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Bourdieu habitus
Campo es el espacio de juego históricamente determinado, en el cual los participantes luchan con posiciones que ocupan dentro de ese campo, una posición determinada en la estructura social. La lucha es por un capital simbólico, que otorga prestigio y legitimidad al agente que lo posee, que busca estrategias de conservación, u ortodoxia, mientras que los que disponen de menos capital, se inclinan por estrategias de subversión o herejía. Habitus: esquemas de obrar, pensar y sentir asociados a la posición social del agente dentro del campo. Son las estructuras sociales internalizadas, lo que otorga márgenes de maniobra: el sujeto aprende las reglas del juego históricas y las internaliza en su subjetividad. Son estructurados y a su vez estructurantes. Funcionan como esquemas de percepción y evaluación ya estructurados, y guardan relación con su clase social. Si el habitus es adquirido en una serie de condiciones materiales y sociales, y si éstas varían en función de la posición en el espacio social, se puede hablar de "habitus de clase". Como cualquier campo, el campo cultural está formado por distintas posiciones, esas posiciones dan lugar a los contenidos de los habitus, y estos, a su vez, se manifiestan en gustos y prácticas culturales. Podrá apreciarse que aquello que tiene más importancia, es decir, los gustos que producen los consumos más “dignos” e “incuestionables” fue definido desde las posiciones más altas del campo cultural. El conjunto de gustos que lleva al consumo del conjunto de bienes culturales “indiscutibles”, cuya “calidad” está fuera de duda, conforman lo que Bourdieu denomino “el gusto legítimo”. La supuesta calidad indiscutible de ciertos bienes culturales es, en rigor, una imposición de la clase dominante, que universaliza en todo el campo de la cultura lo que le es propio. Como es conveniente pensar a los gustos dentro de un sistema de gustos. El “buen gusto” por ciertos objetos, implica necesariamente al “mal gusto”. Los otros gustos estarán más o menos lejos, pero el gusto legítimo sigue estando presente como una especie de canon que atraviesa todas las posiciones del campo cultural. El gusto legítimo tiene poder simbólico, es decir, tiene el poder de estructurar las diferencias y las semejanzas que los otros gustos tienen para con él, sin que esta estructuración desigual sea por lo general cuestionada.
Bauman
“Derretir los sólidos” significaba, primordialmente, desprenderse de las obligaciones “irrelevantes” que se interponían en el camino de un cálculo racional de los efectos; tal como lo expresara Max Weber, liberar la iniciativa comercial de los grilletes de las obligaciones domésticas y de la densa trama de los deberes éticos. A la vez, esa clase de “disolución de los sólidos” destraba toda la compleja trama de las relaciones sociales, dejándola expuesta, incapaz de resistirse a las reglas del juego y a los criterios de racionalidad inspirados y moldeados por el comercio, y menos capaz aun de competir con ellos de manera efectiva. La disolución de los sólidos condujo a una progresiva emancipación de la economía de sus tradicionales ataduras políticas, éticas y culturales. Sedimento un orden, definido primariamente en términos económicos. Ese nuevo orden debía ser más “solido” que los ordenes que reemplazaba, porque a diferencia de ellos era inmune a los embates de cualquier acción que no fuera económica. Ese orden llego a dominar la totalidad de la vida humana, volviendo irrelevante e inefectivo todo aspecto de la vida que no contribuyera a su incesante y continua reproducción. Por libres y volátiles que sean, individual o grupalmente, los “subsistemas” de ese orden se encuentran interrelacionados de manera “rígida, fatal y sin ninguna posibilidad de libre elección”. En la modernidad fluida, la “disolución de los sólidos” ha adquirido por lo tanto un nuevo significado, y sobre todo ha sido redirigida hacia un nuevo blanco: los vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivos –las estructuras de comunicación y coordinación entre las políticas de vida individuales y las acciones políticas colectivas-. El poder de licuefacción se ha desplazado del “sistema” a lo “sociedad”, de la “política” a las “políticas de vida”… o ha descendido del “macronivel” al “micronivel” de la cohabitación social. El peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo. El hecho de que la estructura sistémica se haya vuelto remota e inalcanzable, combinado con el estado fluido y desestructurado del encuadre de la política de vida, ha cambiado la condición humana de modo radical y exige repensar los viejos conceptos que solían enmarcar su discurso narrativo.
La modernidad empieza cuando el espacio y el tiempo se separan de la practica vital y entre sí, y pueden ser teorizados como categorías de estrategia y acción mutuamente independientes. El tiempo moderno se ha convertido en el arma para la conquista del espacio, que era el aspecto sólido, un obstáculo. En cambio el tiempo era el bando activo y dinámico del combate. En la modernidad, la velocidad de movimiento y el acceso a medios de movilidad mas rápidos ascendieron hasta llegar a ser el principal instrumento de poder y dominación. El poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica, así, el tiempo requerido para el movimiento de sus ingredientes esenciales se ha reducido a la instantaneidad. En la práctica, el poder se ha vuelto verdaderamente extraterritorial, y ya no está atado, ni siquiera detenido, por la resistencia del espacio. Este hecho confiere a los poseedores de poder la oportunidad de prescindir de los aspectos más irritantes de la técnica panóptica del poder. Lo que importa hoy es que la gente que maneja el poder puede ponerse en cualquier momento fuera de alcance, volverse absolutamente inaccesible. Lo que pone fin al compromiso mutuo.
OUTSIDERS
Definiciones de la desviación (no es lo más importante de este texto)
El outsider –quien se desvía de un grupo de reglas- ha sido sujeto de múltiples especulaciones, teorías y estudios científicos.
-La investigación científica ha aceptado la premisa –derivada del sentido común- de que existe algo inherente a la desviación en el acto de transgresión de las reglas sociales, y que las infracciones a la norma responden a alguna característica inherente de la persona que las comete que la impulsa necesaria o inevitablemente a hacerlo. Pero ya que los diferentes grupos juzgan como desviadas diferentes conductas, es probable que, tanto la persona que juzga como el proceso por el cual se ha llegado a ese juicio y la situación juzgada, estén todos íntimamente involucrados en el fenómeno de la desviación.
- La visión más simplista de la desviación, es esencialmente estadística y define como desviado todo aquello que se aparta demasiado del promedio. Cualquier cosa que se diferencie de lo que es más común podría describirse como desviada. La definición estadística de la desviación, está totalmente alejada de la preocupación por la violación a la norma, motivo del estudio científico de la marginalidad.
- Un punto de vista menos simplista, pero mucho más generalizado, identifica la desviación con algo esencialmente patológico y que revela la presencia de una enfermedad. Sería una analogía médica: cuando el organismo humano funciona bien y no experimenta ningún desarreglo, se dice que es saludable, cuando no funciona bien, hay enfermedad, y el órgano afectado es considerado patológico, pero en la práctica es imposible definir para el común de la gente una conducta saludable.
- En casos más estrictos, se considera a la desviación como producto de un desorden mental, como los homosexuales o drogadictos.
-Algunos sociólogos discriminan entre rasgos sociales funcionales y disfuncionales para una sociedad, pero se deja de lado que el objetivo (función) de un grupo y qué cosas lo ayudan a lograrlo o se lo impiden, es de carácter político, no hay un consenso dentro de las diferentes facciones del mismo grupo, sino una lucha política.
-Otra de las perspectivas sociológicas es más relativista. Define la desviación como el fracaso a la hora de obedecer las normas grupales. Pero una sociedad está integrada por muchos grupos, cada uno de los cuales tiene su propio conjunto de reglas, y la gente pertenece a muchos grupos simultáneamente. Una persona puede romper las reglas de un grupo por el simple hecho de atenerse a las reglas de otro.
La desviación y la respuesta de los otros. (si)
Para Becker, el hecho central, es que los grupos sociales crean la desviación al establecer las normas cuya infracción constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas en particular y etiquetarlas como marginales. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y el comportamiento desviado es el comportamiento que la gente etiqueta como tal. Es una consecuencia de la respuesta de los otros a las acciones de una persona y no se puede asumir que esas personas hayan cometido realmente un acto desviado o quebrantado alguna norma, pues el proceso de etiquetado no es infalible. La respuesta de la gente a un comportamiento considerado como desviado varía enormemente. En primer lugar está la variación a lo largo del tiempo, un acto desviado puede recibir mayor o menor castigo en un momento que en otro. Por otro lado, el grado en que un acto será tratado como desviado depende también de quien lo comete y de quien se siente perjudicado por él. Las reglas suelen ser aplicadas con más fuerza sobre ciertas personas que sobre otras. El hecho de que un acto sea desviado o no depende en parte de la naturaleza del acto en sí, y en parte de la respuesta de los demás.
Por otro lado, como las normas de los diversos grupos entran en conflicto y se contradicen entre sí, hay desacuerdo acerca del tipo de comportamiento adecuado para cada clase de situación. El punto de vista de las personas involucradas suele ser muy diferente de la opinión de la gente que los condena, una persona puede sentir que la juzgan de acuerdo a normas en las que no participó de su creación ni está de acuerdo. La gente está todo el tiempo imponiendo sus reglas sobre los otros, aplicándolas contra su voluntad. La diferencia en la capacidad de establecer reglas y de imponerlas a otros responde esencialmente a diferencias de poder. Los grupos cuya posición social les confiere armas y poder para hacerlo están en mejores condiciones de imponer sus reglas. Entonces, además de reconocer que la desviación es producto de la respuesta de la gente a ciertos tipos de conducta, tampoco debemos perder de vista que las reglas que esos rótulos generan y sostienen no responden a la opinión de todos. Por el contrario, son objeto de conflictos y desacuerdos: son parte del proceso político de la sociedad.
Castel
Para que la cuestión de las desigualdades –y la de su reducción- se plantee es preciso que la sociedad deje de estar escindida en bloques antagonistas entre los cuales la única relación posible es la sumisión total al statu quo o el enfrentamiento radical para cambiar completamente la situación.
La estructura de la sociedad salarial es cuando la sociedad se constituye alrededor de un continuo de posiciones salariales que son a la vez diferentes y están estructuralmente relacionadas entre sí, puesto que forman parte de un mismo conjunto interdependiente. A partir de entonces ya no se trata de una lógica de oposición entre clases sino de una competencia entre grupos profesionales.
Esta dinámica opera a través de la negociación colectiva entre los “interlocutores sociales”. Las desigualdades pueden parecer soportables porque no están establecidas. Se pone en juego lo que podría llamarse un principio de satisfacción diferida en función del cual cada grupo, llegado el momento, puede programar la mejora de su condición. Debido a eso, la radicalidad de los conflictos es desactivada. Esa es la lógica del “compromiso social” del capitalismo industrial. Hay un compromiso entre intereses divergentes: del lado del capital, las relaciones de producción permanecen inmutables, el salariado no fue abolido sino que, por el contrario, se extiende y se instala y sigue siendo una relación de subordinación que el mundo de trabajo está obligado a aceptar. Pero del lado de ese mundo del trabajo, la condición salarial se ha consolidado y en adelante está rodeada y atravesada de protecciones. El conjunto de la sociedad está atrapado en sistemas de regulaciones colectivas que preservan cierta redistribución de los recursos, y sobre todo garantizan protecciones extendidas a la gran mayoría de los ciudadanos de las democracias occidentales. Esta construcción permitió superar las aporías de la primera “modernidad liberal restringida”.
Esta consistencia de la condición salarial dependía de la inscripción de sus miembros en colectivos. (De trabajadores, sindicales, convenciones colectivas). El manejo del Estado social es la instancia del colectivo por excelencia. El Estado no es un árbitro neutro entre los interlocutores sociales. Pero tampoco es el instrumento exclusivo de la dominación de una clase. Había una triangulación entre la organización colectiva del trabajo, la existencia de interlocutores sociales que actuaban como actores colectivos y una presencia fuerte del Estado social que daba un carácter legal y obligatorio a los equilibrios negociados entre los interés del capital y los del trabajo. En esta configuración es el colectivo el que protege. A lo largo del desarrollo del capitalismo industrial se había producido una desivindualizacion progresiva de las relaciones de trabajo. En adelante está inscripto en los sistemas de garantías colectivas del estatuto del empleo y de la protección social.
El régimen del capitalismo postindustrial posee una dinámica de descolectivizacion, o de reindividualizacion. Primero asistimos a una individualización creciente de las tareas, que exige la movilidad, la adaptabilidad, la asunción de responsabilidad por parte de los “operadores”. El trabajo se organiza en pequeñas unidades que auto administran su producción, las empresas apelan más ampliamente a los temporarios y a los contratados, y practican la tercerización en una gran escala. Los antiguos colectivos de trabajo no funcionan y los trabajadores compiten unos con otros, con efectos profundamente desestructurantes sobre las solidaridades obreras. Las carreras profesionales se han vuelto discontinuas, dejan de estar inscriptas en las regulaciones colectivas del empleo estable.
Algunos individuos salen a flote muy bien frente a estas nuevas exigencias, maximizan sus posibilidades y se vuelven hipercompetitivos. La liberación de los encastres colectivos puede efectivamente traducirse en una mayor eficiencia una ganancia en autonomía. Pero hay otras categorías de individuos igualmente comprometidos en el remolino del cambio, pero que son impotentes para dominarlo. Por lo general no fueron formados para hacerlo, ni acompañados para llevarlo a buen puerto. Son así amenazados de invalidación social. En el primer caso, la autosuficiencia del individuo puede llegar hasta la postulación solipsista de individuos tan provistos de recursos y de bienes que, como nuevos Narcisos, se encierran en sí mismos en la cultura de su subjetividad, hasta olvidar que viven en sociedad. Podría entonces hablarse de individuos por exceso. Pero hay otros individuos que carecen de los soportes necesario para poder afirmar un mínimo de independencia social que podrían ser calificados como individuos por defecto, cuya presencia prueba hoy que la dinámica de la modernidad también conlleva una posibilidad de descalificación del individuo. A menudo viven al día y dependen de la necesidad o de la benevolencia de otro, o de la asistencia pública que sin duda les concederá una ayuda, pero haciéndoles sentir con claridad que no pertenecen al régimen común. La dinámica de la individualización implica así efectos contrastados.
Se asiste a una transformación del propio régimen de las protecciones que hace que los “individuos por defecto” sean remitidos hacia formas inferiores de protección. Son así devaluados no solo porque no están integrados en el régimen del empleo, sino también a través de los dispositivos montados para paliar las carencias del empleo y la ausencia de protección construidas a partir del trabajo. Estas prestaciones comparten el hecho de ser inferiores a los seguros procedentes del trabajo.
Parece que esos “individuos por defecto” no son solo aquellos que no tienen trabajo. Con la degradación de la categoría del empleo y la multiplicación de las formas de subempleo, cada vez más trabajadores carecen también de las condiciones necesarias para conducirse y ser reconocidos como individuos de pleno derecho porque se multiplican las actividades que, hablando con propiedad, no son empleos de pleno derecho.
Una sociedad que se convierte cada vez más en una “sociedad de los individuos” es también una sociedad en la cual la incertidumbre aumenta de una manera virtualmente exponencial porque las regulaciones colectivas para dominar todos los avatares de la existencia están ausentes.
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