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Sociología | 1° Parcial | Cátedra: Filmus | Sede Drago | Profesora: Obdulia | 1° Cuat. del 2009 | Altillo.com |
Parcial Domiciliario.
Las consignas eran, a partir de un texto de un sociólogo que hablaba de los
jóvenes de hoy, de las dificultades para conseguir trabajo, de los estudios y
etc., hacer dos análisis:
1) Sobre la educación, y el enfoque que le daban los funcionalistas y los
marxistas (comparar, siempre en relación al texto)
2) Sobre la categorización de Winners y Loosers.
-Punto 1
El artículo “Es difícil ser joven“, del sociólogo Mario Margulis, plantea una
problemática creciente en la actualidad: ser un joven de las sociedades
modernas. Mientras los medios de comunicación imponen modelos y valores,
haciendo de nuevos agentes socializadores de las grandes masas que los consumen,
los jóvenes tienden a ser absorbidos por los mensajes que estos disparan y, por
consiguiente, a internalizar esos modelos hasta hacerlos parte de sus costumbres
y hábitos. La segmentación social que producen dichos medios, en tanto grupos de
poder económico con fines lucrativos más que de “información a la sociedad“,
separa con claridad a los sectores con “acceso“, informados, conectados y con la
posibilidad de gran nivel de consumo, de los que no lo tienen, desconectados y
con débil posibilidad de consumo. Ahora bien, más allá de los medios de
comunicación, y, lógicamente, los agentes de socialización primaria de cada
individuo: ¿Quiénes son los agentes socializadores fundamentales para la
juventud?. Sin duda, aquellos que rodean el ambiente educativo: escuelas
primarias, secundarias, terciarias y universitarias, maestros y profesores, el
sistema educativo en su totalidad.
Comúnmente se considera a la educación como la acción de generaciones adultas
sobre jóvenes, todavía poco maduros para la vida social, con el fin de
desarrollar en estos últimos sus intelectos, moralidad, creencias, tradiciones,
ideas, hábitos: todo lo que constituiría el ser social. Pero esta definición no
es tan simple como parece. De hecho, hay múltiples visiones que analizan
profundamente el importante rol de la educación en los jóvenes. Entre éstas
encontramos dos fundamentales. Por un lado la visión funcionalista, que
encuentra a la educación como la encargada de cumplir una función social
determinada –que sería la de hacer una selección de los roles de los individuos,
de acuerdo a sus habilidades– para que, mediante la misma, la sociedad pudiera
satisfacer sus necesidades; por otro lado la visión marxista, que plantea al
sistema educativo como un elemento de dominación imperial, por el cual se
reproducen las desigualdades y el mismo modo de dominación.
La educación, como articuladora de la sociedad y la cultura, juega un rol
esencial en la socialización, en la aprehensión de valores en los jóvenes. Como
diría un funcionalista, la educación tiende a moldear al joven para asignar de
esa forma roles sociales necesarios (funcionales) para la sociedad de manera
consensual, es decir, de forma que éste acepte ese orden social. Dicha
discriminación no sería más que una selección natural en base a los valores que
articula la sociedad. Sin embargo, en la sociedad actual los jóvenes se
encuentran con la dificultad de no poder convertirse en ciudadanos funcionales a
la sociedad. El hecho de que al terminar una carrera un joven no tenga la
seguridad de poder acceder al mercado laboral, nos lleva a cuestionar esa
supuesta selección natural: ¿Cómo sucede que, partiendo de las mismas
condiciones educacionales, algunos jóvenes logren insertarse en el campo laboral
y otros no? La respuesta del funcionalismo se inclina hacia el concepto de lo
que significa la reproducción cultural en los niveles escolares: mejoradas las
escuelas, haciéndolas más igualitarias, democráticas y cooperativas, se llegaría
a una mejora en la sociedad, ya que la sociedad, naturalmente, tiende a
evolucionar. Aquellos grupos que queden por fuera de la sociedad, serán también
funcionales a ella y contribuirán a su economía.
Ante esta problemática, el marxismo plantea una visión completamente antagónica.
El hecho de que muchos jóvenes no puedan insertarse en el mercado laboral se
debe a la heterogeneidad de la sociedad; el joven que nace en una familia de
obreros no podrá escalar socialmente, ya que la educación le impondrá la
reproducción de esa relación capitalista: capitalista-obrero,
dominador-dominado. La sociedad es naturalmente conflictiva y este conflicto,
representado principalmente por la lucha entre clases, es el motor de la
historia.
En una sociedad desigual, donde sólo determinados grupos tienen la posibilidad
de acceso a diferentes medios, la única forma de mantener un orden es por medio
de la dominación y, como elemento de ésta, la ideología. Es por ello que un
joven nacido en un barrio de emergencia o cualquier otra zona periférica, por
más estudios que poseyera, tendría serias dificultades para insertarse en la
sociedad, ya que esta misma se encarga de reproducir las condiciones necesarias
para mantener la estructura social que al sistema le conviene. Claro está que la
escuela ocupa un puesto sumamente importante en esta reproducción de la
dominación. Sería erróneo pensar que, sea cual fuera la condición social, todos
los niños y jóvenes tienen las mismas posibilidades educacionales. La provisión
de habilidades –a diferencia de lo que plantea el funcionalismo, donde son
equiparables y en función a las necesidades de la sociedad– es sumamente
desigual. Lo que hace la escuela es impulsar a los estudiantes a la ocupación de
roles que respeten la estructura jerárquica de la sociedad capitalista.
Para concluir con este análisis de la educación y su influencia en la vida de
los jóvenes, podemos diferenciar claramente la visón funcionalista de la
reproductivista tomando el eje fundamental. Diríamos, entonces, que mientras el
funcionalismo plantea a la escuela como un agente socializador que determinará
los roles de los individuos en función a las necesidades de la sociedad,
manteniendo así a las jerarquías sociales como resultado de un orden natural, el
marxismo se centrará en el hecho de que la educación o, mejor dicho, la escuela,
es una filosa arma del estado para reproducir las relaciones e ideología
dominantes. El consenso por un lado, el conflicto por el otro.
La pregunta, entonces, sería: ¿Es posible un real consenso, cuando las dos
partes que deben participar del mismo están en condiciones desiguales? ¿Hasta
qué punto puede existir un consenso si las partes que lo buscan están
conformadas por un sector imperante, dominador, y otro subordinado, dominado?.
-Punto 2
Cuando éramos chicos, en los recreos de la escuela se veían decenas de grupitos
tirados en el piso jugando a las bolitas, figuritas, tazos, etc. Lo mejor que
podía pasarte era resultar el ganador de, por ejemplo, el campeonato de bolitas
del segundo recreo de cada lunes. Ser el ganador. A medida que fuimos creciendo,
ese ser el ganador fue mutando, hasta transformarse en la dura presión por ser
un ganador. Dicha disyunción entre ser un ganador (“winner“) o un perdedor (“looser“)
es lo que hoy en día pareciera marcarnos la pertenencia, o no, a una especie o
rengo determinado, por el cual se realizan infinitos juicios de valoración.
Además, aquel que es catalogado como un perdedor tendrá que sufrir, no sólo la
consecuencias de no contar con los beneficios de los ganadores, sino también la
estigmatización misma de ser un perdedor.
Cuando un joven consigue un buen trabajo, saca buenas calificaciones en sus
estudios, tiene una buena relación de pareja, etc., es rápidamente encasillado
en el grupo de los winners. Si sucede todo lo contrario, en cambio, será
etiquetado como un looser, probablemente seguido de cantidad de adjetivaciones
complementarias como el ser también un “vago“, alguien que “no tiene ganas de
estudiar“, que busca los “caminos más fáciles“, etc. Y es en este aspecto de la
categorización entre “winners y loosers“, “ganadores y perdedores“ en el que nos
detendremos, ya que esta definición, muchas veces, no es más que un mero intento
de responsabilizar a las víctimas por su propia marginalidad.
En nuestra sociedad son los jóvenes, probablemente, quienes más sufren esta
estigmatización (aunque no los únicos, claro está). Amplios sectores sociales
que se ven imposibilitados de acceder, por ejemplo, al mercado laboral, tienen
que lidiar con una doble exclusión por parte de la sociedad civil: a un
exclusión económica se suma la exclusión de la condena moral. El individuo
excluido debe cargar también con la cruz de ser responsabilizado por su propia
exclusión, de aparecer él mismo como la causa de su inutilidad. De esta forma,
la sociedad transforma la responsabilidad social en condena social, como una
forma de lavar culpas. De este modo, también, se evita la búsqueda e
implementación de planes que apunten a una solución profunda de los conflictos
de desigualdad; al culpabilizar a las víctimas, al transformarlas en
victimarios, se evita el hecho de tener que realizar grandes inversiones en
planes sociales de educación y vivienda –ya que “no hay por qué regalar nada a
nadie“– y se procede, en cambio, a intentar eliminar a esa escoria de la
sociedad que está en esa situación porque así lo quiso y que, tarde o temprano,
seguramente, terminará delinquiendo. En la actualidad, fiel muestra de lo que
acá se describe es el hecho de que algunos sectores de la política, de los
medios de comunicación y de la sociedad civil en general, vean con simpatía la
idea de bajar la edad de imputabilidad de los menores, suponiendo con ello la
disminución de la delincuencia y la inseguridad. Una vez más, se busca
responsabilizar a las víctimas de su propio desamparo, creyéndolos culpables del
lugar que la misma sociedad los obligó a ocupar. Además, es importante destacar
también, la importancia del rol de los medios de comunicación masiva en estos
idearios colectivos: la instauración del miedo, la magnificación de cualquier
hecho delictivo y, por sobre todas las cosas, la nula asociación de estos
sucesos con la marginación, la pobreza, la exclusión social. De esta manera los
medios ayudan a instalar con más fuerza la idea de pobreza o exclusión por
“decisión propia“, de pobreza o exclusión por “buscar el camino más fácil“, de
pobreza o exclusión por “falta de educación en la casa“ y otros discursos
similares que apuntan a lavar de culpas a la sociedad en su conjunto. Es esta la
coartada que utiliza la sociedad para mantenerse al margen; pensar que “por algo
será“, ayuda a justificar la no intervención y, peor aún, la situación de
perdición en la que puede estar sumido un individuo. Además el discurso
imperante, el de la discriminación, termina instaurándose también en esos mismos
expulsados de la vida productiva, quienes se autoacusan de su imposibilidad de
pertenecer a ese deseado grupo de los ganadores. La repetida frase que se
escucha en boca de los jóvenes marginales de nuestra sociedad: “No importa, si
ya estamos jugados“, es la vil muestra de cómo el discurso dominante logra
penetrar en absolutamente todos los sectores, incluso los que son ferozmente
discriminados por él.
Tomando otra arista del complejo concepto de “winners y loosers“, vemos cómo las
tribus urbanas son un testigo más de la imposición de este modelo. Su
diferenciación con el “común de la sociedad“ (y al mismo tiempo homogeneidad con
los de su grupo), está definida por el consumo de diferentes productos, ropa,
música, formas de comunicación, etc. En una tribu como la de los floggers, por
ejemplo, será un looser aquel que no pueda actualizar su fotolog a diario, no
pueda tener las ropas y accesorios adecuados y no posea una plancha o alisador
de pelo para hacerse el peinado que corresponde. El winner, en cambio, tendrá
acceso de todos esos productos de consumo.
Estos ejemplos dan cuenta de la categorización de ganadores y perdedores en dos
variables: por un lado la de la exclusión social, en tanto marginalidad, pobreza
y estigmatización de las mismas, y por el otro la necesidad de identificación a
partir de la diferenciación con la sociedad, basada en una similitud con cierto
grupo de pares. El hilo conductor de estas dos variables se vería ilustrado con
el CONSUMO. Es un winner aquel que tiene la posibilidad de consumo en gran
medida y es un looser, en cambio, aquel que tiene un limitado acceso al consumo.