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TEÓRICO
FETICHISMO (1927).
Varones cuya elección de objeto era regida por un fetiche, rara vez lo sienten como síntoma. En general, el fetiche desempeñó el papel de un diagnostico subsidiario. El fetiche no es el sustituto de un pene cualquiera, sino de uno que ha tenido una gran significatividad en la primera infancia, pero se perdió más tarde. Esto es normalmente debería s resignado, pero el fetiche está destinado a preservarlo de su sepultamiento. El fetiche es el sustituto del pene de la mujer en que el varoncito ha creído y al que no quiere renunciar. El proceso: el varoncito rehusó darse por enterado de un hecho de su percepción, que la mujer no posee pene. No, eso no puede ser cierto, pues si la mujer esta castrada, su propia posesión de pene corre peligro, y en contra de ello se revuelve la porción de narcisismo con que la naturaleza, ha dotado justamente de ese órgano. Acaso el adulto vivenciará luego un pánico semejante si se proclama que el trono y el altar peligran, y lo llevara a parecidas consecuencias lógicas. La pieza más antigua de nuestra terminología psicoanalítica, la palabra represión, se refiere ya a ese proceso patológico. Si en este se quiere separar de manera más nítida el destino de la representación del destino del afecto, y reservar el término represión (defensa contra las demandas pulsionales internas) para el afecto desmentida (defensa contra los reclamos de la realidad externa), seria la designación alemana correcta para el destino de la representación. Parece que la percepción permanece y se emprendió una acción muy enérgica para sustentar su desmentida. No es correcto que tras su observación de la mujer el niño haya salvado para sí, incólumne, su creencia en el falo de aquella. La ha conservado, pero también la ha resignado; en el conflicto del deseo contrario se ha llegado a un compromiso como sólo es posible bajo el imperio de las leyes del pensamiento icc. Sí; en lo psíquico la mujer sigue teniendo pene, pero este pene ya no es el mismo que antes era. Algo otro lo ha remplazado; fue designado su sustituto, por así decir, que entonces herada el interés que se había dirigido al primero. Y aún más: ese interés experimenta un extraordinario aumento porque el horror a la castración se ha erigido un monumento recordatorio con la creación de este sustituto. Como stigma indelebile de la represión sobrevenida permanece, además, que no falta en ningún fetichista. Ahora se tiene una visión panorámica de lo que el fetiche rinde y de la vía por la cual se lo mantiene. Perdura como el signo del triunfo sobre la amenaza de castración y de la protección contra ella, y le ahorra el fetichista el devenir homosexual, en tanto presta a la mujer aquel carácter por el cual se vuelve soportable como objeto sexual. ¿Por qué algunos se vuelven homosexuales a consecuencia de esa impresión, otros se defienden de ella creando un fetiche y la inmensa mayoría la supera? Cabría esperar que, en sustitución del falo femenino que se echo de menos, se escogiera aquellos órganos u objetos que también en otros casos subrogan al pene en calidad de símbolos. Se detiene como a mitad de camino; acaso se retenga como fetiche la ultima impresión anterior a la traumática, la ominosa. Las prendas inferiores, que tan a menudo se escogen como fetiche, detienen el momento del desvestido, el ultimo en que todavía se pudo considerar fálica a la mujer. Si vuelvo a la descripción del fetichismo, tengo que señalar que ciertamente hay numerosas e importantes pruebas de la li-escindida del fetichista frente al problema de la castración de la mujer. Así un hombre cuyo fetiche consistía en unas bragas intimas, como las que pueden usarse a modo de malla de baño. Esta pieza de vestimenta ocultaba por completo los genitales y la diferencia de los genitales. Según lo demostró el análisis, significa tanto que la mujer esta castrada cuanto que no está castrada, y además permitía la hipótesis de la castración del varón, pues todas esas posibilidades podían esconderse tras las bragas, cuyo primer esbozo en la infancia había sido la hoja de higuera de una estatua. En otros casos, la bi-escisión se muestra en lo que el fetichista hace con su fetiche. Esto acontece, en particular, cuando se ha desarrollado una fuerte identificación padre; el fetichista desempeña entonces el papel del padre, a quien el niño, había atribuido la castración de la mujer. A partir de aquí uno cree comprender, si bien la distancia, la conducta del cortador de trenzas, en quien ha esforzado hacia adelante la necesidad de escenificar la castración que él desconoce. Su acción reúne en sí las dos aseveraciones recíprocamente incociliable: la mujer ha conservado su pene, y el padre ha castrado a la mujer.
EL TOTEMISMO EN LA INFANCIA (1912).
En el banquete totémico, el clan en ocasiones mata y devora crudo a su animal totémico, imitan sus gritos y movimientos como si quisieran destacar la identidad entre él y ellos. Consumada la muerte, el animal es llorado y lamentado. El lamento totémico es compulsivo, arrancando por el miedo a una amenazadora represalia, y su principal propósito es, sacarse de encima la responsabilidad por la muerte. Pero a ese duele sigue el más ruidoso jubilo festivo, el desencadenamiento de todas las pulsiones y la licencia de todas las satisfacciones. Una fiesta es un exceso permitido, más bien obligatorio, la violación solemne de una prohibición. El animal totémico es el sustituto el padre, y con ello armoniza la contradicción de que estuviera prohibido matarlo en cualquier otro caso, y que su matanza se convirtiera en festividad; que se matara al animal y no obstante se lo llorara. La actitud ambivalente de sentimientos que caracterizan todavía hoy al complejo paterno en nuestros niños, y prosigue a menudo en la vida de los adultos, se extendería también al animal totémico, sustituto del padre. Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda paterna. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la banda de hermano, y ahora, en el acto de la devoración, se consumaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de una parte de su fuerza. Tras eliminarlo, tras satisfacer su odio e imponer su deseo de indentificarse con él, forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas entretanto. Aconteció en la forma del arrepentimiento; así nació una coincidencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común. El muero se volvió aún más fuerte de lo que fuera en vida; todo esto, tal como seguimos viéndolo hoy en los destinos humanos. Lo que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos se lo prohibieron ahora en la situación psíquica de la obediencia de efecto retardado que tan familiar nos resulta por los psicoanálisis. Revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte del sustituto paterno, el tótem, y renunciando a sus frutos denegándose la mujeres liberadas. Así, desde la conciencia de culpa del hijo varón, ellos crearon los dos tabúes fundamentales del totemismo, que por eso mismo necesariamente coincidieron con los dos deseos reprimidos del complejo de Edipo. La prohibición del incesto, tenía también un poderoso fundamento práctico. La necesidad sexual no una a los varones, sino que provoca desavenencias entre ellos. Por eso a los hermanos, si querían vivir juntos, no les quedo otra alternativa que erigir la prohibición del incesto, con la cual todos al mismo tiempo renunciaban a las mujeres por ellos anheladas y por causas de las cuales, sobre todo, habían eliminado al padre. Al otro tabú, el que amparaba la vida del animal totémico. El sistema totemista era, por así decir, un contrato con el padre, en el cual este ultimo prometía todo cuanto la fantasía infantil tiene derecho a esperar de él: amparo, providencia e indulgencia, a cambio de lo cual uno se obligaba a honrar su vida, esto es, no repetir en él aquella hazaña en virtud de la cual había perecido el padre verdadero. Había también un intento de justificación en el totemismo: Si el padre nos hubiera tratado como el tótem, nunca habríamos caído eln la tentación de darle muerte. La religión del tótem no sólo abarca las exteriorizaciones de arrepentimiento y los infiernos de reconciliación, sino que también sirve para recordar el triunfo sobre el padre. La satisfacción que ello produce hace que introduzca la fiesta conmemorativa del banquete totémico, en la cual se levantan las restricciones de la obediencia de efecto retardado, y convierte en obligatorio renovar el crimen del parricidio en el sacrificio del animal totémico toda vez que lo adquirido en virtud de aquella hazaña, la apropiación de las cualidades del padre, amenaza desparecer a consecuencia de los cambiantes influjos de la vida. Los sentimientos sociales fraternos sobre los cuales descansa la gran subversión conservan a partir de entonces a partir de entonces y por mucho tiempo el influjo más hondo sobre el desarrollo de la sociedad. Se procuran expresión en la santidad de la sangre común, en el realce de la solidaridad entre todo lo vivo que pertenezca al mismo clan. En tanto así los hermanos se aseguran la vida unos a otros, están enunciando que ninguno de ellos puede ser tratado por otro como todos en común trataron al padre. Previenen que puedan repetirse es destino de este. A la prohibición, de matar al tótem se le agrega la prohibición, de matar al hermano. La sociedad descansa ahora en la culpa compartida por el crimen perpetrado en común; la religión, en la cc de culpa y el arrepentimiento consiguiente; la eticidad, en parte en las necesidad objetivas de esta sociedad y, en lo restante, en las expiaciones exigidas por la cc de culpa.
MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DE PLACER (1920).
I
El principio de placer rige la vida anímica encuentran su expresión también en la hipótesis de que el aparato anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de excitación presente en él. En el alma existe una fuerte tendencia al principio de placer, pero ciertas otras fuerzas lo contrarían, de suerte que el resultado final no siempre puede corresponder a la tendencia al placer. El principio de placer es propio de un modo de trabajo primario del aparato anímico, desde el comienzo mismo inutilizable, y aun peligro en alto grado, para la autopreservación del organismo en medio de las dificultades del mundo exterior. Bajo el influjo de las pulsiones de autonconservación del yo, es relvado por el principio de realidad, que, sin resignar el propósito de una ganancia final de placer, exige y consigue posponer la satisfacción, renunciar a diversas posibilidades de lograrla y tolerar provisionalmente el displacer en el largo rodeo hacia el placer. Otra fuente de desprendimiento de displacer, surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato anímico mientras el yo recorre su desarrollo hacia organizaciones de superior complejidad. Casi toda la energía que llena al aparato proviene a todas en una misma fase del desarrollo. En el curso de este, acontece repetidamente que ciertas pulsiones o partes de pulsiones se muestran, por sus metas o sus requerimientos, inconciliables con las restantes que pueden conjugarse en la unidad abarcadora del yo. Son segregadas entonces de esa unidad por el proceso de represión; se las tiene en estadios inferiores del desarrollo psíquico y se les corta, en un comienzo, la posibilidad de alcanzar satisfacción. Y si luego consiguen procurarse por ciertos rodeos una satisfacción directa o sustitutiva, este éxito, que normalmente habría sido una posibilidad de placer, es sentido por el yo como displacer. En su mayor parte el displacer que sentimos es un displacer de percepción. Puede tratarse de la percepción del esfuerzo de pulsiones insatisfechas, o de una percepción exterior penosa en sí misma o que excite expectativas displacenteras en el aparato anímico, puede ser conducida luego de manera correcta por el principio de placer o por el de realidad, que lo modifica.
II
El cuadro de las neurosis traumáticas se aproxima al de la histeria por presentar en abundancia síntomas motores similares; pero lo sobrepasa, por lo regular, en sus muy acusados indicios de padecimiento subjetivo. Las neurosis de guerra ni y las neurosis traumáticas. En las primeras, resultó por un lado esclarecedor, aunque por el otro volvió a confundir las cosas, el hecho de que el mismo cuadro patológico sobrevenía en ocasiones sin la cooperación de una violencia mecánica cruda; en la neurosis traumática común se destacaban dos rasgos que podrían tomarse como punto de partida de la reflexión: que el centro de gravedad de la causación parece situarse en el factor de la sorpresa, en el terror, y que un simultáneo daño físico o herida contrarresta en la mayoría de los casos la producción de la neurosis. Terror, miedo, angustia se usan equivocadamente como expresiones sinónimas; se las puede distinguir muy bien en su relación con el peligro. La angustia designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido; el miedo requiere un objeto determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio, se llama terror al estado en que se cae cuando se corre peligro sin estar preparado: destaca el factor sorpresa. No creo que la angustia pueda producir una neurosis traumática; en la angustia hay algo que protege contra el terror y por lo tanto también contra la neurosis de terror. La vida onírica de la neurosis traumática muestra este carácter: reconduce al enfermo una y otra vez, a la situación de su accidente, de la cual despierta con renovado terror. El enfermo está fijado psíquicamente al trauma. Este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones, de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de una cama, todos los pequeños objetos que hallaban a su alcance, de modo que no solía ser tarea fácil juntar sus juguetes. Y al hacerlo profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuente y prolongado “o-o-o-o”, que, según el juicio coincidente de la madre y de este observador, no era interjección, sino que significaba “fort” (se fue). El niño tenía un carretel de madera atado con un piolín. No se le ocurrió, por ejemplo, arrastrarlo tras sí por el piso para jugar al carrito, sino que con gran destreza arrojaba el carretel, al que sostenía por el piolín, tras la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel desaparecía ahí dentro, el niño pronunciaba su significativo “o-o-o-o”, y después, tirando el piolín, volvía sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso “Da” (acá está). La interpretación: su renuncia pulsional de admitir sin protesta la partida de la madre. Se resarcía, digamos, escenificado por si mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar. Es imposible que la partida de la madre le resultaba agradable, o aun indiferente. En la vivencia era pasivo, era afectado por ella; ahora se ponía en un papel activo repitiéndola como juego, a pesar de que fue displacentera. Comoquiera que sea, si ene l caso examinado ese esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente que la repetición iba concetada a una ganacia de placer de otra índole, pero directa. Los niños repiten en el juego todo cuento les ha hecho gran impresión en la vida; de ese modo abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan de la situación.
III
El enfermo puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido, acaso justamente lo esencial. Si tal sucede, no quiere convencimiento ninguno sobre la justeza de la construcción que se le comunicó. Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido como vivenciar presente, en vez de recordarlo como el médico preferiría en calidad de fragmento del pasado. Esta reproducción que emerge con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y, por tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regularmente se juega en el terreno de la trasferencia. Cuando en el tratamiento las cosas se han llevado hasta ese punto, puede decirse que la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, una neurosis de trasferencia. El médico no puede ahorra al analizado esta fase de la cura; tiene que dejarle revivenciar ciertos fragmentos de su vida olvidada, cuidando que al par que lo hace conserve cierto grado de reflexión en virtud del cual esa realidad aparente pueda individualizarse cada vez como reflejo de un pasado olvidado. Compulsión de repetición es preciso ante todo librarse de un error, a saber, que en la lucha contra las resistencias uno se enfrenta con la resistencia de lo icc. Lo icc, lo reprimido, no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura; y aun no aspira a otra cosa que a irrumpir hasta la cc o hasta descarga. La resistencia en la cura proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que en su momento llevaron a cabo la represión. Pero, dado que los motivos de las resistencias, y aun estas mismas, son al comienzo icc en la cura. Eliminamos esta oscuridad poniendo en oposición no lo cc y lo icc, sino el yo coherente y lo reprimido. En el interior del yo es mucho lo icc; el núcleo del yo. La resistencia del analizado parte de su yo. ¿Qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de repetición, al exteriorización forzosa de lo reprimido? Es claro que, las más de las veces, lo que la compulsión de repetición hace revivenciar no puede menos que provocar displacer al yo, puesto que saca a la luz operaciones de mociones pulsionales reprimidas. Empero, ya hemos considerado esta clase de displacer; no contradice al principio de placer, es displacer: no contradice al principio de placer, es displacer para un sistema y, al mismo tiempo, satisfacción para el otro. Pero el hecho nuevo y, asombroso que ahora debemos describir es que la compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfactorias, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces. Los neuróticos repiten en la trasferencia todas estas ocasiones indeseadas y estas situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas con gran habilidad. Nada de eso pudo procurar placer entonces; se creería que hoy produciría un displacer menor si emergiera como recuerdo o en sueños, en vez de configurarse como vivencia nueva. Se trata, desde luego, de la acción de pulsiones que estaban destinadas a conducir a la satisfacción; pero ya en aquel momento no la produjeron, sino que conllevaron únicamente displacer. Esa experiencia se hizo en vano. Se la repite a pesar de todo; una compulsión esfuerza a ello. Eso mismo que el psa revela en lo fenómenos trasferenciales de los neuróticos puede reencontrarse también en la vida de personas no neuróticas. En estas hace la impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoniaco en su vivenciar; y desde el comienzo el psa juzgó que ese destino fatal era autoinducido y estaba determinado por influjos de la temprana infancia. Este eterno retorno de lo igual nos asombra poco cuando se trata de una conducta activa de tales personas y podemos descubrir el rasgo de carácter que permanece igual en ellas, exteriorizándose forzosamente en la repetición de idénticas vivencias. Nos sorprende mucho más los casos en que la persona parece vivenciar pasivamente algo sustraído a su poder, a despecho de lo cual vivenciar una y otra vez la repetición del mismo destino. En la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio de placer. En cuanto a los fenómenos de la trasferencia, es evidente que están al servicio de la resistencia del yo, obstinado en la represión; se diría que la compulsión de repetición, que la cura pretendía poner a su servicio, es ganada para el bando del yo, que quiere aferrarse al principio de placer.
IV
La cc es la operación de un sistema particular, al que llama Cc. Puesto que la cc brinda en lo esencial percepciones de excitaciones que vienen del mundo exterior, y sensaciones de placer y displacer que sólo pueden originarse en el interior del aparato anímico, es posible atribuir al sistema P-Cc una posición especial. Tiene que encontrarse en la frontera entre lo exterior y lo interior, estar vuelto hacia el mundo exterior y envolverse a los otros sistemas psíquicos. En el sistema Cc el proceso excitatorio deviene cc, pero no le deja como secuela ninguna huella duradera; se producirían a raíz de la propagación de la excitación a los sistemas internos contiguos, y en estos. La cc surge en remplazo de la huella mnémica. El sistema se singulariza entonces por la particularidad de que en él, a diferencia de lo que ocurre en todos los otros sistemas psíquicos, el proceso de excitación no deja tras sí una alteración permanente de sus elementos, sino que se agota, en el fenómeno de devenir-cc. Ese factor que falta a todos los otros sistemas podría ser la ubicación del sistema Cc, su choque directo con el mundo exterior. En su avance de un elemento al otro la excitación tiene que vencer una resistencia, y justamente la reducción de esta crea la huella permanente de la excitación; podría pensarse entonces que en el sistema Cc ya no subsiste ninguna resistencia de pasaje de esa índole este un elemento y otro. Podríamos conjugar esta imagen con el distingo de Breuer entre energía de investidura ligada y libremente móvil en los elementos de los sistemas psíquicos; los elementos del sistema Cc no conducirían entonces ninguna energía ligada, sino sólo una energía susceptible de libre descarga. Esta partícula de sustancia viva flota en medio de un mundo exterior cargado con las energías más potentes, y sería aniquiladas por la acción estímulos que parten de él si no estuviera provista de una protección antiestímulo, la obtiene del siguiente modo: su superficie más externa deja de tener la estructura propia de la materia viva, se vuelve inorgánica, y en lo sucesivo opera apartando los estímulos, como un envoltorio especial o membrana; hace que ahora las energías del mundo exterior puedan propagarse sólo con una fracción de su intensidad a los estratos contiguos, que permanecieron vivos. Para el organismo vivo, está dotado de una reserva energética propia, y en su interior se despliegan formas particulares de trasformación de la energía: su principal afán tiene que ser, preservarlas del influjo nivelador, y por tanto destructivo, de las energías hipergrandes que laboran fuera. Este estrato cortical sensitivo, que más tarde será el mismo el sistema Cc, recibe también excitaciones desde adentro; la posición del sistema entre el exterior y el interior. Hacia afuera hay una protección antiestímulo, y las magnitudes de excitación accionarán sólo en escala reducida; hacia adentro, aquella es imposible, y las excitaciones de los estratos más profundos se propagan hasta el sistema de manera directa y en medida no reducida, al par que ciertos caracteres de su decurso producen la serie de las sensaciones de placer y displacer. Determinan dos cosas: la primera, la prevalencia de las sensaciones de placer y displacer sobre todos los estímulos externos; la segunda, cierta orientación de la conducta respecto de las excitaciones internas que produzcan una multiplicación de displacer demasiado grande. En efecto se tendera a tratarlas como si no obrasen desde adentro, sino desde afuera, a fin de poder aplicarles el medio defensivo de la protección antiestímulo. Este es el origen de la proyección, a la que le está reservado un papel importante en la causación de procesos patológicos. Llamaremos traumáticas a las exitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo. El trauma externo provocará perturbación enorme en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa. En un primer momento el principio de placer quedara abolido. Ya no podrá impedirse que el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo; entonces, la tarea planteada es más bien otra: dominar el estímulo, ligar psíquicamente los volúmenes de estímulo que penetraron violentamente a fin de conducirlos después, a su tramitación. De todas partes es movilizada la energía de investidura a fin de crear, en el entorno del punto de intrusión, una investidura energética de nivel correspondiente. Se produce una enorme contrainvestidura a favor de la cual se empobrecen todos los otros sistemas psíquicos. Un sistema de elevada investidura en sí mismos es capaz de recibir nuevos aportes de energía fluyentes y trasmudarlos en investidura ligada psíquicamente. Cuanto más alta sea su energía ligada propia, tanto mayor será también su fuerza ligadora; y a la inversa: cuanto más baja su investidura, tanto menos capacitado estará el sistema para recibir energía afluyente, y más violentas serán las consecuencias de una perforación de la protección antiestímulo como la considerada. Podemos concebir la neurosis traumática común como el resultado de una vasta ruptura de la protección antiestímulo. Así volvería por sus fueron la doctrina del choque, opuesta, en apariencia, a una más tardía y de mayor refinamiento psicológico, que no atribuye valor etiológico a la acción violenta mecánica, sino al terror y al peligro de muerte. Sólo que estos opuestos no son irreconciliables, ni la concepción psa de la neurosis traumática es idéntica a la forma más burda de la teoría del choque. Mientras que esta sitúa la esencia del choque en el deterioro de la estructura molecular o aun histológica de los elementos nerviosos, nosotros buscamos comprender su efecto por la ruptura de la protección antiestímulo del órgano anímico y las tareas que ello plantea. Pero también el terror conserva para nosotros su valor. Tiene por condición la falta del apronte angustiado. Este último conlleva la sobreinvestidura de los sistemas que reciben primero el estímulo. A raíz de esta investidura más baja, pues, los sistemas no están en buena situación para ligar los volúmenes de excitación sobrevienientes, y por eso las consecuencias de la ruptura de la protección antiestímulo se producen tanto más fácilmente. Descubrimos, así, que el apronte angustiado, con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye la última trinchera de la protección antiestímulo. Si en la neurosis traumática los sueños reconducen tan regularmente al enfermo a la situación en que sufrió el accidente, es palmario que no están al servicio del cumplimiento de deseo, cuya producción alucinatoria devino la función de los sueños bajo el imperio del principio de placer. Pero tenemos derecho a suponer que por esta vía contribuye a otra tarea que debe resolverse antes de que el principio de placer pueda inciar su imperio. Estos sueños buscan recuperar el dominio sobre el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causo la neurosis traumática. Nos proporcionan así una perspectiva sobre una función del aparato anímico independiente de él y parece más originaria que el propósito de ganar placer y evitar displacer. Los sueños que se presentan en los psa, y obedecen a la compulsión de repetición, que en el análisis apoya en el deseo de convocar lo olvidado y reprimido. Neurosis de guerra podría tratarse de neurosis traumáticas facilitadas por un conflicto en el yo. El hecho citado supra de que las posibilidades de contraer neurosis se reducen cuando el por una herida física deja de resultar incomprensible si se toman en cuenta dos constelación que la investigación psa ha puesto de relieve. La primera, que la conmoción mecánica debe admitirse como una de las fuentes de la excitación sexual y la segunda, que el estado patológico de fiebre y dolores ejerce, mientras dura, un poderoso influjo sobre la distribución de la libido. Entonces, la violencia mecánica del trauma liberaría el quantum de excitación sexual, cuya acción traumática es debida a la falta de apronte angustiado; y, por otra parte, la herida física simultánea ligaría el exceso de excitación al reclamar una sobreinvestidura narcisista del órgano doliente.
V
Las exteriorizaciones de una compulsión de repetición que hemos descrito en las tempranas actividades de la vida anímica infantil, así como en las vivencias de la cura psa, muestran en alto grado un carácter pulsional y, demoníaco. En el caso del juego infantil creemos advertir que el niño repite la vivencia displacentera, además, porque mediante su actividad consigue un dominio sobre la impresión intensa mucho más radical que el que era posible en el vivenciar meramente pasivo. Cada nueva repetición parece perfeccionar ese dominio procurado; pero ni aun la repetición de vivencias placenteras será bastante para el niño, quien se mostrará inflexible exigiendo la identidad de la impresión. Este rasgo de carácter está destinado a desaparecer más tarde. En todos los acasos la novedad será condición del goce. Es palmario que la repetición, el reencuentro de la identidad, constituye por sí misma una fuente de placer. En el analizado, en cambio, resulta claro que su compulsión a repetir en la trasferencia los episodios del periodo infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio de placer. El enfermo se comporta en esto de una manera completamente infantil, y así no enseña que las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en el estado ligado, y aun, en cierta medida, son insusceptibles del proceso secundario. A esta condición de no ligadas deben también su capacidad de formar, adhiriéndose a los restos diurnos, una fantasía de deseo que halla figuración en el sueño. Una pulsión seria entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte de elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida cotidiana. Si todas las pulsiones orgánicas son conservadoras, adquiridas históricamente y dirigidas a la regresión, al restablecimiento de lo anterior, tendremos que anotar los éxitos del desarrollo orgánico en la cuenta de influjos externos, perturbadores y desviantes. La meta toda la vida es la muerte; y, restrospectivamente: lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo. En algún momento, por una intervención de fuerzas, se suscitaron en la materia inanimada las propiedades de la vida. La tensión así generada en el material hasta entonces inanimado pugnó después por nivelarse; así nació la primera pulsión, la de regresar a lo inanimado. En esa época, a la sustancia viva le resultaba todavía fácil morir. Durante largo tiempo, quizá, la sustancia viva fue recreada siempre de nuevo y murió con facilidad cada vez, hasta que decisivos influjos externos se alteraron. Y dar unos rodeos más y más complicados, antes de alcanzar la meta de la muerte. Son estos rodeos para llegar a la muerte, lo que hoy nos ofrecen el cuadro de los fenómenos vitales. Las pulsiones de autoconservación, de poder y de ser reconocido, caé por tierra; son pulsiones parciales destinadas a asegurar el camino hacia la muerte peculiar del organismo y a alejar otras posibilidades de regreso a lo inorgánico que no sean las inmanentes. El organismo sólo quiere morir a su manera, también estos guardianes de la vida fueron originariamente alabarderos de la muerte. Así se engendra la paradoja de que el organismo vivo lucha con la máxima energía contra influencias que podrían ayudarlo a alcanzar su meta vital por el camino más corto; pero esta conducta es justamente lo característico de un bregar puramente pulsional a diferencia de un bregar inteligente. Las pulsiones que vigilan los destinos de estos organismos elementales que sobrevienen al individuo, cuidan por su segura colocación mientras se encuentran inermes frente a los estímulos del mundo exterior, y provocan su encuentro con las otras células germinales, constituyen el grupo de las pulsiones sexuales. Son conservadores en cuanto espejan estados anteriores de la sustancia viva; pero lo son en medida mayor, pues resultan particularmente resistentes a injerencias externas, y lo son además en otro sentido, pues conservan la vida por lapsos más largos. Son las genuinas pulsiones de vida; dad que contrarían el propósito de las otras pulsiones. Se insinúan una oposición entre aquellas y estas, oposición cuya importancia fue tempranamente discernida por la doctrina de las neurosis. Hay como un ritmo titubeante en la vida de los organismos; uno de oso grupos pulsionales se lanza, impetuoso, hacia adelante, para alcanzar lo más rápido posible la meta final de la vida; el otro, llegado a cierto lugar de este camino, se lanza hacia atrás para volver a retomarlo desde cierto punto y así prolongan la duración del trayecto. La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción; todas las formaciones sustitutivas y reactivas, y todas las sublimaciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que, en las palabras del poeta, acicatea, indomeñado, siempre hacia adelante. El camino hacia atrás, hacia la satisfacción plena, en general es obstruido por las resistencias en virtud de las cuales las represiones se mantienen en pie; y entonces no queda más que avanzar por la otra dirección del desarrollo, todavía expedita, en verdad sin perspectivas de clausurar la marcha ni de alcanzar la meta.
VI
Dos tipos de pulsiones las que pueden conducir la vida a la muerte, y las otras, las pulsiones sexuales, que de continuo aspiran a la renovación de la vida y la realizan. Del conjunto de estas indagaciones hemos de extraer dos hechos que parecen ofrecernos un asidero firme. En primer lugar: Si los animalitos, en un momento en que todavía no muestran ningún signo de senectud, pueden fusionarse de a dos, copular, quedan a salvo de envejecer, re rejuvenecen. En segundo lugar. Es probable, que los infusorios sean conducidos a una muerte natural por su propio proceso de vida. Las pulsiones yoicas = pulsiones de muerte, y pulsiones sexuales = pulsiones de vida. Eros procura esforzar las partes de la sustancia viva unas y otras y cohesionarlas; y las pulsiones sexuales aparecieron como parte de Eros vuelta hacia el objeto. Eros actúa desde el comienzo de la vida, como pulsión de vida, entra en oposición con la pulsión de muerte nacida por la animación de lo inorgánico. Las pulsiones de vida tienen como energía la libido y la pulsión de muerte tiene en parte energía de libido. La pulsión de muerte que se exterioriza se transforma en pulsión de destrucción, cuando esta pulsión es introyectada es pulsión de muerte.
VII
Hemos discernido como una de las más tempranas funciones del aparato anímico la de ligar las mociones pulsionales que le llegan, sustituir el proceso primario que gobierna en ellas por el proceso secundario, trasmudar su energía de investidura libremente móvil en investidura predominante quiescente. En el curso de esta trasposición no es posible advertir el desarrollo de displacer, mas no por ello se deroga el principio de placer. La trasposición acontece más bien al servicio del principio de placer; la ligazón es un acto preparatorio que introduce y asegura el imperio del principio de placer. El principio de placer es entonces una tendencia que está al servicio de una función: la de hacer que el aparato anímico quede exento de excitación, o la de mantener en él constante, o en el nivel mínimo posible, el monto de excitación. La ligazón de la moción pulsional seria una función preparatoria destinada a acomodar la excitación para luego tramitarla definitivamente en el placer de descarga. Los procesos no ligados, los procesos primarios, provpcan sensación más intensas en ambos sentidos que los ligados, los del proceso secundario. Los procesos primario son los más tempranos en el tiempo; al comienzo de la vida anímica no hay otros, y podemos inferir que si el principio de placer no actuase ya en ellos, nunca habría podido instaurase para los posteriores. El afán de placer se exterioriza al comienzo de la vida anímica con mayor intensidad que más tarde, pero no tan irrestrictamente; se ve forzado a admitir frecuentes rupturas. Aquello que en el proceso excitatorio hace nacer las sensaciones de placer y displacer tiene que estar presente en el proceso secundario lo mismo que en el primario. Nuestra cc nos trasmite desde adentro no sólo las sensaciones de placer y displacer, sino también las de unas peculiares que su vez, puede ser placentera o displacentera. El principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones se muerte; es verdad que tambien monta guardia con relación a los estímulos de afuera, apreciados como peligro por las dos clases de pulsiones, pero muy en particular con relación a los incrementos de estímulo procedentes de adentro, que apuntan a dificultar la tarea de vivir.
PEGAN A UN NIÑO (1919)
I
La representación fantasía “un niño es pegado” es confesada con frecuencia por personas que han actuado al tratamiento analítico a causa de una histeria o de una neurosis obsesiva. A esta fantasía se anudan sentimientos placenteros en virtud de los cuales se la ha reproducido innumerables veces o se la sigue reproduciendo. En el ápice de la situación representada se abre paso casi regularmente una satisfacción onanista, al comienzo por la propia voluntad de la persona, pero luego también con carácter compulsivo y a pesar de su empeño contrario. La confesión de esta fantasia sólo sobrevienen con titubeos; el recuerdo de su primera aparición es inseguro, una inequívoca resistencia sale al paso de su tratamiento analítico, y la vergüenza y el sentimiento de culpa quizá se movilizan.
II
De acuerdo con nuestras actuales intelecciones, una fantasía así, que emerge en la temprana infancia quizás a raíz de ocasiones casuales y que se retiene para la satisfacción autoerótica, sólo se admite ser concebida como un rasgo primario de perversión. Sabemos que una perversión infantil de esta índole no necesariamente dura toda la vida; en efecto, más tarde puede caer bajo represión, ser sustituida por una formación reactiva o ser trasmudada por una sublimación. Pero si estos procesos faltan, la perversión se conserva en la madurez, y siempre que en el adulto hallamos una aberración sexual, tenemos derecho a esperar que la exploración amnésica nos lleve a descubrir en la infancia un suceso fijado de esa naturaleza. Las impresiones fijadoras carecían de toda fuerza traumática. Pero su significatividad podía hallarse en que ofrecían a esos componentes sexuales prematuros y en acecho una ocasión, aunque causal, para adherir a ellas, y cabía prever que la cadena del enlace causal tendría en alguna parte un término provisional. Si ese componente sexual que se separo temprano es el sádico, nos formamos, sobre la base de intelección obtenidas en otro terreno, la expectativa de que su ulterior represión genere una predisposición a la neurosis obsesiva.
III
Es el periodo de la infancia que abarca de los dos a los cuatro o cinco años cuando por primera vez los factores libidinosos congénitos son despertados por las vivencias y ligados a ciertos complejos. Las fantasías de paliza, aquí consideradas, sólo aparecen hacia el fin de ese período o después de él. Las fantasías de paliza su mayor parte cambia más de una vez; su vinculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y significado. Me permitiré circunscribir mis descripciones a las personas del sexo femenino. La primera fase; el niño azotado, en efecto, nunca es el fantaseador; lo regular es que sea otro niño. La fantasía sádica seguramente no es masoquista; se la llamaría sádica. En cuanto a quiés es, la persona que pega. Una persona adulta indeterminada se vuelve más tarde reconocible de manera clara y univoca como el padre. La fantasía de paliza se formula: “El padre pega a niño”. Dejo traslucir mucho del contenido que luego pesquisaremos si digo, en lugar de ello: “El padre pega al niño que yo odio”. Es cierto que la persona que pega sigue siendo la misma, el padre, pero el niño azotado ha devenido otro; por lo regular es el niño fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer en alto grado y se ha llenado con un contenido sustantivo. Entonces, su texto es ahora: “Yo soy azotado por el padre”. Tiene un indudable carácter masoquista. Esta segunda fase, nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir-conciente. Se trata de una construcción de l análisis. La tercera fase: “Probablemente yo estoy mirando”. La situación originaria simple y monótona, del ser azotado puede experimentar la más diversa variación y adornos, y el azotar mismo puede ser sustituido por castigos y humillaciones de otra índole. La fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa inequívocamente sexual, y como tal procura la satisfacción onanista.
IV
Si uno prosigue el análisis a través de esas épocas tempranas en que se sitúa la fantasía de paliza. La niña pequeña está fijada con ternura al padre, quien probablemente lo ha hecho todo para ganar su amor, actitud de odio y competencia hacia la madre, la fantasía de paliza no se anuda a la relación con la madre. Están los otros hijos, se lo desprecia. Se comprende que ser azotado, aunque no haga mucho daño, significa una destitución del amor y una humillación. Ello quiere decir: “El padre no ama a ese otro niño, me ama sólo a mi”. Este es entonces el contenido y el significado de la fantasía de la paliza en su primera fase. No hay fundamento alguno para la conjetura que ya esta primera fase de la fantasía sirva a una excitación que envolviendo a los genitales sepa procurarse descarga en un acto onanista. La fantasía de la época del amor incestuoso había dicho: “El (el padre) me ama sólo a mí, no al otro niño, pues a este le pega”. La conciencia de culpa no sabe hallar castigo más duro que la inversión e este triunfo: “No, no te ama a ti, pues te pega”. Entonces la fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, pasaría a ser la expresión directa de la cc de culpa ante la cual ahora sucumbe al amor del padre. Así pues, la fantasía ha devenido masoquista; por lo que yo sé, siempre es así: en todos los casos es la cc de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo. Pero ciertamente no es este el contenido integro del masoquismo. La cc de culpa no puede haber conquistado sola la liza; la moción de amor tiene que haber tenido su parte de ello. En estos niños se ve particularmente facilitado un retroceso a la organización pregenital sádico-anal de la vida sexual. Cuando la represión afecta la organización genital recién alcanzada, no es la única consecuencia de ello que toda subrogación psíquica del amor incestuoso deviene o permanece inconciente, sino que se agrega esta otra: la organización genital misma experimenta un rebajamiento regresivo. “El padre me ama” se entendía en el sentido genital; por medio de la regresión se muda en “El padre me pega (soy azotado por el padre)”. Este ser-azotado es ahora una conjunción de cc de culpa y erotismo; no es sólo el castigo por la referencia genital prohibida, sino también su sustituto regresivo, y a partir de esta última fuente recibe la excitación libidinosa que desde ese momento se le adhorirá y hallará descarga en actos onanistas. Ahora bien, sólo esta es la esencia del masoquismo. La fantasía de la segunda fase permanece icc, a consecuencia de la intensidad de la represión. La cc de culpa se habría conformado con la regresión en el caso de los niños; en el caso de las niñas, la cc de culpa se habría calmado mediante la cooperación de ambas. Por lo tanto la fantasía permanece icc y debe ser reconstruida en el análisis. Concebimos como una sustitución así la fantasía de paliza de la tercera fase, su configuración definitiva en que el niño fantaseador sigue apareciendo a lo sumo como espectador, y el padre se conserva en la persona de un maestro u otra autoridad. La fantasía, semejante ahora a la de la primera fase, parece haberse vuelto de nuevo hacia el sadismo. Produce la impresión como si en la fase “El padre pega a otro niño, solo me ama a mí” el acento se hubiera retirado sobre la primera parte después que la segunda sucumbió a la represión. Sólo la forma de esta fantasía es sádica; la satisfacción que se gana con ella es masoquista, su intencionalidad reside en que ha tomado sobre sí la investidura libidinosa de la parte reprimida y, con esta, la cc de culpa que adhiere al contenido. Los niños azotados son casi siempre varoncitos tanto en las fantasías de los varones como en la de las niñas. Cuando se extrañan del amor incestuoso hacia el padre, es fácil que rompan por completo su papel femenino, reanimen su complejo de masculinidad.
V
La perversión ya no se encuentra más aislada en la vida sexual del niño, sino que es acogida dentro de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad de típicos. Es referida al amor incestuoso de objeto, al complejo de Edipo del niño; surge primero sobre el terreno de este complejo, y luego de ser quebrantado permanece, a menudo solitaria, como secuela de él, como heredera de su carga libidinosa y gravada con la cc de culpa que lleva adherida. La fantasía de la paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serian unos precipitados del complejo de Edipo, por así decir las cicatrices que el proceso deja tras su expiración, del mismo modo como la célebre inferioridad corresponde a una cicatriz narcisista de esa índole. En cuanto a la génesis del masoquismo, el examen de nuestras fantasías de paliza, al comienzo parece corroborarse que el masoquismo no es una exteriorización pulsional primaria, sino que nace por una reversión del sadismo hacia la persona propia, o sea por regresión del objeto al yo. La trasmudación del sadismo al masoquismo parece acontecer por el influjo de la c de culpa que participa en el acto de represión. La represión se exterioriza aquí en tres clases de efectos: vuelve icc el resultado de la organización genital, constriñe a esta última a la regresión hasta el estadio sádico-anal y muda el sadismo en masoquismo pasivo, en cierto sentido de nuevo narcisista. De estos tres resultados, el intermedio es posibilitado por la endeblez de la organización genital, endeblez que damos por supuesta en estos casos; el tercero se produce de manera necesaria porque a la cc de culpa la escandaliza tanto el sadismo como la elección incestuosa de objeto entendida en sentido genital. ¿De dónde viene la cc de culpa? Supimos desde siempre que esa cc de culpa se debía al onanismo de la infancia y no al de la pubertad, y que debía referirse en su mayor parte no al acto onanista, sino a la fantasía que estaba en su base, si bien de manera icc. Es de importancia mayor la segunda fase, icc y masoquista; la fantasía de ser uno mismo azotado por el padre. No sólo porque continua su acción eficaz por mediación de aquella que la sustituye; también se pesquisan efectos suyos sobre el carácter, derivados de manera inmediata de su versión icc. Los seres humanos que llevan en su interior esa fantasía muestran una particular susceptibilidad e irritabilidad hacia personas a quienes pueden insertar en la serie paterna; es fácil que se hagan enfrentar por ellas y así realicen la situación fantaseada, la de ser azotado por el padre, produciéndola en su propio perjuicio y para su sufrimiento.
VI
El varoncito y la niña se diferenciaban en la segunda fase hallada en la niña por el hecho de que podría devenir cc. Pero si por esa razón se quería equiparar a la tercera fase de la niña, subsistía una nueva diferencia, que la persona propia del muchacho no era sustituida por muchas, indeterminadas, ajenas y menos aún por muchas niñas. El análisis de la primera infancia nos proporciona otra vez un sorprendente descubrimiento: la fantasía cc o susceptible de cc, cuyo contenido es ser azotado por la madre, no es primaria. Tiene un estadio previo por lo común icc, “Yo soy azotado por el padre”. La fantasía notoria y cc “Yo soy azotado por la madre” se sitúa en el lugar de la tercera fase de la niña. El ser azotado de la fantasía masculina, es también un ser amado en sentido genital, pero al cual se degrada por vía de regresión. Por ende, la fantasía masculina no rezaba en su origen “Yo soy azotado por el padre”, según supusimos de manera provisional, sino más bien “Yo soy amado por el padre”. Mediante los consabidos procesos ha sido trasmutada en la fantasía cc “Yo soy azotado por la madre”. La fantasía de paliza del varón es entonces desde el comienzo pasiva, nacida de la actitud femenina hacia el padre. Corresponde al complejo de Edipo: en ambos casos la fantasía de paliza deriva de la ligazón incestuosa con el padre. En la niña, la fantasía masoquista icc parte de la postura edípica normal, en el varón, de la trastornada, que toma al padre como objeto de amor. En la niña, la fantasía tiene un grado previo en que la acción de pegar aparece en su significado indiferente y recae sobre una persona a quien se odia por celos; ambos elementos faltan en el varón. En el paso a la fantasía cc que sustituye a la anterior, la niña retiene la persona del padre, y con ella, el sexo de la persona que pega; pero cambia a la persona azotada y s sexo, de suerte que al final un hombre pega a niños varones. El varón cambia persona y sexo del que pega, sustituyendo al padre por la madre, y conserva su propia persona, de suerte que al final el que pega y el que es azotado son de distinto sexo. En la niña, la situación originariamente masoquista es trasmudada por la represión sádica, cuyo carácter sexual está muy borrado; en el varón sigue siendo masoquista y a consecuencia de la diferencia de sexo entre el que pega y el azotado conserva mas semejanza con la fantasía originaria, de intención genital. El varón se sustrae de su homosexualidad reprimiendo y refundiendo la fantasía icc; lo curioso de su posterior fantasía cc es que tiene por contenido una actitud femenina sin elección homosexual de objeto. La niña escapa al reclamo de la vida amorosa, se fantasea varón sin volverse varonilmente activa y ahora sólo presencia como espectadora el acto que sustituye a un acto sexual. Todo lo reprimido y sustituido para la cc se conserva en lo icc y sigue siendo eficaz. No ocurre lo mismo con el efecto de la regresión a un estadio anterior de la organización sexual. Creeríamos, acerca de ella, que modifica también las constelaciones en lo icc, tras la represión, la fantasía de ser amado por el padre, sino la masoquista, de ser azotado por él. La represión ha logrado su propósito sólo muy imperfectamente. El muchacho, que quería huir de la elección homosexual de objeto y no ha mudado su sexo, se siente como mujer en su fantasía cc y dota a las mujeres de ser azotadas con atributos y propiedades masculinos. La niña, que si ha resignado su sexo y en el conjunto ha operado una labor represiva más radical, no se suelta de padre, no osa pegar ella misma, y puesto que ha devenido muchacho, hace que sean muchachos lo azotados. El núcleo de lo icc anímico lo constituye la herencia arcaica del ser humano y de ella sucumbe al proceso represivo todo cuento, debe ser relegado por inconciliable con lo nuevo y perjudicial para él. Las pulsiones sexuales, en virtud de particulares constelaciones que ya han sido puestas de manifiesto muchas veces, son capaces de hacer fracasar el propósito de la represión y conquistarse una subrogación a través de formaciones sustitutivas perturbadoras. Por eso la sexualidad infantil, que sucumbe a la represión, es la principal fuerza pulsional de la formación del síntoma, y por eso la pieza esencial de su contenido, el complejo de Edipo, es el complejo nuclear de la neurosis.
DUELO Y MELANCOLÍA (1917)
Intentaremos ahora echar luz sobre la naturaleza de la melancolía comparándola con un afecto normal: el duelo. El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada, en muchas personas se observa, el lugar de duelo melancolía. La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. El duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del sentimiento de sí. El duelo contiene idéntico talante dolido, la pérdida del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de escoger algún nuevo objeto de amor, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto. Este angostamiento del yo expresa un entrega incondicional al duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses. El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar todo la libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido. Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido. Para el enfermo la pérdida ocasionada de la melancolía: cuando él sabe a quien perdió, pero no lo que perdió en el él. La melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la cc. El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una rebaja en su sentimiento yoico, un enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacio; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo. Describe a su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo. El melancólico no se comporte en un todo como alguien que hace contrición de arrepentimiento y de autorrepreoches. Le falta la vergüenza en presencia de otros, lo que sería la principal característica de este último estado. Él ha sufrido una pérdida en el objeto; pero sus declaraciones surge una pérdida en su yo. Vemos que una parte del yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente, la toma por objeto. La instancia crítica escindida del yo en este caso podría probar su autonomía también en otras situaciones. Se nos da a conocer es la instancia que usualmente se llama cc moral. Las querellas que el paciente se dirige, llega un momento en que no es posible sustraer la impresión de que las más fuertes de ellas se adecuan muy poco a su propia persona y muchas veces, se ajustan a otra persona a quien el enfermo ama, ha amado a amaría. Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada; por obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue la quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino que otro distinto, que para producirse parece requerir varias condiciones. La investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazo a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que se sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo critico y el yo alterado por identificación. Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor, y por el otro y en contradicción a ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto. Esta contradicción parece exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista, de tal suerte que la investidura de objeto pueda regresar al narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así del amor de objeto por identificación es un mecanismo importante para las afecciones narcisistas. Corresponde a la regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo originario. Querría incorporárselo, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal. A esa trabazón reconduce la repulsa de los alimentos que se presenta en la forma grave del estado melancólico. Por tanto la melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y la otra parte de la regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo. Por un lado, como el duelo, es reacción frente a la pérdida real del objeto de amor, pero además depende de una condición que falta al duelo normal, toda vez que se presenta, en un duelo patológico. La pérdida del objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor. Y por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis obsesiva, el conflicto de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo compele a exteriorizarse en la forma de unos autorreproches, que uno mismo es culpable de la pérdida del objeto de amor, que la quiso. Si el amor por el objeto se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustituto insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una satisfacción sádica. Suelen lograr los enfermos, por el rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios y martirizar a sus amores por intermedio de su condición de enfermos, tras haberse entregado a la enfermedad a fin de no tener que mostrarles su hostilidad directamente. Así, la investidura de amor del melancólico en relación con su objeto ha experimentado un destino doble; en una parte ha regresado a la identificación, pero, en otra parte, bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, fue traslada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto. El yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacía objetos del mundo exterior. El insomnio de la melancolía es sin duda testimonio de la pertinacia de ese estado, de la imposibilidad de efectuar el recogimiento general de las investiduras que el dormir requiere. El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes energias de investidura y vacía al yo hasta el empobrecimiento total; es fácil que se muestre resistente contra el deseo de dormir del yo. En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida de objeto y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Cuando parte, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maniaco nos demuestra su emancipación del objeto que le hacía penar. La representación icc del objeto es abandonada por la libido. Esta representación se apoya en representaciones singulares, y la ejecución de ese quite de libido no puede ser un proceso instantáneo, sino, un proceso lento que avanza poco a poco. Ese carácter, la ejecución pieza por pieza del desasimiento de la libido, es por tanto, adscribible a la melancolía de igual modo que al duelo; probablemente se apoya en las mismas proporciones económicas y sirve a idénticas tendencias. En la melancolía se urde una multitud de batallar parciales de objeto; en ellas se enfrenta el odio y el amor, el primero pugna por desatar la libido del objeto, y el otro por salvar del asalto esa posición libidinal. A estas batallas parciales no podemos situarlas en otro sistema que el icc, el reino de las huellas mnémicas de cosa. El camino normal que atraviesa el Prcc hasta llegar a la cc. Este camino está bloqueado para el trabajo melancólico, quizás a consecuencia de una multiplicidad de causas o de la conjunción de estas. La ambivalencia constitucional pertenece en sí y por sí a lo reprimido, mientras que las vivencias traumáticas con el objeto pueden haber activado otro reprimido. Así, de estas batallas de ambivalencias, todo se sustrae de la cc hasta que sobreviene el desenlace característico de la melancolía. Este consiste, como sabemos, en que la investidura libidinal amenazada abandona finalmente el objeto, pero sólo para retirarse al lugar del yo del cual había partido. De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo. Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir cc y se representa ante la cc como un conflicto entre una parte de yo y la instancia crítica.
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