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Filosofía Resumen para el 1º Parcial Cátedra: Abraham 2º Cuat. 2012 Altillo.com

Edad Antigua: 10000AC-476DC Caída del Imperio Romano de Occidente.
Edad Media: V-XV Caída del Imperio Otomano, descubrimiento de América
Edad Moderna: XV-XVIII Revolución francesa. Edad Contemporánea: XVIII-presente

La filosofía nació en la democracia griega de Atenas entre VIII-V AC, junto con la aparición de la polis, una comunidad organizada bajo un mismo tipo de gobierno, que hizo que la vida social y las relaciones entre los hombres adquirieran una forma nueva. En la polis la palabra se convierte en un instrumento de poder, en la herramienta política por excelencia: la verdad y la ley en la polis son producto de la discusión y el intercambio de opiniones. La palabra es un medio de mando y dominación, por lo que el ejercicio del lenguaje, el arte de la retórica o la dialéctica, que enseñan como argumentar y persuadir, se transforma en el arte político, el principio de gobierno (arkhé).
La democracia es el gobierno del demos (ciudadanos varones, libres y nativos), y el estado surge de la noción de que debe haber una ley que se aplique a todos por igual, ya que los ciudadanos son semejantes entre sí (homoioi): hay un interés público que está por encima de los intereses particulares (bien común). Así, la isonomía (igualdad ante la ley) constituye las relaciones recíprocas entre los hombres y la unidad que encuentran en la polis.
En la polis se produce una publicidad y democratización política y cultural: las leyes y los conocimientos son fijados y divulgados por la escritura y son llevados a la plaza pública y sometidos a crítica y debate ya que la polémica es la regla del juego intelectual y del juego político. Es característica de la polis la práctica abierta en el ámbito público, a la vista de todos: la verdad deja de ser un secreto religioso reservado para unos pocos. El templo pasa a ser una residencia pública, los ídolos y los relatos secretos pierden su misterio y eficacia, produciéndose una secularización de la verdad: se pasa del mito, donde la voz del rey, de carácter divino, es la verdad y la ley, al logos, a la verdad discutida.
Como resistencia a la laicización y racionalismo político, surgen las sectas, las asociaciones secretas, cerradas y jerarquizadas que ofrecen la revelación de una verdad espiritual, un privilegio religioso para los iniciados o los elegidos (los discípulos). Este grupo, liderado por un sabio que se considera poseedor de un saber no común, inaccesible para la mayoría, se alejará de la ciudad ya que no es entendido en la polis. Por otro lado, surgirán los sofistas: los sabios propios de la polis, que enseñan el arte de hablar, discutir y argumentar por dinero. Los destinatarios de estas enseñanzas serán las clases más ricas, que las usarán para prepararse para gobernar. La filosofía nace en la ambigüedad entre la polis y sus sofistas (vida pública), y las sectas y sus sabios (secreto).
Por otro lado, se produce una democratización de la función militar (antes privilegio aristocrático), donde la audacia y proeza individual del héroe dejan de ser admiradas y consideradas como valor militar, y toma su lugar la disciplina del hoplita, el guerrero de la polis. Las modificaciones en el armamento y la revolución técnica del combate transforman al guerrero, cambian su puesto en el orden social y su esquema psicológico: el hoplita es una unidad intercambiable del ejército y su poder individual debe doblegarse ante la ley del grupo, siendo rechazadas las exaltaciones de prestigio y gloria de tradición aristócrata, que exaltan las desigualdades sociales y la distancia entre individuos, crean envidia y discordancia y ponen en peligro el equilibrio y la unidad de la ciudad
En Esparta, el factor militar parece haber traído la nueva mentalidad. Entre el siglo VII y VI, Esparta se repliega sobre sí misma y se dedica enteramente a la guerra. Rechaza la ostentación de riqueza, por lo que prohíbe el uso de objetos suntuarios y determina la manera en que deben construirse las casas particulares o la práctica de las comidas comunes, se cierra al intercambio con el extranjero, desdeña las letras y las artes y queda al margen de las corrientes intelectuales. Sin embargo, aunque se haya aferrado a instituciones arcaicas, el cambio en las técnicas de guerra provenía de la exigencia de un mundo humano equilibrado y ordenado por la ley. El espíritu igualitario se traducía en el cuerpo de soldados-ciudadanos que disponían de un lote de tierra como los demás, en el equilibrio logrado entre la monarquía y el pueblo y en el orden que reglamenta el poder de todos los individuos (la ley). De cualquier forma, la nueva Esparta surge por preocupaciones militares, lo que hace que la palabra no tenga la importancia que tiene en Atenas: se someten a leyes casi oraculares sin discusión, rechazando los discursos extensos y los debates contradictorios.

Platón (427-350 AC): Apología de Sócrates (470-399): defensa de Sócrates ante los jueces, defensa de Sócrates de Platón. Sócrates: sus primeros 40 años coincidieron con la Atenas gloriosa que luego cayó en decadencia tras la derrota ante Esparta en 404 AC. Los griegos daban gran cuidado a su cuerpo y Sócrates se presentaba como alguien feo y molesto que seducía a los jóvenes para corromperlos: Sócrates representaba lo monstruoso de la sociedad. Mientras que la verdad, la justicia y la razón eran características de la polis, la mentira, la calumnia y la pasión serán lo que en definitiva condena a Sócrates a muerte.
Sócrates distingue dos tipos de acusadores: sus primeros acusadores y tres acusadores legales (Meleto, Ánito y Licón). Los primeros acusadores son los responsables de la mala fama que se le adjudica a Sócrates, que luego servirá de apoyo para los acusadores reales.
La acusación de la cual ha nacido esa mala opinión sostiene que Sócrates comete delito y se mete con lo que no debe al investigar las cosas subterráneas (el Hades) y celestes (astronomía), al hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros. A esto Sócrates responde que nunca ha hablado de esos temas y como prueba propone que quien lo haya escuchado hablar de ello lo diga. Al comenzar su defensa y antes de adentrarse en esta acusación, Sócrates explica que de él no escucharán bellas frases adornadas, sino solamente la verdad y en la forma en que él sabe expresarse; es decir, no es un sofista hábil en el arte de la palabra. Además, no enseña ni cobra por ello y pone como prueba su encuentro con Calias (el hombre adinerado que más dinero ha pagado por la educación de sus hijos para que puedan gobernar), que eligió a Eveno de Paros como el mejor educador y no a Sócrates, que dice que no posee saberes como los de Eveno. Sócrates es el único acusado de sofista, cuando hay muchos sofistas yendo de ciudad en ciudad persuadiendo jóvenes, ofreciéndoles lecciones por dinero aun cuando podrían obtenerlas gratuitamente de sus conciudadanos.
Sócrates propone una objeción que podría hacérsele: no se habría formado la mala opinión si él no hiciera algo diferente a lo que hace la mayoría. Por ello dice que él es poseedor de un tipo de saber que podría llamarse la sabiduría propia del hombre, pero que cualquier otro saber que se le adjudique es por falsa reputación. Este saber tiene origen en la visita de su amigo democrático Querefonte (los democráticos acusan a Sócrates, pero prueba que tiene un amigo democrático y por tanto no es dictador) a Delfos para ver a la pitonisa, a quien preguntó si había alguien más sabio que Sócrates. Como Sócrates pensaba que era ignorante, creía que era extraño que el dios le diga que es sabio, pero el dios no miente. Por ello comenzó la misión encomendada por Apolo: averiguar en qué consiste la sabiduría para saber qué quería decir el oráculo y para ver si se refuta el vaticinio. Para ello le pregunta a la gente del pueblo que se cree sabia y es reconocida como sabia. Primero les pregunta a los políticos qué es la justicia pero sus respuestas son incompletas y demuestran que, creyendo que sabían algo, en verdad no lo sabían. Luego pregunta a los poetas, pero como hablan en trance, inspirados por las musas, no saben lo que hacen y no pueden explicar su obra: son hacedores de cosas pero no saben qué es lo que hacen. Por último, preguntó a los artesanos, que por realizar bien su arte creían ser sabios respecto de tantas otras cosas que en realidad no sabían. Sócrates no sabe la verdad y no es sabio acerca de lo que refuta a otros (muestra que algo es mentira pero no muestra la verdad), pero tampoco cree saber, por lo tanto es más sabio que todos los anteriores: el ignorante es quien cree que sabe cuando en verdad no sabe y el sabio es quien es conciente de que no sabe.
Como parte de su misión divina, cuando Sócrates ve que alguien cree que es sabio y no lo es se lo demuestra, ganando enemistades y presentándose como una persona molesta. Los jóvenes que lo siguen por elección propia, hijos de los más ricos que disponen de tiempo libre, se divierten al verlo examinar a la gente de la polis. Los hijos de los poderosos se ríen de ellos gracias a Sócrates. Hasta los discípulos refutan a los que se llaman sabios y se enojan con Sócrates en lugar de enojarse con ellos mismos. Así, conducidos por las pasiones, dicen que Sócrates es malvado y corrompe a los jóvenes, pero cuando se les pregunta qué es lo que hace Sócrates y qué enseña, no pueden decir nada porque lo ignoran, pero para no parecer confundidos dicen todo lo que usualmente se dice de los filósofos: las cosas del cielo, lo que está bajo tierra, que no creen en los dioses y que son hábiles para hablar.
Luego expone la acusación real que le hace Meleto. Meleto acusa a Sócrates de corromper a los jóvenes al no creer en los dioses en los que cree la ciudad, sino en otras divinidades. Sócrates dice que Meleto es quien delinque bromeando en asuntos serios, sometiendo a juicio con ligereza a las personas y simulando preocuparse por cosas que no le interesan. Puesto que le preocupan los jóvenes, debería saber quienes los corrompen y quiénes los hacen mejores. A esto, Meleto dice que todos los atenienses hacen buenos a los jóvenes, menos Sócrates, que es el único que los corrompe. Sin embargo, Sócrates pone como ejemplo que hay pocos que hacen mejores a los caballos y muchos que los hacen peores, por lo que debe haber especialistas para educar a los jóvenes y tendrían mucha suerte si sólo una persona pudiera corromperlos. Como es mejor vivir entre ciudadanos honrados que entre ciudadanos malvados, los jóvenes no deberían elegir seguir a Sócrates ya que no es lógico que quieran recibir daño de personas malvadas. Meleto dice que Sócrates corrompe a los jóvenes voluntariamente, pero Sócrates responde que no tiene sentido que los corrompa a propósito porque de hacerlo, los haría malvados y por lo tanto podrían hacerle daño a Sócrates. Si Sócrates les hace mal es porque no se da cuenta y ellos tampoco, y si es involuntario Sócrates necesita enseñanza y no castigo, por lo que no merece estar en un juicio.
Por otro lado, cuando el acusado le pregunta a Meleto si dice que no cree en absoluto en dioses (ateo) o que cree en nuevas divinidades, Meleto elige la primera (contradiciéndose con la acusación original) y lo acusa de creer que el sol es una piedra y la luna tierra, como decía Anaxágoras. Sin embargo, Sócrates no enseña eso a sus discípulos, quienes lo pueden leer de los libros que circulan en la polis, y además, si cree en la palabra del oráculo, cree en Apolo y no es Ateo. Si Meleto dice que Sócrates enseña cosas relativas a las divinidades, Sócrates tiene que creer en las cosas divinas, y si cree en las divinidades, cree en los dioses. Es decir, Meleto lo acusa de no creer en los dioses y de creer en los dioses; Meleto es desacreditado.
Sócrates sabe que lo que lo va a condenar son sus enemistades y su mala reputación y no las acusaciones de Meleto, Ánito y Licón, pero Sócrates no es un cobarde y no calcula las pérdidas y ganancias de vivir como vive; el héroe actúa casi divinamente y se arriesga a morir, viviendo una vida digna. Desde esta posición, Sócrates se compara con Aquiles, que sabía que la muerte de Héctor traería a continuación su propia muerte, pero lo mató igual para hacer justicia por la muerte de Patroclo. Si no lo hubiera hecho, sería un peso inútil en la tierra, una inercia. Además uno no puede temerle a la muerte porque cuando se la experimenta uno ya no la puede contar; es algo desconocido La vida de Sócrates tiene una dirección que es la filosofía, y su tarea le fue encomendada por el dios de la ciudad. ¿Por qué debe ser juzgado si obedece al dios? Sería correcto juzgarlo si lo desobedeciera, pero es injusto condenar a alguien por filosofar. Sócrates dice que si los jueces lo absolvieran con la condición de que deje de filosofar, él lo seguiría haciendo porque los dioses son superiores a los hombres y le tiene más miedo al castigo divino que a la muerte. La tarea de Sócrates es pinchar y despertar a la polis que está dormida para que se mueva y busque los saberes y la verdad, y asegurarse de que primero se honre la virtud, luego el cuerpo propio y luego la riqueza material externa al cuerpo. Sólo desde lo espiritual se puede cuidar de lo material. A Sócrates no le molestan las acusaciones, pero sí que la polis juzgue injustamente a un hombre que trata de hacerle bien a la ciudad. El cumplimiento de esa tarea hace que Sócrates descuide a sus bienes familiares y que viva en la pobreza (también prueba de que no cobra por enseñar a nadie).
Si bien a Sócrates se preocupa por los asuntos públicos, nunca ha hablado en una asamblea y se ha acercado únicamente de forma privada a los ciudadanos porque de haberlo hecho hubiera muerto mucho antes y un hubiera sido útil para el pueblo ni hubiera cumplido su misión divina. Aquí Sócrates explica que adentro suyo tiene un demonio que evita el peligro y disuade a Sócrates de hacer política. Sin embargo, Sócrates lucha por la justicia y se opuso a no recoger a los náufragos de la batalla naval de 404 y se opuso a ir a buscar a León como orden de los Treinta.
Sócrates pide que si a alguien ha hecho daño, lo acusen y se venguen, pero todos sus discípulos están dispuestos a ayudar a quien los corrompe y hace mal a sus familiares como dicen sus acusadores. Y aun si los corrompidos tuvieran motivo para ayudarlo, lo mayores son concientes de que Meleto miente. Sócrates no rogará ni llorará ni traerá a sus familiares para dar pena a los jueces porque significaría avergonzar a la ciudad temiendo algo que no conocemos e influenciando a los jueces en favor de una sentencia injusta. Sócrates es encontrado culpable (280-221). El acusador propone como castigo la muerte y el acusado propone una pensión vitalicia en el Pritaneo, donde se alimenta a los héroes. La pena debe corresponderse con el acto y como Sócrates no va a aceptar culpabilidad alguna, no propone un castigo. Sócrates es condenado a muerte, no por falta de palabras, sino de osadía y desvergüenza, por no hacer nada innoble frente al peligro y por no haberles dicho lo que era más agradable que oyeran. Sócrates previene a los atenienses que Zeus los castigará por hacer algo injusto, y que como él es la expresión de la juventud que busca un referente, luego de matarlo, deberán matar a todos los jóvenes. Por otro lado, el daimon no se le presentó como advertencia antes de defenderse en el tribunal, por lo que es posible que la muerte no sea algo malo. Si la muerte es una ausencia de sensación (anhedonia), un sueño, un descanso, es una ganancia, dice Sócrates, y si la muerte es un cambio de morada para el alma y se encuentra a todos los que han muerto, también lo es porque se encontrará con los verdaderos jueces y con personas como Hesíodo y Homero. Y estando allá, Sócrates seguirá haciendo lo que hace en la tierra y no será condenado a muerte, porque los de allá son más felices y son inmortales. Convencido de que la muerte no será un mal para él, piden que remedien el daño que están haciendo condenando a un hombre injustamente, haciendo a sus hijos mejores personas, o sino deberán atenerse al castigo de Zeus.
A Critón le debemos un gallo: Sócrates se curó, la vida era una enfermedad. Sócrates está cansado de la existencia y quiere descanso; quien quiere la vida busca pelear y Sócrates buscaba la muerte. Ignorancia: soberbia (creer saber lo que no se sabe), sentido común (reconocer que no se), socrática (reconocer que no se y buscar eso que no se.)

Quiénes son los verdaderos filósofos: quienes aman (philia) contemplar (theoria) la verdad (aletheia). Lo hermoso es lo contrario de lo feo: como son cosas distintas, cada una es una cosa; dos cosas idénticas son una sola cosa. Toda idea (Eidos, lo que se ve con los ojos del alma –psyché-) es una, pero cada una reviste múltiples aspectos. Los aficionados a los espectáculos y a las artes y los hombres de acción son incapaces de concebir lo bello en sí con su alma: los sofistas se pierden en la asamblea con las voces y no saben la verdad. Pueden reconocer las cosas bellas (ven con los ojos), pero no la belleza en sí (que requiere ver con el alma): los sofistas sueñan, creen que es la realidad, pero los filósofos saben que el sueño (mundo sensible) es copia de la realidad (mundo de las ideas). El aficionado al espectáculo de la polis piensa que la verdad es resultado de la discusión, pero el filósofo sabe que no todos pueden acceder a la verdad y precisamente debe gobernar quien lo haga (el filósofo).
Por esto, el pensamiento del filósofo se llamará conocimiento (episteme) y el del sofista, opinión (doxa). Las potencias del saber se corresponden con diferentes grados de realidad; cada una tiene un poder diferente sobre un objeto diferente. Si el que conoce, conoce algo que existe, lo que no existe (la nada) no puede ser conocido (ignorancia), y lo que existe y no existe al mismo tiempo es el objeto del plano del saber de la opinión, que es algo más oscuro que el conocimiento y más claro que la ignorancia El sofista no cree que haya un mundo de las ideas o un ser puro, una esencia de la verdad o de lo justo; para él nada es inmutable y reconoce sólo la multitud de las cosas bellas, y por eso opina. Sin embargo, las cosas pueden ser bellas y feas, justas e injustas, chicas o grandes desde cierto punto de vista, y cada una participa siempre de las dos cualidades. Los sofistas opinan sobre todo, pero no conocen lo que opinan, a diferencia de los filósofos, que contemplan las cosas en sí, inmutables en su esencia, y se elevan al conocimiento en lugar de atenerse a la opinión. Así se llamarán filodoxos quienes buscan y aman las cosas que son objeto de la opinión y filósofos quienes buscan y aman las cosas en sí.
La doctrina de las ideas de Platón establece en un extremo el ámbito inteligible (el ser o la claridad, lo uno, lo inmodificable, lo inmutable, lo eterno, la esencia, la idea), en el otro la nada (el no ser o la oscuridad) y en el medio el mundo sensible (el ser y el no ser, lo múltiple, lo perecedero), que se corresponden respectivamente con el conocimiento, la opinión y la ignorancia.
Platón usa la alegoría del sol para explicar qué es el bien, y para ello empieza por hablar del hijo del bien: el sol. Primero plantea que al usar nuestros sentidos se requieren dos cosas (el oído y la voz, la mano y el objeto), pero en el caso de la vista necesitamos una tercera cosa sin la cual no vemos nada: la luz. El sol es la causa de que podamos ver y ser vistos y es causa de la vista. En el mundo sensible, con relación a la vista y a los objetos visibles, el sol es análogo al bien en el mundo inteligible, en relación con la inteligencia y los objetos inteligibles. Cuando vemos objetos iluminados por el sol, la visión parece estar en nuestros ojos como dos pequeños soles, y así, cuando un objeto está iluminado por la verdad y el ser, el alma conoce; cuando se encuentra envuelta en las tinieblas no ve con nitidez y solamente opina. El sol gobierna el mundo sensible: el sol permite ver u opinar sobre las cosas (fundamento gnoseológico), y es causa indirecta de la vida (fundamento ontológico). Y el bien gobierna el mundo inteligible: el bien nos permite conocer las ideas y las conexiones entre ellas (fundamento gnoseológico), y gracias al bien existen las ideas (fundamento ontológico.)
En su paradigma de la línea, Platón ubica dentro del mundo sensible, en el mínimo grado de realidad, las imágenes (las sombras y reflejos que dependen de la luz y del objeto), a quienes les corresponde la imaginación (eikasia) o la conjetura como grado del saber. Sobre las imágenes, dentro del mundo sensible, se encuentran los objetos (animales, plantas, cuerpos), de los cuales las imágenes son copia, y a quienes les corresponde la creencia (pistis). Sobre los objetos coloca las ideas matemáticas, ya en el plano de lo inteligible, a quienes les corresponde el entendimiento (dianoia), y por sobre las ideas matemáticas, las ideas morales (justicia, piedad, amistad) y metafísicas (belleza, ser, vida), a quienes les corresponde la inteligencia (noesis). El paradigma de la línea constituye un movimiento ascendente y debe pasarse por todas las instancias para poder acceder a las esencias. El movimiento del ámbito sensible al ámbito inteligible se da por el uso de objetos para comprender las ideas matemáticas: el hombre es cuerpo y alma, y a medida que se separe más de su cuerpo llegará a las verdades matemáticas y dejará de necesitar el mundo sensible como corroboración. Las ideas matemáticas parten de hipótesis para crear ciencia: no se remontan al primer principio, del que se deduce la cadena deductiva que dan por supuesta. Estos axiomas son estudiados en el segundo plano de lo inteligible, que se remonta al principio de todo (la idea de bien) y llega a él mediante el uso de la razón y la dialéctica, sin volverse al mundo sensible. La idea de bien permite una visión sinóptica que establece relaciones que a simple vista no se ven; al entender el bien se entiende el sentido y la finalidad del mundo. El que realiza este ascenso es quien debe gobernar la polis (el filósofo)
Platón propone la alegoría de la caverna para comparar el estado de nuestra naturaleza estando o no esclarecida por la educación. Plantea un cuadro imaginario donde en una caverna abierta a la luz se encuentran hombres que desde el nacimiento han estado encadenados, obligados a ver el fondo de la caverna. Atrás suyo se encuentra un fuego, y en el camino intermedio, escarpado y complicado, se encuentra un biombo semejante al de los titiriteros. Allí otros hombres levantan figuras que los esclavos ven como sombras contra la pared de la caverna, sin saber que son sombras, y siendo ellas lo único real que conciben.
En la hipotética liberación del prisionero, el mirar a la luz del fuego (que representa al sol) le causará dolor y el deslumbramiento impedirá distinguir los objetos cuyas sombras veía anteriormente. Deberá adaptarse a un nuevo tipo de realidad, pero esto traerá resistencia: tratará de volverse a las sombras que no le causan dolor y le parecen más verdaderas ya que ahora ve con menos claridad. Distinguirá fácilmente las sombras, luego lo que se refleja en las aguas y luego los objetos mismos. Después deberá elevar la mirada a los astros de noche (astronomía, ciencia matemática), y por último verá durante el día a la luz del sol (que representa al bien) y será capaz de contemplarlo donde realmente está. Comprenderá que gobierna todo en el mundo visible y que es la causa de lo que veía con sus compañeros en la caverna. En el recuerdo de la antigua morada, se sentirá agradecido de que lo forzaran a salir de la caverna y compadece a sus compañeros que discuten entre sombras (los sofistas) y se preocupan por los premios, honores, riquezas y cosas materiales. Preferiría sufrir afuera de la caverna antes que vivir lo que vivía en la caverna.
El filósofo no forma sectas, sino que vuelve a la polis. Por lo tanto, en la supuesta vuelta a la caverna, el hombre liberado se sentirá cegado por las tinieblas y deberá acostumbrar sus ojos de nuevo a la oscuridad (la vista puede turbarse cuando se pasa de la sobra a la luz o de la luz a la sombra). Le costará reconocer las sombras que antes conocía tan bien y los esclavos se burlarán de él, dirán que ha perdido la vista, que no vale la pena intentar el ascenso y si alguien tratara de obligarlos a salir a la luz y ellos tuvieran la fuerza para resistirse, lo matarían. Por ello es entendible que los sabios formen sectas y quieran vivir en la región superior y no tener que ocuparse de asuntos humanos: los sabios son egoístas porque los pueden matar, entonces guardan sus saberes para sí. La polis no debe ser gobernada por los sofistas que gobiernan sin un fin porque no conocen el bien, ni por ciudadanos comunes que fueron educados por sofistas, ni por los sabios, que ya descubrieron la verdad, pero no quieren responsabilizarse de asuntos mezquinos. La misión del filósofo para Platón no es solo pinchar, sino también gobernar (epistemocracia: gobierna el que sabe y sabe que su saber debe ser compartido, entonces para liberar a la gente debe gobernar)
La educación no es algo que se proporcione como si se infundiera visión en ojos ciegos. El educador sofista trata a la educación como un conjunto de conocimientos, una mercancía que le da al que no la tiene a cambio de dinero. Sin embargo, la sabiduría no debe buscarse afuera, sino que hay que hacer que la verdad salga del alma, que nazca algo de lo que ya tenemos (dar a luz al conocimiento –mayéltica-). Esto se fundamenta en que las almas pululan allí donde se contemplan las ideas, y cuando se encarnan atraviesan el río Leteo, el río del olvido. El alma se encierra en un cuerpo en el mundo sensible, que tapa el conocimiento que tiene. Así conocer la verdad es recordar la vida pasada (el cuerpo es la tumba del alma y para sacarlo hay que dialogar), y el maestro buscará quitar el velo al alma, pero al conducir el camino termina por encerrar a quien liberó en el camino que él recorrió.

La concepción de los griegos era que la verdad era el producto de la discusión, pero Descartes (1590-1650), conociendo el cristianismo, toma la verdad como algo escrito, el texto sagrado.
Descartes sostiene que el buen sentido es lo mejor repartido en el mundo: todos tenemos en igual cantidad y proporción la facultad para conocer, y la diferencia de opiniones no surge de que algunos sean más inteligentes que otros, sino del mal uso de la razón. La verdad existe en la naturaleza, cuya voz es la ley. Lo único que necesitamos para conocerla es la razón (no la religión ni las sagradas escrituras), y todo puede conocerse si se sigue la serie de pasos que forman el camino entre el sujeto o razón y el objeto o verdad (el método). Esto hace que caiga dios, la iglesia, el teocentrismo y genera escepticismo (la razón es soberbia y no podemos conocer nada de verdad ni afirmar nada tampoco). Descartes va en contra del escepticismo, pero no puede recurrir a la fe para enfrentarlo, así que debe contradecirlo desde la razón: usa la lógica del escepticismo dudando de todo, y a partir de la duda metódica, llega a una verdad. El método tiene cuatro reglas: la regla de la duda y la evidencia (no aceptar nada como verdadero si se me presenta como absolutamente falso o con el mínimo motivo de duda), la regla del análisis (descomponer un problema en tantas partes como sea necesario y trabajar con los elementos simples que lo componen), la regla de la síntesis (componer el objeto a partir de todas las partes analizadas), y la regla de la enumeración (repasar si he aplicado bien los pasos anteriores). La duda nos prepara para desligarnos de nuestros sentidos y todo lo que construyamos sobre verdades será indubitable.
Descartes tira abajo el edificio de las creencias que le han sido instauradas desde la niñez, pero no analiza cada una de sus opiniones ya que sería una tarea infinita, sino que barre con los fundamentos dudosos, prejuiciosos y falsos que sostienen al edificio. Construir un nuevo suelo firme y cierto es una tarea complicada, por lo que esperó a llegar a la madurez para realizarla, de modo que no se deje llevar por las pasiones como cuando era joven, y sin dejar pasar más tiempo porque la muerte es cada vez más próxima. Las condiciones para realizar este trabajo son el silencio, la soledad, la tranquilidad y no tener ninguna necesidad primera.
Todas las creencias tienen dos bases: los sentidos y la razón. Los sentidos son engañosos en situaciones preceptúales desfavorables y sobre las cualidades secundarias (aspectos cualitativos de los objetos) y no puedo confiar en aquello que alguna vez me engañó; no puedo pretender que me den verdades absolutas y evidentes. Sin embargo, hay cosas de las que no es razonable dudar porque estaría loco (perdería el principio de realidad) o estaría soñando (manifestación del inconciente, locura temporánea). El sueño es una mezcla de imágenes que tomé de la realidad, pero no hay criterios irrefutables que aseguren que no estoy soñando cuando pienso que estoy despierto (es una ilusión que me engaña). Deben haber cosas simples y universales que son verdaderas y existentes, de cuya mezcla están formadas todas las imágenes de las cosas que residen en nuestro pensamiento. Dudando así de la existencia del mundo, se ponen en duda las ciencias del mundo y del cuerpo como la física, la astronomía y la medicina, y en principio las ciencias como la aritmética y la geometría parecerían indudables, ya que si sueño un triángulo, sueño una figura de tres lados y lo percibo igual que en lo que creo que es la realidad.
Tengo en mí la opinión de que hay un dios absoluto creador, del que soy criatura, omnipotente, perfecto, bondadoso y de suprema sabiduría. Sin embargo, dios no puede ser la bondad como dice el cristianismo porque yo me equivoco. Si dios existe y me engaña, no puede ser lo que dicen que es: dios es perverso o dios no existe, pero no puede ser bueno y engañarme. Y si me engaña a veces, tampoco puedo fiarme de las cosas en las que no me engaña. Sin embargo, tomemos la suposición de los ateos de que dios es pura fábula y atribuyen mi creación al azar o a una continua consecuencia. Dudar y equivocarse es una imperfección, por lo que o bien el azar o mi creador son imperfectos o bien el perverso es perfecto. Suponiendo que dios no es la suma bondad, supondré la existencia de un espíritu maligno que se dedica a engañarme y pone en mi mente imágenes falsas del mundo. De esta forma no podré afirmar ni negar nada; suspenderé mi juicio y me cuidaré de que el genio maligno nunca pueda imponerme nada (duda hiperbólica).
Habiendo encontrado motivos para dudar del mundo, Descartes se pregunta si hay algo de lo que no pueda caber ninguna duda y si él mismo existe, y si existe, qué es. No puede definirse como animal racional ya que debe explicar qué es cada cosa y no hay un mundo para explicar qué es un animal. ¿Es tan dependiente del cuerpo y los sentidos que sin ellos no puede existir? Si he pensado algo es porque yo soy: pienso luego existo (cogito ergo sum): yo soy libre, pienso y dudo y no hay poder que me haga dejar de pensar. Existo porque el genio maligno me engaña, y aunque puede engañarme acerca de lo que pienso, no puede hacerme dudar de que estoy dudando. Me doy cuenta que existo porque pienso aunque sería falso pensar que mi pensamiento se corresponde con el mundo; soy como un dios que crea un mundo que existe solo dentro de mí.
Descartes se consideraba cierto e indudable y consideraba que tenía cuerpo, que se alimentaba y andaba y atribuía esas acciones al alma. Imaginaba al alma como un viento que pasa por el cuerpo y entendía el cuerpo como aquello que está limitado por alguna figura y ocupa cierto espacio, aquello que puede ser percibido por los sentidos y que puede ser movido por algo extraño que está por fuera de él (el alma). Pero ahora con el argumento del genio maligno no puede atribuir al alma el alimentarse y andar ya que duda de la existencia de su cuerpo; tampoco puede sentir si no tiene cuerpo. Lo único inseparable de mí es el pensar y no le pertenece al cuerpo, sino que es el alma la que piensa. En tanto soy una cosa que piensa y soy libre porque soy un ser que piensa, yo dudo (de casi todo), entiendo, concibo (ciertas cosas), afirmo (que éstas son verdaderas), niego (todas las demás), quiero (conocer otras), no quiero (ser engañado), imagino (muchas cosas;) y siento (por medio de órganos del cuerpo: pienso que veo luz).
Descartes usa el argumento de la cera para definir a los objetos. Si defino a un trozo de cera por lo que percibo de ella en estado sólido, cuando derrito la cera, esos atributos cambian, pero no dudo de que siga siendo la misma cera. Para definirla hay que comprender la esencia de la cera y aun si el mundo existiera, los sentidos nos proporcionarían información falsa (los sentidos tienen una función física, corporal, práctica, pero no conocen). Así, defino a la cera como algo extenso, flexible y mudable: ocupa lugar y puede tomar infinitas formas que mi imaginación no puede concebir; tiene una infinita capacidad de modificarse, que no puede comprenderse por la imaginación; puedo conocerla sólo mediante la razón o la inspección del espíritu (para conocer el mundo necesito el pensamiento, que a la vez reafirma mi existencia). Sin embargo, lo que creo ver con mis ojos muchas veces lo veo solamente por mi capacidad de juzgar. ¿Qué hay de distinto con la concepción que tenía antes? ¿Qué hay que no puede ser percibido por el sentido de un animal? Al considerar a la cera por un lado y sus formas exteriores por otro necesito un espíritu humano. Si los animales existen, no saben que existen porque no piensan, y de la misma forma, no pueden concebir una esencia sin razón. Descartes hasta aquí solo admite la existencia del espíritu, pero ahora es concebida con mucha mayor claridad y distinción: no puede ser que cuando vea, toque, imagine o piense que lo hago no sea yo que pienso una cosa. Esto puede aplicarse a todas las cosas exteriores a mí y cada una de ellas se presenta como nociones más claras y distintas después de que muchas causas me las han puesto de manifiesto. Todo lo que sirve para probar la naturaleza de otro cuerpo prueba mejor la naturaleza de mi propio espíritu, que termina siendo lo más fácil de conocer.

Descartes no procura escribir nada acerca de la inmortalidad del alma, pero dice que para conocerla hay que formar un concepto claro y nítido, enteramente distinto de las concepciones que podemos tener del cuerpo. Todo lo que concebimos clara y distintamente son verdades. El espíritu y el cuerpo son sustancias distintas y contrarias: el cuerpo es divisible y el alma no, y de la corrupción del cuerpo no se sigue la muerte del alma, por lo que hay esperanza de otra vida después de la muerte. Las premisas de las que se deduce la inmortalidad del alma dependen de la explicación de la física: primero, que las sustancias existen porque son creadas por dios, son incorruptibles y nunca dejan de ser sin que dios las reduzca a la nada, negándolas. El cuerpo, tomado en general es una sustancia, pero el cuerpo humano es diferente a los otros: está compuesto de una configuración de miembros y accidentes semejantes que cambia y perece, pero el alma no está compuesta de accidentes y es por naturaleza una sustancia pura e inmortal que no cambia