una vez instituida, decide cuando, donde y como
algo debe ser hecho, ahorrando así vacilaciones y dudas en todos los casos
idénticos. Es imposible desconocer os beneficios del orden; posibilita al ser
humano el mejor aprovechamiento del espacio y el tiempo, al par que reserva sus
fuerzas psíquicas.
Si suponemos con la máxima generalidad, que el resorte de todas las actividades
humanas es alcanzar dos metas confluyentes, la utilidad y la ganancia de placer,
debemos considerar que rige también para las manifestaciones culturales.
Como último rasgo de una cultura apreciamos el modo en que se reglan los
vínculos recíprocos entre los seres humanos: los vínculos sociales. El elemento
cultural está dado con el primer intento de regular estos vínculos sociales. De
faltar ese intento, tales vínculos quedarían sometidos a la arbitrariedad del
individuo, vale decir, el de mayor fuerza física los resolvería en el sentido de
sus intereses y mociones pulsionales. La convivencia humana solo se vuelve
posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y
cohesionados frente a estos. Ahora el poder de esta comunidad se contrapone,
como derecho, al poder del individuo, que es condenado como violencia bruta.
Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso
cultural decisivo. El siguiente requisito cultural es la justicia, o sea, la
seguridad de que el orden jurídico ya establecido no se quebrantará para
favorecer a un individuo. El desarrollo cultural parece dirigirse a procurar que
ese derecho deje de ser expresión de la voluntad de una comunidad restringida.
El resultado último debe ser un derecho al que todos hayan contribuido con el
sacrificio de sus pulsiones y en el cual nadie pueda resultar victima de la
violencia bruta.
La libertad individual fue máxima antes de toda cultura, por obra del desarrollo
cultural experimenta limitaciones y la justicia exige que nada se le escape a
ellas. Lo que en una comunidad humana se agita como esfuerzo libertario puede
ser la rebelión contra la injusticia vigente, en cuyo caso favorecerá el
ulterior desarrollo de la cultura, será conciliable con esta. Pero también puede
provenir del resto de la personalidad originaria, un resto no domeñado por la
cultura, convertirse de ese modo en base para la hostilidad hacia esta última.
El desarrollo cultural nos impresiona como un proceso peculiar que abarca a la
humanidad toda, y en el que muchas cosas nos parecen familiares. Podemos
caracterizarlo por las alteraciones que emprende con las notorias disposiciones
pulsionales de los seres humanos, cuya satisfacción es por cierto la tarea
económica de nuestra vida. Algunas de esas pulsiones son consumidas del
siguiente modo: en su reemplazo emerge algo que en el individuo describiríamos
como una propiedad de carácter. Hemos hallado que orden y limpieza son
exigencias esenciales de la cultura, aunque su necesidad vital no es evidente,
como tampoco lo es su aptitud para ser fuentes de goce. En este punto debería
imponérsenos, por primera vez, la semejanza del proceso de cultura con el del
desarrollo libinal del individuo. Otras pulsiones son movidas a desplazar la
condición de su satisfacción, a dirigirse por otros caminos, lo cual en la
mayoría de los casos coincide con la sublimación. La cultura se edifica sobre la
renuncia de lo pulsional, el alto grado en que se basa en la no satisfacción de
poderosas pulsiones. Esta degeneración cultural gobierna el ámbito de los
vínculos sociales entre los hombres; ya sabemos que esta es la causa de
hostilidad contra la que se ven precisadas a luchar todas las culturas.
TRES ENSAYOS DE TEORÍA SEXUAL. FREUD
En la pubertad la pulsión sexual hall objeto sexual. Las pulsiones parciales
cooperan, al par que las zonas erógenas se subordinan al primado de la zona
genital. El desarrollo sexual en la mujer se presenta hasta una suerte de
involución. La normalidad de la vida sexual es garantizada únicamente por la
exacta coincidencia de las dos corrientes dirigidas al objeto y a la meta
sexual: la tierna y la sensual. En el varón la nueva meta sexual consiste en la
descarga de los productos genésicos. La pulsión sexual se pone ahora al servicio
de la función de reproducción. Para que esta transmudación se logre con éxito,
es preciso contar con las disposiciones originarias y todas las peculiaridades
de las pulsiones.
1. El primado de las zonas genitales y el placer previo.
Lo esencial y más llamativo de los procesos de la pubertad son los crecimientos
de los genitales externos, los cuales han avanzado hasta el punto de ofrecer
productos genésicos. Así ha quedado listo un aparato. Este aparato debe ser
puesto en marcha mediante estímulos, los cuales se pueden alcanzar por tres
caminos: a) Desde el mundo exterior, por excitación de las zonas erógenas, b)
Desde el interior del organismo y, c) Desde la vida anímica, que constituye un
repositorio de impresiones externas y un receptor de excitaciones internas. Por
los tres caminos se provoca lo mismo: excitación sexual y se da a conocer por
dos clases de signos: a) anímicos, que consisten en un peculiar sentimiento de
tensión, de carácter en extremo esforzante; entre los múltiples signos
corporales se sitúa en primer término una serie de de alteraciones en los
genitales, que tienen un sentido indudable: la preparación, el apronte para el
acto sexual, y b) somáticos.
LA TENSIÓN SEXUAL.
El estado de excitación sexual presenta el carácter de una tensión, un
sentimiento de tensión que conlleva displacer. La tensión del estado de
excitación sexual se computa entre los sentimientos de displacer, se tropieza
con el hecho de que es experimentada inequívocamente como placentera. ¿Cómo
condicen entre si esta tensión displacentera y este sentimiento de placer?
En la introducción a la excitación sexual, el ojo puede ser estimulado casi
siempre en la situación de cortejo del objeto. Con esta excitación se conecta
ya, por una parte, un placer; por la otra, tiene como consecuencia aumentar el
estado de excitación sexual, o provocarlo cuando todavía falta. Si viene a
sumarse la excitación de otra zona erógena, por ejemplo la de la mano que toca,
el efecto es el mismo: una sensación de placer que pronto se refuerza con el que
proviene de las alteraciones preparatorias, por un lado, y por el otro, un
aumento de la tensión sexual que pronto se convierte en el mas nítido displacer
si no se le permite procurarse un placer ulterior.
MECANISMO DEL PLACER PREVIO.
Las zonas erógenas en su conjunto se aplican para brindar, mediante su adecuada
estimulación un cierto monto de placer; de este arranca el incremento de la
tensión, la cual, a su vez, tiene que ofrecer la energía motriz necesaria para
llevar a su término el acto sexual. La penúltima pieza de este acto es de nuevo
la estimulación apropiada de una zona erógena por el objeto más apto para ello,
la mucosa de la vagina; y bajo el placer que esta excitación procura, se gana,
esta vez por vía de reflejo, la energía motriz requerida para la expulsión de
las sustancias genésicas. Este placer ultimo es el máximo por su intensidad, y
diferente de los anteriores por su mecanismo. Es provocado enteramente por la
descarga, es en su totalidad un placer de satisfacción, y con él se elimina
temporariamente la tensión de la libido.
El placer provocado por la excitación de las zonas erógenas, se puede designar
como placer previo, y es el mismo que ya podía ofrecer la pulsión sexual
infantil. El placer producido por el vaciamiento de las sustancias sexuales es
placer final (placer de satisfacción del acto sexual) y, depende de condiciones
que se instalan con la pubertad.
PELIGROS DEL PLACER PREVIO.
Del mecanismo en que es incluido el placer previo deriva un peligro para el
logro de la meta sexual normal: ese peligro se presenta cuando, en cualquier
punto de los procesos sexuales preparatorios, el placer previo demuestra ser
demasiado grande, y demasiado escasa us contribución a la tensión. Falta la
fuerza pulsional para que el proceso sexual siga adelante; todo el camino se
abrevia, y la acción preparatoria remplaza a la meta sexual normal. Este
prejuicio tiene por condición que la zona erógena respectiva, o la pulsión
parcial correspondiente, haya contribuido a la ganancia de placer en medida
inhabitual ya en la vida infantil.
El malogro de la función del mecanismo sexual por culpa del placer previo se
evita, sobre todo, cuando ya en la vida infantil se prefigura de algún modo el
primado de as zonas genitales. En la segunda mitad de la niñez (8 hasta
pubertad), las zonas genitales se comportan ya de manera similar a la época de
la madurez; pasa a ser la sede de sensaciones de excitación y alteraciones
preparatorias cuando se siente alguna clase de placer por la satisfacción de
otras zonas erógenas; este efecto, no obstante, sigue careciendo de fin, en nada
contribuye a la prosecución del proceso sexual.
2. El problema de la excitación sexual.
PAPEL DE LAS SUSTANCIAS SEXUALES.
La acumulación de los materiales sexuales crea y sostiene a la tensión sexual se
debe tal vez a que la presión de estos productos sobre la pared de sus
receptáculos tiene por efecto estimular un centro espinal; el estado de este es
percibido por un centro superior, engendrándose así para la conciencia la
sensación de tensión. Si la excitación de zonas erógenas aumenta la tensión
sexual, ello solo puede deberse a que tiene una prefigurada conexión anatómica
con estos centros, elevan el tono mismo de la excitación y, cuando la tensión es
suficiente, ponen en marcha el acto sexual, pero cuando no lo es incitan la
producción de las sustancias genésicas. Esto no toma en cuanta tres situaciones:
la situaciones de los niños, de las mujeres y de los varones castrados.
APRECIACION DE LAS PARTES SEXUALES INTERNAS.
Las observaciones en varones castrados parece corroborar que excitación sexual
es independiente de las producciones de sustancias genésicas.
TEORÍA QUÍMICA.
Bástenos establecer, como lo esencial de esta concepción de los procesos
sexuales, la hipótesis de que existen sustancias particulares que provienen del
metabolismo sexual. En efecto, esta tesis, en apariencia arbitraria, viene
sustentada por una intelección poco tenida en cuenta, pero digna de la mayor
atención. Las neurosis que admiten ser reconducidas a perturbaciones de la vida
sexual muestran la máxima semejanza clínica con los fenómenos de la intoxicación
y la abstinencia a raíz del consumo habitual de sustancias tóxicas productoras
de placer (alcaloides).
3. La teoría de la libido
Hemos establecido el concepto de la libido como una fuerza susceptible de
variaciones cuantitativas, que podría medir procesos y trasposiciones en el
ámbito de la excitación sexual. Un quantum de libido a cuya subrogación psíquica
llamamos libido yoica; la producción de esta, su aumento o su disminución, su
distribución y su desplazamiento, están destinados a ofrecernos la posibilidad
de explicar los fenómenos psicosexuales observados. Ahora bien, esta libido
yoica sólo se vuelve cómodamente accesible al estudio analítico cuando ha
encontrado empleo psíquico en la investidura de objetos sexuales, vale decir,
cuando se ha convertido en libido de objeto. La vemos concentrarse en objetos,
fijarse a ellos o bien abandonarlos, pasar de unos a otros y, a partir de estas
posiciones, guiar el quehacer sexual del individuo, el cual lleva a la
satisfacción, sea, a la extinción parcial y temporaria de la libido.
Además, podemos conocer, en cuanto a los destinos de la libido de objeto, que es
quitada de los objetos, se mantiene fluctuante en particulares estados de
tensión y, por último, recogida en el interior del yo, con lo cual se convierte
de nuevo en libido yoica. A esta última, por oposición a la libido de objeto, la
llamamos también libido narcisista.. La libido narcisista o libido yoica se nos
aparece como el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras de
objeto y al cual vuelven a replegarse; y la investidura libidinal narcisista del
yo, como el estado originario realizado en la primera infancia, que es sólo
ocultado por los envíos posteriores de la libido, pero se conserva en el fondo
tras ellos.
4. Diferenciación entre el hombre y la mujer
La sexualidad de la niña pequeña tiene un carácter enteramente masculino. Más
aún: si supiéramos dar un contenido más preciso a los conceptos de ‘masculino y
‘femenino’, podría defenderse también el aserto la libido es regularmente, y con
arreglo a ley, de naturaleza masculina, ya se presente en el hombre o en la
mujer, y prescindiendo de que su objeto sea el hombre o la mujer.
Desde que me he familiarizado con el punto de vista de la bisexualidad,
considero que ella es el factor decisivo en este aspecto, y que sin tenerla en
cuenta difícilmente se llegará a comprender las manifestaciones sexuales del
hombre y la mujer como nos las ofrece la observación de los hechos.
ZONAS RECTORAS EN EL HOMBRE Y EN LA MUJER.
Aparte de lo anterior, sólo puedo agregar esto: en la niña la zona erógena
rectora se sitúa sin duda en el clítoris, y es por tanto homóloga a la zona
genital masculina, el glande. Todo lo que he podido averiguar mediante la
experiencia acerca de la masturbación en las niñas pequeñas se refería al
clítoris y no a las partes de los genitales externos que después adquieren
relevancia para las funciones genésicas. Las descargas espontáneas del estado de
excitación sexual, tan comunes justamente en la niña pequeña, se exteriorizan en
contracciones del clítoris; y las frecuentes erecciones de este posibilitan a la
niña juzgar con acierto acerca de las manifestaciones sexuales del varón, aun
sin ser instruida en ellas: sencillamente le trasfiere las sensaciones de sus
propios procesos sexuales.
La pubertad, que en el varón trae aparejado aquel gran empuje de la libido, se
caracteriza para la muchacha por una nueva oleada de represión, que afecta
justamente a la sexualidad del clítoris. Es un sector de vida sexual masculina
el que así cae bajo la represión. El refuerzo de las inhibiciones sexuales,
creado por esta represión que sobreviene a la mujer en la pubertad, proporciona
después un estímulo a la libido del hombre, que se ve forzada a intensificar sus
operaciones; y junto con la altitud de su libido aumenta su sobrestimación
sexual, que en su cabal medida sólo tiene valimiento para la mujer que se
rehusa, que desmiente su sexualidad. Y más tarde, cuando por fin el acto sexual
es permitido, el clítoris mismo es excitado, y sobre él recae el papel de
retrasmitir esa excitación a las partes femeninas vecinas
A menudo se requiere cierto tiempo para que se realice esa trasferencia. Durante
ese lapso la joven es anestésica. La anestesia de las mujeres no es a menudo
sino aparente, local. Son anestésicas en la vagina, pero en modo alguno son
inexcitables desde el clítoris o aun desde otras zonas. Y después, a estas
ocasiones erógenas de la anestesia vienen a sumarse todavía las psíquicas,
igualmente condicionadas por represión. Toda vez que logra trasferir la
estimulabilidad erógena del clítoris a la vagina, la mujer ha mudado la zona
rectora para práctica sexual posterior. En cambio, el hombre la conserva desde
la infancia. En este cambio de la zona erógena rectora, así como en la oleada
represiva de la pubertad que, así decir, elimina la virilidad infantil, residen
las principales condiciones de la proclividad de la mujer a la neurosis,
particular a la histeria. Estas condiciones se entraman entonces, y de la manera
más íntima, con la naturaleza de la femineidad.
5. El hallazgo de objeto
Durante los procesos de la pubertad se afirma el primado de las zonas genitales,
y en el varón, el ímpetu del miembro erecto remite imperiosamente a la nueva
meta sexual: penetrar en una cavidad del cuerpo que excite la zona genital.Al
mismo tiempo, desde el lado psíquico, se consuma el hallazgo de objeto,
preparado desde la más temprana infancia.
OBJETO SEXUAL DEL PERÍODO DE LACTANCIA.
Pero de estos vínculos sexuales, los primeros y los más importantes de todos,
resta, aun luego de que la actividad sexual se divorció de la nutrición, una
parte considerable, que ayuda a preparar la elección de objeto y, así, a
restaurar la dicha perdida. A lo largo de todo el período de latencia, el niño
aprende a amar a otras personas que remedian su desvalimiento y satisfacen sus
necesidades. Lo hace siguiendo en todo el modelo de sus vínculos de lactante con
la nodriza, y prosiguiéndolos.
Cuando enseña al niño a amar, no hace sino cumplir su cometido; es que debe
convertirse en un hombre íntegro, dotado de una enérgica necesidad sexual, y
consumar en su vida todo aquello hacia lo cual la pulsión empuja a los seres
humanos. Sin duda, un exceso de ternura de parte de los padres resultará dañino,
pues apresurará su maduración sexual; y también «malcriará» al niño, lo hará
incapaz de renunciar temporariamente al amor en su vida posterior, o contentarse
con un grado menor de este
ANGUSTIA INFANTIL.
La angustia de los niños no es originariamente nada más que la expresión de su
añoranza de la persona amada; por eso responden a todo extraño con angustia;
tienen miedo de la oscuridad porque en esta no se ve a la persona amada, y se
dejan calmar si pueden tomarle la mano. Se sobrestima el efecto de todos los
espantaniños y todos los horripilantes relatos de las niñeras cuando se los hace
culpables de producir ese estado de angustia. Sólo los niños que tienden al
estado de angustia recogen tales relatos, que en otros no harán mella; y al
estado de angustia tienden únicamente niños de pulsión sexual hipertrófica, o
prematuramente desarrollada, o suscitada por los mimos excesivos. En esto el
niño se porta como el adulto: tan pronto como no puede satisfacer su libido, la
muda en angustia; y a la inversa, el adulto, cuando se ha vuelto neurótico por
una libido insatisfecha, se porta en su angustia como un niño: empezará a tener
miedo apenas quede solo (vale decir, sin una persona de cuyo amor crea estar
seguro) y a querer apaciguar su angustia con las medidas más pueriles.
LA BARRERA DEL INCESTO.
Cuando la ternura que los padres vuelcan sobre el niño ha evitado despertarle la
pulsión sexual prematuramente —vale decir, antes que estén dadas las condiciones
corporales propias de la pubertad—, y despertársela con fuerza tal que la
excitación anímica se abra paso de manera inequívoca hasta el sistema genital,
aquella pulsión puede cumplir su cometido: conducir a este niño, llegado a la
madurez, hasta la elección del objeto sexual.
Pero la elección de objeto se consuma primero en la [esfera de la)
representación; y es difícil que la vida sexual del joven que madura pueda
desplegarse en otro espacio de juego que el de las fantasías, o sea,
representaciones no destinadas a ejecutarse.
A raíz de estas fantasías vuelven a emerger en todos los hombres las
inclinaciones infantiles, solo que ahora con un refuerzo somático. Y entre estas
y la con la frecuencia de la ley, la moción sexual del niño hacia sus
progenitores, casi siempre ya diferenciada por la atracción del sexo opuesto: la
del varón hacia su madre, y la de la niña hacia su padre.
Contemporáneo al doblegamiento y la desestimación de estas fantasías claramente
incestuosas, se consuma uno de los logros psíquicos más importantes, pero
también más dolorosos del periodo de la pubertad: el desasimiento respecto de la
autoridad de los progenitores, el único que crea oposición, tan importante para
el progreso de la cultura, entre la nueva generación y la antigua. El amor a los
padres, no sexual en apariencia, y el amor sexual se alimentan de las mismas
fuentes. Vale decir: el primero corresponde solamente a una fijación infantil de
la libido.
A medida que nos aproximamos a las perturbaciones más profundas del desarrollo
psicosexual, más inequívocamente resalta la importancia de la elección
incestuosa de objeto. En los psiconeuróticos una gran parte de la actividad
psicosexual para el hallazgo de objeto, o toda ella, permanece en el
inconciente.
Para las muchachas que tienen una exagerada necesidad de ternura, y un horror
igualmente exagerado a los requerimientos reales de la vida sexual, pasa a ser
una tentación irresistible, por un lado, realizar en su vida el ideal del amor
asexual y por otro lado, ocultar su libido tras una ternura que pueden
exteriorizar sin autoreproches, conservando a lo largo de toda su vida la
inclinación infantil, renovada en la pubertad, hacia los padres y los hermanos.
EFECTOS POSTERIORES DE LA ELECCIÓN INFANTIL DE OBJETO.
Ni siquiera quien ha evitado felizmente la fijación incestuosa de su libido se
sustrae por completo de su influencia. El hecho de que el primer enamoramiento
serio del joven, como es tan frecuente, se dirija a una mujer madura y el de la
muchacha a un hombre mayor, dotado de autoridad, es un claro eco de esta fase
del desarrollo: pueden revivirles, en efecto, la imagen de la madre y del padre.
Quizá la elección de objeto, en general se produce se produce mediante un
apuntalamiento, más libre, estos modelos. El varón persigue, ante todo, la
imagen mnémica de la madre, tal como gobierna en él desde el principio de su
infancia; y armoniza plenamente con ello que la madre, aun viva, se revuelva
contra esta renovación suya y le demuestre hostilidad
La inclinación infantil hacia los padres es sin duda la más importante, pero no
la única, de las sendas que, renovadas en la pubertad, marcan después el camino
a la elección de objeto. Otras semillas del mismo origen permiten al hombre,
apuntalandose siempre su infancia, desarrollar más de una serie de sexual y
plasmar condiciones totalmente variadas para la elección de objeto.
PREVENCIÓN DE LA INVERSIÓN.
El gran poder que previene una inversión permanente del objeto sexual es, sin
duda, la atracción recíproca de los caracteres sexuales opuestos; en el presente
contexto no podemos dar explicación alguna acerca de estos últimos. Pero ese
factor no basta por sí solo para excluir la inversión; vienen a agregarse toda
una serie de factores coadyuvantes. Sobre todo, la inhibición autoritativa de la
sociedad: donde la inversión no es considerada un crimen, puede verse que
responde cabalmente a las inclinaciones sexuales de no pocos individuos. Además,
en el caso del varón, cabe suponer que su recuerdo infantil de la ternura de la
madre y de otras personas del sexo femenino de quienes dependía cuando niño
contribuye enérgicamente a dirigir su elección hacia la mujer. Y que, al mismo
tiempo, el temprano amedrentamiento sexual que experimentó de parte de su padre,
y su actitud de competencia hacia él, lo desvían de su propio sexo. Pero ambos
factores valen también para la muchacha, cuya práctica sexual está bajo la
particular tutela de la madre. El resultado es un vínculo hostil con su mismo
sexo, que influye decisivamente para que la elección de objeto se haga en el
sentido considerado normal.
Resumen
Hipótesis: la pulsión sexual del adulto engendra una aspiración con una única
meta sexual mediante la composición de múltiples mociones de la vida infantil en
una unidad.
En la niñez la pulsión sexual no está centrada y al principio carece de objeto,
es autoerótica.
El hecho de la acometida en dos tiempos parece estar contenida una de las
condiciones de la aptitud del hombre para el desarrollo de una cultura superior,
pero también de su proclividad a la neurosis.
De las transformaciones en la pubertad destacamos dos como las decisivas: a. La
subordinación de todas las otras fuentes originarias de la excitación sexual
bajo el primado de las zonas genitales, la cual se consuma por el mecanismo de
aprovechamiento del placer previo: los otros actos sexuales autónomos, que van
unidos a un placer y a un excitación, pasan a ser actos preparatorios para la
nueva meta sexual, el vaciamiento de los productos genésicos; y el logro de esta
meta bajo un placer enorme, pone fin a la excitación sexual; y b. El proceso de
hallazgo de objeto.
FACTORES QUE PERTURBAN EL DESARROLLO.
Todo paso en esta larga vía de desarrollo puede convertirse en un lugar de
fijación, y todo punto de articulación de esta complicada síntesis, en la
ocasión de un proceso disociador de la pulsión sexual.
CONSTITUCIÓN Y HERENCIA.
Sobre la diferencia innata de la constitución sexual recae el peso principal,
pero es discernible a partir de sus exteriorizaciones posteriores, y ni siquiera
entonces lo es con gran certeza. Son concebibles también variantes de la
disposición originaria que necesariamente, y sin ayuda ulterior, lleven a
conformarse una vida sexual anormal. Puede llamárselas “degenerativas”, y
considerárselas expresión de una tara heredada.
PROCESO ULTERIOR.
No puede sustentarse el punto de vista de que la conformación de la vida sexual
quedaría determinada unívocamente por el planteo inicial de los diversos
componentes en la constitución sexual. Más bien el proceso de condicionamiento
sigue, y las posibilidades ulteriores dependen del destino que experimenten los
tributarios de la sexualidad que dimanan de cada una de las fuentes. Es evidente
que este procesamiento ulterior decide en definitiva; en efecto, una
constitución idéntica en términos descriptivos puede ser llevada por aquella a
tres diversos desenlaces finales:
1. Cuando todas las disposiciones se mantienen en su proporción relativa,
considerada anormal, y se refuerzan con la maduración, el resultado final no
puede ser otro que una vida sexual perversa. Las perversiones por fijación
tendrían como premisa necesaria una debilidad innata de la pulsión sexual.
Expresada en esa forma, tal concepción parece insostenible pero cobra sentido si
se alude a la debilidad constitucional de un factor de la pulsión sexual, la
zona genital, zona que as tarde cobra la función de sintetizar diversas
prácticas sexuales para la meta de la reproducción. Entonces esa síntesis,
requerida en la pubertad, no puede menos que fracasar, y los más fuertes entre
los otros componentes de la sexualidad impondrán su práctica como perversión.
2. Represión. Cuando en el curso del desarrollo algunos componentes, que en la
disposición eran hiperintensos, sufren el proceso de la represión. Las
excitaciones correspondientes se siguen produciendo como antes, pero un estorbo
psíquico les impide alcanzar su meta y las empuja por otros caminos, hasta que
consiguen expresarse como síntomas. La vida sexual de estas personas se ha
iniciado como la de los perversos; todo un sector de su infancia esta colmado de
una actividad sexual perversa, que en ocasiones continúa hasta más allá de la
madurez. Más tarde, por causas internas, se produce un vuelco represivo, y en
adelante, sin que las viejas mociones se extingan, la neurosis remplaza a la
perversión.
3. Sublimación. Las excitaciones hiperintensas que vienen de las diversas
fuentes de la sexualidad se les procura drenaje y empleo en otros campos, de
suerte que el resultado de la disposición en si peligrosa es un incremento no
desdeñable de la capacidad de rendimiento psíquico. Una subvariedad de la
sublimación es tal vez la sofocación por formación reactiva que empieza en el
periodo de latencia del niño, y en los casos favorables continúa toda la vida.
Lo que llamamos el carácter está construido en buena parte con el material de
las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia,
de otras adquiridas por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar
unas mociones perversas, reconocidas como inaplicables.
LO VIVENCIADO ACCIDENTALMENTE.
Entre los factores constitucionales y accidentales existe una relación de
cooperación y no de exclusión. El factor constitucional tiene que aguardar a que
ciertas vivencias lo pongan en vigor; el accidental necesita apuntalarse en la
constitución para volverse eficaz. En la mayoría de los casos es posible
imaginar una serie complementaria, en la cual las intensidades decrecientes de
un factor son compensadas por las crecientes del otro. La serie etiológica única
se descompone en dos, que cabe llamar la predisposicional y la definitiva. En la
primera, constituciones y vivencias infantiles accidentales cooperan como lo
hacen, en la segunda, la predisposición y las vivencias traumáticas posteriores.
Todos los factores deteriorantes del desarrollo sexual exteriorizan su efecto
del siguiente modo: provocan una regresión, un regreso a una fase anterior del
desarrollo.
PRECOCIDAD.
No es por sí solo causa suficiente. Se exterioriza en la interrupción, el
acortamiento o la eliminación del periodo infantil de latencia, y se convierte
en causa de perturbaciones en la medida en que ocasiona exteriorizaciones
sexuales que, a raíz del carácter incompleto de las inhibiciones sexuales, por
una parte, y de la falta del desarrollo del sistema genital, por la otra, sólo
pueden presentarse como perversiones. Ahora bien, estas inclinaciones a la
perversión pueden conservarse como tales, o convertirse en fuerzas pulsionales
de síntomas neuróticos después de una represión; en todos los casos, la
precocidad sexual dificulta el deseable gobierno posterior de la pulsión sexual
por parte de las instancias anímicas superiores, y acrecienta el carácter
compulsivo que de suyo reclaman las subrogaciones psíquicas de la pulsión. La
precocidad sexual suele marchar paralela a un desarrollo intelectual precoz;
así, la encontramos en la historia infantil de los individuos más prominentes y
productivos; en tales casos no parece tener iguales efectos patógenos que cuando
se presenta aislada.
FACTORES TEMPORALES.
La secuencia en que son activadas las diversas mociones pulsionales, y el lapso
durante el cual pueden exteriorizarse hasta sufrir la influencia de otra moción
pulsional que acaba de emerger o de una represión típica, parecen
filogenéticamente establecidos. No es indistinto que una corriente determinada
emerja antes o después de su corriente contraria, pues el efecto de una
represión no puede deshacerse: un desfasaje temporal en la composición de los
elementos produce una alteración del resultado. Por otra parte, mociones
pulsionales que emergen con particular intensidad tienen a menudo un transcurso
breve.
ADHESIVIDAD.
Adhesividad o fijabilidad, tienen que superponerse por fuerza a los que después
se vuelven neuróticos, así como en los perversos, para completar la constelación
de los hechos, pues en otras personas, idénticas exteriorizaciones sexuales
prematuras no se imprimen tan duraderamente que provoquen su repetición
compulsiva y prescriban para toda la vida los caminos de la pulsión sexual.
Quizás esta adhesividad se aclare en parte si atendemos a otro factor psíquico
que no podemos dejar de computar en la causación de las neurosis, a saber: el
mayor peso que tienen en la vida anímica las huellas mnémicas en comparación con
las impresiones recientes. Es evidente que este factor depende de la formación
intelectual y crece a medida que aumenta la cultura personal.
FIJACIÓN.
El terreno propicio creado por los factores psíquicos que acabamos de mencionar
es aprovechado por las incitaciones accidentalmente vivenciadas de la sexualidad
infantil. Estas aportan el material que, con ayuda de aquellos factores, puede
ser fijado como una perturbación permanente. En la causación cooperan la
solicitación de la constitución, la precocidad, la propiedad de la adhesividad
elevada, y la incitación contingente de la pulsión sexual por una influencia
extraña.
DUELO Y MELANCOLÍA. FREUD
La conjunción de melancolía y duelo parece justificada por el cuadro total de
esos dos estados. También son coincidentes las influencias de la vida que los
ocasionan, toda vez que podemos discernirlas. El duelo es, por regla general, la
reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga
sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas
influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía. A
pesar de que el duelo trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en
la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico.
La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida,
una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de
amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí
que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una
delirante expectativa de castigo. Este cuadro se aproxima a nuestra comprensión
si consideramos que el duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él
la perturbación del sentimiento de sí. Fácilmente se comprende que esta
inhibición y este angostamiento del yo expresan una entrega incondicional al
duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses.
Ahora bien, ¿en qué consiste el trabajo que el duelo opera? Creo que no es
exagerado en absoluto imaginarlo del siguiente modo: El examen de realidad ha
mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la
exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone
una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona
de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa
renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la
realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de
deseo. Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Pero la orden
que esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un
gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del
objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los recuerdos y cada una de
las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados,
sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido.
Apliquemos ahora a la melancolía lo que averiguamos en el duelo. En una serie de
casos, es evidente que también ella puede ser reacción frente a la pérdida de un
objeto amado; en otras ocasiones, puede reconocerse que esa pérdida es de
naturaleza más ideal. El objeto tal vez no está realmente muerto, pero se perdió
como objeto de amor. Podría presentarse aun siendo notoria para el enfermo la
pérdida ocasionadora de la melancolía: cuando él sabe a quién perdió, pero no lo
que perdió en él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una
pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual
no hay nada inconciente en lo que atañe a la pérdida. El melancólico nos muestra
todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento
yoico, un enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre
y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo. El enfermo nos describe a
su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se
denigra y espera repulsión y castigo. El cuadro de este delirio de
insignificancia -predominantemente moral- se completa con el insomnio, la
repulsa del alimento y un desfallecimiento, en extremo asombroso
psicológicamente, de la pulsión que compele a todos los seres vivos a aferrarse
a la vida.
Es en realidad todo lo falto de interés, todo lo incapaz de amor y de trabajo
que él dice. Pero esto es, según sabemos, secundario; es la consecuencia de ese
trabajo interior que devora a su yo, un trabajo que desconocemos, comparable al
del duelo. También en algunas otras de sus autoimputaciones nos parece que tiene
razón y aun que capta la verdad con más claridad que otros, no melancólicos.
Tampoco es difícil notar que entre la medida de la autodenigración y su
justificación real no hay, a juicio nuestro, correspondencia alguna. Por último,
tiene que resultarnos llamativo que el melancólico no se comporte en un todo
como alguien que hace contrición de arrepentimiento y de autorreproche. Le falta
la vergüenza en presencia de los otros, que sería la principal característica de
este último estado.
Siguiendo la analogía con el duelo, deberíamos inferir que él ha sufrido una
pérdida en el objeto; pero de sus declaraciones surge una pérdida en su yo.
Una parte del yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente, la toma por
objeto, digamos. Lo que aquí se nos da a conocer es la instancia que usualmente
se llama conciencia moral; junto con la censura de la conciencia y con el examen
de realidad la contaremos entre las grandes instituciones del yo, y en algún
lugar hallaremos también las pruebas de que puede enfermarse ella sola. El
cuadro nosológico de la melancolía destaca el desagrado moral con el propio yo
por encima de otras tachas: quebranto físico, fealdad, debilidad, inferioridad
social, rara vez son objeto de esa apreciación que el enfermo hace de sí mismo;
sólo el empobrecimiento ocupa un lugar privilegiado entre sus temores o
aseveraciones. Si con tenacidad se presta oídos a las querellas que el paciente
se dirige, llega un momento en que no es posible sustraerse a la impresión de
que las más fuertes de ellas se adecuan muy poco a su propia persona y muchas
veces, con levísimas modificaciones, se ajustan a otra persona a quien el
enfermo ama, ha amado a amaría.
Y tan pronto se indaga el asunto, él corrobora esta conjetura. Así, se tiene en
la mano la clave del cuadro clínico si se disciernen los autorreproches como
reproches contra un objeto de amor, que desde este han rebotado sobre el yo
propio.
Sus quejas son realmente querellas, en el viejo sentido del término. Ellos no se
avergüenzan ni se ocultan: todo eso rebajante que dicen de sí mismos en el fondo
lo dicen de otro.
Ahora bien, no hay dificultad alguna en reconstruir este proceso. Hubo una
elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada; por
obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino
un sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que
habría sido un quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo,
sino otro distinto, que para producirse parece requerir varias condiciones. La
investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido
libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no
encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una identificación
del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en
lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como
el objeto abandonado. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en
una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una
bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación.
Hay algo que se colige inmediatamente de las premisas y resultados de tal
proceso. Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto
de amor y, por el otro y en contradicción a ello, una escasa resistencia de la
investidura de objeto. Según una certera observación de Otto Rank, esta
contradicción parece exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una
base narcisista, de tal suerte que la investidura de objeto pueda regresar al
narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con el
objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual
trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del
conflicto con la persona amada. Un sustituto así del amor de objeto por
identificación es un mecanismo importante para las afecciones narcisistas.
Corresponde a la regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo
originario. En otro lugar hemos consignado que la identificación es la etapa
previa de la elección de objeto y es el primer modo, ambivalente en su
expresión, como el yo distingue a un objeto. Querría incorporárselo, en verdad,
por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del
desarrollo libidinal. A esa trabazón reconduce Abraham, con pleno derecho, la
repulsa de los alimentos que se presenta en la forma grave del estado
melancólico.
Por tanto, la melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y
la otra parte a la regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el
narcisismo. Las ocasiones de la melancolía rebasan las más de las veces el claro
acontecimiento de la pérdida por causa de muerte y abarcan todas las situaciones
de afrenta, de menosprecio y de desengaño en virtud de las cuales puede
instilarse en el vínculo una oposición entre amor y odio o reforzarse una
ambivalencia preexistente. Este conflicto de ambivalencia, de origen más bien
externo unas veces, más bien constitucional otras, no ha de pasarse por alto
entre las premisas de la melancolía. Si el amor por el objeto se refugia en la
identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo
insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una
satisfacción sádica. Ese automartirio de la melancolía, inequívocamente gozoso,
importa, en un todo como el fenómeno paralelo de la neurosis obsesiva, la
satisfacción de tendencias sadicas y de tendencias al odio que recaen sobre un
objeto y por la vía indicada han experimentado una vuelta hacia la persona
propia. Así, la investidura de amor del melancólico en relación con su objeto ha
experimentado un destino doble; en una parte ha regresado a la identificación,
pero, en otra parte, bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, fue
trasladada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto.
Sólo este sadismo nos revela el enigma de la inclinación al suicidio por la cual
la melancolía se vuelve tan interesante y... peligrosa. Ahora el análisis de la
melancolía nos enseña que el yo sólo puede darse muerte si en virtud del
retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto,
si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un
objeto y subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del mundo exterior.
La peculiaridad más notable de la melancolía, es su tendencia a volverse del
revés en la manía, un estado que presenta los síntomas opuestos. Según se sabe,
no toda melancolía tiene ese destino. Muchos casos trascurren con recidivas
periódicas, y en los intervalos no se advierte tonalidad alguna de manía, o se
la advierte sólo en muy escasa medida. Otros casos muestran esa alternancia
regular de fases melancólicas y maníacas que ha llevado a diferenciar la insania
cíclica. La manía no tiene un contenido diverso de la melancolía, y ambas
afecciones pugnan con el mismo «complejo», al que el yo probablemente sucumbe en
la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado.
El otro apoyo nos lo brinda la experiencia según la cual en todos los estados de
alegría, júbilo o triunfo, que nos ofrecen el paradigma normal de la manía,
puede reconocerse idéntica conjunción de condiciones económicas. En ellos entra
en juego un influjo externo por el cual un gasto psíquico grande, mantenido por
largo tiempo o realizado a modo de un hábito, se vuelve por fin superfluo, de
suerte que queda disponible para múltiples aplicaciones y posibilidades de
descarga. Podemos atrevernos a decir que la manía no es otra cosa que un triunfo
así, sólo que en ella otra vez queda oculto para el yo eso que él ha vencido y
sobre lo cual triunfa.
En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto y entonces
queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de
la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Cuando parte,
voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos demuestra
también inequívocamente su emancipación del objeto que le hacía penar.
Se discurre de inmediato y con facilidad se consigna: la « representación (cosa)
inconciente del objeto es abandonada por la libido». Pero en realidad esta
representación se apoya en incontables representaciones singulares (sus huellas
inconcientes), y la ejecución de ese quite de libido no puede ser un proceso
instantáneo, sino, sin duda, como en el caso del duelo, un proceso lento que
avanza poco a poco. ¿Comienza al mismo tiempo en varios lugares o implica alguna
secuencia determinada? No es fácil discernirlo; en los análisis puede
comprobarse a menudo que ora este, ora estotro recuerdo son activados, y que
esas quejas monocordes, fatigantes por su monotonía, provienen empero en cada
caso de una diversa raíz inconciente. Sí el objeto no tiene para el yo una
importancia tan grande, una importancia reforzada por millares de lazos, tampoco
es apto para causarle un duelo o una melancolía.
Pero la melancolía, como hemos llegado a saber, contiene algo más que el duelo
normal. La relación con el objeto no es en ella simple; la complica el conflicto
de ambivalencia. Esta es o bien constitucional, es decir, inherente a todo
vínculo de amor de este yo, o nace precisamente de las vivencias que conllevan
la amenaza de la pérdida del objeto. En la melancolía se urde una multitud de
batallas parciales por el objeto; en ellas se enfrentan el odio y el amor, el
primero pugna por desatar la libido del objeto, y el otro por salvar del asalto
esa posición libidinal. A estas batallas parciales no podemos situarlas en otro
sistema que el Icc, el reino de las huellas mnémicas de cosa. Ahí mismo se
efectúan los intentos de desatadura en el duelo, pero en este caso nada impide
que ¿ales procesos prosigan por el camino normal que atraviesa el Prcc hasta
llegar a la conciencia. Este camino está bloqueado para el trabajo melancólico,
quizás a consecuencia de una multiplicidad de causas o de la conjunción de
estas. La ambivalencia constitucional pertenece en sí y por sí a lo reprimido,
mientras que las vivencias traumáticas con el objeto pueden haber activado otro
[material] reprimido. Así, de estas batallas de ambivalencia, todo se sustrae de
la conciencia hasta que sobreviene el desenlace característico de la melancolía.
Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y
ofreciéndole como premio el permanecer con vida, de igual modo cada batalla
parcial de ambivalencia afloja la fijación de la libido al objeto desvalorizando
este, rebajándolo; por así decir, también victimándolo. De esa manera se da la
posibilidad de que el pleito {Prozess} se termine dentro del Icc, sea después
que la furia se desahogó, sea después que se resignó el objeto por carente de
valor. No vemos todavía cuál de estas dos posibilidades pone fin a la melancolía
regularmente o con la mayor frecuencia, ni el modo en que esa terminación
influye sobre la ulterior trayectoria del caso.
Aquella acumulación de investidura antes ligada que se libera al término del
trabajo melancólico y posibilita la manía tiene que estar en trabazón estrecha
con la regresión de la libido al narcisismo. El conflicto en el interior del yo,
que la melancolía recibe a canje de la lucha por el objeto, tiene que operar a
modo de una herida dolorosa que exige una contrainvestidura grande en extremo.
EL ESTADIO DEL ESPEJO COMO FORMADOR DE LA FUNCIÓN DEL YO (JE) TAL COMO SE NOS
REVELA EN LA EXPERIENCIA PSICOANALÍTICA. LACAN
La función del yo [je] en la experiencia que de él nos da el psicoanálisis.
Experiencia de la que hay que decir que nos opone a toda filosofía derivada
directamente del cogito.
La cría de hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero todavía
un tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya
sin embargo su imagen en el espejo como tal. Este acto, en efecto, lejos de
agotarse, como en el mono, en el control, una vez adquirido, de la inanidad de
la imagen, rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que
experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con
su medio ambiente reflejado, y de ese complejo virtual a la realidad que
reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los
objetos, que se encuentran junto a él.
Este acontecimiento puede producirse, desde la edad de seis meses, y su
repetición de un lactante ante el espejo, que no tiene todavía dominio de la
marcha, ni siquiera de la postura en pie, pero que, a pesar del estorbo de algún
sostén humano o artificial (lo que solemos llamar unas andaderas), supera en un
jubiloso ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su actitud en una
postura mas o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo
de la imagen.
Esta actividad conserva para nosotros hasta la edad de dieciocho meses. Basta
para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido
pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación producida en
el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase
está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo
imago.
El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido
todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el
hombrecito en ese estadio infans, nos parecerá por lo tanto que manifiesta, en
una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en
una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación
con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función
de sujeto.
Esta forma por lo demás debería más bien designarse como yo-ideal, si
quisiéramos hacerla entrar en un registro conocido, en el sentido de que será
también el tronco de las identificaciones secundarias, cuyas funciones de
normalización libidinal reconocemos bajo ese término. Pero el punto importante
es que esta forma sitúa la instancia del yo, aún desde antes de su determinación
social, en una línea de ficción, irreductible para siempre por el individuo
solo; o más bien, que sólo asintóticamente tocará el devenir del sujeto,
cualquiera que sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales
tiene que resolver en cuanto yo [je] su discordancia con respecto a su propia
realidad.
Es que la forma total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en un
espejismo a la maduración de su poder, no le es dada sino como Gestalt, es decir
en una exterioridad donde sin duda esa forma es mas constituyente que
constituida, pero donde sobre todo le aparece en un relieve de estatura que la
coagula y bajo una simetría que la invierte, en oposición a la turbulencia de
movimientos con que se experimenta a sí mismo animándola. Así esta Gestalt, cuya
pregnancia debe considerarse como ligada a la especie, aunque su estilo motor
sea todavía confundible, por esos dos aspectos de su aparición simboliza la
permanencia mental del yo [je] al mismo tiempo que prefigura su destinación
enajenadora; está preñada todavía de las correspondencias que unen el yo [je] a
la estatua en que el hombre se proyecta como a los fantasmas que le dominan, al
autómata, en fin, en el cual, en una relación ambigua, tiende a redondearse el
mundo de su fabricación.
Que una Gestalt sea capaz de efectos formativos sobre el organismo es cosa que
puede atestiguarse por una experimentación biológica, a su vez tan ajena a la
idea de causalidad psíquica que no puede resolverse a formularla como tal.
Hechos que se inscriben en un orden de identificación homeomórfica que quedaría
envuelto en la cuestión del sentido de la belleza como formativa y como erógena.
En la captación espacial que manifiesta el estadio del espejo el efecto en el
hombre, premanente incluso a esa dialéctica, de una insuficiencia orgánica de su
realidad natural, si es que atribuimos algún sentido al término "naturaleza".
La función del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular
de la función de la imago, que es establecer, una relación del organismo con su
realidad o, como se ha dicho.
Pero esta relación con la naturaleza está alterada en el hombre por cierta
dehiscencia del organismo en su seno, por una Discordia primordial que
traicionan los signos de malestar y la incoordinación motriz de los meses
neonatales. La noción objetiva del inacabamiento anatómico del sistema piramidal
como eI de ciertas remanencias humorales del organismo materno, confirma este
punto de vista que formulamos como el dato de una verdadera prematuración
específica del nacimiento en el hombre.
El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la
insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la
identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen
fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su
totaIidad, y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a
marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental.
Este cuerpo fragmentado, término que he hecho también aceptar en nuestro sistema
de referencias teóricas, se muestra regularmente en los sueños, cuando la moción
del análisis toca cierto nivel de desintegración agresiva del individuo. Aparece
entonces bajo la forma de miembros desunidos y de esos órganos figurados en
exoscopia. Pero esa forma se muestra tangible en el plano orgánico mismo, en las
líneas de fragilización que definen la anatomía fantasiosa, manifiesta en los
síntomas de escisión esquizoide o de espasmo, de la histeria.
Correlativamente, la formación del yo [je] se simboliza oníricamente por un
campo fortificado, o hasta un estadio, distribuyendo desde el ruedo interior
hasta su recinto, hasta su contorno de cascajos y pantanos, dos campos de lucha
opuestos donde el sujeto se empecina en la búsqueda del altivo y lejano castillo
interior, cuya forma simboliza el ello de manera sobrecogedora. El método de
reducción simbólica instaura en las defensas del yo, y sitúa la represión
histórica y sus retornos en un estadio mas arcaico que la inversión obsesiva y
sus procesos aislantes, y estos a su vez como previos a la enajenación paranoica
que data del viraje del yo [je] especular al yo [je] social.
Este momento en que termina el estadio del espejo inaugura, por la
identificación con la imago del semejante y el drama de los celos primordiales,
la dialéctica que desde entonces liga al yo [je] con situaciones socialmente
elaboradas.
Es este momento el que hace volcarse decisivamente todo el saber humano en la
mediatización por el deseo del otro, constituye sus objetos en una equivalencia
abstracta por la rivalidad del otro, y hace del yo [je] ese aparato para el cual
todo impulso de los instintos será un peligro, aún cuando respondiese a una
maduración natural; pues la normalización misma de esa maduración depende desde
ese momento en el hombre de un expediente cultural: como se ve en lo que
respecta al objeto sexual en el complejo de Edipo.
El término "narcisismo primario" ilumina la oposición dinámica que trataron de
definir de esa libido a la libido sexual, cuando invocaron instintos de
destrucción, y hasta de muerte, para explicar la relación evidente de la libido
narcisista con la función enajenadora del yo [je], con la agresividad que se
desprende de ella en toda relación con el otro, aunque fuese la de la ayuda más
samaritana.
Pero esa filosofía no la aprehende desgraciadamente sino en los límites de una
self-sufficiency de la conciencia, que, por estar inscrita en sus premisas,
encadena a los desconocimientos constitutivos del yo la ilusión de autonomía en
que se confía.
A estos enunciados se opone toda nuestra experiencia en la medida en que nos
aparta de concebir el yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia,
como organizado por el "principio de realidad" en que se formula el prejuicio
cientificista más opuesto a la dialéctica del conocimiento.
Así se comprende esa inercia propia de las formaciones del yo [je] en las que
puede verse la definición mas extensiva de la neurosis: del mismo modo que la
captación del sujeto por la situación da la fórmula más general de la locura, de
la que yace entre los muros de los manicomios como de la que ensordece la tierra
con su sonido y su furia.
Los sufrimientos de la neurosis y de la psicosis son para nosotros la escuela de
las pasiones del alma, del mismo modo que el fiel de la balanza psicoanalítica,
cuando calculamos la inclinación de la amenaza sobre comunidades enteras, nos da
el índice de amortización de las pasiones de la civitas.
En ese punto de juntura de la naturaleza con la cultura que la antropología de
nuestros días escruta obstinadamente, solo el psicoanálisis reconoce ese nudo de
servidumbre imaginaria que el amor debe siempre volver a deshacer o cortar de
tajo.
Para tal obra, el sentimiento altruista es sin promesas para nosotros, que
sacamos a luz la agresividad que subtiende la acción del filántropo, del
idealista, del pedagogo, incluso del reformador.
En el recurso, que nosotros preservamos, del sujeto al sujeto, el psicoanálisis
puede acompañar al paciente hasta el límite extático del "tú eres eso", donde se
le revela la cifra de su destino mortal, pero no está en nuestro solo poder de
practicante, el conducirlo hasta ese momento en que empieza el verdadero viaje.
EL DESPERTAR DE LA PRIMAVERA. LACAN
De este modo aborda un dramaturgo, en 1891, el asunto de que es para los
muchachos hacer el amor con las muchachas, marcando que no pensarían en ello sin
el despertar de sus sueños.
Hay una relación del sentido con el goce.
Es la experiencia la que responde de que ese goce sea fálico.
Que lo que Freud delimitó de lo que él llama sexualidad haga aguJero en lo real,
es lo que se palpa en el hecho de que al nadie zafarse bien del asunto, nadie se
preocupe más por él.
Sin embargo, es una experiencia al alcance de todos. El pudor la designa como lo
privado. ¿Privado de qué? Justamente de que el pubis no llegue sino al público,
dónde se exhibe por ser el objeto de un levantamiento del velo.
Que el velo levantado no muestra nada, éste es el principio de la iniciación (al
menos, en los buenos modales de la sociedad).
Indiqué el vínculo de todo esto con el misterio del lenguaje y con el hecho de
que se encuentre el sentido del sentido proponiendo el enigma.
El sentido del sentido es que se vincula con el goce del varón como interdicto.
Ciertamente no para prohibir la relación llamada sexual, sino para fijarla en la
no-relación que vale en lo real.
De este modo cumple función de real, lo que se produce efectivamente, el
fantasma de la realidad ordinaria A través de lo cual se desliza en el lenguaje
lo que éste transporta: la idea del todo a la cual empero hace objeción el más
mínimo encuentro con lo real.
Queda el hecho de que un hombre se hace El hombre al situarse a partir de el
Uno-entre-otros, al incluirse entre sus semejantes.
Moritz, al exceptuarse de ello, se excluye en el más allá. Sólo allí él se
cuenta: no por azar entre los muertos en la medida en que están excluidos de lo
real.
Es en el reino de los muertos dónde "los desengañados erran", diré mediante un
título que ilustré.
El Hombre llamado enmascarado considerada como nombre propio, nombre del Padre.
Entre los Nombres-del-Padre existe el del Hombre enmascarado.
Pero el Padre tiene tantos que no hay Uno que le convenga, si no el Nombre de
Nombre de Nombre. No de Nombre que
La máscara sola ex-sistiría en el lugar vacío donde pongo La mujer. Mediante lo
cual no digo que no haya mujeres.
La mujer como versión del Padre, sólo se ilustraría como Padre-versión, como
Perversión.
Cómo saber si, como lo formula Robert Graves, el Padre mismo, el padre eterno de
todos nosotros, no es más que el Nombre entre otros de la Diosa blanca, aquella
que su decir se pierde en la noche de la tiempos, por ser la Diferente, Otra
siempre en su goce-al igual que esas formas del infinito cuya enumeración sólo
comenzamos al saber que es ella la que nos suspenderá a nosotros.
EL OTRO Y EL DISCURSO CAPITALISTA. BARRIONUEVO Y LOUREIRO.
El sujeto del psicoanálisis es sujeto del inconciente y del lenguaje y que este
lenguaje le vendrá desde Otro lugar.
El Otro es ese lugar que constituye la anterioridad y la preeminencia sobre el
sujeto.
El Otro simbólico se sustenta en el hecho que el ser hablante debe someterse a
las leyes del lenguaje aun antes de nacer, en tanto las relaciones entre sus
padres están reguladas por la palabra. Inmerso en un “baño del lenguaje”
significa que se hablará de “ese niño”: llevará un nombre (elegido o casual);
tendrá un apellido, mas allá de la voluntad de sus padres; se encontrará
incluido y determinado por la historia de las generaciones que lo preceden.
Precisamente, en este “baño del lenguaje” el sujeto se ubicará en el lugar que
le será asignado, y allí se reconocerá.
El Otro es alteridad radical. Es el lugar donde el decir es leído y sancionado
como dicho. Sin embargo alguien, con nombre y apellido, puede “encarnar” este
lugar, puede “encarnar” al Otro. Pero, que el interlocutor esté para el hablante
en el lugar del Otro, no quiere decir que aquel realmente lo sea. Porque cuando
decimos “encarnar”, como en la pesca, es un señuelo, un engaño. Cualquier
personaje significativo en la vida de un sujeto puede “encarnar” el lugar del
Otro: los padres o uno de ellos, un maestro, un amigo. Es que el Otro no es el
interlocutor, no es otro cualquiera, es el lugar evocado en el recurso a la
palabra. Sin embargo, en tanto hay lenguaje hay otro a quien va dirigido el
mensaje. Y para que este otro pueda recibir las palabras que lleva el mensaje es
necesaria la función del Otro, como tesoro del significante y como alteridad
radical. El otro en cambio es un semejante, tal como puede serlo un compañero
del colegio para un adolescente, si bien también los padres pueden ser otros en
tanto que, desde la lógica del complejo fraterno, otro significativo puede estar
encarnando al Otro por fuera del ámbito familiar. El Otro, en cuanto lugar de la
palabra, se opone entonces al otro imaginario.
Respecto del Otro materno, tendríamos que diferenciar la “madre simbólica”, que
inscribe su función en términos de la alternancia presencia-ausencia, al modo de
la “madre suficientemente buena” que conceptualiza Winnicott, con relación a la
dialéctica ilusión-desilusión; la “madre real”, todopoderosa, omnipotente; y la
“madre deseante”, que representa un enigma para el sujeto, respecto del lugar
hacia el cual orienta su deseo.
En la adolescencia es necesario el desprendimiento o desasimiento del Otro
familiar, en términos freudianos: desasimiento de los padres de la infancia, en
un trabajo de duelo en el cual el Otro del complejo fraterno tendrá especial
importancia. El Otro de la tribu urbana, por ejemplo, se manifestará a través de
múltiples otros con los cuales el sujeto se identifica para ser: con sus
vestimentas, discurso peculiar, peinado y música propia.
El trabajo de duelo representa para el adolescente en tanto tal, la dolorosa
tarea de tomar distancia de aquello que Freud señaló como núcleo del sistema
narcisista y marca de la inmortalidad del yo.
Lacan propone cuatro discursos: el del Amo, el de la histérica, el analítico y
el universitario como fórmulas útiles que vienen a representar algo. El discurso
es una estructura necesaria que excede a la palabra, subsiste sin palabras en
formas fundamentales que no pueden mantenerse sin el lenguaje. El discurso
capitalista, que luego agrega a los originarios cuatro discursos, lo considera
prolongación o derivación del discurso del Amo, y está caracterizado por el
rechazo de la castración, genera la ilusión en el sujeto del encuentro con el
objeto de la satisfacción. El discurso capitalista es un rechazo de la
imposibilidad, “si hay voluntad se puede” sería su máxima.
En el tiempo del capitalismo tardío se confunden goce y consumo, y el Otro del
discurso capitalista sostiene el mandato insensato de gozar que se tramita por
la exigencia de consumir los objetos que produce la sociedad de consumo.
El deseo para Freud es el deseo inconciente, que es diferente a la necesidad que
se halla referida a un objeto real que satisface la necesidad a través de una
acción especifica, reduciéndose la tensión.
Goce, diferente a placer, se refiere a aquello que lleva al sujeto a perder su
cuota de libertad, con la marca del exceso que provee la pulsión de muerte,
pudiéndose definirlo como una satisfacción paradójica, sufriente, que el sujeto
neurótico obtiene en el síntoma y tiene la marca de lo ilimitado, de lo que no
cesa. Ta exacerbación de la satisfacción pulsional, es decir, el “mas allá”
freudiano, quiebra el principio homeostático que en términos económicos
constituye el principio de placer y reconduce al sujeto a intentar el logro de
lo imposible: el reencuentro con el objeto perdido. El goce se inscribe del lado
del sufrimiento y del dolor, por eso articula compulsión a la repetición y
pulsión de muerte.
El adolescente y el Otro: Las marcas de la postmodernidad.
No hay Cultura sin “mal-estar”. Si nos encontramos en la época de la caída del
Nombre-del-Padre, que desde el contexto socio-cultural e histórico se vehiculiza
mediante ciertas afirmaciones del estilo
“Muerte de las ideologías”, “Fin de la historia”, etc.; es evidente que la
irrupción de los adolescentes en el llamado mundo adulto no será sin
consecuencias.
Parece advertirse que el desfallecimiento o debilitamiento del lazo social
intenta suplirse con un “nuevo” Otro, con características peculiares: el
mercado.
De ahí que, en consonancia con la lógica “alocada” del consumo de objetos, se le
asigne al adolescente un lugar. Idealizado en la cultura de nuestros días: el de
consumidor.
Sostenemos que la adolescencia puede ser entendida desde el Psicoanálisis,
como“…una contundente conmoción estructural, un fundamental y trabajoso
replanteo del sentimiento de sí, de la identidad del sujeto.”4 Pero lo afirmado
no reduce la cuestión a una temática exclusivamente subjetiva.
La adolescencia es una construcción histórico-social, y por lo tanto atraviesa
también, trastocándola, a la estructura familiar, que hasta entonces había
logrado mantener aparentemente cierta homeostasis.
La familia no constituye en estos tiempos el único agente de socialización y
transmisión de valores. A los profundos cambios operados en su conformación
(familias monoparentales, ensambladas, ampliadas, etc.), se le suma el
debilitamiento o desfallecimiento de las funciones materna y paterna, con el
correlativo achicamiento imaginario de la brecha generacional. Nos referimos a
padres que aspiran a mantenerse eternamente jóvenes, apropiándose de los
emblemas identificatorios, jergas, indumentaria, modismos, etc., propios de los
adolescentes, con la inevitable ausencia de adultos, en términos de
posicionamientos simbólicos, con los cuales aquellos deberían confrontar y que,
en expresiones que suelen usarse actualmente, correspondería a “la
adolescentización de los padres”.
En este contexto, el sostén y fuente de identificación se asienta en el grupo de
pares, la tribu o grupos cualesquiera, que provee un lazo social fraterno.
¿Cuáles son las implicancias que el panorama descripto supone para la clínica
“actual” con adolescentes? Advertimos el incremento de problemáticas con sesgo
depresivo (apatía, tedio, marcado aburrimiento, inhibiciones de diverso tipo,
etc.) que pueden concebirse como respuesta subjetiva deficitaria desde lo
simbólico, ante a la dilución del lugar asignado al futuro, como paradigma
sostenido en y por el contexto.
Por otro lado, avatares pulsionales con escaso recubrimiento fantasmático, que
dan lugar a distintas configuraciones clínicas (anorexia-bulimia, adicciones,
impulsiones, actuaciones transgresoras). Dichas problemáticas nos revelan que no
se trataría de un cuerpo erógeno; aquel que Freud descubrió a partir del
tratamiento de la histeria y que era sede de distintas sensaciones (placenteras,
displacenteras). Por el contrario, podríamos pensar en un cuerpo-objeto al cual
el sujeto pretende manipular a su antojo: múltiples tatuajes, piercing,
rigurosas dietas, intensas disciplinas gimnásticas, etc.), y al que la ciencia
acude en su auxilio mediante cirugías, implantes; técnicas todas al servicio de
obturar la angustia.
La estricta relación entre delgadez y juventud en muchos casos desmiente las
diferencias sexuales y generacionales: un cuerpo, y el mismo, “para todos”;
coherente con la lógica del discurso capitalista al sostener una promesa que no
puede cumplir, es decir, un goce que se haría extensivo al conjunto de los
sujetos y que se revela como un imperativo, en tanto goce sin límites.
¿Cómo pensar la clínica respecto de estos nuevos paradigmas?
La configuración del lazo social, en el cual vacila o fracasa la relación del
sujeto con el Otro, se encuentra en íntima vinculación con aquellas
configuraciones clínicas en las cuales el actuar (acting out, pasaje al acto),
cobra relevancia.
El déficit o desfallecimiento del Nombre-del-Padre y la aspiración a la fusión
con lo materno (goce incestuoso), nos muestra que en estos “nuevos malestares”
el sujeto se aproxima a un goce devastador.
No se trata de síntomas en torno al deseo inconsciente y a la dialéctica
represión-retorno de lo reprimido, sino que estas cuestiones apuntan a la
identidad misma del sujeto.
Si en la época del discurso del amo, el neurótico pagaba con síntomas la
necesaria restricción a la satisfacción pulsional como condición de ingreso a la
Cultura, en estos tiempos del capitalismo tardío, la imposibilidad o dificultad
de renunciar al goce supone la presencia de un vacío, que el consumo de objetos
promete cubrir, obturar.
Este vacío o la nada, no aparecen articulados al Otro, deviniendo innombrables.
Se trata de un sujeto no dividido, y precisamente porque “falta la falta”, el
pánico, terror, o depresión intensa, representan las consecuencias de la
tambaleante posición subjetiva.
CARTA 52. FREUD
Lo esencialmente nuevo en mi teoría es, entonces, la tesis de que la memoria no
preexiste de manera simple, sino múltiple, está registrada en diversas
variedades de signos.
I II III
X P X --- X Ps X --- X Ic X --- X Prc X --- X Coc X
X X X X X X
X
P son neuronas donde se generan las percepciones a que se anuda conciencia, pero
que en sí no conservan huella alguna de lo acontecido. Es que conciencia y
memoria se excluyen entre sí . Ps [signos de percepción] es la primera
trascripción de las percepciones, por completo insusceptible de conciencia y
articulada según una asociación por simultaneidad.
Ic (inconciencia) es la segunda trascripción, ordenada según otros nexos, tal
vez causales. Las huellas Ic quizá correspondan a recuerdos de conceptos, de
igual modo inasequibles a la conciencia.
Prc (preconciencia ) es la tercera retrascripción, ligada a
representaciones-palabra, correspondiente a nuestro yo oficial. Desde esta Prc,
las investiduras devienen concientes de acuerdo con ciertas reglas, y por cierto
que estaconcienciapensar secundaria es de efecto posterior (nachtrglicb} en el
orden del tiempo, probablemente anudada a la reanimación alucinatoria de
representaciones-palabra, de suerte que las neuronas-conciencia seran también
neuronas-percepción y en s careceran de memoria.
Quiero destacar que las trascripciones que se siguen unas a otras constituyen la
operación psíquica de pocas sucesivas de la vida. En la frontera entre dos de
estas pocas tiene que producirse la traducción del material psíquico. Y me
explico las peculiaridades de las psiconeurosis por el hecho de no producirse la
traducción para ciertos materiales, lo cual tiene algunas consecuencias.
Establecemos como base firme la tendencia hacia la nivelación cuantitativa. Cada
reescritura posterior inhibe a la anterior y desvía de ella el proceso
excitatorio. Toda vez que la reescritura posterior falta, la excitación es
tramitada según las leyes psicológicas que val an para el perodo psíquico
anterior, y por los caminos de que entonces se disponía.
La denegación de la traducción es aquello que clínicamente se llama represión
Motivo de ella es siempre el desprendimiento de displacer que se generara por
una traducción, como si este displacer convocara una perturbación de pensar que
no consintiera el trabajo de traducción.
Dentro de la misma fase psíquica, y entre trascripciones de la misma variedad,
se pone en vigencia una defensa normal a causa de un desarrollo de displacer;
una defensa patológica, en cambio, sólo existe contra una huella mn mica todavía
no traducida de una fase anterior.
Si un suceso A despertó cierto displacer cuando era actual, la
trascripción-recuerdo A I o A II contiene un medio para inhibir el
desprendimiento de displacer en caso de redespertar. Cuanto más a menudo se lo
recuerde, tanto más inhibido terminar por quedar ese desprendimiento.
Ahora bien, hay un caso para el cual la inhibición no basta: S A, cuando era
actual, desprendi cierto displacer, y al despertar desprende un displacer nuevo,
entonces no es inhibible. El recuerdo se comporta en tal caso como algo actual.
Y ello s lo es posible en sucesos sexuales, porque las magnitudes de excitacin
que ellos desprenden crecen por sí solas con el tiempo (con el desarrollo
sexual).
El suceso sexual en una fase produce entonces efectos como si fuera actual y es,
por tanto, no inhibible en una fase siguiente. La condición de la defensa
patológica (represin) es, entonces, la naturaleza sexual del suceso y su
ocurrencia dentro de una fase anterior.
No todas las vivencias sexuales desprenden displacer; en su mayor a desprenden
placer. La reproducción de las más de ellas ir entonces conectada con un placer
no inhibible. Un placer as , no inhibible, constituye unacompulsión. De este
modo se llega a las siguientes tesis.
Cuando una vivencia sexual es recordada con diferencia de fase, a raí z de un
desprendimiento de placer se genera compulsión, a raíz de un desprendimiento de
displacer, represión. En ambos casos la traducción a los signos de la nueva fase
parece estar inhibida.
Ahora bien, la clínica nos anoticia sobre tres grupos de psiconeurosis sexuales:
histeria, neurosis obsesiva y paranoia, y enseña que los recuerdos reprimidos
fueron actuales, en la histeria, a la edad de un año y medio a cuatro, en la
neurosis obsesiva, a la edad de cuatro a ocho años, y en la paranoia, a la edad
de ocho a catorce años. Ahora bien, hasta los cuatro años no hay todavia
represión alguna; por tanto, los perodos del desarrollo psíquico y las fases
sexuales no coinciden.
1 ½ 4 S 14-15
Psiq I Ia I Ib I II I III
Sex I I II II II III
Ps Ps + Ic Ps + Ic + Prc Idem
Hasta los 4 Hasta los 8 Hasta los 14 - 15
Histeria Actual Compulsion Reprimido en Ps
Neurosis Obs Actual Reprimido en signos Ic
Paranoia Actual Reprimido en signos Prc
Perversión Actual Actual Compulsión (actual) Represión imposible o no intentada.
Para elucidar la decisión entre perversión o neurosis, me valgo de la
bisexualidad de todos los seres humanos. En un ser puramente masculino, habría
sin duda un excedente de desprendimiento masculino por las dos barreras
sexuales. y por tanto se generara placer, y en consecuencia perversión; en un
ser puramente femenino, un excedente de sustancia de displacer por esas pocas.
En las primeras fases ambos desprendimientos serían paralelos, es decir, daran
por resultado un excedente normal de placer. A ello se reconducir a la
predilección de las mujeres genuinas por las neurosis de defensa. La separación
entre neurastenia y neurosis de angustia, olfateada por m en la clínica, se
entrama con la existencia de las dos sustancias de 23 y de 28 días.
La histeria se me insinúa cada vez más como consecuencia de una perversón
delseductor; y la herencia, cada vez más, como seducción por el padre. Así se
dilucida una alternancia de generaciones:
1° generación: perversión.
2° generación: histeria, que luego se vuelve esterilidad. A veces, en la misma
persona, una metamorfosis: perversa a la edad en que tiene la plenitud de sus
fuerzas, y luego histórica, a partir de un período de angustia; entonces la
histeria no es en verdad una sexualidad desautorizad, sino, mejor, una
perversión desautorizada. Por detrás de esto, la idea de zonas erógenas
resignadas. Es decir: en la infancia, el desprendimiento sexual se recibira de
muy numerosos lugares del cuerpo, que luego sí lo son capaces de desprender la
sustancia de angustia de 28 [días], y no ya las otras. En esta diferenciación y
limitación [residir a] el progreso de la cultura, el desarrollo de la moral y
del individuo. El ataque histérico no es un aligeramiento sino una acción, y
conserva el carácter originario de toda acción: ser un medio para la
reproducción de placer.
El ataque de vértigo, el espasmo de llanto, todo ello cuenta con el otro, pero
las más de las veces con aquel otro prehistórico inolvidable a quien ninguno
posterior iguala ya.
REALIDAD Y JUEGO. WINNICOTT
Conceptos contemporáneos sobre el desarrollo adolescente, y las inferencias que
de ellos se desprenden en lo que respecta a la educación superior.
Mi enfoque de este vasto tema tiene que derivar del terreno de mi experiencia
especial. Las observaciones que efectúo son modeladas en el molde de la actitud
psicoterapéutica. Como psicoterapeuta, pienso, por supuesto, en términos de
a) el desarrollo emocional del individuo;
b) el papel de la madre y de los padres;
c) la familia como desarrollo natural en términos de las necesidades de la
infancia:
d) el papel de las escuelas y otros agrupamientos vistos como ampliaciones de la
idea de la familia, y el alivio respecto de pautas familiares establecidas;
e) el papel especial de la familia en su relación con las necesidades de los
adolescentes;
f) la inmadurez del adolescente;
g) el logro gradual de la madurez en la vida del adolescente
h) el logro, por el individuo, de una identificación con agrupamientos sociales
y con la sociedad, sin una pérdida demasiado grande de espontaneidad personal;
i) la estructura de la sociedad, término que se usa como sustantivo colectivo,
pues la sociedad está compuesta de unidades individuales, maduras o no;
j) las abstracciones de la política, la economía, la filosofía y la cultura,
vistas como culminación de procesos naturales de crecimiento;
k) el mundo como superposición de mil millones de pautas individuales, una sobre
la otra.
Hay genes que determinan pautas y una tendencia heredada de crecimiento y logro
de la madurez, pero nada sucede en el crecimiento emocional que no se produzca
en relación con la existencia del ambiente, que tiene que ser lo bastante bueno.
En la base de todo esto se encuentra la idea de la independencia individual,
siendo la dependencia casi absoluta al principio; luego cambia, poco a poco y en
forma ordenada, para convertirse en dependencia relativa y orientarse hacia la
independencia. Esta no llega a ser absoluta, y el individuo a quien se ve como
una unidad autónoma, en la práctica nunca es independiente del medio, si bien
existen formas gracias a las cuales, en su madurez, puede sentirse libre e
independiente, tanto como haga falta para la felicidad y para el sentimiento de
posesión de una identidad personal. Mediante las identificaciones cruzadas se
esfuma la tajante línea divisoria del yo y el no-yo.
¿ENFERMEDAD O SALUD?
Cuando están psiquiátricamente sanos, estos constituyen y mantienen la
estructura de aquella. Pero la sociedad también tiene que contener a los que se
encuentran enfermos:
a) los inmaduros (en edad);
b) los psicopáticos (producto final de privaciones; personas que, cuando abrigan
esperanzas, deben hacer que la sociedad reconozca el hecho de su privación, ya
se trate de un objeto bueno o querido, o de una estructura satisfactoria,
respecto de la cual se pueda confiar que soportará las tensiones provocadas por
el movimiento espontáneo);
c) los neuróticos (acosados por una motivación y una ambivalencia
inconscientes).
d) los melancólicos (que vacilan entre el suicidio y otra alternativa, que puede
abarcar las más elevadas consecuciones en términos de contribución).
e) los esquizoides (que ya tienen fijada la tarea de toda su vida a saber, el
establecimiento de si mismos, cada uno de ellos como individuo con sentimientos
de identidad y de realidad);.
f) los esquizofrénicos (que, por lo menos en las fases de enfermedad, no pueden
sentirse reales, y que [en el mejor de los casos] logran algo sobre la base de
vivir por delegación).
h) todos estos debo agregar los paranoides, los dominados por un sistema de
pensamiento. Este sistema debe ser exhibido constantemente para explicarlo todo,
siendo la alternativa una aguda confusión de ideas, un sentimiento de caos y la
pérdida de la predictibilidad.
Estudiaré a la sociedad como si estuviese compuesta por personas sanas en el
plano psiquiátrico. Tenemos que aceptar el hecho de que las personas
psiquiátricamente sanas dependen, para su salud y su realización personal, de su
lealtad a una zona delimitada de la sociedad.
LA TESIS PRINCIPAL
Sabemos que tiene importancia la forma en que se sostiene y manipula a un bebé,
que la tiene quien lo cuida, y el conocimiento de si se trata de la madre o de
otra persona. En nuestra teoría del cuidado del niño, la continuidad de dicho
cuidado ha llegado a ser un rasgo central del concepto del ambiente facilitador,
y entendemos que gracias a esa continuidad, y solo con ella, puede el nuevo
bebé, en situación de dependencia, gozar de continuidad en la línea de su vida,
y no pasar por una pauta de reacción ante lo impredecible y volver a empezar una
y otra vez.
Ahora observamos los barrios de inquilinatos, no solo con horror, sino con la
mirada atenta a la posibilidad de que para un bebé y un niño pequeño una familia
de barrio pobre sea más segura y "buena", como ambiente facilitador, que una
familia de una casa encantadora, donde faltan las persecuciones comunes.
Más confusión.
La adolescencia, en la cual los éxitos y fracasos del cuidado del bebé y el niño
empiezan a ser empollados, algunos de los problemas actuales se relacionan con
los elementos positivos de la crianza moderna, y de las actitudes modernas
respecto de los derechos del individuo.
MUERTE Y ASESINATO EN EL PROCESO ADOLESCENTE.
En la época de crecimiento de la adolescencia los jóvenes salen, en forma torpe
y excéntrica, de la infancia, y se alejan de la dependencia para encaminarse a
tientas hacia su condición de adultos. El crecimiento no es una simple tendencia
heredada, sino, además, un entrelazamiento de suma complejidad con el ambiente
facilitador. Si todavía se puede usar a la familia, se la usa y mucho; y si ya
no es posible hacerlo, ni dejarla a un lado, es preciso que existan pequeñas
unidades sociales que contengan el proceso de crecimiento adolescente Los mismos
problemas que existían en las primeras etapas, cuando los mismos chicos eran
bebés o niños más o menos inofensivos, aparecen en la pubertad. Si en la
fantasía del primer crecimiento hay un contenido de muerte, en la adolescencia
el contenido será de asesinato. Aunque el crecimiento en el período de la
pubertad progrese sin grandes crisis, puede que resulte necesario hacer frente a
agudos problemas de manejo, dado que crecer significa ocupar el lugar del padre.
Y lo significa de veras. En la fantasía inconsciente, el crecimiento es
intrínsecamente un acto agresivo.
Si se quiere que el niño llegue a adulto, ese paso se logrará por sobre el
cadáver de un adulto. En la fantasía inconsciente total correspondiente al
crecimiento de la pubertad y la adolescencia existe la muerte de alguien. En la
psicoterapia del adolescente la muerte y el triunfo personal aparecen como algo
intrínseco del proceso de maduración y de la adquisición de la categoría de
adulto. El tema inconsciente puede hacerse manifiesto como la experiencia de un
impulso suicida, o como un suicidio real. En la adolescencia se convertirán en
bajas o llegarán a una especie de madurez en términos de sexo y matrimonio, y
quizá sean padres como los suyos propios.
En términos del juego, o del juego de la vida, se abdica en el preciso momentos
en que ellos vienen a matarlo a uno. El adolescente, quien entonces se convierte
en el establecimiento. Se pierde toda la actividad imaginativa y los esfuerzos
de la inmadurez. Ya no tiene sentido la rebelión, y el adolescente que triunfa
demasiado temprano resulta presa de su propia trampa, tiene que convertirse en
dictador y esperar a ser muerto, no por una nueva generación de sus propios
hijos, sino por sus hermanos.
Afirmo que el adolescente es inmaduro. La inmadurez es un elemento esencial de
la salud en la adolescencia. No hay más que una cura para ella, y es el paso del
tiempo y la maduración que este puede traer.
El concepto del adolescente acerca de una sociedad ideal es incitante y
estimulante, pero lo característico de la adolescencia es su inmadurez y el
hecho de no ser responsable.
NATURALEZA DE LA INMADUREZ
El potencial en la adolescencia.
Los cambios de la pubertad se producen a distintas edades, aun en chicos sanos.
Estos no pueden hacer otra cosa que esperar tales cambios. La espera impone una
considerable tensión a todos, pero en especial a los de desarrollo tardío; así,
pues, es posible encontrar a estos últimos imitando a los que se desarrollaron
antes, cosa que lleva a falsas maduraciones basadas en identificaciones, y no en
el proceso de crecimiento innato. Sea como fuere, el cambio sexual no es el
único. También hay un cambio en dirección del crecimiento físico y de la
adquisición de verdaderas fuerzas; aparece, pues, un verdadero peligro, que
otorga a la violencia un nuevo significado. Junto con la fuerza llegan también
la astucia y los conocimientos para usarlas.
Solo con el paso del tiempo y de la experiencia puede un joven aceptar poco a
poco la responsabilidad por todo lo que ocurre en el mundo de la fantasía
personal. Entretanto existe una fuerte propensión a la agresión, que se
manifiesta en forma suicida; la alternativa es que aparezca como una búsqueda de
la persecución, que constituye un intento de alejamiento de la locura y la
ilusión.
Pero lo más difícil es la tensión que experimenta el individuo, y que
corresponde a la fantasía inconsciente del sexo y a la rivalidad vinculada con
la elección del objeto sexual. El adolescente, o el joven y la muchacha que
todavía se encuentran en proceso de crecimiento, no pueden hacerse cargo aún de
la responsabilidad por la crueldad y el sufrimiento, por el matar y ser muerto
que ofrece el escenario del mundo. En esa etapa ello salva al individuo de la
reacción extrema contra la agresión personal latente, es decir, el suicidio.
Parece que el sentimiento latente de culpa del adolescente es tremendo, y hacen
falta años para que en el individuo se desarrolle la capacidad de descubrir en
la persona el equilibrio de lo bueno y lo malo, del odio y la destrucción que
acompañan al amor. A veces se da por sentado que los jóvenes han llegado a la
madurez sexual. Pero ellos mismos saben que no es así, y empiezan a despreciar
el sexo como tal. La madurez sexual tiene que abarcar toda la fantasía
inconsciente del sexo, y en definitiva el individuo necesita poder llegar a una
aceptación de todo lo que aparezca en la mente junto con la elección del objeto,
la constancia del objeto, la satisfacción sexual, el entretejimiento sexual.
Idealismo.
Se puede decir que una de las cosas más estimulantes de los adolescentes es su
idealismo. Todavía no se han hundido en la desilusión, y el corolario de ello
consiste en que se encuentran en libertad para formular planes ideales. Lo
principal es que la adolescencia es algo más que pubertad física, aunque en gran
medida se basa en ella. Implica crecimiento, que exige tiempo. Y mientras se
encuentra en marcha el crecimiento las figuras paternas deben hacerse cargo de
la responsabilidad. Si abdican, los adolescentes tienen que saltar a una falsa
madurez y perder su máximo bien: la libertad para tener ideas y para actuar por
impulso.
LA AGRESIVIDAD EN PSICOANÁLISIS. LACAN
Tesis I: La agresividad se manifiesta en una experiencia que se subjetiva por su
constitución misma
Puede decirse que la acción psicoanalítica se desarrolla en y por la
comunicación verbal, es decir en una captura dialéctica del sentido. Supone pues
un sujeto que se manifiesta como tal a la intención de otro.
Sólo un sujeto puede comprender un sentido, inversamente todo fenómeno de
sentido implica un sujeto. En el análisis un sujeto se da como pudiendo ser
comprendido y lo es efectivamente: introspección e intuición pretendidamente
proyectiva no constituyen aquí los vicios de principio que una psicología que
daba sus primeros pasos en la vía de la ciencia consideró como irreductibles.
Esto equivaldría a hacer un callejón sin salida de momento abstractamente
aislados del diálogo, cuando es preciso confiarse a su movimiento: es el mérito
de Freud el haber asumido sus riesgos, antes de dominarlos mediante una técnica
rigurosa.
¿Pueden sus resultados fundar una ciencia positiva? Si, si la experiencia es
controlable por todos. Ahora bien, constituida entre dos sujetos uno de los
cuales desempeña en el diálogo un papel de ideal impersonalidad (punto que
exigirá mas adelante nuestra atención), la experiencia, una vez acabada y bajo
las únicas condiciones de capacidad exigible para toda investigación especial,
puede ser retomada por el otro sujeto con un tercero. Esta vía aparentemente
iniciática no es sino una transmisión por recurrencia de la que no cabe
asombrarse puesto que depende de la estructura misma, bipolar, de toda
subjetividad. Solo la velocidad de la difusión de la experiencia queda afectada
por ella y si su restricción al área de una cultura puede discutirse, aparte de
que ninguna sana antropología puede sacar de ello una objeción, todo indica que
sus resultados pueden relativizarse lo suficiente para una generalización que
satisfaga el postulado humanitario, inseparable del espíritu de la ciencia.
Tesis II: La agresividad, en la experiencia nos es dada como intención de
agresión...
La experiencia analítica nos permite experimentar la presión intencional. La
leemos en el sentido simbólico de los síntomas en cuanto el sujeto despoja las
defensas con las que los desconecta de sus relaciones con su vida cotidiana y
con su historia -en la finalidad implícita de sus conductas y de sus rechazos-
en las fallas de su acción en los rébus [jeroglíficos] de la vida onírica.
Podemos casi medirla en la modulación reivindicadora que sostiene a veces todo
el discurso, en sus suspensiones, sus vacilaciones, sus inflexiones y sus
lapsus, en las inexactitudes del relato, las irregularidades en la aplicación de
la regla, los retrasos en las sesiones, las ausencias calculadas, a menudo en
las recriminaciones los reproches, los temores fantasmáticos, las reacciones
emocionales de ira, las demostraciones con finalidad intimidante; mientras que
las violencias propiamente dichas son tan raras como lo implican la coyuntura de
emergencia que ha llevado al enfermo al médico, y su transformación aceptada por
el primero, en una convención de diálogo.
La eficacia propia de esa intención agresiva es manifiesta: la comprobamos
corrientemente en la acción formadora de un individuo sobre las personas de su
dependencia: la agresividad intencional roe, mina, disgrega, castra; conduce a
la muerte
Estos fenómenos mentales llamados las imágenes, el psicoanálisis fue el primero
que se reveló al nivel de la realidad concreta que representan. Es que partió de
su función formadora en el sujeto y reveló que si las imágenes corrientes
determinan tales inflexiones individuales de las tendencias, es como variaciones
de las matrices que constituyen para los "instintos" mismos esas otras
específicas que nosotros hacemos responder a la antigua apelación de imago.
Entre estas últimas las hay que representan los vectores electivos de las
intenciones agresivas, a las que proveen de una eficacia que podemos llamar
mágica. Son las imágenes de castración, de eviración, de mutilación, de
desmembramiento, de dislocación de destripamiento, de devoración, de
reventamiento del cuerpo, en una palabra las imagos que personalmente he
agrupado bajo la rúbrica que bien parece ser estructural de imagos del cuerpo
fragmentado.
Hay aquí una relación específica del hombre con su propio cuerpo que se
manifiesta igualmente en la generalidad de una serie de prácticas sociales,
desde los ritos del tatuaje, de la incisión, de la circuncisión en las
sociedades primitivas, hasta en lo que podría llamarse lo arbitrario procustiano
de la moda, en cuanto que desmiente en las sociedades avanzadas ese respeto de
Ias formas naturales del cuerpo humano cuya idea es tardía en la cultura.
Tesis III: Los resortes de agresividad deciden de las razones que motivan la
técnica del análisis.
He subrayado que el analista curaba por el diálogo, y locuras tan grandes como
ésa ¿que virtud le añadió pues Freud?
La regla propuesta al paciente en el análisis le deja adelantarse en una
intencionalidad ciega a todo otro fin que su liberación de un mal o de una
ignorancia de la que no conoce ni siquiera los límites.
Qué preocupación condiciona pues, frente a él, la actitud del analista? La de
ofrecer al diálogo un personaje tan despojado como sea posible de
características individuales; nos borramos, salimos del campo donde podría
percibirse este interés, esta simpatía, esta reacción que busca el que habla en
el rostro del interlocutor, Visitamos toda manifestación de nuestros gustos
personales, ocultamos lo que puede delatarnos, nos despersonalizamos, y tendemos
a esa meta que es representar para el otro un ideal de impasibilidad.
Lo que aparece aquí como reivindicación orgullosa del sufrimiento mostrará su
rostro -y a veces en un momento bastante decisivo para entrar en esa "racción
terapéutica negativa" que retuvo la atención de Freud- bajo la forma de esa
resistencia del amor propio, para tomar este término en toda la profundidad que
le dio La Rochefoucauld y que a menudo se confiesa así; "No puedo aceptar el
pensamiento de ser liberado por otro que por mí mismo."
Debemos sin embargo poner en juego la agresividad del sujeto para con nosotros,
puesto que esas intenciones, ya se sabe, forman la transferencia negativa que es
nudo inaugural del drama analítico.
Este fenómeno representa en el paciente la transferencia imaginaria sobre
nuestra persona de una de las imagos más o menos arcaicas que, por un efecto de
subducción simbólica, degrada, deriva o inhibe el ciclo de tal conducta que, por
un accidente de represión, ha excluido del control del yo tal función y tal
segmento corporal, que por una acción de identificación ha dado su forma a tal
instancia de la personalidad.
Puede verse que el mas azaroso pretexto basta para provocar la intención
agresiva, que reactualiza la imago, que ha seguido siendo permanente en el plano
de sobredeterminación simbólica que llamamos el inconsciente del sujeto, con su
correlación intencional.
Lo que tratamos de evitar para nuestra técnica es que la intención agresiva en
el paciente encuentre el apoyo de una idea actual de nuestra persona
suficientemente elaborada para que pueda organizarse en esas reacciones de
oposición, de denegación, de ostentación y de mentira que nuestra experiencia
nos demuestra que son los modos característicos de la instancia del yo en el
diálogo.
Caracterizo aquí esta instancia no por la construcción teórica que Freud da de
ella en su metapsicología como del sistema percepción-conciencia, sino por la
esencia fenomenológica que el reconoció como la mas constantemente suya en la
experiencia, bajo el aspecto de la Verneinung, y cuyos datos nos recomienda
apreciar en el índice más general de una inversión perjudicial.
En resumen, designamos en el yo ese núcleo dado a la conciencia pero opaco a la
reflexión, marcado con todas las ambigüedades que, de la complacencia a la mala
fe, estructuran en el sujeto humano lo vivido pasional; ese "yo" antepuesto al
verbo [el je francés] que, confesando su facticidad a la crítica existencial,
oponer su irreductible inercia de pretensiones y de desconocimiento a la
problemática concreta de la realización del sujeto.
Es el aspecto de nuestra praxis que responde a la categoría del espacio, si se
comprende mínimamente en ella ese espacio imaginario donde se desarrolla esa
dimensión de los síntomas, que los estructura como islotes excluídos, escotornas
inertes o autonomismos parasitarios en las funciones de la persona.
A la otra dimensión, temporal, responde la angustia y su incidencia, ya sea
patente en el fenómeno de la huída o de la inhibición, ya sea latente cuando no
aparece sino con la imago motivante.
Y con todo, repitámoslo, esta imago no se revela sino en la medida en que
nuestra actitud ofrece al sujeto el espejo puro de una superficie sin
accidentes.
Tesis IV: La agresividad es la tendencia correlativa de un modo de
identificación que...
La tendencia agresiva se revela fundamental en cierta serie de estados
significativos de la personalidad, que son las psicosis paranoides y paranoicas.
He subrayado en mis trabajos que se podía coordinar por su seriación
estrictamente paralela la calidad de la reacción agresiva que puede esperarse de
tal forma de paranoia con la etapa de la génesis mental representada por el
delirio sintomático de esa misma forma. Relación que aparece aún mas profunda
cuando, lo he mostrado para una forma curable: la paranoia de autocastigo, el
acto agresivo resuelve la construcción delirante.
Así se seria de manera continua la reacción agresiva.
Janet, que mostró tan admirablemente la significación de los sentimientos de
persecución como momentos fenomenológicos, de las conductas sociales, no ha
profundizado en su carácter común, que es precisamente que se constituyen por un
estancamiento de uno de esos momentos, semejante en extrañeza a la figura de los
actores cuando deja de correr la película.
Ahora bien, este estancamiento formal es pariente de la estructura mas general
del conocimiento humano: la que constituye el yo y los objetos bajo atributos de
permanencia, de identidad y de sustancialidad, en una palabra bajo formas de
entidades o de "cosas" muy diferentes de esas gestalt que la experiencia nos
permite aislar en lo movido del campo tendido según las Iíneas del deseo animal.
Efectivamente, esa fijación formal que introduce cierta ruptura de plano, cierta
discordancia, entre el organismo del hombre y su Umwelt (medio ambiente), es la
condición misma que extiende indefinidamente su mundo y su poder, dando a sus
objetos su polivalencia instrumental y su polifonía simbólica, su potencial
también de armamento.
Lo que he llamado el conocimiento paranoico demuestra entonces responder en sus
formas mas o menos arcaicas a ciertos momentos críticos, escondiendo la historia
de la génesis mental del hombre, y que representan cada uno un estadio de la
identificación objetivante.
Así la agresividad que se manifiesta en las retaliaciones de palmadas y de
golpes no puede considerarse únicamente como una manifestación lúdica de
ejercicio de las fuerzas y de su puesta en juego para detectar el cuerpo. Debe
comprenderse en un orden de coordinación mas amplio: el que subordinará las
funciones de posturas tónicas y de tensión vegetativa a una relatividad social
cuya prevalencia ha subrayado notablemente un Wallon en la constitución
expresiva de las emociones humanas.
Hay aquí una primera captación por la imagen en la que se dibuja el primer
momento de la dialéctica de las identificaciones. Está ligado a un fenómeno de
Gestalt, la percepción muy precoz en el niño de la forma humana, forma que, ya
se ve, fija su interés desde los, primeros meses, e incluso para el rostro
humano desde el décimo día. Pero lo que demuestra el fenómeno de reconocimiento,
implicando la subjetividad, son los signos de júbilo triunfante y el ludismo de
detectación que caracterizan desde el sexto mes el encuentro por el niño de su
imagen en el espejo. Esta conducta contrasta vivamente con la indiferencia
manifestada por los animales, aun los que perciben esa imagen, el chimpancé por
ejemplo, cuando han comprobado su vanidad objetal, y toma aún mas relieve por
producirse a una edad en que el niño presenta todavía, para el nivel de su
inteligencia instrumenta un retraso respecto del chimpancé, al que solo alcanza
a los once meses.
Lo que he llamado el estadio del espejo tiene el interés de manifestar el
dinamismo afectivo por el que el sujeto se identifica primordialmente con la
Gestalt visual de su propio cuerpo: es, con relación a la incoordinación todavía
muy profunda de su propia motricidad, unidad ideal, imago salvadora: es
valorizada con toda la desolación original, ligada a la discordancia
intraorgánica y relacional de la cría de hombre, durante los seis primeros
meses, en los que lleva los signos, neurológicos y humorales, de una
prematuración natal fisiológica.
Es esta captación por la imago de la forma humana, más que una Einfühlung cuya
ausencia se demuestra de todas las maneras en la primera infancia, la que entre
los seis meses y los dos años y medio domina toda la dialéctica del
comportamiento del niño en presencia de su semejante. Durante todo ese período
se registrarán las reacciones emocionales y los testimonios articulados de un
transitivismo normal. El niño que pega dice haber sido pegado, el que ve caer
llora. Del mismo modo es en una identificación con el otro como vive toda la
gama de las reacciones de prestancia y de ostentación, de las que sus conductas
revelan con evidencia la ambivalencia estructural, esclavo identificado con el
déspota, actor con el espectador, seducido con el seductor.
Hay aquí una especie de encrucijada estructural, en la que debemos acomodar
nuestro pensamiento para comprender la naturaleza de la agresividad en el hombre
y su relación con el formalismo de su yo y de sus objetos. Esta relación erótica
en que el individuo humano se fija en una imagen que lo enajena a sí mismo, tal
es la energía y tal es la forma en donde toma su origen esa organización
pasional a la que llamará su yo.
Esa forma se cristalizará en efecto en la tensión conflictual interna al sujeto,
que determina el despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el
concurso primordial se precipita en competencia agresiva; y de ella nace la
triada del prójimo, del yo y del objeto, que, estrellando el espada de la
comunicación espectacular, se inscribe en él según un formalismo que le es
propio, y que domina de tal manera la Einfühlung afectiva que el niño a esa edad
puede desconocer la identidad de las personas que le son mas familiares si le
aparecen en un entorno enteramente renovado.
Pero si ya el yo aparece desde el origen marcado con esa relatividad agresiva,
en la que los espíritus aquejados de objetividad podrán reconocer las erecciones
emocionales provocadas en el animal al que un deseo viene a solicitar
lateralmente en el ejercicio de su condicionamiento experimental, ¿como no
concebir que cada gran metamorfosis instintual, escondiendo la vida del
individuo, volverá a poner en tela de juicio su delimitación, hecha de la
conjunción de la historia del sujeto con la impensable inneidad de su deseo?
Es el yo del hombre reductible a su identidad vivida; y en las disrupciones
depresivas de los reveses vividos de la interioridad, engendra esencialmente las
negaciones mortales que lo coagulan en su formalismo "No soy nada de lo que me
sucede. Tú no eres nada de lo que vale".
Por eso se confunden los dos momentos en que el sujeto se niega a si mismo y en
que hace cargos al otro, y se descubre ahí esa estructura paranoica del yo que
encuentra su análogo en las negaciones fundamentales, puestas en valor por Freud
en los tres delirios de celo de erotomanía y de interpretación. Es el delirio
mismo de la bella alma misántropa, arrojando sobre el mundo el desorden de su
ser.
Sólo la señora Melanie Klein, trabajando en el niño en el Iimite mismo de tal
aparición del lenguaje, se ha atrevido a proyectar la experiencia subjetiva en
ese período anterior donde sin embargo la observación nos permite afirmar su
dimensión, en el simple hecho por ejemplo de que un niño que no habla reacciona
de manera diferente ante un castigo y a una brutalidad.
Por ella sabemos la función del primordial recinto imaginario formado por la
imago del cuerpo maternal; por ella sabemos la cartografía, dibujada por la mano
misma de los niños, de su imperio interior, y el atlas histórico de las
divisiones intestinas en que las imagos del padre y de los hermanos reales o
virtuales, en que la agresión voraz del sujeto mismo debaten su dominio
deletéreo sobre sus regiones sagradas. Sabemos también la persistencia en el
sujeto de esa sombra de los malos objetos internos, ligados a alguna accidental
asociación (para utilizar un término respecto del cual sería bueno que
pusiéramos en valor el sentido orgánico que le da nuestra experiencia, en
oposición al sentido abstracto que conserva de la ideología humana). Con ello
podemos comprender por qué resortes estructurales la reevocación de ciertas
personas imaginarias la reproducción de ciertas inferioridades de situación
pueden desconcertar del modo mas rigurosamente posible las funciones voluntarias
en el adulto: a saber su incidencia fragmentadora sobre la imago de la
identificación original.
Al mostrarnos lo primordial de la "posición depresiva", el extremo arcaísmo de
la subjetivación de un kakón, Melanie Klein hace retroceder los límites en que
podemos ver jugar la función subjetiva de la identificación, y nos permite
particularmente situar como absolutamente original la primera formación del
superyó.
Pero precisamente hay interés en delimitar la órbita en que se ordenan para
nuestra reflexión teórica las relacionas que están lejos de haber sido
elucidadas todas, de la tensión de culpabilidad, de la nocividad oral, de la
fijación hipocondríaca, incluso de ese masoquismo primordial que excluimos de
nuestra exposición, para aislar su noción una agresividad ligada a la relación
narcisista y a las estructuras de desconocimiento y de objetivación sistemáticos
que caracterizan a la formación del yo.
Ninguna necesidad entonces de buscar más lejos la fuente de esa energía de la
que Freud, a propósito del problema de la represión, se pregunta de dónde la
toma el yo, para ponerla al servicio del "principio de realidad".
No cabe duda que proviene de la "pasión narcisista", no bien se concibe
mínimamente al yo según la noción subjetiva que promovemos aquí por estar
conforme con el registro de nuestra experiencia; las dificultades teóricas con
que tropezó Freud nos parecen depender en efecto de ese espejismo de
objetivación, heredado de la psicología clásica, que constituye la idea del
sistema percepción-conciencia, y donde parece bruscamente desconocido el hecho
de todo lo que el yo desatiende escotomiza desconoce en las sensaciones que le
hacen reaccionar ante la realidad, como de todo lo que ignora, agota y anuda en
las significaciones que recibe del lenguaje: desconocimiento bien sorprendente
por atildar al hombre mismo que supo forzar los límites del inconsciente por el
poder de su dialéctica.
Del mismo modo que la opresión insensata del superyó permanece en la raíz de los
imperativos motivados de Ia conciencia moral, la furiosa pasión, que especifica
al hombre, de imprimir en la realidad su imagen es el fundamento oscuro de las
mediaciones racionales de la voluntad.
La noción de una agresividad como tensión correlativa de la estructura
narcisista en el devenir del sujeto permite comprender en una función muy
simplemente formulada toda clase de accidentes y de atipias de este devenir.
Indicaremos aquí cómo concebimos su enlace dialéctico con la función del
complejo de Edipo. Este en su normalidad es de sublimación, que designa muy
exactamente una modificación identificatoria del sujeto, y, como lo escribió
Freud apenas hubo experimentado la necesidad de una coordinación "tópica" de los
dinamismos psíquicos, una identificación secundaria por introyección de la imago
del progenitor del mismo sexo.
La energía de esta identificación está dada por el primer surgimiento biológico
de la libido genital. Pero es claro que el efecto estructural de identificación
con el rival no cae por su propio peso, salvo en el plano de la fábula, y no se
concibe sino a condición de que esté preparado por una identificación primaria
que estructura al sujeto como rivalizando consigo mismo. De hecho, la nota de
impotencia biológica vuelve a encontrarse aquí, así como el efecto de
anticipador característico de la génesis del psiquismo humano, en la fijación de
un "ideal" imaginario que el análisis ha mostrado decidir de la conformación del
"instinto" al sexo fisiológico del individuo. Punto, dicho sea de paso, cuyo
alcance antropológico nunca subrayaríamos bastante. Pero lo que nos interesa
aquí es la función que llamaremos pacificante del ideal del yo, la conexión de
su normatividad libidinal con una normatividad cultural, ligada desde los
albores de la historia a la imago del padre.
Freud en efecto nos muestra que la necesidad de una participación, que
neutraliza el conflicto inscrito después del asesinato en la situación de
rivalidad entre hermanos, es el fundamento de la identificación con el Tótem
paterno. Así la identificación edípica es aquella por la cual el sujeto
trasciende la agresividad constitutiva de la primera individuación subjetiva.
Tenía que suceder que el análisis, después de haber puesto el acento sobre la
integración de las tendencias excluidas por el yo, en cuanto subyacentes a los
síntomas a los que atacó primeramente, ligados en su mayoría a los aspectos
fallidos de la identificación edípica, llegase a descubrir la dimensión "moral"
del problema.
Y paralelamente pasaron al primer plano, por una parte el papel desempeñado por
las tendencias agresivas en la estructura de los síntomas y de la personalidad,
por otra parte toda clase de concepciones "valorizantes" de la libido liberada,
entre las cuales una de las primeras se debe a los psicoanalistas franceses bajo
el registro de la oblatividad.
Es claro en efecto que la libido genital se ejerce en el sentido de un
rebasarniento del individuo en provecho de la especie, y que sus efectos
sublimadores en la crisis del Edipo están en las fuentes de todo el proceso de
la subordinación cultural del hombre. Sin embargo no se podría acentuar
demasiado el carácter irreductible de la estructura narcisista y la ambigüedad
de una noción que tendería a desconocer la constancia de la tensión agresiva en
toda vida moral que supone la sujeción a esa estructura: ahora bien, ninguna
oblatividad podría liberar su altruismo.
Dejaríamos degradarse el filo de nuestra experiencia de engañarnos, si no
nuestros pacientes, con una armonía preestablecida cualquiera, que liberarla de
toda inducción agresiva en el sujeto los conformismos sociales que la reducción
de los síntomas hace posibles.
En todos los grados de cumplimiento humano en la persona donde volvemos a
encontrar ese momento narcisista en el sujeto, en un antes en el que debe asumir
una frustración libidinal y un después en el que se trasciende en una
sublimación normativa.
Esta concepción nos hace comprender la agresividad implicada en los efectos de
todas las regresiones, de todos los abortos, de todos los rechazos del
desarrollo típico en el sujeto, y especialmente en el plano de la realización
sexual, más exactamente en el interior de cada una de las grandes fases que
determinan en la vida humana las metamorfósis libidinales cuya función mayor ha
sido demostrada por el análisis: destete, Edipo, pubertad, madurez, o
maternidad, incluso clímax involutivo. Y hemos dicho a menudo que el acento
colocado primero en la doctrina sobre las retorsiones agresivas del conflicto
edípico en el sujeto respondía al hecho de que los efectos del complejo fueron
vislumbrados primero en los aspectos fallidos de su solución.
Tesis V: Semejante movida de la agresividad como de una de las coordenadas
intencionales...
La prominencia de la agresividad en nuestra civilización, quedaría ya
suficientemente demostrada por el hecho de que se la confunde habitualmente en
la moral media con Ia virtud de la fortaleza. Entendida con toda justicia como
significativa de un desarrollo del yo.
Antes que él, sin embargo, un Hegel había dado para siempre la teoría de la
función propia de la agresividad en la ontología humana, profetizando al parecer
la ley de hierro de nuestro tiempo. Es del conflicto del Amo y del Esclavo de
donde deduce todo el progreso subjetivo y objetivo de nuestra historia, haciendo
surgir de esas crisis las síntesis que representan las formas mas elevadas del
estatuto de la persona en Occidente, desde el estoico hasta el cristiano y aún
hasta el ciudadano futuro del Estado Universal.
Aquí el individuo natural es considerado como una nonada, puesto que el sujeto
humano lo es en efecto delante del Amo absoluto que le está dado en la muerte.
La satisfacción del deseo humano solo es posible mediatizada por el deseo y el
trabajo del otro. Si en el conflicto del Amo y del Esclavo es el reconocimiento
del hombre por el hombre lo que está en juego, es también sobre una negación
radical de los valores naturales como este reconocimiento es promovido, ya se
exprese en la tiranía estéril del amo o en la tiranía fecunda del trabajo.
La relativización de nuestra sociología por la recopilación científica de las
formas culturales que derruimos en el mundo, y asimismo los análisis, marcados
con rasgos verdaderamente psicoanalíticos, en los que la sabiduría de un Platón
nos muestra la dialéctica común a las pasiones del alma y de la ciudad, pueden
esclarecernos sobre las razones de ésta barbarie. Es a saber, para decirlo en la
jerga que responde a nuestros enfoques de las necesidades subjetivas del hombre,
la ausencia creciente de todas en esas saturaciones del suporyó y del ideal del
yo que se realizan en todo clase de formas orgánicas de las sociedades
tradicionales, formas que van desde los ritos de la intimidad cotidiana hasta
las fiestas periódicas en que se manifiesta la comunidad. Ya solo las conocemos
bajo los aspectos mas netamente degradados. Más aún, por abolir la polaridad
cósmica de los principios macho y hembra, nuestra sociedad conoce todas las
incidencias psicológicas propias del fenómeno moderno llamado de la lucha de los
sexos. Comunidad inmensa, en el límite entre la anarquía "democrática" de las
pasiones y su nivelación desesperada por el "gran moscardón alado" de la tiranía
narcisista, está claro que la promoción del yo en nuestra existencia conduce,
conforme a la concepción utilitarista del hombre que la secunda, a realizar cada
vez más al hombre como individuo, es decir en un aislamiento del alma cada vez
más emparentado con su abandono original.
El problema es saber si el conflicto del Amo y del Esclavo encontrará, su
solución en el servicio de la máquina, para la que una psicotécnica, que se
muestra ya preñada de aplicaciones más y más precisas, se dedicará a
proporcionar conductores de bólidos y vigilantes de centrales reguladoras
La noción del papel de las simetría espacial en la estructura narcisista del
hombre es esencial para echar los cimientos de un análisis psicológico del
espacio, del que aquí no podremos sino indicar el lugar. Digamos que la
psicología animal nos ha revelado que la relación del individuo con cierto campo
espacial es en ciertas especies detectada socialmente, de una manera que la
eleva a la categoría de pertenencia subjetiva. Diremos que es la posibilidad
subjetiva de la proyección en espejo de tal campo en el campo del otro lo que da
al espacio humano su estructura originalmente "geométrica", estructura que
llamaríamos de buena gana caleidoscópica.
Tal es por lo menos el espacio donde se desarrolla la imaginería del yo, y que
se une al espacio objetivo de la realidad.
¿Nos ofrece sin embargo un puerto seguro? Ya en el "espacio vital" en el que la
competencia humana se desarrolla de manera cada vez mas apretada, un observador
estelar de nuestra especie llegaría a la conclusión de unas necesidades de
evación de singulares efectos. Pero la extensión conceptual a la que pudimos
creer haber reducido lo real ¿no parece negarse a seguir dando su apoyo al
pensamiento físico? Así por haber llevado nuestro dominio hasta los confines de
la materia, ese espacio "realizado" que nos hace parecer ilusorios los grandes
espacios imaginarios donde se movían los libres juegos de los antiguos sabios
¿no va a desvanecerse a su vez en un rugido del fondo universal?
Sabemos, sea como sea, por dónde procede nuestra adaptación a estas exigencias,
y que la guerra muestra ser más y más la comadrona obligada y necesaria de todos
los progresos de nuestra organización. De seguro, la adaptación de los
adversarios en su oposición social parece progresar hacia un concurso de formas,
pero podemos preguntarnos si está motivado por una concordancia con la necesidad
o por esa identificación cuya imagen Dante en su Infierno nos muestra en un beso
mortal.
Por lo demás no parece que el individuo humano, como material de semejante
lucha, esté absolutamente desprovisto de defectos. Y la detección de los "malos
objetos internos", responsables de las reacciónes (que pueden ser muy costosas
en aparatos) de la inhibición y de la huida hacia adelante, detección a la que
hemos aprendido recientemente a proceder para los elementos de choque, de la
caza, del paracaídas y del comando, prueba que la guerra, después de habernos
enseñado mucho sobre la génesis de las neurosis, se muestra tal vez demasiado
exigente en cuanto a sujetos cada vez más neutros en una agresividad cuyo
patetismo es indeseable.
No obstante tenemos también aquí algunas verdades psicológicas que aportar: a
saber, hasta qué punto el pretendido "instinto de conservación" del yo flaquea
facilmente en el vértigo del dominio del espacio, y sobre todo hasta que punto
el temor de la muerte, del "Amo absoluto", supuesto en la conciencia por toda
una tradición filosófica desde Hegel, está psicológicamente subordinado al temor
narcisista de la lesión del cuerpo propio.
No nos parece vano haber subrayado la relación que sostiene con la dimensión del
espacio una tensión subjetiva, que en el malestar de la civilización viene a
traslaparse con la de la angustia, tan humanamente abordada por Freud y que se
desarrolla en la dimensión temporal.
Sólo en la encrucijada de estas dos tensiones debería abordarse ese asumir el
hombre su desgarramiento original, por el cual puede decirse que a cada instante
constituye su mundo por medio de su suicidio, y del que Freud tuvo la audacia de
formular la experiencia psicológica, por paradójica que sea su expresión en
términos biológicos, o sea como "instinto de muerte".
En el hombre "liberado" de la sociedad moderna, vemos que este desgarramiento
revela hasta el fondo del ser su formidable cuarteadura. Es la neurosis del
autocastigo, con los síntomas histéricos-hipocondríacos de sus inhibiciones
funcionales, con las formas psicasténicas de sus desrealizaciones del prójimo y
del mundo, con sus secuencias sociales de fracaso y de crimen. Es a esta víctima
conmovedora, evadida por lo demás irresponsable en ruptura con la sentencia que
condena al hombre moderno a la más formidable galera, a la que recogemos cuando
viene a nosotros, es a ese ser de nonada a quien nuestra tarea cotidiana
consiste en abrir de nuevo la vía de su sentido en una fraternidad discreta por
cuyo rasero somos siempre demasiado desiguales.
DESEO, DESEO DEL Otro Y FANTASMA. BARRIONUEVO Y SANCHEZ
En tanto es en relación al deseo del Otro que el deseo del sujeto se configura,
en este espacio la propuesta es considerar esta afirmación teórica para pensar
las vicisitudes del reposicionamiento subjetivo implícito en la adolescencia, en
un tiempo lógico en el cual se produce un rearmado del fantasma imprescindible
en la consolidación de la identidad del sujeto.
Acerca del deseo, que es deseo del Otro:
Los sueños, las fantasías, la psicopatología de la vida cotidiana, son
motorizados por el deseo que se realiza en la reproducción alucinatoria de las
percepciones (huellas mnémicas), que se han convertido en signos de esta
satisfacción. Como afirmación inicial podemos decir que el deseo freudiano está
ligado a signos infantiles indestructibles.
A través de un comportamiento típico de cada especie, o instinto, el ser vivo se
las ingenia para encontrar el objeto de la necesidad adecuado a la supervivencia
del individuo y de la especie, buscando un objeto determinado con el cual
satisfacerlo. En el caso del sujeto humano no hay objeto adecuado para aquello
que Freud define como pulsión, a diferencia del instinto animal, y considera al
objeto como objeto perdido desde el inicio.
Cuando el niño llora su madre interpreta dicho llanto como una demanda y
responde a ella.. El llanto supone una demanda significante del niño, por lo
cual la demanda tiene significación en el lenguaje. Con la interpretación que
construye, la madre introduce al niño en el campo de la palabra y de la demanda.
Y allí comienza lo específicamente humano, porque no es sólo eso, la teta y la
leche, lo que el niño pretende, o para decirlo más claramente: no es sólo
necesidad lo que se juega aunque se inicie con eso. Recibe el pecho, toma entre
sus labios el pezón de su madre, toma unos traguitos y se pone a chupetear, a
juguetear con él.
Allí accede el niño al deseo propiamente dicho: el “tener” el pezón, “tomar” el
pecho. Y se aísla como deseo en tanto es frustrado de él, porque la fiesta
habitualmente se le corta en tanto la madre hace lugar a la falta en la
satisfacción de la demanda. El deseo adviene entonces más allá de la demanda,
como falta de un objeto, falta inscripta en la palabra y efecto de la marca del
significante en el ser hablante. Se diferencia de la necesidad en cuanto ésta
surge de un estado de tensión interna que encuentra satisfacción por acción
específica que procura el objeto adecuado.
El deseo en el sentido psicoanalítico, el deseo inconsciente, es en cambio
siempre propio de cada sujeto y no de la especie, y, a diferencia de la
necesidad, no tiene que ver con la supervivencia y la adaptación. Es un deseo
que no se puede olvidar porque es esencialmente insatisfecho y en su surgimiento
mismo está motorizado por la pérdida. La experiencia de satisfacción deja en el
ser hablante una huella mnémica imperecedera, de tal modo que cuando el estado
de necesidad vuelva a surgir, el sujeto no espera a que el Otro le aporte el
objeto de la necesidad, sino que en ese momento surge también un impulso que
catectiza la huella que dejó la primera experiencia de satisfacción provocando
su reaparición bajo forma alucinatoria. La evocación de la huella mnémica, la
percepción enlazada con aquella primera satisfacción, es lo que Freud definía
como deseo y la reaparición de la percepción bajo forma alucinatoria es la
realización del deseo.
Lacan aclara la diferencia sosteniendo que la necesidad se plantea en el terreno
de la biología y alcanza su satisfacción. Por lo contrario el deseo no se
satisface sino que “se realiza” como deseo y está en relación con una falta. Y
en tanto no se desea lo que uno ya tiene es, siempre, metonímicamente, deseo de
otra cosa.
El sujeto está pendiente de la cadena significante. Por lo tanto, toda demanda
del sujeto implicará demanda de significantes; ésta cava un intervalo a la
cuestión de la necesidad, la deja suspendida, y en esa suspensión es donde se
manifesta el deseo, donde tiene lugar el mismo.
En el Seminario 11 Lacan sostiene que el deseo del hombre “es el deseo del
Otro”, lo cual se entiende como que el sujeto quiere ser objeto del deseo del
Otro y objeto de reconocimiento también. Que el deseo surge en el campo del
Otro, en el inconciente, lleva a considerar la condición de producto social del
deseo, puesto que se constituye en relación dialéctica con los deseos que se
supone tienen otros. Es el deseo del Otro, y si bien se constituye a partir del
Otro, es una falta articulada en la palabra y en el lenguaje.
Así el niño queda pegado al deseo del Otro materno, y es con la articulación del
deseo con la ley, definiéndose la castración materna a través de la metáfora
paterna, que el niño queda liberado del goce del Otro. Esta doble operación
lógica lleva el nombre de alienación - separación, y Lacan sostiene que el
sujeto se constituye, justamente, a partir de la misma.
La alienación tiene como finalidad la inscripción del sujeto en el registro de
lo simbólico. Este sólo puede surgir en el campo del Otro, quien lo nombra, lo
funda como tal y ocupa un lugar que intenta velar una falta que es inherente a
la estructura del Otro. Esta operación remitiría a aquel momento en el cual no
hay sujeto dividido, momento en el que el infans se ubica en el lugar de lo que
supone al Otro materno le falta, obturando dicha falta. Es necesario que en este
momento el niño sea lo que el Otro materno desee, que se ubique en el lugar de
falo materno.
Para que la operación se complete y así poder hablar de un sujeto, $ (sujeto
tachado), sujeto del psicoanálisis, es necesario la intervención de un tercer
elemento: el significante del Nombre del Padre (NP), que cumplirá la función de
corte, de separación. Justamente de separación entre el infans y la madre,
acotando el goce materno, que de no inscribirse este significante, fagocita a
ese pequeño.
Sólo cuando la función paterna opera y separa, se puede hablar de sujeto. En
consecuencia, para que el sujeto advenga simbólicamente, ese pequeño a (otro)
debe caer o sea separarse, quedar como resto que opera como causa que estructura
el deseo. Entonces, es la instancia de la separación la que presenta en si misma
una contradicción: revela la falta del Otro dado que, por estructura, el objeto
está perdido, y ofrece un lugar en tanto que hay algo que al Otro le falta.
Sobre el fantasma lacaniano:
El concepto de fantasma se plantea, según Lacan, en la intersección entre deseo
y la construcción de la realidad por parte del sujeto. Veamos la lógica de esta
afirmación.
Para referirnos a fantasma, ubiquemos primeramente el panorama científico en el
cual Lacan hace su aporte. Apoyándose en el concepto freudiano de ensueño o
sueño diurno, inmerso en el paradigma de la complejidad de su época Lacan define
fantasma integrando la noción de perspectiva que incorpora la presencia del
sujeto en la escena, pues es desde su mirada que la misma se produce.
La perspectiva permite representar figuras de tres dimensiones sobre una
superficie plana, lo cual es resultado, para la mirada del observador, de la
articulación de tres cuestiones principales:
1.- posición del observador
2.- línea del horizonte
3.- punto de fuga, o lugar del horizonte donde se juntan las líneas de fuga
convergiendo en un punto.
Lacan cuestiona la noción cartesiana de “sujeto unificado”, en tanto que el
sujeto está en dos lugares, en el punto de vista u ojo del observador, y en el
punto de fuga.
Como primera afirmación sostiene Lacan que el fantasma es respuesta al
interrogante acerca del deseo del Otro, al Q´ voi (¿Qué me quiere?).
¿Por qué y cómo surge el interrogante en el sujeto acerca del deseo del Otro?
Surge a partir de los significantes que vienen de éste, primordialmente el Otro
materno en cuyas palabras siempre hay algo incomprensible, en los intersticios
de su discurso siempre surge el enigma de su deseo: “me dice tal cosa…pero…
¿quiere realmente lo que dice?, ¿o me está queriendo decir otra cosa?”
El “sujeto tachado se constituye en el lugar del Otro como marca significante.
Inversamente, toda la existencia del Otro queda suspendida de una garantía que
falta, de ahí el Otro tachado. Pero de esa operación hay un resto, es el a”2.
Entonces, es desde “la escena del Otro, donde el hombre como sujeto tiene que
constituirse, ocupar su lugar como portador de la palabra, pero no puede ser su
portador sino en una estructura que, por más verídica que se presente, es un
estructura de ficción”3. Nos encontramos con el fantasma, concepto propuesto por
Lacan, que cumple la función de “asegurar un lugar en el Otro”4, en el deseo del
Otro, que “implica que el sujeto para tener consistencia se hace objeto”5. Es
decir, esto hace referencia a que es necesario que al Otro algo le falte, que se
ponga en juego la demanda impartida por el Otro, demanda que llevará a la
pregunta, al Q Voi? El niño armará una respuesta “me quiere para…, o porque…” Y
se ubicará como ese objeto que supone al Otro le falta, completándolo. Pero es
necesario que en algún momento ese niño no colme al Otro, que a pesar suyo al
Otro le falte, y en tanto le falta va a habilitar a que se despliegue la
pregunta respecto de qué es lo que realmente desea de mí.
Sin embargo las cosas no son tan sencillas, porque el deseo se desliza, se
escabulle, es un enigma, no tiene respuesta directa, la respuesta es la que
construye el sujeto a través del fantasma, justamente tratando de responderse
qué quiere el Otro de él, o de ella. Dicha búsqueda no cesa ya que el objeto de
deseo nunca va a coincidir con el objeto causa de deseo, objeto a, objeto
perdido para siempre, el cual va a ser recubierto por el fantasma pero al que es
imposible acceder, nombrar, por la estructura misma.
Podemos decir que el fantasma es el resultante de las relaciones entre deseo y
criterio de realidad del sujeto.
Porque el interés de Lacan es estudiar cómo el sujeto construye la realidad y se
ubica en ella en relación a los otros significativos y en función del deseo que
al Otro adjudica para construir su propio deseo.
La realidad es vista por el sujeto desde el fantasma, así como supongo que soy
mirado así me veo, dicha mirada indicará el lugar que se ha ocupado en el
fantasma
materno. La misma habilitará la posibilidad de la construcción del moi (yo
imaginario-narcisismo) cuerpo unificado. Hasta ese momento, la vivencia era la
del cuerpo fragmentado, y es esa mirada la que otorgará la posibilidad de dicha
unificación.
¿Qué sucede con ese cuerpo infantil frente a la irrupción pulsional en la
pubertad?
Si la adolescencia se caracteriza como momento de irrupción y de cambios, el
cuerpo, como así también la posición del sujeto, se verán implicados. Esto
llevaría a producir un nuevo trabajo psíquico que conlleve a investir
libidinalmente este nuevo cuerpo ante lo “real” que irrumpe con la pubertad. Y
por otro lado, el trabajo psíquico que implica asumir una posición sexuada
(hombre o mujer). Según cómo el niño atravesó psíquicamente la infancia, contará
con las herramientas simbólicas e imaginarias con las cuales intentará dar
cuenta de aquello que se presenta como “real”.
En la adolescencia, caracterizada por la vacilación subjetiva ante la
contundente conmoción estructural implicada en la misma, se podrá en lo
esperable asumir una posición sexuada que permitirá acceder a la exogamia, al
haber “atravesado” la castración del Otro que conjuntamente habilita hacerse
cargo, responsable, del propio deseo.
SEGUNDA PARTE
LA METAMORFOSIS DE LA PUBERTAD Y EL DESPERTAR DE LA PRIMAVERA. BELCAGUY Y MENIS.
Freud y “Las metamorfosis de la pubertad”
En “Tres ensayos de teoría sexual” Freud (1905) formula su teoría de la
acometida en dos tiempos de la sexualidad humana. El primer tiempo corresponde a
la sexualidad infantil y a las primeras elecciones de objeto (Complejo de Edipo)
que sucumben a la represión, dando lugar al periodo de latencia. “En éste, la
producción de excitación sexual en modo alguno se suspende, sino que perdura y
ofrece un acopio de energía que en su mayor parte se emplea para otros fines,
distintos de los sexuales, a saber: por un lado, para aportar los componentes
sexuales de ciertos sentimientos sociales, y por el otro (mediante la represión
y la formación reactiva), para edificar las ulteriores barreras sexuales.”
Veamos las principales características de este primer tiempo de la sexualidad
infantil o pregenital:
- La sexualidad es autoerótica.
- Autonomía de las pulsiones parciales: cada una de las pulsiones parciales
(oral, anal, fálica) busca su satisfacción de manera independiente a través de
las respectivas zonas erógenas. El placer es provocado por la estimulación de
las zonas erógenas, que a partir de la pubertad se va a constituir como placer
previo al placer final.
- La síntesis de las pulsiones parciales y su subordinación a la primacía de los
genitales no se verifica en la niñez o sólo se verifica muy imperfectamente, y
toma como objeto a los propios padres (complejo de Edipo). Esto ocurre entre los
2 y los 5 años y lo denomina “primer tiempo de la elección de objeto”; el
segundo tiempo tendrá lugar en la pubertad.
- Tanto la niña como el niño reconocen un solo órgano genital, el masculino
(premisa universal del falo) y en consecuencia, la polaridad vigente es fálico-
castrado; la diferenciación es entre quienes tienen pene y quienes no, `porque
lo perdieron´ o `porque les va a crecer´. Dado que, para Freud, la niña
desconoce la existencia de la vagina, la activación autoerótica de las zonas
erógenas es la misma para los dos sexos (fálica), mientras que a partir de la
pubertad se establece claramente la diferencia entre los sexos.
• Con la entrada en la pubertad llega a su fin el período de latencia y se
inicia la segunda oleada de la sexualidad humana; al decir de Freud: “Con el
advenimiento de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida sexual
infantil a su conformación normal definitiva.” (1905) En este segundo tiempo
pueden ubicarse los siguientes procesos
- Desde el punto de vista pulsional, se produce la subordinación de las
pulsiones parciales bajo el primado de la genitalidad, a través del mecanismo
del placer preliminar. Freud lo explica diciendo que el erotismo correspondiente
a la estimulación de las distintas zonas erógenas aporta la elevación de tensión
necesaria para hacer surgir la energía motora que permitirá llevar a término el
acto sexual. Al placer correspondiente a las pulsiones parciales, que es el
mismo de la sexualidad perverso-polimorfa infantil, le denomina placer
preliminar. La penúltima fase del acto sexual es la excitación de las zonas
genitales, pene y vagina, que conduce a la eyaculación. El placer final en el
coito es de mayor intensidad y es nuevo porque está ligado a condiciones que no
habían aparecido antes de la pubertad.
- Segundo tiempo de la elección de objeto: con la aparición de la tensión
genital tiene lugar la reedición del complejo de Edipo y de castración; esto
supone una complicación creciente para el psiquismo en tanto, en virtud del
crecimiento corporal, parricidio e incesto son ahora posibles, de modo que a la
oleada de la sexualidad habrá de oponerse una nueva oleada de represión, de modo
que pueda ser abandonada la fijación a los objetos edípicos.
- Una de sus consecuencias es el desasimiento de la autoridad de los padres.
- La desinvestidura de los padres va a posibilitar el hallazgo de objeto
exogámico y heterosexual, un encuentro del que Freud dirá que es “propiamente un
reencuentro”, como un retorno a la primitiva satisfacción sexual ligada con la
absorción de alimentos, con el pecho materno como objeto, es decir que la
relación originaria con aquel primer objeto de la pulsión se restablece. Más
adelante (1914) dirá que el hallazgo de objeto puede realizarse por dos caminos:
por apuntalamiento en los modelos de la primera infancia (el padre protector o
la madre nutricia) o al modo narcisista (que busca en los otros el reencuentro
con el yo propio). De todos modos, más allá de que los nuevos objetos, para ser
significativos libidinalmente, tengan que estar en referencia a los primeros
objetos, el hallazgo de la pubertad tiene como requisito que se efectúe un
desplazamiento desde los primarios hasta los actuales para que la barrera del
incesto sea preservada.
- Confluencia de la corriente sensual y tierna en el mismo objeto: una de las
consecuencias del naufragio del complejo de Edipo es que la pulsión queda
escindida. La corriente sensual es reprimida y el niño queda ligado a sus padres
a través de la ternura, que no es otra cosa que pulsión sexual inhibida en su
fin. A partir de la adolescencia es esperable que ambas corrientes, sensual y
tierna, se reunifiquen en un mismo objeto amoroso
- La pulsión se pone al servicio de la función reproductora como una nueva meta;
ya no procura exclusivamente la obtención de placer inmediato, sino que se
tornará, de algún modo, “altruista”.
- La oposición fálico-castrado deja su lugar a la diferenciación
masculino-femenino.
Encontramos que los conceptos fundamentales se sostienen, mientras que podríamos
replantearnos algunas cuestiones tales como que “la pulsión se pone al servicio
de la reproducción” o “la concreción del hallazgo de objeto exterior
heterosexual”.
Con respecto al primer punto, recordemos que en un trabajo posterior sobre el
tema, Freud (1915) dirá que “La meta de la pulsión es en todos los casos la
satisfacción que sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación en
la fuente de la pulsión”. Si somos consecuentes con lo allí planteado por el
autor, la meta de la genitalidad es la consecución de una nueva forma placer y
no tiene como fin la reproducción; los jóvenes tienen relaciones sexuales en
busca de una satisfacción pulsional que no implica necesariamente la
parentalidad como meta, aunque esta sea ahora posible. Desde luego que hacerse
cargo de la alternativa de engendrar un hijo, que es ahora real y no sólo
fantaseada como pudo serlo en la niñez, constituye para ellos un nuevo trabajo
psíquico que les demanda gran esfuerzo.
No hay discusión con respecto a que la elección debe ser exogámica; no ocurre lo
mismo con respecto al requisito planteado por Freud con respecto a la
heterosexualidad del objeto, ya que lo esencial es que el sujeto pueda tomar un
posicionamiento sexual y se relacione desde allí con otro sujeto, reconocido en
su alteridad, como otro, externo y diferente de sí, sea de otro sexo o del
mismo.
Otro aspecto a considerar es que seguramente la adolescencia de la época
victoriana en la que Freud escribió haya sido bastante diferente de la actual;
es probable, por ejemplo, que fuese mucho más breve, mientras que en nuestros
días le lleva muchos años a un joven adquirir las herramientas que le permitirán
insertarse como un adulto en el mundo. Seguramente esta prolongación no es sin
consecuencias.
Lacan y “El despertar de la primavera”
Lacan es muy crítico con respecto a una postura que tome en cuenta lo evolutivo.
No niega que exista una psicogénesis o un desarrollo psicológico pero lo que va
a decir es que eso no tiene nada que ver con la cuestión del Sujeto del
Inconciente del que se ocupa el psicoanálisis tal como él lo entiende.
Todo aquello que se dice de nosotros, las expectativas y temores de quienes nos
antecedieron, incluso antes de nuestro nacimiento o nuestra concepción,
constitutivos del Otro con mayúscula, este Otro que depende de que exista el
lenguaje en general, nos captura como vivientes. De esta captura proviene el
Sujeto del Inconciente, pero el momento de dicha captura, para Lacan, es mítico,
imposible de ser fechado, en consecuencia no puede ser circunscripto a una
cuestión evolutiva.
Lacan (1974) dirá que el dramaturgo aborda en esta obra(El Despertar de la
Primavera) “…el asunto de qué es para los muchachos hacer el amor con las
muchachas, marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus sueños”. De
este modo, hace referencia al encuentro del adolescente con la sexualidad y al
lugar de la fantasía como primera instancia psíquica para el despliegue de la
misma.
Lo real de la pubertad también es la aparición de los caracteres sexuales,
específicamente aquellos que se llaman secundarios, es decir, la modificación de
la imagen del cuerpo. Entonces, es en estos dos planos, el del cuerpo como
objeto pulsional y el del cuerpo como imagen, que la pubertad viene a trastocar,
a conmover al sujeto.”
La irrupción de los cambios somáticos es pensada por Lacan como la irrupción de
lo real del cuerpo, que es un real que el adolescente no puede impedir ni
dominar. Lacan lo menciona de esta forma: “Que lo que Freud delimitó de lo que
él llama sexualidad haga agujero en lo real, es lo que se palpa en el hecho de
que al nadie zafarse bien del asunto, nadie se preocupe más por él.” (Lacan,
1974).
Para explicar esta afirmación haremos una breve referencia a los tres registros
sobre los que Lacan apuntala su enseñanza, en tanto organizadores de toda
realidad humana. Así como Freud planteó la primera tópica (inconciente,
preconciente, conciente), y luego la segunda (yo, ello, superyo), encontramos
una tríada diferente en Lacan: Simbólico, Imaginario y Real. El nudo borromeo es
“…el objeto matemático utilizado por Lacan para presentar en el psicoanálisis
las articulaciones posibles entre las categorías de lo real, lo simbólico y lo
imaginario, y sus implicaciones en la génesis y la teoría del sujeto” (Chemama,
1998) y podemos agregar que “lo dio a sus alumnos” para que pudieran orientarse
en la práctica psicoanalítica.
Lo imaginario: “Es del registro del yo [moi], con todo lo que este implica de
desconocimiento, de alienación, de amor y de agresividad en la relación dual”
(Chemama, 1998). Es la categoría que procede de la constitución de la imagen del
cuerpo, es el registro en el que se condensan todas las relaciones del yo con el
semejante, con su imagen especular, es el registro de la identificación.
Lo simbólico: ha sido definido como “función compleja y latente que abarca toda
la actividad humana: incluye una parte consciente y una parte inconsciente, y
adhiere a la función del lenguaje, más especialmente, a la del significante”.
“Lo simbólico hace del hombre un animal (serhablante) fundamentalmente regido,
subvertido, por el lenguaje, que determina las formas de su lazo social y, más
esencialmente, de sus elecciones sexuadas” (Chemama, 1998).
Lo real: “Lo que la intervención de lo simbólico expulsa de la realidad, para un
sujeto”. “Definido como lo imposible, es lo que no puede ser completamente
simbolizado en la palabra o la escritura y, por consiguiente, no cesa de no
escribirse…” (Chemama, 1998).
En un primer momento de su enseñanza, en los años ´50, era caracterizado como lo
“innombrable”, aquello que se encontraba por fuera de lo imaginario y de lo
simbólico, “…marca de una experiencia privilegiada excepcional donde lo real es
aprehendido más allá de toda mediación, imaginaria o simbólica” (Lacan,
1954-55). En los ´70 lo denomina “lo estrictamente impensable”, lo imposible.
Podemos decir, entonces, que los cambios corporales de la pubertad, la exigencia
de asumir una posición sexuada, la admisión de la propia muerte, sexualidad y
muerte, en fin, son las manifestaciones de lo real que irrumpe y que los
adolescentes tratarán de simbolizar o representar. Cada uno, de modo singular,
se las verá ante el encuentro con ese imposible de simbolizar pues, al decir de
Lacan, no hay una fórmula general para “zafar bien del asunto”.
Wedekind y “Despertar de primavera”
El encuentro imposible entre los sexos, en el sentido de la inexistente
complementariedad entre el hombre y la mujer, queda claramente plasmada en la
obra, en la cual Wedekind nos muestra cómo los obstáculos en el encuentro con la
sexualidad y la imposibilidad de significarla, pueden llevar a los adolescentes
a los más trágicos desenlaces.
Lacan avanza en este punto y considera que la relación sexual hay que “…fijarla
en la no-relación que vale en lo real” y algo más adelante “…la idea del todo la
cual empero hace objeción el más mínimo encuentro con lo real” (Lacan, 1974),
modos de referirse a su clásica frase: “no hay relación sexual”, en tanto nunca
hay una adecuación perfecta entre el sujeto y su objeto y este es, sobre todo,
determinado por el lenguaje.
El joven se enfrenta a la ausencia de un saber sobre el sexo y el acceso a la
sexualidad esta mediatizado por el Otro del discurso, es por el Otro que se
posibilita el acceso al otro sexo. Esto no ocurre en los animales, que disponen
de la información genética que dirige su accionar, en un orden que es de la
necesidad y no del deseo. Los humanos, al ser sujetos de discurso, se encuentran
atravesados por el mismo y sus vínculos están mediatizados por la palabra, hecho
que de por sí implica la pérdida de la naturalidad en el encuentro con el otro
sexo.
“Despertar de primavera” fue definida por el propio autor como una tragedia
infantil. Los protagonistas tienen entre 14 y 15 años: Melchor, Mauricio y
Wendla. A su alrededor circulan adultos cuyas actitudes son cínicas, violentas y
en pocos momentos, cariñosas.
La obra refleja el modo de funcionamiento de una sociedad pacata, puritana, de
fines del siglo XVIII, coincidente con el momento histórico y cultural en el que
Freud empezaría a pensar su teoría del inconciente y del trabajo de la
represión.
La represión, en su acepción más concreta, proviene aquí del mundo adulto que
proscribe todo lo relativo a la sexualidad de los jóvenes: la información está
vedada, algunos de ellos desconocen lo más elemental sobre el origen de los
niños, Melchor es expulsado del colegio porque descubren algo escrito por él
sobre el coito (“desvergonzadas porquerías”, “inaudita fechoría”, producto del
“desquiciamiento moral del malhechor”, al decir del rector del colegio), a Marta
la saca su madre de la cama “de los pelos” por llevar una cinta en la camisa y
le prohíben bajo amenazas llevar su cabello suelto. En el momento de enfrentarse
a lo real de los cambios corporales inherentes a la irrupción de la segunda
oleada de la sexualidad, las manifestaciones de los jóvenes vinculadas a la
curiosidad, la experimentación, el deseo de mejorar su imagen, son violentamente
reprobadas y castigadas por padres y profesores.
La severidad de las prohibiciones coexiste con las transgresiones, expresión de
una doble moral de los adultos; los rígidos preceptos acerca de lo debido no
impiden manifestaciones de indiferencia, crueldad e hipocresía hacia hijos y
alumnos. A modo de ejemplo, la madre de Wendla le niega a su hija información
sexual pero cuando queda embarazada le provee los abortivos que la llevarán a la
muerte. El encubrimiento se sostiene hasta las últimas instancias, ya que sobre
su lápida se leerá: “Murió de anemia. Bienaventurados los que tienen puro el
corazón” (sic).
Podría pensarse que si un saber sobre la sexualidad existiera, éste queda a lo
largo de la obra celosamente resguardado por el mundo adulto; el mundo de
quienes dictaminan lo moralmente correcto, tanto para ser dialogado o escrito o
incluso fantaseado. Así se instala una circulación del saber que deja a los
jóvenes en una especie de encrucijada: aceptar aquello que les es dicho, pero de
lo cual desconfían, o quedar por fuera de ese aparente único saber. Suerte de
“es esto o nada” que concluye en una trágica caída de la escena de algunos de
los personajes adolescentes, quedando literalmente por fuera de un mundo que no
les prestó palabras cuando ellos no sabían qué decir.
Pero la estricta censura no impide que los adolescentes, como en todas las
épocas, lleven a cabo sus experiencias, de modo que se suceden escenas de
masturbación, sadomasoquismo, homosexualidad, encuentros con prostitutas, Wendla
tiene su primera relación a sus 14 años, entre otras.
Un dato no menor es que a la par que se despliegan fantasías y temores de los
adolescentes en relación al “despertar” sexual, aparecen simultáneamente
numerosas referencias a la muerte: enfermedad y muerte de un compañero, Melchor
estuvo a punto de ahogarse, ideaciones suicidas. El encuentro con lo real de la
sexualidad tendrá sus consecuencias en ellos, y responder en lo real puede
llevarlos a la muerte: como accidente o como pasaje al acto suicida.
Dice Mauricio: “…si me suspenden, le da a mi padre un ataque y mi madre tendría
que ir a un manicomio”, dando expresión a un fantasma de muerte y locura de sus
padres si se aparta de sus deseos.
“Este fin trágico de Mauricio deja claro hasta qué punto estudiar, para un niño
o un joven sólo puede ser vivido como una actividad apasionante si y sólo si el
estudio hace cuerpo con la investigación sexual. Desarticulado de esta última,
la dedicación al estudio sólo puede ser vivida como mera obediencia a los
designios de los padres.”
Aquí el Otro, representado por sus padres, no daba su asentimiento para la
exploración sexual del hijo (al igual que en el caso de Wendla) y este quedó
atrapado en la represión parental, al servicio del goce fálico del Otro,
imposibilitado de satisfacerlos y de poder darse una respuesta singular frente
al enigma de la sexualidad. El Enmascarado, a quien Wedekind dedica la obra, es
la figura de un adulto, que podría ser una figura parental o un analista, que
funciona como alguien que impone la ley del falo, una regulación que permita
poner palabras, constituir un borde, a aquello que quedando por fuera de la ley,
resultaría inarticulable para el adolescente.
“Falo significante, mortificando lo simbólico y haciendo agujero en lo real,
apuesta a la vida. Vida que habrá de llegar al puerto de la muerte después de
haber pasado por los desfiladeros de la sexualidad.” (Amigo, 1998).
Mientras que la sombra de sus objetos perdidos caía sobre su yo, Melchor estaba
condenado a morir como Wendla y Mauricio. El Emascarado le permite desprenderse
de estos objetos y elegir la vida, representada por la “cena caliente”. Del
Enmascarado, dice Lacan que es quien salva a Melchor de las garras de Mauricio y
agrega: “… entre los Nombres-del-Padre existe el del Hombre enmascarado.”
(Lacan, 1974, 112). Esto hace pensar en la importancia de la intervención de las
figuras parentales o sus sustitutos para dar a los adolescentes amparo y
acompañamiento, pero sin retenerlos, de modo que puedan desprenderse de sus
objetos edípicos y atravesar el encuentro con lo real de la sexualidad y con el
otro sexuado en la exogamia, dentro del registro simbólico o del registro
imaginario, sin responder ante ese real, con lo real de la acción que los
arrastre a la muerte.
Por último, transcribiremos una cita que muestra el estado de desamparo psíquico
y angustia en el cual queda el adolescente cuando no recibe del mundo adulto más
que desaprobación y castigo. Dice Mauricio: “Podemos compadecer a la juventud
que se alimenta de idealismo y a la vejez que con su superioridad estoica le
quiebra el corazón”.
INTRODUCCIÓN AL NARCISISMO. FREUD
Las mociones pulsionales libidinosas sucumben a una represión patógena cuando
entran en conflicto con las representaciones éticas y culturales del individuo.
Hemos dicho que la represión parte del yo, pero aún podemos precisar más
diciendo que parte de la propia autoestimación del yo. Aquellos mismos impulsos,
sucesos, deseos e impresiones que un individuo determinado tolera en sí o, por
lo menos, elabora conscientemente, son rechazados por otros con indignación o
incluso ahogados antes que puedan llegar a la consciencia. Podemos decir que uno
de estos sujetos ha construido en sí un ideal, con el cual compara su yo actual,
mientras que el otro carece de semejante formación de ideal. La formación de un
ideal sería, por parte del yo, la condición de la represión.
Sobre el yo ideal recae el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo
real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el
infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. Aquí,
como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz
de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la
perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo
las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de
su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que
él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de
su infancia, en la que él fue su propio ideal.
La idealización es un proceso que envuelve al objeto, engrandeciéndolo y
elevándolo psíquicamente, sin transformar su naturaleza.
La formación de un ideal del yo es confundida erróneamente, a veces, con la
sublimación de la pulsión. El que un individuo haya trocado su narcisismo por la
veneración de un ideal del yo, no implica que haya conseguido la sublimación de
sus pulsiones libidinosas. La formación del ideal aumenta las exigencias del yo
y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye
aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la
represión.
La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia
moral, partió en efecto de la influencia crítica de los padres. y a la que en el
curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre
indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio.
De este modo son atraídas a la formación del ideal narcisista del yo grandes
magnitudes de libido esencialmente homosexual y encuentran en la conservación
del mismo una derivación y una satisfacción. La institución de la conciencia
moral fue primero una encarnación de la crítica de los padres y luego de la
crítica de la sociedad. La rebeldía contra esta instancia censuradora se bebe a
que la persona quiere desligarse de todas estas influencias, comenzando por la
de sus padres y retirar de ellas la libido homosexual. Su conciencia moral se le
opone entonces en una manera regresiva, como una acción hostil orientada hacia
él desde fuera.
Recordaremos haber hallado que la formación del sueño nace bajo el dominio de
una censura que impone a los pensamientos oníricos una deformación. Penetrando
más en la estructura del yo, podemos reconocer también en el ideal del yo y en
las manifestaciones dinámicas de la conciencia moral este censor del sueño.
En primer lugar, el sentimiento de si, parece ser una expresión de la magnitud
del yo, no siendo el caso conocer cuáles son los diversos elementos que van a
determinar dicha magnitud. Todo lo que una persona posee o logra, cada residuo
del sentimiento de la primitiva omnipotencia confirmado por su experiencia,
ayuda a incrementar el sentimiento de si. Al introducir nuestra diferenciación
de pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, tenemos que reconocer que el
sentimiento de si depende de la libido narcisista. Nos apoyamos para ello en dos
hechos fundamentales: el de que el sentimiento de si aparece intensificado en
las parafrenias y debilitada en las neurosis de transferencia, y el de que en la
vida erótica el no ser amado disminuye el sentimiento de si, y el serlo, la
incrementa.
No es difícil, además, observar que la investidura libidinal de los objetos no
eleva el sentimiento de si. La dependencia al objeto amado es causa de
disminución de este sentimiento: el enamorado es humillado. El que ama pierde,
por decirlo así, una parte de su narcisismo, y sólo puede compensarla siendo
amado. La fuente principal de este sentimiento es el empobrecimiento del yo,
resultante de las grandes investiduras libidinales que le son sustraídas, o sea
el daño del yo por las tendencias sexuales no sometidas ya a control ninguno.
Las relaciones del sentimiento de si con el erotismo (con las investiduras
libidinosas de objeto) pueden encerrarse en dos casos, según que las
investiduras de libido sean acordes con el yo o hayan sufrido, por lo contrario,
una represión. En el primer caso el amar es apreciado como cualquier actividad
del yo. En el caso de la libido reprimida, la investidura libidinosa es sentida
como un grave vaciamiento del yo, la satisfacción del amor se hace imposible, y
el nuevo enriquecimiento del yo sólo puede tener efecto retrayendo de los
objetos la libido que los investía.
La vuelta de la libido de objeto al yo y su transformación en narcisismo
representa como si fuera de nuevo un amor dichoso, y por otro lado, es también
efectivo que un amor dichoso real corresponde a la condición primaria donde la
libido de objeto y la libido yoica no pueden diferenciarse.
El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo
primario y engendra una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento
acontece por medio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo impuesto
desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal .
Simultáneamente, el yo ha emitido las investiduras libidinosas de objeto. El yo
se empobrece a favor de estas investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a
enriquecerse por las satisfacciones de objeto y por el cumplimiento del ideal.
En aquellos casos en los que no ha llegado a desarrollarse tal ideal, la
tendencia sexual de que se trate entra a formar parte de la personalidad del
sujeto en forma de perversión. El enamoramiento consiste en un desborde de la
libido yoica sobre el objeto. Tiene el poder de levantar represiones y volver a
instituir perversiones. Exalta el objeto sexual a la categoría de ideal sexual.
Se idealiza a lo que cumple la condición de amor. Se ama a aquello que hemos
sido y hemos dejado de ser o aquello que posee perfecciones de que carecemos. A
aquello que posee la perfección que le falta al yo para llegar al ideal. Este
caso complementario entraña una importancia especial para el neurótico, en el
cual ha quedado empobrecido el yo por las excesivas investiduras de objeto e
incapacitado para alcanzar su ideal del yo. El sujeto intentará entonces
retornar al narcisismo, eligiendo, conforme al tipo narcisista, un ideal sexual
que posea las perfecciones que él no puede alcanzar. Esta sería la curación por
el amor, que el sujeto prefiere, en general, a la analítica.
La insatisfacción provocada por el incumplimiento de este ideal deja
eventualmente en libertad la libido homosexual, que se convierte en consciencia
de culpa (angustia social).
NARCISISMO E IDENTIFICACIÓN EN LA FASE DEL ESPEJO. VEGA Y ROITMAN
Freud, retoma el término ¨narcisismo” acuñado por Nacke para describir una
conducta mediante la cual un individuo procura a su cuerpo el mismo trato que
dispensaría a un objeto sexual, hasta el punto de alcanzar así una satisfacción
plena. Freud le asigna al narcisismo un lugar en el normal desarrollo sexual del
hombre.
Es en tal sentido que a la luz de la teoría pulsional sostenida en su obra hasta
ese momento, lo define como “el complemento libidinoso del egoísmo inherente a
la pulsión de autoconservación” Freud, 1914, pp. 71-72) que le supone a todo ser
vivo. Se trata ya no de aludir a un cuadro perverso en sí mismo, sino a una
estructura de la constitución del sujeto. A partir de entonces, en su teoría, el
narcisismo está en todos los cuadro clínicos: psicosis, perversiones y neurosis.
Seguidamente, Freud fundamenta la hipótesis de un “narcisismo primario y
normal”. Respecto de lo primero, advertía dos rasgos sobresalientes en juego: el
delirio de grandeza y el extrañamiento del interés respecto del mundo exterior.
En relación a lo segundo, se le hacía notoria la sobrestimación del poder de los
deseos y de los actos psíquicos, la omnipotencia del pensamiento, y una técnica
consecuente con ello, la magia.
Freud derivaba la investidura libidinal objetal de una inicial investidura
libidinal del yo, que aunque fuera cedida luego a los objetos, en alguna medida
persistía duraderamente en su primaria localización yoica.
Concluía así que al comienzo se presentaban indiscernibles las energías
psíquicas en el estado de narcisismo, y solo se volvía pensable una libido
cualitativamente diferenciada, en la medida en que se producían investiduras de
objeto.
No existe desde el inicio de la vida anímica, una unidad comparable al yo. Lo
propone como un supuesto en su teoría, dado que al principio todo es Ello. Y
colige que el mismo tiene que ser desarrollado. Expresa que siendo iniciales las
pulsiones autoeróticas, y satisfaciéndose éstas autónomamente; algo tiene que
agregarse al autoerotismo, “una nueva acción psíquica”, para que se constituya
el narcisismo como tal.
Propone entonces pensar en un acto fundante y constitutivo del yo, desde la
teoría de la identificación.
Freud se refiere a la identificación como “el más temprano lazo afectivo con
otro”, y donde trabaja en relación a distinguir dos órdenes lógicos diferentes
en cuanto a dicho lazo. En efecto, sitúa a uno de ellos como propio del tiempo
de la prehistoria del Complejo de Edipo, valiéndose además para su explicación,
de la teoría de los lugares psíquicos. En tal sentido, refiere como lo inicial,
una aspiración del yo a ser en todo como otro colocado para sí en el lugar de
Modelo o Ideal. En dicho vínculo de ser, precisa, el yo obtiene para sí el lugar
de Sujeto, en tanto logre identificarse con tal Modelo. Se trata de un vínculo
dual, narcisista, de naturaleza preedípica, en el cual lo que está en juego es
la posibilidad de obtener un primario sentimiento de si, una convicción acerca
de la propia existencia, en tanto se logre consumar dicha identificación. Trata
así de precisar lo que es propio del campo del narcisismo, del que ahora
tratamos, y que resulta anterior en un sentido lógico, a la dinámica edípica, a
la que emparenta con un plano simbólico, en el orden de la triangularidad, donde
se ponen en juego identificaciones secundarias, post-edípicas, que pretenden
resolver la cancelación de una aspiración pulsional y que expresan más bien un
deseo, en la lógica del tener, y con otros lugares psíquicos en juego: Sujeto –
Objeto – Rival.
Por otra parte, habiendo referido más arriba aquello a lo que Freud alude como
vínculos de ser, y habiendo emparentado dicha operación psíquica con la
obtención del sentimiento de sí, diremos ahora que hacia el final de su trabajo,
es donde da cuenta de que dicho sentimiento se presenta “como expresión del
grandor del yo”, aludiendo entonces a la magnitud de una investidura libidinal
en torno a una representación yoica. Tendremos que advertir que el sentimiento
de sí depende de manera particularmente estrecha, de la libido narcisista,
menciona. A la vez, propone pensar como uno de los efectos duraderos, de haberse
consumado adecuadamente dicho proceso de pensamiento, para la vida anímica
posterior, que “una parte del sentimiento de sí es primaria, residuo del
narcisismo infantil…”
Lacan y el espejo:
Lacan hace con el texto de Freud de 1914 es la de ligar el yo freudiano al
narcisismo (a la función de la Imago) y a la identificación como transformadora
del Yo; desligándolo del sistema percepción-conciencia (de la Carta 52).
“Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el
sentido pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación
producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este
efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del
término antiguo Imago” (Lacan, 1949, p. 100).
Lacan parte de la prematuración biológica del niño, esto es, que el bebe humano
se encuentra en una situación de desvalimiento mucho mayor que cualquier otra
especie. La cría humana nace prematura, fallada, es decir en estado de
indefensión, y es extremadamente dependiente de un otro. No hay una imagen
propioceptiva del cuerpo puesto que no hay tampoco una coordinación motriz.
“La discordancia, en ese estadio del hombre, tanto de las pulsiones como de las
funciones, es solo consecuencia de la incoordinación prolongada de los aparatos.
Ello determina un estadio constituido afectiva y mentalmente sobre la base de
una propioceptividad que entrega el cuerpo como despedazado.”
Se trata de un cuerpo fragmentado, que precisa de una imagen ortopédica que le
dé una unidad. El período del autoerotismo corresponde entonces a esta primera
infancia. Se trata de un período de las pulsiones parciales y de un "cuerpo
fragmentado", signado por ese "desamparo original" cuyo posible retorno
constituye una amenaza.
El niño pequeño, el que aún no camina, no posee una imagen integrada de su
cuerpo sino, al revés, fragmentada. Es decir, no relaciona sus diferentes partes
como formando parte de un todo. Para conseguirlo, deberá pasar por una fase
especial de desarrollo psíquico, denominada la fase del espejo.
El estadio del espejo se ordena sobre una experiencia de identificación
fundamental en cuyo transcurso el niño realiza la conquista de la imagen del
propio cuerpo. Lacan analiza el contraste entre la impotencia motriz y la
dependencia de la lactancia, por una parte, y el hecho de que su imagen
especular sea asumida jubilosamente, por otra. En la etapa del espejo, durante
el periodo del sexto al décimo octavo mes en la vida del infante, la
fragmentación experimentada por el infante se transforma en una afirmación de su
unidad corporal, a través de la toma de posesión de su imagen en el espejo. Así
es como el infante adquiere su primera sensación de unidad e identidad, una
identidad espacial imaginaria.
Para Lacan, el narcisismo originario se constituye en el momento de la captación
por el niño de su imagen en el espejo, imagen a su vez basada en la del otro (en
particular la madre), constitutiva del yo. Incluso en el trabajo de 1936, ya
estaba la idea de que el yo se constituye por alienación, es decir por la
identificación a una imagen que no es el yo sino otro.
Para Lacan el yo está primariamente en el sino al revés, y esto por lo
constitutivo de la exterioridad de la imagen en la que el yo, por
identificación, se forma.
Entonces este niño que no posee una coordinación motriz de su cuerpo, posee así
la idea de un cuerpo fragmentado, pero cuando se mira en el espejo, sin embargo,
se mira con sus ojos, que resultan no estar afectados por la prematuración, y,
su expresión es jubilosa. Reconoce su imagen como tal en el espejo. Dice pues
que, en este tiempo en el que está más atrasado muscularmente respecto de lo que
lo está mentalmente, el niño tiene la capacidad de desdoblar el espacio en
imaginario y en real. Afirma con ello, que a lo que el niño saluda en el espejo
es a su imagen especular, y no a otro niño igual que él. Y aquí viene el punto
clave de la argumentación: aquel que el niño mira y reconoce como su imagen para
hablar propiamente, ese no descoordina, no tiene cuerpo fragmentado. Mientras la
imagen se le aparece entera, dotada de una unidad, él no puede atribuirse dicha
unidad a la percepción de su propio cuerpo. De aquí se deriva el contento del
niño y toda una serie de otras consecuencias. En efecto: ese otro que le mira
tras el espejo y que le cautiva, pronto aprenderá que es él, incluso se le dirá:
“Mira, ese eres tú” señalándole la imagen. Imagen entera de un cuerpo
despedazado, imagen que anticipa una maduración del dominio motriz que por el
momento no se tiene. “Eres tu”: imagen pues de mí, imagen de mi yo, imagen del
yo. La primera identificación, dice Lacan, imaginaria.
En Freud el yo es una superposición de identificaciones imaginarias. De donde
Lacan deduce: esa primera identificación ante el espejo es clave para la
formación del yo, es literalmente originaria y fundadora de la serie de
identificaciones que le seguirán luego e irán constituyendo el yo del ser
humano.
A la vez que originaria, esa primera identificación es en sí profundamente
alienante: para empezar, el niño se reconoce en lo que sin duda alguna no es él
mismo sino otro; en segundo lugar, ese otro, aun si fuese él mismo, está
afectado por la simetría especular, condición que luego se reproducirá en los
sueños; en tercer lugar, aquel que se reconoce como yo no está afectado de mis
limitaciones, él no tiene los problemas que yo tengo para moverme. Aquí Lacan
dirá: esa es la matriz del yo ideal; y: eso jamás se alcanza. Y matriz de todas
las identificaciones que vendrán luego: cualquier otro a quien yo ame en algo,
aquel a quien vea con buenos ojos, narcisismo ya desde Freud, estará para mí en
el lugar de esa imagen alienante en la que confluyen mi ideal del yo y mi cuerpo
sin fragmentar.
Al otro ya no lo amo sino que deseo agredirlo lo que está en la base de mi
agresión es el retorno a mi cuerpo fragmentado: en el momento en que ya no se
sostiene la identificación con el otro, la imagen falla. Este es, a grandes
rasgos, el estadio del espejo.
En realidad, para Lacan existía sólo un estadio del espejo, en tanto que
mecanismo psíquico para que el niño pequeño (que todavía no camina) pueda
integrar en una estructura única (esto es, su propio cuerpo como un todo)
aquellas partes que percibía fragmentadas y sin relación alguna entre ellas. De
todos modos, la dividía formalmente en tres momentos lógicos:
- La ilusión del niño que percibe su propia imagen reflejada en el espejo como
la de un ser real, al que desea acercarse y tocar.
- Descubre que ese otro no es un ser real, sino la imagen reflejada de otro.
(Distingue así entre la realidad y la imagen especular.)
- La imagen en el espejo no es la de un otro cualquiera, sino la de él mismo. Se
encuentra duplicado. El niño logra resolver la dispersión de su propio cuerpo.
En 1953 re-escribe el Estadio del espejo. Introduce el espejo curvo para
plantear que la captación identificatoria de la imagen como algo que no puede
producirse desde cualquier lugar. No alcanza con que haya una imagen en el
espacio, para producir este efecto cautivante que va a concluir en la
identificación formadora del yo; hace falta, sobre todo un buen lugar, y este
buen lugar va a estar dado por lo simbólico.
Diríamos que hace falta un lugar desde donde mirarse, el Ideal del Yo, para
verse allí de determinada manera, la manera narcisista, digamos, del Yo Ideal.
La adolescencia
La adolescencia supone una contundente conmoción estructural, un fundamental y
trabajoso replanteo del sentimiento de sí, de la identidad del sujeto. Impone al
mismo transformaciones en el orden del cuerpo (pubertad) que lo enfrentan con el
dolor y la angustia que pudiera producirle la desestructuración de su imagen
corporal.
El advenimiento de la pubertad y las consecuentes metamorfosis del cuerpo,
conllevan la necesidad de reinscribir un cuerpo que se percibe incoordinado,
disarmónico, y que se experimenta fragmentado. Una exigencia de trabajo al
aparato psíquico: de duelo por el cuerpo infantil y de la reinscripción del
cuerpo, un cuerpo diferente al de la infancia.
Lacan en su texto “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal
como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” (1949), se trata de un
cuerpo fragmentado, que precisa de una imagen ortopédica que le dé una unidad.
Podríamos pensar entonces, que en la adolescencia, en ocasiones la excesiva
preocupación por la imagen, la vestimenta o los tatuajes, expresarían esfuerzos
de inscripción, dar contorno, envase, a un cuerpo que se experimenta como
fragmentado.
Ahora bien, paralelamente, en la adolescencia, una nueva lógica de pensamiento
tiene lugar. Esta lógica de clasificación y seriación, provoca juicios
traumáticos acerca de la representación de los padres de la infancia,
haciéndolos caer del lugar de modelo o ideal en el que estaban colocados. Esta
“conmoción” de las identificaciones dadoras de identidad al sujeto, conlleva
justamente el peligro de existencia de su ser.
Entonces, entre otras tareas, la adolescencia plantea la exigencia de
elaboración de procesos de identificación, y de des -identificaciones, en
procura de lograr para sí un lugar simbólico propio, diferente al del niño que
antes fuera, en todo sentido.
LA ESCICIÓN DEL YO EN EL PROCESO DEFENSIVO. FREUD
El yo del niño se encuentra, pues, al servicio de una poderosa exigencia
pulsional que está habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una
vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción le traería por
resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Y entonces debe
decidirse: reconocer el peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la
satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva, instilarse la creencia
de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de perseverar así en la
satisfacción. Es, por tanto, un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el
veto de la realidad objetiva. Ahora bien, el niño no hace ninguna de esas dos
cosas, o mejor dicho, las hace a las dos simultáneamente, lo que equivale a lo
mismo. Responde al conflicto con dos reacciones contrapuestas, ambas válidas y
eficaces. Por un lado, rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos
mecanismos, y no se deja prohibir nada; por el otro, y a renglón seguido,
reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como un
síntoma de padecer y luego busca defenderse de él. Es esa una solución muy hábil
de la dificultad, hay que confesarlo. Ambas partes en disputa han recibido lo
suyo: la pulsíón tiene permitido retener la satisfacción, a la realidad objetiva
se le ha tributado el debido respeto. Pero, como se sabe, sólo la muerte es
gratis. El resultado se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo que
nunca se reparará, sino que se hará más grande con el tiempo. Las dos reacciones
contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del
yo.
Un varoncito entre los tres y los cuatro años tuvo conocimiento de los genitales
femeninos por seducción de una niña mayor que él. Rotas esas relaciones,
prolongó la incitación sexual así recibida en un ferviente onanismo manual, pero
fue sorprendido pronto por la enérgica niñera y amenazado con la castración,
cuyo cumplimiento, como es usual, se atribuyó al padre. En este caso están dadas
las condiciones para un efecto de terror enorme. No es forzoso que la amenaza de
castración por sí sola cause mucha impresión; el niño le rehusa creencia, no le
es fácil representarse como posible una separación de esa parte del cuerpo tan
apreciada por él. Si ha visto [antes] los genitales femeninos, el niño pudo
convencerse de semejante posibilidad, pero en aquel tiempo no extrajo esa
conclusión porque la repugnancia a ello era demasiado grande y no existía ningún
motivo que se la impusiera. Al contrario, lo que pudo moverlo a desasosiego fue
apaciguado con el subterfugio: lo que ahí falta ha de venir luego, eso -el
miembro- ya le crecerá más tarde. Quien haya observado suficientes varoncitos
puede recordar una exteriorización de esa índole a la vista de los genitales de
su hermanita. Pero diversamente ocurre si ambos factores se conjugan. Entonces
la amenaza despierta el recuerdo de la percepción que se tuvo por inofensiva y
encuentra en ella la temida corroboración. El niño cree comprender ahora por qué
los genitales de la niñita no mostraban pene alguno, y ya no se atreve a poner
en duda que su propio genital pueda correr la misma suerte. En lo sucesivo no
puede menos que creer en la realidad objetiva del peligro de castración.
Se creó un sustituto del pene echado de menos en la mujer, un fetiche. Con ello
había desmentido, es cierto, la realidad objetiva, pero había salvado su propio
pene. El varoncito no ha contradicho simplemente su percepción, no ha alucinado
un pene allí donde no se veía ninguno, sino que sólo ha emprendido un
desplazamiento {descentramiento} de valor, ha trasferido el significado del pene
a otra parte del cuerpo, para lo cual vino en su auxilio -de una manera que no
hemos de precisar aquí- el mecanismo de la regresión. Por cierto que ese
desplazamiento sólo afectó al cuerpo de la mujer; respecto de su pene propio
nada se modificó.
Este tratamiento, se diría mañoso, de la realidad objetiva decide sobre el
comportamiento práctico del varoncito, Sigue cultivando su masturbación como si
ello no pudiera traer ningún peligro a su pene, pero al mismo tiempo desarrolla,
en plena contradicción con su aparente valentía o despreocupación, un síntoma
que prueba que ha reconocido, sin embargo, aquel peligro. Lo amenazaron con que
el padre lo castraría, e inmediatamente después, de manera simultánea a la
creación del fetiche, aflora en él una intensa angustia ante el castigo del
padre, angustia que lo ocupará largo tiempo y que sólo podrá dominar y
sobrecompensar con todo el gasto de su virilidad. También esta angustia ante el
padre calla sobre la castración. Con ayuda de la regresión a una fase oral,
aparece como angustia de ser devorado por el padre.
EL COMPLEJO DE EDIPO EN FREUD Y LACAN. VEGA
El complejo de Edipo según S. Freud.
Existe una modalidad positiva, también existe una negativa que consiste en
deseos amorosos hacia el progenitor del mismo sexo y; celos y hostilidad hacia
el del sexo opuesto. El Complejo de Edipo y el de castración son reeditados en
la adolescencia y marcan la tarea de la diferenciación de las posiciones
femeninas y masculinas.
Desde el punto de vista lógico, éste es contemporáneo de la llamada fase fálica
(entre los 3 y los 5 años) momento que toma su nombre de la primacía del falo
tanto para el niño como para la niña. Este primado del falo se articula con la
amenaza de castración, cuyo papel es definitivo para la entrada al Complejo de
Edipo en el caso de la niña y para su sepultamiento, en el caso del varón.
Debido a la angustia que le genera la propia falta y la decepción de la
castración materna, la niña cambia de objeto de amor y vira hacia quien sí tiene
un pene para darle, su padre. Espera así que él pueda subsanar el “error” de su
madre y ante la nueva imposibilidad, reconoce la castración renuncia al deseo de
un pene desplazándolo al deseo de recibir un hijo como regalo del padre para lo
cual también cambia de zona erógena, invistiendo, en la adolescencia, la vagina
como continente del pene deseado. Es esa una de las salidas posibles para el
complejo de castración en la niña que Freud describe como los caminos de la
feminidad. Las otras dos son: 1) la inhibición sexual, es decir un apartamiento
de toda sexualidad como consecuencia de la represión y el rechazo de toda
condición femenina y; 2) el complejo de masculinidad, en el cual se desmiente la
castración, manteniendo el placer masturbatorio y con él la esperanza de poseer
(no de recibir) un pene, identificándose con quien lo tiene.
En el varón, la amenaza de castración es el temor a perder lo más valorado que
posee y es aquello que le permite abandonar el objeto de amor incestuoso para
identificarse con quien lo tiene.
Bajo el impacto de la amenaza de castración (en el varón), o la idea de haber
sido castrada (en la niña), las investiduras de objeto que fueron depositadas
sobre los padres, son abandonadas y resignadas; trabajo que continúa en el
segundo tiempo de la sexualidad y permite el hallazgo de objeto exogámico. La
resignación de las investiduras primarias continúa en una operación que consiste
en la sustitución de las mismas por una identificación. Estamos ya en el terreno
del “sepultamiento del Complejo de Edipo” que, no solo estructura el aparato
psíquico dividido en instancias diferenciadas a través de la represión, sino que
también da inicio a un nuevo momento lógico, la latencia, marcando lo anterior,
lo pre-edípico como una primera oleada de la sexualidad ahora caída bajo
represión.
Deriva directamente del Complejo de Edipo: el acceso a una nueva instancia
intrapsíquica que es el superyó. Freud se ocupa en “El yo y el ello” del
mecanismo que conduce desde la relación del niño con su objeto edípico hasta el
Superyó. Este mecanismo es precisamente esa identificación explicada, por efecto
de la cual se instala el Superyó y se establecen rasgos femeninos y masculinos
tomados de ambos padres, rasgos que contribuirán al carácter del Yo y a la
sexuación del sujeto.
La “resolución” del Edipo marcará, como veremos luego, la internalización de la
ley y la posición masculina o femenina que el sujeto adopte en relación al otro
sexo, pues no hay nada en la naturaleza que determine una u otra posición de
antemano. Entonces, la identificación va a jugar un papel fundamental en la
formación del superyó que no solo va a direccionar el deseo del niño hacia su
masculinidad sino que va a instaurar también la ley de prohibición.
Complejo de Edipo, sucumbe después, como es sabido, a partir del comienzo del
período de latencia, a una oleada de represión. Es después donde la conmoción
que producen las modificaciones puberales, impone una nueva oleada de la
sexualidad y con ello una reedición de la conflictiva edípica.
De todo lo dicho se desprende que Freud le atribuye al Complejo de Edipo,
diversas funciones:
- El hallazgo de un objeto de amor que deriva de las investiduras de objeto
primarias.
- La consolidación de identificaciones secundarias que resultan del Complejo de
Edipo tras haber resignado a los padres como objetos incestuosos.
- el acceso a una genitalidad posterior ya que en la etapa fálica se trataba de
la instauración de la primacía del falo y no de la genitalidad.
- la constitución de las diferentes instancias, especialmente la del superyó
(como introyección de la autoridad paterna) que marca la prohibiciones de
incesto y parricidio, así como también la constitución del ideal del yo.
El Complejo de Edipo según J. Lacan.
Lacan deja de lado el Edipo como mito y pasa a ocuparse del mismo en otro nivel,
el estructural. Se trata de una estructura en tanto es una organización con
funciones y donde cada personaje se define en relación al otro y al lugar que
ocupa. El Edipo es entonces entendido como estructura y el falo es el
significante que articula y circula. Este falo que circula como falta en la
estructura es el falo simbólico; mientras que aquel que atiende a la
subjetividad del niño del primer tiempo del Edipo (ya veremos) es el falo
imaginario. Por ello, cabe recordar que un elemento no es imaginario o simbólico
en sí mismo sino en relación a su articulación con otros elementos.
Lacan remarca que Freud se basó en un mito y no en un hecho; y que, por ende, el
Edipo no está en el terreno de lo real sino en el ámbito de lo simbólico. Es
decir, es algo que sucede en el ámbito del lenguaje. En el Seminario de la
Psicosis, Lacan dice: “si el
Complejo de Edipo no es la introducción del significante, les pido que me den de
él alguna concepción distinta…”. Edipo entonces, no es algo natural, es un hecho
cultural, es la entrada del significante en el cuerpo.
Lacan plantea el Complejo de Edipo en tres tiempos, esos tiempos son lógicos en
tanto tienen determinada sucesión, pero no guardan una cronología. Una de las
diferencias radicales en relación a Freud está precisamente en el primer tiempo,
el que corresponde al estadio del espejo, ya que para Freud este tiempo, está
más en el terreno de una sexualidad pre-edípica.
Lacan, se pregunta de qué se trata el Edipo Y se responde: “Del deseo de la
madre, esto es capital, así como la metáfora paterna” (Lacan, 1969). El deseo de
la madre es el falo. Este falo se puede entender de dos formas: 1) es la
referencia al deseo de la madre derivada de ausencia de pene y, 2) es aquello
que simboliza el sinsentido del deseo. El niño se identifica con lo que le falta
a la madre (el falo) y por eso, es el objeto de deseo del Otro. Sin embargo, esa
complementariedad es imaginaria e ilusoria ya que el deseo por definición no
puede ser totalmente satisfecho.
Primer tiempo: Corresponde a la fase del espejo, momento de la construcción de
un cuerpo en un espacio imaginario. El niño se encuentra en una relación
completa con su madre e intenta identificarse no con la persona, sino con lo que
supone es el objeto de deseo de la madre. Esta es una identificación imaginaria.
El niño quiere ser el objeto de deseo de la madre y entonces su deseo queda así
alienado al deseo del Otro. Al objeto de deseo de la madre, Lacan lo llama falo.
Dice: “Para gustarle a la madre,… basta y es suficiente con ser el falo”. La
madre castrada, se siente completa a través del hijo y por eso lo ubica en el
lugar del falo. Se arma entonces un círculo completo, donde la falta no existe.
El niño es el falo de la madre y la madre dicta la ley que es la del deseo del
hijo. En este tiempo desde el niño, no existe aún una ley simbólica, sino la ley
arbitraria de la madre; pero la madre sí está atravesada por la metáfora
paterna, ley simbólica del padre.
El padre existe entonces en forma velada, en tanto ley simbólica que debe ser
descubierta en la madre. Esta relación corresponde a lo que Lacan llama ternario
imaginario y propone ilustrarla así:
Segundo Tiempo: El padre ingresa como agente que priva y desprende al niño de la
relación imaginaria con la madre. La función del padre es la privación, priva a
la madre de su ilusión fálica (la madre ya no tiene el falo a través del hijo) y
priva al niño de la identificación imaginaria al falo (el niño ya no es el falo
de la madre). El padre asume él mismo un lugar de fortaleza y omnipotencia. Con
la acción de privación se inicia la castración simbólica, y tanto el niño como
su madre pierden su valor fálico. Para que la privación sea efectiva es
necesario que la madre se dirija al padre y que el padre no quede dependiente
del deseo de la madre.
En este momento, el padre es un personaje interdictor que tiene el poder de
intervenir sobre la madre y que impide que la madre se cierre sobre el niño,
rescatándolo de un lugar aplastante en el cual sólo podría haber sido el falo de
la madre. Dice Lacan:
“…la madre es dependiente de un objeto que ya no es simplemente el objeto de su
deseo sino un objeto que el Otro tiene o no tiene” (1957/58,p. 197). El padre se
manifiesta en el discurso de la madre y es soporte de la ley, fundando una
legalidad. Según Lacan, éste es el fundamento y el punto nodal del Complejo de
Edipo. La madre no tiene ahora una ley arbitraria que le es propia, sino que
queda remitida a la ley de Otro, que posee el objeto de su deseo. Esto lleva al
niño a rivalizar con él por el deseo de la madre. La disputa es en relación a
ser o no ser el falo de la madre. El padre se constituye como agente real de la
castración. Dice Lacan: “Sólo el juego jugado con el padre, el juego de gana el
que pierde, por así decirlo, le permite al niño conquistar la vía por la que se
registra en él la primera inscripción de la ley”.
Tercer tiempo: De él depende la salida del Complejo de Edipo aunque para Lacan
no se trata de un sepultamiento, a la manera de Freud, sino de definir una
posición como sujeto deseante. La castración simbólica del segundo tiempo,
culmina con el reconocimiento de la falta en la madre. Ahora el padre es
portador del falo, lo tiene pero no lo es y a su vez, depende de una ley
exterior. El falo se encuentra por fuera del padre, en la cultura. Lacan
considera, al igual que Freud, que la salida del Edipo se produce favorablemente
si el niño se identifica con el padre (de quien deriva el ideal del yo) y el
niño pasa de ser (el falo de la madre) a tener. Este paso del registro del ser
al del tener es lo que da cuenta de la instauración de la metáfora paterna y de
la presencia de la represión originaria. La instauración de la metáfora del
Nombre del Padre posibilita al niño el acceso al lenguaje, al orden simbólico.
El nombre del padre operará como prohibición para el niño en tanto lo separa de
la madre con angustia, mientras que en la niña esta separación se produce con
odio.
De lo dicho se desprende que Lacan le atribuye al Complejo de Edipo, efectos
tales como:
- un corte en el vínculo imaginario entre la madre y el niño,
- la aceptación de la ley de prohibición del incesto,
- la renuncia (a nivel imaginario) al deseo de contacto genital con el
progenitor del otro sexo
- la identificación a un ideal,
- la asunción del propio sexo.
FALO Y CASTRACIÓN. CAPPANO Y NAPPI
Articulación entre en Falo, el Complejo de Castración y el registro simbólico:
Las implicaciones subjetivas suscitadas por lo fálico son amplias e incluyen la
fertilidad, poder generativo y erotismo. Es decir que, según estas definiciones,
el falo, hace referencia, en definitiva a cierto poder, vitalidad, virilidad.
El complejo de castración es nodal para comprender, no solo, la manera en que se
articula el falo en la estructura subjetiva, sino además como el falo establece
una legalidad significante.
Para Lacan el falo es un significante, es decir que el falo es algo que no se
tiene materialmente, no es algo aprehensible, no se lo puede agarrar, sino que
se lo comprende en términos simbólicos, “el falo no es un fantasma, ni un
objeto, ni siquiera parcial o interno…” Esto quiere decir que opera desde otro
lugar, es decir desde su ausencia. Nadie puede tener un falo y ofrecerlo
libremente a quien se le antoja uno.
El falo funciona, como dijimos anteriormente, desde otro lugar, es decir desde
su ausencia y por eso lo llamamos –phi. Este lugar, que es un lugar negativo, ya
que no se lo tiene, opera desde lo simbólico. Lacan en su seminario 5 nos dice
claramente:
“De lo que aquí se trata es del nivel de la privación. Ahí el padre priva a
alguien de lo que a fin de cuentas no tiene, es decir, de algo que sólo tiene
existencia en cuanto símbolo.”. Esto quiere decir que el falo, opera en tanto
ausencia. Lógicamente, Lacan dirá posteriormente que no se puede castrar a la
madre de algo que no tiene, sin embargo, para privarla de algo, es necesario que
ese algo esté simbolizado.
En las referencias freudianas encontramos una relación triangular, entre el
padre, la madre y el niño. Lacan, establecerá que la relación ternaria
necesitará de un cuarto elemento que actuará como articulador de aquello que
ocurre en la relación triádica. Ese elemento es el falo.
La referencia freudiana la encontramos en la ecuación pene=niño o falo=niño. De
aquí entendemos que el lugar al que viene el niño es al lugar de la falta de la
madre. Es decir que por medio de su propia falta brinda alojamiento al niño. La
madre podrá brindar los cuidados necesarios, el alimento, la protección, pero en
el fondo es necesario que le brinde su propia falta a ese nuevo ser, debe poder
alojarlo, y su falta tiene origen en su propio complejo de castración. Así
podemos comprender que de lo que se trata en la estructuración subjetiva tiene
que ver directamente con la ausencia.
Estamos girando alrededor de nociones como las de castración, que nos lleva a
pensar en la ausencia de algo, y que a partir de esta ausencia es que puede
articularse el resto, es decir el “falo” y, en consecuencia, el registro de lo
simbólico. Pero lo esencial es que el asunto gira alrededor de la ausencia y por
lo tanto de la castración, “se trata entonces del conjunto de los significantes
y de una falta en ese conjunto, que lo hace coherentes con la propiedad de todo
conjunto: contener un vacío y ser contradictorio con el conjunto universal.
La resignificación de la castración en la adolescencia:
La castración en la adolescencia pone en cuestionamiento la estructura del
aparato psíquico. Freud nos dice que el encuentro con el otro sexo es un
encuentro traumático, un encuentro con la castración, debido a que el sujeto se
encuentra en una situación que no puede resolver fácilmente. En este sentido
José Barrionuevo nos comenta que “podemos entender en la expresión respecto de
que la sexualidad agujerea lo real que, en cuanto a que en el acceso al otro
sexo no hay nada programado en lo real, o sea que la sexualidad siempre tiene
fallas, nadie tiene el saber ni el pleno éxito en ella y, en tanto nadie “zafa”
bien, Lacan sintetiza esa imposibilidad generalizada en una fórmula “no hay
relación sexual”.”7
En términos metapsicológicos la dialéctica del tener-no tener el falo también
surge en la adolescencia. En este período de la vida, este segundo encuentro
traumático cuestiona la solidez de la estructuración psíquica ocurrida previa al
período de latencia. Es la resolución de este encuentro lo que va a permitir al
sujeto continuar con una vida anímica “normal
En relación al falo, tanto la lectura de Freud como la de Lacan nos enseñan que
el falo nadie lo es ni nadie lo tiene. En este sentido el falo puede ser
comprendido, además, como instrumento simbólico que interactúa con el complejo
de castración, un elemento de poder. Es decir, el falo, entendido en términos de
poder que brinda una capacidad resolutiva que tiene que ver con la estructura,
es decir con la falta. De lo que se trata en la adolescencia, es de la capacidad
de resolución que tiene el sujeto, de un conflicto con aquellos instrumentos que
no tiene, es decir, con aquello que le falta.
Dice Lacan: “He mencionado el velo con que mucha regularidad cubre el falo en el
hombre. Es exactamente lo mismo que recubre normalmente a la casi totalidad del
ser en la mujer, en la medida en que lo que ha de estar precisamente detrás, lo
que está velado, es el significante del falo. El descubrimiento solo mostrará
nada, es decir, la ausencia de lo que es destapado y con esto precisamente está
vinculado lo que Freud llamó, a propósito del sexo femenino, el Abscheu, el
horror que corresponde a la propia ausencia.” En este sentido el adolescente, en
muchas ocasiones, se comporta supliendo carencias al modo de formaciones
reactivas que ocultan las falencias. Estamos ante la presencia del falo
simbólico y esta carencia es la que posibilita la posibilidad de una suplencia.
El problema, dice Lacan en sus estudios sobre las psicosis, es en tanto el
sujeto se hace equivalente al falo, en tanto no hay corte y no se produce la
castración simbólica.
LA REPRESIÓN, FREUD
La represión no es una mera defensa.
La satisfacción de la pulsión sometida a la represión es placentera en sí misma,
pero es inconciliable con otras exigencias. Por lo que produce placer en un
lugar y displacer en otro. La condición para la represión es que el motivo de
displacer cobre un poder mayor que placer de la satisfacción. La represión no es
un mero mecanismo de defensa; no pueden engendrarse antes que se haya
establecido una diferencia entre lo consiente y lo inconciente, y su esencia
consiste en rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella. Antes
de esa etapa de organización del alma los otro destinos de pulsiones, como la
mudanza hacia lo contrario y la vuelta hacia la propia persona, tenía a su
exclusivo cargo la tarea de la defensa contra las mociones pulsionales.
Fases de la represión:
a) Represión primordial, primario o fijación: Consiste en que la agencia
representante psíquica de la pulsión se deniega a la admisión en lo conciente.
Se establece una fijación; a partir de ese momento la agencia representante
persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella. Esto acontece a
consecuencia de las propiedades de los procesos inconcientes.
b) Represión secundaria o propiamente dicha: Recae sobre los retoños psíquicos
de la agencia representante reprimida o sobre pensamiento procedentes de alguna
parte, han entrado en vinculo con ella. A causa de ese vinculo, tales
representaciones experimentan el mismo camino que lo reprimido primordial. Esta
represión es un esfuerzo de “dar la caza”. Debe tenerse en cuenta que la
atracción que lo reprimido primordial ejerce sobre todo aquello con lo cual
puede ponerse en conexión. La tendencia a la represión no alcanzarían si estas
fuerzas no cooperasen, si no existiera algo reprimido desde antes, presto a
recoger lo repelido por lo conciente (post represión).
Efectos de la represión en la psiconeurosis. La agencia representante de la
pulsión se desarrolla con más riqueza y menores inferencias cundo la represión
la sustrajo del influjo conciente. Prolifera en las sombras y encuentra formas
extremas de expresión que, si le son traducidas al neurótico, no solo tiene que
parecerles ajenas, sino que atemorizan provocándole el espejismo de que
poseerían una intensidad pulsional extraordinaria y peligrosa. Esta ilusoria
intensidad pulsional es el resultado de un despliegue desinhibido en la fantasía
y en la sobre estasis producto de una satisfacción denegada. Esta ultima
consecuencia se anua a la represión.
c) Retorno de lo reprimido: Pero si ahora volvemos al aspecto contrario,
comprobamos que ni siquiera es cierto que la represión mantenga apartados de lo
conciente a todos los retoños de lo reprimido primordial. Si estos se han
distanciado lo suficiente del representante reprimido, sea por las
desfiguraciones que adoptaron o por el numero de eslabones intermedios que se
intercalaron, tiene acceso a lo conciente. Es como si la resistencia que lo
conciente les opone fuese una función de su distanciamiento respecto de lo
originariamente reprimido.
La represión trabaja de manera en alto grao individual; cada uno de los retoños
e lo reprimido puede tener su destino particular; un poco más o un poco menos de
desfiguración cambian el resultado. La represión también es móvil. Exige un
gasto de energía constante; si cejara, peligraría su resultado haciéndose
necesario un nuevo acto represivo. Lo reprimido ejerce una presión continua en
dirección a lo conciente, a raíz de lo cual el equilibrio tiene que mantenerse
por medio de una contrapresión incesante. El mantenimiento de una represión
supone, un dispendio continuo de fuerzas, y en términos económicos su
cancelación implicaría un ahorro.
Represión, pulsión e inconciente
En una moción pulsional reprimida, puede estar inactiva, escasamente investida
con energía psíquica y así habilitada para la actividad; su activación pondrá en
movimiento los procesos que cierran con la irrupción de la conciencia. En el
caso de los retoños no reprimidos inconcientes, es común que permanezcan no
reprimidos mientras es representante de una energía baja, aunque es idóneo para
generar un conflicto con lo que se encuentra en lo conciente. Cuando la
representación deviene chocante se refuerza y el conflicto se hace actual y la
activación conlleva a la represión.
Junto a la representación interviene algo que representa a la pulsión y puede
experimentar un destino de represión diverso del de la representación. El
representante psíquico ha adquirido el nombre de monto de afecto; corresponde a
la pulsión en la medida en que se deshizo de la representación y ha encontrado
una expresión proporcionada a su cantidad en procesos que devienen registrables
para la sensación como afectos.
El destino general de la representación representante de la pulsión difícilmente
puede ser otro que; desaparecer de lo conciente si antes fue conciente, o seguir
coartada de la conciencia si estaba en vías de devenir conciente. El factor
cuantitativo de la agencia representante de pulsión tiene tres destinos
posibles: i) la pulsión es sofocada ii) sale a la luz iii) se muda en angustia.
Las dos últimas posibilidades nos ponen frente a la tares de discernir como un
nuevo destino de la pulsión la trasposición de las energías psiquis de las
pulsiones en afectos y, particularmente en angustia.
Efectos de la represión – Fracaso de la represión - Consecuencias:
La represión crea por regla general, una formación sustitutiva. La represión
deja como secuela, síntomas. No es la represión misma la que crea formaciones
sustitutivas y síntomas, sino que estos últimos, en cuanto a indicios de un
retorno del reprimido.
-El mecanismo de la represión de hecho no coincide con el de los mecanismo de la
formación sustitutiva
-Existen diversos mecanismos de la formación sustitutiva.
-Los mecanismos de la represión tiene al menos algo en común, la sustracción de
la investidura energética o libido.
a) Fobia: Se puede definir como una represión fracasada. La represión consistió
en eliminar y sustituir la representación, pero el ahorro del displacer no se
consiguió. El trabajo e la neurosis no descansa, sino que continua, en un
segundo tiempo para alcanzar su meta más importante. Así se llega a la formación
de un intento de huida, la fobia en sentido estricto: una cantidad de
evitaciones destinadas a excluir el desprendimiento e angustia.
b) Histeria de conversión: Consigue en hacer desaparecer el monto de afecto por
completo. El enfermo exhibe hacia sus síntomas, “la bella indiferencia de los
histéricos”. Otras veces esta sofocación no se logra por completo, y una dosis
de sensaciones penosas se anudan a los síntomas, o no puede evitase un
desprendimiento de angustia, que pone en acción el mecanismo de formación de una
fobia. El contenido de representación de la agencia representante de la pulsión
se ha sustraído de la conciencia; como formación sustitutiva se encuentra una
inervación hiperintensa, de naturaleza sensorial motriz, como excitación o como
inhibición. El lugar hiperinervado se revela, a una consideración más atenta,
como una porción de la agencia representante de la pulsión reprimida que ha
atraído hacia si, por condensación, la investidura integra.
La represión histérica puede juzgarse como fracasada, porque se ha vuelto
posible mediante formaciones sustitutivas; pero con respecto a finiquitar el
monto de afecto, constituye un éxito. El proceso represivo de la histeria de
conversión se clausura con la formación de síntoma, y no requiere un segundo
tiempo, como ocurre con la histeria de angustia.
c) Neurosis obsesiva: La neurosis obsesiva descansa en la premisa de una
regresión por la cual una aspiración sádica remplaza a una aspiración tierna.
Este impulso hostil hacia una persona amada es el que cae bajo la represión. El
efecto es diverso en una primera fase del trabajo represivo que en una fase
posterior. Primero alcanza un éxito pleno: el contenido de la representación es
rechazado y se hace desaparecer el afecto. Como formación sustitutiva tenemos
una alteración del yo en la forma de escrúpulos de conciencia extremos, lo que
no se puede llamar un síntoma propiamente dicho. Divergen la formación
sustitutiva y formación de síntoma. La represión ha sustraído una porción de
libido, pero a este fin se sirve de la formación reactiva por fortalecimiento de
su opuesto. La formación sustitutiva responde al mecanismo de represión, y
coincide con esta; el tiempo y el concepto de apartan de la formación del
síntoma. La situación de ambivalencia en que se inserto el impulso sádico deba
reprimirse en su conjunto.
La ambivalencia en virtud de la cual se había hecho posible la represión
(esfuerzo de desalojo) por formación reactiva, es también el lugar en el cual lo
reprimido consigue retornar. El afecto desapareció retorna mudado en angustia
social, en angustia de conciencia moral; la representación rechazada se
reemplaza mediante un sustituto por desplazamiento a lo indiferente.
SEMBLANTE DE LA METAMORFOSIS DE LA PUBERTAD. BARRIONUEVO
“Tormenta de la pubertad” irrupción de un cuerpo sexual “real”, que plantea un
importante esfuerzo de trabajo para el psiquismo del adolescente.
La adolescencia supone una contundente conmoción estructural, un trabajoso
replanteo de la identidad del sujeto.
La lectura psicoanalítica se diferencia rotundamente de la psicología evolutiva
porque no piensa a la adolescencia como etapa o fase del desarrollo “normal” de
un sujeto o como una secuencia de movimientos esperables. El crecer se produce,
pero lo psíquico no se explica con una legalidad equivalente a la que ordena lo
orgánico. Si bien no niega lo cronológico, resalta el tiempo lógico como
esencial, lo que implica considerar los conceptos de inscripción, transcripción,
retranscripción, fijación y los movimientos pregredientes y regredientes, lejos
de la linealidad de la temporalidad cronológica.
Pubertad: crecimiento que se produce y transformaciones que se manifiestan en lo
corporal, crucial “metamorfosis”.
Adolescencia: conmoción estructural producida por la irrupción de lo real en
dimensiones varias. Reposicionamiento del sujeto en relación a la estructura
opositiva falo-castración.
Adolescencia como síntoma de las metamorfosis que experimenta en la pubertad el
sujeto ante lo irrupción de lo real.
Síntoma manifestación perceptible de una complejidad estructural o manifestación
que denuncia lo traumático de la sexualidad en tanto “dice” sobre algo que no
puede ser puesto en palabras. La adolescencia es un fenómeno esencialmente
humano, del ser hablante y sujeto del Icc. Adolescencia como semblante de las
metamorfosis de la pubertad, como aquello que se presenta como apariencia pero
que no debe ser descalificado como tal, en tanto el semblante que se presenta
como lo que es, es la función
primaria de la verdad. Semblante como reordenamiento de lo simbólico que puede
tener expresión, o deducirse, en lo imaginario y en lo real. Conflicto como
constitutivo del psiquismo. En la conflictiva edípica se contraponen deseos
contrarios y deseo y prohibición, lo cual se replantea con intensidad en la
revitalización de lo edípico en la adolescencia.
Teoría del trauma.
El punto de vista traumático fue cambiando en Freud y se integra más adelante en
una concepción en la que intervienen otros factores, quedando incluido en una
serie complementaria junto con la predisposición, que incluye lo endógeno y lo
exógeno. Y finalmente, con la Teoría de la angustia, en el reordenamiento
conceptual de la segunda tópica, adquiere nueva dimensión e importancia. La
teoría del trauma que explica la aparición de una patología a partir de un
acontecimiento es abandonada por Freud, no así el concepto de trauma. Las
metamorfosis que se producen con el despertar de la adolescencia se plantean
como traumáticas y plantean exigencias de trabajo al psiquismo del sujeto.
Resignificación o retranscripción.
A partir de un segundo episodio puede traducirse, se recomprende como sexual el
primero, que adquiere eficacia psíquica por el segundo (que lo dota de valor
causal). Las transcripciones que se siguen unas a otras constituyen la operación
psíquica de las épocas sucesivas de la vida. Una fundamental retranscripción se
produciría en la adolescencia. A posteriori: en determinados momentos de la vida
se resignifican sucesos o fantasías de épocas anteriores. En la adolescencia,
ciertos recuerdos póstumos se volverían traumáticos, en el sentido de
complejizantes (no derivarían necesariamente de vivencias sino de la eficacia de
la constitución de ciertas estructuras psíquicas a las cuales se arriba en
determinado momento y que transcriben recuerdos de los que no se puede fugar.
Temporalidad lógica el pasado transformado en recuerdo cobra eficacia psíquica
en doble movimiento: progrediente y regrediente, asignándole nueva significación
a posteriori, reordenando y reestructurando el sentido al integrar los recuerdos
dialécticamente en nuevas organizaciones. Se produce una reorganización del
material psíquico desde modos anteriores de adjudicación de sentido, bajo la
forma de regresión, y cada nueva experiencia reordenará o reestructurará el
sentido de los recuerdos o de la experiencia anterior por retroacción.
Lacan decía que la regresión está presente en el trabajo de duelo en cualquiera
de los reposicionamientos del sujeto. Remitiría a los significantes orales,
anales… de la demanda. No mostraría sino el retorno al presente de significantes
usuales para los cuales hay prescripción.
Los adolescentes comienzan a pensar en el otro sexo por el despertar de sus
sueños, fantasías o ensoñaciones.
Pero lo real de la pubertad también es la aparición de los caracteres sexuales
secundarios la modificación de la imagen del cuerpo. Es en 2 planos, el del
cuerpo como objeto pulsional y el del cuerpo como imagen, que la pubertad viene
a trastocar, a conmover al sujeto.
Lacan define a lo real como lo que es lo estrictamente impensable, aquello que
vuelve al mismo lugar, no existiendo esperanza de alcanzar lo real por medio de
la representación en tanto comporta la exclusión de todo sentido. Escapa a las
posibilidades de ser pensado, de ser puesto en palabras, irrumpe de pronto y
resiste los esfuerzos del sujeto por intentar asirlo, de ponerle significación:
no puede ser simbolizado. Ante lo real, el sujeto puede responder en lo real o
en lo imaginario.
La sexualidad hace agujero en lo real. En cuanto al acceso al otro sexo no hay
nada programado o definido de antemano, o sea que la sexualidad siempre tiene
fallas, nadie tiene el saber ni pleno éxito en ella, y en tanto nadie zafa bien,
“no hay relación sexual”.
Con la pubertad se impone al sujeto un tiempo crítico de revalidamiento fálico
en el movimiento de resurgimiento del erotismo genital en una alternativa que
implica al cuerpo y, como toda disrupción, hace presenta la angustia que irrumpe
ante lo irreductible de lo real, la muerte en sus diversas dimensiones: del
cuerpo del niño que fuera, de la identidad infantil, de los padres de la
infancia.
Por estos 3 lugares se presenta lo real, en tanto los contundentes cambios en
las dimensiones del mundo exterior o de los vínculos con los otros, o en el
desconocimiento en cuanto a aquello que se presenta desde lo real sexual,
imponen pertinentes trabajos psíquicos para su procesamiento.
Ante el desorden del mundo, el sujeto intenta imponer “la ley de su corazón”,
poner nuevo orden desde el narcisismo, y queda de esta forma prisionero de su
propio narcisismo. Frente a la irrupción de lo real, se da una respuesta desde
el narcisismo.
Ante lo irreductible de lo real, el desconocimiento como función desde el modo
de lo imaginario sería una posible respuesta. Este concepto remite al concepto
de desmentida de Freud como mecanismo defensivo que condensa la oposición ante
la exigencia de reconocer un juicio, traumático, que se refiere a la pérdida del
objeto, juicio que es reconocido o aceptado, coexistiendo la renuencia a aceptar
lo enunciado en el juicio de realidad. Se da un interjuego entre reconocimiento
y desautorización que deriva en la construcción de fantasías, juicios diversos o
argumentación discursiva en refuerzo de la lógica del yo placer; o bien ubica un
fetiche ante la falta inquietante.
Conceptos psicoanalíticos en la consideración de la adolescencia.
El Psicoanálisis define al sujeto como sujeto del inconciente, y considera al
conflicto como constitutivo del psiquismo.
Freud resalta la acometida en dos tiempos de la sexualidad. Necesidad de dos
acontecimientos, donde uno resignifica o retranscribe al otro. A partir del
segundo episodio, se comprende como sexual el primero. Sería el segundo episodio
el que hace que el primero tenga eficacia psíquica. También dice que nuestro
mecanismo psíquico se ha generado por estratificación sucesiva, pues de tiempo
en tiempo el material preexistente de huellas mnémicas experimenta un
reordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción.
En la adolescencia se producen nuevos enlaces y composiciones en mecanismos
complejos: un reordenamiento. Se reactivan fantasías edípicas incestuosas junto
con la transformación del erotismo, lo cual provoca angustia por culpa y miedo.
Se produce una reorganización del material psíquico desde modos anteriores de
adjudicación de sentido, bajo la forma de regresión y cada nueva experiencia
reordena el sentido de la experiencia anterior, por retroacción.
Lo real sería aquello impensable, irrepresentable, imposible de ser puesto en
palabras. Irrumpe de repente y se resiste los esfuerzos del sujeto de tratar de
asirlo, de ponerle significación. Ante lo real, el sujeto puede responder en lo
real o en lo imaginario. Lo real en el ser humano es la muerte y la sexualidad.
Lacan sostiene que la sexualidad “hace agujero en lo real”. Respecto al acceso
al otro sexo no hay nada programado de antemano. Esto quiere decir que la
sexualidad tiene fallas, nadie tiene el saber pleno en ella, nadie zafa bien.
“No hay relación sexual”.
Con la pubertad se impone al adolescente un tiempo crítico de revalidamiento
fálico en el movimiento de resurgimiento del erotismo genital en una alternativa
que implica al cuerpo y hace presente la angustia que irrumpe ante lo
irreducible de lo real. La muerte en sus dimensiones: del cuerpo del niño que
fue, de la identidad infantil y de los padres de la infancia.
El sufrimiento amenaza al sujeto por tres vías, por las cuales se presenta lo
real:
• Desde el propio cuerpo: con las transformaciones en el cuerpo, enfrentando al
dolor y la angustia, producida la desestructuración de su imagen corporal, y
enfrentando la irrupción del erotismo genital en fuerte acometida.
• Desde el mundo exterior: se manifiesta en la furia y el poder destructivo, y
la complejidad de las condiciones de vida imperantes en tiempos del capitalismo
tardío.
• Desde los vínculos con los otros, en la línea del complejo de Edipo y el
fraterno.
Lo real
Lo imaginario es el primer efecto de la estructuración del sujeto por el otro.
Se refiere a la fascinación o captación especular en el niño de la propia imagen
como unificada.
El orden simbólico opera como determinante, como legalidad, en cuanto a la
posición del sujeto en relación al Otro que está regulada o mediada por un
código o sistema de reglas y convenciones del orden simbólico que permite
estructurar el intercambio a partir del lenguaje.
Otro. Lugar de la convención significante que determina simbólicamente al
sujeto. Además, es la otra localidad psíquica, el inconciente, que confronta al
sujeto con algo que está más allá de su control por su pensamiento o en su
decir. Lo inconciente, como otro orden, condiciona y determina al sujeto. El
sujeto no es centro sino que está sujetado, determinado o condicionado por el
inconciente como otro orden, y lejos de ser síntesis o unidad está marcado por
la escisión conciente-inconciente.
El sujeto está triplemente determinado por lo real, lo simbólico y lo
imaginario, y ninguno de los tres registros prevalece por sobre los otros, uno
no es sin los otros. Además del registro real propiamente dicho, lo real está
presente en cada uno de los registros como núcleo. En el centro del nudo
borromeo, el lugar donde se superponen los 3 registros, se ubica el objeto a,
que es sobre lo que el fantasma escribe desde lo real, desde lo simbólico y
desde lo imaginario, y desde allí sirve de respuesta al interrogante acerca del
deseo del Otro.
Irrupción del erotismo genital
La finalización de la latencia está marcada por el despertar del erotismo
genital que enfrenta al sujeto a una definición respecto de una posición
sexuada, elaboración que frente a la pulsión, ante lo real de la sexualidad, es
un aspecto fundamental en la tarea de reposicionamiento subjetivo.
Lo real de las transformaciones en el cuerpo para las cuales no hay palabras que
alcancen para significarlas promueve una exigencia de trabajo psíquico con el
que el púber se encuentra, y es desde la consistencia del tejido
simbólico-imaginario con el que el sujeto cuenta que se puede responder a los
embates de lo real de la sexuación. Lacan destaca la importancia del lenguaje
para dar razón del sexo.
Cómo vérselas con lo desmedido en diversos órdenes es la tarea del adolescente
intentando descubrir y colocar nuevas medidas ante el desorden. Se procura
descubrir nuevo orden significante ante lo desmedido de lo real del propio
cuerpo y en cuanto a nuevas e importantes dimensiones en el mundo que enfrenta y
que le exigen nueva posición como sujeto.
La transformación en el cuerpo, ya no como aquel cuerpo de la infancia, un
cuerpo real “sexuado”, diferente y en un comienzo ajeno, se presenta al sujeto
como exigencia de trabajo psíquico en el despertar de su adolescencia.
Con la metamorfosis de la pubertad, se producirá un reordenamiento de lo
preexistente en diversos órdenes: hay una orientación hacia una subordinación de
las pulsiones parciales al placer final como nueva meta sexual; y se plantean
cambios en el vínculo con el otro, con ese otro ubicado en el lugar de objeto, a
partir de las transformaciones en el propio cuerpo sexuado. En lo esperable, el
autoerotismo se integraría a un placer mayor, más satisfactorio, que lo subsume
y que incluye o permite la presencia de un partenaire sexual.
También a otros en la familia y no sólo al adolescente conmueven las
transformaciones del niño que antes fuera. Y se conjugan la admiración y el
rechazo, y se detiene la mirada ante el antes pequeño ser que se vuelve “grande”
y se afina el olfato ante los olores que son expresión de una sexualidad
desmadrada. El clima familiar se enrarece con la instalación del “nuevo” hijo
adolescente, con miradas sorprendidas, inquietas, censuradoras u hostiles que se
cruzan, y con diálogos en los cuales se expresa la ambivalencia. Con adolescente
nos referimos a un sujeto y no a un “proyecto de”, para cuestionar la clásica
oposición adolescencia-adultez que supone una disimetría sustancia.
Acerca de la adolescencia desde autores varios.
Según Aberasturi, es el momento más difícil de la vida del hombre, necesitándose
libertad adecuada con la seguridad de normas que ayuden a adaptarse al sujeto
con su ambiente y con la sociedad sin que se provoquen grandes conflictos. La
adolescencia supone desequilibrios e inestabilidad extrema, y ello configuraría
el Síndrome de la adolescencia normal, perturbador para el mundo adulto pero
absolutamente necesario para el adolescente, quien en este proceso consolidará
su identidad (manifestaciones: búsqueda de sí mismo y de su identidad; tendencia
grupal; necesidad de intelectualizar y fantasear; desubicación temporal;
evolución sexual manifiesta; actitud social reivindicatoria; contradicciones en
manifestaciones conductuales, predominio de la acción; separación progresiva de
los padres; intelectualización del conflicto como tentativa de manejar los
procesos pulsionales en un nivel psíquico diferente). Surge como producto de los
movimientos propios de la adolescencia a nivel individual, en el contexto de la
interacción del sujeto con su medio.
La adolescencia es un periodo de contradicciones, confuso, ambivalente,
doloroso, caracterizado por la existencia de fuertes fricciones con el medio
familiar y social. El adolescente con su aparición provoca una verdadera
revolución en su medio familiar y social, creándose conflictos generacionales no
siempre bien resueltos.
Falo-castración
Freud teorizó en el complejo una bisexualidad, y la existencia de los tres
personajes (madre, padre e hijo), a los cuales se agrega el Falo.
Se habla de castración por una falta, y no con la posibilidad de pérdida
concreta del pene o de una parte del cuerpo.
Lacan plantea que aquello que estructura el deseo es ser el falo, sosteniendo la
dualidad freudiana falo-castración. El niño desea ser el objeto de deseo de la
madre. El cuerpo del niño se va constituyendo como imagen unificada en tanto la
madre lo faliciza. Este deseo se encuentra presente en la niña, en la salida del
complejo de Edipo, donde se produce la ecuación simbólica niño-pene, que se
transforma en el deseo de un hijo.
La función del significante fálica es siempre en relación a la castración.
Lacan sostiene que el sujeto quiere ser el falo, lo cual no se puede. Y en la
adolescencia, el sujeto vive demandando.
Ambivalencia
Pensar en la ambivalencia afectiva para ver cómo en la adolescencia se
reactualizaría la conflictiva edípica.
Se ve una propensión a las actitudes antagónicas, como amor-odio,
veneración-crítica, que se dirigen originariamente hacia los padres, y luego a
sustitutos (docentes o educadores).
Esta ambivalencia se vería reforzada por la oposición de pulsiones de
autoconservación-pulsiones sexuales.
El amor y el odio, tendencias cariñosas y hostiles, se reactivan durante la
adolescencia hacia aquellos otros significativos de la estructura familiar, en
relación a los cuales se construyeran procesos identificatorios o se realizaran
elecciones de objeto en el marco de la conflictiva edípica y se derivan luego
hacia subrogados paternos, o en la dimensión del complejo fraterno.
Identificación
Es una operación fundamental en la constitución del sujeto, en la cual éste se
asemeja o se parece a otro, ubicado en el lugar de ideal, parcial o totalmente.
Es la temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona.
Asimilación del yo a un yo ajeno.
Identificación-superyó. El superyó es la identificación con la instancia
parental. El superyó como heredero del destino del yo en la conflictiva edípica.
Lacan resalta la importancia de la imagen en la identificación, ya que cuando el
sujeto asume una imagen, al reconocerse en ella, se produce una transformación
subjetiva. Es la denominada “fase del espejo”, que integra agresivdad y
alienación. La misma constituye la identificación primaria, y da origen al yo y
al yo ideal.
En la conflictiva edípica se ubica la identificación simbólica con el padre, que
da origen al ideal del yo. La identificación simbólica secundaria sigue el
modelo de la primera, pero es simbólica en tanto representa el pasaje del sujeto
al orden simbólico.
Los adolescentes y el Otro familiar y social
Como ya se dijo, la adolescencia es un fenómeno individual, familiar y social.
El adolescente es visto como aquel que “carece”, que “adolece”, que sufre por
algo que le falta. Se les ofrece entonces la posibilidad de dejar de adolecer en
un futuro marcado por la “plenitud” de la “madurez”.
Pero en realidad, en la raíz del término “adolecer”, no hay falta de “algo”,
sino que hay referencias a “ir en aumento”, o “humear, arder”, los cuales
aludirían al voltaje del erotismo genital.
El término adolescencia suele estar relacionada con “dolor”, en cuanto a la
existencia de duelos. Procesar psíquicamente las pérdidas implica dolor. El
duelo no es propiedad de una “fase” o “etapa” de la vida del hombre, y tampoco
existe solamente en la adolescencia. Tampoco se puede decir que la adolescencia
sea sinónimo de falta.
Otro sentido de la palabra “duelo”, tiene un núcleo “dúo”, el cual implica dos
partes: dos abocados a medir fuerzas, lo cual implica ruptura y desprendimiento.
En la rivalidad o en la competencia con los padres y con los pares, los
adolescentes se comprometen con entusiasmo, agresiva o alegremente.
Adolescencia se enlazaría doblemente: con falta, n el su0puesto “adolecer” como
equivalente de la castración; y con presencia opresora de algo que está allí en
demasía, que crece escapando de viejos controles. Como desprotección ante los
duelos que debe enfrentar, y como exceso con la aparición del cuerpo que
“aumenta” y que “arde”, incontrolable irrupción del erotismo genital en la
pubertad.
El joven se interroga acerca de su propio lugar, y el de los otros en el mundo.
El intento es saber acerca del deseo del Otro, encontrar en la mirada del otro
algo que pueda garantizar un nuevo lazo entre la imagen y el cuerpo desde lo
interior. Se ve entonces una idntificación que constituye al sujeto, al mismo
tiempo que lo aliena, y que conduce a adueñarse de su propia imagen y a
descubrir al otro y al mundo en ese intercambio de miradas que lleva implícita
la agresividad.
Dicha agresividad también se observa desde los padres hacia sus hijos, al
sentirse cuestionados en su autoridad. A veces se expresa en violencia. Se
dirigen al adolescente comentarios denigrantes como respuesta al haberse visto
obligados a reenfrentarse a la propia castración.
Se apela a un orden de animalidad para definir al adolescente: edad del pavo,
edad del burro, metamorfosis (transformación o mutación del hombre en bestia),
yegua, potra, zorra, perra, camión, máquina (referidas a la mujer), pendejo (que
es un individuo cobarde o falto de ánimo o valor para enfrentar cosas grandes).
Esta última palabra también alude al vello del pubis, que se suele recortar:
pendejo como algo insignificante, sin valor, desechable.
Acerca del duelo y sobre la agresividad
La consolidación de la posición subjetiva que se replantea durante la
adolescencia se produce como resultado de la conjunción del trabajo de duelo, en
dirección al reconocimiento de la castración, y del accionar de la agresividad,
que marca una posición de desafío con la autoridad de los padres, coexistente
con el respeto y amor hacia los mismos.
El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una
abstracción. El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no
existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda la libido de sus
enlaces con ese objeto. El hombre no abandona de buen grado una posición
libidinal. Lo normal es que permanezca el acatamiento a la realidad. Se ejecuta
pieza por pieza, con un gasto de tiempo y de energía de investidura, y
entretanto la existencia del objeto perdida continúa en lo psíquico. Cada uno de
los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido anuda al objeto
son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la
libido.
Habría inicial oposición a reconocer el juicio de realidad que decreta la
pérdida de objeto, y tras la sobreinvestidura de los recuerdos, se produce el
trabajo de elaboración de pérdida, con desasimiento de la libido pieza por
pieza.
El sujeto se resiste a reconocer tal pérdida, oposición desde la lógica
yo-placer, que implica el reconocimiento del juicio que proviene de la lógica
del yo-realidad definitivo. Oposición y reconocimiento coexisten. En inicio
operaría siempre la desmentida.
En la melancolía, el sujeto sabe qué perdió, pero no lo que perdió con dicha
pérdida. Es una pérdida de objeto sustraída de la conciencia. Se observa una
rebaja en su sentimiento yoico, ya que el sujeto se describe como despreciable,
indigno y estéril. A nivel psíquico, la investidura de objeto resultó poco
resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto,
sino que se retiró sobre el yo. El yo se identifica con el objeto resignado, y
pasa a ser juzgado como un objeto abandonado. El odio se ensaña con ese objeto
sustitutivo, insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir. En casos extremos,
el yo puede darse muerte.
Diferencias entre agresividad y agresión:
Lacan sostiene que la agresividad está presente en la competencia y en la
rivalidad, y también en el intercambio amoroso. La agresividad entre el yo y el
semejante: se presenta frente a la imagen en el espejo del mismo como totalidad
que provoca una tensión agresiva, que lo reenvía a las sensaciones de cuerpo
fragmentado. Dicha tensión agresiva deriva en una identificación con la imagen
especular “ambivalente”. Dicha tensión constituye la característica del
narcisismo.
La adolescencia va a tener características peculiares de acuerdo al contexto en
que esté inserto el sujeto. El medio familiar en la actualidad ha sufrido
importante transformaciones:
- Grandes concentraciones urbanas.
- Casas que albergan dos generaciones. Los abuelos son llevados a geriátricos.
- Derivación de las funciones de los padres en sustitutos, debido a las
exigencias económicas que hacen que ambos padres tengan que ir a trabajar,
dejando a sus hijos mucho tiempo solos.
- “Adolescentización” de los padres: identificación con los adolescentes y
corrimiento de las funciones a su cargo. Ilusión de eterna juventud. Apropiación
de modas. Achicamiento imaginario de la brecha generacional.
- Los jóvenes no encuentran en los padres demasiados incentivos. Más pérdidas
que promesas.
- Se jerarquiza el “tener”, estimulándose el consumo.
- Ausencia de perspectivas respecto del ideal del yo y los proyectos para el
futuro.
- Desprestigio de la verdad y la justicia.
- La ausencia o debilidad de la función paterna o materna puede tener
consecuencias nocivas para la consolidación de la posición subjetiva:
o El juego de fuerzas padre-hijo, se realiza como tímidos intentos, sin
plantearse como confrontación o competencia.
o Pueden presentarse desbordes de agresión o violencia, que pueden llegar a la
destrucción y al daño físico.
Se ha ido produciendo una progresiva devaluación del Nombre del Padre, que alude
a la Metáfora Paterna. En la época de Freud, era el Nombre del Padre, y en la de
Lacan, los Nombres del Padre. Se puede analizar desde dos líneas:
- En cuanto a lo familiar. Al transformarse el modelo de familia tradicional
(familias ensambladas), se suma una nueva complejidad en la vida de los
adolescentes. Las funciones que ejercieran prioritariamente padra y madre se
fueron transformando y transmitiendo a otros personajes, no limitándose a ser
ejercidas por las figuras originarias correspondientes.
- En lo relativo a los valores e ideales. Los ideales brindan al sujeto una
posición en escena, y consolidan el lazo social, definiendo el estilo de vida y
de intercambio social del sujeto, estableciendo derechos y prohibiciones que
llevan a la renuncia de lo pulsional y a la jerarquización de la sublimación.
Se caracteriza a la época del capitalismo tardío como la de los Hombres del
Padre. Al no estar claro el límite, al no reconocerse lo imposible como un freno
a la omnipotencia narcisística, el consumo que promueve el capitalismo frustra
el deseo, exige goce sin límite, y así se va produciendo un empobrecimiento del
deseo, quedando el sujeto sometido a un goce desenfrenado, siendo empujado al
lugar de objeto.
El capitalismo tardío ofrece la ilusión de poder librarse de los límites
mencionados por Freud (desde el propio cuerpo, desde el mundo exterior, y desde
los vínculos con los otros), instalando la convicción de que todo es posible.
La sociedad de consumo produce objetos y plantea la exigencia de consumir,
siendo el goce la herramienta del discurso capitalista para suponer que se puede
eludir la castración, con recuperación de goce no fálico y fuera del registro
simbólico.
Goce
El sujeto intenta en el goce ir más allá del principio de placer, pero así se
logra dolor. Entonces, ese placer doloroso sería el goce. Lacan denomina goce
como satisfacción paradójica que el sujeto obtiene de su síntoma.
Los modos de regulación del goce siempre deben ser pensados dentro de lo
histórico-social.
Si la función paterna se encuentra debilitada esto tendría relación directa con
el reforzamientodel goce del Otro materno. El sujeto se protege del goce del Oro
con la Ley, sostenida en la función paterna, construyendo sobre esa grieta que
se abre en la célula narcisista madr-hijo por acción de la metáfora paterna una
red de protección tejida con palabras que impide la caída a un vacio de muerte y
silencio.
Angustia
En el duelo, el dolor se produce en relación a lo que se pierde, ante la pérdida
de un ser querido. Pero en la angustia, es una reacción frente al peligro que
esa pérdida conlleva.
La angustia es un estado de desamparo psíquico y motor, ante el cual el sujeto
no posee recursos para enfrentar aquello que lo afecta.
En el Manuscrito E, vincula la angustia con la excitación sexual y la libido,
produciéndose aquella por la acumulación de un estímulo endógeno que, al no
hallar un procesamiento psíquico, se acumula como tensión física.
En la Conferencia 25, Freud postula una angustia que existiría al momento del
nacimiento, en la cual se produciría un incremento de estímulos, que sobreviene
al interrumpirse la renovación de la sangre cuando el bebé es separado de la
madre. El momento del nacimiento es la primera vivencia de angustia (angustia
tóxica).El trauma del nacimiento sería fuente y modelo de angustia.
Primer teoría de la angustia: el mecanismo represivo provocaría la angustia.
Segunda teoría de la angustia: la angustia no es concebida como libido
trasmudada, ni como consecuencia de la represión, sino que es una de las
principales fuerzas impulsoras de la represión, y una reacción frente a
situaciones de peligro. La angustia crea la represión.
Freud distingue entre angustia automática (se desencadena en una situación
traumática), y angustia señal (se produce en el yo para alertar sobre la
inminencia de una situación peligrosa). Esta última sería cierto estado de
expectativa frente a l peligro, y preparación para él, aunque se trate de un
peligro desconocido.
La angustia sería un último recurso ante un desborde pulsional, que no puede ser
soportado por un aparato psíquico débil.
Para Lacan, no habría anudamiento equilibrado de los tres registros.
En la Conferencia 32, Freud supone que lo que inspira temor es la propia libido,
y que la angustia sería la reproducción de un antiguo suceso peligroso.
Toda época del desarrollo lleva consigo distintos tipos de angustia:
- Al peligro de la desprotección psíquica ante la inmadurez del yo.
- Al temor por la pérdida del amor, o ante la falta de objeto de amor.
- A la reacción ante el peligro de castración en la fase fálica.
- El miedo al superyó durante la latencia.
En la adolescencia se reactivarían los tres primeros, ya que las
transformaciones de la pubertad plantean sentimiento de amenidad ante el propio
cuerpo, y de indefensión o desprotección ante la pérdida de los padres
protectores y omnipotentes de la infancia.
El dolor es la reacción frente a la pérdida de objeto, y surge la irrupción de
la angustia al desconocerse qué peligros puede traer dicha pérdida. Se ve como
algo traumático o amenazador.
La separación del objeto es dolorosa, pero a ello se agrega la irrupción de la
angustia frente a lo desconocido, respecto de qué peligros puede acarrear la
pérdida misma del objeto amado. Freud relaciona a la angustia con la
transformación de algo familiar en extraño, traumático y amenazador.
Angustia para Lacan:
- No es sin objeto.
- Ante lo irreductible de lo real.
- Ante el deseo del Otro.
- Ante la falta de la falta.
1) Habría algo que despierta el desarrollo de angustia, sólo que no habría
objeto empírico, sino otro tipo de objeto. La angustia no es sin objeto. El
lugar del objeto a como aquello ante lo cual irrumpe la angustia.
2) La angustia compromete al cuerpo, y el sujeto no puede convertirla en un
elemento aprehensible. La define como un afecto, y la diferencia de los
sentimientos.
3) Para Lacan, la angustia sería una bisagra, en cuanto a “que quiere el Otro de
mí”. Para explicarlo, recurre a una escena:
Él enfrentando a una mantis religiosa, con una máscara de la cual no sabe de su
apariencia. La hembra devora al macho después de la cópula, y tiene los ojos
facetados, de modo que uno no se puede ver su reflejo en ellos de manera
completa, sino fragmentada. La angustia surgiría al no saber el sujeto lo que es
como objeto para el deseo del Otro, en tanto no puede saber cuál es su imagen
porque no puede verse reflejado claramente, quedando a merced de la mantis. Se
esboza el fantasma como un intento de respuesta. El fantasma vacila y el yo no
puede reconocerse, surgiendo entonces la angustia ante la indefensión.
4) Un Otro deseante supone su falta, su castración, lo que hace posible que
pueda desear. Cuando al Otro materno no le falta nada, no hay deseo hacia el
hijo, y entonces éste no tiene lugar. Llegar a tener todo implica el
desvanecimiento del deseo. Cuando ya no hay nada por desear, el desgano habla de
la muerte, de la nada, y ahí surge la angustia
La angustia no es exclusividad de ninguna franja etárea: todo sujeto se enfrenta
a la angustia en diversas situaciones de la vida. El último recurso para eludir
la angustia es a través del acto (acting out).
En la adolescencia, la angustia se presentará en el proceso de desprendimiento
de los padres de la infancia, al perder la protección de aquellos que fueran
referentes del sentimiento de sí. Respecto al complejo fraterno, la angustia se
presenta en relación con aquellos Otros significativos con los cuales se
producen procesos identificatorios.
Acting out y pasaje al acto
Hay ocasiones en que lo reprimido aparece en acto como
transferencia-resistencia. AGIEREN. Empuje a repetir el pasado infantil en acto,
sin recordarlo. Agieren entendido como un acto de repetir, para aliviar, sin
saberlo, asuntos del pasado, de la infancia. También puede presentarse fuera del
tratamiento.
Tiene la función de expresar aspectos de la vida anímica, de fantasías o
emociones que el sujeto no puede poner en palabras, lo que no puede ser ni
recordado ni olvidado.
Lacan supone que el acting out tiene un valor correctivo, como si fuera un
mensaje en el que el paciente le estuviera advirtiendo a su analista que está
errando en el blanco.
Lo que despierta la angustia del sujeto y lo lleva al acto es la angustia
traumática. La angustia se tramita mediante la acción según Lacan.
Es posible pensar a la actuación relacionada al esfuerzo desmentidor, a la
renegación, en un intento por mantener el autoerotismo por medio de la acción.
Acting out Pasaje al acto
Lacan: respuesta ante la angustia Lacan: respuesta ante la angustia
Lacan: el sujeto permanece en escena y su actuar es un mensaje simbólico
dirigido al Otro. Lacan: hay salida de la red simbólica, una huida del Otro
hacia la dimensión de lo real con disolución del lazo social.
Se produce cuando el sujeto supone que no hay escucha del Otro. Dirige un
mensaje a través de la acción, para que el Otro lo "descifre". Es algo del orden
del "no querer decir".
Se ubica del lado de lo irreversible, de un sin retorno, y expresa la victoria
de la pulsión de muerte.
El único acto totalmente logrado es el suicidio: ruptura total con el Otro.
Considerado como respuesta a la resistencia del analista en la dirección de la
cura.
El sujeto apela al Otro, personificado por el analista (sujeto supuesto saber) o
por una figura significativa. El sujeto apuesta ante la indeterminación o
inconsistencia del Otro (otro no atravesado por la función paterna), con la
certeza de que no hay escucha para su padecer.
Hay mediación fantasmática, se produce en transferencia y el acto es dirigido a
Otro, pidiendo "contención". Se pone en juego el cuerpo cayendo o saliéndose de
la escena, con consiguiente destitución subjetiva.
Exigencia o pedida de una respuesta a los padres o al analista en el contexto de
la transferencia. Va dirigido al Gran Otro, a quien no le falta nada.
Es un exceso.
El sujeto se pone en el lugar de la falta del Otro, y se identifica con el
objeto que le supone a ese Otro.
Es normal en el resposicionamiento subjetivo en la adolescencia.
Acting out y pasaje al acto en el adolescencia.
En términos de conceptualización freudiana es posible pensar a la actuación
relacionada al esfuerzo desmentidor, a la renegación, en un intento por mantener
o preservar el autoerotismo por medio de la acción. La desmentida sopondría el
reconocimiento y la desautorización de un juicio traumatizante que atenta contra
el proprio sentimiento de si del sujeto, siendo defensa que acciona cuando la
represión se muestra vulnerable.
Lacan propone el acto como lindante con la angustia, siendo aquel un intento de
tramitación de la misma mediante la acción. La ansgustia es: “ante lo
irreductible de lo real”, frente aquello que se presenta siempre igual, con el
retorno de siempre lo mismo, ante la falta de la falta. Y el sujeto la enfrenta
con angustia, recurre al acto con el propósito de eludirla.
Nudo borromeo, Lacan ubica los tres términos freudianos: inhibición, síntoma y
angustia, en el interjuegode los registros. La angustia aquello que apremia o
presiona al sujeto, es fruto del desborde o invasión de lo real sobre lo
imaginario, con el empuje del goce del Otro. Así pues, el nudo se deformaría al
avanzar lo real sobre el registro imaginario, en un movimiento que supone la
presencia de la angustia.
NUDO BORROMEO
Sin mediación de la dimensión simbolica en el acting out y en el pasaje al acto,
puede haber fuertes movimientos en la estructura del nudo o producirse su
desanudamiento en caso extremo de una psicosis.
El único acto verdadero es el suicidio exitoso, por que consigue su finalidad.
En los intentos lo que se produce es una desestabilización de la posición
subjetiva y, podríamos decir: en el acto, en sus expresiones, acting out y
pasaje al acto, se pretende evitar o eludir la angustia, apelándose al Otro o
sin Otro.
En el acting out es la exclusión a nivel del lenguaje de un elemento simbólico
que retorna desde lo real como comportamiento inquietante, provocador, exigiendo
algo, pero ¿Qué? ”El acting out es un signo de que al paciente se le pide
mucho”.
En el intento de eludir la angustia el sujeto en el acting out apela a Otro,
personificado por el analista, se ofrece a alguien a quien se dirige una demanda
de atención, de amor. Mientras que en el pasaje al acto el sujeto apuesta ante
la indeterminación o la inconsistencia del Otro, otro no atravesado por la
función paterna, con la certeza de que no hay escucha para su padecer.
El acting out y el pasaje al acto son reacciones del sujeto frente a la
angustia, maniobras por medio de la acción ante la falta de respuesta clara del
Otro acerca de la pregunta del sujeto por el deseo de aquel. En el primero hay
mediación fantasmática, se produce transferencia, y por lo tanto dirigido el
acto a Otro pidiendo su “contención”, mientras que en el segundo se pone en
juego el cuerpo cayendo el sujeto de la escena, con consiguiente destitución
subjetiva, apostando sin Otro. Este sujeto de pasaje al acto se barra de una
forma radical, se hace objeto, el sujeto se pone en lugar de la falta del Otro.
El pasaje al acto tiene como característica que es un exceso, y es condición la
identificación al objeto se le supone a ese Otro.
Acerca del fantasma
El fantasma sería la respuesta que el sujeto construye como argumentación
discursiva en cuando a lo que supone que el Otro desea. Es una respuesta que se
construye en el campo del Otro, no es otorgado, y es posible su conformación
siempre y cuando el goce del Otro no aplaste al sujeto. Si esto sucediera, el
goce se opondría y debilitaría al deseo.
El deseo es falta, y no hay objetos para satisfacerlo. Sólo se puede satisfacer
la demanda. El deseo es el deseo del Otro, su falla se produce en el lugar del
Otro, en tanto que es al lugar del Otro que se dirige la demanda. En lo
inconciente, estaría estructurado como un lenguaje, cualidad compartida por el
fantasma.
En la adolescencia se tendría que producir la consolidación de la respuesta
implícita en el fantasma, en un trabajoso fortalecimiento de la posición del
sujeto que sólo es posible si éste puede construir un lugar simbólico propio,
diferente al del niño que fuera, diferencial respecto al Otro familiar.
Cuando irrumpe la angustia, el sujeto apela al fantasma, y si éste no se halla
consolidado o se muestra débil, se puede responder con la actuación o haciéndose
cargo el cuerpo de la falta de argumento fantasmático.
Entonces, el fantasma se construye, no es provisto u otorgado como un regalo,
sino que es producto de la pregunta acerca del deseo del Otro, siempre y cuando
el goce de ese Otro no oprima al sujeto. Cuando el goce del Otro (materno) es
muy fuerte, debilita la función paterna, y se hace paso la angustia.
Replanteo de los términos del espejo en la adolescencia.
Si el estadío del espejo nos coloca frente al papel constitutivo de la imagen en
la función del yo, esta enajenación está indisolublemente unida con la
agresividad que despierta el otro que es “yo” mismo.
La representación de nosotros mismos requiere de la acción enajenante de la
imagen especular, y así sucede en la adolescencia. Así como el Otro familiar fue
fundamental en los primeros años de vida, luego el grupo de pares, la dimensión
del complejo fraterno, equipara o reemplaza la importancia de aquel en los
procesos identificatorios. En la adolescencia se produciría un replanteo de
identificaciones inaugurada por la fase del espejo. Se debe asumir la nueva
imagen de adolescente y no de niño, desde una imagen fragmentada del cuerpo,
hasta una forma ortopédica de su totalidad.
Uno no tiene la certeza de poder coincidir totalmente con la propia imagen, y es
por eso que el yo necesita siempre el reconocimiento que le asegure la
permanencia de su imagen.
Complejo de Edipo y complejo fraterno en la adolescencia
Un complejo es un conjunto organizado de representaciones y de recuerdo dotados
de intenso valor afectivo, parcial o totalmente inconscientes.
El complejo de Edipo se caracteriza por las investiduras amorosas y hostiles del
niño sobre sus padres, que con posterioridad son reemplazadas por
identificaciones.
Los celos continuarían impulsos tempranos de la afectividad infantil y
procederían del complejo de Edipo o del complejo fraterno. Afectos tiernos y
hostiles emanados del Edipo pueden orientarse hacia un rival, conduciendo a
actitudes intensamente hostiles y agresivas.
El complejo fraterno es el conjunto de afectos tiernos y hostiles dirigidos
hacia hermanos y luego pares, ubicados ambos en el lugar de Otro significativo.
El vínculo con el Otro significativo es de esencial importancia para la
consolidación de la posición subjetiva en la adolescencia, al sostener nuevos
procesos identificatorios.
El complejo del “intruso”: el hermano puede llegar a representar a aquel otro
rival y ominoso que podría llegar a satisfacer el deseo de la madre.
Lacan dice que la imago del otro está ligada a la estructura del propio cuerpo.
Amor e identificación son los movimientos afectivos que caracterizan los
vínculos fraternos, en conjunción con la rivalidad como expresión de la
agresividad.
Hay una doble finalidad que interjuega en la adolescencia. Una línea vertical
definida por la conflictiva edípica y el Otro parental, y una línea horizontal
constituida por el vínculo con Otros significativos, que están ubicados en la
dimensión del complejo fraterno.
Kancyper dice que hay cuatro funciones del complejo fraterno:
- Función sustitutiva: reemplaza y compensa funciones parentales fallidas.
- Función defensiva: encubre situaciones conflictivas edípicas o narcisistas no
resueltas. Se desplazan defensivamente sobre los hermanos afectos hostiles
dirigidos originariamente hacia los padres.
- Función elaborativa: actúa ayudando en la elaboración del complejo de Edipo y
del narcisismo. Participa en la tramitación y el desasimiento del poder vertical
detentado por las figuras edípicas y en el reconocimiento de los límites a la
ilusión de la propia omnipotencia narcisística.
- Función estructurante: influye sobre la génesis y el mantenimiento de los
procesos identificatorios en el yo y en los grupos, en la constitución del
superyó e ideal del yo, y en la elección del objeto de amor.
CONSIDERACIONES SOBRE LA ANGUSTIA EN FREUD Y EN LACAN. BARRIONUEVO
Freud propone en cuanto a las relaciones y las diferencias existentes entre
duelo y angustia:
"El dolor es, por tantó, la genuina reacción frente a la pérdida del objeto, la
angustia lo es frente al. peligro que esa pérdida conlleva, y en ulterior
desplazamiento, al peligro de la pérdida misma del objeto".
El momento del nacimiento, pasa a ser considerado por Freud, como la primera
vivencia de angustia, y la define corno angustia tóxica, proponiendo que el
trauma del nacimiento sería fuente y modelo de la angustia.
La angustia no sólo precede a la represión sino que además, la provoca. Dirá
entonces en su última conferencia que es la angustia la que crea la represión.
Freud diferencia entre angustia automática, que se desencadena ante una
situación traumática, y la angustia como señal, que se produce en el yo para
alertar sobre la inminencia de una situación peligrosa. Plantea que ésta
designaría: “[... ] cierto estado como de expectativa frente al peligro y
preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido [... ]".
La angustia sería pues para Freud, tomando en cuenta sus más importantes aportes
al tema, el recurso último ante un des-borde pulsional, ante un cúmulo o caudal
de estímulos que no puede ser soportado por un aparato psíquico débil o
debilitado en su organización. La compulsión a repetir accionaría así para ligar
la excitación por medio de la construcción de barreras protectoras. En la
Conferencia 32, La angustia y la vida instintiva, Freud nos propone la idea de
que lo que inspira el temor es la propia libido y que la angustia sería la
reproducción de un antiguo suceso peligroso.
"Es exacto que el niño sufre angustia ante una exigencia de su libido, en este
caso ante el amor a su madre,, tratándose, por tanto, realmente, de un caso de
angustia neurótica. Pero este enamoramiento sólo le parece constituir un peligro
ulterior, al que tiene que sustraerse con la renuncia a tal objeto porque
provoca una situación de peligro exterior".
El peligro que el niño teme suceda como consecuencia de su enamoramiento no
sería otro que el castigo de la castración, miedo o temor que constituye uno de
los motores más fuertes de la represión y, por consecuencia, de la producción de
neurosis.
La situación peligrosa que desencadena angustia es diferente según el momento
del desarrollo en el que se encuentre el sujeto, y se refiere:
- al peligro de la inermidad psíquica ante la inmadurez del yo
- al temor por la pérdida del amor o de la falta del objeto en los primeros años
infantiles
- a la reacción ante el peligro de la castración en la fase fálica
- y el miedo al superyo durante la latencia
Se reactivarían los tres primeros peligros en tramos iniciales de la
adolescencia, cuando la transformación en la pubertad plantea sentimientos de
ajenidad ante las transformaciones que se producen en el propio cuerpo y con la
pérdida de los padres protectores y omnipotentes de la infancia que dejan al
sujeto en situación de indefensión o desproteccción inquietante. Por su parte,
el miedo al superyo se replantearía en la juventud, en tiempos finales de la
adolescencia, con el fortalecimiento de la posición subjetiva internalizados los
imperativos categóricos que ponen límite al goce.
El dolor es clara reacción frente a la pérdida del objeto, decía Freud en la
cita transcripta, la separación del objeto es dolorosa, pero a ello se agrega la
irrupción de la angustia frente a lo desconocido, respecto de qué peligros puede
aca~ rrear la pérdida misma del objeto amado. Freud relaciona a la angustia con
la transformación de algo familiar en extraño, y, por lo tanto en traumático o
amenazador. Siendo esto lo que sucede en la adolescencia cuando lo propio y
familiar se convierte en desconocido, inquietante y perturbador al extremo de lo
siniestro.
Sostiene Lacan en La tercera:
"La angustia es, precisamente, algo que se sitúa en nuestro cuerpo en otra
parte, es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos embarga 'de que nos
reducimos a nuestro cuerpo".
Es evidente entonces, que compromete al cuerpo, y, remarcamos, nos asalta como
sospecha inquietante referida a nuestro cuerpo, al conectarse el. sujeto con
algo que no es significante, que escapa a las posibilidades de significación,
que Lacan denomina lo real.
La angustia no es si.n objeto, sostiene Lacan, y sugiere el lugar del objeto a
como aquello ante lo cual irrumpe la angustia.
El miedo, en la fobia, en cambio, parece no provenir del interior del cuerpo
sino de una fuente o un objeto exterior, y sería una maniobra destinada a
regular la angustia, es decir, está articulado y tiene respuesta adecuada en la
huida o en la evitación. Se sitúa en el plano de lo imaginario, ubicando un
objeto fobígeno que provoca miedo y elude 18. angustia.
En Lo inconsciente Freud plantea. tres fases en la formación de una fobia:
1. Surge angustia sin que se discrimine ante qué inicialmente;
2. La contrainvestidura desde el sistema preconcicnte lleva a la formación
sustitutiva por desplazamiento, y se tiende a aislarla manteniendo distancia;
3. Se repite el trabajo anterior en escala más amplia. Se protege mediante
contrainvestidura de su entorno como antes se había asegurado contra la
emergencia de la representación reprimida.
Recordemos que, como categorías psicopatológicas, Freud propone un primer
ordenamiento:
1. neuropsicosis de defensa: histeria, obsesiones y fobias y amen tia
alucinatoria (luego paranoia);
2. neurosis actuales: neurosis de angustia y neurastenia.
Luego, con la introducción de los conceptos de narcisismo y de transferencia,
replantea la clasificación nosográfica y propone:
1. psiconeurosis de defensa: narcisíst:icas y de transferencia;
2. neurosis actuales: neurosis de angustia y neurastenia, para más adelante
agregar hipocondría.
En la nosografía freudiana, las neurosis de angustia comparten la denominación
de neurosis actuales con la neurastenia, desde un prirner momento, y luego se
suma la hipocondría.
En cuanto a su etiología Freud plantea como factores predisponentes:
1. acumulación de tensión sexual
2. debilidad o ausencia de elaboración psíquica de la excitación sormática que
no puede entonces transformarse en libido psíquica impedida su conexión con
representaciones. Así pues, la excitación sexual sin control se expresa en forma
de angustia con expresiones somáticas diversas. Se la definiría como neurosis
con predorninio de angustia masiva, sin objeto sobre el cual fijarse la angustia
como objeto sustitutivo como sí ocurriría en la histeria de angustia o fobia.
Decía Freud:
"[ ... ] la angustia no admite una derivación psíquica, vale decir, el apronte
angustiado que constituye el núcleo de la neurosis no es adquirible por un
efecto de terror psíquicamente justificado, sea ünico o repetido. Por terror se
generaría una histeria o una neurosis traumática, pero no una neurosis de
angustia".
La angustia, agrega Freud, aclarando consideraciones iniciales, correspondería a
una tensión sexual somática desviada de lo psíquico.
En el Manuscrito E, respecto de la neurosis de angustia sostiene que en ellas se
puede comprobar un déficit de afecto sexual, es decir, de libido psíquíca. La
tensión sexual no se encadenaría al universo representacional, quedándose en lo
somático, sin poder ligarse, sin que la elaboración psíquica permita el
desarrollo de afecto. En tanto falta mecanismo psíquico no habría posibilidad de
tratarlas por vía del psicoanálisis, abandonando su interés en investigar esta
neurosis que incluye dentro de las
neurosis actuales.
Examinando los síntomas de las neurosis de angustia Freud sostiene en el
anteriormente citado manuscrito:
"[ ... ] también ella incluye el gran ataque de angustia, aunque fragmentado en
sus elementos: disnea, palpitaciones simples, sensaciones simples de ansiedad y
combinaciones de todas ellas".
Es posible pensar que dichas crisis o ataques de pánico se presentarían
habitualmente en neurosis con imponante componente ansioso o de angustia. En
esta línea Freud denominó neurosis actuales a las neurosis que tienen un fondo
ansioso o estado permanente de ansiedad o de inestabilidad emocionaL
Llamativamente, en la actualidad, el. discurso capitalista pro~ duce los
denominados nueq1os síntomas, entre ellos los ataques de pánico, en una cultura
que denuncia que el Otro, al decir
de Lacan, no existe o que impone superyoicament:e consumir sin límite y sin
necesidad de otro, empujando al sujeto al goce desreglado, sin legalidad y sin
freno.
En cuanto al aporte de Lacan respecto de la angustia es conocida su expresión
acerca de la misma en cuanto a que es lo que no engaña, jugando con que esto, el
engaño, sí se podría producir o estar presente en los senti -- mientas, en los
que se puede mentir. Por lo contrario, la angustia brinda certeza, no pudiendo
el sujeto convertir la angustia en elemento deslizable, aprehensible en, y por,
la cadena significante.
En el Seminario 1O, Lacan se ocupa especialmente del te1na de la angustia• e
inaugura su exposición con la afirmación de que ésta no estaría lejos del
fantasma por la sencilla razón de que es totalmente el mismo, y que se hallaría
en relación fundamental con el deseo del Otro. Define a la angustia corno
bisagra o engarce entre los dos pisos del grafo que estructuran la relación del
sujeto con el significante, en cuanto a un interrogante nuclear respecto de qué
quiere el Otro de uno, de cada quien, la dimensión del deseo del Otro. E
introduce pues la función de la angustia en un lugar clave, en suspenso,
suspendida, entre los dos pisos, articulando términos hasta el momento
desperdigados, como ser: fantasma, deseo, moi, pro-poniendo una primera
enunciación que remarcaremos junto con otras que se irán relacionando,
pudiéndose expresar su planteo en los siguientes términos:
• La angustia es ante el deseo del Otro
¿Cómo entender esto? La angustia es un afecto, decía Lacan, acordando con Freud
y, podríamos agregar, es algo que se siente, se sufre, se padece, y surge pues
ante el deseo del Otro.
La angustia surgiría al no saber el sujeto lo que es, lo que es uno, como
objeto, para el deseo del Otro. ¿Qué soy para él? y ¿qué quiere de mí?, surgen
como interrogantes fundamentales.
Ante el enigma, en el mejor de los casos, es el fantasma lo que se esboza corno
un intento de respuesta, siendo en ciertas circunstancias, como la representada
en la fábula, que el fantasma vacila y el yo no puede reconocerse, surgiendo
entonces la angustia ante la inermidad o la indefensión.
Lacan advierte que la angustia no sería tan simplemente respuesta ante la
castración, ante la falta. Decíamos: el sujeto no puede contemplarse en la
mirada de aquél .que lo mira y por lo tanto, no puede saber cómo es visto, cómo
es percibido. En tanto al decir sobre el deseo del Otro es referirnos a su
falta, cuando no es descubierto, cuando no hay pistas o rastros del deseo del
Otro acerca de uno, lo siniestro o lo ominoso denotarían la falta de la falta,
presencia opresora de lo que está allí en demasía
• la angustia es ante la falta de la falta
Veamos la lógica de su propuesta desde la clínica misma.
Con el Colmamiento total de la demanda, cuando se su-• pone haber llegado a
tener todo, no me queda nada 1Jor lograr decía un sujeto en análisis, lo tengo
todo... , surge la angustia, puesto que llegar a tener todo implica el
desvanecimiento del deseo. ";.Qué más puedo pedir?". Decía el paciente en
cuestión. Algo así como: ¿qué más queda, ¡Qué otra cosa queda, si ya planté un
árbol, escribí un libro y tm1e un hijo? Aludiendo a una frase muy común respecto
de los logros posibles para un hombre. Allí, llegado el fin, deja de funcionar
aquello que causa al sujeto en falta, cuando no falta más nada, cuando ya no hay
nada por desear, el desgano habla de la muerte, de la nada, e irrumpe la
angustia.
El neurótico vive demandando que se le demande, se interesa en saber qué le
falta y supone que lo que le falta se plantea como objeto del deseo, en el lugar
del deseo del Otro. Remarcábamos que el deseo era sostenido por el fantasma,
siendo una situación propicia para la irrupción de la angustia la circunstancia
en que la demanda del Otro pone en juego mi ser, lo pone en cuestión,
interrogando por algo que desconozco, desconocimiento del objeto a, o causa del
deseo del Otro. No es factible encontrar en el Otro la significación, que en
otras palabras es lo mismo que decir que la división del sujeto, $, no es exacta
o perfecta, que hay un resto que Lacan denomina con la letra a, o sea, lo
irreductible del sujeto. No hay pues significación acabada porque siempre hay un
resto, un a, lo que se perdería para la significantización. Así pues, si bien no
hay objeto que puede considerarse desde el orden fáctico, Lacan dice, en otra
fórmulación no excluyente que se suma a las anteriores, que la angustia:
• no es sin objeto
Cuando hay algo que tendría que quedar oculto, de im-proviso, de golpe se
descubre o se devela aquello que vuelve siempre al mismo lugar, irreductible,
sin posibilidad de su reconocimiento desde lo simbólico, y allí surge la
angustia, ante lo siniestro, ante lo espeluznante u ominoso. La angustia:
• es ante lo irreductible de lo real
La angustia, decía Freud y lo retoma Lacan, es señal, nos advierte o nos
anoticia acerca del deseo, de sus fluctuaciones, y del objeto que lo causa, y
sin ella nos quedaríamos sin indicador respecto de lo real. En este punto
estamos ubicando una de las propuestas de Lacan a la que hicimos ya referencia
respecto de la angustia ante lo real. No sería entonces sin objeto, no es sin
objeto, enunciábamos, sino que la angustia es ante algo, ante lo irreductible de
lo real, ante la nada, ante la presentificación del objeto a que metaforiza este
exceso. O bien, como lo propone Lacan en otro espacio años más tarde:
"[ ... ] es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos embarga de que nos
reducimos a nuestro cuerpo".
Lo interesante para nosotros de las ideas de Freud en los manuscritos citados es
el problema del pasaje y la transformación del grupo sexual psíquico, pues este
último sería una construcción dentro del yo (en términos generales, o sea, tal
como estaba siendo estudiado por Freud en esos momentos) que permitiría
establecer los enlaces del sujeto con el mundo exterior en pos de lograr ubicar
el objeto con el cual desarrollar una acción específica.
Desde mi perspectiva, podríamos leer esta propuesta de Freud sobre la angustia
entendiendo el grupo sexual psíquico como el conjunto de significantes que no
pueden amarrarse, con el consiguiente deseslabonamiento en la cadena
significante que produce ese efecto de invaginación en lo psíquico o
retraimiento pulsional, que podríamos enlazar al accionar de la pulsión de
muerte vía compulsión a la repetición.
En la angustia de la melancolía el trabajo de lo simbólico ante la irrupción de
lo real no puede realizarse, lo que sí es posible en el duelo normal. Sobre
esto, en Hamlet, un caso clínico, Lacan dice:
"El agujero de esta pérdida que provoca el duelo en el sujeto, está en lo
real''.
Y plantea al duelo en una relación inversa, aunque esté emparentado de alguna
forma a la verwerfug, al mecanismo psicótico.
Si en la psicosis: "[ ... ]lo rechazado de lo simbólico reaparece en lo real".
En el duelo: "[ ... ] el agujero de la pérdida en lo real, moviliza el
significante".
Entonces, la falta en lo real convoca la acción de lo simbólico, y en dichas
circunstancias los ritos que se encuentran en las situaciones de duelo funcionan
como instrumentos de los cuales el sujeto se val~ para intentar elaborarlo.
Para concluir, en tanto estábamos considerando el lugar de la angustia en la
melancolía, podríamos agregar que en la manía lo que está en juego es la
no-función de a, planteando Lacan en el seminario sobre la angustia:
"Es aquello por lo que el sujeto ya no es lastrado por ningún a, por lo que esa
falta de lastre lo arroja, sin En la clínica se observarán las diferencias en
cuanto al posicionamiento del sujeto ante la pérdida en lo real, que le
permitirá o no la elaboración del duelo. O sea, su procesamieto psíquico cuando
se pueda producir el desasimiento pieza por pieza o detalle por detalle, al
decir de Freud, como trabajo propio del duelo normal, o por lo contrario la
consolidación o fijeza de un duelo patológico.
Y respecto de la angustia, ésta se presentará en el proceso de desprendimiento
de los padres de la infancia, esto es considerando la línea definida por el
complejo de Edipo al despertarse el desamparo o la inermidad al perder la
protección de aquellos que fueran referentes del sentimiento de sí. Mientras que
en lo relativo a la línea del complejo fraterno, la angustia se presenta en
relación con aquellos Otros significativos con los cuáles se producen procesos
identificatorios de especial importancia, ligados al replanteo de los términos
implícitos en la lógica de la fase del espejo que vuelve a actualizarse en el
devenir de la conflictiva adolescente.
Conceptos de Lacan
$ Sujeto Barrado
A Gran Otro
a otro
Lo real:
Define $ como lo que representa un significante para otro signifcante. No hay
palabra que lo enuncie todo, hay algo que queda por fuerza, que no puede ser
representado (la muerte y la sexualidad). Lo denomina como lo real, lo
innombrable.
Cada persona tiene una posición marcada por A, el lenguaje o el discurso. La
madre o el padre encarnan al otro y enuncian el lenguaje. El lenguaje preexiste
al $. A brinda representaciones y palabras al futuro bebé.
También A es el inconciente, el cual determina al $. Hay cosas que el sujeto
desconoce, que demuestran que el yo no tiene todo el control.
El lenguaje:
- Es preexistente al sujeto antes de su nacimiento. Le inaugura un lugar en la
cultura.
- Viene de otro lugar, el cual preexiste al sujeto.
- El ser hablante se somete a sus leyes.
- Las relaciones entre los padres son reguladas por éste. Produce leyes, las
cuales difieren unas de otras.
- Orden simbólico marca lo que uno puede o no puede hacer.
- El $ está inmerso en un baño de lenguaje. Ciertos significantes lo ubican en
cierto lugar, en cierta posición, y el $ se reconoce en este espacio simbólico.
A:
- Alteridad radical. No se puede SER el Otro, sino encarnarlo.
- No se trata de alguien particular.
- Es el Otro simbólico.
- Permite entender que es lo que se está diciendo.
- El lugar puede ser encarnado, no ocupado.
- En tanto hay lenguaje, hay a. A emite mensajes a a.
a:
- Tiene que ver con el registro de lo imaginario o el semejante, el cual se
inaugura cuando el niño se reconoce en el espejo, es una imagen unificada,
totalizada. Pero esa imagen es una mentira, ya que el niño está escindido (zonas
erógenas anal, oral…)
- Asociado con la imagen, la fantasía, lo imaginario.
El sujeto, está triplemente determinado por lo real, lo simbólico y lo
imaginario, y ninguno de los registros prevalece por sobre los otros. En las
intersecciones se ubica el matema lacaniano de los goces (fálico, del Otro y de
sentido).
Lo imaginario alude a la experiencia del espejo, a la imagen, a la experiencia
que desde lo visual otorga cierta respuesta al sujeto. Lo simbólico supone el
orden de la cultura, del lenguaje. Lo real es lo imposible de ser puesto en
palabras, lo que no puede ser representado o simbolizado.
Cada cuerda tiene en sí lo real.
En el centro del nudo se ubica el objeto a, que es sobre lo que el fantasma
escribe desde lo real.
Se ve en la adolescencia un reposicionamiento en relación al objeto a, el cual
nunca puede alcanzarse, y que sería “causa” del deseo. Pone en movimiento el
deseo, y las pulsiones no intentan obtener el objeto a, sino que giran en torno
a él. Es el objeto de la angustia.
La angustia es fruto del desborde de lo real sobre lo imaginario.