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Pens. Científico |
Resumen para el 1er Parcial |
Cát. Murillo (Ex-Heler) |
2º Cuat. de 2013 | Altillo.com |
Prácticas científicas y procesos sociales, Susana Murillo
Introducción - El conocimiento científico como práctica social
Una concepción arraigada en el sentido común sobre el origen del conocimiento
científico nos da a entender que su surgimiento se debe primordialmente a una
práctica individual. El desarrollo de este conocimiento se debe, entonces, al
genio de un solo individuo iluminado. Viendo en detalle, se podría decir que
esta idea que ronda el sentido común tiene su origen en la forma de construir
conocimiento de la antigüedad clásica. El conocimiento se produce a partir de
una síntesis entre el individuo y el mundo, en donde el individuo, en un acto
contemplativo de su exterior, describe lo que ve, sin indagar en los procesos
que hacen al fenómeno observado. Como figura central de este tipo de
conocimiento está Aristóteles.
Murillo contrapone esta forma de construir conocimiento a otra más dinámica y
que tiene en cuenta el contexto histórico-social en el que cada conocimiento se
da: el conocimiento en general, y el científico en particular, se pueden
concebir como resultado de una o unas prácticas sociales.
Para sustentar dicha idea, presenta una serie de argumentos que parecen afirmar
dicha idea. Primeramente, la idea arraigada (producto residual del liberalismo)
de que somos individuos aislados, libres y con criterio propio, no parece ser
cierta a la luz de los estudios culturales contemporáneos. De hecho, esta idea
se nos presenta como abstracta al tener en cuenta dónde nacemos: todos vinimos
al mundo insertos en cierta unidad familiar, unidad que también está enrolada en
una compleja trama social. Esta trama carga, a su vez, con un orden simbólico:
una serie de códigos culturales y una historia determinados. Dicho orden
simbólico está sujeto a transformaciones constantes (ejemplo del hombre del
Amazonas en contraste con la chica de BS AS: pueden convivir cronológicamente,
pero tienen visiones y concepciones de las relaciones amorosas muy diferentes;
las distintas concepciones son resultado de historias distintas). En
consecuencia, venimos al mundo con una carga simbólica, cultural, histórica, que
nos ubica bien lejos de la idea de individuo. “Somos a partir del conjunto de
relaciones sociales en el que estamos insertos”. Nuestra condición humana radica
en dicho entramado relacional (ejemplo del bebé que es criado por lobos: se
podrá desarrollar biológicamente y sobrevivir, pero nunca podrá hablar o
caminar, al no haber estado en contacto con un semejante humano). El vínculo
social que nos une y nos hacen lo que somos, está constituido por relaciones
entre humanos, y relaciones de los humanos con las cosas. Vivimos a partir de
relacionarnos con el mundo, con sus recursos: los transformamos y los adecuamos
a nuestras necesidades. Dichas relaciones tienen una historia: nos constituimos
como individuos con cierto grado de libertad y responsabilidad a partir de este
entramado de relaciones sociales. El conocimiento, entonces, emerge de este
entramado.
A la luz de lo dicho anteriormente, podemos decir que el conocimiento, lo que
damos por verdadero y falso, aquello que consideramos evidente, sufre cambios a
lo largo de la historia. Por otro lado, Murillo agrega que esta apreciación del
conocimiento nos lleva a ver al conocimiento científico como uno dentro de
distintos tipos de conocimiento. Como todo fenómeno humano, el conocimiento
científico se constituye en la historia.
Aquello que en la modernidad llamamos ciencia es una forma de conocimiento que
implica un método: una forma de acercarse a lo que se estudia y una forma de
fundamentar lo que se está diciendo sobre ello. Se supone como conocimiento
crítico, es decir, que conoce sus limitaciones, y sabe sobre la posible falsedad
de sus proposiciones (sin embargo lo que se considera científico hoy en día es
visto como verdadero e indubitable), y también se supone como conocimiento que
debe evitar sustancializar o cosificar los procesos (cierta tendencia que la
autora detecta como común en los mundos televisivos y en el ámbito cotidiano),
es decir, no apreciar las relaciones o procesos que ocurren en lo estudiado,
atribuyéndolas a una única causa.
Capítulo 1 - El problema del conocimiento científico en tiempos del nacimiento
de las ciencias naturales en la época clásica
La transición del feudalismo al capitalismo
La idea de ciencia que tenemos hoy en día empieza a surgir con un proceso que
los historiadores llaman “Entrada a la modernidad”: la desintegración lenta pero
constante del modelo feudal, y el nacimiento del capitalismo en igual medida.
Dicho proceso abarcaría desde el comienzo mismo de la desintegración del
feudalismo (S. XVI-XVII) hasta la Revolución Industrial y la Revolución Francesa
(S. XVIII), lo que implicará el surgimiento y asentamiento del actual
capitalismo industrial. Dentro de este lapso, ocurrieron una serie de eventos
significativos, tales como el desarrollo de un capitalismo manufacturero y
mercantil (el capitalismo primitivo) por el lado económico, y por el lado del
conocimiento el surgimiento de las ciencias modernas (física y astronomía en
primer término). Este último evento culminará hacia el S. XVIII con la
revolución newtoniana.
El proceso de entrada a la modernidad se caracterizó por un gran fenómeno de
secularización, junto con un cambio de un paradigma teleológico (concepción
finalista de los fenómenos) a un paradigma racional, así como también por una
profundización en el conocimiento sobre la naturaleza. El ser humano dejaba de
“mirar al Cielo” y se empezó a preguntar sobre el mundo terreno, y se empezó a
ubicar como productor de conocimiento, desligándose así de los criterios de
autoridad eclesiásticos (Biblia y Aristóteles). La figura de Descartes simboliza
dicho pasaje de paradigma filosófico, colocando al Yo Pensante (Ego Cogito) como
fundamento del conocimiento, e independiente de cualquier criterio de autoridad.
Murillo agrega que la Modernidad comienza a partir del descubrimiento de América
en 1492, y que dicha figura del Ego Cogito no hubiera sido posible sin un Ego
Conquiro con el que las naciones europeas fueran a conquistar América, Asia y
África. Sin esto, el capitalismo que se estaría por desarrollar no hubiera sido
posible. El uso del Ego Conquiro implicó una la construcción de una otredad
basada en la afirmación como superior del Hombre europeo con un profundo
etnocentrismo. Dicha construcción justificó el saqueo y masacre a las diversas
culturas “conquistadas”, mejor dicho, invadidas.
Lo anterior respalda para Murillo la afirmación de que todo conocimiento es
parcial y valorativo, y específicamente la ciencia desarrollada durante este
período histórico. El desarrollo del conocimiento científico y filosófico está
involucrado con las luchas por el poder. La ciencia moderna fue concebida en
parte para la dominación de otros (aquellos que no pertenezcan al poder, tanto
los propios pueblos como los pueblos extraños), tanto así como para la
dominación de la naturaleza, nueva sirvienta del motor capitalista. Sin embargo,
también es la ciencia un instrumento de resistencia a la dominación; todo hecho
humano es ambiguo y contradictorio.
El desarrollo de las ciencias modernas o ciencias naturales estuvo ligado a la
desintegración del feudalismo, al surgimiento de un capitalismo mercantil y
manufacturero, a las extensiones de las redes marítimas comerciales (producto de
una expansión del mercado), a la consolidación de los Estados nacionales, a la
conquista de nuevos territorios, a las guerras entre Estados, así como también a
la necesidad de control social hacia dentro de esos estados (Ciencias Sociales).
La transición del feudalismo al capitalismo suele ser descrita en una serie de
momentos. El primer momento consistió en la separación la producción respecto
del intercambio, como dos eventos bien diferenciados. Surgen los comerciantes,
una nueva clase especial dentro de la incipiente burguesía, que concentraban su
actividad en las ciudades. Con esta nueva lógica de producción-intercambio, se
empiezan a establecer conexiones mercantiles entre ciudades. Esto trajo
aparejado la necesidad de nuevas vías de comercio y de comunicación. El segundo
momento en el establecimiento del capitalismo fue el surgimiento del capital
mercantil y manufacturero. Esto fue el resultado de la ya existente, pero ahora
remarcada, diferencia entre los ámbitos urbanos y rurales: surgía una división
de trabajo; el campo contribuía con materia prima, trabajadores y manufactura, y
la ciudad comercializaba dichas manufacturas, intercambiándolas, en un
principio, por otros productos, pero con el tiempo, se empezó a afianzar una
lógica monetaria. Así surgía también la relación monetaria
capitalista-asalariado.
El feudalismo fue un modo de producción dominado por la hegemonía de la tierra.
La lógica era otra: los bienes producidos y el trabajo no eran mercancías
(bienes producidos con el fin de intercambiarse por otros bienes o por dinero),
sino que eran en pos de una lógica de subsistencia. Los bienes producidos eran
bienes de uso, y a su vez, parte de ellos iban destinado al pago de tributos en
especie, como es el caso de los campesinos, que tenían que dar un tributo de
grano al señor feudal para que puedan seguir viviendo en su tierra, y
cosechándola.
El campesino estaba unido a la tierra por una relación social, la gleba. Esta
implicaba que el campesino podía labrar la tierra, que era propiedad de un señor
o noble, con la condición de ceder una parte de su cosecha de subsistencia al
señor feudal. Éste, a su vez, debía su posición y derechos a otro señor feudal o
noble de mayor rango, y así sucesivamente, hasta llegar al Rey. Esta trama
relacional implicaba una “ida y vuelta” de ambas partes. El campesino juraba
lealtad y servicio militar al señor feudal, así como pagarle los tributos
requeridos, y el señor feudal le daba a cambio su protección y una parcela para
vivir. A su vez, el señor feudal debía prestar servicio militar de caballería a
otro señor de mayor rango. Las relaciones sociales feudales eran de vasallaje y
servidumbre. El poder político estaba distribuido entonces entre los diversos
señores feudales, que poseían tierras que lo legitimaban, y un ejército de
siervos (tanto de caballeros como de campesinos). No había una división de
clases, ni un sistema jurídico único, así como tampoco una forma de propiedad
concreta.
La economía feudal se caracterizó por la existencia de dos economías opuestas,
una rural, que funcionaba bajo la lógica de señoríos dominados por la nobleza y
la Iglesia, y por otro lado una urbana, independiente de los poderes de la
nobleza y el clero, con autonomía militar, política y económica. Las ciudades
comerciaban con productos manufacturados dentro de las mismas, y funcionaban
bajo el control de gremios o guildas. Durante el feudalismo, la economía rural
fue la predominante. En tanto el intercambio y el consumo no eran los fines de
los bienes producidos, sino su uso personal para la subsistencia, el desarrollo
técnico de la agricultura y las comunicaciones fue débil.
El surgimiento de las ciudades (S. XI) fue consecuencia del éxodo rural de
campesinos que habían dejado de ser siervos, y pasaban a vivir en los burgos.
Estos hombres comenzaron a adquirir ciertas libertades de comercio, de
matrimonio y de movimiento. Se comenzaron a desarrollar, a su vez, diversas
actividades como el comercio, los servicios y las profesiones. Estas libertades
fueron contribuyeron a que el incipiente burgués pueda tener capacidad de
desarrollar riqueza independientemente de la posesión de tierras. Esto generó
que paulatinamente surgiera un capital mercantil, que basaba su riqueza en la
acumulación dineraria para el intercambio de bienes y productos manufacturados
mediante el comercio. Dicho comercio implicó el susodicho desarrollo de vías de
comunicación nuevas, un aumento del consumo (ya que ahora se podía intercambiar
productos por dinero, la gente comenzaba a darse cuenta de que podría adquirir
más), así como también un aumento en la demanda de metales para la acuñación de
monedas (ciencias naturales jugaron un papel importante en esto). Hacia el S.
XIV, este proceso de crecimiento de las ciudades tuvo un freno, había signos de
una contracción de la economía: había crisis de sobreproducción, se consumía
menos de lo que se producía por el acotado mercado. Luego, en el S. XV con el
descubrimiento de América, hubo una reactivación, producto de la expansión del
mercado hacia los nuevos continentes conquistados. Esto traería consigo la
activación de una industria de guerra, innovaciones técnicas en la navegación y
la actividad minera. Las burguesías vivieron en este período un gran
crecimiento, ubicándolas casi a la par de las viejas noblezas y de los monarcas,
al punto de que colaboraban con los procesos de conquistas de los otros
continentes, así como con el fortalecimiento de las monarquías. Sin embargo, las
consecuencias para los muchos era un permanente malestar: la pasada crisis había
dejado un clima de descontento general en las ciudades, generando revueltas y
sublevaciones constantes. Es para este período que surge el problema de cómo
gobernar al hombre que vive en sociedad y cómo legitimar los medios para
hacerlo. La ciencia respondió a esta necesidad. Hobbes y Maquiavelo, los
fundadores de las ciencias políticas, fueron los que en sus escritos y
reflexiones dieron legitimidad al Estado, que de a poco se iría tornando
absolutista.
Hasta ahora, el modelo feudal no se había desintegrado aún, sino que se había
reorganizado y había tomado otra forma, una forma estamental. Si bien en las
ciudades empezamos a detectar el surgimiento del capitalismo, en los campos es
la lógica feudal la que rige todavía las relaciones sociales, aunque fue
afectada por este nuevo sistema estamental que se fue imponiendo. La importancia
económica del campo se iba viendo atenuada por la prosperidad de las ciudades.
Este sistema estamental fue producto de la diferenciación social causada por la
especialización asignada a cada estamento (vieja nobleza, nueva nobleza,
patriciado o burgueses adinerados, los estamentos urbanos dependientes, los
pobres y vagabundos).
Fue en este contexto en donde el paradigma y los modelos de pensamiento
medievales fueron insuficientes. Se necesitaba de nuevos modelos y conocimientos
que justifiquen las nuevas dinámicas sociales y económicas (por ejemplo, el
sistema religioso prohibía la usura, actividad que se empezaba a hacer común por
la necesidad de utilizar tierras que los señores rentaban a los capitalistas
para la producción de materia prima para la manufactura). El paradigma
teleológico empezaba a tambalear. Si cada elemento en la naturaleza era puesto
allí por Dios con un fin, la apropiación de la naturaleza para alimentar la
maquinaria capitalista no estaba justificada. A su vez, al ser esta visión una
visión contemplativa del mundo, en donde se describía lo que pasaba y se
conjeturaba a través de la deducción, no se podía explicar diversos fenómenos
físicos, útiles tanto para la economía como para el desarrollo de la maquinaria
de guerra.
Las ciudades pasaban a ser los nuevos núcleos del nuevo modelo económico
incipiente. Si bien ya venimos viendo que el feudalismo ya está en ruinas, es en
el S. XVI cuando esta transformación al capitalismo se hace “oficial”: sucede
con la revolución inglesa, la primera revolución burguesa.
La marcada diferenciación social estaba dada, a nivel de consumo, por el consumo
de bienes suntuarios por parte de las burguesías patricias y las noblezas. La
mayor demanda era de productos textiles, lo que llevó a una gran demanda de lana
y un aumento de su precio. Esto causó que los antiguos señores feudales
comenzaran a expulsar campesinos en grandes cantidades de sus tierras, con el
fin de usurar y cobrarles una renta a los capitalistas que las demandaban para
la crianza de ovejas. Como consecuencia, hubo una oleada de personas hacia las
ciudades, generando una gran franja de vagabundos y desocupados, que eran o bien
marginados, o bien incluidos a la fuerza al sistema de trabajo, y explotados.
Un mundo moría y otro nacía. Producto de esta yuxtaposición de dos sistemas en
conflicto, diversas creencias se mezclaban con las nuevas concepciones
racionales del mundo: era un mundo en el que la magia y la alquimia regía la
naturaleza, pero a su vez surgían explicaciones racionales y científicas sobre
los fenómenos. Surgía el conocimiento científico como representación del mundo
real, y convivía con la concepción mágica del universo. Nacía la razón
calculadora de las ciencias duras al servicio de la explotación de la naturaleza
y de la búsqueda de mecanismos de control del hombre para asegurar la
estabilidad del capitalismo recién nacido.
Paralelamente al desarrollo de la industria manufacturera textil, consecuencia
de la gran demanda por parte de los sectores altos, también ocurrió un fuerte
crecimiento de la industria armamentística, producto de las nuevas necesidades
bélicas de conquista. Con todo esto, también se desarrolló el comercio marítimo.
Ahora, el hombre superior era aquel que poseía más riqueza, no más tierras (los
humanistas surgen como crítica a esta actitud de las clases altas).
El Estado no tardó en entrar en juego como regulador del mercado. Se
establecieron medidas para regular el trabajo con el fin de resolver los
problemas económicos y sociales. Los sectores dominantes tenían la necesidad de
dominar a la sociedad con tal de garantizar la estabilidad a sus negocios.
Hacían su aparición las ciencias políticas. Se buscaba “disciplinar el egoísmo”
con el fin de que la economía prospere en paz. Para esto, Hobbes crea en
Leviatán la ficción del estado, el ser mounstroso y mecánico que es conformado
por muchas voluntades con un contrato de por medio. Esta ficción también
implicaba la creación de otra ficción jurídica, en la cual se ponía a todo
hombre como igual ante la ley, construcción que, a los fines de los
capitalistas, era la forma ideal de mantener dominada bajo la ilusión de la
falsa igualdad a la sociedad.
La organización paulatina de Estados territoriales, opuestos a la dinámica
territorial de los señoríos, favoreció el desarrollo de un mercado urbano a un
mercado nacional, a nivel regional. Estos Estados surgieron tras la alianza del
mercado con el poder político, por la necesidad de competir con otros mercados
en el ámbito del mercado internacional, y por encontrar solución a una serie de
problemas sociales que constituían sociedades complejas. El Estado empezaba a
absorber funciones administrativas, de guerra y moral del país. Así, se
monopolizaba el poder en un solo órgano. El Estado territorial se constituía
como circuito cerrado, en donde todos los súbditos se sometían a un poder
central. Esto era el absolutismo.
La transición del feudalismo al capitalismo trajo consigo conflictos sociales y
políticos, una fuerte movilidad social y expropiaciones de tierras. Generó la
necesidad de organizar la administración, las fuerzas armadas y la economía a
partir a partir de la necesidades de estabilidad del mercado. Hubo un
desplazamiento del poder político en sentido ascendente, desde los poderes
atomizados de los feudos hacia el Estado absolutista. Las revoluciones burguesas
(inglesa y francesa) de los siglos XVII y XVIII pondrían fin a los Estados
absolutistas, y darían comienzo al Estado capitalista. Para Hobsbawm, el
establecimiento del capitalismo se da a partir de la Revolución Inglesa, la
Revolución Francesa, y la Revolución Industrial. Las primeras dos significaron
el fin de la hegemonía política de la nobleza y la caída del absolutismo,
mientras que la industrial marcaría un cambio radical en las relaciones sociales
de producción.
La revolución científica
A partir del siglo XVI, comienza la gestación de un nuevo paradigma científico
(ver Kuhn). Los exponentes de este nuevo paradigma y corriente científica fueron
Giordano Bruno, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler y, hacia el
asentamiento del nuevo modelo, Isaac Newton.
El nuevo paradigma surgía como respuesta a problemáticas técnicas que la
cosmovisión aristotélica no podía resolver, tales como el estudio de las caídas
de los cuerpos y sus trayectorias y el desarrollo de la navegación, entre otros.
El modelo aristotélico vigente planteaba un modelo universal geocéntrico, y los
planetas que giraban alrededor de la tierra lo hacían de manera circular y con
velocidad constante (el círculo como figura de la perfección: para Aristóteles,
el movimiento perfecto dominaba al cosmos). La Tierra, centro del universo
geocéntrico, era redonda e inmóvil. El universo era finito y circular. Su límite
estaba fijado por las estrellas fijas. A su vez, el universo estaba dividido en
dos regiones, la sublunar, que comprendía el mundo terrestre, y la supralunar,
que comprendía el espacio que habitaban los cuerpos celestes. La tierra estaba
conformada por cuatro elementos: el aire, el fuego, la tierra y el agua. Dichos
elementos interaccionaban entre sí y se corrompían; la Tierra era corrompible,
cambiante, mientras que la región supralunar estaba conformada por cuerpos
esféricos perfectos, incorruptibles, cuyo elemento constitutivo era el éter,
sustancia incorrompible. Los cambios y movimientos en la Tierra se producían
porque cada objeto o elemento buscaba su lugar natural (por ejemplo, los cuerpos
sólidos caían porque ese era su propósito, mientras que los gaseosos subían).
Así, también en el universo todo ocurría porque tenía una finalidad y una causa
primera. Dicha visión de la dinámica del mundo, llamada teleológica, sería
aprovechada por la Iglesia para adaptarla a su versión teológica del origen del
mundo y el universo, así como para justificar las diversas relaciones sociales y
cadenas de dominio de la que ella era partícipe.
Con anterioridad a la modernidad, ya se había dudado de que el movimiento de los
planetas sea circular, dado que diversas observaciones parecían desmentir este
hecho. El modelo ptolemaico plantea la hipótesis de los epiciclos, es decir, que
además de que cada planeta recorría una trayectoria circular alrededor de la
tierra, estos giraban sobre otro eje constituido en su trayectoria en epiciclos.
Dicha hipótesis fue ad hoc, es decir, una hipótesis destinada a solucionar las
contingencias de una teoría central en problemas.
Hacia el siglo XVI, el modelo aristotélico entraba en crisis debido a las
necesidades planteadas desde diversos ámbitos (navegación, construcción,
tecnología de guerra). Bruno planteó la infinidad del universo, Copérnico puedo
deducir que la Tierra giraba alrededor del Sol (modelo heliocéntrico) y Kepler
demostró que la trayectoria que recorrían los planetas alrededor del Sol no era
circular, sino elíptica. Así, se veían derruidos los tres pilares del modelo
aristotélico teleológico: la finitud del universo, la circularidad de los
movimientos planetarios, y por ende la perfección del cosmos, y la idea de que
la Tierra era el centro del universo. El hombre dejaba de ser el centro del
universo y de la creación de Dios. Así, la autoridad de Aristóteles y la Iglesia
se empezaba a derrumbar, junto con la desintegración del modelo feudal.
El modelo teleológico o finalista sería reemplazado por un modelo mecanicista,
que concebía al universo como un gran mecanismo, cuyas partes inertes se
relacionaban entre sí a modo de engranajes, y daban como resultado un
determinado movimiento. Era un universo dominado por el principio mecánico de la
acción y reacción. La naturaleza de la Tierra y sus leyes son las mismas que
dominan al universo. Esta naturaleza era descifrable a partir de la matemática y
la lógica, los matemáticos podrían de esta forma descifrar el lenguaje
matemático que describe el universo. El mundo ya no era un lugar en donde todo
sucedía por la magia, ahora se hallaban explicaciones racionales a los procesos.
Esto ocurría a la par de una laicización de las relaciones sociales. Dicha
visión mecanicista que se había originado en la física fue tan eficaz y
convincente que se trasladó a otras esferas de conocimiento: la historia, la
política, la vida animal; incluso el hombre y su cuerpo sería explicados por
esta dinámica. La mecánica era el principio que organizaba el universo.
Sin embargo, el nuevo modelo fue en un principio rechazado por las cúpulas del
poder. Se siguió una serie de enfrentamientos entre científicos y poderosos, que
dejarían muertes emblemáticas como la de Giordano Bruno, quien por seguir fiel a
sus convicciones y no retractarse frente a la Iglesia, fue quemado vivo.
Galileo, por astucia o fe, fue persuadido o cedió a sabiendas sus posturas,
evitando así el mismo destino que Bruno. Murillo remarca que, a pesar de lo
revolucionario de las nuevas hipótesis propuestas, no se puede pensar que estas
fueron concebidas por sujetos completamente racionales. De hecho, tanto Newton
como Galileo eran fieles cristianos, que respaldaban sus teorías en figuras como
la de Dios. Esto nos muestra que nada en la historia puede ser entendido de
manera lineal o bipolar. Estos revolucionarios eran y no eran parte de la
revolución.
La culminación de esta revolución científica y del asentamiento del nuevo
paradigma se dio con Newton. En su Principia, propuso la hipótesis de
gravitación universal y sentó los principios de la mecánica que permanecerían en
el modelo de la ciencia hasta el siglo XIX. Podríamos decir que el surgimiento
del modelo mecanicista se dio en parte gracias a los problemas a los que
respondía, en esencia mecánicos (navegación, innovaciones en minería, tecnología
de guerra). El mecanicismo, como dijimos, planteaba al universo como una gran
maquinaría, en donde los movimientos y procesos se daban gracias a la
interacción mecánica entre sus componentes. En este esquema, la concepción de la
evolución está ausente: la materia es una cantidad de átomos móviles y
homogéneos, sin ningún atributo especial, cuyo objetivo era sustentar el
movimiento. Los átomos son indeformables, impenetrables y elásticos. Así, los
átomos funcionan a modo de pequeños engranajes de un mecanismo gigantesco, que
es el universo. Cada movimiento está determinado por otro, de lo que se
desprende, que cada hecho está determinado por otros y determina a los hechos
posteriores. Este determinismo encuentra su máxima encarnación en la aparición
de las leyes naturales, leyes en las que la ciencia confía para determinar todo
hecho futuro a partir de los hechos presentes.
El problema del método
Ya asentado el nuevo paradigma mecanicista y racional, comenzaron a reaparecer
reflexiones sobre el modo en el que se debía conocer a la naturaleza para
garantizar la verdad del conocimiento. Dichas reflexiones, con origen en la
antigüedad, renacen como consecuencia de las ya mencionadas necesidades técnicas
y culturales que planteaban el correcto funcionamiento del sistema capitalista.
Dos corrientes que pensaron el método fueron la racionalista y la empirista.
El racionalismo planteó al hombre y la razón como principal productor de
conocimientos. Dicha corriente tuvo su nacimiento en la antigua Grecia, y el
exponente en el siglo XVI fue René Descartes. Él pondrá énfasis en el método
deductivo, la forma de conocer que tiene, por excelencia, la matemática y la
lógica. Descartes siguió el modelo galileano planteado en la física, y lo quiso
adaptar a la filosofía. Los sentidos parecían engañosos, de modo que Descartes
pone énfasis en que la clave del conocimiento está en la razón de hombre; ya que
el universo estaba escrito, como planteaba Galileo, en un código matemático, el
hombre debía proceder a conocerlo con la razón y el método deductivo propio de
las matemáticas. Para esto, era necesario basarse en lo evidente (ver
Descartes), para poder llegar a una verdad indubitable (el razonamiento
deductivo es, de hecho, la verificación mediante una conclusión de lo dicho en
las premisas).
Por otro lado, el empirismo planteaba la plenitud de los sentidos, y aseguraba
que ellos podrían constituir una forma de conocer el mundo. Dicha corriente
opuesta al racionalismo tuvo como exponente a Francis Bacon y a John Stuart
Mill. De todas formas, esta corriente, más que romper con el racionalismo,
funcionó como complemento. El origen del empirismo estuvo aparejado al
surgimiento de las ciencias naturales, ciencias como la biología, y sus
aplicaciones se extendieron más adelante a las ciencias sociales. A nivel
lógico, el empirismo estuvo ligado al resurgimiento de la inducción. Bacon hace
una crítica de la inducción planteada por Aristóteles y la escolástica. Propone
una serie de métodos mediante los cuales se aseguraría la rigurosidad de la
observación empírica mediante la inducción, con el fin de llegar a principios
más generales. Mill por su parte reorganizó el método inductivo, y propuso el
principio fundental de uniformidad de naturaleza. De esta forma, se garantizaba
que lo generalizado por la inducción ocurriría siempre. Es decir que postula que
lo que ocurrió una vez como hecho observado, ocurrirá siempre. Es importante
remarcar que Bacon y Mill pertenecieron a instituciones inglesas en pleno auge
del capitalismo industrial y expansionista. Sus proposiciones estaban ligadas a
un uso de la ciencia como herramienta para controlar tanto a la naturaleza como
a las sociedades (Mill por su parte fue miembro de la Compañía de las Indias).
El razonamiento inductivo, en oposición a la deducción, se caracteriza porque su
conclusión en forma de ley o principio general agrega más información que la que
da las premisas. La conclusión no se presenta como forzosamente verdadera, sino
que es probable.
Capítulo 2 – Las ciencias naturales y la tecnología a partir de la Revolución
Industrial
La primera Revolución Industrial
Si bien las consecuencias de la Revolución Industrial se empiezan a hacer
palpables a principios del siglo XIX, esta tiene su origen a mediados del siglo
XVIII, cuando el poder productivo de la humanidad se comenzó a librar de las
fuerzas de la naturaleza, sobrepasándola y dominándola. Dicho proceso concluye
en 1840, con el establecimiento de una industria pesada en Inglaterra y el
surgimiento del ferrocarril. Comienza un proceso de desarrollo exponencial de la
industria y el comercio a lo largo de toda Europa. Inglaterra llevaba la
delantera en esta carrera, debido a su posición como potencia imperial colonial,
lo que le suplió de mano de obra esclava proveniente de las colonias, un ingreso
constante de materia prima, y más importante aún, un gigantesco mercado por el
cual expandirse. Las colonias inglesas sólo podían comprar productos de
Inglaterra.
La hegemonía de Inglaterra
Como se venía diciendo, la carrera por la industrialización y el comercio
europeo la lideraba Inglaterra ¿Por qué? El primer factor a tener en cuenta es
la Revolución Inglesa, ocurrida casi un siglo antes a la francesa. En
Inglaterra, la victoria de la burguesía sobre la monarquía absoluta ya había
establecido las reglas de juego capitalista. La monarquía parlamentaria suponía
un rey limitado, acaso dominado, por el parlamento, representante de los
intereses burgueses. Así, ya se contaba con un poder político que aseguraba el
correcto funcionamiento de una dinámica capitalista de mercado y manufactura. Ya
contaba con una estructura agraria capaz de suministrar las crecientes urbes
industriales con alimentos y mano de obra, además de poseer ya desarrollada una
industria algodonera fuerte, estructura que se acomodaría a la revolución de la
máquina más adelante. Además, contaba con un imperio colonial que como dijimos
proveía al sistema de mano de obra esclava, junto a un mercado gigante con el
cual se podía interactuar. A su vez, las colonias estaban sembradas con campos
de algodón, contribuyendo a la industria algodonera existente. Las colonias
suministraban además de mano de obra esclava, materia prima barata. Gracias al
uso de su fuerza naval (legal y pirata), Inglaterra se aseguró la continuidad de
esta dinámica capitalista, eliminando posibles competencias. Las colonias
hispanas comenzaron a depender de las exportaciones inglesas. Lo mismo ocurrió
en Asia: en India, las fuerzas inglesas hicieron todo lo posible por dejar
trunco el crecimiento industrial, asegurando a su vez un mercado apto para la
demanda de sus manufacturas. Cuando China se opuso a entrar en dicho circuito,
los ingleses introdujeron el opio en sus ciudades, afectando la capacidad de
resistencia de la población. Finalmente, Inglaterra terminó ganando también el
territorio de Asia, cooptando un punto geopolíticamente estratégico como Hong
Kong.
La introducción de la máquina de vapor con la Revolución Industrial trastocaría
el modo de producción: se deja de depender de la naturaleza y de la mano de obra
como fuerzas determinantes de la producción. El punto de partida de la
manufactura era la fuerza de trabajo humano. En este nuevo orden de cosas, la
fuerza en la que se constituiría la industria fue el instrumento de trabajo. La
manufactura había preparado el campo a la Revolución instaurando la división de
trabajo. La máquina surge en este contexto gracias a este hecho, que había
mejorado cuantitativamente la producción. Esto llevó a inquirir en nuevas formas
de producir más, respuesta que se encontraría finalmente en la máquina a vapor.
Ésta, que nació en los ámbitos de la minería, se expandió y empezó a funcionar
como el nuevo motor de la industria.
Técnica y tecnología. Paradigma tecnológico y Revolución Industrial
La técnica es un conjunto de conocimientos adquiridos por la experiencia y
puestos al servicio de transformar una cosa o proceso. Es un conocer individual
y empírico. En cambio, tecnología alude al conocimiento científico aplicado a la
producción de algo.
Partiendo de la teoría kuhniana del paradigma, Murillo habla de paradigma
tecnológico, entendido como un conjunto de innovaciones (avances científicos o
técnológicos aplicados usados con fines de incrementar la ganancia del
capitalista) incrementales o paulatinas, cuyas transformaciones permiten el
aumento de la productividad y la acumulación de capital, modificando pero no
transformando la matriz insumo-producto (la relación entre insumo o materia
prima que ingresa al circuito productivo, y el producto resultante de esta). El
cambio de paradigma tecnológico, producido por una revolución industrial,
representará entonces el cambio de la matriz insumo-producto que se mantenía
constante. El avance a otro nuevo paradigma implica un aumento de la
productividad reduciendo los costos (aumentar la ganancia: objetivo que persigue
el capitalista) cuando el paradigma anterior no lo permitía. Todo paradigma
tecnológico cuenta con un insumo clave, que cumple con los requisitos de tener
un costo bajo y ser limitado, una oferta que en apariencia es ilimitada, un uso
de este insumo masivo, y que dicho insumo sea la base para un conjunto de
innovaciones tecnológicas.
Los paradigmas tecnológicos aseguran características y dinámicas de una
formación social determinada. La aparición de una crisis de un paradigma
tecnológico ocurre cuando dicha formación social determinada no está asegurada y
corre peligro la integridad del modo de producción. La introducción de un nuevo
paradigma tecnológico entonces se desarrolla cuando aparece un nuevo insumo
clave que asegure una formación social determinada. Los paradigmas tecnológicos,
a diferencia de los paradigmas científicos, buscan mantener un orden social
predeterminado, buscando mediante innovaciones tecnológicas reducir el costo de
la producción o mantenerla constante. La tecnología fue la que posibilitó al
capitalismo el salto de las barreras impuestas por la naturaleza y por la fuerza
de trabajo, ambas entidades susceptibles de contingencias y que cambian
permanentemente.
Se comenzó a ver que el capitalismo padecía de crisis cíclicas, que se empezaron
a originar en base al deseo constante de maximizar ganancias. Dicha meta implica
el descenso de los gastos (salarios, más que nada), que tiene como consecuencia
un descenso abrupto del consumo (los trabajadores tienen menos dinero para
consumir), y por ende, de la demanda de mercancías. La introducción de las
innovaciones tecnológicas dieron como resultado el desarrollo de instrumentos de
trabajo, maquinas, que lejos de solucionar el problema de las crisis periódicas,
lo profundizaban: los capitalistas, ciegos por mayor ganancia, no sucumbían a
las exigencias de los trabajadores de subir o mantener el salario y no tenían
miedo de perder el negocio por huelgas, debido a que ahora las máquinas
reemplazaban a la fuerza de trabajo. Esto originó que la producción se
mantuviera, pero el consumo, como era de esperarse ante la inflexibilidad del
capitalista de subir salarios, bajara cada vez más. Así, se originarían
constante crisis de sobreproducción. La primera crisis importante de este tipo
ocurrió a principios del siglo XIX. En un principio, los capitalistas inventaban
chivos expiatorios, atribuían las causas de estas crisis a factores externos de
la producción. Las ciencias sociales no tardaron en sugerir respuestas: Marx
sería el primero en proponer que el problema de las crisis capitalistas era un
mal estructural, que se daría de forma cíclica y constante. Por otro lado, los
economistas inventaban nuevas formas de paliar las crisis o de salir de ellas
para reestablecer nuevamente el ciclo de producción (tal es el caso de Keynes).
A su vez, los capitalistas encontraban soluciones a las crisis que les generaban
perdida de ganancias por sus propios medios: reducían los jornales, buscaban
mano de obra más barata, o reemplazaban la mano de obra por máquinas.
Generalmente, intentarían implementar estas tres soluciones a la vez. La
aparición del ferrocarril permitió la baja de los jornales, ya que ahora el
transporte de alimentos y materia prima costaba mucho menos, por ende, el límite
fisiológico que debían respetar los capitalistas para que los obreros no se
mueran de hambre se flexibilizó, posibilitando la baja de los jornales, al haber
bajado el precio de los alimentos.
A mediados del siglo XIX, las innovaciones agrícolas producto de la madurez de
la ingeniería agronómica produjeron que lo que quedada de campesinos, viejo
residuo del feudalismo, se movilizara en masa hacia las ciudades, proveyendo de
mano de obra nueva y en cantidad. Para disciplinar las conductas de los
trabajadores, nacieron instituciones y construcciones abocadas a ello: la
disciplina laboral se complementaba con la práctica habitual de bajar salarios
para que los obreros se esforzaran al máximo para obtener su pan, y se
establecieron estrategias moralizadoras de la clase trabajadora (reforzamiento
de la idea de matrimonio, creación de instituciones de control y
disciplinamiento, etc.).
La burguesía había triunfado, y había utilizado la ciencia y la tecnología como
herramientas fundamentales para su desarrollo y establecimiento en el poder
económico.