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Mainwaring y Shugart: Presidencialismo y democracia en América Latina
Si Linz se enfocaba en el parlamentarismo como el mejor tipo de régimen, los
autores de este texto buscan mostrar como algunas de las críticas de Linz
también pueden aparecer como ventajas de este régimen. Las principales ventajas
son:
1. Mayor cantidad de opciones para los votantes
2. Responsabilidad e identificabilidad electoral
3. Independencia del Congreso en cuestiones legislativas
4. Mandatos fijos vs. Inestabilidad de gabinete
5. Sistema de frenos y contrapesos
Los autores empiezan indicando que su libro trata de dos cuestiones
fundamentales. Primero, agrega escepticismo acerca de que el presidencialismo en
general es el causante de los problemas de gobernabilidad y estabilidad
democrática. Segundo, marcar que los sistemas presidencialistas varían
considerablemente en relación a 1) los poderes asignados al presidente y 2) el
tipo de partidos y de sistema de partidos.
Consideran que “nuestro libro reconoce la importancia de las críticas al
presidencialismo, pero recalca que no existe una forma de gobierno que pueda ser
considerada universalmente mejor” (pág. 13).
Los argumentos en contra del presidencialismo presentan, inicialmente, dos
problemas. Primero, que la democracia presidencialista ha existido más que nada
en América Latina lo que hace difícil separar los obstáculos a la democracia de
las características de la región.
Segundo, la democracia parlamentaria se presenta más que nada en Europa o en
ex-colonias británicas.
Para avanzar, los autores consideran necesario marcar que “la “fortaleza” de los
presidentes –su capacidad para ejercer influencia sobre la legislación- descansa
sobre dos categorías de poderes presidenciales: poderes constitucionales y
partidarios. Los poderes constitucionales, tales como la atribución de vetar
proyectos de ley o de emitir decretos-ley, permiten al presidente dar forma a
los resultados de de políticos del sistema sin importar que sean o no los
líderes de un partido o bloque de partidos en control de una mayoría legislativa
(…) Los poderes partidarios son la capacidad de modelar (o, incluso, de dominar)
el proceso de confección de la ley que se origina en la posición del presidente
ante el sistema de partidos” (pág. 21).
¿Qué es una democracia presidencialista? Se requieren dos características: que
el jefe del Ejecutivo es popularmente electo y los mandatos tanto del presidente
como de la asamblea son fijos.
Dicho esto, los autores comienzan a repasar la literatura sobre el
presidencialismo. Gran parte de esta parte de la evidencia empírica de que el
presidencialismo no ha funcionado bien. Así los parlamentarismos tienen una
capacidad mayor para sostener la democracia y tienen una posición más alta en el
índice de democratización. Sin embargo, sostener que donde hubo un colapso del
presidencialismo, este se hubiera evitado de haber habido un parlamentarismo es
una conclusión espuria por varios motivos. Primero, se trata de un
análisis contrafáctico. Segundo, no toma en cuenta la ola de rupturas que llevo
al colapso del presidencialismo.
Para profundizar esto, los autores toman en cuenta otras variables que deben ser
evaluadas a la hora de comparar parlamentarismo y presidencialismo. De esta
manera, toman en cuenta el nivel de ingreso, el tamaño de la población y la
herencia colonial británica. “Si una condición contextual que es conducente a la
democracia tiene alguna correlación con el parlamentarismo, entonces cualquier
intento por establecer una correlación entre parlamentarismo y democracia podría
ser espurio a menor que se haga algún esfuerzo por controlar las condiciones
contextuales” (pág. 31). Esto lleva a ser cauteloso en lo se refiere a
establecer una relación entre forma constitucional y democracia.
Para seguir, los autores repiten las críticas al presidencialismo de Linz para
luego pasar a enunciar los contra-argumentos. Así, lo que aparece como
desventajas puede aparecer al revés.
Primero, lo que aparece como la rivalidad producto de una legitimidad rival
entre el parlamento y el ejecutivo puede también ser visto como una mayor
cantidad de opciones para los votantes, es decir, estos pueden elegir entre
votar a un partido en el ejecutivo y a otro en el parlamento.
Segundo, el presidencialismo tiene ventajas de responsabilidad e
identificabilidad. La mayor responsabilidad proviene de que el titular del Poder
ejecutivo debe ser más responsable para ganar elecciones. La identificabilidad
electoral implica la capacidad de los votantes de realizar una elección
informada antes de los comicios. Esto es más difícil en los casos extremos de
los parlamentarismos. “La identificabilidad es elevada cuando los votantes
pueden reconocer a quienes compiten por el control del Ejecutivo y pueden
establecer una conexión lógica inmediata entre su candidato o partido preferido
y su voto óptimo” (pág. 42).
Tercero, hay una mayor independencia del Congreso, porque ni siquiera un
presidente mayoritario tiene asegurada la lealtad de sus legisladores. En
cambio, el parlamentarismo exhibe categorías altamente mayoritarias.
Cuarto, la desventaja de la rigidez de los mandatos presidencialistas puede ser
opuesta a la inestabilidad de los gabinetes de los parlamentarismos de asamblea.
Quinto, no es cierto que el presidencialismo sea un juego de suma-cero más
intenso que el parlamentarismo. Al contrario, en el presidencialismo existe un
sistema de frenos y contrapesos.
Para continuar, los autores repasan los poderes constitucionales de los
presidentes. Estos pueden ser proactivos (como el decreto) y reactivos (como el
veto).
Para terminar, los autores indican que “creemos que existen concesiones mutuas
que deben hacerse el presidencialismo y el parlamentarismo; que el
presidencialismo tiene algunas ventajas que contrarrestan parcialmente sus
desventajas, y que por medio de una atención cuidadosa al diseño constitucional
e institucional sus ventajas pueden ser maximizadas y reducidas sus desventajas”
(pág. 62).
Al mismo tiempo, “el generalmente pobre historial del presidencialismo en lo que
se refiere a la sustentabilidad de la democracia, creemos que a explicación más
importante de este fenómeno no es institucional sino que se trata de un efecto
de los menores niveles de desarrollo y la presencia de culturas políticas no
democráticas” (pág. 62).
Sartori: Ni presidencialismo ni parlamentarismo
Sartori interviene con este texto en el debate sobre ambos tipos de régimen. En
gran medida repite conceptos de su otro texto, así que el resumen se concentra
en lo que novedoso.
Sartori empieza repitiendo los tres criterios para que exista un
presidencialismo: 1) elección popular del Jefe de Estado; 2) el parlamento no
puede cambiar al gobierno y 3) el Jefe de Estado lo es también de gobierno.
El autor reconoce que el presidencialismo no ha funcionado bien. Pero esto no
implica que el parlamentarismo sea mejor. Para continuar, reitera la
característica principal de los parlamentarismos: los gobiernos deben ser
nombrados, apoyados y quizá cesados por el parlamento. Ahora bien, “El
Parlamentarismo puede resultar un fracaso tanto y tan fácilmente como el
presidencialismo. Si deseamos que la alternativa al presidencialismo sea un
sistema parlamentario, tenemos que decidir qué parlamentarismo y estar seguros
de que la salida de puro presidencialismo no lleve simplemente (…) a un puro
parlamentarismo, es decir, a un gobierno de asamblea y a un mal gobierno” (pág.
170).
Sartori considera que las virtudes del presidencialismo no se dan por la
separación de poderes. En este sentido, el presidencialismo de EEUU funciona a
pesar de su constitución. Por el contrario, el autor considera que “si el
presidencialismo tiene virtudes, hay que buscarlas en los sistemas semi o cuasi
presidenciales basados en el reparto de poderes” (pág. 173). De la misma manera,
el parlamentarismo funciona mejor cuando es un semiparlamentarismo.
Luego, Sartori indica: “¿Qué si entre la mencionada gama de fórmulas “mixtas”
tengo una específica favorita? No realmente. La mejor forma política es la que
sea más aplicable en cada caso. Esto equivale a decir que llegados a este punto
del argumento el contexto es esencial. Por contexto quiero decir por lo menos 1)
el sistema electoral, 2) el sistema de partidos y 3) la cultura política o el
grado de polarización” (pág. 175).
Esto permite entender como es que funcionan los parlamentarismos. En el caso
inglés lo hacen por ser un tipo impuro. Esto implica que el parlamentarismo solo
funciona si existen partidos parlamentariamente adecuados.
Pero, por el lado del presidencialismo también existen riesgos que han aumentado
con la videopolítica, que puede llevar a que candidatos que vienen de afuera de
la política lleguen con facilidad a la presidencia. “Si es así, el
presidencialismo se convierte en un juego de azar. Las elecciones de video se
supone que tiene que aportar transparencia, una auténtica “política visible”. No
es así. Lo que se nos presenta realmente bajo el disfraz de visibilidad es en
gran medida un muestrario de apariciones mezquinas (…) La videopolítica se
convierte así en un multiplicador de riesgos” (pág. 182). Ahora bien, este
riesgo también existe en los sistemas semipresidenciales pero disminuye porque
“el candidato presidencial se presenta en una plataforma programática, pero no
se le permite hacer promesas políticas concretas porque la política verdadera
cae bajo la jurisdicción del primer ministro y de su mayoría parlamentaria”
(pág. 182).
Concluyendo, dice que “creo que el caso contra los dos extremos,
presidencialismo puro y parlamentarismo puro es muy fuerte, pero estoy dispuesto
a admitir el caso a favor del semipresidencialismo no es fuerte. Mi evaluación
positiva del semipresidencialismo de tipo francés es claramente tentativa, en la
categoría de los quizás” (pág. 183)
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