Altillo.com > Exámenes > Univ. del Salvador > Teoría Social
Teoría Social | Resumen de Durkheim "La División del Trabajo Social" | Cat. Colotta | 1° Cuat. de 2008 | Altillo.com |
LA DIVISÓN DEL TRABAJO SOCIAL. Durkheim
PREFACIO
El autor trata de construir por sobre todo una ciencia de la moral.
Los hechos morales constituyen fenómenos como los otros, consistente en reglas
de acción que se reconocen en ciertos caracteres distintivos, es posible
observarlos, describirlos y clasificarlos y así buscar las leyes que los
explican.
Señala que hay un estado de salud moral que solo la ciencia puede determinar con
competencia.
Así, la ciencia de la moral viene de alguna manera a reconciliar a la ciencia
por una parte, y a la moral por la otra, ya que al mismo tiempo que nos enseña a
respetar la realidad moral, nos proporciona los medios para mejorarla.
Denota que para lograr ciencia, es preciso librarse de ciertas maneras de ver y
juzgar, de esta manera es preciso el sometimiento riguroso a la disciplina de la
duda metódica.
La moral se encuentra en la historia y bajo el imperio de causas históricas y
tiene una función en nuestra vida temporal.
Consiste para nosotros un sistema de hechos realizados, ligado al sistema total
del mundo.
Remarca que generalmente sino reportan alguna utilidad o no responden a alguna
necesidad, los hechos morales no perduraran a través del tiempo.
CAPITULO II
Solidaridad Mecánica o Por Semejanzas I
El lazo de solidaridad social a que corresponde el derecho represivo es aquel
cuya ruptura constituye el crimen, llama con tal nombres a todo acto que, en un
grado cualquiera, determina contra su autor esa reacción característica que se
llama pena.
Se ha dicho que las reglas penales enunciaban para cada tipo social las
condiciones fundamentales de la vida colectiva. Su autoridad procederá, pues, de
su necesidad, por otra parte, como esas necesidades varían con las sociedades se
explica, de esa manera la variabilidad de derecho represivo.
Por otra parte, hay una multitud de actos que han sido y son todavía mirados
como criminales, sin que, por si mismos, sean perjudiciales a la sociedad.
El autor señala que aun en el caso de que el acto criminal perjudique
ciertamente a la sociedad, es preciso que el grado perjudicial que ofrezca se
halle en relación regular con la intensidad de la represión que lo castiga. En
el derecho peal de los pueblos mas civilizados, el homicidio esta universalmente
considerado como el mas grande de los crímenes. Sin embargo, una crisis
económica, una jugada de bolsa, una quiebra, pueden incluso desorganizar mucho
mas gravemente el cuerpo social que un homicidio aislado.
La única característica común a todos los crímenes es la de que consisten en
actos universalmente reprobados por los miembros de cada sociedad.
Así las reglas que prohíben esos actos y que sanciona es el derecho penal.
Todo derecho escrito tiene un doble objeto: establecer ciertas obligaciones,
definir las sanciones que a ellas están ligadas.
En el derecho civil, y generalmente en toda clase de dcho. de sanciones
restitutivas, el legislador aborda y resuelve con independencia los dos
problemas.
Primero determina la obligación con toda la precisión posible, y solo después
dice la manera como debe sancionarse.
El dcho. penal, por el contrario, solo dicta sanciones, y no dice nada de las
obligaciones a que ellas se refieren.
Los sentimientos colectivos a que corresponde el crimen deben singularizarse,
pues, de los demás por alguna propiedad distintiva: deben tener una cierta
intensidad media.
Las reglas penales se distinguen por su claridad y su precisión, mientras que
las reglas puramente morales tienen generalmente algo de fluctuantes.
De una manera general, el derecho religioso es también represivo, es
esencialmente conservador. Así la religión es una cosa esencialmente social.
Ejerce sobre el individuo una presión en todo momento. Lo obliga a prácticas,
sacrificios, etc.
Uno de los ejemplos clásicos del pasado es el Pentateuco, el cual es un resumen
de las tradiciones de toda especie, mediante las cuales los judíos se explicaban
a si mismos, y a su manera, la génesis del mundo, de su sociedad y de sus
principales practicas sociales.
En las sociedades primitivas, en las que todo el derecho era penal, la asamblea
del pueblo era la que administraba la justicia.
En Roma, mientras los asuntos civiles correspondían al pretor, los asuntos
criminales se juzgaban por el pueblo, primero por los comicios curiados , y
después, a partir de la ley de XXII Tablas, por los comicios centuriados.
Así en la mayoría de las naciones germanolatinas, la sociedad interviene en el
ejercicio de esas mismas funciones representada por un Jurado.
El conjunto de las creencias y de los sentimientos comunes al término medio de
los miembros de una sociedad, constituye un sistema determinado que tiene su
vida propia, se le puede llamar conciencia colectiva o común.
Es difusa en toda su extensión de la sociedad, es independiente de las
condiciones particulares en que los individuos se encuentran colocados, ellos
pasan y ella permanece.
Igualmente, no cambia con cada generación sino que, por el contrario, liga unas
con otras las generaciones sucesivas.
Es el tipo psíquico de la sociedad, tipo que tiene sus propiedades, sus
condiciones de existencia, su manera de desenvolverse, como todos los tipos
individuales, aunque de otra manera.
Las funciones judiciales, gubernamentales, científicas, industriales, en una
palabra, todas las funciones especiales, son de orden psíquico, puesto que
consisten en sistemas de representación y de acción, sin embargo están fuera de
la conciencia común o colectiva.
Un acto es criminal cuando ofende los estados fuertes y definidos de la
conciencia colectiva.
Lo que caracteriza al crimen es que determina la pena.
La extensión de la acción que el órgano de gobierno ejerce sobre el número y
sobre la calificación de los actos criminales, depende de la fuerza que encubra.
Esta, a su vez, puede medirse, bien por la extensión de la autoridad que
desempeña sobre los ciudadanos, bien por el grado de gravedad reconocido a los
crímenes dirigidos contra el.
En las sociedades inferiores esta autoridad es mayor y mas elevada la gravedad,
y por otra parte, esos mismos tipos sociales tienen mas poder en la conciencia
colectiva.
II
La pena consiste en una reacción pasional. Esta característica se manifiesta en
mayor grado en las sociedades menos civilizadas.
La sociedad hoy en día ya no castiga por vengarse sino para defenderse en
comparación con las sociedades de la antigüedad.
Castiga, no porque el castigo le ofrezca por si mismo alguna satisfacción, sino
a fin de que el temor de la pena paralice las malas voluntades. Esto es la
previsión reflexiva, la que determina la represión.
Así el dcho penal tal como funciona en nuestras sociedades actuales, en el cual
se encuentra el código en el que las penas muy definidas se hallan ligadas a
crímenes igualmente definidos. El juez dispone de una cierta libertad para
aplicar a cada caso particular esas disposiciones grales, pero dentro de estas
líneas esenciales, la pena se halla predeterminada para cada categoría de actos
defectuosos.
Para Durkheim es un error creer que la venganza es solo una crueldad inútil.
Constituye un verdadero acto de defensa, aun cuando instintivo o irreflexivo.
Nos vengamos de lo que nos ha ocasionado un mal previamente, y esto es siempre
un peligro. Es el instinto de conservación exagerado por el peligro.
En efecto la pena ha seguido siendo, al menos en parte, una obra de la venganza,
las dos son un medio de defensa.
Lo que nosotros vengamos es el ultraje hecho a la moral.
Podemos decir que la pena consiste en una reacción pasional de intensidad
graduada.
La diferencia procede de que la pena produce sus efectos con una mayor
conciencia de lo que hace.
La escala penal no debería, pues comprender mas que un pequeño numero de grados,
la pena no debería variar sino según que el criminal se halle mas o menso
endurecido, y no según la naturaleza del acto criminal.
Con respecto al criminal hay una pena en a que ese carácter pasional se
manifiesta ms que en otras, tratese de la vergüenza, de la infamia que acompaña
a la mayor parte de las penas y que crece al compas de ellas. Son un producto de
sentimientos instintivos, irresistibles, que alcanzan con frecuencia a
inocentes; así ocurre que el lugar del crimen, los instrumentos que han servido
para cometerlo, los parientes del culpable participan a veces del oprobio con
que castigamos a este último.
Generalmente es la sociedad la que castiga, pero podría suceder que no fuese por
su cuenta.
Alguno de los casos en los cuales la ejecución de la pena depende de la voluntad
de los particulares, es el caso de Roma, allí, ciertos delitos se castigaban con
una multa en provecho de la parte lesionada, la cual podía renunciar a ella o
hacerla objeto de una transacción: tal ocurría con el robo no exteriorizado, la
rapiña, la injuria, y el daño causado injustamente. Estos crímenes son llamados
privados, cuya represión se hacia en nombre de la ciudad.
En los pueblos mas primitivos, se encuentra la vendetta, esta había sido
primitivamente la única forma de la pena, eran actos de venganza privada.
Esta forma de venganza no tiene nada propiamente social. Al ser una forma
privada, en la misma medida no es una pena. Es realmente una pena imperfecta.
Sostiene que la única organización que se encuentra en todas partes donde existe
la pena propiamente dicha, se reduce al establecimiento de un tribunal. Solo por
el hecho de que la infracción, en lugar de ser juzgada por cada uno se someta a
la apreciación de un cuerpo constituido, y que la reacción colectiva tenga por
intermediario un órgano definido, es organizada.
III
Todo lo que tiende a debilitar la conciencia nos disminuye y nos reprime, trae
como consecuencia una impresión de perturbación y de malestar.
Toda ofensa dirigida contra ella suscita una reaccion emocional, más o menos
violenta, que se vuelve contra el ofensor. Nos encolerizamos, nos indignamos con
el, le huimos, le tenemos distancia ya así lo desterramos de nuestra sociedad.
El sentimiento del cólera consiste en una sobreexcitación de fuerzas latentes y
disponibles, que vienen a ayudar a nuestro sentimiento personal a hacer frente a
los peligros, reforzándolo.
Así los sentimientos que ofende el crimen son, los mas universalmente colectivos
que puede haber.
Cuando la conciencia común es la que ha sufrido el atentado, es preciso que sea
ella la que resista y por consiguiente, que la resistencia sea colectiva, aquí
se halla una unificación perfeccionada.
Una característica de esta reacción, es que en el fondo de la noción de
expiación existe una idea de una satisfacción concedida a algún poder, real o
ideal, superior a nosotros. Cuando reclamamos la represión del crimen no somos
nosotros los que nos queremos personalmente vengar, sino algo ya consagrado que
más o menos sentimos fuera y por encima de nosotros. He aquí, por que el dcho
penal, no solo es esencialmente religioso en su origen, sino que siempre guarda
una cierta señal de religiosidad.
IV
Todos los caracteres de la pena derivan de la naturaleza del crimen.
En efecto, hay una cohesión social cuya causa se encuentra en una cierta
conformidad de todas las conciencias particulares hacia un tipo común, que no es
otro que el tipo psíquico de la sociedad, de ahí se simboliza la solidaridad que
el derecho penal representa, porque las reglas que la pena sanciona dan
expresión a las semejanzas sociales mas esenciales.
Hay en nosotros dos conciencias: una solo contiene estados personales a cada uno
de nosotros y que nos caracterizan, representa a nuestra personalidad
individual, mientras que los estados que comprende la otra son comunes a toda la
sociedad, representa el tipo colectivo.
Aunque son distintas estas están mutuamente ligadas, en realidad no son más que
una, son las dos solidarias. De ahí resulta una solidaridad sui generis que,
nacida de semejanzas, liga directamente al individuo a la sociedad.
Esta solidaridad es la que da expresión al derecho represivo. Los actos que
prohíbe y califica de crímenes son de dos clases: o bien manifiestan
directamente una diferencia muy violenta contra el agente que los consuma y el
tipo colectivo, o bien ofenden al órgano de la conciencia común. En ambos casos
la fuerza ofendida por el crimen que la rechaza es la misma, es un producto de
las semejanzas sociales más esenciales.
Así el dcho penal exige de cada uno de nosotros un minimun de semejanzas sin las
que el individuo seria una amenaza para la unidad del cuerpo social, e
imponiéndonos respeto hacia el símbolo que expresa y resume esas semejanzas al
mismo tiempo que las garantiza.
La verdadera función de la pena es mantener intacta la cohesión social,
conservando en toda su vitalidad la conciencia común.
Sin la satisfacción surgida por la aplicación de la pena al criminal por parte
de la sociedad, la conciencia moral no podría conservarse. El castigo esta por
sobre todo destinado a actuar sobre las gentes honradas.
Para formarse una idea exacta de la pena, es preciso resaltar que genera una
expiación y que hace de ella un arma de defensa social al mismo tiempo.
Capitulo III:
Solidaridad debida a la División del Trabajo u Orgánica
La naturaleza de la sanción restitutiva basta para demostrar la solidaridad
social a que corresponde ese derecho.
Distingue a esta sanción, el reducirse a un simple volver las cosas a su estado.
Mientras el derecho represivo tiende a permanecer difuso en la sociedad, el dcho
restitutivo se crea órganos cada vez más especiales: tribunales especiales,
consejos de hombres buenos, tribunales administrativos de toda especie, etc.
Es necesaria tanto para fundar como para modificar multitud de relaciones
jurídicas que rigen ese derecho y que el consentimiento de los interesados no
basta para crear ni para cambiar. Tales son las que se refieren al estado de las
personas. Aunque el matrimonio sea un contrato, los esposos no pueden ni
formalizarlo ni rescindirlo a su antojo.
Si el contrato tiene el poder de ligar a las partes, es la sociedad quien le
comunica ese poder. Todo contrato supone, pues, que detrás de las partes que se
comprometen esta la sociedad dispuesta a intervenir para hacer respetar los
compromisos.
Las reglas de la sanción restitutiva son extrañas a la conciencia común, las
relaciones que determinan no son de las que alcanzan indistintamente a todo el
mundo, es decir, que se establecen inmediatamente, no entre el individuo y la
sociedad, sino entre partes limitadas y especiales de la sociedad, a las cuales
relacionan entre si.
Estas ligan directamente, y sin intermediario, la conciencia particular con la
conciencia colectiva, es decir, al individuo con la sociedad.
Estas relaciones pueden tomar dos formas muy diferentes: o bien son negativas y
se reducen a una pura abstención, o bien son positivas o de cooperación. A cada
una le corresponde una clase de solidaridad diferente.
La división del trabajo anómico
La división del trabajo produce solidaridad social pero a veces hay resultados
adversos y cesa de engendrar la solidaridad, encontramos una patología.
Hay tres tipos excepciones: tomamos el Caso de industriales o comerciantes: a
raíz de las quiebras se produce una ruptura de la solidaridad orgánica. Ciertas
funciones sociales no se ajustan a otras.
Ej.: entre el trabajo y el capital
Aumentan las funciones industriales. Se especializan, no aumenta la solidaridad.
En la Edad Media: el obrero vive al lado de su maestro, forman parte de la misma
corporación, los conflictos son excepcionales. Se produce un cambio durante el
S. XV aparece el gremio como posesión de los maestros, deciden todo los maestros
y constituyen un orden aparte. Se produce una separación, se generan discordias
numerosas. La queja se refleja en forma de huelgas, de boicot. Se asocian los
obreros contra los patrones pero no como enemigos. En el S. XVII llega la
industrialización: el obrero se separa más aun del patrón. Cada uno tiene su
función y progresa el sistema de división del trabajo social, cada obrero
trabajaba materiales distintos, y se crean muchas “especies” de obreros. Cuanto
mayor es la especialización hay mayores revueltas. La tensión de los obreros se
debe a que no quieren aceptar las condiciones que se les ha impuesto, son
obligados por no tener medios para conquistar otras formas.
La pequeña industria en la que el trabajo se halla menos dividido muestra una
armonía entre el patrón y el obrero, al contrario del caso de la gran industria
donde el individuo trabaja aislado en su actividad especial y ya no siente a sus
colaboradores que trabajan a su lado en la misma obra que el, de obra común,
deviene una fuerte desintegración.
Según Compte la división del trabajo tendería a disolver donde hay funciones
especializadas. Pero dice que no se debe volver a las relaciones anteriores sino
que la división es necesaria y útil. Pero como la unidad no surge
espontáneamente, deberá cuidarla y mantenerla el organismo social del Estado o
gobierno.
Lo que el gobierno es a la sociedad, la filosofía (ciencia que reconstruye la
unidad) es a las Ciencias.
El órgano del gobierno se desenvuelve en la división del trabajo por una
necesidad mecánica. Como los órganos son solidarios allí donde las funciones
están muy repartidas, lo que afecta a uno afecta a otro y los acontecimientos
sociales adquieren más fácilmente un interés general. Pero existen órganos que
no son totalmente independientes del primero pero funcionan sin que intervenga.
No es el gobierno el que fija los precios de las cosas y los servicios, que
regula los mercados económicos Estos problemas solo los conocen bien los que
están cerca. No puede ajustar funciones a otras y crear armonía.
Para que el todo reaccione sobre las partes estas deben tener conciencia de sí
anteriormente. La división del trabajo descompone la sociedad. Pero la sociedad
nos tiene que unir? Hacer sentir que formamos parte del todo?
No lo puede hacer contra las impresiones que nos desligan del grupo. La
diversidad funcional supone diversidad moral. Pues el trabajo se divide y los
sentimientos colectivos se debilitan. La filosofía (es como la conciencia
colectiva, no esta capacitada para unir a las Ciencias. Se separan y es
imposible saber la multiplicidad de conocimientos a raíz de la especialización.
Para saber de una ciencia hay q haberla vivido. Es imposible para una persona
practicar varias ciencias. Las generalidades filosóficas no unirán a las
ciencias.
Se dice que lo general contiene los hechos particulares, que resume, pero en
realidad solo lo que ellos tienen en común.
A medida que existen mas diferencias, la cohesión se hace más inestable y tiene
la necesidad de consolidarse por otros medios.
Pero que la conciencia colectiva se debilite con la división es normal, no es la
causa de los fenómenos anormales.
Se dirá que hay contratos. No todas en todas las rel. Sociales es posible
adoptar esta forma jurídica. Supone una reglamentación. Es temporal la
suspensión de hostilidades por parte del contrato. Las relaciones crean
costumbres, reglas de conducta…Hay un grupo de derechos y deberes que el uso
establece y termina siendo obligatorio. La regla no crea el estado de
dependencia sino que lo expresa.
En los casos anteriores esta reglamentación no existe, no hay reglas que fijen
el numero de empresas económicas. … La falta de esa reglamentación no permite
regular la armonía de las funciones. Los economistas dicen que se regula sola
pero luego de perturbaciones, cuanto más especialización de las funciones, mas
compleja es la organización y mas se necesitan reglas.
Las ciencias. Sociales si forman conjunto sin unidad no es porque carezcan de
sentimiento suficiente de sus semejanzas es que no están organizadas.
SI LA DIVISIÓN DEL TRABAJO NO PRODUCE SOLIDARIDAD ES QUE LAS RELACIONES DE LOS
ORGANOS NO SE HALLAN REGLAMENTADAS: ESTAN EN ESTADO DE ANOMIA.
La forma que adquieren las relaciones sociales con el tiempo es la de un
conjunto de reglas. Los órganos necesitan unos de otros, tienen sentimiento de
mutua dependencia. Los cambios entre ellos se regularizan y se consolidan. Con
la división del trabajo tienen, las partes, necesidad unas de otras y se
disminuye la distancia.
Con respecto al mercado, sucede que hay mercados segmentados, limitados. Los
productores están cerca de los consumidores y ven las necesidades. Se establece
un equilibrio y la producción se regula a si misma.
Por el contrario, se fusionan los distintos segmentos, lleva a los mercados a un
mercado único que abraza a toda la sociedad. Hasta las fronteras de los pueblos
desaparecen, también las fronteras de los segmentos. Cada industria produce para
consumidores de todo el mundo. No es suficiente el contacto. El productor ya no
puede representarme los límites, ver bien, se trata de un mercado ilimitado.
La producción no tiene freno ni regla. Debe tantear al azar y así devienen las
crisis, las quiebras.
Para el obrero la condición de vida industrial necesita una organización pero
como fue muy rápida, todavía no se pudo equilibrar.
Las ciencias sociales y morales: se encuentran en ese estado, al haber entrado
las morales últimas al círculo de las ciencias. Positivas. Los sabios permanecen
dispersos no sienten los lazos que los unían.
PREFACIO
METODO DE INVESTIGACIÓN:
LA MORAL: CONSTRUIR LA CIENCIA DE LA MORAL = Hechos morales
PRUEBAS AUTENTICAS, MAYOR RIGOR POSIBLE, SE DESCUENTA TODO LO QUE SE PRESTA CON
EXCESO A JUICIOS PERSONALES, APRECIACIONES SUBJETIVAS, A FIN DE ALCANZAR CIERTOS
HECHOS DE ESTRUCTURA SOCIAL PARA SER OBJETOS DE COMPRENSIÓN Y, POR CONSIGUIENTE
DE CIENCIA.
Renunciar al método usado frecuentemente por los sociólogos, según el cual para
probar su tesis, se contentan con citar, sin orden y al azar, un número más o
menos grande de hechos favorables, sin preocuparse de los hechos contrarios.
Comparaciones metódicas: aunque imperfectos, hay que intentarlos.
ORIGEN DE ESTA INVESTIGACIÓN: Es la de las relaciones de la personalidad
individual y de la solidaridad social.
SOLIDARIDAD MECANICA O POR SEMEJANZA
Sociedad mecánica que se caracteriza por el derecho represivo de cada sociedad.
Un acto es socialmente malo porque lo rechaza la sociedad.
En el derecho penal de los pueblos más civilizados, el homicidio está
universalmente considerado como el más grande de los crímenes
El crimen consiste en la sociedad mecánica, en una ofensa de los sentimientos
colectivos.
El conjunto de las creencias y de los sentimientos comunes de los miembros de
una sociedad, constituye un sistema determinado que tiene su vida propia: LA
CONCIENCIA COLECTIVA.
SOLIDARIDAD DEBIDA A LA DIVISIÓN DE TRABAJO U ORGÁNICA”
Una sociedad solidaria orgánica se caracteriza por el derecho restitutivo, a los
individuos se le pide que cumplan con la ley o que restituyan a aquellos que
resulten perjudicados por sus acciones. En este tipo de sociedad, no hay una
reacción emocional ante el incumplimiento de las leyes.
La administración del derecho restitutivo esta a cargo de órganos cada vez más
especializados, lo que concuerda con la especialización característica de la
división de trabajo.
“LA DIVISIÓN DEL TRABAJO ANÓMICO”
La patología central de las sociedades modernas es la división anómica del
trabajo.
La división estructural del trabajo en la sociedad moderna es una fuente de
cohesión que compensa el debilitamiento de la moralidad colectiva.
La anomia es una patología que surge como consecuencia de la sociedad orgánica.
Los actores pueden sentirse aislados en la realización de sus tareas
especializadas y van perdiendo el vínculo que los une a los que viven y trabajan
a su alrededor.
SOLIDARIDAD MECANICA O POR SEMEJANZAS
I. El lazo de solidaridad social a que corresponde el derecho represivo es aquel
cuya ruptura constituye delito. Se sabrá, pues, lo que es ese lazo si se sabe lo
que es esencialmente el crimen.
Las características esenciales del crimen son aquellas que también se encuentran
donde quiera que hay crimen, sea cual fuere el tipo social. Así, pues, las
únicas características comunes a todos los crímenes que son o han sido
reconocidos como tales, son las siguientes: 1.a, el crimen hiere sentimientos
que se encuentran en todos los individuos normales de la sociedad considerada;
2.a, esos sentimientos son fuertes; 3.a, son definidos. El crimen es, pues, el
acto que hiere estados fuertes y definidos de la conciencia colectiva; sentido
exacto de esta proposición.—Examen del caso en que el delito es creado o, al
menos, agravado por un acto del órgano gubernamental.
Reducción de ese caso a la definición
precedente...................................
II. Comprobación de ésta definición: si es exacta, debe dar cuenta de todas las
características de la pena. Determinación de esas características: 1.a, es una
reacción pasional, de intensidad graduada; 2.a, esta reacción pasional emana de
la sociedad; refutación de la teoría según la cual la venganza privada ha sido
la forma primitiva de la pena; 3.a, esta reacción se ejerce por intermedio de un
cuerpo constituído.........................................
III. Esas características pueden deducirse de nuestra definición del crimen:
1.a, todo sentimiento fuerte ofendido determina mecánicamente una reacción
pasional; utilidad de esta reacción para el mantenimiento del sentimiento. Los
sentimientos colectivos, por muy fuertes que sean, determinan una reacción del
mismo género, tanto mas enérgica cuanto son más intensos. Explicación del
carácter casi religioso de la expiación; 2.a, el carácter colectivo de esos
sentimientos explica el carácter social de esta reacción; por qué es útil que
sea social; 3.a, la intensidad y, sobre todo, la naturaleza definida de esos
sentimientos explican la formación del órgano determinado por medio del cual la
reacción se ejerce................
IV. Las reglas que sanciona el derecho penal expresan, pues, las semejanzas
sociales más esenciales; por consiguiente, corresponde a la solidaridad social
derivada de las semejanzas y varía como ella. Naturaleza de esta solidaridad.
Cabe, por tanto, calcular la parte que le corresponde en la integración general
de la sociedad, con arreglo a la fracción del sistema completo de las reglas
jurídicas que el derecho penal representa....................................
CAPITULO III
LA SOLIDARIDAD DEBIDA A LA DIVISION DEL TRABAJO U ORGÁNICA
I. La naturaleza de la sanción restitutiva implica: 1.°, que las reglas
correspondientes expresen estados excéntricos de la conciencia común, o que le
son extraños; 2.°, que las relaciones que ellas determinan no liguen más que
indirectamente al individuo con la sociedad. Esas relaciones son positivas o
negativas.
II. Relaciones negativas cuyo tipo son los derechos reales. Son negativas porque
ligan la cosa a la persona, no a las personas entre sí.—Reducción a ese tipo de
las relaciones personales que se establecen con ocasión del ejercicio de los
derechos reales, o a consecuencia del delito o cuasi delito.—Siendo negativa la
solidaridad que expresan las reglas correspondientes, no tiene existencia propia
sino que es una prolongación de las formas positivas de la solidaridad social.
III. Relaciones positivas o de cooperación que derivan de la división del
trabajo. Se rigen por un sistema definido de reglas jurídicas, que pueden
llamarse derecho cooperativo; comprobación de esta proposición con respecto a
las diferentes partes del derecho cooperativo. Analogías entre la función de ese
derecho y la del sistema nervioso.
IV. Conclusión: Dos clases de solidaridad positiva, una que deriva de las
semejanzas, y otra, de la división del trabajo. Solidaridad mecánica,
solidaridad orgánica. La primera varía en razón inversa, la segunda en razón
directa de la personalidad individual. A aquélla corresponde el derecho
represivo; a ésta, el derecho cooperativo.
CAPITULO PRIMERO
LA DIVISION DEL TRABAJO ANOMICO
Hasta ahora hemos estudiado la división del trabajo como un fenómeno normal;
pero, como todos los hechos sociales y, más generalmente, como todos los hechos
biológicos, presenta formas patológicas que es necesario analizar. Si,
normalmente, la división del trabajo produce la solidaridad social, ocurre, sin
embargo, que los resultados son muy diferentes e incluso opuestos. Ahora bien,
importa averiguar lo que la hace desviarse en esa forma de su dirección natural,
pues, en tanto no se establezca que son casos excepcionales, la división del
trabajo podría dar lugar a la sospecha de que lógicamente los lleva consigo.
Además, el estudio de las formas desviadas nos permitirá determinar mejor las
condiciones de existencia del estado normal. Cuando conozcamos las
circunstancias en que la división del trabajo cesa de engendrar la solidaridad,
sabremos mejor lo que es necesario para que produzca todo su efecto. La
patología, aquí como en todas partes, es un auxiliar precioso de la fisiología.
Cabe sentir la tentación de colocar entre las formas irregulares de la división
del trabajo la profesión del criminal y las demás profesiones nocivas.
Constituyen la negación misma de la solidaridad, y, por tanto, están formadas
por otras tantas actividades especiales. Pero, hablando con exactitud, no hay
aquí división del trabajo sino pura y simple diferenciación, y ambos términos
piden no ser confundidos. Así, en el cáncer, los tubérculos aumentan la
diversidad de los tejidos orgánicos sin que sea posible ver en ellos una nueva
especialización de las funciones biológicas (1). En todos esos casos, no hay
división de una función común sino que en el seno del organismo, ya individual,
ya social, se forma otro que busca vivir a expensas del primero. No hay incluso
función, pues una manera de actuar no merece ese nombre, como no concurra con
otras al mantenimiento de la vida general. Esta cuestión no entra, pues, dentro
del marco de nuestra investigación.
A tres tipos reduciremos las formas excepcionales del fenómeno que estudiamos No
es que no pueda haber otras; pero aquellas de que vamos a hablar son las más
generales y las más graves.
I
Un primer caso de ese género nos lo proporcionan las crisis industriales o
comerciales, con las quiebras, que son otras tantas rupturas parciales de la
solidaridad orgánica; son testimonio, en efecto, de que, en ciertas partes del
organismo, ciertas funciones sociales no se ajustan unas a otras. Ahora bien, a
medida que el trabajo se divide más, esos fenómenos parecen devenir más
frecuentes, al menos en ciertos casos. De 1845 a 1869 las quiebras han aumentado
en un 70 por 100 (2) Sin embargo, no deberá atribuirse este hecho al aumento de
la vida económica, pues las empresas se han concentrado mucho más que
multiplicado.
El antagonismo entre el trabajo y el capital es otro ejemplo más evidente del
mismo fenómeno. A medida que las funciones industriales se especializan, lejos
de aumentar la solidaridad, la lucha se hace más viva. En la Edad Media el
obrero vive, en todas partes, al lado de su maestro, compartiendo sus trabajos
"en la misma tienda, sobre el mismo banco" (3). Ambos formaban parte de la misma
corporación y llevaban la misma existencia. "Uno y otro eran casi iguales; quien
hubiere hecho su aprendizaje podía, al menos en muchos oficios, establecerse si
tenía con qué"(4). Por eso los conflictos eran completamente excepcionales. A
partir del siglo XV las cosas comenzaron a cambiar. "El gremio no es ya un asilo
común, sino que se convierte en posesión exclusiva de los maestros, que son los
que allí deciden por sí solos sobre todas las cosas. Desde entonces una
distinción profunda se establece entre los maestros y los oficiales. Formaron
éstos, por decirlo así, un orden aparte; tenían sus costumbres, sus reglas, sus
asociaciones independientes (5). Una vez efectuada esta separación, las
discordias se hicieron numerosas. "En cuanto los oficiales creían que debían
quejarse, se declaraban en huelga o decretaban el boicot a una ciudad, a un
patrono, y todos estaban obligados a obedecer a la consigna.... El poder de la
asociación proporcionaba a los obreros el medio de luchar con armas iguales
contra sus patronos" (6). Sin embargo, las cosas estaban muy lejos de llegar
entonces "al punto en que actualmente las vemos. Los oficiales se rebelaban para
obtener un salario más fuerte u otro cambio semejante en la condición del
trabajo; pero no tenían al patrono por un enemigo perpetuo al cual se obedece
por la fuerza. Se quería hacerle ceder sobre un punto, y a ello se dedicaban con
energía, pero la lucha no era eterna; los talleres no contenían dos razas
enemigas; nuestras doctrinas socialistas eran desconocidas (7). En fin, en el
siglo XVII comienza la fase tercera de esta historia de las clases obreras: el
advenimiento de la gran industria. El obrero se separa de una manera más
completa del patrono. "Está, en cierta manera, regimentado. Tiene cada uno su
función, y el sistema de la división del trabajo hace algunos progresos. En la
manufactura de los Van-Robais, que ocupaba 1.692 obreros, había talleres
particulares para la construcción de carros, para la cuchillería, para el
lavado, para el tinte, para la urdidura, y los talleres de tejidos comprendían
ellos también muchas especies de obreros cuyo trabajo era enteramente distinto"
(8). Al mismo tiempo que la especialización se hace más grande, las revueltas
devienen más frecuentes. "La menor causa de descontento bastaba para aislar a
una casa, y desgraciado del oficial que no hubiera respetado el acuerdo de la
comunidad" (9). De sobra sabemos que, más tarde, la guerra ha devenido más
violenta.
Verdad es que en el capítulo siguiente veremos cómo esta tensión de las
relaciones sociales es debida, en parte, a que las clases obreras verdaderamente
no quieren la condición que se les ha hecho, sino que la aceptan con frecuencia
obligadas y forzadas al no tener medios para conquistar otra. Sin embargo, esta
coacción no produce por sí sola el fenómeno. En efecto, pesa por igual sobre
todos los desheredados de la fortuna, de una manera general, y, sin embargo, tal
estado de hostilidad permanente es por completo característico del mundo
industrial. Además, dentro de ese mundo, es la misma para todos los trabajadores
sin distinción. Ahora bien, la pequeña industria, en que el trabajo se halla
menos dividido, da el espectáculo de una armonía relativa entre el patrono y el
obrero (10); es sólo en la gran industria donde esas conmociones se encuentran
en estado agudo. Así, pues, dependen en parte de otra causa.
Se ha señalado con frecuencia en la historia de las ciencias otra ilustración
del mismo fenómeno. Hasta tiempos muy recientes la ciencia no se ha hallado muy
dividida; un solo y único espíritu podía cultivarla casi en totalidad. Teníase
también un sentimiento muy vivo de su unidad. Las verdades particulares que la
componían no eran ni lo bastante numerosas, ni lo bastante heterogéneas, que
impidieran ver con facilidad el lazo que las unía a un único y mismo sistema.
Los métodos, que eran muy generales, diferían poco unos de otros, y podía
percibirse el tronco común desde el cual insensiblemente iban divergiendo. Pero,
a medida que la especialización se introduce en el trabajo científico, cada
sabio se ha ido encerrando cada vez más, no sólo en una ciencia particular, sino
en un orden especial de problemas. Ya Comte se lamentaba de que, en su tiempo,
hubiera en el mundo de los sabios "pocas inteligencias que abarcaran en sus
concepciones al conjunto mismo de una ciencia única, que, a su vez, no es, sin
embargo, más que una parte de un gran todo. La mayoría limítanse ya enteramente,
dice, a la consideración aislada de una sección más o menos extensa de una
ciencia determinada, sin ocuparse demasiado de la relación de esos trabajos
particulares con el sistema general de los conocimientos positivos" (11). Pero
entonces la ciencia, dividida en una multitud de estudios de detalle que no se
vuelven a juntar, ya no forma un todo solidario. Quizá lo que mejor manifiesta
esta ausencia de concierto y de unidad es esa teoría, tan difundida, de que cada
ciencia particular tiene un valor absoluto, y de que el sabio debe dedicarse a
sus investigaciones especiales, sin preocuparse de saber si sirven para algo y
llevan a alguna parte. "Esta división del trabajo individual, dice Schæffle,
ofrece serios motivos para temer que semejante vuelta de un nuevo alejandrismo
traiga tras de sí, una vez más, la ruina de toda la ciencia" (12).
II
Lo que da gravedad a estos hechos es haber visto en ellos algunas veces un
efecto necesario de la división del trabajo no bien ésta ha traspasado un cierto
límite de desenvolvimiento. En ese caso, dícese, el individuo, hundido por su
trabajo, aíslase en su actividad especial; ya no siente a los colaboradores que
a su lado trabajan en la misma obra que él, ni vuelve jamás a tener la idea de
esta obra común. La división del trabajo no puede llevarse demasiado lejos sin
que devenga una fuente de desintegración. "En toda descomposición, dice Augusto
Comte, que necesariamente tienda a determinar una dispersión correspondiente, la
distribución fundamental de los trabajos humanos no evitaría que se suscitasen,
en grado proporcional, divergencias individuales, a la vez intelectuales y
morales, cuya influencia combinada debe exigir, en la misma medida, una
disciplina permanente, propia para prevenir o contener sin tregua su surgimiento
discordante. Si, por una parte, en efecto, la separación de las funciones
sociales permite al espíritu detallista un desenvolvimiento afortunado, que de
otra manera es imposible tiende espontáneamente, por otra parte, a ahogar el
espíritu de conjunto, o, cuando menos, a dificultarle de modo profundo. A la
vez, desde el punto de vista moral, al mismo tiempo que cada uno se halla
colocado en estrecha dependencia con relación a la masa, encuéntrase
naturalmente desviado por el propio surgir de su actividad especial que de
manera constante le recuerda su interés privado, del cual no percibe, sino muy
vagamente, la verdadera relación con el interés público.... De ahí que el mismo
principio que, por sí solo, ha permitido el desenvolvimiento y la extensión de
la sociedad general, amenace, bajo otro aspecto, con descomponerla en una
multitud de corporaciones incoherentes que casi parece que no pertenecen a la
misma especie" (13). Espinas se expresa poco más o menos en los mismos términos
"División, dice, es dispersión" (14).
La división del trabajo ejercería, pues, en virtud de su misma naturaleza, una
influencia disolvente que sería sensible de modo especial allí donde las
funciones se hallan muy especializadas. Comte, sin embargo, no deduce de su
principio la conclusión de que sería necesario volver a llevar las sociedades a
lo que él llama la edad de la generalidad, es decir, a ese estado de
indistinción y de homogeneidad que constituyó su punto de partida. La diversidad
de las funciones es útil y necesaria; pero como la unidad, que no es menos
indispensable, no surge espontáneamente, el cuidado de realizarla y de
mantenerla deberá constituir en el organismo social una función especial,
representada por un órgano independiente. Este órgano es el Estado o el
gobierno. "El destino social del gobierno, dice Comte, me parece consistir,
sobre todo, en contener de modo suficiente y en prevenir hasta donde sea
posible, esta fatal disposición a la dispersión fundamental de las ideas, de los
sentimientos y de los intereses, resultado inevitable del principio mismo del
desenvolvimiento humano, y que, si pudiera seguir sin obstáculo su curso
natural, acabaría inevitablemente por detener la progresión social en todas las
manifestaciones importantes. Esta concepción constituye, a mis ojos, la primera
base positiva y racional de la teoría elemental y abstracta del gobierno
propiamente dicho, considerada en su más noble y más completa extensión
científica, es decir, como caracterizada en general por la universal reacción
necesaria, primero espontánea y en seguida regularizada, del conjunto sobre las
partes. Está claro, en efecto, que el único medio real de impedir una tal
dispersión consiste en erigir esta indispensable reacción en una nueva función
especial, susceptible de intervenir convenientemente en el cumplimiento habitual
de todas las funciones diversas de la economía social, para recordar así, sin
cesar, la idea del conjunto y el sentimiento de la solidaridad común" (15).
Lo que el gobierno es a la sociedad en su totalidad, debe la filosofía serlo
para las ciencias. Puesto que la diversidad de las ciencias tiende a romper la
unidad de la ciencia, es preciso encargar a una ciencia nueva que la
reconstruya. Puesto que los estudios de detalle nos hacen perder de vista al
conjunto de los conocimientos humanos, es preciso crear un sistema particular de
investigaciones para volver a encontrarlo y ponerlo de relieve. En otros
términos, "es preciso hacer del estudio de las grandes generalidades científicas
una gran especialidad más. Que una nueva clase de sabios, preparados por una
educación conveniente, sin dedicarse al cultivo especial de rama alguna
particular de la filosofía natural, se ocupe únicamente en considerar a las
diversas ciencias positivas en su estado actual, en determinar exactamente el
espíritu de cada una de ellas, en descubrir sus relaciones y su encadenamiento,
en resumir, si es posible, todos sus principios propios en un menor número de
principios comunes ... y la división del trabajo en las ciencias será impulsada,
sin peligro alguno, todo lo lejos que el desenvolvimiento de los diversos
órdenes de conocimientos lo exija" (16).
No cabe duda, nosotros mismos lo hemos mostrado (17), que el órgano
gubernamental se desenvuelve con la división del trabajo, no para hacerle
contrapeso, sino por una necesidad mecánica. Como los órganos son estrechamente
solidarios, allí donde las funciones se hallan muy repartidas lo que al uno le
afecta le alcanza a los otros, y los acontecimientos sociales adquieren con más
facilidad un interés general. Al mismo tiempo, a consecuencia de la progresiva
desaparición del tipo segmentario, se extienden con menos dificultad por todo el
ámbito de un mismo tejido o de un mismo aparato. Además de estas dos series de
razones aún hay otras que repercuten en el órgano directivo, aumentando tanto su
volumen como su actividad funcional, que se ejerce con mayor frecuencia. Pero su
esfera de acción no por eso se extiende.
Ahora bien, bajo esta vida general y superficial existe otra intestina, un mundo
de órganos que, sin ser por completo independientes del primero, funcionan, no
obstante, sin que intervenga, sin que tenga de ellos conciencia, al menos en
estado normal. Hállanse sustraídos a su acción porque se encuentra muy lejos de
ellos. No es el gobierno el que puede, a cada instante, regular las condiciones
de los distintos mercados económicos, fijar los precios de las cosas y de los
servicios, proporcionar la producción a las necesidades del consumo, etc. Todos
esos problemas prácticos suscitan multitud de detalles, afectan a miles de
circunstancias particulares que sólo aquellos que están cerca conocen. A mayor
abundamiento, no puede ajustar unas a otras esas funciones y hacerlas concurrir
armónicamente si ellas mismas no concuerdan. Si, pues, la división del trabajo
tiene los efectos dispersivos que se le atribuye, deben desenvolverse sin
resistencia en esta región de la sociedad, puesto que nada hay en ella que pueda
contenerlos. Sin embargo, lo que hace la unidad de las sociedades organizadas,
como de todo organismo, es el consensus espontáneo de las partes, es esa
solidaridad interna que, no sólo es tan indispensable como la acción reguladora
de los centros superiores, sino que es incluso la condición necesaria, pues no
hacen más que traducirla a otro lenguaje y, por decirlo así, consagrarla. Por
eso el cerebro no crea la unidad del organismo, sino que le da expresión y lo
corona. Se habla de la necesidad de una reacción del todo sobre las partes, pero
es preciso antes que ese todo exista; es decir, que las partes deben ser ya
solidarias unas de otras para que el todo adquiera conciencia de sí, y reaccione
a título de tal. Deberá verse producir, pues, a medida que el trabajo se divide,
una especie de descomposición progresiva, no sobre tales o cuales puntos, sino
en toda la extensión de la sociedad, en lugar de la concentración cada vez más
fuerte que en ella en realidad se observa. Pero, dícese, no es necesario entrar
en estos detalles. Basta recordar, donde quiera que sea necesario, "el espíritu
de conjunto y el sentimiento de la solidaridad común", y esta acción sólo el
gobierno tiene facultad para ejercerla. Ello es verdad, pero de una excesiva
generalidad para asegurar el concurso de las funciones sociales, si no se
realiza por sí misma. En efecto, ¿de qué se trata? ¿De hacer sentir a cada
individuo que no se basta por sí solo y que forma parte de un todo del cual
depende? Mas, una tal representación, abstracta vaga y, además, intermitente
como todas las representaciones complejas, nada puede contra las impresiones
vivas, concretas, que a cada instante despierta en cada uno de nosotros la
actividad profesional propia. Si ésta, pues, tiene los efectos que se le
atribuye, si las ocupaciones que llenan nuestra vida cotidiana tienden a
desligarnos del grupo social a que pertenecemos, una concepción semejante, que
no surge sino de tarde en tarde y sólo ocupa una pequeña parte del campo de la
conciencia, no bastará para retenernos dentro de ella. Para que el sentimiento
del estado de dependencia en que nos hallamos fuera eficaz, sería preciso que
fuera también continuo, y no puede serlo como no se encuentre ligado al juego
mismo de cada función especial. Pero entonces la especialización no volvería a
tener las consecuencias de cuya producción se le acusa. O bien, ¿la acción de
gobierno tendría por objeto mantener entre las profesiones una cierta
uniformidad moral, de impedir que "las afecciones sociales, gradualmente
concentradas entre los individuos de la misma profesión, devengan cada vez más
extrañas a las otras clases, por falta de una analogía suficiente de costumbres
y de pensamientos?" (18). Pero esta uniformidad no puede mantenerse a la fuerza
y en perjuicio de la naturaleza de las cosas. La diversidad funcional supone una
diversidad moral que nadie podría prevenir, y es inevitable el que la una
aumente al mismo tiempo que la otra. Sabemos, por lo demás, las razones gracias
a las cuales esos dos fenómenos se desenvuelven paralelamente. Los sentimientos
colectivos devienen, pues, cada vez más impotentes para contener las tendencias
centrífugas que fatalmente engendra la división del trabajo, pues, de una parte,
esas tendencias aumentan a medida que el trabajo se divide, y, al mismo tiempo,
los sentimientos colectivos mismos se debilitan.
Por la misma razón, la filosofía se encuentra cada vez más incapacitada para
asegurar la unidad de la ciencia. Mientras un mismo espíritu podía cultivar a la
vez las diferentes ciencias, era posible adquirir la ciencia necesaria para
reconstituir la unidad. Pero, a medida que se especializan, esas grandes
síntesis no podían ya ser otra cosa que generalizaciones prematuras, pues se
hace cada vez más imposible a una inteligencia humana tener un conocimiento
suficientemente exacto de esa multitud innumerable de fenómenos, de leyes, de
hipótesis que deben resumir. "Sería interesante saber, dice Ribot, lo que la
filosofía, como concepción general del mundo, podrá ser algún día, cuando las
ciencias particulares, a consecuencia de su complejidad creciente, devengan
inabordables en el detalle y los filósofos véanse reducidos al conocimiento,
necesariamente superficial, de los resultados más generales" (19).
No cabe duda, hay cierta razón para juzgar excesiva esa altivez del sabio, que,
encerrado en sus investigaciones especiales, rechaza el reconocimiento de todo
control extraño. Por consiguiente, es indudable que, para tener de una ciencia
una idea un poco exacta, es preciso haberla practicado y, por decirlo así,
haberla vivido. Y es que, en efecto, no se contiene por entero dentro de algunas
proposiciones demostradas por ella definitivamente. Al lado de esta ciencia
actual y realizada existe otra, concreta y viviente, que, en parte, se ignora y
todavía se busca; al lado de los resultados adquiridos están las esperanzas, los
hábitos, los instintos, las necesidades, los presentimientos tan obscuros que no
se les puede expresar con palabras, y tan potentes, sin embargo, que a veces
dominan toda la vida del sabio. Todo eso todavía es ciencia: es incluso la mejor
y la mayor parte, pues las verdades descubiertas constituyen un número bien
pequeño al lado de las que quedan por descubrir, y, por otra parte, para poseer
todo el sentido que encierran las primeras y todo lo que en ellas se encuentra
condensado, es preciso haber visto de cerca la vida científica mientras todavía
se encuentra en estado libre, es decir, antes que se haya fijado tomando forma
de proposiciones definidas. De otra manera, se poseerá la letra, pero no el
espíritu; cada ciencia tiene, por decirlo así, un alma que vive en la conciencia
de los sabios. Sólo una parte de este alma se corporaliza y adquiere formas
sensibles. Las fórmulas que le dan expresión, al ser generales, son fácilmente
transmisibles. Pero no sucede lo mismo en esa otra parte de la ciencia en que no
hay símbolo alguno que la exteriorice. En ella todo es personal y debe
adquirirse mediante una experiencia personal. Para participar en la misma es
preciso ponerse a trabajar y colocarse ante los hechos. Según Comte, para que
fuera asegurada la unidad de la ciencia, bastaría que los métodos fueran
unificados (20); pero justamente los métodos son los más difíciles de unificar,
pues, como son inmanentes a las ciencias mismas, como es imposible separarlos
por completo del cuerpo de verdades establecidas para codificarlos aparte, no se
les puede conocer si uno mismo no los ha practicado. Ahora bien, es imposible a
una misma persona practicar un gran número de ciencias. Esas grandes
generalizaciones no pueden, pues, descansar más que sobre un conjunto bastante
limitado de cosas. Si, además, se piensa con qué lentitud y pacientes
precauciones los sabios proceden de ordinario al descubrimiento de sus verdades,
incluso las más particulares, se explica que esas disciplinas improvisadas no
tengan ya sobre ellos más que una autoridad muy débil.
Pero, sea cual fuere el valor de esas generalidades filosóficas, la ciencia no
encontrará en ellas la unidad que necesita. Ponen bien de manifiesto lo que hay
de común entre las ciencias, las leyes, los métodos particulares; mas, al lado
de las semejanzas, hay las diferencias que quedan por integrar. Con frecuencia
se dice que lo general contiene, en potencia, los hechos particulares que
resume; pero la expresión es inexacta. Contiene sólo lo que ellos tienen de
común. Ahora bien, no hay en el mundo dos fenómenos que se asemejen, por
sencillos que sean. Por eso toda propuesta general deja escapar una parte de la
materia que intenta dominar. Es imposible fundir los caracteres concretos y las
propiedades que distinguen las cosas, dentro de una misma fórmula impersonal y
homogénea. Sólo que, en tanto las semejanzas sobrepasan a las diferencias,
bastan a integrar las representaciones que así se aproximan; las disonancias de
detalle desaparecen en el seno de la armonía total. Por el contrario, a medida
que las diferencias se hacen más numerosas, la cohesión se hace más inestable y
tiene necesidad de consolidarse por otros medios. Basta con representarse la
multiplicidad creciente de las ciencias especiales, con sus teoremas, sus leyes,
sus axiomas, sus conjeturas, sus procedimientos y sus métodos, y se comprenderá
que una fórmula corta y simple, como la ley de evolución, por ejemplo, no es
suficiente para integrar una complejidad tan prodigiosa de fenómenos. Incluso,
aun cuando se aplicaran exactamente a la realidad esas ojeadas de conjunto, la
parte que de las mismas explicaran significa muy poca cosa al lado de lo que
dejan sin explicar. Por este medio, pues, no se podrá arrancar jamás a las
ciencias positivas de su aislamiento. Hay una separación demasiado grande entre
las investigaciones de detalle que las alimentan y tales síntesis. El lazo que
liga uno a otro esos dos órdenes de conocimientos es excesivamente superficial y
débil, y, por consiguiente, si las ciencias particulares no pueden adquirir
conciencia de su dependencia mutua sino en el seno de una filosofía que las
abarque, el sentimiento que del mismo tendrán será siempre muy vago para que
pueda ser eficaz.
La filosofía es como la conciencia colectiva de la ciencias y aquí, como en
cualquier parte, la función de la conciencia colectiva disminuye a medida que el
trabajo se divide.
III
Aunque Comte haya reconocido que la división del trabajo es una fuente de
solidaridad, parece no haber percibido que esta solidaridad es sui generis y
sustituye poco a poco a la que engendran las semejanzas sociales. Por eso, al
notar que éstas quedan muy borrosas allí donde las funciones se hallan muy
especializadas, ha visto en esa falta de relieve un fenómeno mórbido, una
amenaza para la cohesión social, debida al exceso de la especialización, y a
través de esto ha explicado la falta de coordinación que a veces acompaña al
desenvolvimiento de la división del trabajo. Pero, puesto que ya hemos sentado
que el debilitarse la conciencia colectiva es un fenómeno normal, no podemos
convertirlo en causa de los fenómenos anormales que ahora vamos a estudiar. Si,
en ciertos casos, la solidaridad orgánica no es todo lo que debe ser, no es
ciertamente porque la solidaridad mecánica haya perdido terreno, sino porque
todas las condiciones de existencia de la primera no se han realizado.
Sabemos, en efecto, que, donde quiera que se observa, se encuentra, al propio
tiempo, una reglamentación suficientemente desenvuelta que determina las
relaciones mutuas de las funciones (21). Para que la solidaridad orgánica exista
no basta que haya un sistema de órganos necesarios unos a otros, y que sientan
de una manera general su solidaridad; es preciso también que la forma como deben
concurrir, si no en toda clase de encuentros, al menos en las circunstancias más
frecuentes, sea predeterminada. De otra manera, sería necesario a cada instante
nuevas luchas para que pudieran equilibrarse, pues las condiciones de este
equilibrio no pueden encontrarse más que con ayuda de tanteos, en el curso de
los cuales cada parte trata a la otra en adversario, por lo menos tanto como en
auxiliar. Esos conflictos renovaríanse, pues, sin cesar, y, por consiguiente, la
solidaridad no sería más que virtual, si las obligaciones mutuas debían ser por
completo discutidas de nuevo en cada caso particular. Se dirá que hay los
contratos. Pero, en primer lugar, todas las relaciones sociales no son
susceptibles de tomar esta forma jurídica. Sabemos, además, que el contrato no
se basta a sí mismo sino que supone una reglamentación que se extiende y se
complica como la vida contractual misma. Por otra parte, los lazos que tienen
este origen son siempre de corta duración. El contrato no es más que una tregua
y bastante precaria; sólo suspende por algún tiempo las hostilidades. No cabe
duda que, por precisa que sea una reglamentación, dejará siempre espacio libre
para multitud de tiranteces. Pero no es ni necesario, ni incluso posible, que la
vida social se deslice sin luchas. El papel de la solidaridad no es suprimir la
concurrencia, sino moderarla.
Por lo demás, en estado normal, esas reglas se desprenden ellas mismas de la
división del trabajo; son como su prolongación. Seguramente que, si no
aproximara más que a individuos que se uniesen por algunos instantes en vista de
cambiar servicios personales, no podría dar origen a acción reguladora alguna.
Pero lo que pone en presencia son funciones, es decir, maneras definidas de
obrar, que se repiten, idénticas a sí mismas, en circunstancias dadas, puesto
que afectan a las condiciones generales y constantes de la vida social. Las
relaciones que se anudan entre esas funciones no pueden, pues, dejar de llegar
al mismo grado de fijeza y de regularidad. Hay ciertas maneras de reaccionar las
unas sobre las otras que, encontrándose más conformes a la naturaleza de las
cosas, se repiten con mayor frecuencia y devienen costumbres: después, las
costumbres, a medida que toman fuerza, transfórmanse en reglas de conducta. El
pasado predetermina el porvenir. Dicho de otra manera, hay un cierto grupo de
derechos y deberes que el uso establece y que acaba por devenir obligatorio. La
regla, pues, no crea el estado de dependencia mutua en que se hallan los órganos
solidarios, sino que se limita a expresarlo de una manera sensible y definida en
función de una situación dada. De la misma manera, el sistema nervioso, lejos de
dominar la evolución del organismo, como antes se creía, es su resultante (22).
Los nervios no son, realmente, más que las líneas de paso seguidas por las ondas
de movimientos y de excitaciones cambiadas entre los órganos diversos; son
canales que la vida se ha trazado a sí misma al correr siempre en él mismo
sentido, y los ganglios no son más que el lugar de intersección de varias de
esas líneas (23). Por haber desconocido este aspecto del fenómeno es por lo que
ciertos moralistas han acusado a la división del trabajo de no producir una
verdadera solidaridad. No han visto en ella más que cambios particulares,
combinaciones efímeras, sin pasado y sin futuro, en las que el individuo se
halla abandonado a sí mismo; no han percibido ese lento trabajo de
consolidación, esa red de lazos que poco a poco se teje por sí sola y que hace
de la solidaridad orgánica algo permanente.
Ahora bien, en todos los casos que hemos descrito más arriba, esta
reglamentación, o no existe, o no se encuentra en relación con el grado de
desenvolvimiento de la división del trabajo. Hoy ya no hay reglas que fijen el
número de empresas económicas, y en cada rama industrial la producción no se
halla reglamentada en forma que permanezca exactamente al nivel del consumo. No
queremos, sin embargo, sacar de este hecho conclusión práctica alguna; no
sostenemos que sea necesaria una legislación restrictiva; no tenemos por qué
pesar aquí las ventajas y los inconvenientes. Lo cierto es que esa falta de
reglamentación no permite la regular armonía de las funciones. Es verdad que los
economistas demuestran que esta armonía se restablece por sí sola cuando ello es
necesario, gracias a la elevación o a la baja de los precios que, según las
necesidades, estimula o contiene la producción. Pero, en todo caso, no se llega
a restablecer sino después de alteraciones de equilibrio y de perturbaciones más
o menos prolongadas. Por otra parte, esas perturbaciones son, naturalmente,
tanto más frecuentes cuanto más especializadas son las funciones, pues, cuanto
más compleja es una organización, más se hace sentir la necesidad de una amplia
reglamentación.
Las relaciones del capital y del trabajo hasta ahora han permanecido en el mismo
estado de indeterminación jurídica. El contrato de arrendamiento de servicios
ocupa en nuestros códigos un espacio bien pequeño, sobre todo cuando se piensa
en la diversidad y en la complejidad de las relaciones que está llamado a
regular. Por lo demás, no es necesario insistir en una laguna que todos los
pueblos actualmente reconocen y se esfuerzan en rellenar (24).
Las reglas del método son a la ciencia lo que las reglas de derecho y de las
costumbres son a la conducta; dirigen el pensamiento del sabio de la misma
manera que las segundas gobiernan las acciones de los hombres. Ahora bien, si
cada ciencia tiene su método, el orden que desenvuelve es interno por completo.
Coordina las manifestaciones de los sabios que cultivan una misma ciencia, no
sus relaciones con el exterior. No existen disciplinas que concierten los
esfuerzos de las diferentes ciencias en vista de un fin común. Esto es cierto,
sobre todo, en relación con las ciencias morales y sociales; las ciencias
matemáticas, físicoquímicas e incluso biológicas no parecen ser hasta ese punto
extrañas unas a otras. Pero el jurista, el psicólogo, el antropólogo, el
economista, el estadístico, el lingüista, el historiador, proceden a sus
investigaciones como si los diversos órdenes de hechos que estudian formaren
otros tantos mundos independientes. Sin embargo, en realidad, se penetran por
todas partes; por consiguiente, debería ocurrir lo mismo con sus ciencias
correspondientes. He ahí de dónde viene la anarquía que se ha señalado, no sin
exageración, por lo demás, en la ciencia en general, pero que es, sobre todo,
verdad en esas ciencias determinadas. Ofrecen, en efecto, el espectáculo de un
agregado de partes desunidas, que no concurren entre sí. Si, pues, forman un
conjunto sin unidad, no es porque carezcan de un sentimiento suficiente de sus
semejanzas; es que no están organizadas.
Estos ejemplos diversos son, pues, variedades de una misma especie; en todos
esos casos, si la división del trabajo no produce la solidaridad, es que las
relaciones de los órganos no se hallan reglamentadas; es que se encuentran en un
estado de anomia.
Pero, ¿de dónde procede este estado?
Puesto que la forma definida que con el tiempo toman las relaciones que se
establecen espontáneamente entre las funciones sociales es la de un conjunto de
reglas, cabe decir, a priori, que el estado de anomia es imposible donde quiera
que los órganos solidarios se hallan en contacto suficiente y suficientemente
prolongado. En efecto, estando contiguos adviértese con facilidad, en cada
circunstancia, la necesidad que unos tienen de otros, y poseen, por
consecuencia, un sentimiento vivo y continuo de su mutua dependencia. Como, por
la misma razón, los cambios entre ellos se efectúan fácilmente, se hacen también
con frecuencia; siendo regulares, se regularizan ellos mismos; el tiempo, poco a
poco, acaba la obra de consolidación. En fin, como se pueden percibir las
menores reacciones por una parte y por la otra, las reglas que así se forman
llevan la marca, es decir, que prevén y fijan hasta en el detalle las
condiciones del equilibrio. Pero si, por el contrario, se interpone algún medio
opaco, sólo las excitaciones de una cierta intensidad pueden comunicarse de un
órgano a otro. Siendo raras las relaciones, no se repiten lo bastante para
determinarse; es necesario realizar cada vez nuevos tanteos. Las líneas de paso
seguidas por las ondas de movimiento no pueden grabarse, pues las ondas mismas
son muy intermitentes. Al menos, si algunas reglas llegan, sin embargo, a
constituirse, son imprecisas y vagas, ya que en esas condiciones sólo los
contornos más generales de los fenómenos pueden fijarse. Lo mismo sucederá si la
contigüidad, aun siendo suficiente, es muy reciente o ha tenido escasa duración
(25).
Con mucha frecuencia, esta condición encuéntrase realizada por la fuerza de las
cosas, pues una función no puede distribuirse entre dos o más partes del
organismo como no se hallen éstas más o menos contiguas. Además, una vez
dividido el trabajo, como tienen necesidad unas de otras, tienden, naturalmente,
a disminuir la distancia que las separa. Por eso, a medida que se eleva la
escala animal, ve uno los órganos aproximarse y, como dice Spencer, introducirse
en los intersticios unos de otros. Mas un concurso de circunstancias
excepcionales puede hacer que ocurra de otra manera.
Tal sucede en los casos que nos ocupan. En tanto el tipo segmentario se halla
fuertemente señalado, hay, sobre poco más o menos, los mismos mercados
económicos que segmentos diferentes; por consiguiente, cada uno de ellos es muy
limitado. Encontrándose los productores muy cerca de los consumidores pueden
darse fácilmente cuenta de la extensión de las necesidades a satisfacer. El
equilibrio se establece, pues, sin trabajo, y la producción se regula por sí
misma. Por el contrario, a medida que el tipo organizado se desenvuelve, la
fusión de los diversos segmentos, unos en otros, lleva la de los mercados hacia
un mercado único, que abraza, sobre poco más o menos, toda la sociedad. Se
extiende incluso más allá y tiende a devenir universal, pues las fronteras que
separan a los pueblos desaparecen al mismo tiempo que las que separan a los
segmentos de cada uno de ellos. Resulta que cada industria produce para los
consumidores que se encuentran dispersos sobre toda la superficie del país o
incluso del mundo entero. El contacto no es ya, pues, suficiente. El productor
ya no puede abarcar el mercado con la vista ni incluso con el pensamiento; ya no
puede representarse los límites, puesto que es, por así decirlo, ilimitado. Por
consecuencia, la producción carece de freno y de regla; no puede más que tantear
al azar, y, en el transcurso de esos tanteos, es inevitable que la medida se
sobrepase, tanto en un sentido como en el otro. De ahí esas crisis que perturban
periódicamente las funciones económicas. El aumento de esas crisis locales y
restringidas, como son las quiebras, constituye realmente un efecto de esta
misma causa.
A medida que el mercado se extiende, la gran industria aparece. Ahora bien,
tiene por efecto transformar las relaciones de los patronos y obreros. Una mayor
fatiga del sistema nervioso, unida a la influencia contagiosa de las grandes
aglomeraciones, aumenta las necesidades de estas últimas. El trabajo de máquina
reemplaza al del hombre; el trabajo de manufactura, al del pequeño taller. El
obrero se halla regimentado, separado durante todo el día de su familia; vive
siempre más apartado de ésta que el empleado, etc. Esas nuevas condiciones de la
vida industrial reclaman, naturalmente, una nueva organización; pero, como esas
transformaciones se han llevado a efecto con una extrema rapidez, los intereses
en conflicto no han tenido todavía el tiempo de equilibrarse (26).
Finalmente, lo que explica que las ciencias morales y sociales se encuentren en
el estado que hemos dicho, es el haber sido las últimas en entrar en el círculo
de las ciencias positivas. En efecto, hasta después de un siglo, ese nuevo campo
de fenómenos no se abre a la investigación científica. Los sabios se han
instalado en él, unos aquí, otros allá, con arreglo a sus gustos naturales.
Dispersados sobre esta vasta superficie, han permanecido hasta el presente muy
alejados unos de otros para poder sentir todos los lazos que los unían. Pero
sólo por el hecho de llevar sus investigaciones cada vez más lejos de sus puntos
de partida, acabarán necesariamente por entenderse, y, por consiguiente, por
adquirir conciencia de su solidaridad. La unidad de la ciencia se formará así
por sí misma; no mediante la unidad abstracta de una fórmula, por lo demás muy
exigua para la multitud de cosas que deberá abarcar, sino por la unidad viviente
de un todo orgánico. Para que la ciencia sea una, no es necesario que se
comprenda por entero dentro del campo a que alcanza la mirada de una sola y
única conciencia —lo cual, por otra parte, es imposible—, sino que basta que
todos aquellos que la cultivan sientan que colaboran a una misma obra.
Lo que precede quita todo fundamento a uno de los reproches más graves que se
han hecho a la división del trabajo.
Se la ha acusado con frecuencia de disminuir al individuo, reduciéndole a una
función de máquina. Y, en efecto, si este no sabe hacia dónde se dirigen esas
operaciones que de él reclaman, si no las liga a fin alguno, no podrá
realizarlas más que por rutina. Repite todos los días los mismos movimientos con
una regularidad monótona, pero sin interesarse en ellos ni comprenderlos. No es
ya la célula viviente de un organismo vital, que vibra sin cesar al contacto de
las células vecinas, que actúa sobre ellas y responde a su vez a su acción, se
extiende, se contrae, se pliega y se transforma según las necesidades y las
circunstancias; ya no es más que una rueda inerte, a la cual una fuerza exterior
pone en movimiento y que marcha siempre en el mismo sentido y de la misma
manera. Evidentemente, sea cual fuere la forma como uno se represente el ideal
moral, no puede permanecer indiferente a un envilecimiento semejante de la
naturaleza humana. Si la moral tiene por fin el perfeccionamiento individual, no
puede permitir que se arruine hasta ese punto el individuo, y si tiene por fin
la sociedad, no puede dejar agotarse la fuente misma de la vida social, pues el
mal no amenaza tan sólo a las funciones económicas, sino a todas las funciones
sociales, por elevadas que se encuentren. "Si, dice A. Comte, con frecuencia se
ha justamente lamentado, en el orden material, al obrero exclusivamente ocupado
durante su vida entera en la fabricación de mangos de cuchillo o de cabezas de
alfiler, la sana filosofía no debe, en el fondo, hacer menos lamentaciones en el
orden intelectual por el empleo exclusivo y continuo del cerebro humano en la
resolución de algunas ecuaciones, en la clasificación de algunos insectos: el
efecto moral en uno y en otro caso es, desgraciadamente, muy análogo" (27).
Se ha propuesto, a veces, como remedio para los trabajadores, al lado de sus
conocimientos técnicos y especiales, una instrucción general. Pero, aun
suponiendo que se pudieran redimir así algunos de los malos efectos atribuidos a
la división del trabajo, no es un medio de prevenirlos. La división del trabajo
no cambia de naturaleza porque se le haga preceder de una cultura general. Es
bueno, sin duda, que el trabajador se halle en estado de interesarse por las
cosas del arte, de literatura, etc.; pero no por eso deja de ser igualmente malo
el que durante todo el día haya sido tratado como una máquina. ¡Quién no ve,
además, que esas dos existencias son demasiado opuestas para ser conciliables y
poder ser conducidas de frente por el mismo hombre! Si se adquiere la costumbre
de vastos horizontes, de vistas de conjunto, de bellas generalidades, ya no se
deja uno confinar sin impaciencia en los límites estrechos de una tarea
especial. Tal remedio no haría, pues, inofensiva a la especialización sino
haciéndola a la vez intolerable y, por consiguiente, más o menos imposible.
Lo que hace desaparecer la contradicción es que, al revés de lo que se dice, la
división del trabajo no produce esas consecuencias en virtud de una necesidad de
su naturaleza, salvo en circunstancias excepcionales y anormales. Para que pueda
desenvolverse sin tener sobre la conciencia humana una influencia tan
desastrosa, no es necesario atemperarla con su contraria; es preciso, y ello
basta, que sea ella misma, que no venga nada de fuera a desnaturalizarla, pues,
normalmente, el juego de cada función especial exige que el individuo no se
encierre en ella estrechamente, sino que se mantenga en relaciones constantes
con las funciones vecinas, adquiera conciencia de sus necesidades, de los
cambios que en la misma sobrevienen, etc. La división del trabajo supone que el
trabajador, lejos de permanecer inclinado sobre su tarea, no pierde de vista a
sus colaboradores, actúa sobre ellos y recibe su acción. No es, pues, una
máquina que repite los movimientos cuya dirección no percibe, sino que sabe que
van dirigidos a alguna parte, hacia un fin, que percibe más o menos
distintamente. Siente que sirve para algo. Para esto no es necesario que abarque
vastas porciones del horizonte social; basta con que perciba lo suficiente para
comprender que sus acciones tienen un fin fuera de ellas mismas. Desde entonces,
por especial, por uniforme que pueda ser su actividad, es la de un ser
inteligente, pues tiene un sentido y lo sabe. Los economistas no hubieran dejado
en la sombra esa característica esencial de la legislación del trabajo, y, por
consecuencia, no la hubieran expuesto a ese reproche inmerecido, si no la
hubieran reducido a ser sólo un medio de aumentar el rendimiento de las fuerzas
sociales, si hubieran visto que es, ante todo, una fuente de solidaridad.