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Resumen para el Segundo Parcial |
Sociología (Cátedra: Filmus - 2015) | CBC |
UBA
Tom Bottomore – “La estratificación social”.
La esclavitud: El esclavo es un hombre considerado por el derecho y la costumbre
como propiedad de otro. La esclavitud se dio, principalmente, en la Grecia y
Roma antiguas, y en los Estado del sur de los EE.UU. durante los siglos 18 y 19.
Todo esclavo está sometido a su dueño, no tiene derechos políticos, y está
obligado a trabajar. La base de la esclavitud es económica: una aristocracia
vive del trabajo de los esclavos. Con el tiempo, el esclavo como objeto de
propiedad comenzó a tener conflictos con la concepción del esclavo como un ser
humano que tiene derechos. Finalmente, alcanzaron la manumisión (liberación dada
por sus dueños).
Los estamentos: En la Europa feudal y medieval, cada estamento tenía su status,
lo que implicaba derechos y deberes, privilegios y obligaciones. Los siervos que
trabajaban la tierra para el señor no tenían derechos ni justicia. Se
consideraba que cada estamento tenía su función: la nobleza defender a todos, el
clero rezar por todos y el pueblo dar alimentos a todos. En realidad los siervos
no eran considerados un estamento, ya que oficialmente solo se reconocía como
tales a la nobleza y al clero.
Las castas: La casta implica una clara distinción económica. Aparecen
características de castas en cualquier sociedad donde hay separaciones estrictas
entre grupos particulares. Se observa una mayor tendencia al cambio en las zonas
urbanas produciendo relaciones de competencia generalizada entre las castas, en
cuanto a la riqueza, la educación y el prestigio. Las castas modernas
representan asociaciones y no comunidades, como las tradicionales.
Clase social y “status”: Las clases sociales son grupos de facto de carácter
abierto. Su base es económica. Surgieron en las sociedades industriales que se
desarrollaron desde el siglo 17. Encontramos una clase superior, la propietaria
de los medios de producción, llamada “burguesía”, una clase obrera, la de los
asalariados industriales, una clase media de empleados y profesionales, y una
cuarta clase, la de los campesinos.
Teorías de la estratificación social:
Max Weber dice que, mientras que las clases se estratifican según su relación
con la producción y la adquisición de bienes, los “grupos de status” se
estratifican según los principios de su consumo de bienes, representando por
“estilos de vida” especiales (un obrero y un empleado de oficina pueden ganar el
mismo salario, pero tener estilos de vida muy diferentes). Este enfoque prefiere
hablar en términos de status y no de clases. El énfasis no está en el conflicto
ni en la lucha de clases, sino en la armonía y la movilidad social. Así, este
enfoque no hablara de conflicto, sino de competencia entre individuos, que
pertenecen a alguno de los estratos sociales.
El Marxismo plantea como central la lucha de las clases que se derivaría de la
división de la sociedad entre propietarios y no propietarios. Para Marx, las
clases se definen por su relación con los medios de producción. En toda sociedad
con propiedad privada, hay dos clases fundamentales (amos-esclavos,
señores-siervos, burguesía-proletariado) que se forman según cada modo de
producción (esclavismo, feudalismo, capitalismo). El proletariado, la clase
explotada en el capitalismo, forma una “clase en sí”, es decir una suma de
individuos que están en la misma situación económica, que se convierten en
“clase para sí” cuando toman conciencia de sus intereses comunes y sus objetivos
políticos. Así, para Marx es central la relación del individuo con la propiedad
como el factor crucial de la acción social, en una visión que ve al conflicto y
a la lucha entre clases antagónicas como el motor de los cambios en la historia,
y con la perspectiva de alcanzar una sociedad sin clases, la sociedad comunista.
La Teoría Funcionalista dice que todas las sociedades son estratificadas, ya que
la estratificación es una necesidad universal. La desigualdad social es un
recurso inconsciente creado por las sociedades para asegurarse de que las
posiciones más importantes son ocupadas conscientemente por las personas más
calificadas. Pero la estratificación no es universal, ni todas las sociedades se
definen por igual lo que es “importante” o “persona calificada”. El
funcionalismo solo ve individuos ubicados en una escala jerárquica, pero no
explica la existencia de grupos sociales, como grupos de status, elites y
clases. Se limita a clasificar y describir diferentes tipos de estratificación,
pero no explica el papel del uso de la fuerza en la conservación del sistema.
El funcionalismo destaca la competencia, el individualismo y la función
integradora de la sociedad. El marxismo plantea el conflicto de las clases y los
cambios revolucionarios de un tipo de sociedad a otra. Ninguna de las dos
teorías posee la universalidad que pretenden tener, ya que la estratificación
social se deriva no solo de la propiedad y la división del trabajo, sino también
de la guerra y la religión.
Max Weber – “División del poder en la comunidad, clases, estamentos y partidos”.
Todo ordenamiento jurídico (no estatal) influye sobre la distribución del poder.
El poder es la probabilidad de imponer la propia voluntad incluso contra la
oposición de los demás. Para Weber, el poder económico es muy importante, pero
no es el único: el poder no es solo ambicionado por fines de enriquecimiento
económico, sino que puede ser motivado también por el “honor” social que
produce. Sin embargo, no todo poder produce honor social. El orden social es la
forma en que se distribuye el “honor” social en una comunidad, y la organización
económica es la manera de distribuir y usar los bienes y servicios económicos.
La clase debe ser: 1) común a un cierto número de hombres en cuanto a sus
posibilidades de subsistencia, 2) lo cual está representado por intereses
lucrativos y de posesión de bienes, 3) en las condiciones determinadas por el
mercado, es decir lo que se llama “situación de clase”. La posesión o no
posesión es lo fundamental de las situaciones de clase. Los tipos de posesión
son muy distintos. Además, según el uso que den a las posesiones hablaremos de
rentistas o empresarios y también se diferencian los no poseedores. Entonces, la
clase se define por las posibilidades que se tienen en el mercado. Lo que
condiciona el destino del individuo. La situación de clase es la “posición
ocupada en el mercado”. El “interés de clase” es el interés común de individuos
que tienen una misma situación de clase. Pero esto no necesariamente lleva a una
acción común consciente, sino que por lo general, pueden llegar a reaccionar
igual ante determinados hachos, pero sin hacerlo de forma coordinada. Para tomar
conciencia de grupo y desarrollar una acción comunitaria de los pertenecientes a
una clase, influyen dos factores: la distribución de los bienes y la estructura
de la organización económica. Por ello, las clases no son en sí mismas
comunidades. Sin embargo, más común que una acción comunitaria entre miembros de
una misma clase, es la acción comunitaria entre miembros de diferentes clases,
como ocurre en la relación social de explotación capitalista, entre el
propietario y el trabajador asalariado. En oposición a las clases, los
estamentos son comunidades de carácter amorfo. En oposición a la “situación de
clase” condicionada por motivos puramente económicos, la “situación estamental”
es todo componente típico del destino vital humano condicionado por una
estimación social especifica del “honor” de cierta cualidad común a muchas
personas. No tiene que ver con la mera posesión, ya que un poseedor y un no
poseedor pueden compartir actividades. El honor correspondiente a un estamento
tiene que ver con un modo de vida determinado de todo aquel que pertenezca al
estamento, modo de vida que existe por un acuerdo de sus miembros. Cuando las
costumbres se van arraigando, pueden establecerse jurídicamente los privilegios,
que determinaran institucionalmente quien puede pertenecer y quien no a un
estamento. En este caso, ya estamos hablando de una casta cerrada, que impide
contacto con los que están en una situación inferior. Muchas comunidades étnicas
se encierran en si mismas, según sus lazos sanguíneos, como ciertos pueblos
desperdigados en el mundo, considerados “parias”. Su sentimiento de dignidad se
vincula a su existencia de “belleza y virtud”. Su reino es “de este mundo” y
vive para el presente y el glorioso pasado. En cambio, el sentimiento de
dignidad de las capas negativamente privilegiadas se refiere a un futuro mejor,
en este mundo o en otro por lo que hay una apelación al concepto de “pueblo
elegido” por Dios, que tiene una “misión providencial”. Sin embargo, la base
racial o étnica de los estamentos no es muy común. En la actualidad la
posibilidad de adoptar una conducta propia de un determinado estamento esta
condicionada por factores económicos. El honor estamental específico puede
fundarse en tomar de otros grupos, tener acceso exclusivo a determinadas
personas o lugares, tener el privilegio de usar determinada ropa, probar
determinados alimentos, etc. junto con lo cual también hay monopolios
materiales. La descalificación de la actividad lucrativa se basa en el principio
estamental del “orden social” y de su oposición a la regulación puramente
económica de la distribución del poder. En el mercado y la economía nadie habla
del “honor”. En cambio, el orden estamental se basa en una organización social
de acuerdo al “honor” y un modo de vivir según las normas estamentales. Ese
orden está amenazado por la adquisición económica, ya que quien logra poder
económico puede luego lograr el “honor” que los estamentos tenían reservados
para ellos. Por eso los miembros de toda organización estamental reaccionan
contra las pretensiones del mero lucro económico, ya que no aceptaran como
semejante a alguien que no sea de la descendencia. La organización estamental
obstaculiza el libre desarrollo del mercado, ya que basan su poder en monopolios
con los que el mercado queda limitado y el poder de la posesión ligado a las
clases no puede desarrollarse. De allí la lucha de la burguesía contra la
aristocracia terrateniente y la iglesia, a las que expropio, para impulsar el
desarrollo del capitalismo. Las clases se organizan según las relaciones de
producción y adquisición de bienes; los estamentos se organización según los
principios de su consumo de bienes en las diversas formas especificas de su
“manera de vivir”. Las clases se asientan en el orden económico en los
estamentos en el orden social y el honor. Los partidos se mueven dentro de la
esfera del poder. En oposición a la acción comunitaria ejercida por las “clases”
y los “estamentos”, la acción comunitaria de los partidos va dirigida a un fin
metódicamente establecido, objetivo o subjetivo. Solo pueden existir partidos
dentro de comunidades socializadas, es decir, con un ordenamiento racional, pues
la finalidad de los partidos es influir sobre el aparato de Estado, y, si es
posible, controlarlo. No necesitan representar a una sola clase o estamento. Sus
medios de alcanzar el poder son diversos, desde la violencia hasta la
propaganda, pasando por el voto, dinero, influencia social, etc. El partido,
entonces, es una organización que lucha por el dominio y suele estar organizado
en una forma “autoritaria”.
Karl Marx y Federico Engels – “Burgueses y Proletarios”.
La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la
historia de las luchas de clases. En una palabra: opresores y oprimidos se
enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras
franca y abiertas; lucha que termino siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.
La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad
feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las
viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha
por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin
embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda sociedad va
dividiéndose en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía
y el proletariado. El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la
industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de
nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. La clase media
industrial suplanto a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre
las diferentes corporaciones desapareció, ante la división del trabajo en el
seno del mismo taller. Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba
siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. La gran industria
moderna sustituyo a la manufactura; el lugar de la clase media industrial
vinieron a ocuparlo los burgueses modernos. La gran industria ha creado el
mercado mundial que acelero prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la
navegación y de todos los medios de transporte por tierra. La burguesía moderna
es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de
revoluciones en el modo de producción y de cambio. Cada etapa de la evolución
recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente éxito político.
El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los
negocios comunes de toda la clase burguesa. La burguesía ha desempeñado en la
historia un papel altamente revolucionario. Ha hecho de la dignidad personal un
simple valor de cambio. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las
profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso
respeto. La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que
encubría las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.
La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente
los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de
producción, y con ello todas las relaciones sociales. Espoleada por la necesidad
de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo
entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear
vínculos en todas partes. Mediante la explotación del mercado mundial, la
burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están
destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya
introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas,
por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas
venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no solo se
consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. Surgen
necesidades nuevas. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la
producción intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en
patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de
día en día más imposibles. La burguesía ha sometido el campo al dominio de la
ciudad. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado
los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos
campesinos a los pueblos burgueses. La burguesía suprime cada vez más el
fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población.
Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado
la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la
centralización política. La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta
apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes
y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. Las crisis
comerciales con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más
amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante
cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no solo una parte
considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas
productivas ya creadas. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al
desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad
burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas
relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo. ¿Cómo vence esta
crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de
fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la
explotación más intensa de los antiguos. Pero la burguesía no ha forjado
solamente las armas que le deben darle muerte; ha producido también los hombres
que empuñaran esas armas: los obreros modernos, los proletarios. En la misma
proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase
también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a
condición de encontrar trabajo, y encuentran únicamente mientras su trabajo
acrecienta el capital. Estos obreros son una mercancía como cualquier otro
artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la
competencia, a todas las fluctuaciones del mercado. Este se convierte en un
simple apéndice de la maquina, y solo se exigen las operaciones más sencillas,
mas monótonas y de mas fácil aprendizaje. Cuanto más fastidioso resulta el
trabajo más bajan los salarios. Cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la
división del trabajo, mas aumenta la cantidad de trabajo. No son solamente
esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas
horas, esclavos de la maquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la
fabrica. Cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la
proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres
y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y
sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo,
cuyo coste varía según la edad y el sexo. Una vez que el obrero ha sufrido la
explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en
víctima de la burguesía. Toda la escala inferior de las clases medias de otro
tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales
no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la
competencia con los capitalistas mas fuertes; otros, porque su habilidad
profesional se ve desperdiciada ante los nuevos métodos de producción. De tal
suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.
Diferentes etapas de desarrollo del proletariado: Al principio, la lucha es
entablada por obreros aislados, después por los obreros de una misma fábrica,
mas tarde por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués
aislado que los explota directamente.
Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la
consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para
alcanzar sus propios fines políticos debe poner en movimiento a todo el
proletariado. Pero la industria, en su desarrollo, no solo acrecienta el número
de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta
y adquieren mayor conciencia de la misma. Como resultado de la creciente
competencia de los burgueses entre si y de la crisis comerciales que ella
ocasiona, los salarios son cada vez mas fluctuantes; el constante y acelerado
perfeccionamiento de la maquina coloca al obrero en situación cada vez más
precaria. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y
actúan en común para la defensa de sus salarios. A veces los obreros triunfan;
pero no es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el
éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta
organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, es sin
cesar socavada por la competencia entre los propios obreros.
La burguesía vive en lucha permanente: Al principio, contra la aristocracia;
después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyo intereses entran
en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la
burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a
apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrastrarle así al movimiento
político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los
elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma. Finalmente,
en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso
de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un
carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase
reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas
manos está el porvenir. De todas las clases que hoy se enfrentan con la
burguesía solo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las
demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran
industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. El
lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más
bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una
revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida
esta más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la
burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de
cada país debe acabar en el primer lugar con su propia burguesía. Todas las
sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre
clases opresoras y oprimidas. Más para oprimir a una clase, es preciso
asegurarle, unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su
existencia de esclavitud. El obrero moderno, lejos de elevarse con el progreso
de la industria, desciende siempre más.
Maristella Svampa – “La fragmentación de las clases medias”.
En los 90 a partir del modelo neoliberal la entrada en una sociedad excluyente
trajo consigo una fuerte reformulación de la dialéctica entre estructura y
estrategias en el interior de las fragmentadas clases medias.
Rasgos generales de las clases medias: Cuatro rasgos mayores:
Tradicionalmente la categoría “clases medias” ha designado un vasto conglomerado
social, esto es una categoría intermedia cuya debilidad es su misma posición
estructural, un tercer actor especifico propio, situado entre los dos grandes
agentes sociales y políticos de la sociedad moderna: la burguesía y las clases
trabajadoras. En resumen, la debilidad estructural es la base de las
dificultades analíticas que encierra la categoría “clases medias”, lo cual
aparece reflejado tanto en términos políticos, mediante la conformación de una
mentalidad conservadora y reaccionaria, como en términos culturales, a través
del desarrollo de una cultura mimética y los consumos ostentosos.
Otro de los rasgos mayores de las clases medias ha sido la heterogeneidad social
y ocupacional. El criterio de la diferenciación más clásico para caracterizar a
las clases medias ha hecho hincapié en el proceso de trabajo “manual” y “no
manual”, que luego adoptaría el nombre de trabajadores de “cuello azul” y
“cuello blanco”. Esta característica fundamental contribuiría a abrir la brecha
respecto de otros sectores sociales, por ejemplo, los trabajadores fabriles,
estos se caracterizan por un importante grado de homogeneidad.
Desde sus orígenes, una de las notas constitutivas de la identidad de las clases
medias ha sido la movilidad social ascendente. Esto ha contribuido a aumentar la
importancia de la educación como calan privilegiado para el ascenso y la
reproducción social.
Por último, las clases medias aparecen definidas positivamente por su capacidad
de consumo, y como consecuencia, por el acceso a un determinado estilo de vida.
En consonancia con alguno de estos rasgos, las clases medias irían definiéndose
como “clases de servicios”. Esta categorización, desarrollada a comienzos de los
80 se apoya en el fuerte incremento registrado en el sector servicios. Para el
autor, la clase de servicios se distingue de la clase obrera por realizar un
trabajo no productivo, aunque la diferencia más básica se ve reflejada en la
calidad del empleo.
Las clases medias en la Argentina: A lo largo del siglo 20, en virtud de su
dinamismo y su elán modernizador, las clases medias latinoamericanas se
constituyeron en un agente central en el proceso de desarrollo. Esta centralidad
se explica por dos rasgos mayores: en primer lugar, se debe a la preocupación
que las clases medias manifiestan por la educación. A su vez, la educación se
constituye en el instrumento por excelencia de la movilidad social ascendente,
así como en el criterio distintivo respecto de las otras clases sociales. El
segundo rasgo se halla intrínsecamente ligado al anterior, pues la expansión de
las clases medias urbanas está vinculada al desarrollo del Estado. En efecto, en
América Latina, las clases medias se expandieron sobre todo en los países donde
el Estado intervino activamente como productor de bienes y servicios, en el
marco del régimen de industrialización sustitutiva. Tocaría a la versión
latinoamericana del Estado Social, esto es, al modelo nacional-popular. Sin
embargo, este fue precisamente el modelo que entro en crisis a partir de los
años 80 y, particularmente, durante los 90, con la aplicación de políticas de
ajuste fiscal y de reducción del Estado. Es necesario tener en cuenta que, desde
una perspectiva económica, la acción de gobierno del primer peronismo
(1946-1955) no solo beneficio directamente a vastos sectores de la clase
trabajadora, sino también a amplios sectores medios, mediante el impulso al
sector asalariado, dependiente del Estado. ¿Cómo explicar entonces el
antiperonismo militante de las clases medias argentinas? En realidad, el
peronismo lesiono a las clases medias a través de sus pautas de comportamiento y
sus modelos culturales. Así, fueron sus rasgos plebeyos e iconoclastas los que
más fastidiaban y afectaban la tranquilidad de las clases medias, más que nunca
identificadas con los patrones culturales y estéticos de la cultura oficial. Por
otro lado, la oposición de las clases medias se vio acentuada por el carácter
autoritario que tomo el régimen peronista, respecto del mundo reconocido de la
cultura.
Hacia la heterogeneidad y la polarización social: Durante mucho tiempo, el
modelo de integración social existente en la Argentina se asentó en la
afirmación de estilos residenciales y espacios de socialización mixtos, que
apuntaban a la mezcla entre distintos sectores sociales. El marco propio para
tan modelo de integración mixta eran los espacios públicos. Estos lugares
públicos proveían al individuo de una orientación doble: hacia adentro y hacia
afuera de su grupo social, y aparecía como contextos propicios para una
socialización mixta y exitosa. A partir de los 90, la entrada en una sociedad
excluyente tiro por la borda esta representación integradora de la sociedad
argentina, centrada en la primacía de lo público. La nueva dinámica excluyente
puso al descubierto un notorio distanciamiento en el interior mismo de las
clases medias, producto de la transformación de las pautas de movilidad social
ascendente y descendente. La entrada a una sociedad excluyente reformulo la
dialéctica entre estructura y estrategias en el seno de las clases medias. Por
un lado, las clases medias empobrecidas debieron desarrollar nuevas estrategias
de sobrevivencia. Por otro lado, para un sector de las clases medias
consolidadas y en ascenso, las estrategias de inclusión en el nuevo modelo
apuntaron a una búsqueda de la distancia, no solo respecto de los sectores
populares, sino de las propias clases medias empobrecidas, mediante el consumo
suntuario y los nuevos estilos de vida basados en la seguridad privada.
Empobrecimiento y multiplicación de estrategias de adaptación: El proceso de
movilidad social descendente asumió una dimensión colectiva que arrojo del lado
de los “perdedores” a grupos sociales que formaban parte de las clases medias
asalariada y autónoma. La nueva pobreza fue asomando como un universo
heterogéneo que reuniría a los “perdedores” de cada categoría profesional. La
caída social produjo también el ingreso de las mujeres al mundo público, aun si
la mayoría termino por obtener pequeños empleos, mucho de ellos domiciliarios o
precarizados. En resumen, la fractura intraclase se hizo mayor a mediados de los
90, cuando el empobrecimiento pasó a vincularse no solo a la pérdida de poder
adquisitivo, sino también al desempleo; en fin, cuando empezó a observarse una
suerte de “reproducción ampliada” de las diferencias intraclase, visibles en los
estilos de vida, los modelos de socialización y las formas de sociabilidad. La
nueva pobreza se caracterizaba por ser, en términos urbanos, más difusa y
dispersa. La nueva pobreza daba cuenta de afinidades o semejanzas con los
sectores medios consolidados en variables tales como el nivel educativo o la
composición de la familia, pero a la vez, revelaban cada vez más la proximidad
con los “pobres estructurales” en términos de ingresos, características del
empleo y ausencia de cobertura social. Como consecuencia del empobrecimiento, lo
propio del periodo fue la multiplicación de estrategias individuales, mediante
la utilización de los recursos y competencias culturales y sociales
preexistentes orientadas a obtener ventajas comparativas.
Empobrecimiento y experiencia del trueque: En términos generales, recién hacia a
segunda mitad de los 90 los sujetos sociales incorporarían plenamente un
discurso que permitiría evacuar el estigma del fracaso persona, tan subrayado
durante los primeros años del modelo. Sin embargo, lejos de conducir a la pura
victimización, el proceso tuvo como corolario un nuevo enmarcamiento de la
situación que desembocaría en una experiencia pública que daría mucho de qué
hablar: el trueque. El trueque se convirtió rápidamente en una red extensa de
intercambio de bienes, servicios y competencias muy heterogéneas, un “mercado
sui generis” que comprendía desde el trabajo manual o artesanal, ligado a la
producción de bienes primarios hasta las “nuevas industrias de la subjetividad”,
relacionadas con las terapias alternativas. Ahora bien, la expansión de esta
actividad tuvo varias consecuencias. En primer lugar, permitió una cierta
reconstitución de las identidades individuales. En segundo lugar, la experiencia
daba cuenta, si bien de manera incipiente, de la emergencia de un espacio de
sociabilidad, donde confluían sectores medios empobrecidos con sectores
populares. Por supuesto que este espacio estuvo lejos de desembocar en una
experiencia unificadora, pero en tanto lugar de cruce social, permitió sobre
todo a las clases medias empobrecidas, experimentar una mayor libertar y
reflexividad, sin necesidad de tener “que seguir aparentando lo que ya no eran”.
En diciembre de 2001, el trueque registro una explosión incontrolada. Así, en
2002, la Argentina poseía la red del trueque más extensa del mundo. La explosión
del trueque estuvo directamente ligada a la crisis económica, que incito a los
individuos a buscar en esta actividad un medio para afrontar la escasez de
moneda y el aumento de los precios dentro del mercado formal. Las redes no
pudieron procesar este crecimiento explosivo y la mayoría terminaron por
estallar en medio de una crisis de inflación de la moneda social y de
corrupción.
El ascenso y la búsqueda de la distancia social: Aunque ya hemos transitado esta
vía para dar cuenta de ciertos cambios en las estrategias de distinción de los
sectores altos, importa recordar que el centro de la expansión de la oferta
inmobiliaria comprendió no tanto los clubes de campo, exclusivos y elitistas,
sino los nuevos barrios cerrados, provistitos de seguridad privada, cuyo
destinatarios eran las clases medias en ascenso. Los nuevos estilos de vida
basados en la segregación espacial ilustrarían una estrategia de diferenciación
de los sectores medios en ascenso no solo respecto de los sectores populares,
sino también de las mismas clases medias empobrecidas, al tiempo que apuntaba a
una integración “hacia arriba”, en relación con los sectores altos de la
sociedad. Dos temas nos interesa abordar con respecto a la asociación entre
urbanizaciones privadas y clases medias ascendentes: la tendencia a la
homogeneidad social y los modelos de socialización resultantes. En efecto, en
primer lugar, la seguridad privada impulsa el desarrollo de un estilo de vida,
centrado en el contacto con el verde, crecientemente estandarizado por la oferta
inmobiliaria, que se caracteriza por la tendencia a la homogeneidad social y
generacional. En términos de sociabilidad este nuevo estilo de vida presenta
rasgos comunes con el modelo más comunitario y cerrado propio de las clases
altas ligado a la exclusividad de los pequeños círculos sociales. En segundo
lugar, las urbanizaciones privadas han permitido la creación de nuevos marcos de
socialización que implican un escaso contacto con seres diferentes; algo que los
mismo residentes dominan “el modelo de la burbuja”. En resumen, el nuevo estilo
residencial tiende a afirmar una inclusión hacia arriba: así, si por un lado los
colegios privados y las universidades de elite facilitan la llave de una
reproducción social futura, por el otro, los espacios comunes de la comunidad
cercada contribuyen a “naturalizar” la distancia social. Por último, como es
posible suponer, las formas de sociabilidad “elegida” que se desarrollan en el
interior de las redes de countries y barrios privados, poco tienen que ver con
las formas de sociabilidad “forzada” que las fracciones menos favorecidas de las
clases medias desarrollan “hacia abajo”, mediante prácticas como el “club del
trueque” u otras redes de solidaridad. Así las cosas, en el marco de la sociedad
excluyente, lo que comenzó siendo considerado desde una mirada crítica y
posiciones normativas hoy va cediendo rápidamente ante la naturalización de las
desigualdades sociales.
Entre el consumo y el vínculo privilegiado con la cultura: Las imágenes que
proponía el régimen neoliberal confirmaban la centralidad del
ciudadano-consumidor en detrimento de la figura del productor, al tiempo que
permitían una articulación mas armoniosa con el proceso de reformulación de las
identidades de las clases medias, en el seno de la posmodernidad, mediante la
proliferación de los nuevos consumos culturales. Por otro lado, el devenir del
ciudadano consumidor estuvo acompañado por la introducción de las nuevas
tecnologías de la comunicación y la información; nuevos hábitos y practicas
ligados a una sociedad atravesada ideológicamente por el “discurso único” del
neoliberalismo. Los procesos de globalización y las nuevas tecnologías de la
información multiplicaron las facetas y las estrategias del devenir consumidor
del ciudadano, adaptadas por las clases medias urbanas, en un escenario de
posajuste. En nuestro país, la vida urbana de las clases medias en los 90 estuvo
marcada por los nuevos consumos culturales, más individualizados: nuevas
prácticas culturales, de usos del tiempo, nuevas formas de comer y beber, de
presentar lo cultural y lo artístico. En este contexto, “el vinculo de las
clases medias con la cultura adquiere nuevas significaciones”. En fin,
probablemente las clases medias nunca hayan sido actor único, pues carecen de
unidad en términos estructurales; sin embargo, casi todos acordaban en reconocer
la existencia de ciertos lazos culturales y políticos que, por encima de la
heterogeneidad social, hacían de ellas un agente significativo de la vida
social. Sin embargo, los diferentes cambios que sufrieron en las últimas
décadas, y muy particularmente durante los 90, pusieron de manifiesto la
disolución de esos lazos, lo que sumado a la creciente diferenciación
socio-económica, torna más difícil pensarlas como un actor con capacidad de
desempeñar un rol articulador en la sociedad.
Michel Foucault – “Los medios del buen encauzamiento”.
El poder disciplinario tiene como función “enderezar conductas”. No encadena
para reducir, para impedir, busca utilizar aquello que somete: separa, analiza,
diferencia, identifica, individualiza, condiciona, domina. La disciplina
“fabrica” individuos, a los que usa y modela, calculando sus reacciones.
Instrumentos que usa el poder disciplinario para tener éxito:
La vigilancia jerárquica: La disciplina se basa en un dispositivo que coacciona
a través de la mirada. Los “observadores” serian pequeñas técnicas múltiples y
entrecruzadas, miradas que deben ver sin ser vistas; un arte oscuro de la luz y
lo visible que, silenciosamente, prepara técnicas y saberes para dominar a los
hombres. El campamento militar es un ejemplo de cómo funciona esto. Se trata de
un verdadero microscopio de la conducta, que aparece en todos y cada uno de los
lugares de la sociedad en todos los cuales hay relaciones de poder y de saber.
El aparato disciplinario perfecto seria aquel que permitiera a una sola mirada
verlo todo en forma permanente. Esto es lo que luego se conoció como “panóptico”
(par=todo; óptico=ojo. Es decir, el ojo que todo lo ve). En las fábricas y
talleres se organiza un nuevo tipo de vigilancia. Ya no es el amo el que vigila
directamente, sino empleados de este, como vigilantes o capataces. A mayor
división del trabajo, mayor necesidad de control. Vigilar pasa a ser parte
necesaria del proceso de producción capitalista. El dueño de la propiedad
privada vigila a los trabajadores que usan sus medios de producción, para que no
se gaste un solo céntimo de más y no haya un solo momento del día perdido. La
vigilancia pasa a tener importancia económica. En las escuelas el esquema es
equivalente: a mayor número de alumnos, mas vigilantes que salen de entre
aquellos para ayudar al maestro. Se trata entonces de un dispositivo único de
tres elementos: enseñanza, adquisición de conocimientos y observación reciproca
y jerárquica.
Todo este poder es múltiple, automático y anónimo: no pertenece a nadie en
especial, pero nadie puede escapar a él. Es un sistema de relaciones de arriba
abajo, si, pero también, hasta cierto punto, de abajo a arriba, y lateral. Este
poder no se tiene como si fuera una propiedad, sino que funciona como una
maquinaria. No es el “jefe” el que tiene el poder, sino que es el aparato entero
el que produce el poder. Las leyes de la óptica y la mecánica están a su
servicio, en un juego de espacios, límites, pantallas, y sin recurrir, en
principio a la violencia: es más seguro vigilar que castigar.
La sanción normalizadora: En todo sistema disciplinario funciona un pequeño
mecanismo penal, con sus leyes, delitos, sanciones, juicios, etc. las
disciplinas son como una “infra-penalidad”, es decir, como una penalidad oculta,
que regula un espacio que las leyes dejan vacio, califican y reprimen conductas
que escapan a los grandes sistemas de castigos. Los castigos van desde el
castigo físico leve, a las privaciones menores y pequeñas humillaciones. Se
trata de hacer penables las fracciones más pequeñas de la conducta. El orden de
los castigos disciplinarios es “artificial”, dispuesto por una ley, programa o
reglamento, y “natural”, en relación a la duración de un aprendizaje o el tiempo
de un ejercicio “normal”, más allá del cual viene la sanción. El castigo
disciplinario tiene por función reducir las desviaciones, es decir que tiene una
función correctiva más que de castigo. No se pena tanto la violación de una ley
sino que se busca que el hecho no se repita. Castigar es ejercitar. El maestro
debe privilegiar mas las recompensas que los castigos, ya que los perezosos se
sienten más motivados por el deseo de un premio que por el temor a sufrir
castigos. Este esquema permite clasificar las conductas en términos de lo
“bueno” y lo “malo” a diferencia de la justicia penal, que solo habla de lo
prohibido. También hay todo un sistema contable de clasificación, acumulación de
datos. Todo esto crea un cierto tipo de conductas y condicionamientos, que se
incorporan en la intimidad de cada persona, la que asume todo como si fuera
parte de la naturaleza de las cosas. La distribución tiene dos funciones: marcar
las desviaciones, jerarquizar las cualidades, pero también castigar y
recompensar. El premio es ascender en un rango de categorías, el castigo es
descender. Pertenecer a un rango determinado es ya un premio o un castigo en sí
mismo. En el poder disciplinario, el arte de castigar implica una serie de
operaciones tales como: a) relacionar todas las conductas a una escala de
comparación, de diferenciación, basada en una regla, b) diferenciar a los
individuos entre sí, cuantitativa y cualitativamente, c) trazar el límite de lo
“normal” y lo “anormal”. La penalidad perfecta controla cada instante de las
instituciones disciplinarias: compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza,
excluye, normaliza. Surge lo normal, un principio de coerción y estandarización
de la vida. El poder de la normalización obliga a la homogeneidad pero
individualiza, fijando a cada uno niveles, especialidades, etc., haciendo útiles
las diferencias, ajustándolas unas con otras en un mecanismo único.
El examen: El examen combina las técnicas de la jerarquía que vigila y las de la
sanción que normaliza. Es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite
calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad
por la que los diferencia y sanciona. En el examen se superponen las relaciones
de saber y poder porque implica relaciones de poder que permiten formar cierto
saber. En la escuela hay una comparación de cada cual con todos que permite a la
vez medir y sancionar. El examen permite al maestro, a la par que transmite su
saber, establecer sobre sus alumnos un campo de conocimientos (y dejando de lado
otros, lo que implica, así, no solo transmisión de un saber, sino el poder de
determinar que cuestiones se aprenden y cuáles no, de qué modo se aprende,
cuando, para que, etc.). Tradicionalmente, el poder era lo que se veía, lo
manifiesto. Los que sufrían el poder se mantenían en la oscuridad. El poder
disciplinario en cambio, se ejerce haciéndose invisible: son los sometidos los
que tienen que ser vistos. Su iluminación garantiza el dominio del poder que se
ejerce sobre ellos. El examen es la técnica por la que el poder mantiene a los
dominados en un mecanismo de sometimiento y objetivación. El examen hace entrar
la individualidad en lo documental. Hay todo un archivo tenue pero minucioso,
que sabe que hacemos, con quien lo hacemos, por qué, cuando, de qué modo. Todo
un “poder de escritura”. La formación de un sistema comparativo permite
describir grupos, caracterizar hechos colectivos, analizar las desviaciones de
los individuos y su distribución. Se trata de la entrada del individuo en el
campo del saber, su descripción singular, su interrogatorio. El examen hace de
cada individuo un “caso”, que a la vez es un objeto para un conocimiento y una
presa para un poder. Los procedimientos disciplinarios invierten esa relación y
hacen del análisis individual un instrumento de dominación y control. El examen
esta en el centro de los procedimientos que forman al individuo como objeto y
efecto de poder, como efecto y objeto del saber. Combinando vigilancia
jerárquica y sanción normalizadora, garantiza las grandes funciones
disciplinarias de distribución y clasificación, de extracción máxima de las
fueras y del tiempo, de fabricación de la individualidad.
Se paso de mecanismos histórico-rituales de formación de la individualidad a
mecanismos científico-disciplinarios. Si bien la teoría política moderna nos
habla de individuos creando una sociedad, los individuos son “creados” por
relaciones de poder y saber. El individuo es el átomo ficticio de una
representación “ideología” de la sociedad. Es una realidad fabricada por la
disciplina, es decir, por una técnica de poder. El poder no es algo
exclusivamente negativo que reprime, prohíbe, oculta o disimula; el poder
produce realidad, produce una verdad y produce individuos adaptados a esa
verdad.
Max Weber – “Sociología de la dominación”.
Estructuras y funcionamiento de la dominación.
Poder y dominación. Formas de transición.
La dominación es el caso especial del poder donde no hay una tendencia
exclusivamente económica. El poder es la posibilidad de imponer la propia
voluntad sobre la conducta ajena. La dominación por constelación de intereses se
da en situaciones de monopolio y su tipo más puro es el dominio monopolizador de
un mercado. La dominación por la autoridad implica poder de mando y deber de
obediencia, y su tipo más puro es el poder del padre de familia. Cada una de las
formas de dominación se convierte fácilmente en su contraria: en uno el poder
“efectivo” se basa en la posesión de bienes; en el otro el poder “autoritario”
se basa en el deber de obediencia. La dominación es el estado de las cosas por
el cual un mandato del “dominador” influye sobre los dominados, haciendo que
estos adopten por sí mismos, y como máxima de su obrar, el contenido del
mandato.
Dominación y gobierno. Naturaleza y límites del gobierno democrático.
Toda dominación se manifiesta y funciona en forma de gobierno. El gobierno
directamente democrático se da cuando el poder de mando tiene una modesta
apariencia y el jefe se considera un “servidor” de los dominados. Supone que
todos pueden dirigir los asuntos comunes y un poder de mando con alcance mínimo.
Características: 1) limitación loca, 2) limitación en el número de
participantes, 3) poca diferenciación social, 4) tareas simples y estatales, 5)
alta instrucción. Con la aparición de los partidos políticos modernos,
organizaciones que luchan por el dominio, la democracia directa pierde sentido.
La dominación mediante “organización”. Los fundamentos de su legitimidad.
Siempre hay una minoría que maneja a las masas. La ventaja del pequeño número
permite a esta minoría ponerse de acuerdo rápidamente en una acción societaria
racionalmente ordenada, con el fin de mantener los privilegios de esa minoría
dominante. Además, toda dominación que pretenda su continuidad es una dominación
secreta. La organización se da cuando una persona se pone constantemente a
disposición de sus jefes, junto con un grupo interesado de personas a las que
les conviene obedecer ya que obtienen beneficios o privilegios, colaborando en
el ejercicio de los poderes imperativos y coactivos encaminados a la
conservación de la dominación. Llamamos señores a los dirigentes cuyo poder de
mando no viene dado por otros señores. El aparato de mando es el conjunto de
personas que se ponen a disposición del señor. La estructura de dominación es la
relación entre los señores y el aparato de mando, y entre ambos y los dominados,
además de la distribución de los poderes de mando. La autojustificación se da
cuando la propia posición privilegiada es vista como un “merito” y la posición
ajena adversa como una “culpa”.
Los tres tipos puros de la dominación legítima.
La dominación es la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo
determinado para mandatos específicos. Los motivos para obedecer van desde el
inconsciente hasta lo racional, pero siempre hay un mínimo de voluntad de
obediencia.
Tipos puros de dominación legitima: (ninguno de los tres tipos ideales se da
“puro” en la realidad. Por ejemplo, el carisma puede transformarse en algo
cotidiano y tradicional)
Racional: Creencia en la legalidad de ordenes establecidas en los derechos de
mando de la autoridad legal. Se obedece a las leyes.
Todo derecho es estatuido de modo racional, con arreglo a fines o a valores, es
un cosmos de reglas abstractas, el soberano legal típico obedece al orden
impersonal, el que obedece solo obedece al derecho. Principio de jerarquía
administrativa y separación del cuadro administrativo de los medios de
administración y producción. No hay apropiación de cargos. La burocracia se
compone con funcionarios individuales que se deben solo a los deberes objetivos
del cargo, tienen jerarquía administrativa rigurosa, en virtud de un contrato
con competencias fijas, sueldos fijos y cargos revocables, ejercen el cargo como
su única profesión, tienen perspectivas de ascensos y están sometidos a rigurosa
disciplina y vigilancia administrativa. La administración burocrática es la
forma más racional de dominación. Se basa en el saber profesional especializado
y el secreto profesional. Es la dominación típica de las sociedades capitalistas
occidentales modernas.
Tradicional: Creencia en la santidad de las tradiciones y en la legitimidad de
la autoridad tradicional. Se obedece a las tradiciones.
En la dominación tradicional, el soberano no es un superior sino un señor
personal. Su cuadro administrativo no se forma de funcionarios sino de
“servidores”, los dominados son “súbditos”. Prima la fidelidad personal y no el
deber objetivo. En la dominación tradicional se obedece a la persona llamada por
la tradición. La acción del imperante esta materialmente vinculada por la
tradición, aunque puede estar también libre de tradición. Puede o no tener
cuadro administrativo. No hay creación de nuevos principios jurídicos o
administrativos. Solo hay precedentes y jurisprudencia. El cuadro administrativo
no tiene competencia fija, ni reglas objetivas, ni jerarquía racional fija, etc.
pero tiene concurrencia de las atribuciones y poderes, dependiendo la decisión
final de la tradición y del soberano, lo mismo que la duración del cargo.
Son tipos originarios de la dominación tradicional:
Gerontocracia: autoridad por los más viejos, que conocen mejor la tradición.
Patriarcalismo: autoridad de una sola persona. Los dominados reconocen el
derecho propio tradicional del imperante, pero materialmente es un derecho entre
iguales y en su interés, sin apropiación.
Otras formas son:
Dominación patrimonial: dominación primariamente ordenada por la tradición, pero
ejercida en virtud de un derecho propio basado en el patrimonio.
Dominación Sultanista: dominación patrimonial que se mueve, en lo
administrativo, en la esfera del arbitrio libre, independiente de la tradición.
Dominación estamental: dominación patrimonial en la que determinados poderes de
mando y sus probabilidades económicas están apropiadas por el cuadro
administrativo. El soberano no elige al cuadro administrativo, porque este está
en manos de una asociación o capa estamentalmente calificada que se apropia de
los medios administrativos materiales y los poderes políticos.
Carismática: se basa en el heroísmo, santidad o ejemplaridad extra cotidianas de
una persona lo que le da la “autoridad carismática”. Se obedece al líder.
El carisma es la cualidad extraordinaria de una personalidad, en cuya virtud se
le considera en posesión de fuerzas sobrehumanas o divinas, y por ello es jefe,
caudillo, guía o líder. El reconocimiento no es fundamento de legitimidad sino
un deber de los llamados a reconocer esa cualidad. La perdida de la autoridad
carismática se da cuando el jefe pierde su carisma, o si su jefatura no aporta
ningún bienestar a los dominados. El cuadro administrativo no es una burocracia
profesional, sino que son elegidos por su carisma. Es una dominación extra
cotidiana e irracional. La adquisición material es ocasional y no con ingresos
regulares. Es una fuerza revolucionaria que, nacida de la indigencia o del
entusiasmo, varia la conciencia y la acción. La rutinización del carisma se da
cuando la relación se hace duradera y se racionaliza o tradicionaliza. Los
motivos pueden ser un interés ideal y/o material de los prosélitos o del cuadro
administrativo.
Tipos de sucesión: búsqueda de un nuevo líder, por revelación, por designación
del sucesor hecha por el actual líder, por designación hecha por el cuadro
administrativo, o por carisma hereditario.
La objetivación del carisma es la idea de que el carisma puede ser transmitido o
producido. El estado de linajes se da cuando la norma carismática se transforma
en estamental y tradicional, siendo carismático-hereditaria. El linaje determina
el cargo y no el cargo al linaje. La dominación carismática es propia de
sociedades capitalistas subdesarrolladas o de desarrollo relativamente atrasado,
como la Alemania de Hitler, la Argentina de Perón, etc. Pero también puede haber
líderes carismáticos en sociedades tradicionales o modernas. La rutinización
implica que el carisma de un líder pasa a un cuadro administrativo. Al adaptarse
a lo cotidiano y dejar de ser algo extraordinario, la dominación carismática se
objetiva y pasa a ser una dominación cotidiana. Esto puede provocar la
resistencia del jefe carismático contra estos poderes carismáticos-hereditarios
o carismáticos-objetivados. El carisma es un fenómeno típico en los inicios de
una dominación religiosa o política, pero que se va debilitando cuando la
dominación ya está asegurada y el grupo que rodea al líder busca su propia
legitimación y beneficios económicos. El carisma nace como una fuerza
revolucionaria y destructiva, pero con el tiempo se convierte en su contrario y
se hace conservador.
Zygmunt Bauman – “Una sociedad de consumidores”.
La sociedad de consumidores (o de consumo) refiere a un conjunto especifico de
condiciones de existencia bajo las cuales son muy altas las probabilidades de
que la mayoría de los hombres y mujeres adopten el consumismo antes que
cualquier otra cultura. La “sociedad de consumidores” es un tipo de sociedad que
“interpela” a sus miembros fundamentalmente en cuanto a su capacidad como
consumidores. Al hacerlo de este modo, la “sociedad” espera ser escuchada,
atendida y obedecida. La sociedad de consumidores implica un tipo de sociedad
que promueve, alienta o refuerza la elección de un estilo y estrategia de vida
consumista, y que desaprueba toda opción cultural alternativa. Durante la mayor
parte de la historia moderna la sociedad “interpelaba” a casi la mitad masculina
de sus integrantes en tanto productores y soldados, y a casi toda la otra mitad
femenina primordialmente como sus proveedoras de servicios por encargo. En una
sociedad de consumidores todos tiene que ser, deben ser y necesitan ser
“consumidores de vocación”. La vocación consumista depende finalmente de un
desempeño personal. La selección de los servicios ofrecidos por el mercado y
necesarios para un desempeño eficiente recae sobre la responsabilidad de casa
consumidor individualmente. Los mecanismos de exclusión de la sociedad de
consumidores son mucho más duros, inflexibles e inquebrantables que en la
sociedad de productores. En la sociedad de consumidores toda “invalidez social”
segunda de exclusión solo puede ser el resultado de falencias personales. Por lo
tanto, “consumir” significa invertir en la propia pertenencia a la sociedad. La
mayor parte de los productos de consumo en oferta en el mercado deben su
atractivo, su poder de reclutar compradores, a su valor como inversión. Consumir
es invertir en todo aquello que hace al “valor social” y la autoestima
individuales. El propósito crucial y decisivo del consumo en una sociedad es
elevar el estatus de los consumidores al bien de cambio vendibles. Los miembros
de una sociedad de consumidores son ellos mismos bienes de consumo, y esa
condición los convierte en miembros de buena fe de la sociedad. Pertenecer a una
sociedad de consumidores es una tarea titánica, una lucha sin cuartel y cuesta
arriba. El mundo a no adaptarse ha sido desplazado por el miedo a ser
inadecuado, pero no por eso es menos abrumador. Las leyes del mercado se aplican
equitativamente sobre las cosas elegidas y sobre quienes las eligen. Solo los
bienes de cambio pueden entrar por derecho propio en los templos del consumo, ya
sea por la puerta de los “productos” o por la de “clientes”. Para ingresar en la
sociedad de consumidores y obtener un permiso de residencia permanente, hombres
y mujeres deben alcanzar los estándares de elegibilidad que define el mercado.
En las operaciones cotidianas de la sociedad de consumidores madura actual, los
“derechos del niño” y los “derechos del ciudadano” se basan en la genuina o
supuesta competencia del consumidor. Las dos secuencias se refuerzan y reafirman
mutuamente, “naturalizándose” y ayudando entre sí para alcanzar el estatus de
“idea dominante”. El mercado de bienes de consumo es un soberano bastante
peculiar, raro, por completo diferente del que estamos acostumbrados. Este
extraño soberano no tiene oficinas legislativas ni ejecutivas, y menos aun
tribunales judiciales. El mercado es mucho más soberano que los mucho más
publicitados y autopublicitados soberanos políticos, ya que además de dictar los
veredictos de exclusión, no admite instancias de apelación. Los organismos del
Estado ya no son dueños de decidir los criterios de “política de exclusión” o
los principios de su aplicación. El Estado en su conjunto, incluidos sus brazos
legislativos y judicial, se convierte en el ejecutor de la soberanía de los
mercados. La presunción tacita que subyace es la formula “para ser consumidor,
primero hay que ser producto”. El secreto de toda “socialización” exitosa reside
en hacer que los individuos deseen hacer lo que es necesario para que el sistema
logre autorreproducirse. Esto puede realizarse abierta y explícitamente,
reuniendo apoyo en pos del interés “de todos” tal y como se efectuaba durante la
fase “solida” de la modernidad, o en la “sociedad de productores”. O puede
producirse subrepticia y oblicuamente, inculcando o imponiendo, más o menos por
la fuerza, ciertos patrones de comportamiento para la solución de problemas que,
una vez adaptados y acatados hacen posible la monótona reproducción del sistema,
como sucede en la fase “liquida” de la modernidad, que casualmente también la
era de la sociedad de consumidores.
El “presente” debe ser degradado en beneficio del “futuro”, y su significado es
un rehén a merced de los giros aun no revelados de una historia que se supone
que ha sido domesticada, conquistada y controlada precisamente debido al
conocimiento de sus leyes y la aceptación de sus exigencias. El “presente” era
solo el medio para un fin, esa felicidad siempre futura, siempre “todavía no”.
En una sociedad de productores, se daba preferencia al “largo plazo” por sobre
el “corto plazo”, y las necesidades de “todos” tenían prioridad frente a la
necesidad de las “partes”. El gozo y la satisfacción que brindan los valores
“eternos” y “supraindividuales” tenían mejor prensa que el éxtasis individual y
pasajero, mientras que el éxtasis de muchos era considerado como la única
satisfacción valida y genuina entre una multitud instancia denigrantes “placeres
del momento”. Nosotros (hombres y mujeres que viven sus vidas en un entorno
moderno líquido) solemos evitar ese modo de hacer encajar la reproducción del
sistema con nuestras motivaciones personales por considerarlo un despilfarro,
algo sumamente oneroso y, por sobre todas las cosas, abominablemente opresivo,
pues va en contra de las “naturales” inclinaciones humanas. En ninguna parte y
bajo ninguna circunstancia, los hombres aceptaran de buena gana renunciar al
llamado de sus impulsos. Toda civilización debe descansar en la coerción, o al
menos en la amenaza de que se utilizara la coerción si no se acatan
escrupulosamente las restricciones impuestas a los impulsos instintivos. Para
que la convivencia humana persista, se debe asegurar, por las buenas o por las
malas, que el “principio de realidad” se imponga al “principio del placer”. El
“poder de la comunidad”, una comunidad que nació durante el proceso de formación
de una civilización o una nación, no tuvo que reemplazar al “placer del
individuo” para hacer que la convivencia fuera factible y viable. El poder de la
comunidad ya estaba en su lugar mucho antes de que apareciera la necesidad, o la
urgencia de contar con él. La “nación” fue considerada a la luz de la
“comunidad”: debía ser una comunidad nueva y más grande, una comunidad
consumada, una comunidad proyectada sobre la pantalla grande de un nuevo
concepto de “totalidad”, y una comunidad hecha a medida de la nueva y extensa
red de interdependencias e intercambios humanos. Lo que más tarde, cuando el
desarrollo al que se refería ya se había detenido o se encontraba en franco
retroceso, fue llamado “proceso de civilización” era un intento sostenido de
re-regularizar y rediseñar la conducta humana ya no estuvo sujeta a las
presiones homogeneización de la autorreproduccion premoderna. El proceso de
construcción nacional se inscribía en el espacio que se extiende entre los
poderes panópticos supraindividuales u la capacidad del individuo de adaptarse a
las necesidades que esos poderes plantean. La recientemente adquirida libertad
de opción individual resultante de la indefinición e indeterminación sin
precedentes de la posición social de cada uno. La oposición entre el “placer” y
el principio de “realidad”, hasta hace poco considerada insalvable, ha sido
superada: rendirse a las rigurosas exigencias del “principio de realidad” se
traduce como cumplir con la obligación de buscar el placer y la felicidad. En
una moderna sociedad liquida de consumidores, la multitud reemplaza al grupo,
así como a sus líderes, jerarquía y escalafón de autoridades. En las multitudes
no hay un “arriba”. Es la misma corriente o dirección de sus movimientos la que
eleva a algunas unidades de esa multitud a la posición de “lideres” que deben
ser “seguidos”, solo mientras dure un movimiento o una secuencia de ellos, pero
rara vez mas allá. La multitud no es un equipo, las multitudes nada saben de la
división del trabajo. Las multitudes, a diferencia de los grupos, no saben nada
de disensos y rebeliones. Solo saben, por así decirlo, de “desertores”,
“perdidos” o “cimarrones”. Las unidades que se despegan del cuerpo central en
movimiento solo se han “descarriado” o se han “quedado a mitad de camino”. Los
solitarios descarriados están obligados a arreglárselas solos y por su cuenta,
pero de todos modos nunca subsisten mucho tiempo, pues las posibilidades de
encontrar un objetivo realista son mucho mejores si se unen a la multitud y,
además, si se eligen por si mismos objetivos extravagantes, inútiles o
peligrosos, los riesgos de perecer se multiplican. La sociedad de consumidores
tiende a romper los grupos, a hacerlos frágiles y divisibles, y favorece en
cambio la rápida formación de multitudes, como también su rápida desagregación.
El consumo es una acción solitaria por antonomasia aun cuando se haga en
compañía. La virtud fundamental de un miembro de la sociedad de consumo es su
activa intervención en los mercados. Para el beneplácito de los mercados y los
políticos por igual, los jóvenes, hombres y mujeres habrán alcanzado la
categoría de “consumidores serios” mucho antes de empezar a ganarse la vida,
pues alguien de veinte años hoy puede obtener un manojo de tarjetas de crédito
sin la mejor dificultad. Esa vida a crédito, en deuda y sin ahorros, es un modo
correcto y apropiado de conducir los asuntos humanos en todos los estratos,
tanto en las políticas de vida individuales como en las políticas de Estado, y
ha sido, por así decirlo, “oficializado”. Hoy, la capacidad como consumidor, no
como productor, es principalmente la que define el estatus de un ciudadano.