Géneros Literarios
(Curso en 5 páginas)
Por Ana Prieto y Cecilia
Salinas
Prosa, poesía y teatro son los tres grandes caminos formales que
un autor puede elegir para escribir. Algunos autores han
experimentado con todos ellos, otros se han dedicado a uno solo.
En esta nota nos volcaremos sobre todo a la prosa, y les daremos
herramientas para que puedan reconocer a los géneros literarios que pueden
englobarse en dos grandes grupos: fantasía y realidad.
Primero lo primero
Cualquier obra, sea del género que sea, debe ser coherente consigo
misma, o coherente en su incoherencia (como es el caso del absurdo).
Nunca pensaremos que es estúpido que exista vida en Plutón, si el
autor nos ha convencido de ello. Una de las mayores cualidades que
se pueden tener a la hora de narrar es la verosimilitud, esto es, la
capacidad que tiene un escritor de hacernos creer lo que sea. Para
esto se vale de elementos de la cotidianeidad, y juega con sus
posibilidades para crear una historia.
La literatura realista
Se reconoce porque toda la trama y sus personajes están dentro de
las coordenadas de la realidad. Sus hechos son lógicos,
generalmente cronológicos, se rigen por la causa y el efecto y sus
personajes son asimilables a la vida de cualquier persona. Esto es
así porque una de las características principales de los libros
realistas es el trabajo puntilloso sobre la psicología de sus
personajes y la descripción de su entorno.
En un principio estas obras se volcaron a la narración de hazañas
de los grandes hombres de la nobleza (el caso del Cantar del Mio
Cid, en la Edad Media), pero poco a poco se llega a otra noción del
hombre, presentándolo en una dimensión más humana, con sus
conflictos internos y sus dudas. Hamlet, de Shakespeare es un
ejemplo de esta transición.
Ya más cercano a nuestro siglo, en la vorágine cultural europea,
el realismo literario sienta sus bases definitivas de la mano de
Madame Bovary, personaje paradigmático del conflicto del hombre común.
Fue Gustave Flaubert (1821-1880) el autor de esta magistral obra.
El ruso Fedor Dostoievski (1821-1881), contemporáneo del anterior,
también es uno de los más grandes autores de este género, siendo
una de sus obras más importantes Crimen y Castigo.
Dentro del realismo surgieron varias corrientes literarias específicas.
Es el caso del existencialismo francés, cuyos mayores exponentes
fueron Albert Camus (1913-1960) y Jean Paul Sartre (1905-1980). Las
obras existencialistas parten de la negación de todo lo que esté más
allá de la experiencia humana. También podemos mencionar el
grotesco, que exacerba los conflictos del hombre, y la sátira, que
constituye una crítica dirigida a los poderes y sistemas de la
sociedad.
Otra manifestación de la literatura realista es la narración
policial, que tiene una estructura propia. Su precursor fue el
norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849). Con su cuento Los
asesinatos de la calle Morgue inspiró a figuras célebres como el
argentino Jorge Luis Borges, e inauguró el género por el que
entraría el detective Sherlock Homes, la pluma de Agatha Christie,
y Gilbert K. Chesterton, cuyas obras contienen elementos que
participan de lo fantástico.
El género fantástico
Surge del entrecruzamiento de lo cotidiano con lo extraño. Rompe
con la causa-efecto del realismo, y lleva al lector a vacilar con
respecto a la idea que tiene de la realidad. Lo extraño puede tomar
diversas formas: puede introducirse imprevisiblemente en la realidad
y hacerla tambalear; la realidad misma puede ser extraña, o en algún
caso extremo, ésta es anterior o paralela a la que conocemos.
La irrupción
El personaje de las historias en las que lo extraño irrumpe, es por
lo general un ser común y corriente, lúcido y escéptico, que poco
a poco ve tambalearse el mundo a su alrededor. Puede ser víctima de
apariciones, de alucinaciones, de vampiros, o de cualquier tipo de
acontecimiento sobrenatural . Aquí se inscribe el género terrorífico,
muy explotado por Poe tanto en su prosa como en su poesía, poblada
de espectros de mujeres amadas, de bestias presagiosas y de espíritus
atormentados por la cercanía de la muerte. Así como Poe fue el
precursor de la literatura policial, lo fue también de la terrorífica.
No existe autor de este género que no lo haya tomado como punto de
partida.
Es el caso del norteamericano H. P. Lovecraft (1890-1937), quien
inventó lo que la crítica llamó horror cósmico. Allí el miedo
se encarna, no ya en espíritus o seres terrenales, sino en
entidades venidas del espacio. Varios autores se le unieron, creando
los famosos Mitos de Cthulhu. Como Poe, Lovecraft no fue reconocido
en vida.
Este tipo de historias encuentran su mejor expresión en las
narraciones cortas (cuento y novela corta), ya que logran un efecto
más inmediato y puntual. También es habitual que sean escritas en
primera persona, lo que las dota de gran fuerza, pues es la víctima
quien nos habla y nos cuenta, desesperada, su relato.
Otra rama de lo terrorífico, que ha llegado a convertirse en un género
en sí mismo, es el vampirismo. El trasfondo de estas narraciones es
la lucha interminable entre el bien y el mal, pero con un
ingrediente más: el deseo y la tentación del bien por ser parte de
ese mal. Porque los vampiros encarnan la utopía de la inmortalidad,
y si bien muchos de ellos odian ese maligno don, los mortales llegan
a desearlo, abierta o secretamente. Las obras que inmortalizaron a
los vampiros y que constituyeron el disparador de una enorme
producción literaria y más tarde cinematográfica, fueron Drácula
(1897) del Bram Stoker, y Carmilla (1872), de Joseph Sheridan Le
Fanu. Los vampiros contemporáneos más famosos son los que han
salido de la inteligente pluma de la norteamericana Anne Rice. Sus
crónicas vampíricas, que incluyen Entrevista con el vampiro,
Lestat el vampiro, La reina de los condenados y El ladrón de
cuerpos, nos presentan a seres bellos, atormentados, solitarios, con
una increíble capacidad de amar y odiar al mismo tiempo.
La ciencia ficción
Es el caso en que toda la realidad es extraña. Habitualmente estas
historias tienen lugar en el futuro, y nacieron por el auge de las
tecnologías y la era espacial. Uno de sus mayores cultores es Ray
Bradbury. En sus narraciones, los personajes han tenido que
abandonar la Tierra por diversas razones, y deben buscar el modo de
subsistir en otros planetas. En esta línea podemos mencionar sus
obras Crónicas marcianas y Las doradas manzanas del sol. Más tarde
este autor se volcaría al género policial (La muerte es un asunto
solitario, etc.)
Arthur C. Clarke se caracteriza por su combinación de imaginación
con rigor científico. Es autor de 2001 Odisea en el espacio, que
fue llevada al cine por Stanley Kubrick, y de El fin de la infancia,
que lleva a un punto extremo e insospechado la vacilación propia de
lo fantástico.
Pero existen tres grandes obras paradigmáticas de este género, no
sólo por el excelente uso de los recursos de la ciencia ficción,
sino porque contienen un trasfondo político muy pesimista y
palpable. Nos referimos a Farenheit 451, del mencionado Bradbury, a
1984 de George Orwell, y Un mundo feliz, de Aldous Huxley. En los
tres libros el mundo se ha vuelto una suerte de prisión
autoritaria, mecanizada, en la que no existe posibilidad de escape.
El mundo paralelo
El genial J.R.R. Tolkien (1892-1973) fue el creador de la mitología
más compleja y completa del siglo XX, que llegó a su máxima
expresión en El señor de los anillos, y su precursor, El Hobbit.
La cabeza de Tolkien es increíble. Inventó un mundo completo, con
su historia, su flora y su fauna, sus razas y sus lenguas.
Tomó elementos de la mitología griega y romana, de los cuentos
maravillosos y el folklore europeos, de lenguas antiguas y modernas,
y lo conjugó todo creando el universo maravilloso que inspiraría
posteriormente a las famosas sagas norteamericanas de Dungeons &
Dragons y los juegos de rol.
Al leer a Tolkien y a sus seguidores, no se experimenta vacilación
alguna con respecto a la realidad de este mundo, sino que somos
transportados a otro mundo, completamente diferente, con sus códigos
y leyes propias, pero que siguen respondiendo a motivos humanos como
bien y mal, lucha y conformidad, poder y sumisión.
La convivencia
Nos referimos al realismo mágico cuyo mayor exponente es el
colombiano Gabriel García Márquez con su célebre obra Cien años
de soledad. Este autor abrió, para toda la tradición literaria, el
camino para conocer el espíritu latinoamericano. Elementos
aparentemente disímiles conviven felizmente en un universo en donde
todo es posible. Nociones tan convencionales como el tiempo, la
familia, las costumbres, la muerte, se invierten y se enrarecen
hasta el punto en que es natural que uno de los personajes vaya al
encuentro de la muerte volando en una sábana.
De algún modo, Márquez, con una sabia y peculiar mirada literaria,
conjugó las costumbres y la magia de las creencias del trópico
latinoamericano, ubicándolas como sustento de la realidad.
Otros cultores de este género son Alejo Carpentier, Isabel Allende
y Laura Esquivel.
Un caso aparte: Julio Cortázar
Este autor argentino supo aunar todos los elementos que hemos
mencionado hasta ahora. Tanto es así, que resulta difícil
encasillarlo en algún género específico. Sus obras circulan por
el realismo, lo fantástico, lo mágico y lo terrorífico, pues para
él todo esto convive con las acciones humanas. En su novela Rayuela
le plantea un juego al lector, que puede elegir leerlo de diversas
formas, enfrentándose a la realidad en forma dislocada y sin un
orden establecido.
Y para terminar: el absurdo
Es la expresión extrema del divorcio entre causas y consecuencias.
Las obras de este género siempre terminan mal, tienen un trasfondo
trágico que perseguirá incansablemente a sus personajes. Las
intenciones de mejorar, de relacionarse afectivamente o de cambiar
de alguna forma lo adverso, se ven truncadas por el hecho poderoso y
fatal de la maldad y la incomprensión del otro, que se ve como
característica fundamental de los seres humanos.
Como ejemplos de esta tendencia, en la que las obras de teatro
ofrecen la mejor vía de expresión, podemos citar: Esperando a
Godot de Samuel Beckett, La cantante calva de Eugene Ionesco,
Enrique VIII de Luigi Pirandello, y también la obra de Albert Camus
El malentendido.
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