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Sociedad y Estado |
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Breve historia contemporánea de la Argentina
1916
El 12 de Octubre de 1916 Hipólito Irigoyen asumió la presidencia de la Argentina
por primera vez había ido elegido por el voto universal, secreto y obligatorio,
según la nueva ley electoral, sancionada en 1912 por iniciativa del presidente
Sáenz Peña. Indicaba una voluntad ciudadana mayoritaria.
La reforma política pacífica sustentaba en la profunda transformación de la
economía y la sociedad, a lo largo de cuatro décadas, y aprovechando una
asociación con Gran Bretaña, que era vista como mutuamente beneficiosa, el país
había crecido de modo espectacular, multiplicando su riqueza. Los inmigrantes,
atraídos para esa transformación, fueron exitosamente integrados en una sociedad
abierta, que ofreció abundantes oportunidades para todos, y si bien no faltaron
las tensiones y los enfrentamientos, estos fueron finalmente asimilados y el
consenso predominó sobre la contestación.
La decisión de Irigoyen de modificar la tradicional actitud represora del
Estado, utilizando su poder ara mediar entre los distintos actores sociales y
equilibrar así la balanza parecía cerrar la última arista conflictiva.
La asunción de Irigoyen podía ser considerada, sin violentar demasiado los
hechos, como la culminación feliz del largo proceso de modernización emprendido
por la sociedad argentina desde mediados del siglo XIX.
La transición política hacia la democracia no era bien vista, y quienes se
sentían desplazados del poder manifestaban escasa lealtad hacia el sistema
institucional recientemente diseñado y una añoranza de los tiempos en que
gobernaban los mejores. Por otra parte, la 1º Guerra Mundial que había estallado
en 1914, permitía vislumbrar el fin del progreso fácil, crecientes dificultades
y un escenario económico mucho mas complejo, en el que la relación con Gran
Bretaña no bastaría ya para asegurar la prosperidad. Las tensiones sociales y
políticas se anunciaban en la Argentina y alimentaban una visión dominada por el
conflicto; los responsables eran los cuerpos extraños y en última instancia la
inmigración en su conjunto. Creció así una actitud cada vez más intolerante, que
de momentos se expresó en un nacionalismo chauvinista (patriotero).
Ambas imágenes de la realidad presentes en 1916, por mucho tiempo moldearon
actitudes y conductas, modificadas por nuevos datos de la realidad que incluso,
corrigieron o rectificaron la imagen de la etapa de la expansión.
La construcción
Décadas previas a 1916 la Argentina se embarcó en lo que los contemporáneos
llamaban “el progreso”, cuando el mundo comenzó la integración plena del mercado
y la gran expansión del capitalismo, pero sus efectos se vieron limitados por
diversas razones. La principal de ellas fue la deficiente organización
institucional, de modo que la tarea de consolidar el Estado fue fundamental:
hacia 1880 cuando asumió por primera vez la presidencia el General Julio A.
Roca, se había cumplido lo más grueso, pero todavía se requirió mucho trabajo
para completarla.
Lo primero fue asegurar la paz y el orden y el efectivo control sobre el
territorio. Desde 1810, las guerras civiles habían sido casi endémicas: los
poderes provinciales habían luchado entre sí y contra Bs. As., incluso después
de 1852. Desde 1862 el flamante Estado fue dominado y subordinado a quienes
hasta entonces habían desafiado su poder, y aseguró para el ejército nacional el
monopolio de la fuerza. Alguna cuestiones se dirimieron durante la guerra del
Paraguay (1865-1870) y otras inmediatamente después cuando sucesivamente fueron
doblegadas Entre Ríos-Gran Rival de Bs. As. en la conformación del nuevo Estado
y luego la propia provincia porteña cuya rebelión fue derrotada en 1880-que
debió aceptar la transformación de la ciudad de Bs. As. en Capital Federal. El
Estado afirmó su poder sobre los vastos territorios controlados por los
indígenas: en 1879 se aseguró la frontera sur, arrinconando a las tribus en la
contrafuerte andino, y hacia 1911 se completó la ocupación de los territorios de
la frontera del nordeste.
La guerra del Paraguay contribuyó a definir la fluctuante frontera de la cuenca
del Plata y la conquista del desierto , en 1879, aseguró la posesión de la
Patagonia, aunque los conflictos con Chile se mantuvieron vivos hasta por lo
menos 1902 y reaparecieron más tarde.
Desde 1880 se configuró un nuevo escenario institucional, apoyados en los
triunfos militares, se consolidó un centro de poder fuerte, cuyas bases
jurídicas se hallaban en la Constitución sancionada en 1853.
Natalio Botana, se aseguraba allí un fuerte poder presidencial, fortalecido por
las facultades de intervenir las provincias y decretar el estado de sitio. Por
otra parte los controles institucionales del Congreso, aseguraban que ese poder
no derivaban en tiranías.
Las facultades legales fueron reforzadas por una práctica política, en la que el
vértice del poder, se controlaba simultáneamente los resortes institucionales y
los políticos. Se trataba de un mecanismo de unicato, se empleó normalmente
antes y después de 1916. El ejecutivo lo usó para disciplinar a los grupos
provinciales, a la vez reconoció a estos un amplio margen de decisión de los
asuntos locales. El poder que se había consolidado en torno de los grupos
dominantes del próspero Litoral, incluyendo Córdoba encontró distintas formas de
hacer practicar de la prosperidad a las elites del interior, particularmente a
las más pobres, y asegurar así su respaldo a un orden político al que, además,
ya no podían enfrentar.
En 1880 estaban delineadas, las instituciones del Estado, el sistema fiscal, el
judicial, el administrativo, que debieron ser desarrollados. El Estado se asoció
inicialmente con sectores particulares pero a medida que sus recursos aumentaron
fue extendiendo sus propias instituciones, y llegó a adquirir consistencia y
solidez mucho antes que la sociedad. Esta, en pleno proceso de renovación y
reconstitución, careció inicialmente de la organización y de los núcleos capaces
de limitar su avance.
El Estado para facilitar la inserción de la Argentina en la economía mundial y
adaptarse a un papel y una función que implicaba una asociación estrecha con
Gran Bretaña, potencia que venía oficiando de metrópoli desde 1810. Limitados al
principio a lo comercial esos vínculos se estrecharon luego de 1850, por la
expansión de la producción lanar, la 1º organizada sobre bases definidamente
capitalistas y la contemporánea profundización de la industrialización de Gran
Bretaña convertida ya en el taller del mundo. Por entonces se profundizaron las
relaciones comerciales y se anudaron las financieras por el sólido aporte
británico al costo de la construcción del Estado.
En 1880 en la era del Imperialismo, Gran Bretaña, dueña indiscutida del mundo
colonial, empezaba a afrontar la competencia de nuevos rivales, Alemania primero
y luego EE.UU., y el mundo entero fue dividiéndose en áreas imperiales, formales
o informales. Incapaz de afrontar la competencia industrial se refugió en su
imperio y en sus monopolios, y optó por las ganancias aseguradas por inversiones
privilegiadas, de bajo riesgo y alta rentabilidad.
En la Argentina, entre 1880 y 1913 el capital británico creció casi 20 veces, a
los rubros tradicionales, comercio, bancos, préstamos al Estado, se agregaron
los prestamos hipotecarios sobre las tierras, las inversiones en empresas
públicas de servicios, como tranvías o aguas corrientes y sobre todo los
ferrocarriles, resultó extraordinariamente rendidor, las empresas británicas se
aseguraron una ganancia que garantizaba el Estado, quien también otorgaba
extensiones impositivas y tierras los costados de las vías por tenderse.
La conexión angloargentina, sus aspectos positivos: si los Británicos obtenían
buenas ganancias por sus inversiones o la comercialización de la producción
local, dejaban un amplio campo de acción para los empresarios locales, los
grandes propietarios rurales, a quienes quedaba reservada la participación mayor
en una producción que fue posibilitada por la infraestructura instalada por los
británicos.
Algunas grandes líneas troncales sirvieron para integrar el territorio y
asegurar la presencia del Estado en sus confines, mientras que otras cubrieron
densamente la Pampa húmeda, posibilitando junto con el sistema portuario la
expansión de la agricultura primero y de la ganadería después, cuando los mismos
británicos instalaron el sistema de frigoríficos.
Esa expansión requirió abundante mano de obra. Desde el lado de Europa la
emigración estaba estimulada por un fuerte crecimiento demográfico, la crisis de
las economías agrarias tradicionales, la búsqueda de empleos y el abaratamiento
de los transportes, desde el país se decidió modificar la política inmigratoria
tradicional, cauta y selectiva, y fomentar activamente la inmigración, con
propaganda y pasajes subsidiados.
Los inmigrantes demostraron una gran flexibilidad y adaptación a las condiciones
del mercado de trabajo: en la década de 1880 se concentraron en las grande
ciudades en la construcción de sus obras públicas y de remodelación urbana, pero
desde mediados de la década siguiente, al abrirse las posibilidades en la
agricultura, se volcaron masivamente al campo tanto quienes venían para
instalarse definitivamente como quienes viajaban anualmente para trabajar en la
cosechas, este fenómeno por la baratura de los pasajes y por los salarios
relativamente altos explica en parte la fuerte diferencia entre los inmigrantes
llegados y los efectivamente radicados: entre 1880 y 1890 los arribados
superaron el millón, y los efectivamente radicados fueron unos 650.000, cantidad
notable para un país cuya población rondaba los 2 millones.
La promoción activa de la inmigración puede ser un aspecto del conjunto de
actividades del Estado, lejos de la presidencia del supuesto “modelo liberal”,
desarrolló para estimular el crecimiento económico, solucionando los cuellos de
botella y creando las condiciones para el desenvolvimiento de los empresarios
privados. Las inversiones extranjeras promovidas con amplias garantías y el
Estado asumió el riesgo en las menos atractivas para luego transferirlas a los
privados cuando el éxito estaba asegurado, a través de los bancos estatales, se
manejo el crédito con gran liberalidad, el Estado se hizo cargo de lo que se
llamo “la conquista del desierto” de lo que resultó la incorporación de vastas
extensiones de tierra apta para la explotación que fueron transferidas en
grandes extensiones y con un costo mínimo a particulares poderosos y bien
relacionados. Muchos de ellos ya eran propietarios y otros lo fueron desde
entonces. La tierra luego se compró y vendió ampliamente.
Los terratenientes buscaban el máximo posible de ganancias, en el Litoral donde
escaseaba el ganado y la producción podía trasladarse fácilmente por los ríos,
se inclinaron por la agricultura donde la tierra era barata, optaron por la
colonización que la valorizaba, pero cuando el valor aumentó prefirieron el
sistema de arrendamiento. En la provincia de Bs. As. perduró la gran propiedad
indivisa y la explotación del lanar, hasta que la instalación de los
frigoríficos hizo rentable la explotación del vacuno refinado con las raza
inglesas y destinado a la exportación, las necesidades de praderas artificiales
estimularon la colonización agrícola: lasa tierras se destinaron
alternativamente a cereales, forrajes y pastoreo, con lo que la agricultura se
asoció definitivamente con la ganadería.
Los empresarios se habituaron a rotar por diversas actividades, buscando en cada
caso la crema de la ganancia, sin fijarse en ninguna y procurando no inmovilizar
el capital: a las agropecuarias se agregaron luego las inversiones
urbanas-tierra, construcciones-e incluso las industrias, a partir de la tierra
se constituyó una clase empresaria concentrada y no especializada, una
oligarquía, que desde la cúspide controlaba un conjunto amplio de actividades.
Los inmigrantes, capital limitado prefirieron alquilar por 3 años extensiones de
tierra que adquirir definitivamente una parcela mas pequeña.
Desde 1890 la expansión de la agricultura fue continua y el campo se lleno de
chacareros y jornaleros, entre 1892 y 1913 se quintuplicó la producción del
trigo, de la cual la mitad se exportaba. Las exportaciones totales se
multiplicaron 5 veces mientras que las importaciones lo hicieron en proporción
algo menor, se agregaron el maíz y el lino y entre los 3 cubrieron la mitad de
las exportaciones; hacia Gran Bretaña carne vacuna, el lanar había sido
desplazado de Bs. As. hacia el sur y lo reemplazaba el vacuno mestizado con las
razas británicas, la Argentina era uno de los principales exportadores de
cereales y carne.
Si las ganancias de los socios extranjeros fueron elevadas a través de los
frigoríficos y ferrocarriles, el transporte marítimo, de la comercialización o
del financiamiento, también lo fueron las del Estado, proveniente
fundamentalmente de impuestos a la exportación y la de los terratenientes
quienes, dadas las ventajas comparativas con respecto a otros productores del
mundo, optaron por destinar una porción importante de estas al consumo.
El Estado las dotó de los modernos servicios de higiene o de transporte, así
como de avenidas, plazas y un conjunto de edificios.
El ingreso rural se difundió en la cuidad multiplicando el empleo y generando
necesidades de comercios, servicios y finalmente de industrias, constituyendo un
mercado atractivo.
El sector industrial alcanzó una dimensión y ocupó a mucha gente. Algunos como
los frigoríficos, molinos y algunas fábricas grandes elaboraban su producto para
la exportación o el mercado interno. Otro grupo de establecimientos importantes,
textiles o alimentarios, suministraba productos elaborados con materia prima
local, y un extenso universo de talleres completaba el abastecimiento del
mercado interno. Este sector industrial creció asociado con la economía
agropecuaria nutriéndose de capitales extranjeros.
El grueso de estos cambios se produjo en el Litoral incapaz de incorporarse al
mercado mundial. En el norte santafesino una empresa inglesa expansiva y
depredadora a la vez constituyó un verdadero enclave para la explotación del
quebracho, las más importantes se produjeron primero en Tucumán y después en
Mendoza en torno a la producción de azúcar y vino. Ambas prosperaron para
abastecer a los expansivos mercados del Litoral, merced a la reserva de estos
productos hechas por el Estado, que los rodeó con una fuerte protección
aduanera. Fue le mismo Estado quien permitió el despega inicial de esa industria
regional construyendo los ferrocarriles y financiando las inversiones de los
primeros empresarios de ingenios y bodegas; hubo razones de equilibrio político
regional, pero pesaron más las relaciones con importantes empresarios de las
nacientes industrias-Ernesto Tornquist en la azucarera y Tiburcio Venegas en la
vitivinícola-tenían en las más altas esferas oficiales. La fisonomía de Tucumán
y sobre todo la de Mendoza donde la expansión supuso la incorporación de
importantes contingentes, inmigratorios, se modificaron sustancialmente quizás
contra lo que hubiera indicado las normas de la división internacional del
trabajo-el azúcar tucumana siempre fue mucho mas cara de la que podía importarse
desde Cuba- pero de acuerdo con la punta de ganancia monopólica y de asociación
entre el Estado y los empresarios que caracterizó toda la expansión finisecular.
Se conformó un importante sector de especuladores, intermediarios y financistas
cercanos al poder, que medró préstamos, obras públicas, compras o ventas
especialmente en la década de 1880, el Estado inyectó masivamente créditos a
través de los bancos garantidos.
La estrecha vinculación de la economía argentina con la internacional la
sensibilizó a sus fluctuaciones cíclicas, como había ocurrido en 1873. El fuerte
endeudamiento convertía el servicio de la deuda externa en una carga onerosa,
solventada con nuevos préstamos o con los saldos del comercio exterior y ambas
cosas se reducían drásticamente en los momentos de crisis cíclica generando un
período de recesión. La crisis internacional de 1890 tuvo la particularidad de
desencadenarse en la Argentina y de arrastrar con ella a uno de los mas
importantes inversores británicos: la banca Baring; que tuvo inmediatamente
efectos catastróficos sobre todo para los pequeños ahorristas, pero al concluir
con el ciclo especulativo urbano de la década de 1880 alentó a otras actividades
y particularmente la agricultura que empezó por entonces su expansión
importante.
La masiva inmigración y el progreso económico remodelaron profundamente la
sociedad argentina y podría decirse que la hicieron de nuevo. La mayoría fueron
italianos, primero del norte y luego el sur y lo siguieron los españoles y en
menor medida los franceses.
Como señalo José Luis Romero, la nuestra fue una ciudad aluvial, constituida por
sedimentación, en la que los extranjeros aparecían en todas partes aunque no en
la misma proporción.
Los inmigrantes se jugaron al ascenso económico rápido que algunos lograron y
muchos no, los primeros o sus hijos se integraron a las clases medias, los
segundos probablemente marcharon a las ciudades o se volvieron; lo que es seguro
es que unos y otros contribuyeron a las gruesas ganancias de terratenientes y
casas comerciales exportadoras, que se asociaban a los beneficios de los
chacareros, pero sin participar de sus riesgos.
Las grandes ciudades, y en primer lugar Bs. As. se llenaron de trabajadores, en
su mayoría extranjeros pero también criollos, sus ocupaciones eran muy diversas
había obreros artesanos calificados, vendedores ambulantes. Padecían difíciles
condiciones cotidianas: la mala vivienda, el costo del alquiler, problemas
sanitarios, la inestabilidad en los empleos y los bajos salarios, las epidemias
y la mortalidad infantil, lo cual conformaba un cuadro muy duro que al principio
muy pocos escapaban. Era todavía una sociedad magmática y en formación.
Muchos de los inmigrantes impulsados por el afán de “hacer la América” y quizás
volver ricos y respetables a la aldeas donde habían salido miserables,
concentraron sus esfuerzos en la aventura del ascenso individual o más
exactamente familiar. Quienes no lo lograron o fracasaron después de algún éxito
inicial-y no volvieron a la patria- permanecieron dentro del conjunto de los
trabajadores, permanentemente renovados con los nuevos llegados. Fue entre ellos
donde mas ampliamente se desarrollaron las formas de solidaridad “aventura del
ascenso”, consistía generalmente en llegar a tener la casa propia, y quizás un
pequeño negocio o taller propio. El camino asaba por la educación de los hijos:
la educación primaria permitía superar la barrera ideomática que segregaba a los
padres, la secundaria abría las puertas al empleo público o al puesto de
maestra, dignos y bien remunerados, la universitaria y el título de doctor era
la llave mágica que permitía ingresar a los círculos cerrados de la sociedad
constituida.
Estas aventuras del ascenso fueron importantes para construir las amplias clases
medias urbanas y rurales que caracterizaron de forma decisiva nuestra sociedad.
Constituyó una sociedad nueva, fue abierta y flexible con oportunidades para
todos, por una parte el país modernizado se diferenció del interior tradicional,
por otra la nueva sociedad se mantuvo bastante tiempo separada de las clases
criollas tradicionales y las clases altas, un poco tradicionales, pero en buena
medida también nuevas.
En la nueva sociedad los inmigrantes se mezclaban sin reticencias con los
criollos y generaban formas de vida híbridas, las clases altas se sentían
tradicionales, afirmaban su argentinidad y se creían las dueñas del país al que
los inmigrantes habían venido a trabajar.
Algunos lo lograron con medios dudosos gracias a los favores del poder, y otros
apenas podían conservar lo que llamaban “decencia”. Peor todos ellos frente a la
masa de extranjeros, manifestaron una cierta voluntad de cerrarse, de recordar
sus antecedentes patricios y de ocuparse de los apellidos y la prosapia.
Esa función cumplían los lugares públicos como la Opera, Palermo o la calle
Florida.
Esos mismos hombres se reservaron el manejo de la alta política, abundaron los
parvenus que harían allí su fortuna. El sistema institucional era perfectamente
republicano aunque las decisiones mas importantes aunque diseñado para
mediatizar las decisiones mas importantes y alejarlas algo de la “voluntad
popular”.
En la cúspide del sistema político, la selección del personal pasaba por los
acuerdos entre el presidente, los gobernadores y otros notables de prestigio
reconocido. En los niveles más bajos, la competencia se daba entre caudillos
electorales, que movilizaban maquinarias aguerridas. El sistema por la oposición
política descansaba sobre una escasa voluntad general de participación en las
elecciones, alejada de los grandes procesos democratizadores de las sociedades
occidentales, particularmente pesó el escaso interés de los extranjeros por
nacionalizarse y participar de las elecciones, perdiendo algunos privilegios y
garantías inertes, esta situación inquietó incluso a los espíritus más lucidos
de la elite dirigente, preocupado s por asentar las bases consensuales del
régimen político. La característica mas notable fue la falta de competencia
entre partidos políticos alternativos y su estructuración en torno de un partido
único, cuyo jefe era el presidente de la república. El partido autonomista
nacional era en realidad una federación de gobernadores provinciales y el
presidente usaba sus atribuciones institucionales para disciplinarlos, mezclando
confusamente lo que era propio del Estado con lo mas específicamente político,
los conflictos se negociaban en círculos reducidos, entre la Casa Rosada y el
círculo de armas, la redacción de un diario y los pasillos del Congreso, en el
régimen político no había lugar para partes con intereses divergentes y
legítimos, el unicato había contribuido a la consolidación del régimen y a la
eliminación de las antiguas confrontaciones, reveló sus limitaciones para
canalizar las propuestas de cambio de una sociedad que se estaba constituyendo y
diversificando y en la que se desarrollaban intereses variados y
contradictorios.
Moldear y organizar esa sociedad en formación, quizás era la preocupación
principal de la elite dirigente, el panorama se presentaba inquietante: una masa
de extranjeros desarraigados escasamente solidarios, interesados en lucrar y en
volver a su tierra despertaba la indignación de quienes, como Sarmiento, habían
visto otrora en la inmigración el gran instrumento del progreso. Por otro arte
en el empeño de dar forma a esa masa, apareció un conjunto de competidores
importantes: la Iglesia en primer lugar, las asociaciones, las colectividades
extranjeras y particularmente la italiana y luego los grupos políticos
contestatarios y sobre todo los anarquistas que ya esbozaban para los sectores
populares un proyecto de sociedad definitivamente alternativo, ese Estado débil
presentó combate y triunfo, fue extendido sobre la sociedad tanto para controlar
su organización cuanto para acelerar los cambios que aseguraran el progreso
buscado.
En la década de 1880 el gran instrumento fue la educación primaria, e volcaron
los mayores esfuerzos, fue laica, gratuita y obligatoria, el Estado asumió toda
la responsabilidad:; con la alfabetización aseguraba la instrucción básica común
para todos los habitantes y a la vez la integración y nacionalización de los
niños hijos de extranjeros que en sus hogares filiaban su pasado en alguna
región de España o Italia, aprendían en la escuela que este se remontaba a
Rivadavia o Belgrano.
Aunque la elite fue constitutivamente cosmopolita, crítica de la herencia
criolla o hispana, y abierta a las influencias progresistas de las metrópolis,
tuvo a la vez una temprana preocupación por lo nacional, para afirmar su
identidad en el país aluvional como para integrar en ella a la masa extranjera.
La elite patricia consustanciada se ocupó de dar forma a una versión de su
historia como lo hizo Bartolomé Mitre que era a la vez una auto-justificación.
Conocieron todas las corrientes europeas y de cada una de ellas hubo una versión
local: realismo, impresionismo, naturalismo... pero la que mas se adecuó a su
filosofía espontánea de la vida fue el positivismo, por su valoración de la
eficiencia, del orden y del progreso adecuados a una sociedad que por entonces –
llegando al centenario de la Revolución de Mayo se definía por su optimismo.