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FREUD-EL ESCLARECIMIENTO SEXUAL DEL NIÑO
Es sano mantener limpia la fantasía de los niños, pero esa pureza no se preserva mediante la ignorancia. Mientras más se les oculte algo, más maliciaran la verdad. Uno por curiosidad cae sobre el rastro de cosas a las q poco o ningún interés habría concedido si le hubieran sido comunicadas.
Se cree q la pulsión sexual falta en los niños, y sólo se instala en ellos en la pubertad, con la maduración de los órganos genésicos. Y este es un grosero error, de serias consecuencias. El recién nacido trae consigo al mundo una sexualidad, ciertas sensaciones sexuales acompañan su desarrollo desde la lactancia hasta la niñez, y son los menos los niños q se sustraen, en la época anterior a la pubertad, de quehaceres y sensaciones sexuales. Los órganos de la reproducción propiamente dichos no son las únicas partes del cuerpo que procuran sensaciones sexuales placenteras. Además, la naturaleza ha estatuido con todo rigor las cosas para que durante la infancia sean inevitables incluso las estimulaciones de los genitales. Período del autoerotismo: época de la vida en que por la excitación de diversas partes de la piel (zonas erógenas), por el quehacer de ciertas pulsiones biológicas y como coexcitación sobrevenida a raíz de muchos estados afectivos, es producido un cierto monto de placer sexual. La pubertad procura el primado a los genitales entre todas las otras zonas y fuentes dispensadoras de placer, constriñendo así al erotismo a entrar al servicio de la función reproductora, proceso q desde luego puede sufrir ciertas inhibiciones y q en muchas personas, q luego son perversas o neuróticas, sólo se consuma de una manera incompleta. Mucho antes de alcanzar la pubertad el niño es capaz de la mayoría de las operaciones psíquicas de la vida amorosa (ternura, entrega, celos) y a menudo esos estados anímicos se abren paso hasta las sensaciones corporales de la excitación sexual, por lo que él niño no puede abrigar dudas sobre la cooertenencia entre ambas. Con los tapujos sólo se consigue escatimarle al niño la facultad para el dominio intelectual de unas operaciones para las que está psíquicamente preparado y respecto de las cuales tiene el acomodamiento somático.
El interés intelectual del niño por los enigmas de la vida genésica, el apetito de saber sexual se exterioriza en una época muy temprana de la vida. Los dos grandes problemas son la distinción anatómica entre los sexos y el origen de los niños. Las respuestas usuales en la crianza de los niños perjudican su pulsión de investigar, y casi siempre tienen como efecto conmover por primera vez su confianza en sus progenitores, empiezan a desconfiar de los adultos y a mantenerles secretos sus intereses más íntimos.
No existe fundamento alguno para rehusar a los niños el esclarecimiento q pide su apetito de saber. Cuando los niños no reciben los esclarecimientos en demanda de los cuales han acudido a los mayores, se siguen martirizando en secreto con el problema y arriban a soluciones en que lo correcto vislumbrado se mezcla con inexactitudes grotescas, o a raíz de la conciencia de culpa se imprime a la vida sexual el sello de lo cruel y lo asqueroso. En la mayoría de los casos, los niños erran a partir de este momento la única postura correcta ante las cuestiones del sexo y muchos de ellos jamás la reencontrarán. Esconderles a los niños todo conocimiento de lo sexual durante el mayor tiempo posible, para luego ofrecerles una explicación sólo a medias sincera, no es lo correcto. Lo importante es que los niños nunca den en pensar que se pretende ocultarles los hechos de la vida sexual más que cualquier otro inaccesible a su entendimiento. Para ello, lo sexual debe ser tratado desde el comienzo en un pie de igualdad con todas las otras cosas dignas de ser conocidas. La curiosidad del niño nunca alcanzará un alto grado si en cada estadio del aprendizaje halla la satisfacción correspondiente. El esclarecimiento sobre las relaciones específicamente humanas de la vida sexual y la indicación de su significado social debería darse antes del ingreso a la escuela media.
Un esclarecimiento sobre la vida sexual, que progrese por etapas y en verdad no se interrumpa nunca, y del cual la escuela tome la iniciativa, parece el único que da razón del desarrollo del niño debería darse al finalizar la escuela elemental, vale decir, no después de los diez años.
EL MALESTAR EN LA CULTURA
Un sentimiento q preferiría llamar sensación de “eternidad”; un sentimiento como de algo sin límites, sin barreras, por así decir “oceánico”. Este sentimiento es un hecho puramente subjetivo no un artículo de fe; de él no emana ninguna promesa de pervivencia personal, pero es la fuente de la energía religiosa q las diversas iglesias y sistemas de religión agotan. Solo sobre la base de ese sentimiento oceánico es lícito llamarse religioso.
Sentimiento oceánico: un sentimiento de la atadura indisoluble, de la copertenencia con el todo del mundo exterior.
La idea de q el ser humano recibiría una noción de su nexo con el mundo circundante a través de un sentimiento inmediato dirigido ahí desde el comienzo mismo suena tan extraña, se entrama tan mal en el tejido de nuestra psicología, q parece justificada una derivación psicoanalítica de un sentimiento como ese. Normalmente no tenemos más certeza que el sentimiento de nuestro sí-mismo, de nuestro yo propio. Este yo nos aparece autónomo, unitario, bien deslindado de todo lo otro. Aunque esta apariencia es un engaño, el yo más bien se continúa hacia adentro, sin frontera tajante en un ser amínico inconsciente (ello), al que sirve como fachada; hacia fuera el yo parece afirmar unas fronteras claras y netas.
En la cima del enamoramiento amenazan desvanecerse los límites entre el yo y el objeto.
Este sentimiento yoico del adulto no pudo haber sido así desde el comienzo. Por fuerza habrá recorrido un desarrollo q puede constituirse con bastante probabilidad. El lactante no separa todavía su yo del exterior como fuente de las sensaciones que le afluyen. Aprende a hacerlo poco a poco, sobre la base de incitaciones diversas. Tiene q causarle la más intensa impresión el hecho de q muchas de las fuentes de excitación en q más tarde discernirá a sus órganos corporales pueden enviarle sensaciones en otro momento, mientras que otras (y entre ellas la más anhelada: el pecho materno) se le sustraen temporariamente y sólo consigue recuperarlas vociferando en reclamo de asistencia. De este modo se contrapone por primera vez al yo un “objeto” como algo que se encuentra “afuera” y sólo mediante una acción particular es esforzado a aparecer. Pero las múltiples e inevitables sensaciones de placer y displacer, que el principio de placer ordena cancelar y evitar, proporcionan una posterior impulsión a desasir al yo de la masa de sensaciones, a reconocer un mundo exterior. Nace la tendencia a segregar del yo todo lo que pueda devenir fuente de displacer, a formar un puro yo-placer al que se contrapone un afuera ajeno y amenazador. Mucho de lo q no se querría resignar pq dispensa placer, no es yo, sino objeto; y mucho de lo martirizador q se pretendería arrojar de sí demuestra ser inseparable del yo. Así se aprende un procedimiento q, mediante una guía intencional de la actividad de los sentidos y una apropiada acción muscular, permite distinguir lo interno (perteneciente al yo) y lo externo (lo q proviene del mundo exterior). Con ello se da el primer paso para instaurar el principio de realidad, destinado a gobernar el desarrollo posterior. Este distingo sirve al propósito práctico de defenderse de las sensaciones displacenteras registradas, y de las que amenazan. El hecho de q el yo, para defenderse de ciertas excitaciones displacenteras provenientes de su interior, no aplique otros métodos que aquellos de que se vale contra un displacer de origen externo, será luego el punto de partida de sustanciales perturbaciones patológicas.
El yo se desase del mundo exterior. Mejor dicho, el yo originariamente lo contiene todo; más tarde segrega de sí un mundo exterior. Nuestro sentimiento yoico adulto es sólo un comprimido resto de un sentimiento más abarcador que correspondía a una atadura más íntima del yo con el mundo circundante. Si nos es licito suponer q ese sentimiento yoico primario se ha conservado, en mayor o menor medida, en la vida anímica de muchos seres humanos, acompañaría, a modo de un correspondiente, al sentimiento yoico de la madurez, más estrecho y de más nítido deslinde. Si tal fuera, los contenidos de representación adecuados a él serian, justamente, los de la ilimitación y la atadura con el Todo, esos mismos con q mi amigo ilustra el sentimiento “oceánico”.
En el ámbito del alma es frecuente la conservación de lo primitivo junto a lo que ha nacido de él por transformación: una porción cuantitativa de una moción pulsional se ha conservado inmutada, mientras que otra ha experimentado el ulterior desarrollo.
Desde q hemos superado el error de creer q el olvido, habitual en nosotros, implica una destrucción de la huella mnémica, vale decir su aniquilamiento, nos inclinamos a suponer lo opuesto, a saber, q en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se formó, q todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas, por ejemplo en virtud de una regresión de suficiente alcance.
Las fases anteriores del desarrollo no se han conservado en ningún sentido: han desembocado en las posteriores, a las que sirvieron de material. Ej: el embrión no es registrable en el adulto. Semejante conservación de todos los estadios anteriores junto a la forma última sólo es posible en lo anímico.
Lo pasado puede persistir conservado en la vida anímica, q no necesariamente se destruirá. Es posible, q también en lo psíquico mucho de lo antiguo sea eliminado o consumido a punto tal q ningún proceso sea ya capaz de restablecerlo y reanimarlo, o q la conservación dependa de ciertas condiciones favorables. La conservación del pasado en la vida anímica es más bien una regla q una rara excepción.
En muchos seres humanos existe un sentimiento “oceánico”; un sentimiento solo puede ser una fuente de energía si el mismo constituye la expresión de una intensa necesidad.
EL DESARROLLO DE LA FUNCIÓN SEXUAL
Según la concepción corriente, la vida sexual humana consistiría, en lo esencial, en el afán de poner en contacto los genitales propios con los de una persona del otro sexo. Ese afán emergería en la pubertad (es decir, en la edad de la madurez genésica) al servicio de la reproducción. No obstante, siempre fueron notorios ciertos hechos q no calzaban en el marco de esta concepción:
1) Hay personas para quienes sólo individuos del propio sexo poseen atracción
2) La existencia de ciertas personas cuyas apetencias se comportan en un todo como si fueran sexuales pero que prescinden por completo de las partes genésicas o de su empleo normal, y se los llama “perversos”.
3) Muchos niños, considerados por esta razón “degenerados”, muestran muy tempranamente un interés por sus genitales y por los signos de excitación de éstos
El psicoanálisis provocó escándalo y contradicción cuando, retomando en parte estos tres menospreciados hechos, contradijo todas las opiniones populares sobre la sexualidad. Y sus principales resultados son los siguientes:
Se ha demostrado que, a temprana edad, el niño da señales de una actividad corporal sexual a la que se conectan fenómenos psíquicos que hallamos más tarde en la vida amorosa adulta; por ejemplo, la fijación a determinados objetos, los celos, etc. Estos fenómenos que emergen en la primera infancia responden a un desarrollo acorde a ley, tienen un acrecentamiento regular, alcanzando un punto culminante hacia el final del quinto año de vida, a lo que sigue un período de latencia, en que se detiene el progreso, mucho es desaprendido e involuciona. Luego, la vida sexual vuelve a aflorar con la pubertad. Esta acometida en dos tiempos de la sexualidad es desconocida fuera del ser humano. Los eventos de la época temprana de la sexualidad infantil son víctima, salvo unos restos, de la amnesia infantil. Nuestras intuiciones sobre la etiología de las neurosis y nuestra técnica de terapia analítica se anudan a estas concepciones.
El primer órgano que aparece como zona erógena y que propone una exigencia libidinosa es, a partir del nacimiento, la boca (fase oral). Al comienzo, toda actividad anímica se acomoda de manera de procurar satisfacción a la necesidad de esta zona. Desde luego, ella sirve en primer término a la autoconservación por vía del alimento. Muy temprano, en el chupeteo en que el niño persevera obstinadamente se evidencia una necesidad de satisfacción que (si bien tiene por punto de partida la recepción de alimento y es incitada por ésta) aspira a una ganancia de placer independiente de la nutrición y que por eso es llamada sexual.
En la segunda fase, llamada sádico-anal, la satisfacción es buscada en la agresión y en la función excretoria. El sadismo es una mezcla pulsional de aspiraciones puramente libidinosas con otras destructivas puras, una mezcla que desde entonces no se cancela más.
La tercera fase es la llamada fálica, como precursora, se asemeja ya en un todo a la plasmación última de la vida sexual. No desempeñan aquí un papel los genitales de ambos sexos sino sólo el masculino (falo), los femeninos permanecen ignorados por largo tiempo. El niño, en su intento de comprender los procesos sexuales, rinde tributo a la teoría de la cloaca, q tiene su justificación genética. En el transcurso de esta fase, la sexualidad infantil alcanza su apogeo y se aproxima al sepultamiento. Desde entonces, niño y niña, habiendo partido ambos de la premisa de la presencia universal del pene, tendrán destinos separados.
El varón entre en la fase edípica, inicia el quehacer manual con el pene, junto a unas fantasías sobre algún quehacer del pene en relación con la madre, hasta que el efecto conjugado de una amenaza de castración y la visión de la falta de pene en la mujer le hacen experimentar el máximo trauma de su vida, iniciador del período de latencia con todas sus consecuencias. La niña, tras el infructuoso intento de emparejarse al varón, vivencia el discernimiento de su inferioridad clitorídea, con duraderas consecuencias para el desarrollo del carácter; y a menudo, a raiz de este primer desengaño en la rivalidad, reacciona lisa y llanamente con un primer extrañamiento de la vida sexual.
Estas tres fases se superponen entre sí, coexisten juntas.
En las fases tempranas, las diversas pulsiones parciales parten con recíproca indiferencia a la consecución de placer. En la fase fálica se tienen los comienzos de una organización que subordina las otras aspiraciones al primado de los genitales y significa el principio del ordenamiento de la aspiración general de placer dentro de la función sexual.
La organización plena sólo se alcanza en la pubertad, en una cuarta fase, “genital”, en la que las investiduras libidinales tempranas:
1) Se conservan muchas investiduras libidinales tempranas
2) Son acogidas dentro de la función sexual como unos actos preparatorios de apoyo (cuya satisfacción da por resultado el placer previo),
3) Otras aspiraciones son excluidas de la organización y sofocadas por completo (reprimidas) o experimentan una aplicación diversa dentro del yo, forman rasgos de carácter, padecen sublimaciones con desplazamiento de meta.
Este proceso no siempre se consuma de manera impecable. Las inhibiciones en su desarrollo se presentan como las múltiples perturbaciones de la vida sexual. En general, no es que los procesos requeridos para producir el desenlace normal se consumen o estén ausentes a secas, sino que se consuman de manera parcial, de suerte que la plasmación final depende de estas relaciones cuantitativas. En tal caso se alcanza la organización genital, pero debilitada en los sectores de libido que no acompañaron ese desarrollo y permanecieron fijados a objetos y metas pregenitales. Ese debilitamiento se muestra en la inclinación de la libido a retroceder hasta las investiduras pregenitales anteriores (regresión) en caso de no satisfacción genital o de dificultades objetivas.
TRES ENSAYOS. LA SEXUALIDAD INFANTIL
El neonato trae consigo gérmenes de mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto lapso, pero después sufren una progresiva sofocación; esta, a su vez, puede ser quebrada por oleadas regulares de avance del desarrollo sexual o suspendida por peculiaridades individuales. Hacia el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se expresa en una forma asequible a la observación.
Las mociones sexuales de la infancia serían inaplicables, porque las funciones de la reproducción están diferidas (carácter principal del periodo de latencia); y, por otra parte, serían en sí perversas, partirían de zonas erógenas y se sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias (mociones reactivas) que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los diques psíquicos: asco, vergüenza y moral.
Una parte de los propios labios, la lengua, un lugar de la piel que esté al alcance, son tomados como objeto sobre el cual se ejecuta la acción de mamar. Una pulsión de prensión q emerge al mismo tiempo suele manifestarse mediante un simultáneo tironeo rítmico del lóbulo de la oreja y el apoderamiento de una parte de otra persona (casi siempre su oreja) con el mismo fin. La acción de mamar con satisfacción cautiva por entero la atención y lleva al adormecimiento. En la crianza, el chupeteo es equiparado con otras “malas costumbres” del niño.
En el chupeteo hemos observado ya los tres caracteres esenciales de una exteriorizacion sexual infantil:
1) Esta nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la conservación de la vida.
2) Todavía no conoce un objeto sexual, pues es autoerótica (se satisface en el propio cuerpo).
3) Su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena. Una zona erógena es un sector de piel o de mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una sensación placentera de determinada cualidad.
III. La meta sexual infantil de la sexualidad infantil
Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes contracciones musculares y pueden ejercer un poderoso estímulo sobre la mucosa. De esa manera tienen q producirse sensaciones voluptuosas junto a las dolorosas. Se rehúsan obstinadamente a vaciar el intestino cuando la persona encargada de su crianza lo desea, reservándose esta función para cuando lo desea él mismo. Lo que interesa es que no se le escape la ganancia colateral de placer que puede conseguir con al defecación.
El contenido de los intestinos tiene para el lactante importantes significados. Éste lo trata como a una parte de su propio cuerpo. Representa el primer regalo por medio del cual el pequeño puede expresar su obediencia hacia el medio circundante exteriorizándolo o su desafío rehusándolo. A partir de este significado, más tarde cobra el de hijo, que según una de las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino.
La retención de las heces, que al comienzo se practica deliberadamente para aprovechar su estimulación masturbatoria, por así decir, de la zona anal o para emplearla en la relación con las personas que cuidan al niño, es por otra parte una de las raíces del estreñimiento tan frecuente en los neurópatas.
Por su situación anatómica, por el sobreaflujo de secreciones, por los lavados y frotaciones del cuidado corporal y por ciertas excitaciones accidentales, es inevitable que la sensación placentera que estas partes del cuerpo son capaces de proporcionar se haga notar al niño ya en su periodo de lactancia, despertándole la necesidad de repetirla. Mediante el onanismo del lactante, al que casi ningún individuo escapa, se establece el futuro primado de esa zona erógena para la actividad sexual. La acción que elimina el estimulo y desencadena la satisfacción consiste en un contacto de frotación con la mano o de una presión, sin duda prefigurada como un reflejo, ejercida por la mano o apretando los muslos (esta última es más frecuente en la niña).
Existen tres fases en la masturbación infantil: 1) periodo de lactancia 2) breve florecimiento de la práctica sexual hacia el cuarto año de vida 3) onanismo de la pubertad (el único que suele tenerse en cuenta).
Todos los detalles de esta segunda activación sexual infantil dejan tras sí las más profundas (inconscientes) huellas en la memoria de la persona, determinan el desarrollo de su carácter si permanece sana, y de la sintomatología de su neurosis si enferma después de la pubertad. En este último caso, hallamos que este periodo sexual se ha olvidado, y se han desplazado los recuerdos conscientes que lo atestiguan.
La crueldad es cosa enteramente natural en el carácter infantil; en efecto, la inhibición en virtud de la cual la pulsión de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la capacidad de compadecerse, se desarrollan relativamente tarde. La moción cruel proviene de la pulsión de apoderamiento y gobierna una fase de la vida sexual descripta como organización pregenital. La ausencia de la barrera de la compasión trae consigo el peligro de q este enlace establecido en la niñez entre las pulsiones crueles y las erógenas resulte inescindible más tarde en la vida.
En cuanto al hecho de los dos sexos, para el varón es natural suponer que todas las personas poseen un genital como el suyo.
El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto llamada normal. En la consecución del placer se ha puesto al servicio de la función de reproducción y las pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona erógena, han formado una organización sólida para el logro de la meta sexual en un objeto ajeno.
Las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico son denominadas pregenitales.
La primera es la oral o canibálica, en la que la actividad sexual no se ha separado todavía de la nutricion, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es tmb el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo q mas tarde, en calidad de identificación, desempeñara un papel psíquico tan importante. El chupeteo puede verse como un resto de esta fase hipotetica, en el q la actividad sexual, desasida de la actividad de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno a cambio de uno situado en el cuerpo propio.
En la posterior organización, sádico-anal, ya se ha desplegado la división en opuestos que atraviesa la vida sexual, pero no se los puede llamar todavía masculino-femenino, sino q es preciso decir activo-pasivo. La actividad es producida por la pulsión de apoderamiento a través de la musculatura del cuerpo, y como órgano de meta sexual pasiva se constituye ante todo la mucosa erógena del ano. En esta fase ya hay polaridad sexual y un objeto ajeno. Los pares de opuestos pulsionales están plasmados en un grado aproximadamente igual (ambivalencia).
La primera se inicia entre los dos y cinco años, y el periodo de latencia la detiene o la hace retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una epoca tardia; o bien se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la epoca de la pubertad. Pero demuestran ser inaplicables, y ello a consecuencia del desarrollo de la represión, q se situa entre ambas fases. Sus metas sexuales han experimentado un atemperamiento, y figura únicamente la corriente tierna de la vida sexual.
La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual. La elección de objeto de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y empezar de nuevo como corriente sensual. La no confluencia de las dos corrientes tiene como consecuencia muchas veces que no pueda alcanzarse uno de los ideales de la vida sexual, la unificación de todos los anhelos en un objeto.
VII. Fuentes de la sexualidad infantil.
La excitación sexual nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos orgánicos, b) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como expresión de algunas pulsiones parciales.
CARÁCTER Y EROTISMO ANAL
Las personas que me propongo describir sobresalen por mostrar, en reunión regular, las siguientes tres cualidades: son particularmente ordenadas, ahorrativas y pertinaces. Cada uno de estos términos abarca en realidad un pequeño grupo o serie de rasgos de carácter emparentados entre sí. “ordenado” incluye tanto el aseo corporal como la escrupulosidad en el cumplimiento de pequeñas obligaciones y la formalidad. Lo contrario sería: desordenado, descuidado. El carácter ahorrativo puede parecer extremado hasta la avaricia; la pertinacia acaba en desafío. El carácter ahorrativo y la pertinacia se entraman con mayor firmeza entre sí que con la primera, el carácter “ordenado”.
De la historia de estas personas en su primera infancia se averigua con facilidad que les llevó un tiempo relativamente largo gobernar la incontinencia fecal, y se infiere, en su constitución sexual congénita, un resalto erógeno hipernítido de la zona anal. Nos vemos precisados a suponer que la zona anal ha perdido su significado erógeno en el curso del desarrollo, y luego conjeturamos que la constancia de aquella tríada de cualidades de su carácter puede lícitamente ser puesta en conexión con el asunto del erotismo anal.
En tres ensayos de teoría sexual he procurado mostrar que la pulsión sexual del ser humano es en extremo compuesta, nace por las contribuciones de numerosos componentes y pulsiones parciales. Aportes esenciales a la “excitación sexual” prestan las excitaciones periféricas de ciertas partes privilegiadas del cuerpo (genitales, boca, ano, uretra) que merecen el nombre de “zonas erógenas”. De las magnitudes de excitación que llegan de estos lugares sólo una parte favorece a la vida sexual; otra es desviada de las metas sexuales y vuelta a metas diversas (sublimación). hacia la época de la vida que es lícito designar como “período de latencia sexual” desde el quinto año hasta las primeras exteriorizaciones de la pubertad se crean en la vida anímica a expensas de estas excitaciones unas formaciones reactivas, unos poderes contrarios, como al vergüenza, el asco y al moral, que a modo de unos diques se contraponen al posterior quehacer de las pulsiones sexuales. El erotismo anal es uno de esos componentes de la pulsión que en el curso del desarrollo y en el sentido de nuestra actual educación cultural se vuelven inaplicables para metas sexuales; y esto sugiere discernir en esas cualidades de carácter que tan a menudo resaltan en quienes antaño sobresalieron por su erotismo anal – vale decir orden, ahorratividad y pertinacia – los resultados más inmediatos y constantes de la sublimación de este.
El aseo, el orden, la formalidad causan toda la impresión de ser una formación reactiva contra el interés por lo sucio, lo perturbador, lo que no debe permanecer en el cuerpo; en cambio, no parece tarea sencilla vincular la pertinacia con el interés por la defecación. Sin embargo, cabe recordar que ya el lactante puede mostrar una conducta porfiada ante la deposición de las heces y que la estimulación dolorosa sobre la piel de las nalgas que se enlaza con la zona erógena anal es universalmente empleada por la educación para quebrantar la pertinacia del niño, para volverlo obediente.
Los nexos más abundantes son los que presentan entre los complejos, en apariencia tan dispares, del interés por el dinero y al defecación. Como es bien sabido para todo médico que ejerza el psa, las constipaciones más obstinadas y rebeldes de neuróticos, llamadas habituales, pueden eliminarse por este camino. En el psicoanálisis sólo se obtiene ese efecto cuando se toca en el paciente el complejo relativo al dinero, moviéndolo a que lo lleve a su conciencia con todo lo que él envuelve. Podría creerse que aquí la neurosis no hace más que seguir un indicio del lenguaje usual, que llama “roñosa” a una persona que se aferra al dinero demasiado ansiosamente. Sólo que esta sería una apreciación superficial en exceso. En verdad, el dinero es puesto en los más íntimos vínculos con el excremento dondequiera que domine, o que haya perdurado, el modo arcaico de pensamiento: en las culturas antiguas, en el mito, los cuentos tradicionales, la superstición, en el pensar icc, el sueño y la neurosis.
Es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre ah conocido y lo menos valioso que él arroja de sí como desecho haya llevado a esta identificación condicionada entre oro y caca.
Otra circunstancia ocurre todavía a esta equiparación en el pensar del neurótico. Como ya sabemos, el interés originariamente erótico por la defecación está destinado a extinguirse en la madurez; en efecto, en esta época el interés por el dinero emerge como un interés nuevo; ello facilita que al anterior aspiración, en vías de perder su meta, sea conducida a la nueva meta emergente. Es posible indicar una fórmula respecto de la formación del carácter definitivo a partir de las pulsiones constitutivas: los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas o bien formaciones reactivas contra ellas.
CONFERENCIA 21: DESARROLLO LIBIDINAL Y ORGANIZACIONES SEXUALES
La importancia de las perversiones para nuestra concepción de la sexualidad. Las exteriorizaciones de la sexualidad infantil, por inequívocas q pudieran ser en los últimos años de la infancia, parecen al comienzo perderse en lo indeterminable. Las perversiones sexuales de los adultos son algo aprehensible e inequívoco. Sexualidad y reproducción o genitalidad no coinciden; en efecto, es evidente q todo lo anterior desmiente la meta de la reproducción.
A la práctica sexual normal rara vez le falta algún rasgo perverso. Ya el beso lo es, pues consiste en la unión de dos zonas bucales erógenas y su meta no es la reproducción. Sin embargo, nadie lo condena por perverso, al contrario.
No tiene ningún sentido excluir de la serie de las personas normales y declarar perversas a las q exhiben algunos de estos rasgos aislados; mas bien, cada vez q advertimos con mas claridad q lo esencial de las perversiones no consiste en la trasgresión de la meta sexual, ni en la sustitución de los genitales, ni siquiera en la variación del objeto, sino solamente en q estas desviaciones se consuman de manera exclusiva, dejando de lado el acto sexual al servicio de la reproducción. Las acciones perversas dejan de ser tales en la medida en que se integran en la producción del acto sexual normal como unas contribuciones que lo preparan o refuerzan. Entonces, se achica mucho la distancia entre la sexualidad normal y la perversa. La sexualidad normal nace de algo que la preexistió, desechando rasgos aislados de este material por inutilizable y reuniendo los otros para subordinarlos a la nueva meta de reproducción. La sexualidad incluye las prácticas sexuales de la infancia que aspiran al placer de órgano.
Sexualidad normal y sexualidad perversa están notablemente centradas, todas las acciones presionan hacia una meta. La única diferencia entre la sexualidad perversa y la normal, es la diversidad de las pulsiones parciales dominantes y, por tanto, de las metas sexuales. Ambos tipos de sexualidad han nacido de lo infantil. En cambio, la sexualidad infantil carece, globalmente considerada, de semejante centramiento y organización; sus diversas pulsiones parciales tienen iguales derechos y cada una persigue por cuenta propia el logro de placer.
Llamamos sexuales las dudosas e indeterminables prácticas placenteras de la primera infancia porque el camino del análisis nos lleva a ellas desde los síntomas pasando por un material indiscutiblemente sexual.
Ya desde el tercer año de vida la sexualidad del niño no da lugar a ninguna de estas dudas, por esa época sobreviene un periodo de masturbación infantil. La elección de objeto es de preferencia tierna por determinadas personas, y aun la predilección por uno de los sexos, los celos, he ahí fenómenos comprobados por observaciones imparciales hechas con independencia del psa y antes de su advenimiento, y q pueden ser confirmados por cualquier observador. Las metas sexuales de este periodo de la vida se entraman de manera intima con la contemporánea investigación sexual. El carácter perverso de algunas de estas metas depende naturalmente de la inmadurez constitucional del niño, quien no ha descubierto aun la meta del coito.
Desde el sexto al octavo año de vida más o menos, se observa una detención y un retroceso en el desarrollo sexual, el período de latencia. Las vivencias y mociones anímicas anteriores al advenimiento de este periodo son victimas de la amnesia infantil, que oculta nuestros primeros años de vida y nos aliena de ellos como resultado de la represión.
Desde el tercer año, la sexualidad del niño muestra mucha semejanza con la del adulto. Se diferencia por la falta de una organización fija bajo el primado de los genitales, por los inevitables rasgos perversos (el carácter perverso de las metas sexuales infantiles depende de la inmadurez constitucional del niño) y por la intensidad mucho menor de la aspiración en su conjunto.
El primado de los genitales se prepara en la primera época infantil, la anterior al período de latencia, y se organiza de manera duradera a partir de la pubertad. En esta prehistoria hay una organización laxa pregenital. Se sitúan las pulsiones sádicas y anales, que no carecen de objeto pero tampoco coinciden en uno solo.. Los pares de opuestos aquí son activo-pasivo
La vida sexual no emerge como algo acabado sino que recorre una serie de fases sucesivas. Es un desarrollo retomado varias veces, cuyo punto de viraje es la subordinación de todas las pulsiones parciales bajo el primado de los genitales y con éste el sometimiento de la sexualidad a la función de la reproducción. Antes, había una práctica autónoma de las diversas pulsiones parciales que aspiran a un placer de órgano. Esta anarquía se atempera por unos esbozos de organizaciones pregenitales.
Algunos de los componentes de la pulsión sexual tienen desde el principio un objeto y lo retienen, como la pulsión de apoderamiento y las de ver y saber. Otras lo tienen sólo al comienzo, mientras todavía se apuntalan en las funciones no sexuales y lo resignan cuando se desligan de esas. Así, el primer objeto de los componentes orales de la pulsión sexual es el pecho materno q satisface la necesidad de nutrición del lactante. En el acto de chupeteo se vuelven autónomos los componentes eróticos que se satisfacen conjuntamente al mamar, el objeto se abandona y se sustituye por un lugar del propio cuerpo. La pulsión oral se vuelve así autoerótica, como lo son desde el principio las demás pulsiones erógenas. El resto del desarrollo tiene dos metas: en primer lugar, abandonar el autoerotismo, permutar de nuevo el objeto situado en el cuerpo propio por un objeto ajeno; y en segundo lugar, unificar los diferentes objetos de las pulsiones singulares, sustituirlos por un objeto único. Esto sólo puede lograrse, desde luego, cuando dicho objeto único es a su vez un cuerpo total, parecido al propio.
Llamamos a la madre el primer objeto de amor. De amor hablamos cuando traemos al primer plano el aspecto anímico de las aspiraciones sexuales y empujamos al segundo plano los requerimientos pulsionales de carácter corporal o sensual q están en la base. Para la epoca q la madre deviene objeto de amor ya ha empezado en el niño el trabajo psíquico de la represión, q sustrae de su saber el conocimiento de una parte de sus metas sexuales. Es licito ver en el complejo de Edipo una de las fuentes mas importantes de la conciencia de culpa q tan a menudo hace penar a los neuróticos.
El varoncito quiere tener a la madre para el solo, siente como molesta la presencia del padre. Exterioriza su contento cuando el padre esta ausente. Simultáneamente, también da muestras de una gran ternura hacia el padre. Son actitudes afectivas opuestas, ambivalentes. La madre cuida de todas las necesidades del niño, y por eso este tiene interés en que ella no haga caso de ninguna otra persona.
En el caso de la niña la actitud de tierna dependencia hacia el padre, la sentida necesidad de eliminar a la madre y ocupar su puesto.
El niño desplazado a un segundo plano por el nacimiento de un hermanito, y casi aislado de la madre por primera vez, difícilmente olvidara este relegamiento.
La primera elección de objeto es, por lo general, incestuosa; en el hombre, se dirige a la madre. La elección de objeto infantil no fue sino una débil introducción de la elección de objeto en la pubertad. En esta se despliegan proceso afectivos muy intensos, q siguen el mismo rumbo del complejo de Edipo o se alinean en una reacción frente a el. No obstante, y por el hecho de q sus premisas se han vuelto insoportables, esos procesos tienen q permanecer en buena parte alejados de la conciencia. Desde esta época en adelante el individuo humano tiene q consagrarse a la gran tarea de desasirse de sus padres; solamente tras esa suelta puede dejar de ser niño para convertirse en miembro de la comunidad social.
SOBRE LA TRANSPOSICIONES DE LA PULSION, EN PARTICULAR DEL EROTISMO ANAL
Los 3 rasgos de carácter que surgen debido a los restos de pulsión del erotismo anal son: orden, avaricia y terquedad. Estas cualidades provienen de las fuentes pulsionales del erotismo anal.
En las producciones del inconsciente (fantasías, síntomas), “hijo” y “pene” se distinguen con dificultad y fácilmente son permutados entre sí. Estos elementos son tratados como equivalentes entre sí en el inconsciente.
Al hijo y al pene se los llama el “pequeño”. El “pequeño”, que originariamente refería al miembro masculino, puede pasar a designar secundariamente el genital femenino.
La mujer tiene el deseo reprimido de poseer un pene como el varón. En algunas mujeres se reactiva este deseo infantil (que tiene que ver con la “envidia del pene” dentro del complejo de castración) y se convierte en el principal portador de los síntomas neuróticos. En otras mujeres no se registra en absoluto este deseo del pene, sino que en su lugar se encuentra el deseo de tener un hijo, cuya frustración puede desencadenar la neurosis. En otras mujeres, ambos deseos estuvieron presentes en la infancia y se relevaron el uno al otro.
Ese deseo infantil del pene, entonces, se muda en el deseo del “varón”, que es aceptado como un apéndice del pene. El hijo produce el paso del amor narcisista de sí mismo al amor de objeto. También en este punto, el hijo puede ser subrogado por el pene.
El hijo es considerado como algo que se desprender del cuerpo por el intestino. Así, un monto de investidura libidinosa aplicado al contenido del intestino puede extenderse al niño nacido a través de él. Hay identidad entre “hijo” y “caca”. La caca es el primer regalo del cual el lactante se separa. En torno de la defecación, se presenta para el niño una primera decisión entre la actitud narcisista y la del amor de objeto: o bien entrega obediente la caca, la “sacrifica” al amor, o la retiene para la satisfacción autoerótica o, más tarde, para afirmar su propia voluntad. Con esta última decisión queda constituido el “desafío” (terquedad) que nace de un porfía narcisista en el erotismo anal.
La caca, primeramente, cobra el significado de “regalo” y no de “dinero” ya que el niño no conoce otro dinero que el regalado (no posee dinero ganado ni propio). La caca es el regalo más importante.
Entonces, una parte del interés por la caca se continúa en el interés por el dinero y otra parte se transporta al deseo del hijo. Pero el pene posee también una significatividad anal-erótica independiente del interés infantil. La materia fecal es por así decir el primer pene, y la mucosa excitada es la del recto.
Cuando el interés por la caca retrocede de manera normal, este interés se transfiere al pene. Si durante la investigación sexual se averigua que el hijo nació del intestino, él pasará a ser el principal heredero del erotismo anal, pero el predecesor del hijo había sido el pene.
Del erotismo anal surge, en un empleo narcisista, el desafío como una reacción sustantiva del yo contra reclamos de los otros. El interés volcado a la caca traspasa a interés por el regalo y luego por el dinero. Con el advenimiento del pene nace en la niña la envidia del pene, que luego se traspone en deseo del varón como portador del pene. Antes, el deseo del pene se mudó en deseo del hijo, o este último remplazó a aquel. Una analogía orgánica entre “pene” e “hijo” se expresa mediante la posesión de un símbolo común a ambos (el “pequeño”). Luego, el deseo del hijo conduce al deseo del varón.
Cuando la investigación sexual del niño lo pone en conocimiento de la falta de pene en la mujer, el pene es discernido como algo separable del cuerpo y entra en analogía con la caca, que fue el primer trozo de lo corporal al que se debió renunciar. De ese modo, el viejo desafío anal entra en la constitución del complejo de castración.
Cuando aparece el hijo, la investigación sexual lo inviste con un potente interés, anal-erótico. El deseo del hijo recibe un segundo complemento de la misma fuente cuando la experiencia social enseña que el hijo puede concebirse como prueba de amor, como regalo. La serie caca-pene-hijo son cuerpos sólidos que al penetrar o salir excitan un tubo de mucosa (el recto y la vagina). El hijo sigue el mismo camino que la columna de las heces.
EL YO Y EL ELLO
EL SEPULTAMIENTO DEL COMPLEJO DE EDIPO
La organización genital fálica del niño se va al fundamento al raíz de la amenaza de castración. Al principio, el varoncito no presta creencia ni obediencia algunas a la amenaza. Hay dos clases de experiencias de la que ningún niño está exento y por las cuales debería estar preparado para la pérdida de partes muy apreciadas de su cuerpo: el retiro del pecho materno y la separación del contenido de los intestinos.
La observación que por fin rompe con la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. El varoncito, orgulloso de su pene, llega a ver la región genital de la niña. Así, se vuelve representable la pérdida del propio pene y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad.
El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y una pasiva. Pudo situarse de manera masculina en el lugar del padre y, como él, mantener comercio con la madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido pronto como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. Ahora bien, la aceptación de la posibilidad de la castración, la intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevan a la pérdida del pene: una, la masculina, en calidad de castigo, y la otra, la femenina, como premisa. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa normalmente el primero de esos poderes y el yo del niño se extraña del complejo de Edipo.
Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de ambos progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyo, que toma prestada del padre su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y en parte sublimadas, lo cual probablemente acontezca con toda trasposición en identificación, y en parte son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. El proceso en su conjunto salvó una vez a los genitales, alejó de ellos el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con ese proceso se inicia el período de latencia, que viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño.
El proceso descrito es más que una represión; equivale, cuando se consuma idealmente, a una destrucción y cancelación del complejo. Acá se tropieza con la frontera entre lo normal y lo patológico. Si el yo no logró efectivamente mucho más que una represión del complejo, este subsistirá en el ello y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.
El complejo de Edipo se va al fundamento a raíz de la amenaza de castración.
También el sexo femenino desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de latencia. El clítoris de la niña se comporta al comienzo en un todo como un pene, pero ella, por la comparación con el varoncito, percibe que es “demasiado corto” y siente este hecho como un perjuicio y una razón de inferioridad. Durante un tiempo piensa que le va a crecer. Acá es donde se bifurca el complejo de masculinidad en la mujer. Pero la niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino que lo explica mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. Así se produce esta diferencia esencial: la niña acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación.
El complejo de Edipo, en la niña, culmina en el deseo de recibir como regalo un hijo del padre, parirle un hijo. Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porque este deseo no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconsciente, donde se conservan con fuerte investidura y contribuyen a preparar al ser femenino para su posterior papel sexual.
ALGUNAS CONSECUENCIAS PSÍQUICAS DE LA DIFERENCIA ANATÓMICA ENTRE LOS SEXOS.
Al principio, en el caso del varón, puede haber una desmentida: cree que a la niña le va a crecer. Luego, puede llegar al horror y, después, al menosprecio. En el caso de la niña, la envidia del pene despierta sentimientos de inferioridad. Esto persiste en el mecanismo de los celos. La envidia del pene, también, influye en el aflojamiento del vínculo con la madre.
También, interviene en la remoción de la masturbación.
Luego, entran en el complejo de Edipo. El complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo, en armonía con la disposición bisexual.
En relación a la prehistoria del CE, hay en ella una identificación tierna con el padre, y todavía está ausente la rivalidad con la madre. El quehacer masturbatorio con los genitales es el onanismo de la primera infancia, cuya sofocación más o menos violenta, por parte de las personas encargadas de la crianza, activa el complejo de castración. Este onanismo es dependiente del complejo de Edipo y significa la descarga de su excitación sexual. Cuando el varoncito ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra poco interesado al principio y la desmiente diciendo que ya le va a crecer. Sólo más tarde, después de que cobró influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le volverá significativa. El niño, así, presenta dos reacciones: horror frente a la criatura mutilada, o menos precio triunfalista hacia ella.
En el caso de la niña toma como primer objeto de amor a la madre. Por otro lado, la niña vio el pene, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo. De esto se deriva el “complejo de masculinidad” en la mujer, que si no logra superarlo pronto, deparará grandes dificultades en el desarrollo de la feminidad. Así, la esperaza de recibir un pene puede conservarse estas épocas tardías o bien sobreviene el proceso denominado “desmentida”, que en la vida infantil no es ni raro ni peligroso, pero que en el adulto podría desencadenar una psicosis. La niña se rehúsa a aceptar el hecho de su castración y se comporta en lo sucesivo como si fuera un varón. Las consecuencias psíquicas de la envidia del pene, en la medida en que ella no se agota en la formación reactiva del complejo de masculinidad, son múltiples y de vasto alcance. Con la admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer un sentimiento de inferioridad. Tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del varón por ese sexo mutilado. Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto, no deja de existir: pervive en el rasgo de carácter de los celos, que predominan en la vida anímica de la mujer porque reciben un enorme refuerzo desde la fuente de la envidia del pene, desviada.
Otra consecuencia de la envidia del pene parece ser el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto-madre. La madre es responsabilizada por esa falta de pene. El curso histórico sería el siguiente: tras el descubrimiento de la desventaja en los genitales, pronto afloran celos hacia otro niño a quien la madre supuestamente ama más, con lo cual se adquiere una motivación para desasirse de la ligazón-madre. Armoniza muy bien con esto que ese niño preferido por la madre pasa a ser el primero objeto de la fantasía “Pegan a un niño”, que desemboca en la masturbación. Hay otro efecto de la envidia del pene. Las reacciones de los individuos de ambos sexos son mezcla de rasgos masculinos y femeninos. Sin embargo, la masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea. En la niña sobreviene, tras los indicios de la envidia del pene, una intensa contracorriente opuesta al onanismo. Esta moción es manifiestamente un preanuncio de la represión que en la época de la pubertad eliminará una gran parte de la sexualidad masculina para dejar espacio al desarrollo de la feminidad. Con respecto al complejo de Edipo en la niña, se establece una ecuación simbólica prefigurada pene = hijo. La niña resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer.
En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de castración le preceden y lo preparan. En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre varón y mujer en cuando a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella; corresponde al distinto entre castración consumada y mera amenaza de castración.
Con respecto al complejo de Edipo, en el varón, sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas. Sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyo. El superyo deviene heredero del complejo de Edipo. Puesto que el pene debe su investidura narcisista a su significación orgánica para la supervivencia de la especie, se puede concebir la catástrofe del complejo de Edipo (el extrañamiento del incesto, la institución de la conciencia moral y de la moral misma) como un triunfo de la generación sobre el individuo.
En la niña, falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya produjo antes su efecto y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. El complejo de Edipo, en la niña, puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la mujer.
El superyo nunca deviene tan implacable, tan impersonal y tan independiente de sus orígenes afectivos como en el caso del varón.
Freud comienza estudiando el complejo de Edipo simple. Este sería el amor hacia la madre y el padre vivido como rival. El varón toma a la madre como objeto y al padre como rival. Este sería el Edipo simple positivo.
Si el varón toma como objeto al padre y a la madre como rival, hay Edipo simple negativo.
Freud dice que se dan los dos. En el positivo, al padre lo vive como rival pero también se identifica con él (ambivalencia). En el negativo, pasa lo mismo y hay identificación padre y madre.
Si cuando sale del Edipo, se refuerza la identificación-padre, se detectarán más aspectos masculinos. Si, en cambio, se refuerza la identificación-madre, habrá más aspectos femeninos. El interjuego de las identificaciones va a determinar que los aspectos sean masculinos o femeninos.
La disolución del Edipo cancela la posibilidad de satisfacción de ubicarse en el lugar del padre.
Todas las represiones posteriores al Edipo son secundarias. La represión edípica es una represión primaria muy fuerte.
En el caso de la niña, esa represión no tiene tanto valor de disolución, ya que no tiene un órgano tan valorado como el varón.
Al finalizar el complejo de Edipo se tiene que producir el desdoblamiento y la combinación de 4 posibilidades:
1) Objeto madre – Identificación madre
2) Rival padre – Identificación padre (estas dos corresponden al EDIPO POSITIVO)
3) Objeto padre – Identificación padre
4) Rival madre – Identificación madre (estas dos corresponden al EDIPO NEGATIVO).
Las heces pueden ser tomadas como algo valioso o como algo denigrativo.
Parte de los contenidos anales se reprimen y pueden aparecer formando síntomas, parte se subliman, y parte van a constituir la nueva organización genital.
LA ORGANIZACIÓN GENITAL INFANTIL
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En algún momento del desarrollo, si bien no hay organización genital todavía, predomina lo genital. Para ambos sexos desempeñará el papel un genital, el masculino. No hay primado genital, sino que hay primado del falo.
Esto lleva a Freud a postular la fase fálica.
Fases: Oral à Anal à Fálica à Genital
F lo y genital no es lo mismo: genitales hay dos, aunque en la fase fálica hay uno para ambos sexos (falo).
Empieza el descuido por la diferencia de los sexos (premisa universal del falo).
El niño descubre que el pene no se le atribuye a todos los seres humanos. Esto provoca que el niño desmiente la falta de pene en la mujer. Se pone en cuestión la premisa universal del falo. El niño desmiente o desonoce diciendo: “se lo cortaron”, “le va a crecer”. Hay un elemento (falo) que puede estar o no estar. El niño inicialmente desmiente la falta de pene en la mujer.
El niño se confronta con la falta de pene en la niña y, luego, tiene la tarea de habérselas con la pérdida del falo en sí mismo. Este es el momento del Complejo de Castración. La castración recae sobre el niño.
Sólo puede apreciarse la significatividad del Complejo de Castración si se toma su génesis en la fase fálica. Si no hay falo, no hay castración. Debe instalarse el falo para que, luego, exista la posibilidad de castración.
Para llegar a la fase genital, el niño debería conocer el genital femenino y entender el “falo” como “pene”. La castración es una herida narcisista.
Freud establece una serie de pérdidas que están en relación: el pecho, las heces, el niño (teoría de las cloacas), el pene (Complejo de Castración). El Complejo de Castración vale como Castración retroactivamente. Si los elementos anteriores se pueden perder, el pene se puede perder. El Complejo de Castración vale como pérdida en el momento en que el niño tiene que habérselas con la pérdida del falo en sí mismo.
El horror a la feminidad, el menosprecio de la mujer, tiene que ver con la falta de pene en la mujer.
El falo es un elemento necesario de la estructura edípica.
No es tan rápido que el niño generaliza la castración. Las personas respetables para el niño, como su madre, siguen conservando el pene. La madre perderá el pene cuando el niño entienda que solo las mujeres pueden parir hijos.
Una primera oposición es la de sujeto-objeto (las polaridades sexuales), activo-pasivo.
La castración vale para ambos sexos: para la niña como una castración consumada y para el niño como la amenaza de perderlo.
NUEVAS CONFERENCIAS DE INTRODUCCIÓN AL PSICOANÁLISIS
Angustia, estado afectivo, una reunión de sensaciones de la serie de placer-displacer, provocado por un aumento de excitación que tendería a alivianarse a través de una acción de descarga. Se traduce en sensaciones físicas que pueden ser desde: contracciones epigástricas, sensación de ahogo, parálisis total acompañada de dolor psíquico. Hay un sujeto que le duele.
Angustia realista: reacción que nos parece lógica frente al peligro, a un daño esperado de afuera. Consiste en un apronte angustiado (estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz), a partir de éste se desarrolla la reacción de angustia. Puede suceder que el desarrollo de angustia se limite a una señal (y por ende la reacción puede adaptarse a la nueva situación de peligro) o bien toda la reacción se agota en el desarrollo de angustia y entonces el estado afectivo resultará paralizante y desacorde con el fin para el presente.
Angustia neurótica: enigmática, como carente de fin. Se observa bajo tres clases de constelaciones: como angustia expectante en la neurosis de angustia, ligada a determinados contenidos de representación en las fobias y en las angustias histéricas. En la angustia neurótica, aquello a lo que se le tiene miedo es la propia libido. El peligro es interno en vez de externo, y no se discierne conscientemente.
Teoría anterior:
Nueva tesis: el yo es el único almácigo de la angustia, sólo el puede producirla y sentirla. Las tres variedades de angustia (realista, neurótica y la de la conciencia moral) pueden ser referidas a los tres vasallajes del yo: respecto del mundo exterior, del ello y del superyo. Con esta nueva concepción, pasa a primer plano la función de la angustia como señal para indicar una situación de peligro.
No es la represión la que crea la angustia, sino que la angustia crea la represión. Sólo la angustia realista puede crear represión. Una situación pulsional temida se remonta a una situación de peligro exterior. El varón siente angustia ante una exigencia de su libido (ante el amor a su madre), se trata de una angustia neurótica. Pero ese enamoramiento le aparece como un peligro interno, del que debe sustraerse mediante la renuncia a ese objeto, sólo porque convoca una situación de peligro externo. Ese peligro real que el niño teme es el castigo de la castración, la pérdida de su miembro. La angustia frente a la castración es uno de los motores más frecuentes e intensos de la represión, y de la formación de neurosis.
Pero no es el único motivo de la represión. Ya no tiene sitio alguno en las mujeres, que poseen un complejo de castración pero no pueden tener angustia de castración. En su reemplazo aparece la angustia por la pérdida de amor, que puede dilucidarse como la angustia del lactante cuando echa de menos a la madre.
A cada edad del desarrollo le corresponde una determinada condición de angustia, y por tanto una situación de peligro como la adecuada a ella.
El yo nota que la satisfacción de una exigencia pulsional emergente convocaría una de las situaciones de peligro. Por tanto, esa investidura pulsional debe ser sofocada de algún modo, cancelada, vuelta impotente. El yo anticipa la satisfacción de la moción pulsional dudosa y le permite reproducir las sensaciones de displacer que corresponden al inicio de la situación de peligro temida. Así suscita el automatismo del principio de placer-displacer, mediante la señal de angustia, que ahora lleva a cabo la represión de la moción pulsional dudosa. O bien el ataque de angustia se desarrolla plenamente y el yo se retira por completo de la excitación chocante, o bien el yo le sale al encuentro con una contrainvestidura y esta se conjuga con la energía de la moción reprimida para la formación de síntoma o es acogida en el interior del yo como formación reactiva, como refuerzo de determinadas disposiciones, como alteración permanente.
Mientras más pueda limitarse el desarrollo de angustia a una mera señal, tanto más recurrirá el yo a las acciones de defensa equivalentes a una ligazón psíquica de lo reprimido y tanto más se aproximará el proceso a un procesamiento normal.
Lo que crea al carácter es: sobre todo, la incorporación de la anterior instancia parental en calidad de superyo; luego, las identificaciones con ambos progenitores de la época posterior y con otras personas influyentes; finalmente, las formaciones reactivas que el yo adquiere primero en sus represesiones y más tarde con medios más normales a raiz de los rechazos de mociones pulsionales indeseadas.
En muchos casos quizás la moción pulsional reprimida retenga su investidura libidinal, persista inmutada en el ello, si bien bajo la presión permanente del yo. Otras veces parece ocurrirle una destrucción completa, tras la cual su libido es conducida de manera definitiva por otras vias (tramitación normal del complejo de Edipo, que es destruido dentro del ello). En muchos otros casos se produce una degradación libidinal, una regresión de la organización libidinal a un estadio anterior.
El yo es endeble frente al ello, es su fiel servidor, se empeña en llevar a cabo sus órdenes. El yo es la parte del ello mejor organizada, orientada hacia la realidad, y consigue influir sobre los procesos del ello cuando por medio de la señal de angustia pone en actividad el principio de placer-displacer. Inmediatamente vuelve a mostrar su endeblez, pues mediante la represión renuncia a un fragmento de su organización, se ve precisado a consentir que la moción pulsional reprimida permanezca sustraída a su infllujo de manera duradera.
Lo esencial en cualquier situación de peligro es que provoque en el vivenciar anímico un estado de excitación de elevada tensión que sea sentido como displacentero y del cual uno no pueda enseñorearse por via de descarga. El asunto de la angustia es en cada caso la emergencia de un factor traumático que no pueda ser tramitado según la norma del principio de placer. El hecho de estar dotados del principio de placer no nos pone a salvo de daños objetivo, sino sólo de un daño determinado a nuestra economía psíquica.
Existe un origen doble de la angustia: en un caso como consecuencia directa del factor traumático, y en el otro como señal de que amenaza la repetición de un factor así.
Falta seg parte
EL CREADOR LITERARIO Y EL FANTASEO
Todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada. Toma en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego es la realidad efectiva. El niño diferencia su mundo del juego y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia ¨jugar¨ de ¨fantasear¨. El adulto, cuando cesa de jugar, sólo resigna el apuntalamiento en objetos reales, en vez de jugar, fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos.
El niño no oculta su jugar. El adulto preferiría confesar sus faltas a comunicar sus fantasías. El jugar del niño está dirigido por deseos, por el deseo que ayuda a su educación, ser grande y adulto. Imita en el juego lo que le ha devenido familiar de la vida de los mayores. Diverso es el caso del adulto: su fantasear lo avergüenza por infantil y por no permitido. Deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad. Estos deseos son ambiciosos o eróticos. Es importante aclarar que aunque las fantasías del adulto nos fueran comunicadas, no podrían depararnos placer alguno; de hecho nos escandalizarían, o al menos nos dejarían fríos.
Una fantasía oscila en cierto modo entre tres tiempos. El trabajo anímico se anuda a una impresión actual, una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de la persona, desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior, infantil las más de las veces, en que aquel deseo se cumplía, y entonces crea una situación referida al futuro, que se figura como el cumplimiento de ese deseo. En el caso del poeta: una intensa vivencia actual despierta en el poeta el recuerdo de una anterior, las más de las veces una perteneciente a sus niñez, desde la cual arranca entonces el deseo que se procura su cumplimiento en la creación poética, y en esta última se pueden discernir elementos tanto de la ocasión fresca como del recuerdo antiguo.
La creación poética, como el sueño diurno, es continuación y sustituto de los antiguos juegos del niño. El poeta atempera el carácter del sueño diurno egoísta mediante variaciones y encubrimientos, y nos soborna por medio de una ganancia de placer puramente formal, estética, que él nos brinda en la figuración de sus fantasías.
ALGUNAS PUNTUALIZACIONES SOBRE LOS MOMENTOS INICIALES EN LA CONSTITUCIÓN DEL APARATO PSÍQUICO. CALZETTA
Línea evolutiva estructural o genealogía del yo (cómo se construye el Yo):
1) Yo Real Primitivo (YRP)
2) Yo Placer Purificado (YPP)
3) Yo Real Definitivo (YRD)
1) YO REAL PRIMITIVO:
En los primeros momentos de la vida, el yo no ha reconocido aún a otro, un “no-yo”. Hay un desvalimiento inicial, el bebé tiene una gran necesidad de la presencia del otro. En el yo real primitivo no hay aun un aparato psíquico. Se maneja por el Principio de Constancia à que busca mantener lo más bajo posible o al menos constante la excitación presente. Tiende en todo momento a mantener la excitación en el nivel más bajo posible.
La madre (en tanto función) cumple para el bebé el papel de asegurar la satisfacción de las necesidades que él es aún incapaz de reconocer más que como urgencias sin nombre. El llanto al principio es inespecífico e ineficaz para la completa descarga de la excitación. Aparece la madre y se da un encuentro con un otro que va a poder cualificar lo que para el bebé es pura cantidad, que va a poder significar su llanto como un llamado, y va a poder vivenciar lo que se conceptualiza como primer vivencia de satisfacción. Estas primeras experiencias de satisfacción dejan sus huellas, primeras marcas mnémicas, sobre las que irá a fundarse la delicada armazón del aparato psíquico. El yo primitivo es pre-psíquico ya que no hay representaciones. Lo psíquico empieza con las representaciones. El primer sentimiento yoico se corresponde con un sentimiento oceánico, en el cual el yo no se diferencia del otro. Hay una indiferenciación yo/objeto. Es el máximo del sentimiento de omnipotencia. Al principio el yo es omnipotente, cree que creó al mundo. Creencia del “autoengendramiento”. En el YRP se origina la polaridad afectiva amor indiferencia porque el bebé no reconoce a un otro. Cuando aparece la mamá para significar lo que le sucede al bebé, sobre la satisfacción de la necesidad se genera además un plus. Además de bajarle la cantidad de excitación y obtener un equilibrio de acuerdo al Principio de Constancia, se produce algo nuevo, que es un registro sensorial sumado a algo placentero (primera vivencia de satisfacción) gracias a ese encuentro entre ese bebé y otro que desde su subjetividad lo asiste. Pero no basta para la constitución subjetiva la satisfacción de la necesidad, saciar el hambre, sino que tiene que darse con el otro un juego libidinal. Con la satisfacción solamente no se forma el aparato psíquico. Ese plus que se instala tiene que ver con el surgimiento de la pulsión sexual. Busca la repetición del placer ya sin necesidad biológica sino solamente con la intención de repetir la acción placentera. Las primeras huellas mnémicas inauguran el polo del placer de lo que después será la serie placer-displacer. Son estas primeras investiduras, estas primeras transformaciones de cantidad en cualidad, los basamentos del narcisismo primitivo, el punto de partida de la representación del yo. Se va constituyendo así un incipiente aparato capaz de procesar la cantidad de excitación que llega desde las fuentes somáticas, por la activación de las huellas mnémicas vía la alucinación, que es el primer mecanismo psíquico, un intento de obtener placer sin demora. Un bebé recién nacido ante la necesidad estalla en llanto. En cambio en esta etapa primero se representa lo vivido. Son recursos efímeros ya que no calma el hambre, sino que revive la escena placentera. El bebé no reproduce la experiencia de saciedad. La ilusión lo que provee es la repetición de la experiencia de satisfacción, nunca podría saciar el hambre de esa manera. Alucinar la satisfacción también sirve para alejarse de lo repulsivo. Es necesaria una mamá que venga a satisfacer a ese bebé para la continuidad existencial. Sino se produce un quiebre en el sentido de si, y se complica la constitución del aparato psíquico. Por eso se dice que el aparato psíquico tiene un origen traumático. Si no puede tramitar las cantidades se encuentra en un estado de constante excitación. El estado alucinatorio mantiene el equilibrio.
Durante toda la fase oral el tipo de angustia predominante en el bebé es la angustia automática. Es una angustia masiva, excesiva, traumática. Implica que el yo es víctima pasiva del aumento de cantidad de excitación, por eso es una angustia cuantitativa. Excede las posibilidades metabolizadoras de la estructura yoica. Desestabiliza, desestructura al incipiente aparato.
2) YO PLACER PURIFICADO
Operan simultáneamente dos tendencias o principios organizativos:
Y de la interacción de estos dos principios organizativos surge el Yo Placer Purificado, que incrementa la estabilidad de la estructura yoica. En esta nueva forma del yo, éste queda identificado con el polo de lo placentero, mientras que lo displacentero es proyectado al exterior. Comienza a surgir un no-yo, un exterior ahora no indiferente en torno al yo, relacionado con el dolor y el displacer, aquello de lo cual el yo procura fugarse. La polaridad afectiva deja de ser amor-indiferencia y pasa a ser amor-odio. Entonces, el primer sentimiento destinado a un objeto reconocido como exterior es el odio; y ese objeto exterior es primordialmente el interior del propio cuerpo, en tanto asiento de las sensaciones displacenteras. Queda completada ahora la serie placer-displacer que se superpone con un yo-no yo. las representaciones-cosa que constituyen el núcleo del yo son también las del objeto amado, es decir, las del objeto fusionado con las partes del cuerpo propio con las que entra en contacto (ejemplo: boca y pezón forman un continuo). No hay aún posibilidad alguna para el niño de establecer una distinción entre el yo y el objeto amado. Ubica todo lo displacentero en un “no-yo” y surge el yo purificado. Ama todo lo que tiene que ver con la satisfacción y rechaza todo lo displacentero.
- Yo ideal: narcisismo primario. Yo purificado sin lo displacentero, sin el no yo. Vinculado a todo lo placentero.
- No-Yo: relacionado con el dolor, con aquello odiado que quiere sacarse de si. Depositario de todo lo displacentero/repulsivo.
Este yo ahora configurado, omnipotente en su capacidad de reproducir al objeto satisfaciente mediante el recurso alucinatorio apenas se establece la tensión de necesidad, es el lugar de lo “bueno-absoluto”. Se constituye así un yo ideal cuyo rastro se hallará más tarde en la construcción del ideal del yo.
Identificación primaria: el yo se constituye a partir de la identificación del otro. El bebé toma como identificación lo que le da la madre.
3) YO REAL DEFINITIVO
Paulatinamente, las primitivas representaciones aisladas en un principio, comienzan a vincularse entre sí, constituyendo una trama representacional cada vez más compleja. Este camino conduce a la inhibición de los procesos primarios y a la instalación del Juicio de Realidad. Un nuevo nivel de complejidad se produce con el acceso a la palabra. Se constituye el proceso preconsciente. Este nuevo nivel de funcionamiento mental conduce a la implementación de la acción específica por parte del yo, lo que permite obtener satisfacciones de manera más autónoma. La instalación del juicio de realidad que marca el final del yo placer purificado, se establece por imperio de la necesidad. Hasta ese momento, el yo en tanto sede omnipotente del bien, que fabricaba alucinatoriamente su objeto cada vez que la tensión aumentaba, podía mantenerse escaso tiempo, porque la urgencia corporal insistía exigiendo la reducción de tensión y terminaba por desarticular esa ilusión. La realización alucinatoria estallaba en una explosión de displacer, la angustia automática o cuantitativa que sigue el modelo de la reacción ante el nacimiento y desarticula al incipiente aparato psíquico y solo cesa cuando la madre acude a proporcionar una experiencia de satisfacción. La reiteración de las frustraciones obliga al yo a desarrollar un dispositivo que inhiba las grandes transferencias de cantidad de excitación que constituyen el proceso primario. Para que esa inhibición del proceso primario sea posible (o sea, para que se instale el proceso secundario), es necesario que se produzca la complejización de la trama representacional, permitiendo atenuar la cantidad de carga que inviste la huella mnémica de la cosa. El yo logra con la DEFENSA PRIMARIA, reprimir la reproducción alucinatoria del objeto deseado ya que ese camino (la identidad de percepción) demostró terminar ocasionando displacer. Comienza a actuar el Principio de Realidad, el que en última instancia está al servicio del Principio de Placer y lo perfecciona, ya que precisamente su finalidad es evitar el displacer. Este procedimiento por el cual el yo logra evitar la repercepción alucinatoria de la satisfacción es llamado por Freud Defensa Primaria. Permite el pasaje de la identidad de percepción (alucinación primitiva) a la búsqueda de identidad de pensamiento (rodeos mentales necesarios para alcanzar efectivamente la satisfacción). El yo se defiende así de la sensación de displacer que sobreviene a la frustración y se asegura algunas formas de actuar en el mundo exterior para lograr la satisfacción real. Se forma el Yo Real Definitivo que coincide con la organización anal. Esto no es casual porque desde lo corporal la musculatura se pone en funcionamiento y el niño puede ir a buscar a la mamá. Es un yo realista. Diferencia al pecho materno como objeto exterior. La polaridad ahora es amor/odio al yo y amor/odio al objeto, es decir hay ambivalencia afectiva. El yo ama y odia al objeto, y se ama y odia a sí mismo. Ambivalencia afectiva ante el objeto y ambivalencia afectiva ante el yo.
Empieza a ejercer la función de la demora. Hace un examen de realidad. En cambio el funcionamiento primario no hacia un examen de realidad, solo reinvestía la huella. En el YRD el niño empieza a buscar a la madre en el mundo externo, ya que no puede angustiarse cada vez que no esté la madre. La angustia señal es la angustia que el yo produce y activa para no caer en la angustia automática. La angustia automática invade y devasta al yo. En cambio, las señales de angustia señal “salen del yo”. El yo manda pequeñas señales de angustia, un pequeño desprendimiento de angustia, para evitar que lo invadan grandes cantidades.
Todo este proceso lleva a que el yo logre diferenciarse de manera estable de su objeto. Antes, la inmediata producción alucinatoria con que se intentaba cancelar todo aumento de tensión impedía esta discriminación. Si el yo reproduce al objeto a su voluntad, éste era parte de aquel: precisamente su parte más valiosa. Pero desde el momento en que se reconoce el objeto como externo, el yo debe tolerar el doloroso aprendizaje de que esas partes valiosas de sí mismo se encuentran, en realidad, fuera de él. El yo debe comenzar a esperar. En esta etapa se hace imperativo el dominio del objeto. Por imposición de la realidad, el yo se vio obligado a separarse de él, pero al hacerlo, el objeto arrastró consigo algunas de las pertenencias más valiosas del yo, que queda marcado por la tendencia perpetuamente insatisfecha a recuperar lo perdido, reincorporando el objeto. Es cierto que la anterior forma de buscar el placer, vía la alucinación, terminaba siendo frustrante; pero es particularmente difícil renunciar a las ilusiones. El yo deberá soportar la nostalgia de un objeto perdido que en realidad nunca poseyó. El mantenimiento de la defensa primaria, que permite el ejercicio del juicio de realidad, representa un tensionamiento constante que el yo debe esforzarse por mantener; solo prescinde de él cuando se entrega cada noche al reposo, y las alucinaciones oníricas reinstalan un primitivo modo de procesar los deseos. Se hace imperioso el dominio del objeto, si no puede reincorporar el objeto perdido, deberá procurar dominarlo por cualquier medio. Es la edad del dominio muscular y los caprichos, tienen por finalidad imponer al objeto que se aleja una conducta determinada por los propios deseos. Es también la edad del sadismo, porque en el sufrimiento del otro, ocasionado por el yo, se manifiestan la voluntad de dominio y la ambivalencia afectiva.
El proceso secundario (representación palabra) que resulta de la inhibición de la alucinación y la búsqueda de identidad de pensamiento, es secundario porque supone algo que lo precede. Es secundario a un modo de funcionamiento lógico previo. No se puede instalar sin el funcionamiento del proceso primario (representación cosa), pero a la vez, el proceso secundario funciona gracias a la inhibición del proceso primario.
Se realiza la primer gran renuncia por amor: el control de esfínteres. Para retener el amor, el yo renuncia a su placer y a su producto. El YRD es un yo que se hace cargo de su motricidad. Puede estar sentado, vincularse con el mundo, alejarse y acercarse del objeto. Ha ido coordinando su motricidad y ahora la tiene a su disposición. Puede caminar, puede pedir lo que desea, ya no alucina que toma la leche sino que puede pedírselo a su mamá (dos años aprox.), también gracias a la posibilidad del lenguaje.
La pérdida del objeto implica necesariamente un desgarro vivido como irreparable en el yo. Para el desarrollo de la angustia señal, el yo debe estar separado del ello, ya que este tipo de angustia es un sistema de señales que el yo utiliza para dominar la tendencia del ello a la descarga inmediata. El yo encuentra en la realidad obstáculos para el desarrollo de su sadismo (educación, control de esfínteres) que determinan la actuación de su forma reflexiva: el masoquismo, retorno autoerótico de la pulsión que implica la recuperación de un modo narcisista de satisfacción.
Separación del yo y el ello:
Ello à Se corresponde con el yo ideal. Identidad de percepción. Proceso primario. No existe la negación. Representaciones cosa. No admite la frustración.
Yo à Corteza del ello que se modifica en contacto con la realidad exterior. Busca la identidad de pensamiento. Nos permite pensar el no.
En la fase oral el foco estaba en la INCORPORACION del objeto
En la fase anal el foco está en el DESPRENDIMIENTO de las heces, se separa del objeto.
La defensa primaria ocupa una zona de transición entre la fase oral y la fase anal.
Fase oral |
DEFENSA PRIMARIA |
Fase anal |
Boca |
Ano y musculatura |
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Identidad de percepción |
Búsqueda de identidad de pensamiento |
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Ser = tener |
Ser ≠ tener |
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Enlace identificatorio primario |
Elección de objeto narcisista |
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Cualificación de las cantidades |
Dominio del objeto |
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Angustia automática |
Angustia de pérdida de objeto (señal) |
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Indiferencia yo-objeto |
Diferencia yo-objeto y yo-ello |
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Acción inespecífica (llanto, movimimientos espontaneos, alteraciones internas, etc) |
Acción específica frente a los signos de realidad |
Yo real primitivo |
Yo placer purificado |
Yo de realidad definitivo |
Fase oral |
Fase oral |
Fase anal |
Principio de constancia |
Principio de placer |
Principio de realidad |
No hay psiquismo. |
Inicio del psiquismo. |
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Angustia automática |
Angustia automática |
Angustia señal |
Amor-indiferencia |
Amor-odio |
Ambivalencia amor-odio |
|
Identidad de percepción. |
Identidad de pensamiento. |
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Proceso primario |
Proceso secundario. |
RELACIONES AFECTIVAS Y APRENDIZAJE ESCOLAR. CALZETTA
La cuestión de los nexos entre relaciones afectivas y aprendizaje escolar remite, necesariamente, al tema más general de los vínculos entre afectividad e inteligencia (o pensamiento).
Las teorías desarrolladas por Freud y Piaget encuentran un punto de confluencia al concebir que el sujeto se constituye a sí mismo en la medida en que construye su objeto.
Freud señala que la producción de afecto, tanto placentero como displacentero, puede estorbar el curso del pensamiento. El papel del yo consistirá en inhibir los grandes desplazamientos de excitación en el sentido de la descarga, para permitir que se mantengan vigentes las ligaduras que garanticen la continuidad del proceso secundario. A mayor cantidad implicada en la tendencia primaria, cuanto más intenso sea el afecto en juego, tanto mayor será la dificultad del yo para sostener su propósito.
Solo los deseos pueden poner en marcha el aparato psíquico
LAS PRIMERAS RELACIONES AFECTIVAS O LA DISPOSICIÓN A APRENDER
Si no se contara con el deseo de aprender, no habría escuela que se sostuviera, ni tampoco cultura que necesitara de la escuela como órgano de reproducción.
Para el psicoanálisis, la naturaleza de tal deseo es libidinal. Se trata de un destino de la sexualidad infantil que la cultura aprovecha.
La perspectiva del otro está presente en el yo desde el inicio. El otro lo funda, el yo es en ese otro y luego buscará en el otro la confirmación de su ser. Resulta imposible pensar un proceso complejo como el aprendizaje al margen de las relaciones afectivas que lo sostienen.
Durante el “narcisismo primario”, de indiferenciación sujeto-objeto, desde el punto de vista del objeto no sería aún posible hablar de relación. No existe aún un término distinto realmente del sujeto que permita el advenimiento de tal relación. Sin embargo, se trata del momento en que la relación con el otro es más determinantes.
Desde esas primeras investiduras-identificaciones se va constituyendo lo esencial de la representación del yo y del objeto. Es el momento de la constitución del yo placer. El yo cuenta con su auxiliar externo en el que se apoya para reconstruirse y de él comienza a aprender lo que más adelante constituirá su repertorio de respuestas específicas.
Tal aprendizaje es a partir de la identificación. Es decir, desde el comienzo de la vida psíquica, el aprendizaje es una experiencia intensamente afectiva, carácter que no perderá jamás. En este período en que el cuerpo del niño se nutre del de la madre, correspondiente a la fase oral de la libido, también el yo se alimenta con las acciones específicas maternas a las que incorpora. Con esas herramientas aborda la tarea que corresponde a este momento de su evolución: cualificar las cantidades, discriminar, atribuir valor a los estímulos. Este vencimiento de la cantidad, primer dominio logrado para el yo, es efecto de sus primeros aprendizajes.
El yo no es un receptor pasivo de estímulos externos, sino que los organiza en función de valores libidinales.
En el camino de un mayor dominio de la realidad, el yo logra incluir la representación del objeto hostil, que quedará ubicado como externo. Nuevos estados afectivos (odio y miedo) se dirigen ahora hacia el exterior, donde se ubica el no-yo. El yo, así purificado, se hará ideal por identificación total con el objeto de amor, que logra sostener esa idealización gracias a la maldad de todo lo demás. Pero el solo impacto de la necesidad sería desarticulante si no mediara el aprendizaje por identificación con el objeto.
Con respecto al establecimiento de la identidad de pensamiento como forma predominante de funcionamiento del yo (proceso secundario), Freud remarca la importancia de la interiorización del movimiento propio (de la acción) en la construcción del pensamiento.
La posibilidad de aprender va a estar determinada en parte por esa capacidad de interiorizar la acción, pero también y fundamentalmente por la consolidación de las identificaciones. Estas permitirán al yo confiar en sus propias habilidades para dominar primero las cantidades por vía de la cualificación, luego la realidad externa por medio de la acción específica.
DOMINAR Y APRENDER
Junto con la ambivalencia afectiva que supone esa nueva relación, el peso de la cuestión del dominio se traslada ahora de las cantidades al objeto: será necesario controlarlo para garantizar la satisfacción. La pulsión de mirar se combina con la pulsión de dominio del objeto.
Este vínculo con una realidad exterior ambivalente, cuya cualidad más inquietante es que puede desaparecer (como lo indica el predominio de la angustia de pérdida de objeto), corre parejo con el demonio del lenguaje verbal. Surge anaclíticamente sobre el llanto. La magia de las palabras es su primer atributo.
Desde el punto de vista metapsicológico, su importancia también es enorme: al ligarse a las representaciones-cosa, las de palabra permiten ahora que el pensamiento se haga preconciente y, por lo tanto, concienciable. El pensar en palabras implica, como acción interior, un cierto nivel de descarga que permite la percepción de cualidad, es decir, conciencia.
Al dominar al objeto, se suman en esta etapa (correspondiente a la fase anal y al yo real definitivo) la necesidad de aprehender cada una de las características del objeto amado y, por extensión, de todas realidad circundante.
La necesidad de ver y dominar conducen al deseo de saber. Para poder dominar la realidad es necesario integrar lo que se ve en construcciones cada vez más coherentes y abarcativas. Se producen entonces las primeras teorías sexuales infantiles, que procurarán conjurar los misterios que presenta la realidad: el origen, la diferencia. Ambos se refieren al daño ocasionado al narcisismo.
La pulsión epistemofílica (del saber), que se va constituyendo según este proceso, es sensible a la relación del niño con sus otros significativos. En principio es necesario un yo que se haya constituido, a partir de sus vínculos iniciales, suficientemente íntegro como para lograr la inhibición de los procesos primarios. Luego, es preciso que su tendencia al dominio, su sadismo y su compulsión a mirarlo todo hayan sido tolerados como manifestaciones legítimas. De lo contrario, es probable que la tendencia al cuestionamiento y la curiosidad no se instalen como vías facilitadas, lo que puede conducir al raquitismo de la pulsión de saber, al desinterés por aprender.
Luego, la instalación del drama edípico, su naufragio y la formación del superyo, ocasionan nuevos avatares para el deseo de aprender y resignifican los anteriores.
La solución ideal consistirá en una sublimación exitosa, que destine la energía de la sexualidad infantil reprimida a la adquisición y producción de conocimientos. Implica un recurso narcisista: imposibilitado de destinar su libido al objeto, el yo elige amarse a sí mismo, en la confianza de que algún día logrará la perfección, cuando se iguale al ideal y el conocimiento adquirido llegue a ser una “bella totalidad”. Con esto cuenta la escuela: corresponde al momento en que el niño empieza su tránsito institucional, cuando los padres caen de su pedestal ideal y otros, fuera de la familia, se acercan a ese lugar privilegiado.
A partir de este momento, tanto circunstancias de la vida escolar como familiar podrán desestabilizar el equilibrio alcanzado, lo que lleva a menudo a la resexualización y, por lo tanto, al fracaso de las sublimaciones conseguidas.
Para Freud, las circunstancias de la vida escolar comportan fenómenos afectivos sumamente intensos, que sólo cabe clasificar dentro de los transferenciales. Los vínculos ambivalentes con los padres idealizados de la primera infancia y con los hermanos según el orden de filiación son desplazados a las figuras de maestros y compañeros. El hecho de que el acceso a la escolaridad recurra en la segunda mitad de la infancia, o sea cuando los padres sufren la desidealización, es de capital importancia: nuestros profesores, dice Freud, se convirtieron en sustitutos del padre. La ambivalencia que se adquiere en la vida familiar se traslada a los profesores. La conducta frente a los maestros no podría ser comprendida ni justificada sin considerar los años de la infancia y el hogar paterno.
Es evidente que si semejantes magnitudes afectivas están implicadas en la vida escolar, el aprendizaje resultará fácilmente perturbado, o facilitado, por las relaciones en juego.
UNA INTEGRACIÓN POSIBLE
Para Piaget, si bien la transmisión es necesaria para el proceso de aprendizaje, no es suficiente, pues es también imprescindible que el niño disponga de una lógica interna como para reestructurar ese conocimiento. De lo contrario, sólo podrá ser memorizado como una repetición carente de sentido. Esta adquisición por elaboración de los conocimientos depende del nivel alcanzado por las estructuras intelectivas.
La inteligencia es la forma de equilibrio hacia la cual tienden todas las estructuras cuya formación debe buscarse a través de la percepción, del hábito y de los mecanismos sensomotores elementales. Con el término genérico “inteligencia” se designan las formas superiores de organización o de equilibrio de las estructuras cognoscitivas.
El período que va de los 6 a los 12 años, donde se produce el aprendizaje escolar en el ámbito de la escuela primaria, abarca la transición del período preoperatorio (parte del subperíodo intuitivo) al operatorio concreto, hasta el comienzo de la transición de éste al período de las operaciones formales.
LOS AFECTOS EN EL AULA
Para Piaget, la evolución afectiva del niño obedece a las mismas leyes que gobiernan a los procesos cognoscitivos. Esto entraña la formación de nuevos afectos, bajo la forma de simpatías o antipatías duraderas, en lo que concierne a los otros, y de una conciencia y de una valoración duraderas de sí, en lo que concierne al “yo”. A partir de eso se asiste a un proceso de socialización progresiva, hasta que al llegar al nivel de las operaciones concretas se establecen nuevas relaciones interindividuales, de naturaleza cooperativa.
La adquisición de la reversibilidad como propiedad del pensamiento permite otras relaciones: es en los niveles de la construcción de las agrupaciones de operaciones concretas donde se plantea, por el contrario, con toda su agudeza, el problema de los respectivos papeles del intercambio social y de las estructuras individuales en el desarrollo del pensamiento. La lógica es una moral del pensamiento, impuesta y sancionada por los otros.
El comienzo del período de las operaciones concretas encuentra al niño apenas después de iniciado su ciclo escolar. Si el docente comprende el valor de los intercambios afectivos y percibe, al mismo tiempo, las nuevas posibilidades que el nivel operatorio brinda para la cooperación, seguramente su labor será fructífera en el sentido de promover un aprendizaje escolar creativo, es decir, auténtico.
El docente, siendo el depositario del saber y el custodio de su transmisión, queda naturalmente investido de un poder especial, que los alumnos deben aceptar con alegría y hasta agradecimiento.
La escuela transmite más de lo que pretende. El estilo es, en parte, también el contenido. Si el niño aprende que aprender es memorizar ritualmente una serie de cosas inservibles, está adquiriendo también una actitud hacia el conocimiento. Éste será siempre la palabra de otro, la única actitud posible ante ella es, entonces, la recepción pasiva y la acumulación. Este aprendizaje será reforzado por la particular relación afectiva que lo sostiene. Así también se sanciona una actitud todavía más general y que tiene que ver con el residuo que el aprendizaje dejará como rasgo estable, como supervivencia identificatoria de lo que fue una vez una poderosa relación de objeto. Lo que queda así reafirmado es una disposición hacia la autoridad, ya sea que se la padezca o se la ejerza. Este congelamiento de la libido en formas rígidas autoritarismo-pasividad implica un regreso a viejas formas de dominio del objeto. Ahí, no queda espacio para creatividad alguna.
Con respecto a los intensos intercambios afectivos entre pares: relaciones de alianza y de rivalidad, exclusiones, victimizaciones, envidias, celos, pactos secretos, todos ellos se entrecruzan con el objetivo formal de la escuela. Al punto de que es habitualmente observable en la clínica que un trastorno de aprendizaje suele ir acompañado por perturbaciones en ese nivel de los vínculos sociales. Es también la oportunidad para otro aprendizaje: el que tiene que ver con el tránsito del sujeto del medio familiar al social, del que la escuela es algo así como un modelo experimental.
Ya cerca de la finalización del curso de la escuela primaria, para muchos niños llega el acceso a la pubertad, con los tomentosos cambios que implica. La cuestión madurativo otorga a la sexualidad un nuevo e inquietante status. El carácter del puber exhibe, regularmente, las consecuencias de esa repentina lucha entre desbordes pulsionales y mecanismos de defensa.
En el plano intelectual comienza el acceso a la posibilidad de pensamiento formal, o hipotético deductivo, que le permite alejarse cada vez más de lo concreto. La búsqueda de un nuevo equilibrio pulsional, la comprobación de los cambios corporales que se suceden, las nuevas posibilidades intelectuales y la percepción del inexorable alejamiento de sus grupos primarios (familia y escuela) que todo ello le impone, contribuyen a condicionar su carácter.
Sus relaciones afectivas serán puestas a prueba por la tensión que produce su cuestionamiento implacable, por un lado, y su búsqueda de apoyo todavía infantil, por otro. En este momento de crisis, en que la relación entre deseos y represiones sufre un nuevo reordenamiento, es particularmente importante la influencia de aquellos a los que el puber está unido por intensos vínculos afectivos. De ellos dependerá, en buena medida, su posibilidad de conservar el interés por el aprendizaje, a cuyo servicio podrá poner, entonces, sus nuevas capacidades.
DOS CASOS DE LA PRÁCTICA PSICOLÓGICA
¿Período de latencia?
El ejemplo ilustra que la falla en el deseo de aprender puede deberse, en primer lugar, a un fracaso de los mecanismos sublimatorios, con la consecuente resexualización de la pulsión epistemofílica.
En segundo lugar, si la intensidad del estado afectivo (proceso primario) perturba la posibilidad de pensar (proceso secundario), el deseo de aprender queda inhibido.
NUEVOS APORTES DEL ESTUDIO DE INTERACCIONES TEMPRANAS Y DE INVESTGACIONES EMPIRICAS EN INFANTES A LA COMPRENSION PSICOANALITICA DE LA ESTRUCTURACION PSIQUICA. CLARA SCHEJTMAN
La imposibilidad del infante para autopercatarse de su malestar y la incapacidad para resolverlo requieren de un “adulto auxiliador observador” que pueda leer los indicios de los estados afectivos del infante. Esta lectura se realiza desde la subjetividad del adulto jugada en este proceso de hominización.
Freud llamó "yo de realidad inicial" a la instancia incipiente que ha distinguido un adentro y un afuera según una buena marca objetiva: El infans casi inerme muy pronto se halla en condiciones de establecer un primer distingo y una primera orientación entre estímulos de los que puede sustraerse mediante una acción muscular (huida) y otros estímulos frente a los cuales una acción así resulta inútil, pues conservan su carácter de esfuerzo (drang) constante. A los primeros, los imputa a un mundo exterior y los segundos son la marca de un mundo interior, correspondiente a necesidades pulsionales. Es en la eficacia de su actividad muscular, que el viviente humano encuentra un asidero para separar un afuera y un adentro.
El concepto de yo de realidad inicial plantea una primera discriminación “objetiva” entre estímulos interiores y exteriores que se subsumirá al principio de placer-displacer, consecuencia de la vivencia de satisfacción.
Los cuidados parentales satisfacen simultáneamente las pulsiones autoconservativas, a través de la satisfacción real de la necesidad y de las pulsiones sexuales, a través del plus libidinal con el que ejercen esos cuidados, ubicando al infans bajo predominio del principio del placer. Así el desvalimiento es reemplazado por un yo placer que prolonga el estado narcisista primordial.
Freud llama “principio de constancia” a la tendencia a evitar el aumento de displacer proveniente de la excitación. El precario yo en constitución rechaza aquello que pueda devenir fuente de displacer, lo arroja hacia fuera. El yo placer purificado quiere introyectarse todo lo bueno, proyectando la hostilidad hacia el exterior.
Este yo de placer purificado, núcleo de experiencias placenteras, es indispensable para adquirir una organización mínima que permitirá al sujeto tolerar posteriormente lo desagradable.
La porosidad de los límites del yo narcisista puede llevar a una tendencia en el sujeto a defenderse de las excitaciones displacenteras provenientes del interior con los mismos métodos de que se vale contra un displacer de origen externo.
En este encuentro primero entre padres e hijos, los bebés son activos iniciadores de interacción. Los seres humanos tienen una fuerte necesidad innata de contacto intersubjetivo y bidireccional. Al menos en el 40 % del tiempo, las interacciones con el medio son iniciadas por los bebés.
El primer desafío del infante humano es el logro y mantenimiento de la homeostasis fisiológica y emocional, y éste es un proceso diádico y bidireccional. El adulto es una parte del sistema regulador del infante. La madre regula la homeostasis del infans a través de la satisfacción de las necesidades de hambre, apaciguamiento, sueño y acercamiento físico, y al mismo tiempo el infante colabora en la regulación de la lactopoyesis (producción láctea). Este proceso provoca la liberación de occitocina que coopera en la contracción del miometrio uterino, facilitando la retracción del útero en el puerperio.
La conducta comunicativa del infante está organizada en configuraciones de cara, voz, gesto y mirada. Cada configuración (expresividad) comunica claramente el estado afectivo. Las rutinas interactivas cotidianas tienen una estructura narrativa de acción comunicativa y no de palabras y van constituyendo un sistema de sentido para el niño basado en una secuencia de mensajes afectivos. Este sistema de sentido se establece mucho antes de que el niño pueda relacionarse con una narrativa de palabras.
La interacción temprana madre-bebé es un sutil interjuego entre desencuentros (mismatches) y encuentros (matches). Estos encuentros son los momentos de regulación mutua positiva donde la madre y el bebé coinciden en la expresión de afecto positivo. Cada participante infante y adulto señala su evaluación acerca del estado afectivo del otro y responde a ella. Cada miembro de la díada intenta mantener un estado de coordinación o reparar un estado de no-coordinación. La interacción madre-bebé se mueve sucesivamente desde estados coordinados o sincrónicos a estados no coordinados
Sólo el 16% del tiempo de una interacción cara a cara se produce encuentro de miradas y afecto positivo entre la madre y el bebé. La mayor parte del tiempo los infantes activan recursos propios de autorregulación, como afecto neutro, atención a objetos distintos que la madre, exploración del entorno, autoapaciguamiento oral y distanciamiento de la madre. La regulación diádica y la autorregulación son dos caras del mismo proceso de regulación afectiva. Los resultados permitieron inferir un puente entre autorregulación y autoerotismo. En la muestra estudiada gran parte del autoapaciguamiento oral se producía en presencia de un despliegue de afecto positivo de la madre. De aquí inferimos que el investimiento libidinal por parte de la madre articula autorregulación con autoerotismo, concebido éste como ligazón estructurante del exceso de cantidad de excitación. Si el ambiente falla en el acompañamiento positivo al proceso de autorregulación del bebé, en lugar de autorregulación puede producirse retraimiento.
El apego del infante humano se define como la búsqueda de proximidad y mantenimiento de cercanía física alrededor de una figura o algunas figuras diferenciadas. Esa proximidad se manifiesta en abrazos, caricias, búsqueda de ser sostenido, sonrisas y vocalizaciones en la interacción social, etc.
La proclividad biológica de apegarse y buscar cercanía permanente con la figura de apego constituiría una “base segura” para el niño la cual le facilitará la exploración del mundo circundante. Los niños pequeños muestran una intensa preocupación por localizar a las figuras de apego en entornos desconocidos y aumentar la proximidad a ellas. Esta búsqueda de apego iniciada desde “la cuna” se mantiene durante toda la vida y se activa en situaciones de debilidad y de stress. La discontinuidad temprana en el vínculo de apego tiene gravosas consecuencias en el sentimiento de sí del niño y en la calidad de la construcción de vínculos afectivos para toda la vida.
Bowlby remarcaba los hallazgos de Lorenz según los cuales las especies animales no necesariamente se apegan a las figuras que las alimentan, y fue pionero en la concepción de que el infante humano viene al mundo predispuesto para la interacción social.
Para Bowlby el apego es en sí mismo un sistema motivacional de base biológica, mediante el cual el infante busca la proximidad con el adulto con el cual vivencia la regulación de sus estados físicos y afectivos.
La activación de conductas de apego depende de la evaluación por parte del infante de un conjunto de señales del entorno que dan como resultado la experiencia subjetiva de seguridad o inseguridad. El sistema de apego es un regulador de la experiencia emocional, y brinda al niño una vivencia de seguridad.
El infante aprende que la presencia del cuidador actúa como regulador de la activación neurovegetativa, evitando una desorganización que va más allá de sus capacidades de afrontar tal situación, y reestableciendo el equilibrio. El infante irá a buscar la proximidad física con el cuidador con la esperanza de ser calmado y de recobrar la homeostasis. La conducta del infante hacia el final del primer año adquiere carácter intencional. Sus experiencias pasadas con sus cuidadores son incorporadas en sus sistemas representacionales a los cuales Bowlby denominó "modelos internos activos" o "modelos internos de trabajo", que podrían considerarse antecedentes de la representación.
Otro de los trabajos nodales de Bowlby fue alrededor de los efectos de la separación breve o prolongada de las figuras de apego y los duelos tempranos.
Bowlby describió un gradiente de reacciones frente a la separación de la figura de apego que va desde “protesta, desesperación y desapego”:
1-Protesta: La etapa inicial de protesta se caracteriza por la necesidad y búsqueda de ubicación de la figura de apego, que se expresa en llamadas esperanzadas, llanto y rabia. Esta reacción va disminuyendo su intensidad convirtiéndose en un llanto monótono triste y el niño se va haciendo más hostil hacia otros niños y adultos iniciando un proceso de duelo por la pérdida de la figura de apego.
2- Desesperación: Al cabo de unos días, si continua la separación de la figura de apego, los niños atraviesan una fase de desesperación; aparentemente todavía preocupados por el progenitor perdido. Se observan períodos de llanto débil y paulatinamente más desesperanzado. Los niños suelen volverse apáticos y retiran el interés por el entorno.
3- Desapego: En la etapa final, llamada de desapego, los niños empiezan a fijarse en el entorno inmediato, incluyendo otros cuidadores y otros niños. En las experiencias de Bowlby, los niños que llegaban a este estado ignoraban y evitaban activamente la figura de apego primaria al llegar el momento de un eventual reencuentro, y algunos parecían no poder recordarla. El padre u otros familiares eran fácilmente recordados y saludados. Esta respuesta desapegada frente a la figura de apego primaria podía durar días, semanas, e incluso meses.
Estos fallos de reconocimiento respondían más a mecanismos de defensa represivos y evitativos frente a la ausencia de la figura anhelada. Las secuelas de tales separaciones mayores “traumáticas” incluyeron no sólo la aparición de ansiedad y ambivalencia con respecto a las personas previamente queridas, sino también, eventualmente, un estado de desapego (indiferencia) en el cual se reprimían tanto sentimientos afectuosos como hostiles.
La representación de la madre se fue transformando de una figura buscada y anhelada, asociada a una experiencia placentera de apego, en una figura que evoca el dolor producido por su ausencia, por lo tanto hostil y que el niño desea evitar.
1- Apego seguro: estos niños exploran rápidamente el ambiente en presencia de la madre previo a la separación, se los nota ansiosos ante la presencia del extraño y la evitan. Se ven perturbados por la breve ausencia de la madre y buscan rápidamente el contacto y reaseguro de ésta cuando retorna. El infante retorna casi inmediatamente a la exploración del entorno y al juego.
2-Apego ansioso/evitativo: estos infantes tienden a aparecer menos ansiosos por la separación, muestran indiferencia frente al extraño, pueden no buscar la proximidad de la madre después de la separación, y pueden no preferir a la madre más que al extraño. Estos niños sobrerregulan afectos y evitan situaciones que producen stress. Se podría pensar que son niños cuyos niveles de excitación no fueron suficientemente estabilizados por los padres y por ello se observa cierta indiferencia hacia ellos.
3-Apego ansioso/resistente: estos niños muestran una exploración limitada del ambiente próximo y poco juego aún antes de la separación. Tienden a ser altamente perturbados por ésta y presentan dificultad al reencontrarse con su madre, subregulan afectos mostrando agitación, tensión, llanto pasivo, etc. La presencia de la madre o sus intentos de calmar al niño fracasan, y la ansiedad y rabia del infante parecen impedir que obtenga alivio con la proximidad de la madre.
4- Apego desorganizado: Un cuarto grupo de niños exhibe conductas aparentemente no dirigidas hacia un fin, dando la impresión de desorganización y desorientación (Main y Solomon, 1990). Los infantes manifiestan inmovilización, golpeteo con las manos, golpeteo con la cabeza, altos niveles de ansiedad, deseo de escapar de la situación aún en presencia de la madre. En estos casos, se encontró que las madres se ubicaban como fuente de reaseguro y de temor simultáneamente, activando intensas motivaciones conflictivas. No es de extrañar que una historia de severa desatención o de abuso sexual o físico esté asociada a menudo con este patrón.
Los infantes seguros parecen vivenciar interacciones mejor coordinadas con sus padres que se muestran sensibles, raramente sobre-estimulantes y parecen más hábiles en reestabilizar las respuestas emocionales desorganizantes del niño. Por lo tanto, los niños logran permanecer relativamente organizados en situaciones de estrés. Las emociones negativas pueden ser comunicadas a los padres que les van dando un sentido ya sea verbalmente o respondiendo a sus demandas y de este modo las emociones negativas son sentidas como menos amenazantes.
El niño "seguro" puede adueñarse de su experiencia interna, y comprenderse a sí mismo y a los otros como seres intencionales cuya conducta está organizada por estados mentales, pensamientos, sentimientos, creencias y deseos.
Los niños con apego ansioso/evitativo han tenido experiencias en las cuales su activación emocional no fue reestabilizada por los padres o que fueron sobrestimulados por conductas parentales intrusivas; por lo tanto, sobrerregulan su afecto y evitan situaciones que pudieran ser perturbadoras. Los niños con apego ansioso-resistente subregulan afectos, incrementando su expresión de malestar posiblemente en un intento de despertar la respuesta esperada por parte de la madre. El bajo umbral para las condiciones amenazantes lleva al niño a buscar contacto con la madre, pero al mismo tiempo, a sentirse frustrado aun estando con ella.
Stern se ha interesado en la ampliación del estudio del vínculo temprano más allá de la teoría del apuntalamiento. Si bien en los primeros tres meses de vida el mantenimiento de la homeostasis se caracteriza por la regulación fisiológica del bebé, las investigaciones muestran que más frecuentemente la regulación se sostiene en el intercambio de conductas sociales que en la satisfacción de la necesidad instintiva.
La exploración y actividad del bebé y sus estados emocionales se producen vía la estimulación del otro y son una creación mutua. La empatía de la madre para leer los mensajes no verbales del bebé y las respuestas de éste activan un diálogo interactivo que aporta a la regulación mutua.
Stern propone que los infantes tienen una vida subjetiva, aun desde los primerísimos momentos y ubica en el centro de su indagación al sentido de sí mismo, el cual entiende como un patrón constante de percatación, una experiencia subjetiva organizadora que partiendo de lo preverbal va adquiriendo sentidos más complejos hasta llegar a la autopercatación verbal.
Las experiencias interactivas son internalizadas como vivencias de “estar con” el otro significativo y se integran a la memoria episódica relacional, a través de la internalización de las experiencias de repetidas gratificaciones interpersonales con el cuidador primario quien tiene a su cargo la regulación afectiva del infante y la transformación de los estados emocionales negativos en positivos. Esto puede ocurrir con o sin conciencia de ello por parte del infante.
Stern encontró que los infantes poseen una capacidad general innata para tomar información recibida en una modalidad sensorial y traducirla a otra modalidad sensorial sin aprendizajes previos. Los infantes parecen experimentar un mundo de unidad perceptual en el que perciben cualidades amodales, representan abstractamente esas cualidades y después las trasponen a otras modalidades. El tipo de representaciones abstractas que el infante experimenta no son sensaciones visuales, táctiles o auditivas, ni objetos nombrables sino formas, intensidades y pautas temporales, cualidades más bien globales de la experiencia.
Stern llega a estas conclusiones a partir del resultado de investigaciones microanalíticas con bebés. Entre ellas, Meltzof y Borton vendaron por unos segundos los ojos a bebés de 3 semanas y les dieron a succionar uno de dos chupetes diferentes. Un grupo recibía un chupete con tetilla esférica y el otro un chupete cuya tetilla presentaba protuberancias en distintos puntos de su superficie. Luego de esta experiencia de succión, se colocaban ambos chupetes a ambos lados de cada uno de los bebés. Al quitarles la venda, los bebés dirigían su vista por un tiempo más prolongado al chupete que habían succionado. Esta observación cuestionaba, según los investigadores, las conclusiones de Piaget que planteaba la necesidad de construcción de esquemas específicos, heterogéneos que recién posteriormente y a partir de una experiencia reiterada podrían integrarse. Según el enfoque piagetiano el niño debía contar con un esquema visual, posteriormente un esquema háptico[1] y luego estos dos esquemas debían intercomunicarse por asimilación recíproca de modo que resulte un esquema visual háptico coordinado. En el experimento descrito, el resultado obtenido no podía explicarse por asociacionismo ya que los bebés no habían tenido experiencia visual previa con los chupetes ofrecidos. Los investigadores concluyeron que esta transferencia de información háptico-visual se encuentra en las primeras semanas y va mejorando a medida que el bebé crece. Otros trabajos se hicieron presentando a los bebés sonidos del habla por vía visual y por via auditiva. Los infantes miraban por más tiempo los rostros cuyos labios coincidían con los sonidos que escuchaban que aquellos rostros que movían los labios en disonancia con los vocablos escuchados. Stern considera que los infantes están preconstituidos para realizar este tipo de equivalencias transmodales, y para forjar ciertas integraciones de su experiencia sensorial. Los infantes no necesitan tener experiencias repetidas para formar algunas de las piezas del sí mismo y del otro.
Para Stern, cada etapa es una oportunidad única de desarrollo, pero también lo es de cierre y autonomía. El desarrollo no implica sólo la ampliación de la recepción de estímulos, también implica, cierre y selección. El desarrollo implica capacidad de seleccionar estímulos metabolizables y evitar la inundación. Decir no a la oferta del ambiente es un indicio de autonomía.
Estos conocimientos respecto de las capacidades innatas de los bebés y de la discriminación perceptual temprana pueden corresponderse con el planteo freudiano del yo de realidad inicial, como marca objetiva de discriminación entre un interior y un exterior. Por otro lado la noción de cierre y autonomía, también postulada por las neurociencias puede corresponderse con el planteo freudiano de un yo como dispositivo que inhiba las grandes transferencias de cantidad de excitación. A partir de las experiencias con el objeto maternante, el Yo se va constituyendo como sistema de representaciones investidas libidinalmente, que retiene en esa trama representacional una cantidad de energía suficiente como para asegurar su eficacia y reprimir así la reproducción alucinatoria del objeto, logrando la discriminación.
Stern plantea que la capacidad de ir cerrándose y seleccionar estímulos tiene un progreso evolutivo cuyos indicadores de autorregulación y autonomía se van complejizando.
Si bien, los recién nacidos muestran sutiles pero precarios esbozos de autorregulación, a partir de los 4 meses puede observarse cómo los bebés utilizan la desviación de la mirada para expresar su deseo de cesar la interacción.
A los 7 meses ya expresan su deseo de autonomía con gestos claros de corte y vocalizaciones.
A los 14 meses ya adquirida la marcha el bebé muestra excitación y placer por huir del adulto. Disfruta el ejercicio de su nueva motricidad y se regocija alejándose del cuidador del cual, al mismo tiempo, se siente tan dependiente.
A los 2 años ya es el lenguaje el que manifiesta el deseo del niño de autovalerse y autosostenerse a sí mismo, “yo solito”.
Stern plantea que los infantes comienzan a experimentar desde el nacimiento un sentido del sí mismo emergente. Están preconstituidos para darse cuenta de los procesos de autoorganización, para ser selectivamente responsivos a los distintos acontecimientos de la vida cotidiana. Nunca hay total indiferenciación sí mismo-otro y entre los 2 y los 6 meses van consolidando un sentido de sí mismo nuclear como unidad separada tendiente a la cohesión, a un sentido de la propia agencia, logrando un sentido de sí mismo nuclear y de otro nuclear con continuidad en el tiempo y agente de sus propias acciones. Este logro evolutivo se basa en la incipiente posibilidad de memoria de la propia experiencia y en un aumento de las distinciones físicas y sensoriales entre el sí mismo y el otro.
De los 9 a los 18 meses el infante logra un sentido de sí mismo subjetivo a partir del cual se experimenta a sí mismo y al otro en términos de compartir y diferenciar intenciones. El infante descubre que tiene una mente y que otras personas también la tienen, dando una nueva perspectiva organizadora a su vida social en la cual se produce un dominio de relacionamiento intersubjetivo. En este estadio, el infante comienza a compartir estados afectivos. Stern desarrolló el concepto de “entonamiento afectivo” que caracteriza este estadio. El adulto no se limita a imitar o reflejar la tonalidad afectiva del bebé sino que se da un proceso de acompañamiento activo, como quien se suma a un coro para entonar. Este entonamiento comprende la lectura por parte del progenitor del estado afectivo del infante y pone en acción conductas que den cuenta de la correspondencia con el estado afectivo del infante. El infante lee la acción del progenitor como teniendo que ver con su propia experiencia emocional y recíprocamente. Muchas veces, la madre desentona deliberadamente para conseguir que el niño la siga, como “poniéndose a tono”, en una afinación compartida.
A partir de los 2 años se produce el sentido del sí mismo verbal. Si bien el relacionamiento verbal constituye una ampliación y enriquecimiento de la comunicación y la aspiración a la autopercatación, Stern advierte que este dominio solo recubre parcialmente las experiencias del dominio de relacionamiento emergente, nuclear y subjetivo. Estos dominios permanecerán en parte independientes del lenguaje y provocan una escisión en la experiencia del sí mismo. De esto se desprende que se producen dos líneas en el desarrollo: el lenguaje como nueva forma de relacionamiento y el lenguaje como un problema para la integración de la experiencia del sí mismo y la experiencia con el otro.
Condición doble del lenguaje. El lenguaje brinda una ampliación del relacionamiento y una nueva forma de autopercatación e integración que expande la experiencia interpersonal, pero al mismo tiempo introduce el desfasaje entre dos formas simultáneas de experiencia interpersonal: la vivida y la representada. El lenguaje por su relación con lo inconciente inaugura también el equívoco y el desencuentro.
PERÍODO DE LATENCIA: CARACTERÍSTICAS TÍPICAS. BOZZALLA Y NAIMAN
Se puede definir al período de latencia en base a diferentes criterios:
- por su ubicación cronológica
- según sus aspectos descriptivos
- desde una perspectiva metapsicológica
Por su ubicación cronológica, se puede decir que se ubica entre el complejo de Edipo y la pubertad. Se inicia con el sepultamiento del complejo de Edipo, la constitución del superyo y la instalación de los diques: sentimientos de asco y pudor y barreras éticas y estéticas en el interior del yo. Se extiende hasta la metamorfosis de la pubertad, en la cual niños y niñas se encuentran con un nuevo cuerpo, con una nueva exigencia pulsional y con la reanimación de las aspiraciones e investiduras de objeto de la temprana infancia, así como las ligazones de sentimiento del complejo de Edipo. Esta definición se correlaciona directamente con las afirmaciones de Freud acerca de la acometida en dos tiempos de la sexualidad.
Según sus aspectos descriptivos, se puede definir el período de latencia por la disminución del interés por las actividades sexuales y el ocultamiento de aquellas que permanecen. El deseo de aprender tomar el lugar de los intereses y las curiosidades sexuales previos y el niño y la niña invierten su energía, ahora disponible, para descubrir aspectos del mundo en el que viven y para integrarse en nuevos grupos sociales fuera del ámbito familiar. La exclusividad de la importancia de las figuras parentales queda acotada por el conocimiento de otras familias y la relación con otras figuras de autoridad, principalmente los maestros, que heredan la historia afectiva que tenían con sus progenitores. El lenguaje se vuelve paulatinamente el principal medio de expresión y comunicación, gracias a la estabilización del proceso secundario. Los niños/as piensan, reflexionan, se ponen en el lugar de los otros, ganan en autonomía, desarrollan su propia moral. Entre los 7 y los 12 años se produce un giro decisivo en el desarrollo mental y afectivo. Aparecen nuevos sentimientos morales como la honestidad, la camaradería, la justicia, y una organización de la voluntad. El equilibrio afectivo se hace más estable.
Desde e punto de vista metapsicológico, en la latencia el aparato psíquico sufre una transformación. Una nueva instancia, el superyo, se incorpora con la internalización de las figuras parentales, sus prohibiciones e ideales. El yo debe cumplir sus funciones respondiendo a esta nueva organización. La acción inmediata como respuesta a los impulsos se coarta, aumenta el fantaseo y el pensamiento reflexivo. En este período se organiza definitivamente la heterogeneidad del aparato psíquico y la consecuente dinámica entre el yo y sus vasallajes respecto el Ello, el Superyo y la realidad (2da tópica).
La constitución del superyo y la erección de diques: sentimientos de asco, pudor y barreras éticas y estéticas en el interior del yo son poderosas formaciones reactivas frente a la sexualidad infantil que se reprime o se sublima, mediante la derivación hacia otros fines, el cambio de objeto y la aceptación cultural de sus producciones.
Origen del período de latencia
En el Sepultamiento del complejo de Edipo, Freud plantea estas dos últimas hipótesis: El complejo de Edipo cae sepultado, sucumbe a la represión y es seguido por el período de latencia. Así, el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de su imposibilidad interna.
El período de latencia no es uniforme.
Se pueden diferenciar 2 subperíodos: latencia temprana y latencia tardía, o primera y segunda latencia.
LATENCIA TEMPRANA
En este subperíodo, la nueva organización psíquica aún no está consolidada. El nuevo funcionamiento es precario y frágil. La represión se va instalando lentamente y por lo tanto el control sobre los impulsos es inestable. Es frecuente la emergencia de angustia y la necesidad de presencia del adulto como reaseguro afectivo.
En la latencia se produce un gran desarrollo del yo que comienza en este subperíodo. Siendo característica principal de esta instancia la demora de la descarga inmediata, los niños y niñas de estas edades mostrarán conductas de postergación y control de la satisfacción de los impulsos, que durante este primer subperíodo se centrarán principalmente en controlar la motricidad. Esta nueva posibilidad va a permitirle al niño acceder al aprendizaje. Sin embargo, si bien es el momento del inicio del aprendizaje de la lectura y la escritura, muchas veces los niños no cuentan con los niveles de autonomía interior que son requeridos para esta tarea y es por éste y otros factores que involucran aspectos histórico-libidinales que niños de distintos niveles socioculturales suelen presentar sus principales dificultades escolares en el acceso al código de la lectura y la escritura, ya que se encuentra comprometida su actividad simbólica.
Frecuentemente en este subperíodo no logran “quedarse quietos”, al menos por mucho tiempo.
Los chicos en esta subetapa siguen disfrutando del despliegue de la actividad motriz como descarga que le ofrece gratificaciones libidinales y agresivas a la vez que es una contención de las fantasías masturbatorias e incestuosas.
La actividad motriz también permite el incremento de la capacidad para hacer prueba de realidad, facilitando el aprendizaje por la experiencia.
Asimismo, la actividad motriz se despliega en el marco de juegos reglados y actividades deportivas que la regulan y evitan los desbordes. La espontánea separación por sexos que predomina en las actividades durante esta etapa está también al servicio del control impulsivo.
Otra característica propia de este subperíodo es la ambivalencia del niño frente a mandatos del superyo y la imposibilidad por determinar si los imperativo categóricos provienen de una voz interior o exterior. Las conductas manifiestas que se observan frente a las prescripciones y prohibiciones en estas edades son también ambivalentes, ya que van desde la obediencia complaciente hasta la rebeldía, aunque culposa.
LATENCIA TARDÍA
En este subperíodo se plasman las características que se conocen como propias del período de latencia.
Está caracterizado por un mayor equilibrio y una mayor estabilidad de las diferentes instancias. No aparecen nuevas metas instintivas y se consolidan el desarrollo del yo y del superyo, ejerciendo un control más eficaz y autónomo sobre los impulsos. La maduración neurobiológica producida entre los 6 y los 8 años colabora en este proceso.
Los logros obtenidos durante este subperíodo permitirán a los niñoas y niñas afrontar los aumentos de tensión sexual y agresiva propios de la pubertad y los procesos de cambio adolescente.
El superyo se afianza como instancia interior fortaleciéndose los procesos de abandono de las investiduras libidinales y su sustitución por identificaciones.
Se desarrolla claramente un sentido de autovaloración, que se apoya en los logros y el autocontrol. Estos son reconocidos con valor positivo por el entorno escolar y familiar.
Los niños de esta edad se evalúan comparando sus habilidades y sus logros con los de los demás. El equilibrio narcisista es mantenido en forma más o menos independiente de las figuras parentales y con una cierta dependencia de la aprobación del grupo de pares.
Adquieren una perspectiva de sí mismos más integrada y compleja al reconocer y diferenciar los roles que desempeñan en distintos espacios sociales y sus distintas habilidades. Van afianzando un sentido de identidad. Pueden pensarse a sí mismos y relacionar sus acciones con sus rasgos de personalidad y con sus sentimientos. Alcanzan mayor estabilidad en los estados afectivos.
Separan su pensamiento racional y su fantasía, la conducta pública y la privada. En este mismo sentido de la progresiva capacidad de diferenciación, la capacidad para discriminar entre diferentes espacios, diferentes tiempos, y entre el yo y el objeto, contribuye a su creciente capacidad para la autonomía y la historización de sí.
A partir de los 8 años, niños y niñas van logrando una mayor concentración cuando trabajan de manera individual y una colaboración más efectiva cuando participan en actividades de grupo.
El niño pasa de un egocentrismo social e intelectual a nuevas coordinaciones que le van a permitir otras formas de organización, mayor autonomía y procesos complejos de reflexión.
El inicio de construcciones lógicas en lo intelectual le permite comprender los sistemas de relaciones, la coordinación de distintos puntos de vista, un sistema de valores, lograr una moral de cooperación y autonomía personal. Aparecen nuevos sentimientos morales como la honestidad, la camaradería, la justicia, y una organización de la voluntad. El equilibrio afectivo se hace más estable. Se atenúa la ambivalencia.
El juego cambia: se complejiza y mediatiza ya que se combinan habilidades con el azar, se inventan reglas o se modifican las transmitidas de generación en generación como una forma de expresar la verdadera comprensión del consenso que subyace a las mismas. Se juega cooperativamente, se reparten roles.
El desarrollo del lenguaje, que deja de ser egocéntrico, da cuenta de las justificaciones lógicas utilizadas para la conexión entre ideas. Las posibilidades de discusión hacen que las explicaciones entre los niños se den en el plano de la palabra y del pensamiento y no tanto en la acción. El cuerpo deja de ser un instrumento privilegiado para la expresión de los estados internos, en la medida que se incrementaron las posibilidades de expresión verbal. También logran mayores posibilidades de expresión artística, como concreción de las posibilidades de sublimación.
El mundo social del lactante
Freud afirma que las actitudes afectivas se establecen en los primeros 6 años de vida. Esto es, que la forma y el tono afectivo que fijó en la relación con los padres y hermanos van a ser transferidas a todas las relaciones que en el futuro se establezca con otros adultos y niños.
Todas las amistades y vinculaciones amorosas ulteriores son seleccionadas sobre la base de las huellas mnemónicas que cada uno de aquellos modelos primitivos dejó.
En la etapa de la segunda infancia, el niño amplía sus relaciones, se vincula con otros pares y conoce otras familias.
En el campo de la intersubjetividad, pueden diferenciarse las características del vínculo:
REALIDAD Y JUEGO. WINNICOTT
CAPÍTULO 1
Objetos transicionales y fenómenos transicionales.
Primera hipótesis: los recién nacidos tienden a usar el puño, los dedos, los pulgares, para estimular la zona erógena oral, para satisfacer los instintos en esa zona y además para una tranquilización. Al cabo de unos meses, los bebés encuentran placer en jugar con muñecas y la mayoría de las madres les ofrecen algún objeto especial y esperan q se aficionen a ellos. Existe una relación entre estos dos grupos de fenómenos, separados por un intervalo de tiempo.
La primera posesión:
Los bebes exigen riquísimas pautas en su uso de su primera posesión de “no-yo”.
Se advierte una amplia variación en la secuencia de los hechos q empieza con las primeras actividades de introducción del puño en la boca por el recién nacido, y que a la larga lleva al apego a un osito, una muñeca o un juguete, blando o duro. Aquí hay algo importante, aparte de la excitación y satisfacción oral, aunque estas puedan ser la base de todo lo demás. Se pueden estudiar muchas otras cosas de importancia, entre ellas:
Ningún ser humano se encuentra libre de la tensión de vincular la realidad interna con la exterior, y el alivio de esta tensión lo proporciona una zona intermedia de la experiencia que no es objeto de ataques. Además de un mundo interno y uno externo, la tercera parte de la vida de un ser humano es una zona intermedia de experiencia a la cual contribuyen la realidad interior y la vida exterior. A esta zona no se le presentan exigencias, salvo la de que exista como lugar de descanso para un individuo dedicado a la perpetua tarea humana de mantener separadas y a la vez interrelacionadas la realidad interna y la exterior. En la infancia la zona intermedia es necesaria para la iniciación de una relación entre el niño y el mundo, y la posibilita una crianza lo bastante buena en la primera fase crítica. Para ello, es esencial la continuidad en el tiempo del ambiente emocional exterior y de determinados elementos del medio físico, tales como los objetos transicionales.
Los términos objeto transicional y fenómeno transicional designan la zona intermedia de la experiencia, entre el pulgar y el osito, entre el erotismo oral y la verdadera relación de objeto, entre lo subjetivo y lo que se percibe en forma objetiva. El parloteo del bebé y la manera en que un niño mayor repite un repertorio de canciones y melodías mientras se prepara para dormir se ubican en la zona intermedia, como fenómenos transicionales, junto con el uso que se hace de objetos que no forman parte del cuerpo del niño aunque todavía no se los reconozca del todo como pertenecientes a la realidad exterior.
Se lo llama objeto transicional ya q no es un objeto externo, objetivo enteramente todavía. Todavía no se constituyo la categoría de yo/no-yo. Los objetos transicionales se ubican en la zona intermedia de experiencia. Cuando hablamos del objeto como juguete ya es otra cosa. Acá estamos hablando del comienzo de un pensamiento simbólico. El objeto simboliza al pecho, simboliza a la madre, pero no es la madre. Y aun no lo considera como un no-yo totalmente, ya que llegado a este punto ya pasa a considerarlo como un juguete. Ayuda en esos primeros momentos de separación de la madre, de transición.
En cada individuo se reconoce un exterior y un interior, pero además existe una tercera parte de la vida, una zona intermedia de la experiencia a la cual contribuyen la realidad interior y la vida exterior. Tiene la función de descanso para el individuo, y de mantener separadas e interrelacionadas la realidad humana interna y la exterior. Es habitual la referencia a la “prueba de realidad”, y se establece una clara distinción entre la apercepción y la percepción. Existe un estado intermedio entre la incapacidad del bebé para reconocer y aceptar la realidad, y su creciente capacidad para ello. La sustancia de la ilusión, lo q se permite al niño y lo q en la vida adulta es inherente del arte y la religión, pero se convierte en el sello de la locura cuando un adulto exige demasiado de la credulidad de los demás cuando los obliga a aceptar una ilusión q no les es propia. Winnicott no se refiere al osito del niño pequeño, ni al uso del puño o pulgar por el bebe. No estudia el primer objeto de las relaciones de objeto, su enfoque tiene q ver con la primera posesión, y con la zona intermedia entre lo subjetivo y lo q se percibe en forma objetiva.
En el desarrollo de un niño pequeño aparece tarde o temprano una tendencia a entretejer en la trama personal objetos-distintos-que-yo. En el caso de algunos bebes, el pulgar se introduce en la boca mientras los demás dedos acarician el rostro mediante movimientos de pronación y supinación del antebrazo. La boca se muestra activa en relación con el pulgar pero no respecto de los dedos.
En la experiencia corriente se da uno de los casos siguientes:
Estas experiencias funcionales van acompañadas por la formación de pensamientos o de fantasías. Todas estas cosas se denominan fenómenos transicionales. Un puñado de lana o la punta de un edredón o una palabra o melodía o una modalidad que llega a adquirir una importancia vital para el bebe en el momento de disponerse a dormir, y q es una defensa contra la ansiedad, en especial contra la de tipo depresivo. Puede q el niño haya encontrado algún objeto blando, o de otra clase, y lo use, y entonces se convierte en un objeto transicional. Este objeto es muy importante. Los padres llegan a conocer su valor y lo llevan consigo cuando viajan. La madre permite q se ensucie y aun q tenga mal olor, pues sabe q si lo lava provoca una ruptura en la continuidad de la experiencia del bebe, q puede destruir la significación y el valor del objeto para este.
Las pautas establecidas en la infancia pueden persistir en la niñez, de modo q el primer objeto blando sigue siendo una necesidad absoluta a la hora de acostarse; o en momentos de soledad, o cuando existe el peligro de un estado de ánimo deprimido.
No existe una diferencia apreciable entre los varones y las niñas en su uso de la primera posesión “no-yo”, es decir, del objeto transicional.
Cuando el bebe empieza a usar sonidos organizados (mam, ta, da) puede aparecer una palabra para nombrar al objeto transicional. Es frecuente q el nombre q da a esos primeros objetos tenga importancia, y por lo general contiene en parte una palabra empleada por los adultos.
La primera posesión no-yo es el objeto transicional cuyas características son:
1) El bebé adquiere derechos sobre él. Los padres lo aceptan y conocen su valor.
2) El objeto es acunado con afecto y al mismo tiempo amado y mutilado con excitación.
3) Nunca debe cambiar (a menos de que el propio bebé lo cambie)
4) Tiene que sobrevivir al amor instintivo así como al odio o agresión pura.
5) Al bebé debe parecerle que irradia calor o que se mueve o que posee cierta textura o que hace algo que parece demostrar que posee vitalidad o realidad propia.
6) Proviene de afuera desde nuestro punto de vista, pero no para el bebé. Tampoco viene de adentro, no es una alucinación. No es un concepto mental, es una posesión. Tiene vinculaciones con el objeto exterior (el pecho) y con los objetos internos (el pecho mágicamente introyectado), pero es distinto de ellos.
7) Su destino sufre una descarga gradual, de modo q a lo largo de los años queda no tanto olvidado, sino relegado. En un estado de buena salud el objeto transicional “no entra”, ni es forzoso q el sentimiento relacionado con el sea reprimido. No se lo olvida ni se lo llora. Pierde significación, y ello pq los fenómenos transicionales se han vuelto difusos, se han extendido a todo el territorio intermedio ente la “realidad psíquica interna” y el campo cultural.
III. Relación del objeto transicional con el simbolismo
Es cierto que un trozo de frazada, o lo q fuere, simboliza un objeto parcial, como el pecho materno. Pero lo q importa no es tanto su valor simbólico como su realidad. El q no sea el pecho (o la madre) tiene tanta importancia como la circunstancia de representar al pecho materno (o a la madre). Cuando se emplea el simbolismo el niño ya distingue con claridad entre la fantasía y los hechos. El termino OT deja lugar para el proceso de adquisición de la capacidad de aceptar diferencias y semejanzas. Creo que se puede usar una expresión que describa el simbolismo en el tiempo, que describa el viaje del niño entre lo subjetivo hasta la objetividad.
ESTUDIOS TEORICO.
- El objeto transicional representa el pecho materno o el objeto de la primera relación. Simboliza un objeto parcial, tiene valor simbólico.
- Es anterior a la prueba de realidad establecida.
- En relación con el OT, el bebé pasa del dominio omnipotente (mágico) al dominio por manipulación (que implica el erotismo muscular y el placer de la coordinación).
El objeto transicional no es un objeto interno, es una posesión, pero para el bebe tampoco es un objeto exterior.
Un niño no tiene la menor posibilidad de pasar del principio de placer al de realidad, o a la identificación primaria y más allá de ella si no existe una madre lo suficientemente buena. La madre lo bastante buena es la q lleva a cabo la adaptación activa a las necesidades de este y q la disminuye poco a poco, según la creciente capacidad del niño para hacer frente al fracaso en materia de adaptación y para tolerar los resultados de la frustración. La madre suficientemente buena comienza con una adaptación casi total a las necesidades de su hijo, y a medida q pasa el tiempo se adapta poco a poco, en forma cada vez menos completa, en consonancia con la creciente capacidad de su hijo para encarar ese retroceso. Entre los medios con UE cuenta el bebé para enfrentar ese retiro materno se cuentan las siguientes:
Si todo va bien, el bebe puede incluso llegar a sacar provecho de la experiencia de frustración, puesto q la adaptación incompleta a la necesidad hace q los objetos sean reales, es decir, odiados tanto como amados. La adaptación exacta se parece a la magia y el objeto q se comporta a la perfección no es mucho mas q una alucinación.
Los fenómenos transicionales pertenecen al reino de la ilusión que constituye la base de iniciación de la experiencia, posibilitada por la capacidad de adaptación de la madre a las necesidades del hijo. Un niño no puede pasar del principio de placer al de realidad si no existe una madre suficientemente buena.
Al comienzo, gracias a una adaptación de casi el 100 por ciento, la madre ofrece al bebe la oportunidad de crearse la ilusión de q su pecho es parte de el. Por así decirlo, parece encontrarse bajo su dominio mágico. La omnipotencia es casi un hecho de la experiencia. La tarea posterior de la madre consiste en desilusionar al bebe en forma gradual, pero no lo lograra si al principio no lo ofreció suficientes posibilidades de ilusión.
El bebe crea el pecho materno una y otra vez a partir de su capacidad de amor, o de su necesidad. Se desarrolla en el un fenómeno subjetivo, q llamamos pecho materno.
Al comienzo del desarrollo, un bebé ubicado en determinado marco proporcionado por la madre es capaz de concebir algo que podría satisfacer la creciente necesidad que surge de la tensión instintiva. En ese momento se presenta la madre, que coloca el pecho en el lugar en que el bebé está pronto para crear y en el momento oportuno. Si ésta se adapta a las necesidades del bebé lo suficientemente bien, hay una superposición entro lo que la madre proporciona y lo que el bebé puede concebir al respecto, y produce en éste la ilusión de que existe una realidad exterior que corresponde a su propia capacidad de crear. Gracias a una adaptación casi total, la madre ofrece al bebé la oportunidad de crearse la ilusión de que su pecho es parte de el, como si se encontrase bajo su dominio mágico. La diferencia entre la ilusión y la alucinación es que la ilusión es algo que la madre realiza, en cambio la alucinación la realiza el niño. La zona inmediata es la que se ofrece al bebé entre la creatividad primaria y la percepción objetiva basada en la prueba de la realidad. Los fenómenos transicionales representan las primeras etapas del uso de la ilusión, sin las cuales no tiene sentido para el ser humano la idea de una relación con un objeto que otros perciben como exterior a ese ser.
La tarea posterior de la madre consiste en una DESILUSIÓN gradual del bebé, en consonancia con la capacidad de su hijo para encarar ese retroceso. Tiene condiciones para soportar el alejamiento de la madre. El niño tiene mayor percepción de ese proceso, utiliza satisfacciones autoeróticas, comienzan las fantasías. Si las cosas salen bien en ese proceso, queda preparado el escenario para las frustraciones denominadas destete. Si todo va bien, el bebé puede incluso sacar provecho de la experiencia de frustración, ya que la adaptación incompleta a la necesidad hace que los objetos sean reales, es decir tanto odiados como amados.
No hay intercambio entre el bebe y la madre. En términos psicológicos, el bebe se alimenta de un pecho q es parte de el, y la madre da la leche a un bebe q forma parte de ella.
En la infancia la zona intermedia es necesaria para la iniciación de una relación entre el niño y el mundo, y la posibilita una crianza lo bastante buena en la primera fase crítica. Para todo ello es esencial la continuidad en el tiempo del ambiente emocional exterior y de determinados elementos del medio físico, tales como el o los objetos transicionales.
Si la madre continua siendo mágica en su aparición es una madre q pasara a ser irreal. Esa madre tiene q dejar de ser “mágica”. La madre no puede permanecer como mágica y omnipotente. Tiene q poder apartarse. Dejar q el niño pase un tiempo de espera y de frustración necesaria en el q se comienza a dar la ilusión. Esto permite q el niño desarrolle procesos creativos. Si hubo fallas en el primer momento de dependencia absoluta y hubo fallas en la instalación de obj transicionales puede haber derivaciones patológicas.
El chupete no es un objeto transicional. El objeto transicional no produce satisfacción por la succión en si. Sino q tiene q ser un objeto mostrado, acercado por la madre. El fenómeno transicional puede ser una canción. Ejemplo: chupete + canción, el chupete no sería el objeto transicional sino la canción. El valor q tiene para los padres define al objeto transicional. Nenes que se autocantan al dormir: fenómeno transicional. Dormir es separarse. El obj trans es algo creado por el nene, a la hs de separarse de la mama. Cuando no se pudo separar y el objeto transicional ES la madre, devienen problemas psicológicos graves.
CAPÍTULO 9:
Papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño:
En el desarrollo emocional individual el precursor del espejo es el rostro de la madre. Lacan se refiere al uso del espejo en el desarrollo del yo de cada individuo. Pero no piensa en él en términos del rostro de la madre, como lo hace Winnicott.
Winnicott toma la función del espejo en momentos iniciales y dice q el niño mira el rostro de la madre y se ve él. Lo q parece la madre se puede relacionar con lo q se ve de él.
El espejo en el sentido de mirarse y reconocer el propio rostro. El espejo del niño es el rostro de la madre. Cuando el niño se está amamantando, mira el rostro de su madre y en el se ve a si mismo. La madre le devuelve la mirada y lo q parece la mama cuando lo mira al bebe se relaciona con lo q se ve del niño. Se miran, se sonríen, y se establece un lenguaje propio entre ellos. Lenguaje amoroso y rico en sensaciones. En ese momento el papel de la mirada es esencial. Hay casos en q esto no se instala. Es la base del mirar creador. “Cuando miro se me ve y por lo tanto existo”. “Ahora puedo permitirme mirar y ver, ahora miro en forma creadora. Y lo q miro lo percibo y lo apercibo. No me importa ver lo q no esta presente para ver”.
Percepción: lo sensorial, lo q se percibe, lo q se interpreta
Apercepción: los recuerdos q surgen a partir de la percepción.
En las primeras etapas del desarrollo emocional del niño desempeña un papel vital el ambiente, q en verdad aun no ha sido separado del niño por éste. Poco a poco se produce la separación del no-yo y el yo, y el ritmo varía según el niño y el ambiente. Los principales cambios se producen en la separación de la madre como rasgo ambiental percibido de manera objetiva.
La función ambiental implica:
- Aferrar
- Manipular
- Presentar el objeto
El niño puede responder a estos ofrecimientos ambientales, pero el resultado en el bebe es la máxima maduración personal. Un bebe es sostenido y manipulado de manera satisfactoria, y dado esto por sentado se le presenta un objeto en tal forma, q no se viola su legitima experiencia de omnipotencia. El resultado puede ser el de q el bebe sepa usar el objeto y sentir q se trata de un objeto subjetivo, creado por el.
¿Qué ve el bebe cuando mira el rostro de la madre? Winnicott sugiere q por lo general se ve a si mismo. La madre lo mira y lo q ella parece se relaciona con lo q ve en él.
Muchos bebes tienen una larga experiencia de no recibir de vuelta lo q dan. Miran y no se ven a si mismos. Surgen consecuencias. Primero empieza a atrofiarse su capacidad creadora, y de una u otra manera buscan en derredor otras formas de conseguir q el ambiente les devuelva algo de si. Es posible q lo logren con otros métodos. Una madre cuyo rostro se encuentra inmóvil puede responder de algún otro modo. La mayoría de ellas saben responder cuando el bebe esta molesto o agresivo, y en especial cuando se encuentra enfermo. En segundo lugar, este se acomoda a la idea de q cuando mira ve el rostro de la madre. Este, entonces, no es un espejo. De modo q la percepción ocupa el lugar de la apercepción, el lugar de lo q habría podido ser el comienzo de un intercambio significativo con el mundo, un proceso bilateral en el cual el autoenriquecimiento alterna con el descubrimiento del significado en el mundo de las cosas vistas. Algunos bebes no abandonan del todo las esperanzas y estudian el objeto y hacen todo lo posible para ver en el algún significado. Otros, atormentados por este tipo de fracaso materno relativo, estudian el variable rostro de la madre, en un intento de predecir su estado de ánimo. En dirección de la patología, se encuentra la predecibilidad, q es precaria y obliga al bebe a esforzarse hasta el limite de su capacidad de previsión de acompañamientos. El q es así tratado crecerá con desconcierto en lo q respecta a los espejos y a lo q estos pueden ofrecer. Si el rostro de la madre no responde, un espejo será entonces algo q se mira, no algo dentro de lo cual se mira. “Cuando miro se me ve y por lo tanto existo”.
Sentirse real es mas q existir; es encontrar una forma de existir como uno mismo, y de relacionarse con los objetos como uno mismo, y de tener una persona dentro de la cual poder retirarse para el relajamiento. La importancia del papel de la madre, de devolver al bebe su persona, tiene la misma importancia para el niño y la familia. Reviste la contribución q puede realizar una flia en lo q se refiere al crecimiento y enriquecimiento de la personalidad de cada uno de los integrantes.
LA FAMILIA Y EL DESARROLLO DEL INDIVIDUO: LA RELACION INICIAL DE UNA MADRE CON SU BEBÉ. WINNICOTT
Se da en la mujer embarazada una creciente identificación con el niño, a quien ella asocia con la imagen de un “objeto interno”, que imagina se ha establecido dentro de su cuerpo y que pertenece allí. El bebe significa tmb otras cosas para la fantasía icc de la madre, pero tal vez el rasgo predominante sea la disposición y la capacidad de la madre para despojarse de todos sus intereses personales y concentrarlos en el bebe; aspecto de la actitud materna q Winnicot denomina preocupación materna primaria. Esta disposición otorga a la madre su capacidad especial para hacer lo adecuado: ella sabe exactamente cómo se siente el niño, y nadie más lo sabe pq están fuera de esta área de experiencia.
Cuando la madre se encuentra en este estado es sumamente vulnerable, y por lo común se forma una especie de círculo de protección a su alrededor, organizado quizás por su compañero. Esta envoltura protectora permite a la madre volcarse hacia adentro y desentenderse de todo peligro externo mientras se encuentra concentrada en la preocupación maternal. A algunas mujeres no solo les resulta difícil desarrollar esa preocupación materna primaria, sino q también la vuelta a una actitud normal frente a la vida y al self puede provocar una enfermedad clínica, atribuible en cierta medida a la ausencia o falta de la envoltura protectora, de eso q permite a la madre volcarse hacia dentro y desentenderse de todo peligro externo, al tiempo q se encuentra concentrada en esa preocupación maternal.
Hay dos clases de trastornos maternos q pueden afectar esta situación:
1) En un extremo tenemos a la madre cuyos intereses personales son demasiado compulsivos como para abandonarlos, lo cual le impide sumergirse en ese extraordinario estado q casi parece una enfermedad, aunque constituya un signo de salud. Este tipo de madre enferma no puede destetar al niño porque éste nunca la tuvo realmente, de modo q no corresponde aquí hablar de destete.
2) En el otro extremo tenemos a la madre q tiende a estar permanentemente preocupada por algo, y el niño se convierte entonces en su preocupación patológica. Esta madre tal vez cuente con una especial capacidad para prestarle su propio self al niño. La madre patológicamente preocupada no solo sigue estando identificada con su hijo durante un tiempo demasiado prolongado, sino q además, pasa muy bruscamente de la preocupación por el bebé a su preocupación previa. No puede destetarlo o lo hace en forma demasiado brusca sin tener en cuenta la necesidad gradual del chico.
Es parte del proceso normal que la madre recupere su interés por sí misma y que lo haga a medida que el niño vaya siendo capaz de tolerarlo. La forma en que la madre normal supera este estado de preocupación por el bebé equivale a una especie de destete.
Los niños atendidos en terapia están atravesando fases en las q retroceden y vuelven a experimentar las relaciones tempranas q no fueron satisfactorias en la historia pasada. Podemos identificarnos con ellos tal como la madre lo hace con su hijo.
La identificación del niño con la madre:
Sólo si el niño tiene una madre lo suficientemente buena puede iniciar un proceso de desarrollo que es personal y real. Si la actitud materna no es lo bastante buena, el niño se convierte en un conjunto de reacciones frente a los choques, y el verdadero self del niño no llega a formarse o queda oculto tras un falso self q se somete a los golpes del mundo y en general trata de evadirlos.
En el caso del niño q tiene una madre bastante buena y q realmente se inicia en este proceso, su yo es a la vez débil y fuerte, todo depende de la capacidad de la madre para proporcionar apoyo al yo del niño. El yo de la madre esta sintonizado con el del niño y ella puede darle apoyo si logra orientarse hacia su hijo-
Cuando la pareja madre-bebé funciona bien, el yo del niño es muy fuerte, porque está apuntalado en todos los aspectos. El yo reforzado y fuerte del niño puede, desde muy temprano, organizar defensas y desarrollar patrones que son personales. Es precisamente este niño con un yo fuerte gracias al apoyo yoico de la madre el q se convierte desde temprano en él mismo, real y verdaderamente. Cuando el apoyo yoico de la madre no existe, es débil o tiene altibajos, el niño no puede desarrollarse en forma personal, y entonces el desarrollo esta condicionado mas por una serie de reacciones frente a las fallas ambientales q por las experiencias internas y los factores genéticos. Los niños que reciben una atención adecuada son los que con mayor rapidez se afirman como personas, cada una de las cuales es distinta de todas las demás, mientras q los bebes q reciben un apoyo yoico inadecuado o patológico tienden a parecerse en cuanto a los patrones de conducta (inquietos, suspicaces, apáticos, inhibidos, etc.). En la situación terapéutica de cuidado infantil a menudo se tiene la satisfacción de ver surgir a un niño como individuo por primera vez en su vida.
En el mundo de los bebés, nada se ha separado aun como no-yo, de modo que no existe un yo. La identificación es el punto de partida del niño. Todavía no existe un self. El self del niño en esta etapa temprana solo existe en potencia. El self infantil no se ha formado todavía de modo que no puede decirse que esté fusionado con el de la madre, pero los recuerdos y las expectativas pueden comenzar a acumularse y a tomar forma, siempre y cuando la madre, identificada con su bebé, pueda y quiera proporcionarle apoyo en el momento preciso en que lo requiere. Estas cosas solo ocurren cuando el yo del niño es fuerte pq se lo ha robustecido.
La no-integración. Conocemos tmb la despersonalización, de la cual pasamos sin dificultad a la idea de q existe un proceso por el cual uno se transforma en una persona, se establece una unidad entre el cuerpo y la psiquis. Pero al considerar el crecimiento temprano debemos pensar q el niño aun no tiene problemas en este sentido, pues en esa etapa la psiquis a penas esta comenzando a elaborarse en torno del funcionamiento corporal.
Relaciones objetales. Establecer la capacidad para relacionarse con objetos. Pero el concepto de objeto aun no tiene ningún significado para el niño.
Es posible agrupar en tres categorías la función de una madre suficientemente buena en las primeras etapas de vida de su hijo:
- La sensación de desintegrarse
- La sensación de caer interminablemente
- El sentimiento de que la realidad externa no puede usarse como reaseguración
- Y otras ansiedades “psicóticas”
El desarrollo es producto de la herencia de un proceso de maduración y de la acumulación de experiencias de vida, que sólo tiene lugar en un medio favorable. Dicho medio tiene al comienzo una importancia absoluta, y más tarde solo relativa. El curso del desarrollo va de una dependencia absoluta a una tendencia a la independencia, pasando por una dependencia relativa.
Winnicott al igual que Melanie Klein, habla de un desarrollo emocional temprano. Sosteniendo que el bebé nace con una capacidad innata al desarrollo y de maduración, potencialidad que tiene para crecer, desarrollarse y adaptarse desde las funciones biológicas hasta las psicológicas.
Hace referencia a las condiciones del medio ambiente postulando que si éstas son las adecuadas, el niño podrá iniciar un proceso gradual de su desarrollo emocional primitivo y es durante éste proceso que irá pasando a través de distintos estados:
Dependencia total o absoluta, donde el niño se encuentra dependiendo tanto del medio físico como emocional.
Dependencia relativa, donde gradualmente comienza a percibir la dependencia que posee respecto de su madre y es en este momento donde comienza a expresarle al medio cuando necesita atención.
Independencia, en este momento es capaz de mantener viva la idea de la madre y el cuidado infantil al que está acostumbrado. Es en este momento donde nos encontramos frente al estado de integración y personalización.
Es mediante estos estados que el niño irá desarrollando lo que se denomina proceso de integración, ya que desde un comienzo el niño se encuentra en un estado de no integración primitivo y el niño se vivencia como una serie de fragmentos, una serie de fases de motilidad y percepciones sensoriales.
Durante este momento el niño se encuentra integrado mediante su madre y el medio y son estas condiciones las que permiten que el niño desarrolle su propia integración psique-soma. Es así que se desarrolla el sentimiento de que la persona se halla en cuerpo propio y es al establecerse esto que nos encontramos frente a lo que se denomina personalización.
Verdadero self: es el corazón instintivo de la personalidad, la capacidad de cada niño para reconocer y representar sus necesidades genuinas con expresión propia. Aparece espontáneamente en cada persona y se relaciona con el sentido de integridad y de continuidad. Este espontáneo self y su experiencia de sentirse vivo es el núcleo de la autenticidad. Cuando el niño expresa un gesto espontáneo es indicación de la existencia de un potencial verdadero self: éste comenzará a tener vida a través de la fuerza transmitida al débil yo del niño por la madre receptiva. Este proceso de desarrollo depende de la actitud y del comportamiento de la madre: la madre suficientemente buena, de esta manera el verdadero self solamente florecerá en respuesta al repetido éxito de la complicidad de la madre ante el gesto espontáneo del niño y de este modo irá creyendo en esa realidad externa que no parece entrar en competencia con su omnipotencia.
El falso self: es una estructura de defensa que asume prematuramente las funciones maternas de cuidado y protección, de modo que el niño se adapta al medio a la par que protege a su verdadero self, la fuente de sus impulsos más personales, de supuestas amenazas, heridas o incluso de la destrucción.
Si la madre no es suficientemente buena y no es capaz de sentir y responder suficientemente bien a las necesidades del niño, sustituirá el gesto espontáneo de aquél por una conformidad forzada con su propio gesto materno, de ese modo esta repetida conformidad llega a ser la base del más temprano modo de falso self.
Se necesita fortaleza yoica de la madre para q el bebe vaya construyendo su yo. Si hay fallas en el medio ambiente (la madre, el padre), no se puede formar el yo del niño. En casos de psicosis por ejemplo la mujer no siente al bebe como parte de ella, sino como un cuerpo extraño q no forma parte de si, y q la daña (al patear dentro del útero) etc.
El ambiente facilitador, facilita los procesos del desarrollo
Pecho materno: no solamente en el sentido de darle el pecho. Para Winnicott si le da mamadera los procesos no se cumplen. Preocupación empática de la madre por su hijo. Winnicott en sus conceptualizaciones le da mucha importancia a la cercanía cuerpo a cuerpo entre madre y bebe. Si no se instala esa fusión inicial entre madre y bebe habría patologías en el proceso de destete.
El sostén no solamente es sostén físico, no tiene q ver con q tdv no puede sostener el tronco, sino q tiene q ver con hacerlo sentir sostenido, cuidado, ambiente facilitador de los cuidados q este bebe necesita imperiosamente del otro. El sostén tmb tiene q ver con el establecimiento de una rutina con el bebe, de sus horarios, sueños, etc. estar atento a sus cambios. Preservarlo de los ruidos, de los sonidos excesivos, del frío, del calor… Todo aquello q lo protege, todo esto el bebe lo recibe. Primeramente, sin saber q lo recibe. En ese momento la dependencia del bebe hacia la madre es absoluta.
Se parte de una dependencia absoluta entre los 4 y 6 meses aproximadamente. Momento de fusión. Primeros momentos. Y el objeto de la fusión en ese momento es subjetivo. El objeto no esta visualizado como tal pq el cree q este objeto le pertenece. Estado de fusión. No sabe q el pecho materno es externo y no forma parte de el.
Dsp la madre debe permitir q en algunos momentos el bebe este solo. La madre debe recuperarse de ese estar pendiente al 100% de la preocupación materna primaria. En ese momento la dependencia es relativa. Y el objeto es transicional. Es un momento de vías de diferenciación del yo/no-yo. Para W se instala la pauta transicional entre los 4 y 6 y los 8 y 12 meses. El objeto transicional le permite tener algo para no necesitar todo el tiempo a la mama. La primera posesión.
Momento en q comienza la independencia. El objeto es considerado como objetivo. Madre bebe y padre viven juntos. Se incorpora la presencia del padre. La mama le permite q el estado de ilusión se vaya incorporando (imaginarse el pecho materno). En la independencia el padre tiene una función particular q antes no tenia.
El sostén afectivo colabora con el tono muscular y la capacidad de adquirir coordinación. Posibilita disfrutar del funcionamiento corporal. Y la falla en estos momentos de manipulación es un sentimiento de DESPERSONALIZACIÓN.
Sentirse real al relacionarse con los objetos. Integración.
Sentirse real es mas q existir. Es poder organizar una existencia entre los objetos con uno mismo y poder crear una persona interior para poder alejarse de los objetos externos. En el sostén se van dando los procesos de integración. Cuando hay una falla en el ambiente hay desintegración, pq no hubo integración. Entonces, se parte de un estado de no-integración.
La construcción de la personalidad como sentido interno. Tener un sentido corpóreo, poder organizar las funciones. El sentir de personalización es la persona de uno q se halla en el propio cuerpo à se relaciona con el existir y sentirse real. Posibilidad de percibir el tiempo y el espacio como una propiedad de la realidad.
Del lado de la madre tiene q haber sostenimiento, manipulación y mostración de objetos. Y esto genera en el bebe la integración, la personalización y la comprensión. Adquiere la comprensión y contacto con la realidad.
LOS JUEGOS DEL NIÑO EN LA ACTUALIDAD, SU INFLUENCIA EN LA ESTRUCTURACION DEL PSIQUISMO. CLARA SCHETJMAN
El juego es una expresión del discurso infantil, de este modo se puede conocer el mundo interno del niño, ininteligible de otro modo.
Las expresiones sensoriales del bebé (vocalizaciones, llantos) son emitidas hacia el entorno y al mismo tiempo generan respuestas, asi se inicia el intercambio ludico que luego llevara al lenguaje y a la simbolizacion. La busqueda del reconocimiento del propio cuerpo instalan los primeros juegos y el adulto responde al intercambio sensorial y ofrece sentidos y juguetes del mundo externo.
La capacidad de representacion le permite al sujeto superar la angustia del desvalimiento ya que jugando vivencia y recrea las categorias ausencia presencia en el logro de la consitutcion subjetiva.
Freud
Distintas actividades ludicas pueden ser indicios de conflictos inconcientes y esta es unba via privilegiada de abordaje al inconciente del niño
La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Todo niño que juega se comporta como un poeta, pues crea un mundo propio o inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada. Toma muy en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. El niño diferencia muy bien de la realidad efectiva su mundo del juego y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia su jugar del fantasear.
El adulto deja de jugar, aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego. Pero lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto. El adulto cuando cesa de jugar sólo resigna el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, creo sueños diurnos.
El niño juega solo o forma con otros niños un sistema psíquico cerrado a los fines del juego, pero así como no juega para los adultos como si fueran su público tampoco oculta de ellos su juegar. El jugar del niño estaba dirigido por el deseo de ser grande y adulto, imita en el juego lo que le ha devenido familiar de la vida de los mayores. No hay razón alguna para esconder ese deseo. En cambio, al adulto su fantasear lo avergüenza por infantil y por no permitido. Deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad. Los deseos pueden ser ambiciosos o eróticos.
Una fantasía oscila en cierto modo entre tres tiempos. El trabajo anímico se anuda a una impresión actual, a una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de la persona; desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior, infantil la más de las veces, en que aquel deseo se cumplía; y entonces crea una situación referida al futuro (la fantasía) en que van impresas las huellas de su origen en la ocasión y en el recuerdo.
Tanto la creación poética como el sueño diurno son continuación y sustituto de los antiguos juegos del niño. De ello se deriva la insistencia sobre el recuerdo infantil en la vida del poeta.
Juego del Fort-da: asocia este juego con la partida de la madre, y dice que es la elaboracion de esa situacion con la madre, si la ausencia de la madre le provoca angustia, el reencuentro con el carretel le provocaría placer. Lo que le provoca displacer al niño no es la ausencia de la presencia de la madre sino la perdida de dominio del niño frente al sometimiento de la realidad externa, es decir no poder dominar lo displacentero, entonces estructura el juego como dominio de eso displacentero, y le permite ademas ligar la angustia y la simbolización de la ausencia de la madre. La repeticion en el juego responde a la pulsion de apoderamiento independientemente de lo placentero o no de lo recreado. Construir un juego lo pone en una posicion activa a diferencia de su pasividad originaria debido a su desvalimiento.
El juego es considerado como producto de una cultura que exige la renuncia pulsional.
En el adulto el juego deviene humor, ensueño diurno o fantaseo.
Ana Freud
Melanie Klein
Donald Winnicott
En el niño y el mundo externo Winnicott postula que el niño juega porque
Jean Piaget
Brazelton
Stern
Los juegos y la tecnología
Investigaciones realizadas en paises desarrollados muestran que a partir del segundo año de vida hay grandes diferencias entre el desarrollo motriz, cognitivo y afectivo entre niños de distintos niveles socioculturales, los grupos desaventajados tienen un desarrollo cognitivo muy inferior al promedio.
La inclusion de la tecnología en la educación si no es masiva provocará grandes diferencias en el desarrollo de la inteligencia y el pensamiento que influirán en el acceso a la vida laboral de nuevas generaciones.
Distintos autores coinciden en el efecto determinante que tiene el semejante (auxilio ajeno) en el comienzo de la vida, ya que mediatiza entre el mundo externo y la precariedad psiquica del infans. En este momento los estímulos externos heterogéneos son muy traumáticos debido a que la capacidad metabolizadora del infans esta aún en desarrollo.
El adulto mediatizador tiene que sostener la inmadurez afectiva del infans y cuidar sus umbrales perceptuales para no exponerlo a estimulos que no pueda metabolizar, la informacion externa heterogenea asi se transforma en informacion representable. Entonces hay que preservar los intercambios del bebé con el mundo circundante bajo el dominio del principio de placer.
La díada madre-bebé de los primeros tiempos esta inmersa en un mundo tecnológico, pero muchos autores dicen que el contenido intenso, sin intermediaciones, reciproco y sincrónico entre el bebe el otro es requisito para un desarrollo saludable
Los niños de la época de la computación se están estructurando en una actividad de representación compleja. Hay que preservar la intimidad del vínculo basado en una mirada totalizante materna para asegurar el pasaje del autoerotismo al narcisismo
El peligro radica en la dominanacia de juegos repetitivos, estereotipados que pueden llevar al aislamiento y coagulacion de conflictos pulsionales que no encuentran via apropiada de descarga. Un niño que juega solo durante horas a un video game con personajes estereotipados, estanca libido de objeto con riesgo de encapsulamientos narcisistas, diferente a niños que juegan ademas con otros juegos y comparte con otros niños y los integra en su discurso.
El juego perderia su condición elaborativa, estructurante, para ser una actividad compulsiva, desligada, masturbatoria, con tendencia adictiva, expresión de la pulsión de muerte
Los adultos son quienes deben guiar la presentacion de juegos a los niños para introducir enriquecimiento.
La palabra pone en actividad todo un campo semántico que corresponde a evocaciones afectivas. El cerebro localiza la acepción, excluyendo las demás y genera así el proceso de comprensión.
La imagen obliga a captar un todo indiviso de significados y sentimientos, sin poder aislar ni discernir, ni tomar una postura crítica.
Una comunicacón para convertirse en una experiencia cultural exige una postura crítica. La comunicación visual coloca al individuo en un receptor pasivo, dificultando el juicio crítico.
La percepción del mundo tiende a hacerse masiva, este aumento de experiencia por via sensorial y no conceptual disminuye la imaginación, la sensibilidad y la racionalización, afecta la actividad de representación y puede provocar intoxicación.
Las nuevas tecnologías nos colocan en un punto de “estar”, debido a que la subjetividad actual es fugaz, y tiene que lograr permanencia para que el sujeto se sostenga, para que sea un punto de “ser”
Una información puede convertirse en una experiencia cultural si encuentra una postura crítica, lo adultos tienen que acompañar para lograr la apropiacion de la estimulación, los padres tienen que evaluar las propuestas consumistas y la adquisicion de juguetes y juegos y horas pasadas frente a las pantallas.
En sociedades desarrolladas los niños padecen soledad afectiva, por el empobrecimiento de los vinculos familiares libidinales, tienen sensacion de vacio. Sufren deficits identificatorios primarios y secundarios, y son mas proclives a identificarse masivamente o con los modelos de la televisión, generalmente violentos.
SOBRE LA CONSTITUCIÓN DEL LENGUAJE. JANIN
En psicoanálisis, hablar del lenguaje lleva, fundamentalmente, a reflexionar sobre el sistema preconciente.
El sistema inconsciente está constituido por representaciones-cosa, regidas por el proceso primario. No hay tiempo ni espacio como conceptos, no existe la negación y dos series opuestas de ideas pueden coexistir sin contradecirse. Universo de la afirmación, sin dudas ni cuestionamientos, supone la movilidad del valor psíquico de cada representación, a la vez que el paso del tiempo no las altera.
El sistema preconciente está constituido por representaciones-palabra, o sea, representaciones-cosa más resto de palabra oída, compuesta por componentes auditivos, visuales y cinéticos, estructurados por el componente auditivo sonoro. Representaciones regidas por el proceso secundario que supone un alto grado de estabilidad y a la vez de menor fijeza de cada representación. Aparecen las categorías de tiempo y espacio; hay negación, duda, contradicción. Pensamiento preconciente que debe seguir las vías marcadas por las primeras inscripciones.
En un adulto operan simultáneamente ambos sistemas lógicos, no todos sus actos y palabras responden a un pensamiento conocido por él. Un niño aprende a hablar y no se rige de entrada por las normas del preconciente. Aún cuando hable, su lenguaje tiene características peculiares.
¿Cómo aprende a hablar?
El psiquismo con toda su complejidad se va constituyendo. Por su indefención originaria el niño depende de otros para satisfacerse.
Un niño nace en un mundo de palabras y es en relación con otros que erogeinizan, prohiben, que su psiquismo se va constituyendo.
Frente a la tensión de la necesidad, así como frente al dolor, el bebé grita o llora. La madre es la que va a otorgarle a esa descarga el sentido de un llamado.
Las palabras de los adultos, vividas en principio como ruidos, van siendo ligadas al placer y al displacer, tomando el valor de caricias o palizas. El cuerpo va siento erotizado, se abren recorridos, zonas privilegiadas del placer. Hay un ritmo que se va construyendo a través de los cuidados maternales. El niño emite sonidos que le producen placer en su repetición misma. No hay palabras ni sentido. Es la emisión vocal, ligada a la audición del sonido, lo que es reiterado en un juego autoerótico. Hay un juego madre-hijo que pasa de la repetición de sílabas a un laleo que imita la melodía de una frase. El niño, identificándose primariamente con el otro que lo libidiniza, va constituyendo un yo, yo de placer purificado que, regido por el principio de placer, no se diferencia claramente del funcionamiento pulsional. Es un yo de placer purificado que se define por el desconocimiento del otro como generador de la satisfacción.
Hasta acá el niño no nombra, pero es nombrado. El placer narcisista preside su producción sonora en una suerte de fusión con un semejante que no es reconocido estrictamente como tal.
La madre no es omnipresente, no siempre satisface. Se va erigiendo como alguien diferente, ideal y todopoderoso. El niño repite sus palabras. Nombra, suponiendo que el nombre es una cosa, o parte de la cosa misma. Se nombra, hablando de sí en tercera persona. Pero también nombra a la madre, como modo de tenerla, de recuperarla omnipotentemente. Ya no es “ma-ma-ma” como repetición placentera, sino “mamá”.
El niño se va diferenciando y a la vez intenta anular las diferencias. En ese sentido, la palabra separa y liga. Nombrando a la madre, la tiene mágicamente, a la vez que la posibilidad de nombrarla supone el establecimiento de una distancia. Las primeras palabras son palabras-frases, es decir, condensan todo un sentido en una sola palabra. Se puede decir que son palabras-actos, en tanto presuponen una acción, son equivalentes a acciones y generalmente son acompañadas de éstas.
Hay ya un intento de diferenciación yo-no yo. El niño va a intentar dominar todo aquello vivido como afuera, exterior a sí, y por ende, hostil. La palabra tiene entonces el valor de expulsar lo vivido como displacentero y a la vez de recuperar el objeto amado.
De la palabra-frase se pasa a dos palabras, núcleo y predicado, algo que permanece igual y algo variable.
El niño cuenta con acciones y esto muestra ya esbozos de representaciones preconcientes que se van instaurando (“nena-apumba”)
En resumen: del grito como pura descarga se pasa a la repetición autoerótica de sonidos, y luego (en una secuencia lógica) a la repetición de melodías. Pero hasta allá no hay palabras. Estas solo aparecen posibilitadas por la identificación, en el movimiento mismo de acercarse y alejarse del objeto investido libidinalmente. Podemos pensar esto en relación a ese juego tan universal como es el juego de aparecer y desaparecer (juego presencia-ausencia) acompañado del “atá” que marca el reencuentro. O sea, para que un niño hable tiene que haber alguien con quien se identifique y cuyos sonidos repita. Pero ese alguien tiene que poder estar ausente para que el niño intente recuperarlo con la palabra. Esto es a la vez que ese lenguaje, totalmente ligado a la acción, le posibilita poner afuera y contar a otro su vivencia, transformando en activo lo pasivo. Estas palabras son tratadas como parte de la cosa. No son representación-palabra. Así, cuando el niño nombra “gato”, “mesa”, “mamá”, son su gato, su mesa, su mamá.
La madre nombra al mundo. Y se establece así un lenguaje íntimo. Pero la madre también prohibe, dice “no”, símbolo de la negación del que el niño se apropia por identificación y que le posibilita la transformación del acto expulsivo, de la agresión, en un juicio.
Identificado con la omnipotencia materna, el niño esgrime su no frente a los mandatos de los otros. Domina y se domina. El que la madre comprensa su lenguaje y le otorgue valor de comunicación posibilita la creencia del niño en la omnipotencia de sus palabras y en la ligazón de éstas con el mundo. Pero a la vez, la madre deberá desear que ese niño se inserte en un mundo social, para lo cual será imprescindible que acepte normas.
Aquella que le da el lenguaje como un don posibilita entonces la adquisición del lenguaje como sistema de normas regladas, leyes que preexisten al niño. Esto supone una apertura de ese vínculo narcisista.
La madre deja de ser fuente del lenguaje pero las leyes del mismo son atribuidas ahora al padre, investido de todo el poderío (en tanto se lo supone ejecutor de la castración materna).
El complejo de Edipo es un hito clave en la constitución psíquica.
Es en la relación con otros que el aparato psíquico se va constituyendo. Ellos son los destinatarios del amor del niño, los primeros objetos hacia los que se dirige la libido.
El mundo, categorizado hasta ahora en términos de actividad-pasividad y cuyo dominio se intenta a través de la musculatura va a ser reorganizado en relación a una categoría: el falo, apareciendo teorías explicativas (las teorías sexuales infantiles), fantasías y un preguntar permanente. Son teorías y preguntas que suponen un preconciente más estructurado, como efecto de un mayor descentramiento.
Se escenifican fantasías y vivencias a través del juego. Y tanto cuando hablan como cuando juegan toman rastros de vivencias y lo reorganizan de acuerdo a sus fantasías.
Esto es en plena conflictiva edípica y el niño puede hablar en primera persona, acepta dolorosamente normas consensuales y su omnipotencia nominativa trastabilla.
Las palabras están ligadas a lo concreto, fundamentalmente a imágenes visuales. El preconciente visual, así como el cinético, es insuficiente para hacer conciente lo inconsciente. El niño pregunta, arma teorías, pero su pensamiento está aún fuertemente sexualizado.
Con el naufragio del complejo de Edipo, el sistema preconciente, estabilizado como una organización de representaciones-palabras fuertemente ligadas entre sí en oposición a las pulsiones, posibilita la renuncia a los deseos eróticos incestuosos.
La sexualidad infantil sucumbe a la represión y las instancias psíquicas se diferencian en ello, yo de realidad definitivo y superyo.
Representaciones-palabras como tales, espacio y tiempo como conceptos abstractos, juicio de existencia, examen de realidad, desvío de los intereses directamente sexuales a otros nuevos, más despersonalizados, posibilitan y evidencian el acceso a la cultura.
Solo la desidealización de ambos padres posibilitan un lenguaje abstracto y un pensarse a sí mismo. Pensarse a sí mismo que se hará primero en términos proyectivos. El niño hablará de otro, para hablar de sí.
El lenguaje se estabiliza como un ordenamiento sujeto a leyes gramaticales, sintácticas, etc
[1] "El sistema háptico (tacto activo) es un sistema perceptivo complejo, encargado de aprehender y codificar la estimulación que llega a los receptores cutáneos y cinestésicos (Loomis y Lederman 1986). Por percepción háptica se entiende la combinación de la información adquirida a través de la piel que recubre el cuerpo humano, y la información obtenida a través del movimiento, o sentido cinestésico". "Se trata de un sistema perceptivo complejo que incorpora y combina información a partir de distintos subsistemas táctiles, como el sistema cutáneo (percepción de la presión y de la vibración), el sistema térmico y el subsistema del dolor. Además el sistema háptico incluye también el sistema cinestésico que procesa información sobre la posición y el movimiento a partir de los receptores existentes en articulaciones, músculos y tendones".
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