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Introducción
Adam Smith nació en Escocia en 1723 y falleció en 1790. Fue docente de la Universidad de Glasgow y conoció al Quesnay cuando viajo por el continente europeo en calidad de tutor del hijo de un aristócrata.
Sus biógrafos estiman que su libro “Investigación sobre la causa y naturaleza de la riqueza de las naciones” (1776) fue el resultado de unos diez años de trabajo, compilando y dando coherencia a una inmensa cantidad de material sobre temas económicos. Algunos economistas definen a Smith como el padre de la economía política; mientras otros tienen sus reservas. Schumpeter, economista austriaco, sostiene que “la Riqueza de las Naciones no contiene una sola idea, un solo principio o un solo método analíticos que fuera completamente nuevo en 1776” (1982: 226). Otro autor, M. Blaug, afirma: “[n]o podemos pretender que Adam Smith haya sido el fundador de la economía política. Cantillon, o Quesnay, o Turgot, tienen mejores títulos para ese honor” (1985: 93). Karl Marx, considera que el “padre” de la economía política es Sir William Petty (1623-1687) (Marx [1867] 1986: 214). Marx, sin embargo, no resta importancia a los aportes de Smith:
[…] Smith se mueve con gran simplismo en una continua contradicción […]. De una parte, trataba de penetrar en la fisiología interna de la sociedad burguesa y, de otra parte, pretendía, en parte, describir por vez primera las formas de vida en que se manifiesta exteriormente, exponer su concatenación externa y, en parte, encontrar la nomenclatura y los conceptos intelectivos adecuados a estas manifestaciones, tratando de reproducirlas, por vez primera, en el lenguaje y en el proceso discursivo (Marx [1859] 1987b: 146).
Smith escribió en un momento bisagra en términos históricos: en la última etapa de la transición del feudalismo al capitalismo. Eric Hobsbawn, historiador inglés, sostiene que hay un consenso general que afirma que el feudalismo no superó con vida el siglo XVIII y que el capitalismo no nació antes del siglo XVI (1976). Por lo tanto, hubo por lo menos dos siglos de “convivencia” del feudalismo y del capitalismo, de transición de un sistema a otro. El nacimiento de la economía política es, por lo tanto, contemporánea al nacimiento de su objeto de estudio.
Los aporte de Smith se enmarcan dentro de la corriente de pensamiento de la “Ilustración Europea”. En la formulación clásica de M. Horkheimer y T. Adorno:
[H]a perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. […] El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia” (Horkheimer y Adorno [1966] 1998: 59).
En términos de corrientes del pensamiento más generales, Smith era un partidario de la iluminación, y un adversario del oscurantismo medieval, del monopolio del saber (sobre la vida y la muerte, en términos simbólicos) por parte de la Iglesia. Los denominados doctores escolásticos, fundamentando en base a las sagradas escrituras y en la filosofía clásica [1] , plantearon la prohibición del crédito [2] , realizaron sus críticas al comercio y a la búsqueda del lucro, la libre contratación y la libre competencia.
Las transformaciones que se sucedían en esos siglos de transición iban destruyendo los distintos ámbitos del modo de vida del feudalismo, sus técnicas productivas, la legislación, las clases sociales, los hábitos y costumbres. Ante esta situación algunos representantes de la iglesia no pudieron ver otro desenlace que la catástrofe y el caos generalizado: la disolución de los vínculos entre las personas.
Smith trata de demostrar que la disolución de los vínculos propios del feudalismo concluirá a la formación de un nuevo vínculo que responde a ciertas leyes que aseguran la continuidad de la sociedad y, además, su progreso. Estas leyes serán el objeto de estudio de Smith y cada vez que se pregunta de dónde provienen hay dos respuestas que conviven. Por un lado, que son el resultado de la razón humana y, por otro lado, que emanan de la naturaleza humana, de sus instintos.
El sistema de Smith
La división del trabajo y el intercambio
Adam Smith afirma en el primer párrafo de la “Introducción y plan de obra”:
El trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio provee de todas las cosas necesarias y convenientes para la vida, y que anualmente consume un país (Smith [1776] 1997: 3).
Si se denomina riqueza a “las cosas necesarias y convenientes para la vida”; queda establecido que la misma es el resultado del trabajo, en particular del trabajo de cada nación. Dos incógnitas surgen del planteo de Smith: 1) ¿Cómo se incrementa la cantidad de riqueza?; y 2) ¿Cuánto trabajo está contenido en cada cosa necesaria y conveniente para la vida?
El crecimiento de la cantidad de mercancías depende, según Smith, de la división del trabajo (a la cual le va a dedicar los primeros tres capítulos de su obra). De esta manera hay una primera respuesta a una de las preguntas que surgían del plan de obra. En la época de Smith el crecimiento de la producción no se fundaba en la invención de máquinas y herramientas.
El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, parece ser consecuencia de la división del trabajo (Smith [1776] 1997: 7).
La división del trabajo es, por tanto, la causa del incremento de su productividad del trabajo. La productividad del trabajo es la cantidad de bienes que se producen en una determinada unidad de tiempo. El trabajo es más productivo cuando produce 300 mil autos anuales que cuando produce 200 mil poniendo en movimiento la misma cantidad de trabajo, por ejemplo.
Smith describe la división del trabajo en una fábrica de alfileres:
Tomemos como ejemplo una manufactura de poca importancia, pero a cuya división del trabajo se ha hecho muchas veces referencia: la de fabricar alfileres. Un obrero que no haya sido adiestrado en esa clase de tarea (convertida por virtud de la división del trabajo en un oficio nuevo) y que no esté acostumbrado a manejar la maquinaria que en él se utiliza (cuya invención ha derivado, probablemente, de la división del trabajo), por más que trabaje, apenas podría hacer un alfiler al día, y desde luego no podría confeccionar más de veinte. Pero dada la manera como se practica hoy día la fabricación de ‘alfileres, no sólo la fabricación misma constituye un oficio aparte, sino que está dividida en varios ramos, la mayor parte de los cuales también constituyen otros tantos oficios distintos. Un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero está ocupado en limar el extremo donde se va a colocar la cabeza: a su vez la confección de la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas: fijarla es un trabajo especial, esmaltar los alfileres, otro, y todavía es un oficio distinto colocarlos en el papel. En fin, el importante trabajo de hacer un alfiler queda dividido de esta manera en unas dieciocho operaciones distintas, las cuales son desempeñadas en algunas fábricas por otros tantos obreros diferentes, aunque en otras un solo hombre desempeñe a veces dos o tres operaciones. He visto una pequeña fábrica de esta especie que no empleaba más que diez obreros, donde, por consiguiente, algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. Pero a pesar de que eran pobres y, -por lo tanto, no estaban bien provistos de la maquinaria debida, podían, cuando se esforzaban, hacer entre todos, diariamente, unas doce libras de alfileres. En cada libra había más de cuatro mil alfileres de tamaño mediano. Por consiguiente, estas diez personas podían hacer cada día, en conjunto, más de cuarenta y ocho mil alfileres, cuya cantidad, dividida entre diez, correspondería a cuatro mil ochocientas por persona. En cambio, si cada uno hubiera trabajado separado e independientemente, y ninguno hubiera sido adiestrado en esa clase de tarea, es seguro que no hubiera podido hacer veinte, o, tal vez, ni un solo alfiler al día; es decir, seguramente no hubiera podido hacer la 1/240 parte, tal vez ni la 1/4800 parte de lo que son capaces de confeccionar en la actualidad gracias a la división y combinación de las diferentes operaciones en forma conveniente.
A partir de este ejemplo Smith explica la división del trabajo que se produce en la sociedad. Realiza un paralelismo entre la división del trabajo dentro de una unidad productiva y entre las mismas.
Smith utiliza el término división del trabajo para hacer referencia a dos fenómenos que hoy día llamamos de diferente manera. Por un lado, lo utilizaba para la separación de un proceso productivo en sus actividades más sencillas; es una división del trabajo que se realiza hacia el interior de las unidades productivas. A esta división del trabajo la denominamos división técnica del trabajo; y fue descrita por Smith cuando relata el proceso de trabajo en la fábrica de alfileres. Pero, por otro lado, utilizaba el término para la especialización de las diferentes unidades productivas; que hoy denominamos división social del trabajo.
Tanto en la división del trabajo a nivel social (entre unidades productivas) y a nivel técnico hacia adentro de las unidades productivas) se obtienen incrementos en la productividad del trabajo. Sin embargo, obedecen a causas muy diferentes. La división técnica del trabajo, que es la que describe Smith en la fábrica de alfileres, la división de las diferentes tareas que deben realizarse y la cantidad de personas que se ponen a trabajar en cada una de ellas es el resultado de un acto consciente de la persona que organiza todo el proceso de producción, que resulta de las proporciones puramente técnicas de cantidad de piezas por unidad de tiempo que implica cada tarea particular. Si, por ejemplo, una sola persona estira 100 metros de alambre por hora y una sola persona es capaz de cortar 50 metros de alambre por hora; para que no se acumule el alambre será necesario poner dos personas a cortarlo. La cantidad de trabajo puesto en movimiento en cada “oficio” resulta de un problema técnico.
En cambio, la cantidad de fábricas de alfileres, de alambre, de máquinas, que funden hierro, de hectáreas sembradas para obtener alimento, de minas de hierro, etc., resultan del funcionamiento del sistema de mercado. La cantidad de unidades productivas de cada tipo de fábrica, cultivo o extracción de minerales no es el resultado de un acto consciente de ninguna autoridad central. La división del trabajo social resulta de la relación que se desarrolla en el mercado entre las diferentes unidades productivas independientes entre sí. Explicar cuáles son las leyes que llevan al sistema a crear o desmantelar unidades productivas es uno de los desafíos de la naciente economía política.
Respecto a la división técnica, aunque Smith no la denomina así, plantea que dicha división elimina o disminuye los “tiempos muertos”. O sea, suprime o merma los tiempos que implica pasar de una tarea a otra. Además, la persona que trabaja en una sola actividad se especializa en la misma, logrando mayor destreza y calidad. Smith argumenta que la especialización da lugar al desarrollo de la creatividad del obrero, desarrollando instrumentos y herramientas que le permiten elevar la productividad del trabajo. Posteriormente, en capítulos más adelantados de su obra, Smith reconoce que las tareas repetitivas degradan a las personas [3] .
Ahora bien, ¿cuál es el origen de la división del trabajo? Qué dice Smith al respecto:
Esta división del trabajo, que tantas ventajas reporta, no es en su origen efecto de la sabiduría humana, que prevé y se propone alcanzar aquella general opulencia que de él se deriva. Es la consecuencia gradual, necesaria, aunque lenta, de una cierta propensión de la naturaleza humana que no aspira a una utilidad tan grande: la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra (Smith [1776] 1997: 16).
Para el escocés, la división del trabajo tiene como origen el intercambio; y a su vez este tiene como origen la naturaleza humana. Varios cuestionamientos pueden hacerse sobre este punto. Dentro de la fábrica que Smith describe sí hay división (técnica) del trabajo; pero no hay intercambio. Ninguna de las personas que trabajan en la fábrica intercambia alambre estirado por alambre cortado. Por el contrario, sí hay intercambio entre las diferentes fábricas, entre las unidades productivas. Además de intercambio entre las unidades productivas, sí hay división (social) del trabajo entre ellas ¿Había división del trabajo (técnica y/o social) en la civilización Maya, Azteca o Inca? ¿Y entre los Patagones, los Diaguitas o los Mapuches? ¿Intercambiaban sus productos de manera generalizada?
Sin embargo, Smith se contradice acerca del origen de la división del trabajo:
[L]a diferencia de talentos naturales en hombres diversos no es tan grande como vulgarmente se cree, y la gran variedad de talentos que parece distinguir a los hombres de diferentes profesiones, cuando llegan a la madurez es, las más de las veces, efecto y no causa de la división del trabajo. Las diferencias más dispares de caracteres, entre un filósofo y un mozo de cuerda, pongamos, por ejemplo, no proceden tanto, al parecer, de la naturaleza como del hábito, la costumbre o la educación (Smith [1776] 1997: 18).
Ahora, según el autor, es el hábito lo que engendra la división del trabajo. Smith también plantea que las personas se especializan en una actividad porque saben que obtendrán muchas más cosas necesarias y convenientes para la vida intercambiando su producto por el producto de los demás. En este aspecto aparece la racionalidad como el generador de la división del trabajo. Por lo tanto, Smith tienen tres explicaciones diferentes para el origen de la división del trabajo: 1) la naturaleza humana; 2) los hábitos; y 3) la racionalidad.
Es importante destacar que en términos históricos y hasta lógicos, el intercambio presupone la existencia de la división del trabajo; pero no a la inversa. La división del trabajo puede existir sin que haya intercambio. Sucede, de hecho, dentro de la fábrica de alfileres que el autor describe.
Las leyes de la sociedad de los mercaderes: el dinero y la primera teoría del valor
Establecido la necesidad del intercambio, Smith pasa a estudiar las leyes que regulan el sistema económico de la sociedad donde todos tienen algo para vender y comprar. Esta sociedad se encuentra liberada de las ataduras de la sociedad feudal, nadie es señor más que de sí mismo ni nadie es siervo más que de sí mismo. En esta sociedad de individuos libres, la interdependencia entre las personas es la máxima que ha alcanzado la sociedad. Y queda claro que la relación general entre las personas es el intercambio, está mediado por la mercancía. Smith lo expresa claramente:
No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas (Smith [1776] 1997: 17).
Smith explica la imposibilidad del intercambio generalizado fundado en el trueque debido a la incompatibilidad de los deseos. Esto quiere decir que, si 1 silla se intercambia por 40 litros de leche, aquella persona que fabrica sillas y desea 1 litro de leche, no puede entregar una 1/40 parte de la silla por el litro de leche; y, además, al mismo tiempo no desea los 40 litros. A partir de esta dificultad, plantea que la existencia del dinero viene a resolver dicho problema y que la solución surgió por conveniencia, por acto racional. Cada individuo elige una mercancía que todos aceptarán: el dinero. Lo que Smith no da cuenta es que aquella mercancía que todos aceptan ya era dinero. No es dinero porque todos lo aceptan, porque es dinero todos la aceptan. Dado que los metales preciosos, en particular el oro, son homogéneos, divisibles, imperecederos y contienen gran valor en pequeñas cantidades, son particularmente idóneos para desempeñar el papel de dinero. [4] Resuelto para Smith la existencia del dinero, pasa ahora a estudiar las relaciones de intercambio:
Ahora vamos a examinar cuáles son las reglas que observan generalmente los hombres en la permuta de unos bienes por otros, o cuando los cambian por moneda. Estas reglas determinan lo que pudiéramos llamar valor relativo o de cambio de los bienes (Smith [1776] 1997).
Entre los doctores escolásticos, los mercantilistas y los fisiócratas se planteaba que el valor provenía de la utilidad de la cosas. Mientras más utilidad tenía un objeto para una persona, más lo valoraba. Sin embargo, Smith desdobla las mercancías en dos “valores”: Smith afirma que:
Debemos advertir que la palabra valor tiene dos significados diferentes, pues a veces expresa la utilidad de un valor objeto particular, y, otras, la capacidad de comprar otros bienes, capacidad que se deriva de la posesión de dinero. Al primero lo podemos llamar ‘valor de uso’, y al segundo ‘valor de cambio’ (Smith [1776] 1997: 30).
Al desdoblar el valor de la mercancía en dos, Smith sostiene que no hay una proporcionalidad necesaria entre valor de uso o utilidad y valor de cambio. No es una ley que, a mayor utilidad, mayor valor de cambio; o a la inversa. Como ejemplo utiliza la denominada “paradoja del agua y los diamantes”. Plantea que el agua es extremadamente útil en comparación con los diamantes, pero aquella es muy barata y estos muy caros [5] . Respecto al valor de cambio Smith sostiene:
[E]l valor de cualquier bien, para la persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda disponer por mediación suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor de cambio de toda clase de bienes (Smith [1776] 1997: 31).
Este planteo funciona para ambos lados de la compraventa. Para el sujeto, Pedro, que compra 1 silla (y por lo tanto vende lo que posee, 40 litros de leche), el valor de lo que vende (40 litros de leche) es igual a la cantidad de trabajo contenido en la mercancía que compra (1 silla). Del otro lado, Juan, el que le vende a Pedro, el valor de lo que vende (1 silla) es igual a la cantidad de trabajo de lo que está adquiriendo (40 litros de leche). Y a continuación agrega:
Lo que se compra con dinero o con otros bienes otros bienes, se adquiere con el trabajo, lo mismo que lo que adquirimos con el esfuerzo de nuestro cuerpo. El dinero o sea otra clase de bienes nos dispensan de esa fatiga. Contienen el valor de una cierta cantidad de trabajo, que nosotros cambiamos por las cosas que suponemos encierran, en un momento determinado, la misma cantidad de trabajo (Smith [1776] 1997: 31)
Lo que se compra se adquiere con trabajo propio, de nuestro cuerpo. Cada mercancía, finalmente, es un receptáculo de una cantidad de trabajo que insumió producirla [6] . Kicillof ejemplifica el mecanismo por el cual se impone en el mercado el intercambio según las cantidades de trabajo:
Si cazar un castor insume dos horas de trabajo y apresar a un ciervo requiere la mitad de esfuerzo, dos ciervos se cambiarán por un castor. Supongamos ahora que, por obra de un cambio caprichoso en los gustos de miembros de esta sociedad, crece la demanda de ciervos –es verano, por ejemplo, y se prefiere la carne a la piel de castor–. El día en que esto ocurra, la oferta anterior de ciervos será insuficiente para satisfacer los nuevos deseos de los consumidores-productores. Se verificará entonces un “exceso de demanda” que presionará al alza sobre el “precio” del ciervo. Los cazadores de ciervos no querrán desprenderse de ellos a menos, claro está, que a cambio de un ciervo les entreguen más castores que los que antes bastaban para que se realizara esa misma transacción. Supongamos entonces que la relación de precios se ajusta hasta llegar a una nueva tasa de cambio de un ciervo por un castor (antes era dos a uno). En base a este resultado, se podría afirmar que el precio no está únicamente regido por la cantidad de trabajo sino también (y principalmente) por la utilidad, por los gustos que han cambiado. Sin embargo, aunque el cambio en la demanda es capaz de producir un desvío en los precios (respecto de los valores en términos de trabajo), esta desviación no podrá nunca ser duradera, será sólo transitoria. En las nuevas circunstancias, los cazadores de castores encontrarán más provechoso dedicarse a perseguir ciervos, pues con dos horas de trabajo se obtiene un castor que ahora se cambia por un solo ciervo, mientras que, si pasan a la otra rama de actividad –la “industria del ciervo”–, en las mismas dos horas podrá obtener dos ciervos, en lugar del único que se obtiene por medio del cambio a los nuevos precios. La caza de ciervos se ha vuelto más lucrativa que la de castores, de manera que los productores de castor abandonarán su oficio y se desplazarán hacia la producción de ciervos, incrementando así la oferta para que responda a los nuevos requisitos de la demanda. Tal reacomodamiento sólo cesará cuando la relación de precios se iguale nuevamente a los requisitos de trabajo, alcanzando entonces un nuevo equilibrio. En ese punto, a todos los productores les resultará indiferente dedicarse a una actividad o a la otra, pues mediante el cambio se obtienen los mismos resultados que mediante la producción. El nuevo equilibrio se logra cuando los precios se corresponden con las cantidades relativas de trabajo, aunque ahora, para suplir las nuevas necesidades, se ha expandido la producción de ciervos (Kicillof; 2006:66)
Dado que al tener frente a sí una mercancía es imposible saber la cantidad de trabajo, es muy difícil medir la cantidad del mismo que encierra cada mercancía: “aunque el trabajo es la medida real del valor en cambio de todos los bienes, generalmente no es la medida por la cual se estima este valor” (Smith [1776] 1997: 32). Aquí, Smith pone de relieve la forma en que se presenta el intercambio:
Es más frecuente que se cambie y, en consecuencia, se compare un artículo con otros y no con trabajo. Por consiguiente, parece más natural estimar su valor en cambio por la cantidad de cualquier otra suerte de mercancía, y no por la cantidad de trabajo que con él se puede adquirir […] Ahora bien, desde el momento que cesó la permuta y el dinero se convirtió en el instrumento común de comercio, es más frecuente cambiar cualquier mercancía por dinero, y no por otras cosas […] De donde resulta que es frecuente estimar el valor en cambio de toda mercancía por la cantidad de dinero, y no por la cantidad de otra mercancía o de trabajo que se pueda adquirir mediante ella (Smith [1776] 1997: 32-33).
Sin embargo, Smith afirma que si bien el trabajo contenido en una mercancía no es apreciable; de hecho, es lo que regula el intercambio. El ejemplo planteado por Kicillof lo ejemplifica. Se podría no saber la cantidad de horas que implica cazar ciervos y castores, pero se llegaría a un precio de equilibrio cuando a los productores les es indiferente cazar ciervos o castores; pues en ese momento se obtienen los mismos resultados mediante la caza de uno u otro que mediante el intercambio. Tomemos algunos aportes más del economista político escocés:
Iguales cantidades de trabajo, en todos tiempos y lugares, tienen, según se dice, el mismo valor para el trabajador. Presuponiendo un grado normal de salud, de fuerza, de temperamento, de aptitud y destreza, ha de sacrificar la misma proporción de comodidad, de libertad y de felicidad” (Smith [1776] 1997: 33) [7] .
El precio que paga [el trabajador] será siempre el mismo, cualquiera que sea la cantidad de bienes que reciba en cambio. De estos bienes unas veces podrá comprar más y otras menos cantidades; pero lo que varía es el valor de los mismos, y no el trabajo que los adquiere […] Por consiguiente el trabajo, por el cual se comparan y estiman los valores de todos los bienes, cualesquiera que sean las circunstancias de lugar y de tiempo. El trabajo es su precio real, y la moneda es, únicamente, el precio nominal (Smith [1776] 1997: 34).
Pero, aunque para el trabajador siempre tengan igual valor idénticas cantidades de trabajo, no ocurre así con la persona que lo emplea, pues para ella tiene unas veces más, y, otras, menos valor. Las compra, en unas ocasiones, con una mayor cantidad de bienes, y en otras, con menor cantidad de los mismo, por lo cual se hace la idea de que el precio del trabajo varía como el de todas las demás cosas, siendo unas veces caro y otras barato. En realidad, son los bienes los que son caros o baratos, en un caso y en otro (Smith [1776] 1997: 34).
Parece pues que el trabajo es la medida universal y más exacta del valor, la única regla que nos permite comparar los valores de las diferentes mercancías en distintos tiempos y lugares. Todo el mundo admite que no podemos estimar el valor real de las cosas, de un siglo a otro, por las cantidades de plata que se hayan dado por ellas, ni tampoco por las cantidades de grano que se den, de un año al siguiente. Pero por las cantidades de trabajo sí que podemos estimarlo de un año a otro, y de un siglo a otro, con la mayor exactitud posible (Smith [1776] 1997: 37).
Los mercaderes de la sociedad civilizada: ganancia, renta y salario.
La ganancia
El planteo de Smith acerca de que es la cantidad de trabajo como regulador del intercambio pertenece solamente a un período histórico:
En el estado primitivo y rudo de la sociedad, que precede a la acumulación de capital y a la apropiación de la tierra, la única circunstancia que puede servir de norma para el cambio recíproco de diferentes objetos parece ser la proporción entre las distintas cantidades de trabajo que se necesitan para adquirirlos. Si en una nación de cazadores, por ejemplo, cuesta usualmente doble trabajo matar un castor que un ciervo, el castor, naturalmente, se cambiará por o valdrá dos ciervos. Es natural que generalmente es producto del trabajo de dos días o de dos horas valga el doble que la que es consecuencia de un día o de una hora (Smith [1776] 1997: 47).
Y agrega:
En ese estado de cosas, el producto íntegro del trabajo pertenece al trabajador, y la cantidad de trabajo comúnmente empleado en adquirir o producir una mercancía es la única circunstancia que puede regular la cantidad de trabajo ajeno que con ella se puede adquirir, permutar o disponer (Smith [1776] 1997: 47)
Sin embargo:
[T]an pronto como el capital se acumula en poder de personas determinadas, algunas de ellas procuran regularmente emplearlo en dar trabajo a gentes laboriosas, suministrándole materiales y alimentos, para sacar un provecho de la venta de su producto o del valor que el trabajo incorpora a los materiales. Al cambiar un producto acabado, bien sea por dinero, bien por trabajo, o por otras mercaderías, además de lo que sea suficiente para pagar el valor de los materiales y los salarios de los obreros, es necesario que se dé algo por razón de las ganancias que corresponden al empresario, el cual compromete su capital en esa contingencia. En nuestro ejemplo el valor que el trabajador añade a los materiales se resuelve en dos partes; una de ellas paga el salario de los obreros, y la otra las ganancias del empresario, sobre el fondo entero de materiales y salarios que adelanta (Smith [1776] 1997: 48).
En el párrafo precedente, la ganancia parece provenir de una deducción del valor añadido por el trabajador a los materiales. Este valor añadido se divide en dos partes: una paga salarios y la otra ganancia. Se puede plantear que la fracción del valor que se resuelve en ganancia se encuentra en alguna relación no definida al gasto (o fondo) en materiales y salarios ¿Podría ser la tasa de ganancia sobre dichos gastos? Si el salario está ya determinado, así como los materiales: ¿entonces las ganancias son un residuo entre los ingresos por ventas y los costos, entre el trabajo total añadido y el valor de los salarios y los materiales?
Smith analizará a continuación tres ingresos. El ingreso que recibe el capitalista, los beneficios o la ganancia; el salario que recibe el trabajador; y el ingreso del terrateniente, la renta. A partir de este punto, Smith desarrolla una teoría de los costos de producción. Como en una teoría de los costos el valor se de una mercancía es el resultado de sus costos y sus costos a su vez tienen un valor que es igual a sus costos; la única forma de determinar el valor de una mercancía es estudiando las leyes que rigen esos costos: el salario, la ganancia y la renta.
Respecto a la ganancia, Smith plantea:
[E]l beneficio del capital forma parte del precio de las mercancías, y es por completo diferente de los salarios del trabajo, los cuales se regulan por principios completamente diferentes. En estas condiciones el producto íntegro del trabajo no siempre pertenece al trabajador; ha de compartirlo, en la mayor parte de los casos, con el propietario del capital que lo emplea. La cantidad de trabajo que se gasta comúnmente en adquirir o producir una mercancía no es la única circunstancia que regula la cantidad susceptible de adquirirse con ella, permutarse o cambiarla. Evidentemente, hay una cantidad adicional que corresponde a los beneficios del capital empleado en adelantar los salarios y suministrar los materiales de la empresa (Smith [1776] 1997: 49).
Nuevamente, la ganancia tiene dos orígenes. Por un lado, como un monto adicional que resulta de aplicar la tasa de ganancia sobre el capital adelantado, siendo una magnitud que se rige por “principios completamente diferentes”. Esto quiere decir que es un componente del precio que nada tiene que ver con el resto de los componentes del precio, con el salario y la renta. La ganancia surge del capital adelantado. Este planteo es central dentro de la teoría neoclásica que se desarrollará hacia finales del siglo XIX.
Por otro lado, como una parte del “producto íntegro” del trabajador. En este sentido, el producto obtenido es resultado del trabajo puesto en movimiento y la ganancia se presenta como una parte del mismo.
La renta.
Otro ingreso a determinar es la renta de la tierra. La misma aparece como una parte integrante del precio como un costo más, “como un tercer componente”. Al mismo tiempo la misma se presenta como “parte” de lo que el trabajador “produce en recolecta”. En palabras de Smith:
Desde el momento en que las tierras de un país se convierten en propiedad privada de los terratenientes, éstos, como los demás hombres, desean cosechar donde nunca sembraron, y exigen una renta hasta por el producto natural del suelo, la madera del bosque, la hierba del campo y todos los frutos naturales de la tierra que, cuando ésta era común, sólo le costaban al trabajador el esfuerzo de recogerlos, comienzan a tener, incluso para él, un precio adicional. Ha de pagar al terrateniente una parte de lo que su trabajo produce o recolecta. Esta porción, o lo que es lo mismo, el precio de ella, constituye la renta de la tierra y se haya en el precio de la mayor parte de los artículos como un tercer componente (Smith [1776] 1997: 49).
La teoría de la renta de Smith es la de la renta diferencial. Dicho planteo sostiene que las diferencias de calidad de las tierras (o su ubicación), generan rentas diferencias en las rentas que cobran sus dueños por su uso. Ejemplifiquemos una situación como la que sigue. Una persona, Juan, tienen una hectárea de tierra que genera 10 kilogramos de trigo y otra persona, Pedro, otra hectárea que produce 1 kilogramo. Además, en ambas hectáreas de tierra se aplica la misma cantidad de capital y trabajo; digamos unos $8 (por ejemplo, una pala y una persona). La diferencia de producto obtenido se debe a que una hectárea tiene mejor clima y fertilidad que la otra; la de Juan es mejor. Para simplificar suponemos que quienes actúan como capitalistas son los mismos terratenientes y que el precio de cada kilogramo de trigo en el mercado es de $10. Juan tendrá un ingreso de $100 y Pedro uno de $10. Pedro obtendrá una ganancia del 25%, $2 sobre una inversión de $8 (sin contar la tierra); mientras que Juan gozará de una ganancia de $92 sobre $8, un 1150%. Juan retiene de ganancia de $90 más que Pedro; esa suma de dinero es la renta diferencial, es una ganancia extraordinaria que queda en manos del terrateniente.
En síntesis, cuando la renta se entiende como un tercer componente, la misma es un costo que se agrega a los otros costos, formando así el precio. Si la renta se entiende en función del precio, se convierte en la diferencia entre el precio y los costos (entre los costos se encuentra la ganancia normal). En palabras de Smith:
La renta de la tierra, considerada como un precio que se paga por su uso, es naturalmente un precio de monopolio […]. La renta entra, pues, en la composición del precio de las mercancías de una manera diferente a como lo hacen los salarios y los beneficios. Que los salarios o beneficios sean altos o bajos determina que los precios sean, a su vez, elevados o módicos, mientras que una renta alta o baja es consecuencia del precio. El precio de una mercancía particular es elevado o bajo porque es necesario pagar salarios o beneficios altos o cortos para hacerla llegar al mercado. Pero el que el precio sea bajo o alto, o más o menos el suficiente para pagar aquellos salarios y beneficios, da origen a que la renta de la tierra sea mayor o menor, o que no haya absolutamente renta (Smith [1776] 1997: 142).
Por último, el autor destaca que no es sólo la diferencia de fertilidad la que genera renta diferencial:
La renta varía no sólo por razón de la fertilidad, cualquiera que sea su producto, sino también de acuerdo con su localización, sea cual fuere la fertilidad. La tierra situada en las mercancías de una ciudad da una renta más grande que otra de fertilidad igual, pero situada en una zona más alejada del país (Smith [1776] 1997: 143).
El salario.
En la sociedad civilizada, el valor de cambio de una mercancía está constituido por la tasa natural de salario, de renta y de beneficio. Esta última se aplica sobre todo el capital. La suma de los tres costos es el precio natural. El precio natural es aquel que alcanza para abonar “la tasa promedio o corriente” de salarios, beneficios y rentas. Se recurre ahora al autor sobre el que se trabaja:
“[E]stos niveles promedios se pueden llamar tasas naturales de los salarios, del beneficio y de la renta, en el tiempo y lugar en que generalmente prevalecen. Cuando el precio de una cosa es ni más ni menos que el suficiente para pagar la renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital empleado en obtenerla, prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus precios corrientes, aquélla se vende por lo que se llama su precio natural” (Smith [1776] 1997: 54).
Respecto al salario Smith plantea:
Pero aun cuando en las disputas con los trabajadores gocen generalmente de ventaja los patronos, hay, no obstante, un cierto nivel por bajo del cual parece imposible que baje, a lo largo del tiempo, el salario corriente de las ocupaciones de inferior categoría. El hombre ha de vivir de su trabajo y los salarios han de ser, por lo menos, lo suficientemente elevados para mantenerlo (Smith [1776] 1997: 66).
He aquí la tasa “natural” de salario; el límite inferior del que no puede descender el salario so pena de lento aniquilamiento de la familia trabajadora [8] . Sin embargo, el salario no siempre tiene que ser suficiente para que la familia trabajadora subsista. Sostiene Smith:
Hay, a veces, ciertas circunstancias, que son favorables a los trabajadores y les permiten elevar considerablemente sus salarios por encima de dicha cuota, la más baja, en efecto, desde un punto de vista humano (Smith [1776] 1997: 67)
Una circunstancia que destaca el autor es aquella en que la demanda efectiva de trabajadores sea mayor que la oferta, que la población trabajadora. Si los empresarios demandan más trabajadores de los que hay, entonces subirá el precio de mercado por arriba del precio natural del trabajo, el salario será mayor que el de subsistencia. Esta situación es posible si el capital crece más deprisa de lo que crece la cantidad de trabajadores: “[l]a demanda de quienes viven de su salario no se puede aumentar sino en proporción al incremento de los capitales que se destinan al pago de dichas remuneraciones” (Smith [1776] 1997: 67).
La leyes de crecimiento de la población tienen como fundamento la capacidad de producir las cosas convenientes y necesarias para la vida [9] :
Así es como la demanda de hombres, al igual de lo que ocurre con las demás mercancías, regula de una manera necesaria la producción de la especie, acelerándola cuando va más lenta y frenándola cuando se aviva demasiado. Esta misma demanda es la que regula y determina las condiciones de la procreación en todos los países del mundo […] (Smith [1776] 1997: 78).
Smith sostiene que los salarios altos son beneficiosos para el sistema económico, pues trabajan más y mejor cuando son más altos. Este planteo se encuentra en lo que hoy día se denomina “teoría del salario de eficiencia”:
La recompensa liberal del trabajo –afirma Smith– fomenta la propagación de la clase baja y, con ella, la laboriosidad del pueblo. Los salarios del trabajo son un estimulante de la actividad productiva, la cual, como cualquier otra cualidad humana, mejora proporcionalmente al estímulo que recibe. Una manutención abundante aumenta la fortaleza corporal del trabajador, y la agradable confianza de mejorar su condición, así como la de acabar sus días en plenitud y desahogo, le animan a movilizar sus esfuerzos. En consecuencia, nos encontramos que allí donde los salarios del trabajo son crecidos, los obreros son más activos, diligentes y expeditivos que donde son bajos […] (Smith [1776] 1997: 79).
Y luego abona la idea de que la holgazanería tiene como origen la sobreexplotación del trabajador:
Un excesivo trabajo espiritual y corporal, durante varios días consecutivos, va seguido naturalmente en la mayor parte de los hombres de un deseo de evidente descanso […] Si los patronos diesen oídos a los dictados de la razón y la humanidad, tratarían de moderar más que de animar la diligencia de muchos de sus obreros. Nos parece ser una cosa evidente en toda especie de labor que el hombre que trabaja con la debida moderación, a fin de hacerlo con constancia, no sólo conserva más tiempo su salud, sino que, en el curso del año, hace más labor que el que con exceso se dedica a ella (Smith [1776] 1997: 80).
Finalmente, respecto al salario, aparece un problema lógico en el argumento de Smith. Para obtener el salario se necesita el precio de aquellas mercancías que consumen las familias trabajadoras, pues el salario es el ingreso necesario para que la familia trabajadora esté en condiciones de poner su trabajo en movimiento. Pero al mismo tiempo para obtener el precio de esas mismas mercancías se necesita el salario, pues el precio una mercancía surge de la suma del salario, beneficio y renta. Es una explicación circular en la que se necesita el precio de los bienes para obtener el salario y el salario para obtener el precio de los bienes.
La evolución de la sociedad civilizada de mercaderes
Unos de los puntos que trabaja Smith versa sobre el devenir del capitalismo. Qué sucede con la ganancia, los salarios y la renta a medida que se expande el capitalismo.
En principio el mecanismo de mercado funciona de la siguiente manera. Cuando la demanda efectiva, el deseo de compra conjugado con la capacidad de compra, es mayor que la oferta de mercancía a su precio natural, el precio de mercado se elevará por encima de este generando una ganancia extraordinaria. Los capitales se moverán de otras ramas de producción hacia aquella donde el precio de mercado es mayor que el precio natural. De esta manera la oferta se incrementará y los precios de mercado comenzarán a descender. El punto importante es que la cantidad de capitalistas que abandonan sus ramas y ponen sus capitales a producir en la rama que genera beneficios extraordinarios no se lleva a cabo mediante una organización o administración central. Por lo tanto, puede que la cantidad es de capitales que migren hacia las ramas con beneficios extraordinarios sean tantos que lleven a la oferta a un nivel tan alto que los precios de mercado desciendan aún por debajo de los precios naturales. Esta situación genera un éxodo de capitales, reproduciendo el mismo fenómeno, pero a la inversa.
Queda claro que a medida que hay más capitales en una rama de la producción, la oferta de los bienes y servicios crece. Si la oferta crece por arriba de la demanda, los precios de mercado deben reducirse, pues la oferta es mayor que la demanda. Por lo cual la ganancia debe disminuir. Si esto ocurre en una sola rama, los capitales migrarán a otras ramas donde la ganancia sea mayor. Pero qué sucede si el crecimiento del capital llega a todas las ramas de producción. En todas las ramas aumentaría la oferta. Si el capital crece mucho, la oferta también lo hará respecto a la demanda. Lo cual implica una baja generalizada de precios y, por lo tanto, de la ganancia. En conclusión, a medida que se expanda el capital la tasa de ganancia tiende a disminuir. Smith sostiene:
El aumento de capital, que hace subir los salarios, propende a disminuir el beneficio. Cuando los capitales de muchos comerciantes ricos se invierten en el mismo negocio, la natural competencia que se hacen entre ellos tiende a reducir su beneficio; y cuando tiene lugar un aumento del capital en las diferentes actividades que se desempeñan en la respectiva sociedad, la misma competencia producirá efectos similares en todas ellas (Smith [1776] 1997: 85).
Además, si el capital se expande más rápido que el crecimiento de la población trabajadora, los salarios crecerán debido a que la demanda de trabajadores será mayor que la oferta de trabajadores. Esto resulta en un aumento de uno de los componentes de los costos: el salario. Por lo tanto, la ganancia se contrae aún más. Al crecer la población, gracias al crecimiento del capital, la demanda de alimentos hará aumentar el precio de los mismos. Esto permitirá poner en funcionamiento tierra con menor productividad. De esta manera, la renta de la tierra también crecerá. Tanto el aumento de los salarios como el de la renta disminuirá la ganancia.
Esta demanda incrementada de trabajadores como consecuencia del aumento del capital queda bien establecida cuando Smith afirma:
Todo lo que una persona ahorra de su renta lo acumula a su capital y lo emplea en mantener un mayor número de manos productivas, o facilita que otra persona lo haga, prestándoselo a cambio de un interés o, lo que es lo mismo, de una participación en la ganancia. Así como el capital de un individuo sólo puede aumentar con lo que ahorre de sus rentas anuales o de sus ganancias, de igual suerte el capital de la sociedad, que coincide con el de sus individuos, no puede acrecentarse sino en la misma forma. […] Lo que cada año se ahorra se consume regularmente, de la misma manera que lo que se gasta en el mismo período […] (Smith [1776] 1997: 305-306).
El ahorro es la fuente que financia la inversión, el crecimiento. Se afirma que el acto de ahorro individual es un acto de inversión. Este planteo a nivel individual Smith lo trasladó al plano agregado, de toda la sociedad. Este ahorro/inversión derivaría en un aumento de la demanda de bienes de capital y de trabajadores (que elevarían la demanda de bienes salarios), por lo cual la demanda que no realiza el ahorro es sustituida por demanda de inversión y de consumo. Lo que esta posibilidad no tiene en cuenta es que el ahorro sea improductivo, los recursos sean atesorados. Este será un tema a tratar muy importante, siendo Keynes, un economista inglés que realizará sus aportes científicos en el siglo XX.
Este texto se basa en “De Smith a Keynes: siete lecciones de historia del pensamiento económico. Un análisis de los textos originales”; de Axel Kicillof. Los aciertos en el texto precedente se los adjudicamos al autor de “De Smith a Keynes”, los errores al que suscribe.
Emilio de la Cueva.
[1] Cuya traducción desde sus lenguas originarias al latín fue realizada por la misma Iglesia, pues tenía el monopolio de la escritura hasta la aparición de la imprenta y las reformas luteranas y calvinistas.
[2] En el siglo IV en el Concilio de Nicea condenó el préstamo con intereses entre los clérigos de la Iglesia Católica; luego Carlomagno la extendió a todos los cristianos. En el Concilio de Viena de 1311, el Papa Clemente V estableció que toda legislación que la permitiera sería considerada herética. Según Max Weber, en la Ética protestante y el espíritu del capitalismo, la Reforma y el Calvinismo lograron compatibilizar a la religión con el afán de lucro
[3] Decía al autor en La Riqueza: “Con el desarrollo de la división del trabajo, el empleo de la mayor parte de quienes viven de su trabajo, es decir, de la mayoría del pueblo, llega a estar limitado a un puñado de operaciones muy simples, con frecuencia sólo a una o dos. Ahora bien, la inteligencia de la mayoría de las personas se conforma necesariamente a través de sus actividades habituales. Un hombre que dedica toda su vida a ejecutar unas pocas operaciones sencillas, cuyos efectos son quizás siempre o casi siempre los mismos, no tiene ocasión de ejercitar su inteligencia o movilizar su inventiva para descubrir formas de eludir dificultades que nunca enfrenta. Por ello pierde naturalmente el hábito de ejercitarlas y en general se vuelve tan estúpido e ignorante como pueda volverse una criatura humana. [...] De esta forma, parece que su destreza en su propio oficio es adquirida a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y marciales. Y en cualquier sociedad desarrollada y civilizada este es el cuadro en que los trabajadores pobres, es decir, la gran masa del pueblo, deben necesariamente caer, salvo que el estado tome medidas para evitarlo.”
[4] La cantidad de oro en cada moneda está garantizada por la autoridad, en ese entonces el Rey o la Reina. El sello que tiene cada moneda asegura la cantidad del metal precioso. Si el sello dice 1 gramo de oro; no sería necesario pesarlo, pues se supone que esa moneda tiene un gramo de oro. Sin embargo, los reyes podían imprimir dicho sello en monedas cuya cantidad de oro era menor a 1 gramo, por ejemplo. Por lo tanto, podían imprimir más monedas. Esto se denomina depreciación, o en términos técnicos, “debasarla”. Según Smith, al bajar el valor de cada moneda, los precios de las mercancías se incrementarán. Como cada moneda tiene un valor real menor que el que nominalmente establece el sello, se necesitarán más monedas para comprar la misma cantidad de mercancías que antes. Por ejemplo, si con las monedas que dicen 1 gramo y tienen un gramo de oro se puede comprar 1 silla; cuando las monedas tengan medio gramo se necesitarán dos monedas para comprar la silla; a pesar de que cada una diga “1 gramo” en el sello. Los precios se duplican porque el valor de la moneda cae a la mitad. Esto beneficiaba a los deudores, ya que sus deudas estaban nominadas en monedas, no en su contenido real de oro.
[5] Huelga agregar que ambas mercancías elegidas por Smith son productos casi naturales; por lo tanto, su escasez en relación a las necesidades no está determinada por el tiempo de trabajo que toma producirlas.
[6] A esta altura parece que la mercancía tiene dos valores diferentes. Por un lado, el trabajo incorporado en la mercancía producida (por ejemplo, en la silla); y, por otro lado, el trabajo que puede comandar o disponer al entregar la propia mercancía por la ajena (por ejemplo, los 40 litros de leche). El valor de cambio de la mercancía “silla” se expresa en cantidades de la mercancía “leche”. El valor de cambio de cambio de la silla es la cantidad de trabajo que puede “adquirir” en los 40 litros de leche.
[7] Es destacable la apreciación del trabajo como sacrificio de libertad y felicidad. Al respecto podemos citarlo nuevamente:
El precio real de cualquier cosa, lo que realmente le cuesta al hombre que quiere adquirirla, son las penas y fatigas que su adquisición supone. Lo que realmente vale para el que ya la ha adquirido y desea disponer de ella, o cambiarla por otros bienes, son las penas y fatigas de que lo librarán, y que podrá imponer a otros individuos” (Smith [1776] 1997: 31).
Las penas y las fatigas, el trabajo, conjugada con la idea de “liberarse” de ellas implican una carga. La corriente neoclásica, fundada en los planteos de los economistas marginalistas (que desarrollaron sus ideas hacia 1870 aproximadamente) y en la síntesis del matemático y economista inglés Alfred Marshall, fundará su teoría en la apreciación subjetiva del sacrificio que implica el trabajo y por lo tanto en la valoración puramente personal de los valores de uso.
[8] A la ley que no permite que el salario se encuentre por encima del de subsistencia de manera permanente se la conoce como “ley de hierro de los salarios”; y fue popularizada por Thomas Malthus en “Ensayo sobre el principio de la población” de 1798.
[9] Respecto a la mortalidad infantil y el crecimiento poblacional Smith sostiene:
[L]a pobreza, aunque no es un obstáculo para la reproducción, es en extremo desfavorable para la crianza de los hijos. Germina la tierna planta; pero en un suelo tan árido y en un clima tan frío muy pronto se marchita y muere […]. Todas las especies de animales se multiplican en proporción a los medios de subsistencia, y no hay especies que puedan hacerlo por encima de esa proporción. Pero en una sociedad civilizada sólo entre las gentes de rangos inferiores del pueblo la escasez de alimentos puede poner límites a la multiplicación de la especie humana; y esto no puede ocurrir de otro modo que destruyendo una gran parte de los hijos, fruto de fecundos matrimonios ”(Smith [1776] 1997: 77).
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