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Resumen del Texto de Erótica de Iacub  |  Psicología de la Tercera Edad y Vejez (Cátedra: Iacub - 2016)  |  Psicología  |  UBA (Sede Independencia)

El erotismo - Iacub

 

Desde la segunda mitad del siglo XX se han producido una serie de transformaciones en la moral social que han dado lugar a la denominada “revolución sexual”. El erotismo en la vejez no ha sido un tema de profunda reflexión cultural, sin embargo, hoy se escucha un nuevo discurso que posibilita y alienta la sexualidad en los adultos mayores. Pero lo cierto es que permanece la impresión general de rechazo hacia el erotismo en la vejez. El horror estético aparece como la categoría más fuerte de descalificación, si bien es a menudo silenciada. Esto se debe a que se relaciona este periodo de la vida con la enfermedad, la discapacidad, la pérdida de poder e incluso la idea de muerte.

De todas formas, en las últimas décadas surge un nuevo relato acerca de una sexualidad posible en la vejez que toma elementos propios del discurso posmoderno. Si la modernidad había establecido de un modo muy pautado, de las normas y expectativas sociales en relación con la edad, la posmodernidad desestructuró los aspectos esperables ligados a ella y creó nuevos modelos, donde la discontinuidad y la fragmentación eran constantes. Existe actualmente un cambio en la temporalidad adjudicada a cada edad, así como una flexibilización respecto de sus límites, lo que permite hallar adolescencias alargadas o envejecimientos postergados. Esta nueva lógica de la edad produce también un cambio en la posición de los viejos, quienes rechazan la suave retirada de la vida y se oponen a perder derechos y privilegios obtenidos a través de una politización de la vejez sin precedentes.

Foucault define al erotismo como el modo particular en el que cada uno se erotiza, según su erótica. Y la erótica, según Bauman, es el procesamiento cultural del sexo. Es decir, es lo que la sociedad permite.

 

Envejecimiento exitoso. Micromundo de mayores

            Uno de los fenómenos más llamativos de las últimas décadas es la agrupación de los mayores en espacios específicos asociados con la recreación, el turismo y la educación. Estos “micromundos comunitarios” posibilitan un tipo de sociabilidad que incluye el erotismo y supone estilos de vida definidos por una ideología denominada del “envejecimiento exitoso, activo o positivo”. Su objetivo declamado, aunque algo elíptico es la integración y la equiparación de oportunidades para los mayores.

            La propia denominación de “tercera edad” surge como resultado de nuevas políticas sociales para la vejez. Uno de los objetivos es evitar que sea la condición de jubilado la que defina la situación social del viejo y no la continuidad con su propio estilo de vida. En tal sentido, la “tercera edad” determina un modo de envejecer que remite a una nueva oportunidad, con actividades diversas que se semejan a las de otras edades y que intentan romper con la idea de fin o retiro.

Estos espacios proponen una serie de programas en los que el erotismo suele tener un lugar posible. Las salidas propician los encuentros sexuales, la formación de parejas o el contacto erótico en términos más amplios.

 

De la máscara rechazada a la representación elegida. El cuerpo como proyecto

            En las sociedades posmodernas, el modo de gobierno del cuerpo se ha modificado: se lo regula con el objetivo de buscar placer, se hace dieta con el fin de mejorar su aspecto como si fuera un sistema de simbolismo sexual. Con la estetización de la vida cotidiana, el cuerpo se torna proyecto. La centralidad del gimnasio y del deporte en la cultura moderna son ejemplos de ello.

            El proyecto del cuerpo carga con una serie de significaciones asociadas a la idea de la juventud. El parecer bello o joven toman un sentido común, así como el parecer viejo se asocia con lo feo. Se libra una guerra contra el cuerpo que envejece, la cual toma la forma de una mayor necesidad de control y de uso de terapias diversas frente a los signos del envejecimiento, convirtiéndolo en objeto de disciplina. La fantasía posmoderna es la de crear cuerpos a medida.

 

El sujeto transetario

Frente a una casuística que revela, en algunos sujetos, la desidentificación progresiva ante un cuerpo que presenta marcas de un otro no deseado y aun temido, surgen como respuesta soluciones tecnológicas orientadas a relativizar las marcas de la vejez. Se trata de tecnologías eficaces que le permiten al individuo recuperar una representación de sí más deseables.

A estos sujetos se los ha denominado “transetarios” ya que conforman una nueva categoría social basada en una identidad emergente. Cabe tomar como referencia, a pesar de sus diferencias, las ideas de transexualismo y transvestismo, ya que en ambos casos también se verifica cierto sentir interior: el de un cuerpo discordante con la idea que el sujeto tiene de sí mismo, y el hallazgo, en la tecnología y en la liberalización de la vida cotidiana, de una nueva forma de escribir su propia historia.

Tanto el cuerpo siliconado y transformado por las dietas, las cirugías y el gimnasio, cómo el trasplantado, transfundido, transmutado, son partes de una nueva construcción donde el cuerpo biológico deja de ser el escenario fijo de una individualidad, para convertirse en un espacio más íntimo y más sujeto a intercambios simbólicos. La valoración de la imagen, que sostiene una posibilidad de erotismo, ha llevado a los sujetos transetarios a instrumentar un cambio en sus cuerpos que habilite y facilite una posibilidad de goce erótico.

 

La corrección del sofisma

La nueva normativa sexual

 

Los aportes de Helen Kaplan:

Los orígenes de la sexología se remontan hacia fines del siglo XIX y principios del XX. La sexología construyó un nuevo paradigma para pensar, estudiar y tratar la sexualidad. La especialista en sexualidad Kaplan consideraba que los nuevos conocimientos de la sexología habían modificado el ángulo desde donde se concebían las disfunciones sexuales. Sostenía que éstas no siempre derivan de graves trastornos psicopatológicos, sino que podían reducirse a “problemas inmediatos y sencillos”, como la anticipación a un fracaso, las humillaciones, las exigencias exageradas, etc. La sexualidad, desde este punto de vista, funcionaba a través de aprendizajes, más o menos exitosos y de una comunicación con la pareja lo suficientemente fuerte como para encontrar pautas de interacción válidas y esencialmente móviles en el tiempo. Kaplan considera que el aprendizaje era clave para acceder a un saber abierto y racional, y que en la vejez el conocimiento de los cambios en las funciones sexuales características de esta etapa de la vida posibilita romper con los prejuicios existentes.

 

Los aportes de Alfred Kinsey:

            Planteó una nueva manera de pensar y situar la sexualidad, en tanto la desligaba de la clínica médica o psicológica para estudiarla desde la sociología y extraer los datos partiendo de la estadística. Cuestionó a los estudios clínicos que buscaban demostrar la existencia de un periodo de climaterio de brusca reducción de la estimulación sexual en los varones. Sostenía que una de las causas de la actividad sexual era la declinación física y fisiológica que genera fatiga, pero también halló un factor determinante en el aburrimiento frente a la repetición de la misma experiencia, y el agotamiento de las posibilidades debido a la falta de ensayo de nuevas técnicas, nuevas formas de contacto y nuevas situaciones. La justificación que dio a estas hipótesis fue una experiencia que manifestaban los ancianos, quienes al encontrar nueva pareja, adoptar nuevas técnicas o aceptar diferentes formas de relación sexual mejoraban su rendimiento. Sin embargo, el autor no dudaba en afirmar que la excitabilidad erótica descendía constantemente a lo largo de la vida. Consideraba que aquellos que habían comenzado temprano se mantenían más tiempo en una vida sexual activa, aunque reconocía los efectos de la fatiga psíquica antes descripta.

 

Los aportes de Masters y Johnson:

            Al referirse al tema de la vejez señalaron un sofisma, difundido socialmente en su época según el cual: la incompetencia sexual es un componente natural del proceso de envejecimiento. Frente a esto, sostenían que la comprensión de los procesos psicofisiológicos intervinientes en la sexualidad servía para evitar un destino signado por el malentendido. Los autores consideraban que la metodología educativa era el mecanismo que promovía la modificación del sofisma, y para ello se servían de una prolija descripción de los cambios producidos con la edad, lo que evidenciaba que no implicaba incompetencia ni desinterés sexual. Hay muchos conceptos erróneos relacionados con el proceso de envejecimiento que se reflejan en una progresiva falta de confianza psicosocial. Consideraban verdaderamente relevante la cuestión pedagógica, ya que aseguraban que una educación prejuiciosa y represiva inhibia el acceso a la sexualidad en las personas de edad.

Con respecto a las modificaciones en la sexualidad como producto del envejecimiento, consideraban que su conocimiento resultaba central, ya que le permitirían al sujeto aprender a manejarse sexualmente de otra manera. Las conclusiones más relevantes a las que llegaron fueron las siguientes:

 

Cambios en el hombre como consecuencia de la edad:

 

Cambios en la mujer:

Pretenden romper con el mito de que las mujeres menopáusicas carecían de deseo sexual y que los cambios fisiológicos de esa edad significaban el término de su vida sexual.

 

 

Los aportes de Simone de Beauvoir:

            Criticó el mito de la perversión en la vejez relacionada con los casos de paidofilia, voyeurismo y exhibicionismo, postulado que había sido avalado por figuras como Henry Ey.

 

 

Investigaciones sobre la sexualidad en la vejez

            Los resultados de las investigaciones realizadas describen un declive gradual de la actividad sexual, en parte debido a la viudez, aunque también se observaba en las parejas casadas. Según el estudio, el deseo se mantenía vivo en las mujeres hasta los 60 años y en los hombres hasta los 70. Estos estudios demostraron que la viudez y el deterioro en la salud eran los principales factores que daban por terminada la sexualidad en la vejez, no así la longevidad. No dejaban de tener relaciones ni deseo por la edad.

            Otros estudios señalan que más allá de la declinación del interés, el sexo seguía desempeñando un importante papel en la vida de los sujetos estudiados. Otro estudio realizado exclusivamente a mujeres indicó que el 82% de las evaluadas se masturbaba, por lo cual se sentían tontas, tenían sentimientos de culpa y sentimientos negativos. Se informa que para la mayoría el placer sexual se incrementa con la edad, especialmente entre las posmenopáusicas que estaban sexualmente activas y sentían deseos.

            Otro estudio indicó que el 70% de las parejas continuaba manteniendo relaciones sexuales incluso después de los 80 años. Otras investigaciones de tipo longitudinal han mostrado no sólo que algunos sujetos continúan con su actividad sexual a lo largo de la vejez, sino que una pequeña porción la aumenta.

            Desde mediados de siglo, ha surgido un cambio de enfoque en relación con la sexualidad en la vejez y el erotismo tendiente a la desmitificación y búsqueda de variables positivas. Se abandona el estereotipo victoriano de la imposibilidad y de la perversión para pasar a pensar a un sujeto que no encuentra estímulos a causa de la represión social imperante.

 

De los mitos a los goces. El pluralismo sexual

 

            La gerontología aborda la sexualidad desde un discurso moderno y científico que intenta presentar a la sexualidad y al envejecimiento como términos que no se excluyen mutuamente. No sólo eso, sino que considera que la vida sexual activa constituye un valor tan central como la salud. Entre los mitos vinculados con esta cuestión se encuentran los siguientes:

            Hoy en día, muchos autores conciben a la sexualidad como un remedio, fuertemente asociado a la salud física y mental, y como un recurso indispensable para el bienestar. El sexo puede ser un antídoto ante la idea del cuerpo como una suma de dolores. Pueden y deberían disfrutar de una vida sexual, la que le daría serenidad al envejecimiento.

            Los avisos comerciales de la televisión nos dan un estereotipo en el que la sexualidad existe sólo para la gente linda con músculos duros y cuerpos ágiles. La idea de personas viejas gozando -fofas, arrugadas, y con otros rasgos propios de la vejez- se nos aparece como repugnante.

            La educación acerca de los cambios que se producen en la sexualidad durante el envejecimiento constituyen un factor importante para el logro del goce erótico, pero también resulta valiosa la aceptación de la variabilidad y el alcance de la expresión sexual.

 

¿El geriátrico cura, aisla u hospeda? El erotismo en el encierro

La situación de los geriátricos carga con los estigmas de la asexualidad atribuidos a la vejez. Por otro lado, los objetivos que presenta esta institución son confusos. No se precisa si los geriátricos curan, aíslan u hospedan, lo cual impide definir las prácticas que en ellos se realizan.

La separación del lecho en los matrimonios sigue siendo un rasgo característico, así como la aplicación de sedantes ante las emergencias de deseos sexuales. La sexualidad en términos generales sigue siendo desaprobada y vista como problemática o anormal. La falta de conocimiento en el propio personal genera que las actitudes eróticas sean vistas como peligrosas y dañinas para el individuo y la institución y por ello se las silencia.

La sexualidad también se encuentra asociada a las prácticas corporales, como cuando los cuidadores ayudan a los viejos a bañarse, lo que determina que se produzcan situaciones de mayor rechazo social. Sin embargo, las nuevas demandas sociales también van siendo incluidas en estas instituciones, aunque con mayor retraso; de hecho, los derechos sexuales han entrado en las reglamentaciones, por lo que se ha habilitado una serie de prácticas eróticas, incluso en las personas con demencias.

 

La biomedicalización del envejecimiento. Patologías, farmacología y sexualidad.

            La biomedicalización del envejecimiento define una ideología social prevalente en la actualidad que piensa la vejez como un proceso patológico y que, por lo tanto, la interpreta desde una perspectiva médica, con las consecuencias lógicas en el plano de las prácticas médicas, la investigación y la opinión pública. El control que se produce sobre los cuerpos viejos busca eliminar cualquier tipo de riesgo posible, lo que limita ciertos márgenes de libertad entre los que se incluye la elección de su propio goce.

            Uno de los temores más habituales, particularmente entre los hombres mayores es la “muerte por orgasmo” al asociar al acto sexual con el ataque cardíaco. También existe la creencia de que las mujeres posmenopáusicas, al tener reducidos los niveles de estrógenos, pueden ser más vulnerables a este tipo de muerte. Sin embargo, estas muertes son extremadamente raras.

            Existen una serie de medicamentos que se les proveen a los viejos que inicien en su sexualidad, pero resulta importante diferenciar aquellos utilizados para diversas patologías y que pueden actuar en forma negativa sobre su sexualidad, de aquellos específicos para mejorar su rendimiento sexual. La abusiva cantidad de medicación que se les prescribe en algunos casos a los viejos no suele tomar en cuenta sus necesidades sexuales, y muchas veces estos no son consultados ni prevenidos de los efectos colaterales que pueden provocar. Esto lleva muchas veces a la ausencia de la vida sexual en vistas al cuidado de la salud.


 

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