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La teoría de la autonomía del yo: “una generalización” (Rapaport 1958)
Rapaport contrasta la visión Berkeleyana del hombre con la Cartesiana. Desde el punto de vista de Berkeley el mundo exterior es creación de la imaginación del individuo. El hombre es independiente del medio y dependiente de las fuerzas e imágenes que residen en su interior: no puede suponer un mundo exterior independientemente de estas fuerzas internas. En cambio, no necesita llegar a un acuerdo con el mundo fuera, ya que este mundo está creado por fuerzas inherentes al hombre, éste se encuentra a priori en armonía con él. Mientras que en el mundo Cartesiano, el hombre nace como una pizarra limpia donde se escribe la experiencia. No existen fuerzas e imágenes en el individuo que las producidas por los choques con el mundo exterior. En este mundo cartesiano, el hombre es dependiente del medio en que vive, y está en armonía con él. A la vez es independiente, autónomo de fuerzas internas que no existen en esta concepción.
Aunque el comportamiento del hombre está determinado por fuerzas impulsivas que se originan en él, no está totalmente a su disposición ya que tiene una cierta independencia de ellas. Este autor hace referencia a esta independencia como la autonomía del yo con respecto al Ello. El hombre no solo puede interponer la demora y la reflexión entre las llamadas del instinto y la acción, modificando y posponiendo la descarga del impulso, sino que puede modificar, posponer su reacción a estímulos exteriores. Rapaport refiere a esta independencia del comportamiento hacia el estímulo exterior como la autonomía del yo con respecto a la realidad exterior. Como el yo no es completamente independiente ni del Ello ni de la realidad exterior, siempre se habla de autonomía relativa.
Aunque el concepto de la autonomía relativa del yo con respecto al Ello, dio un nuevo valor al concepto del Ello en la teoría psicoanalítica, no exceptuó la teoría del Ello ni tampoco la alteró radicalmente. La teoría de la autonomía relativa del Yo respecto a su medio no elimina ni la teoría de la autonomía del Yo respecto al Ello, ni la teoría del Ello. De hecho, muestras teóricas del Ello, del Yo en general y del Yo autónomo en particular, pueden considerarse bajo nuevos aspectos, y algunas de las lagunas que existen en nuestro conocimiento podrían llenarse desarrollando la teoría de la autonomía relativa del Yo, respecto al medio que lo rodea.
El hecho de que el hombre sea relativamente dependiente e independiente de su medio, está dentro de la tradición biológica. Aunque en general la teoría psicoanalítica ha tenido un molde biológico desde sus principios, no se había llegado a tomar en cuenta la influencia del medio para determinar la conducta.
Garantías de autonomía relativa que tiene el Yo respecto del Ello. Esta autonomía está garantizada por los aparatos del Yo para su autonomía primaria y secundaria. No se va a suponer que el Yo se origina en el Ello, sino que ambos se originan por diferenciación a partir de una matriz común indiferenciada, en la cual ya se encuentran presentes los aparatos que van a ser para el Yo instrumentos de orientación, del tanteo de la realidad y de la acción. Estos son denominados aparatos de autonomía primaria, sirven para la satisfacción de los impulsos y entran al conflicto como factores del Yo independientes. Son el aparato de la memoria, los aparatos perceptores, el aparato motor.
Las garantías primarias de autonomía del Yo respecto al Ello, parecen ser los mismos aparatos que garantizan la adaptabilidad del organismo a su medio.
Los aparatos de autonomía secundaria se forman ya sea a partir de modalidades del instinto, al desarraigarse éstas de sus orígenes instintivos, o bien a partir de estructuras defensivas formadas en el proceso de la solución del conflicto, al sufrir las mismas un “cambio de función” y volverse aparatos que sirven para la adaptación. Los aparatos de autonomía secundaria no son innatos sino que se forman por la experiencia. Esta segunda garantía de la autonomía del Yo incluye relación con la realidad.
Garantías de la autonomía del Yo con respecto al medio ambiente que los rodea el hecho de que la psicología académica reconoce que el hombre no es un perceptor pasivo como tampoco una hoja en blanco, sobre la cual se puedan escribir las experiencias sin restricciones, implica un concepto de autonomía, pero la falta de un concepto explícito de autonomía fue y sigue siendo un gran tropiezo. La teoría de Descartes puede prescindir de un concepto de autonomía con respecto al medio ambiente, y las observaciones psicoanalíticas han contradicho la validez de esa teoría, las observaciones demuestran la permanencia de formas patológicas de comportamiento, en oposición a los requerimientos y condiciones del medio ambiente. Las observaciones y teoría psicoanalíticas, indican que los impulsos instintivos son los agentes causales y garantías finales de la sobrevivencia de formas de comportamiento que son revocadas por el medio ambiente.
Para ser evidente que las organizaciones cognitivas, los intereses del Yo, los valores y los ideales, la identidad del yo y las influencias del Superyó (todos autónomos de los impulsos) toman, asimismo, parte como causa en la persistencia de muchas formas de comportamiento. Sin embargo, ya que la autonomía de estas es secundaria, se puede considerar que son sólo garantías proximales de la autonomía del Yo con respecto al medio. El hecho de que los impulsos, que en su tensión máxima pueden esclavizar el individuo al medio, pueden ser las garantías finales de su autonomía con respecto a este medio.
El conjunto de impulsos que se tiene el hombre, por su constitución, parece ser la garantía final (primaria) de la autonomía del Yo dentro de su medio ambiente, es decir, su defensa contra la esclavitud del proceso estimulo-respuesta. Pero también esta autonomía tiene garantías proximales (secundarias) que son las estructuras en un nivel superior del Yo y del Superyó, así como las motivaciones pertinentes a ellas. La autonomía del Yo respecto al medio ambiente es solo relativa, tal como hemos visto que lo es respecto al Ello.
Como las garantías finales de la autonomía del Yo respecto al Ello son los instrumentos e relación con la realidad dados al hombre por su constitución, las garantías finales de la autonomía del Yo respecto al medio ambiente son los impulsos que también posee por constitución
Condiciones que interfieren en cada una de ellas y con ambas. Este autor plantea tres ejemplos que van a ilustrar las condiciones en las cuales la autonomía del Yo con respecto al Ello resulta disminuida. Primero hay periodos de desarrollo en los cuales los impulsos se intensifican y amenazan esta autonomía del Yo. En la pubertad los impulsos intensificados interfieren a tal extremo con la autonomía del Yo que este los combate con la intelectualización, ya que parece ser esta capaz de enfrentarse a la realidad, así como los instrumentos de la memoria y pensamiento lo son contra las instrucciones del Ello. La subjetividad el adolescente, su rebeldía contra el medio y su tendencia al aislamiento, indican la intensificación de las fuerzas del Ello en la pubertad y la disminución de la autonomía del Yo. El segundo ejemplo es aquel que realizó Lilly en un tanque de agua, en donde estaba oscuro y a prueba de ruidos, en el cual el sujeto flotaba libre de estímulos gravitatorios, de movimiento. Allí se observó que la privación de estímulos también es una condicion que puede poner obstáculos a la autonomía. El tercer ejemplo es el estado hipnotico. Una técnica para inducir la hipnosis es hacer que el sujeto se concentre en algo y de esta manera reducir el efecto de otros estímulos exteriores. El hipnotista impide que se preste atención a estos estímulos produciendo un golpeteo continuo. Estas medidas no solo impiden el efecto de los estímulos sino también el pensamiento organizado, lógico y dirigido hacia la realidad. Así se bloquean las fuentes de señales, tanto exteriores como interiores, que ayudan en la orientación hacia la realidad y protegen la autonomía del Yo. El resultado es un estado regresivo en el cual las barreras contracatéxicas que diferencian los procesos del Yo y del Ello se hacen fluidas, desaparece el sentido de la voluntad.
La suposición de que las estructuras del Yo son estables (los controles y defensas) y sólo se alteran por desórdenes importantes, se justifica por la continuidad que ofrecen esta estructura a cualquier intervención terapéutica. El mismo concepto de estructura implica que los cambios son lentos en comparación a los procesos de acumulación y descarga de tención de los impulsos. Sin embargo, los experimentos de Lilly sugieren que estas estructuras dependen, para su estabilidad de los estímulos, o necesitan el estímulo como alimento para su mantenimiento. Cuando no encuentran este alimento de estímulos, puede disminuir la eficiencia de estas estructuras para gobernar los impulsos del Yo, perdiendo el Yo algo de su autonomía.
Hay ciertas estructuras que dependen de su alimento, como por ejemplo las que forman la base del Superyó consciente. El superyó es una estructura persistente, pero parece ser que sus partes conscientes necesitan del alimento de los estímulos. Faltando este alimento se vuelve propenso a la transacción y a la corrupción y cuanto mayores son éstos, tanto más exigente el Superyó inconsciente: el sentimiento inconsciente de culpa. La consciencia parece necesitar el alimento provisto por un medio ambiente tradicional y estable en el cual el individuo nace, crece, y termina su vida.
Las condiciones principales que obran en menoscabo de la autonomía del Yo respecto al medio son: la obstrucción masiva intrapsiquica de los impulsos instintivos que son las garantías finales de esta autonomía; la necesidad exacerbada, el peligro, y el miedo que llevan a los impulsos a ocasionar una pronta derrota de la misma; falta de retiro privado, privación de alimento de estímulos y ayudas verbales, y de la memoria, todo lo cual parece ser necesario para el mantenimiento de las estructuras que son las garantías proximales de esta autonomía; una corriente constante de instrucciones e informes, los cuales con la falta de otro alimento de estímulos, llegan a tener tanto poder que tienen al yo completamente a su disposición.
Tanto como pasa con las garantías de autonomía respecto al Ello, tampoco las garantías finales ni proximales de autonomía respecto al medio son absolutos. Ambas autonomías requieren de estímulos exteriores, impulsivos o de los dos, de una intensidad específica para su mantenimiento.
Relaciones entre las dos autonomías del Yo en los estados hipnóticos resultan disminuidas tanto la autonomía con respecto al Ello como la autonomía respecto al medio. Para aclarar esta relación el autor considera aspectos de los desórdenes compulsivos y obsesivos. Uno de los conocimientos de las condiciones obsesivo-compulsivas es una mayor elaboración del proceso secundario. Esta elaboración tiene dos aspectos: por una parte, facilita los medios para las defensas de intelectualización y aislamiento; por otro lado hace posible la observación intensificada y el análisis lógico como substitutos de las señales afectivas y de idea que son los reguladores naturales del juicio y la decisión, ya que son suprimidas por las defensas obsesivo-compulsivas.
La defensa obsesivo-compulsiva eleva así la autonomía del Yo con respecto al Ello. La supresión de las indicaciones afectivas e ideales del origen impulsivo, hace que los juicios del Yo y sus decisiones dependan cada vez más de indicaciones exteriores. Una forma extrema de la falta de gobierno interior del obsesivo, es una duda paralizadora, a veces próxima a la esclavitud. Pero al mismo tiempo que se reduce la autonomía del Yo respecto al medio, se desarrolla otro fenómeno. Los impulsos y sus representaciones, cuyo acceso a la motilidad y a la consciencia ha sido impedido en forma estricta, invaden la realidad objetiva, consiguen linear el pensamiento y la percepción de la persona con magia y animismo.
Este aumento de la autonomía del Yo respecto al Ello, reduce la autonomía del Yo respecto al medio y el resultado es esclavizarse a los estímulos. La reducción de la autonomía del Yo respecto al Ello resulta en una pérdida de contacto con la realidad. El aumento de esta autonomía resulta en una reducción de la autonomía respecto al Ello, y una reducción de la autonomía del Yo respecto al medio puede resultar en una autonomía superlativa respecto al Ello.
Por ejemplo, la privación de estímulos como autonomía aumentada. No es que la autonomía del Yo respecto al medio llegue a su máximo, sino más bien que el Yo tiene que conformarse con un medio que no posee el suficiente alimento de estímulos para sus estructuras, la privación de estímulos da una manera de probar los límites de la autonomía del Yo con respecto al medio.
La autonomía del Yo respeto al Ello puede ser disminuida, bien sea cuando aumenta excesivamente su obligada dependencia del medio, o bien cuando el apoyo de este medio decrece en forma considerable. Asimismo, la autonomía del Yo respecto al medio puede resultar disminuida cuando se vuelve excesiva, ya sea su dependencia o su independencia del Ello. Ya que estas autonomías son relativas, nunca se llega a sus extremos.
Conclusión el organismo está dotado de la evolución con aparatos que lo preparan para el contacto con el medio que lo rodea, pero su comportamiento no es esclavo de este medio ambiente, ya que también está dotado con impulsos que nacen de su organización y son las garantías finales contra la esclavización a los estímulos. A su vez, el comportamiento del organismo no solo la expresión de fuerzas internas, ya que los mismos aparatos por medio de los cuales está en contacto con el medio ambiente, son las garanticas finales contra la esclavización a los impulsos. Estas autonomías también tienen garantías proximales, en estructuras intrapsiquicas. El equilibrio de estos factores que se gobiernan mutuamente no dependen de la acción fortuita de unos sobre otros, sino que está dirigido por las leyes de la secuencia epigenética, designada como el desarrollo del Yo autónomo.
Las dos clases de estructuras intrapsiquicas protectoras son componentes esenciales de la estructura y la organización del Yo; y lo atributos de la conducta, considerados como autonomías del Yo, son característicos de esta estructura y organización. Estas estructuras necesitan alimento para su desarrollo, mantenimiento y eficacia, y sus alimentos finales son los estímulos pulsionales, por una parte, y los estímulos externos, por otra. Pero este alimento también lo procuran otras estructuras del Yo y las motivaciones que de ellas se originan, y cuanto más autónomo sea el Yo, más procuran el alimento estas fuentes internas. Pero esta proporción solo se obtiene dentro de un alcance optimo, ya que la autonomía del Yo con respecto al Ello y la autonomía del Yo con respecto al medio se garantizan mutuamente solo dentro de un alcance óptimo. El aumento o la disminución de cualquiera de ellas destruye su equilibrio. Así, estas autonomías son siempre relativas.
La autonomía del Yo puede definirse en términos de actividad yoica y la disminución de la autonomía en términos de pasividad yoica.
Comentarios sobre la formación de la estructura psíquica (Hartmann)
Los conceptos estructurales
Los precedentes de los conceptos estructurales aparecieron en los trabajos de Freud al final del siglo IXX.
El estudio de los conflictos psíquicos en general surgió que las fuerzas opuestas en las situaciones conflictuales típicas no se ordenaban al azar, sino más bien en grupos que poseían una cohesión u organización interna. Estas impresiones se vieron estimuladas por un tema que desempeñó un papel considerable en la psiquiatría francesa entre los años 1880 y 1890: el de la personalidad múltiple. Las irrupciones intermitentes observadas en estos casos sustentaron la idea de que también otras manifestaciones menos dramáticas d enfermedad mental podían comprenderse “considerando al hombre dividido, contra si mismo”
El primer enfoque que Freud hizo de esta división fueron guiados por la escuela de la fisiología alemana de su tiempo y por el pensamiento evolucionista del darwinismo. Bajo estas influencias surgió sus primeras formulaciones sobre la naturaleza del “aparato psíquico”
Freud estableció su definición de los sistemas psíquicos después de la investigación cuidadosa y repetida de su material clínico. Este material le sugirió que en un conflicto psíquico típico, un conjunto de funciones se halla más frecuentemente “de un lado” del conflicto que “del otro”. Las funciones que encontramos “agrupadas de un lado” tiene características o propiedades comunes. La relación está de acuerdo con la frecuencia.
Las funciones del ello se centralizan en las necesidades básicas del hombre y de sus exigencias de gratificación. Estas necesidades están arraigadas en los impulsos instintivos y en sus vicisitudes. Las funciones del ellos se caracterizan por la gran movilidad de las cargas de las tendencias instintivas y sus representaciones mentales. Sus manifestaciones son la condensación, el desplazamiento y el uso de símbolos.
Las funciones del yo se centralizan en la relación con la realidad. En este sentido hablamos del yo como de un órgano específico de equilibrio. Regula el aparato de motilidad y percepción; efectúa la prueba de las cualidades de la situación presenta, es decir de la “realidad presente” y prevé las cualidades de las situaciones futuras. El yo media entre estas cualidades y necesidades y las exigencias de las otras organizaciones psíquicas.
Las funciones del superyó se centralizan en las exigencias morales. Las manifestaciones esenciales del superyó son la autocrítica, a veces exaltada hasta estimular el autocastigo y la génesis de los ideales.
Al adoptar como criterio decisivo para la definición de los sistemas psíquicos a las funciones ejercidas en los procesos mentales, Freud se valió de la fisiología como modelo en la formación de los conceptos. Sin embargo, esto no implica correlación alguna entre los sistemas y organizaciones fisiológicas o grupos de órganos determinados, aunque Freud consideraba esta correlación como la aspiración final de la investigación psicológica.
Freud sostiene que el yo se presente a si mismo ante el superyó como objeto amoroso. Esta metáfora expresa las relaciones de estas dos organizaciones psíquicas comparándolas con una relación amorosa entre individuos, de los cuales uno es el amante y el otro el amado. Pero la frase expresa un importante hallazgo clínico: el amor a si mismo puede fácilmente, y lo hace en ciertas condiciones, sustituir al amor de otra persona. En esta formulación el amor a si mismo indica que la aprobación de “uno mismo” por el superyó se refiere a “uno mismo” en el lugar de otra persona.
Este autor sustituye la palabra “yo” de los textos de Freud por “uno mismo” (“self”). Lo hace porque el yo es definido como parte de la personalidad y porque el uso que Freud hace de la primera es ambiguo. Emplea la palabra “yo” refiriéndose a una organización psíquica y asimismo a la totalidad de la persona.
La formación de la estructura psíquica
Siempre que en psicoanálisis se usen conceptos biológicos, nos enfrentamos con uno de los tres casos. Primero, el de la equiparación inmediata: un fenómeno biológico o fisiológico y se usan términos corrientes en estas ciencias. En segundo lugar, se puede adoptar un término, pero cambiar su significado por el contexto en el cual se lo usa, pudiéndosele agregar nuevas aceptaciones. En tercer lugar, los términos biológicos pueden usarse en un contexto diferente. Su definición se toma del contexto antiguo, ya que los requerimientos del nuevo son similares a aquellos en los cuales se originó.
En la descripción de las funciones del desarrollo, la psicología infantil y el psicoanálisis emplean los conceptos de diferenciación e integración. La diferenciación indica la especialización de una función; la integración la emergencia de una función nueva, nacida de conjuntos previamente incoherentes de funciones o reacciones. Los términos maduración y desarrollo no están siempre tan diferenciados. Se usa en el sentido de que maduración indica el proceso de crecimiento que se verifica con relativa independencia de las influencias del medio, y desarrollo, el proceso de crecimiento en el cual e ambiente y maduración se influyen más íntimamente.
Fase indiferenciada supone que los elementos esenciales de la estructura de la personalidad existen ya, en los niños a la edad de cinco a seis años. Los procesos del desarrollo que se producen después de esta edad pueden describirse como modificaciones, enriquecimiento. Los procesos del desarrollo anteriores a esta edad son susceptibles de describirse en términos de formación de esta estructura. Al introducir sus conceptos de estructura psíquica, Freud habla de una diferenciación gradual del yo a partir del ello; como resultado final de este proceso de diferenciación el to, como organización estructurada, se opone al ello. La formulación de Freud tiene desventajas obvias. Implica que la dotación del niño al nacer es parte del ello. Parece que los mecanismos psíquicos innatos, y los reflejos, no pueden ser todos parte del ello, en el sentido aceptado en psicoanálisis. Este autor sugiere una hipótesis diferente, es decir la de una fase indiferenciada durante la cual tanto el ello como el yo se forman gradualmente. Durante la fase indiferenciada maduran mecanismos que más tarde se pondrán bajo la regulación del yo y que sirven a la motilidad, a la percepción y a algunos procesos de pensamiento. En estos campos la maduración se efectúa sin la organización toral de lo que se llama yo: solo después de la formación del yo se integrarán completamente estas funciones. En el momento en el cual se verifica la diferenciación, el hombre está provisto de un órgano especializado de adaptación, del yo. Esto no significa que no persistan en el ello algunos elementos relativos al “mantenimiento” del individuo. La diferenciación explica la naturaleza de los impulsos instintivos del hombre.
En el hombre la adaptación está confiada en su mayor parte a una organización independiente.
“Uno mismo” y el ambiente si bien el autor de este texto no desea establecer líneas cronológicas, resume algunas de las etapas del desarrollo del niño que conducen a la formación del yo y representan parcialmente las funciones más precoces. La primera de estas etapas se refiere a la capacidad del niño para distinguir entre sí mismo y el mundo que lo rodea. En el nacimiento las circunstancias ambientales cambian con brusquedad; el organismo ya no crece totalmente al abrigo de las perturbaciones externas y comparativamente no tiene la gratificación plena de todas sus necesidades básicas. El elemento esencial del nuevo ambiente es la madre del niño; ella determina las características físicas del medio, suministrando amparo, cuidados y alimentos.
La naturaleza biológica del niño y la naturaleza de su ambiente, explican el que sus primeras reacciones se relacionen con la satisfacción y privación deparadas por la madre. Freud supone que mientras se gratifiquen todas las necesidades el niño tiende a vivenciar la fuente de satisfacción como parte de sí mismo; la privación parcial es probablemente una condición esencial en la capacidad del niño para distinguir entre sí mismo y el objeto. Por ejemplo, la relación del niño con el pecho que lo alimenta o sus substitutos.
La privación es una condición necesaria, pero sin duda no suficiente, para el establecimiento de la distinción entre si mismo y el objeto. El proceso de distinción tiene un aspecto cognoscitivo o perceptivo; depende así de la maduración del niño. Además, el psicoanálisis trabaja con la hipnosis de otra condición necesaria, la que se refiere a la distribución de la energía psíquica. Freud supuso que en el recién nacido la energía psíquica se concentra sobre su narcicismo primario (“mismidad”). Cuando se afirma que un objeto del mundo externo se vivencia como parte de uno mismo, significamos que el objeto comparte su catexis narcisistica. Cuando se habla de una distinción entre uno mismo y el objeto externo, se supone que el objeto que se vivencia como independiente de uno mismo ha retenido catexis a pesar de la separación, se infiere que la catexis narcisistica primaria se ha transformado en catexis objetal.
Las modificaciones de maduración que se producen durante la segunda mitad del primer año dan al niño mayor control de su propio cuerpo y lo capacitan parcialmente para dominar los objetos inanimados de su espacio vital. En cada una de estas operaciones desempeña su papel cierta clase de previsión de los acontecimientos futuros. Tales operaciones representan una función central del yo; aquella que posibilita el pasaje del principio del placer al principio de realidad. Los dos principios reguladores del funcionamiento mental expresan dos tendencias del hombre. El uno procura la gratificación inmediata e incondicional de las demandas; el otro acepta las limitaciones de la realidad, posponiendo la gratificación a fin de hacerla más segura.
Algunas influencias en la formación del yo el desarrollo del yo se verifica en conjunto con el de las relaciones objetales del niño. Entre los factores que amenazan a las relaciones de objeto y ponen por lo tanto en peligro la estabilidad de las funciones del yo en el niño, se considera la ambivalencia. Las teorías sobre el origen de la ambivalencia son en parte idénticas a la relacionadas con el origen de la agresión. Freud en 1930 consideraba la posibilidad de que la ambivalencia se origine como una protección necesaria del individuo contra los impulsos destructivos confinados en la mismidad. Su externalización sería entonces un prerrequisito de la supervivencia.
Se puede decir que la ambivalencia del niño hacia sus primeros objetos amorosos corresponde a su posición dentro de la continuidad que va de la satisfacción a la privación. Todas las relaciones humanas estarían de acuerdo con esta sugestión, tenidas por las circunstancias de que las primeras relaciones amorosas del niño se establecieron en una época en que aquello a quienes el niño amaba, eran los que le dispensaban satisfacción y privación.
Las privaciones son inevitables en la primera infancia, porque la intensidad creciente de las exigencias del niño que llora esperando a la madre, es experimentada como una privación; en este nivel las privaciones son incentivos esenciales para la diferenciación entre el mundo y uno mismo. En una etapa ulterior, cuando el niño aprende a intercambiar la satisfacción inmediata por la futura, está expuesto de nuevo a experiencias de privación, una de las cuales es un prerrequisito para la formación del mundo del pensamiento y el desarrollo ulterior de su yo. El niño posterga sus exigencias a fin de obedecer a los requerimientos de la madre. Es casi indudable que cuanto más seguro esté el niño de que la satisfacción seguirá a la postergación de las demandas, más fácilmente tolerará la privación. No se puede ignorar que cada una de las demandas básicas del niño cuya satisfacción se pospone, contiene impulsos libidinales y agresivos.
El niño no sólo experimenta privación cuando se le niega alguna de sus exigencias (alimento, cuidado o atención) sino también cuando el adulto interfiere algunas de sus actividades espontaneas, ya sirvan estas a la gratificación de un impulso o a la solución de un problema.
El niño tiende siempre a reaccionar frete a la restricción mediante alguna manifestación agresiva. Sin embargo, esta respuesta no es regular.
La tendencia del niño a las explosiones agresivas cuando experimenta restricciones puede modificarse fácilmente por la conducta del adulto que restringe: las restricciones amistosas tienen a reducir las respuestas agresivas. La mejor manera de distraer a un niño es la atención amorosa. La catexis dirigida hacia la acción se transforma así en catexis objetal. La importancia de este tipo de problemas es considerable, dado que la sucesión de restricción de las actividades espontaneas y la disminución de los impulsos agresivos en el niño afectan a numerosas situaciones de aprendizaje.
Al cabo del primer año, en las primeras etapas de la evolución del yo, el niño ya ha establecido relaciones objetales duradera; su vinculación puede sobrevivir a la privación y la energía libidinal dirigida hacia el objeto amoroso ha sido parcialmente transformada en energía libidinal de impulsos reprimidos, que pasan a ser catexis permanentes.
Mientras prevalece la exigencia de satisfacción inmediata, toda ausencia de aquellos cuidados de los cuales depende el niño, es experimentada como amenaza; gradualmente, a medida que el yo se desarrolla, se posibilita la abstracción de la situación concreta. La amenaza se hace, en cierta medida, independiente de la presencia o ausencia de la madre. Estos dos estados coexisten en la vida del niño durante largo tiempo y se incorporan en distintas situaciones muy complejas. Freud abarco estas situaciones en la siguiente formulación: el temor de perder el objeto amada se completa por el temor de perder amor. Así podría decirse que el niño, al obtener esta nueva seguridad, contrae una nueva clase de vulnerabilidad; la angustia puede ahora invadir su vida en condiciones nuevas.
Mientras que la represión es un mecanismo especifico, sin actuación previa la identificación ha sido uno de los mecanismos principales, sino el principal contribuyente a la formación temprana de la personalidad del niño; en segundo lugar y bajo la presión del peligro, puede utilizársela también con fines defensivos. Pero las dos funciones, la primaria de identificación, su parte creciente, y la secundaria, de defensa contra el peligro, no pueden distinguirse siempre fácilmente con exactitud. Las raíces de la identificación pueden rastrearse hasta aquellos impulsos del ello que tienden a la incorporación; el mecanismo psicológico es correlativo de y se construye sobre el modelo de esta tendencia. En las primeras fases del desarrollo del yo, el niño descansa sobre el adulto para relacionarse con el mundo exterior; participa en sus reacciones y adquiere así sus métodos de resolver problemas y de enfrentarse con las emergencias
Formación del superyó los procesos de diferenciación e integración en la niñez temprana muestran la interalacion constante entre los factores de maduración y del desarrollo. Los procesos que conducen a la formación de la tercera organización psíquica, el superyó, son independientes de la maduración en un mayor grado. No existe un aparato especifico cuya maduración sea esencial para el desarrollo de la conciencia, sólo se necesita como condicion previa esencial una cierta etapa de evolución de la vida intelectual. Pero, aunque la formación del superyó sea el resultado de influencias sociales y de procesos de identificación, estos procesos pueden verificarse bajo la presión de una situación específica en la vida del niño, que se cumple por la maduración.
Habitualmente el niño alcanza la etapa fálica de su desarrollo sexual en el tercero o cuarto año. Las manifestaciones en el comportamiento de la catexis y del interés por la zona genital son múltiples; la frecuencia más elevada de masturbación genital, el mayor deseo de contacto físico con otros, particularmente con miembros del sexo opuesto, y la predominancia de las tendencias al exhibicionismo fálico. El lazo entre las fantasías de relaciones sexuales con los objetos incestuosos y las fantasías de ser privado de tales actividades o castigado por las mismas (por la castración o sus equivalentes).
La reacción del medio ante la manifestación de las exigencias del niño durante la fase fálica, no es menos decisiva que la reacción ante sus impulsos anteriores. en relación con las tendencias incestuosas en este periodo, la privación es lo regular. La reacción del niño frente a esta nueva experiencia de privación es lo regular. La reacción del niño frente a esta nueva experiencia de privación puede, por regla general, no aislarse claramente de sus experiencias anteriores de satisfacción y privación. La intensidad de esta reacción a la privación, se encuentra en ese periodo parcialmente bajo la influencia del pasado.
Freud insistió en un factor filogenético que predispondría al individuo al temor de la castración.
La importancia del temor a la castración en la economía de la angustia del hombre, se evidencia de la mejor manera por el hecho de que afecta tambien la actitud del hombre ante la muerte. Como todos los organismos superiores el hombre tema a la muerte, pero este temor está coloreado por todas las tendencias anteriores que han evocado angustia: particularmente por el temor a la castración y por el “temor al superyó”.
Se distingue dos aspectos en el proceso de formación del superyó. Primero el niño se identifica con lo padre de una nueva manera, a fin de escapar al conflicto entre el amor, el odio, la culta y los tormentos de la angustia. No se identifican con los padres tal como son, sino con una idealización de los mismos; es decir que el niño purifica la conducta de los padres en su menta, y la identificación se verifica como si ellos fueran consecuentes con los principios que explícitamente profesan o aspiran a observar. De acuerdo con la formulación de Freud el niño se identifica con el superyó de los padres. Sin embargo, parecería que en la etapa prefalica la identificación se relaciona predominantemente con el problema del poderío: el niño magnifica a los padres a fin de participar de su protección y poder. Al final de la etapa fálica, bajo la presión del temor a la castración, la idealización se relaciona con la conducta moral.
El segundo lugar, el proceso de identificación que se verifica es diferente de los previos, mediante la modificación concomitante en la economía de la energía psíquica. Las nuevas identificaciones adquiridas por el niño conservan permanentemente parte de la catexis vinculada con anterioridad a los objetos. La independencia relativa de los objetos por un aparte y del yo por la otra, estructura al superyó como una entidad distinta del ello y del yo.
En el curso de este proceso se desexualiza la energía libidinal: la parte peligrosa o sexual de la vinculación del niño con la madre es sublimada y aprovechada parcialmente en la idealización. Las actitudes agresivas hacia el padre se internalizan; se transforman en la fuerza de que disponen las exigencias del superyó.
Durante el periodo de latencia puede observarse una regulación gradual de las funciones del superyó. Durante toda la latencia, el niño se ha identificado con numerosos modelos: maestros, amigos, policías y con todo el conjunto de imágenes que le proporciona su cultura. Pero durante la adolescencia las identificaciones adquieren nueva fuerza, se hacen más compulsivas y la necesidad de apoyo exterior es mayor.
Comentarios sobre la teoría psicoanalítica del yo (Hartmann-1950)
Alrededor de 1890, Freud hablaba de un Yo, en un sentido que prefigura los nuevos desarrollos de la psicología del yo. Uno de los acontecimientos más señalados en la historia de la psicología es el de que las investigaciones de Freud sobre el ello precedieron a su abordamiento de la psicología estructural.
El término “yo”, se usa con frecuencia en un sentido ambiguo, incluso entre los psicoanalistas. Para definirlo negativamente en tres aspectos, como opuestos a otros conceptos del yo se dirá que el “yo” psicoanalíticamente no es sinónimo de “personalidad”, ni de “individuo” y tampoco coincide con el “sujeto” en oposición el “objeto” de la experiencia, y que no es de ningún modo solo el “saber” o el “sentimiento” del propio ser. En el análisis del yo es un concepto de un orden enteramente diferente. Es una subestructura de la personalidad y se define por sus funciones.
Algunas d las funciones mas importantes entre ellas es que Freud habia destacado siempre las que se centran en torno a la relación con la realidad: la relación con el mundo exterior es excesiva para el yo. El yo organiza y controla la movilidad y la percepción, la percepción del mundo exterior, pero probablemente también del sí mismo; también sirve como una barrera protectora contra los estímulos externos excesivos y, en un sentido diferente contra los estímulos internos. El yo comprueba la realidad. También son funciones del yo la acción, a diferencia de la simple descarga motora, y el pensamiento, que de acuerdo con Freud (1911) es una acción de tanteo con pequeñas cantidades de energía psíquica. En ambas va implícito un elemento de inhibición, de demora de la descarga. En este sentido aspectos del yo pueden ser descripto como actividades de rodeo; fomentan una forma más específica y segura de ajuste, introduciendo un factor de independencia creciente del impacto inmediato del estímulo presente. En esta tendencia hacia lo que se puede denominar interiorización, se incluye también la señal de peligro, además de otras funciones que pueden describirse como pertenecientes a la naturaleza de la anticipación. Anna Freud habla en 1936 de una enemisdad primaria del yo vis-a-vis de los impulsos instintivos; y la función del yo, estudiada mas extensamente en el análisis, a saber, la defensa, es una expresión especifica de su naturaleza inhibitoria. Otra serie de funciones que se atribuyen al yo es lo que se denomina el carácter de una persona. Y todavía otra, que se puede distinguir son las tendencias coordinadoras o integradoras, conocidas como la función sintética. Con los factores diferenciadores, se puede incluir estas tendencias en el concepto de una función organizadora; ellas representan un nivel de la autorregulación mental en el hombre. Mientras hablamos de los aspectos de la realidad del yo, o de su naturaleza inhibitoria u organizadora, nos percatamos del hecho de que sus actividades específicas pueden expresar y en realidad expresan muchas de las características al mismo tiempo.
En sus comienzos la psicología del yo de Freud fue mal interpretada por muchos analistas y no analistas, considerándola como un divorcio de sus ideas originales sobre el fundamento biológico del psicoanálisis. En realidad, está más cerca de la verdad lo contrario: en ciertos aspectos es más bien una aproximación. La continuidad con la biología fue establecida primeramente en el análisis mediante el estudio de los impulsos instintivos. Pero la psicología del yo, al investigar más estrechamente, no sólo las capacidades adaptativas del yo, sino también sus funciones “sintéticas”, integradoras” u “organizadoras” ha extendido la esfera en que puede algún día resultar posible reunir conceptualmente lo analítico con lo fisiológico.
Hay un enfoque del desarrollo del yo que ha sido un tanto descuidado en la teoria psicoanalítica. Algunos aspectos del desarrollo temprano del to aparecen bajo la luz diferente si nos familiarizamos con el pensamiento de que el to puede ser algo más que un subproducto de desarrollo de la influencia de la realidad sobre los impulsos instintivos; de que el yo tiene un origen en parte independiente, además de esas influencias formativas que ningún analista querría subestimar; y de que se puede hablar de un factor autónomo en el desarrollo del yo del mismo modo que vemos en los impulsos instintivos agentes autónomos del desarrollo. Esto no quiere decir que el yo, como un sistema psíquico definido, sea innato, sino más bien acentúa el punto de que el desarrollo de este sistema se rastrea no sólo hasta el impacto de la realidad y de los impulsos instintivos, sino igualmente hasta el grupo de factores que no pueden ser identificados con ninguno de aquellos. Esta afirmación implica también que no todos los factores del desarrollo mental existentes al nacer pueden considerarse como parte del ello. Se esta tan habituado a pensar en términos de “el ello es más antiguo que el yo”. Esta ultimo hipótesis también tiene un aspecto que se refiere a la filogénesis. En tanto el yo como el ello se han desarrollado, como productos de diferenciación, fuera del modelo del instinto animal. Partiendo de acá no solo se ha desarrollado el “órgano” especial de adaptación del hombre, el yo, sino también el ello; y el enajenamiento con la realidad, tan característico del ello humano, es un resultado de esta diferenciación, pero de ningún modo una continuación directa de lo que sabemos acerca de los instintos de los animales inferiores
Se llega a ver el desarrollo del to como una resultante de tres grupos de factores: las características hereditarias del yo (y sus interacciones), las influencias de los impulsos instintivos y las influencias de la realidad exterior. Con respecto al desarrollo y al crecimiento de las caracteristicas autónomas del yo, podemos dar por supuesto que se produjeron como resultado de la experiencia, pero en parte también de la maduración, paralelo al supuesto mas familiar en el análisis de que los procesos de maduración intervienen en el desarrollo de los impulsos sexuales, y de un modo diferente también en el desarrollo de la agresión.
El problema de la maduración tiene un aspecto fisiológico. Al hablar de este aspecto, podemos referirnos al crecimiento de lo que supone que son las bases fisiológicas de esas funciones que, vista desde la psicología, se llama el yo; o se puede referir al crecimiento de determinado aparato que, tarde o temprano, viene a ser utilizado específicamente por el yo. Por ejemplo, el aparato motor usado en la acción. El papel de estos aparatos para el yo no se limita a la función de instrumentos que el yo, en un momento dado, halla a su disposición. Tenemos que suponer que la diferencias en cuanto al tiempo o la intensidad de su crecimiento intervienen en el cuadro del desarrollo del yo como una variante parcialmente independiente.
Freud ha subrayado con insistencia la importancia del yo corporal, en el desarrollo del yo. Esto indica la influencia de la imagen corporal, en la diferenciación del yo del mundo de objetos; pero también apunta al hecho de que las funciones de esos órganos que establecen el contacto con el mundo externo vienen gradualmente a quedar bajo el control del yo. La manera en que el niño pequeño va conociendo su propio cuerpo y sus funciones ha sido descrita como un proceso similar al de la identificación.
Los factores autónomos del desarrollo del yo, pueden o no permanecer en el curso del desarrollo. Por lo que se refiere a su relación con los impulsos sabemos por la experiencia clínica que pueden secundariamente quedar bajo la influencia de los impulsos, como es el caso de la sexualizacion o “agresivización”. En las etapas más remotas del desarrollo, la dependencia de la percepción de las situaciones de “necesidad” es enteramente obvia. En tales etapas la percepción de ser bastante general, descripta no solo en sus aspectos autónomos, sino también respecto de los modos en que es empleada por las tendencias sexuales y agresivas. No obstante, el yo de la realidad evoluciona gradualmente con precisión liberándose de la intrusión de tales tendencias instintivas.
Los factores autónomos pueden también resultar implicados en la defensa del to contra las tendencias instintivas, contra la realidad y contra el superyó. Es de considerable interés no solo para la psicología del desarrollo, sino igualmente para los problemas clínicos, estudiar la influencia que la inteligencia de determinado niño, su equipo motor y perceptivo, sus dotes especiales y el desarrollo de todos estos factores tienen en el tiempo, en la intensidad y en el modo de expresión de esos conflictos.
A través de los que denomina “cambio de función” lo que empezó en una situación de conflicto, puede secundariamente convertirse en parte de la esfera no conflictiva. Muchos propósitos, actitudes, intereses y estructuras del yo se han originado de esta manera. Lo que se desarrolló como resultado de la defensa contra un impulso instintivo puede acabar en una función más o menos independiente y más o menos estructurada. Puede llegar a encargarse de diferentes funciones, como el ajuste, la organización. Un ejemplo: toda formación caracterial reactiva, originada en la defensa contra los impulsos, gradualmente se hará cargo de una gran cantidad de otras funciones en la estructura del yo. Debido a que conocemos que el resultado de este desarrollo puede ser bastante estable, y hasta irreversible en muchas situaciones normales, podemos denominar autónomas a tales funciones, si bien de un modo secundario.
Hay varios puntos relacioneado con el origen de los mecanismos de defensa que aun no hemos llegado a comprender. Algunos elementos, de acuerdo con Freud pueden ser heredados pero él no ve en la herencia el único factor destacado para su elección o para su desarrollo. Parece supones que estos mecanismos no se originan como defensas en el sentido en que se utiliza este término una vez que el yo se ha desarrollado como un sistema definible. Tales mecanismos pueden originarse en otras zonas, y en algunos casos estos procesos primitivos pueden haber desempeñado funciones diversas, antes de que sean utilizados secundariamente para lo que en el análisis llamamos defensas. El problema estriba en seguir las conexiones genéticas entre esas funciones primordiales y los mecanismos de defensa del yo. Algunos de estos pueden ser modelados siguiendo alguna forma de conducta instintiva; la introyección. También pensamos en cómo el yo puede usar en la defensa características de los procesos primarios, como en el desplazamiento. Pero no abarcan todos los mecanismos de defensa. Ana Freud denomino la enemistad primaria del yo contra los impulsos y puede ser una base genética de acciones defensivas posteriores contra ellas. Freud en 1926 trazó un paralelo entre el mecanismo de aislamiento y el proceso normal de la atención. Por otra parte, Freud señalo a menudo la analogía entre las acciones de defensa frente a los impulsos, y los medios por los cuales el yo evita los peligros desde fuera, esto es, la fuga y el combate.
Por otro lado, Hartmann señala las afirmaciones freudianas concernientes a lo que él llama la barrera protectora contra los estímulos, es su posible relación con el posterior desarrollo del yo. Glover en 1947 afirma que no se puede reducir el concepto de mecanismo a elementos mas simples. Sin embargo, se debe postular ciertas tendencias innatas, transmitidas a través del ello, que llevan al desarrollo de mecanismos. Puede ser que los medios con lo cuales los niños tratan con los estímulos sean posteriormente utilizados por el yo de un modo activo. Hartmann considera este uso activo, para sus propios propósitos, de formas primordiales de reacción, una característica bastante general del yo desarrollado. Propone esta hipótesis de una correlación genética entre las diferencias individuales en los factores primarios de este género y los mecanismos de defensa posteriores.
Otro punto que ha seleccionado Hartmann es el narcisismo.
En el texto “introducción al narcisismo” Freud dice que mientras el autoerotismo es primordial, el yo tiene que desarrollarse, no existe desde el principio, y por lo tanto algo ha de añadirse al autoerotismo para que el narcisismo puede llegar a existir. Unos años después afirma que el narcisismo es la condición originaria universal, por la cual se desarrolla posteriormente el amor objetual, aunque el volumen grande de libido puede permanecer dentro del yo. En la década siguiente, durante la cual se establecieron los principios de la psicología del yo, hallamos una variedad de formulaciones. En algunas se hace todavía referencia al yo como el deposito original de la libido, pero en el Yo y el Ello (1923) Freud pone en claro que no era al yo sino al ello a lo que se referia al hablar de este “deposito original”; y a la libido, añadida al yo por identificación, la denomino “narcisismo secundario”. Esta equivalencia del narcisismo y las catexias libidinales del yo fue y aun es utilizada. En algunos pasajes Freud también se refiere a esto como una catexia de nuestra propia persona, del cuerpo o del si-mismo. En psicoanálisis no siempre se ha hecho una clara distinción entre los términos yo, si-mismo y personalidad. Pero es esencial diferenciar dichos conceptos si tratamos de mirar de modo consecuente los problemas implicados a la luz de la psicología estructural de Freud. Al usar el término narcisismo, dos diferentes series de opuestos parecen a menudo estar fundidas en uno. Una se refiere al si-mismo (a nuestra propia persona) e contraste con el objeto, la segunda al yo (como sistema psíquico), contraponiéndolo a toras subestructuras de la personalidad. No obstante, lo opuesto a la catexia de objeto no es la catexia del yo, sino la catexia de la propia persona, es decir, la catexia del si-mismo; al hablar de la catexia del si-mismo no se da a entender si esa catexia está situada en el ello, el yo o el superyó. Esta formulación toma en cuenta que en realidad encontramos “narcisismo” en los tres sistemas psíquicos; pero en todos estos casos hay oposición a la catexia objetual. Se debe poner en claro si se define el narcisismo como la catexia libidinal no del yo, sino del si-mismo. A veces al hablar de la libido del yo, lo que se quiere decir no es que esa forma de energía catectice al yo, sino que catectiza a nuestra propia persona más bien que a una representación de objeto. En muchos casos donde se esta acostumbrado a decir “la libido se ha retirado del yo” o “la catexia del objeto ha sido reemplazada por la catexia del yo” lo que se debería expresar en realidad es que “se retiró del si-mismo”, en el primer caso, y “por el amor de si mismo” en el segundo.
Freud llegó a formular la tesis de que el yo trabaja con libido desexualizada. Se sugirió que es razonable ampliar esta hipótesis para incluir, además de la energía desexualizada, también la energía desagresivizada, en el aspecto energético de las funciones del yo. Tanto la energia agresiva como la sexual pueden ser neutralizadas y en ambos casos este proceso de neutralización tiene lugar por mediación del yo. Supone Hartmann que estas energías neutralizadas están más próximas unas de otras que las energías estrictamente instintivas de los dos impulsos. Tanto las consideraciones teóricas como las clínicas hablan en favor de dar por supuesto que hay gradaciones en la neutralización de tales energías; es decir, no todas ellas son neutras en el mismo grado. Debemos distinguirlas de acuerdo con su mayor o menor proximidad a la energía impulsiva, lo que significa de acuerdo con que retengan o no aún, y en qué amplitud, características de sexualidad (libidino-objetal o narcisista) o de agresión (dirigida al objeto o al si-mismo).
Ser capaz de neutralizar cantidades considerables de energía instintiva puede muy bien ser una indicación de la fuerza del yo. También menciona, Hartmann, el hecho clínicamente bien establecido de que la capacidad del yo para la neutralización depende en parte del grado en que una catexia más instintiva sea investida en el si-mismo. El grado de neutralización es otro punto que hay que tomar en consideración si se va a describir de un modo adecuado la transición del estado “narcisista” del yo a su funcionamiento posterior sintónico con la realidad. Un ejemplo del campo del narcisismo es “la retirada de la libido de la realidad” en términos de sus efectos sobre las funciones del to, ver claramente si la parte de las catexias del si-mismo resultantes localizadas en el to está todavía próxima a la sexualidad o ha sufrido un proceso de naturalización. Un acrecentamiento de las catexias neutralizadas del to no es probable que origine fenómenos patológicos; pero estar estancadas con energía instintiva insuficientemente neutralizada puede tener este efecto. Es este respecto la capacidad del yo para la neutralización se torna importante y, en el caso del desarrollo patológico, el grado en que esta capacidad haya sido interferida como consecuencia de la regresión del yo.
Al hablar de varios matices de la desexualizacion o la desagresivizacion debe reflexionarse en dos aspectos diferentes. Uno puede referirse a los diferentes modos o condiciones de la energía, y este aspecto energético de la neutralización puede coincidir en parte con el reemplazamiento del proceso primario por el secundario, cosa que permite cualquier número de estados transicionales. Se está habituado a considerar el proceso secundario como una característica especifica del yo, pero esto no excluye no el uso, por el yo, del proceso primario, ni la existencia, en el yo, de diferencias en el grado en que las energías están ligadas. El segundo ángulo a considerar es el grado en que otras ciertas características de los impulsos resultan todavía demostrables.
De acuerdo con la hipótesis de Freud la energía que se utiliza en la formación de la contracatexia es la misma que la retirada de los impulsos. En la literatura psicoanalítica la catexia está compuesta generalmente de libido desexualizada. No obstante, la mayor parte de estas formulaciones pertenecen a un periodo de la formación de la teoría analítica en que la agresión no había sido aún reconocida como un impulso primario e independiente. Hoy en día se debe suponer que la contracatexia puede componerse asimismo de energía agresiva neutralizada. La hipótesis de Freud de que la energía de la contracatexia es retirada de los impulsos, no quiere decir que se cumpla en general.
Otras consideraciones sugieren la posibilidad de que el papel de la energía agresiva, más o menos neutralizada, en la contracatexia puede ser de una naturaleza más general y de mayor importancia.
La contracatexia usa ampliamente una de las condiciones de energía agresiva más o menos neutralizada, mencionada antes, la cual conserva todavía algunas características del impulso original. No parece improbable que semejantes formas de energía contribuyan a la contracatexia hasta cuando el impulso rechazado no sea de naturaleza agresiva.
Otra de la hipótesis de Freud apunta a la posibilidad de que la disposición al conflicto puede ser seguida hasta la intervención de la agresión libre. Freud da ejemplos de conflictos instintivos, más bien que de conflictos estructurales. Esta disposición al conflicto, que sigue hasta la agresión, entraría en juego independientemente de la naturaleza del impulso contra el cual la defensa se dirige. La hipótesis de Hartmann de que la contracatexia se alimenta de energía agresiva neutralizada puede basarse en las ideas de Freud, si se supone, para el caso del conflicto entre el yo y los impulsos, que la energía agresiva está destinada al servicio de los actos defensivos del yo. Esta hipótesis resulta más consecuente tanto con lo que conocemos hoy acerca del yo como con el pensamiento de Freud en los últimos tiempos.
Es evidente que los intereses del yo están muchas veces enraizados en tendencias del ello (en particular cuando esto queda establecido por el análisis). No obstante, esta conexión genética muchas veces no es reversible, salvo en condiciones especiales (por medio del análisis, en los sueños, en la neurosis). Los intereses del yo no siguen las leyes del ello, sino las del yo. Trabajan con energía neutralizada y pueden, como ocurre frecuentemente, por ejemplo, con el “egoísmo”, contraponer esa energía a la satisfacción de los impulsos instintivos.
Diversas tendencias del ello pueden contribuir a la formación de un interés específico del yo, pero también la misma tendencia del ello puede contribuir a la formación de varios intereses. También se hallan determinados por el superyó, por diferentes zonas de funciones del yo, por otros intereses del yo, por una relación de la persona con la realidad, por sus modos de pensar, o por sus capacidades sintéticas, y el yo es en cierta medida capaz de lograr un compromiso donde los elementos instintivos se usan para los propios fines de aquel. La fuente de la energía neutralizada con la cual los intereses del yo operan no parce estar limitada a la energía de los esfuerzos instintivos fuera de los cuales o contra los cuales se han desarrollado, sino que pueden hallarse a su disposición otra energía neutralizada.
Los intereses del yo dirigidos al si-mismo pueden encontrarse en diferentes relaciones de colaboración con otras funciones del yo, pero también de antagonismos. Que este tipo de acción dirigida por ellos no debería confundirse con la acción racional.
Tanto el yo como el ello se las puede describir como conflictos intrasistemicos y de tal modo distinguirlas de aquellos otros conflictos mejor conocidos que podemos designar como intersistemicos. Las correlaciones y los conflictos intrasistemicos en el yo apenas han sido estudiados debidamente. Uno de los casos en cuestión es, la relación que existe entre la defensa y las funciones autónomas. Al considerar el problema de la comunicación o la falta de comunicación entre diversas zonas del yo, Hartmann cita la afirmación de Freud de que las defensas están separadas del yo. Hay muchos contrastes en el yo: desde sus comienzos, este tiene la tendencia de oponerse a los impulsos, pero una de sus principales funciones es también la de facilitarles su satisfacción; es un lugar donde se adquiere la institución, pero también la racionalización; suscita el conocimiento objetivo de la realidad, pero, al mismo tiempo, por medio de la identificación y el ajuste social, entra en posesión, durante el curso de su desarrollo, de los prejuicios convencionales del medio ambiente; persigue sus finalidades independientes. Las funciones del yo tienen en verdad determinadas características generales que las distinguen de las funciones del ello. Aun no nos hemos habituados a considerar al yo desde el punto de vista intrasistemico. Se dice de el “yo” que es racional, realista o un integrador, cuando en realidad esas características son solo de una o de otra de sus funciones.
El acceso intrasistematico se torna esencial si se desea esclarecer conceptos tales como “el dominio del yo”, “el control del yo” o “la fuerza del yo”. Todos estos términos son ambiguos a menos que se añada una consideración diferencial de las funciones del yo.
Se habitúa a juzgar la fuerza del yo basándose en sus comportamientos en situaciones típicas, bien sean que provengan del lado del ello, del superyó o de la realidad exterior. Lo que implicaría que la fuerza del yo, como la adaptación, podría formularse sólo en términos de una serie de relaciones específicas.
La fortaleza o debilidad del yo se debe a muchos factores que pertenecen al ello o al superyó, y se ha señalado que obedecen al grado en que el yo sea o no invadido por los otros sistemas.
La defensa que lleva al agotamiento de la fuerza del yo se determina no solo por la fuerza del impulso en cuestión y por las defensas de las fronteras del yo, sino también por los suministros que la región interna puede poner a su disposición. Todas las definiciones de la fuerza del yo resultarán insatisfactorias en tanto que tomen sólo en cuenta la relación con los otros sistemas mentales, ignorando los factores intrasistemicos. Cualquier definición ha de incluir, como elementos esenciales, las funciones autónomas del yo, su interdependencia y jerarquía estructural y, especialmente, si son capaces, y hasta qué punto de resistir el daño mediante los procesos de la defensa. Esto es uno de los elementos principales cuando se habla de la fuerza del yo
La adaptación capitulo 2
La adaptación es un concepto central de psicoanálisis. El concepto de adaptación implica numerosos problemas.
En términos generales, se considera bien adaptado a un hombre su productividad, su capacidad para disfrutar de la vida y su equilibrio mental no están perturbados. El grado de adaptabilidad solo puede determinarse con referencia a las situaciones ambientales.
El concepto de adaptación posee las más variadas connotaciones en biología, y en psicoanálisis no hay una definición precisa. Durante décadas fue un concepto muy apreciado por las ciencias biológicas, pero ha sido objeto de rechazos y críticas.
Se distingue un estado de adaptabilidad que se establece entre el organismo y su ambiente, y el proceso de adaptación que genera dicho estado. Un estado de adaptabilidad puede remitir tanto al presente como al futuro. El proceso de adaptación siempre implica la referencia a una condición futura, y con esto no se quiere significar el denominado limite negativo de la adaptación, debido a la selección natural.
El psicoanálisis permite discernir aquello procesos que generan un estado de adaptación entre el individuo y su ambiente, así como también investigar las relaciones entre los recursos preexistentes del estado de adaptabilidad humana y esos procesos de adaptación esta asegurada, tanto en sus aspectos más groseros como en los más delicados, por una parte por la dotación primaria del hombre y la maduración de sus aparatos, y por la otra por aquellas acciones reguladas por el yo que contrarrestan las alteraciones del medio y mejoran las relaciones de la persona con él.
La función de una conducta al servicio de la adaptación debería diferenciarse de sus otras posibles funciones, e incluso, de su propia génesis.
Se debe tener presente el fenómeno de cambio de función cuyo papel en la vida mental y en el desarrollo del yo parece muy importante, y detrás del cual, en términos genéticos, hay siempre historia. La concepción del cambio de función es conocida en psicoanálisis: una forma de conducta que se origina en cierto dominio de la vida puede, en el curso del desarrollo, aparecer en un dominio y en un papel distintos. Una actitud que surgió al servicio de la defensa contra un impulso instintivo, con el curso del tiempo puede convertirse en una estructura independiente, en cuyo caso el impulso se limita a activar ese aparato automatizado, pero en la medida en que la automatización no sea contrariada, no determina los detalles de su acción. Como estructura independiente, puede empezar a cumplir otras funciones; también puede a través de un cambio de función, dejar de ser un medio y convertirse en una meta por derecho propio.
La adaptación puede producirse en virtud de cambios que el individuo realiza en su medio, así como a través de cambios apropiados en su sistema psicofísico.
Los animales cambian su ambiente en forma activa y con algún propósito. No obstante, hay una amplia gama de adaptaciones aloplasticas que solo están al alcance del hombre
Pueden involucrarse dos procesos: las acciones humanas adaptan el ambiente a las funciones humanas, y después el ser humano se adapta al ambiente que él ayudó a crear. Aprender a actuar aloplásticamente es una de las principales tareas del desarrollo humano; sin embargo, la acción aloplástica en realidad no es siempre adaptativa, y la acción autoplástica no siempre carece de valor para la adaptación. Es una función superior del yo la que decide si una acción aloplastica o autoplástica resulta o no adecuada para una situación dada.
Otra forma de adaptación no totalmente independiente de las formas autoplásticas y aloplasticas ni idéntica a ellas, consiste en la elección de un nuevo ambiente ventajoso para el funcionamiento del organismo.
La adaptación individual puede chocar con la adaptación de la especie. La adaptación del individuo y la de la especie son con frecuencia, aunque no siempre, incompatibles.
La diferencia entre el animal y el hombre son relativas. Freud realizo un aporte a las respuestas cuando enumeró los tres factores sobresalientes que “desempeñan un papel en la causación de las neurosis y han creado las condiciones en las cuales las fuerzas de la mente son enfrentadas entre sí”: la prolongada indefensión y dependencia del niño, el periodo de latencia y el hecho de que el yo deba tratar ciertos impulsos instintivos como peligros. Freud caracterizó a uno de tales factores como biológico, a otro como filogenético y al tercero como psicológico.
Tiene una importancia que la prolongada indefensión del niño esté relacionada con el hecho de que el hombre adquiere por la vía del aprendizaje una parte esencial de sus procesos adaptativos. Aunque el recién nacido no está privado de toda “dotación instintiva”, ni de un equipo innato adicional que en gran parte sólo madura más tarde, subsiste el hecho de que, en comparación con otros animales, la “dotación instintiva” que el recién nacido tiene lista para su uso es extremadamente pobre. En su prolongada indefensión el niño depende de la familia, es decir de una estructura social que cumple también funciones “biológicas”.
Los procesos de adaptación son influidos tanto por la constitución como por el ambiente externo, y más directamente determinado por la fase ontogénica del organismo. Este factor histórico-evolutivo del proceso de adaptación ha sido subrayado por el psicoanálisis.
La expresión “base reaccional histórica” parece ser aplicable. El hombre no armoniza con su ambiente empezando desde cero en cada generación, su relación con el ambiente está asegurada por una evolución humana, especialmente por la influencia de la tradición y la supervivencia de las obras de la humanidad.
En este texto el autor se pregunta ¿Cuál es la estructura del mundo externo a la que se adapta el organismo humano? Las primeras relaciones sociales del niño son asimismo decisivas para el mantenimiento de su equilibrio biológico. Por esta razón las primeras relaciones objetales del hombre constituyen en principal interés del psicoanálisis. La tarea del hombre de adaptarse al hombre está presente desde el inicio mismo de la vida. Además, el hombre se adapta a un ambiente que en parte no, pero en parte si, ya ha sido moldeado por otros y por el mismo. El hombre no solo se adapta a la comunidad, sino que también participa activamente en la creación de las condiciones a las cuales debe adaptarse. El ambiente del hombre es moldeado cada vez más por el hombre mismo. La adaptación crucial del hombre es la adaptación a la estructura social y debe colaborar en su construcción. Esta adaptación puede ser vista en varios de sus aspectos y desde diversos ángulos, la estructura de la sociedad, el proceso de la división del trabajo, y el lugar social del individuo codeterminan la posibilidad de adaptación y también regulan la elaboración de los impulsos instintivos y el desarrollo del yo. La estructura de la sociedad decide qué formas de conducta contarán con las mayores probabilidades adaptativas. La estructura social determina, las probabilidades adaptativas de una forma particular de conducta, utilizando la expresión complacencia social, acuñada por analogía con “complacencia somática”. La complacencia social es una forma especial de “complacencia” ambientas que se desprende implícitamente del concepto de adaptación. Esta complacencia social desempeña un papel no sólo en el desarrollo de la neurosis, la psicopatía, sino tambien en el desarrollo normal, en la organización social más temprana del ambiente del niño. Se produce un caso especial de complacencia social cuando la sociedad corrige una perturbación de la adaptación: las propensiones individuales que equivalen a trastornos de la adaptación en un grupo o lugar social pueden cumplir una función socialmente esencial en otro. Se pasa por alto que el grado de gratificación de las necesidades y en particular las posibilidades que le ofrecen al desarrollo un orden social determinado pueden no tener influencias paralelas en el niño y el adulto.
Por adaptación no entendemos sólo la sumisión pasiva a las metas de la sociedad, sino también la colaboración activa basada en ellas, y el esfuerzo por cambiarlas.
Dos formas de adaptación que con frecuencia difieren considerablemente en sus premisas y consecuencias. Una de ellas es la adaptación progresiva y otra la adaptación regresiva. La expresión adaptación progresiva se explica por si mis, es una adaptación cuya dirección coincide con el desarrollo. Pero hay adaptaciones que transitan la senda de la regresión. No solo hace referencia a las raíces genéticas de la conducta, incluso de la conducta adaptada y racional, son irracionales, sino por sobre todo a aquellas realizaciones bien adaptadas de personas sanas que para su logro requieren de un rodeo a través de la regresión.
Desarrollo del yo y adaptación capitulo 4
El bebe recién nacido no es totalmente una criatura de impulsos, posee aparatos innatos que realizan adecuadamente una parte de las funciones que, después de la diferenciación entre el yo y el ello, le atribuimos al yo. Hay un estado de adaptabilidad previo a que se inicien los procesos intencionales de adaptación.
El desarrollo del yo es una diferenciación en la cual los factores reguladores primitivos son progresivamente reemplazados o complementados por regulaciones yoicas más eficaces. Lo que originalmente estuvo anclado en los instintos puede ulteriormente ser ejecutado por el yo y a su servicio, aunque desde el curso del desarrollo del yo y el ello surgirán nuevas regulaciones. La diferenciación progresa por nuevos aparatos que reemplazan en un nivel superior funciones originalmente realizadas por medios más primitivos.
El individuo humano posee en el momento de su nacimiento un inventario aun inexplorado de disposiciones mentales, que incluyen factores constitucionales importantes en el desarrollo del yo; por ejemplo, las diferencias individuales en la tolerancia a la angustia están determinadas por un factor constitucional de ese tipo. El aprendizaje progresivo del yo en el curso del desarrollo de la capacidad para tolerar angustias y tensiones, ha sido ampliamente estudiado por la psicología del yo.
Los procesos de defensa pueden servir simultáneamente tanto al control de los impulsos instintos como a la adaptación al mundo externo. El yo efectúa simultáneamente la adaptación, la inhibición y la síntesis.
El neonato humano normal y su ambiente esperable promedio están recíprocamente adaptados desde el primer momento. El hecho de que ningún infante pueda sobrevivir en ciertas condiciones atípicas y que los traumas constituyan una parte integral del desarrollo típico, no contradice esta proposición. No obstante, esta relación constituye centralmente un estado de adaptabilidad; los procesos de adaptación en sentido restringido todavía no desempeñan ningún papel. El individuo está en relación con el mundo externo desde el principio. El recién nacido está en contacto estrecho con su ambiente, no solo por su necesidad de cuidado continuo, sino también por sus reacciones a los estímulos, aunque, desde luego, esas reacciones en un primer momento suelen no estar adaptadas. Los primeros signos de intencionalidad aparecen hacia el tercer mes de vida y signan una fase crucial del desarrollo, pero la verdadera comprensión del objeto aparece definidamente solo hacia el quien o sexto mes y no se completa. No se debe asumir, partiendo del hecho de que el niño y el ambiente interactúan desde el principio, que el niño está desde el nacimiento psicológicamente dirigido hacia el objeto en tanto objeto. Ballnt adujo que no se justificaba utilizar la circunstancia de que una experiencia no sea consciente como prueba en contra de su existencia mental.
El desarrollo estructural del individuo también le sirve a la adaptación. Esto es cierto por definición con respecto a la diferenciación del yo y del ello, pero también vale para las identificaciones que constituyen el superyó, donde resulta particularmente clara la relación entre lo que es un logro y lo que es una perturbación en la adaptación. Rado opta por hablar de un “impulso de conciencia”, en este texto se subraya que tal “impulso” posee también una función adaptativa. El superyó no es solamente antitético del to y ello, también es en alguna medida un prototipo ideal de ese estado hacia el cual tienden todos los esfuerzos del yo, una conciliación de sus múltiples alianzas; además es el resultado de una adaptación y contribuye a la síntesis. No obstante, el desarrollo estructural también acrecienta la labilidad del aparato mental, y por lo tanto se esperan fenómenos de desdiferenciacion temporarios. A su vez las diferenciaciones en el yo también crean condiciones específicas para la adaptación; las formas de adaptación dependen, entre otras cosas, del nivel mental y de la riqueza de la extensión y diferenciación del mundo interior, esta diferenciación dentro del yo conduce a una adaptación y una síntesis optima solamente si el to es fuerte y puede disponer de ella libremente; no obstante, la diferenciación desempeña un papel independiente entre los procesos de adaptación. La diferenciación es contrarrestada por una tendencia aun mundo cerrado que puede ser expresión o de la función sintética o bien de una regresión ya sea a etapas más tempranas de la armonización en el desarrollo, o a un sentimiento de ser uno con el objeto, o a un estado narcisista primario. Incluso esta tendencia regresiva, en ciertas condiciones, puede estar al servicio de la adaptación.
El desarrollo de esta función de diferenciación encuentra expresión psicológica no sólo en la formación de las instancias mentales, sino también en la prueba de realidad, en el juicio, en la extensión del mundo de la percepción y la acción, en la separación de la percepción respecto de la fantasía, de la cognición respecto del afecto.
El equilibrio de estas dos funciones puede verse quebrado, por ejemplo, por la precocidad de la diferenciación, por el retardo relativo de la síntesis.
La diferenciación, junto con la síntesis, debe reconocerse como una importante función del yo. La conferencia de Spitz sobre diferenciación e integración es importante, ya que de alguna manera vinculamos la función sintética del yo con la libido, resulta plausible dar por sentada una relación análoga entre diferenciación y destrucción, en particular desde las inferencias que hizo Freud acerca del papel de la agresión libre en la vida mental.
Las perturbaciones de la adaptación pueden convertirse en logros adaptativos cuando son apropiadamente elaboradas. El desarrollo normal involucra conflictos típicos, y con ellos la posibilidad de trastornos en la adaptación. Aunque el concepto de salud mental tanga necesariamente que permanecer vago, Waelder, planteo que no puede considerarse a la salud mental como un producto del azar. Una de sus premisas se refiere a un estado de preparación tanto para las situaciones ambientales en promedio esperables como la en promedio esperables.
Las funciones yoicas tienen, además de su coordinación, también un orden jerárquico.
La terapia psicoanalítica puede cambiar las bases de ese orden jerárquico induciendo una nueva división del trabajo; por ejemplo, el yo puede asumir tareas previamente realizadas por otras instancias. La estabilidad y eficacia de una persona son decisivamente influidas por la coordinación propositiva y por el orden jerárquico de las funciones dentro del yo, y no sólo por la plasticidad o fuerza del impulso instintivo, y por la tolerancia a la tensión, en cuyos términos suele definirse la fuerza del yo. Es totalmente coherente con estas consideraciones hablar de la primacia de la regulación por la inteligencia.
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