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Sociedad y Estado |
2º Parcial |
2° Cuat. de 2009 |
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1)
Primero, todo proceso de cambio profundo de la organización económica deja ganadores y perdedores, y este hecho está presente en la actual transformación económica. Además, de los tres grandes centros de poder económico mundial, Norteamérica, Europa y Asia, este último es el que se perfila, teniendo en cuenta sus constantes índices de crecimiento, como el que va a concentrar el mayor potencial económico en un futuro no muy lejano.
Segundamente, podemos mencionar el cambio de eje geoeconómico mundial: durante los siglos XIX y XX, durante la Revolución Industrial en Gran Bretaña y los Estados Unidos, el Océano Atlántico fue el eje del poder mundial, primero complementando y luego sustituyendo al Mar Mediterráneo. En el siglo XXI parece que ese eje de poder, pasaría al Océano Pacífico, tanto en su costa asiática como en la americana.
En tercer lugar, estamos en presencia de un sistema capitalista más salvaje en el que la inestabilidad del empleo y la inseguridad del ingreso económico han venido para quedarse.
Finalmente, está el cambio
demográfico-económico que afecta principalmente a Europa. La expectativa de
vida aumentó, lo que genera una carga de la población pasiva cada vez menos
tolerable sobre la activa, es decir, los más jóvenes no estarían dispuestos
a seguir pagando altos impuestos para financiar a sus mayores. Luego está la
inmigración hacia los países europeos, que significan una amenaza cultural y
política a largo plazo debido a su mayor tasa de natalidad y su bajo nivel
educativo, que afectan a los países, en el mercado laboral y las cuentas
públicas.
La primera fase del nuevo gobierno instaurado en 1966 se caracterizó por un “shock autoritario”. Se proclamó el inicio de una etapa revolucionaria, llamada Revolución Argentina.
Juan Carlos Onganía disolvió el Parlamento (así el presidente concentró en sus manos los dos poderes) y también los partidos políticos para confirmar la clausura de la vida política. Los militares mismos fueron apartados cuidadosamente de las decisiones políticas. Los ministerios fueron reducidos a cinco y se creó una suerte de Estado mayor de la Presidencia, integrado por los Consejos de Seguridad, Desarrollo Económico y Ciencia y Técnica, dado que en la nueva concepción el planeamiento económico y la investigación científica eran considerados de vital importancia.
Se reprimió el comunismo, considerando a la Universidad como principal blanco. Éstas fueron intervenidas y se acabó con la autonomía académica. En 1966, en la “noche de los bastones largos” la policía apalea alumnos y profesores de diversas facultades de la UBA.
La censura se extendió a las más diversas costumbres, que según la Iglesia constituían los males que eran la antesala del comunismo: la pornografía, el divorcio, etc.
El autoritarismo también se observó otros ámbitos, donde el gobierno veía debilidad o donde hasta ese punto estaba siendo generoso: se procedió a reducir drásticamente el personal de la administración pública y en algunas empresas estatales y se realizó una sustancial modificación en las condiciones de trabajo en los puertos, para reducir costos. Se cerraron, además, los ingenios azucareros tucumanos.
La protesta sindical fue intensa, y fue reprimida con violencia, y se sancionó una ley de Arbitraje Obligatorio que condicionaba la posibilidad de realizar huelgas.
Con la clausura de la escena política y
corporativa, se eliminó la puja sectorial. De esta forma, habiendo acallado
cualquier expresión de las tensiones de la sociedad, el gobierno se dedicó a
establecer sus políticas.
La creación de la Unión de Estudiantes
Secundarios fue una muestra del autoritarismo, que pretendía encuadrar todos
los sectores de la sociedad en organizaciones controladas y peronizadas. La
máquina plebiscitaria producía regulares convocatorias a la plaza. Se avanzó
en la peronización de la administración pública y la educación, con la
exigencia de la afiliación al partido, la exhibición del escudo o el luto
por la muerte de Eva Perón, la donación de sueldos para la fundación y todo
tipo de celebraciones del líder y su esposa. Más aún, sus nombres fueron
impuestos a estaciones de tren, hospitales, calles, plazas y ciudades. La
peronización también llegó a las FFAA: hubo cursos de adoctrinamiento
justicialista, y las promociones y selección de jefes obedecieron a
criterios políticos. Finalmente, los espacios de oposición fueron reducidos
al mínimo, en la prensa y en el Parlamento.
Hacia 1989, los principales organismos financieros internacionales (el FMI y el Banco Mundial) difundían una serie de medidas: reducir el gasto del Estado al nivel de sus ingresos puros, retirar su participación e intervención en la economía y abrirla a la competencia internacional. Esto era algo similar a lo que Martinez de Hoz había planteado en 1976, aunque nunca llegó a materializarse completamente.
Menem apoyaba una “economía popular de mercado”, iba en contra del estatismo, era pro apertura y proclamó la necesidad de privatizar.
En 1991 asume como ministro de economía Domingo Cavallo. Cavallo hizo aprobar la trascendente Ley de Convertibilidad, que establecía una paridad cambiaria fija: simbólicamente, un dólar equivaldría a un nuevo peso, y se prohibía al Poder Ejecutivo no sólo modificarla sino emitir papel moneda más allá de las reservas, para garantizar la paridad. A ella siguió la reducción de aranceles (que cayeron a una tercera parte de su valor anterior), que concretaba la apertura económica y mostraba la seriedad con la que se habían encarado estas reformas.
Los resultados inmediatos incluyeron el feroz pasaje hacia el dólar, la vuelta de capitales emigrados, reducción de las tasas de interés, caída de la inflación, reactivación económica y aumento de la recaudación fiscal. La Argentina, entonces, volvía a ser confiable para los inversores.
Cavallo continuó con la venta de empresas del Estado (que la habían comenzado Bunge y Born), pero la privatización de las de agua, gas y electricidad incluía garantías de competencia, mecanismos de control y ventas de acciones a particulares.