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Estudio de la mentalidad burguesa. Romero
Profanidad y realismo
El primero de los temas que debe analizarse en un examen de los contenidos de la mentalidad burguesa es el de la realidad misma. Hay ciertos elementos de la realidad que son difusos.
La característica de la mentalidad cristiano feudal, en cuyo marco se constituye la mentalidad burguesa, es la interpenetración, es decir, la identificación de la realidad sensible con algo que llamamos irrealidad, en tanto no es realidad sensible.
Hay una irrealidad, que es creación intelectual, que se entremezcla con la realidad sensible, y esta compenetración indiscriminada de realidad e irrealidad constituye el mundo de ideas y creencias propio de la mentalidad cristiano feudal.
El secreto de la cuestión: la fuente autoritaria del consentimiento y su transmisión como un sistema dogmático. La imposición autoritaria de un esquema de pensamiento que enseña a pensar contra lo que dicen los sentidos; llevada a cabo por el cristianismo.
La aparición de la burguesía, su función disociadora de la trabada relación entre realidad e irrealidad, da un nuevo principio de explicación causal; una causalidad natural.
De la experiencia al establecimiento de un sistema explicativo basado en la causalidad natural, y de allí a la reinterpretación del conocimiento acumulado: he ahí el camino por el que se forma este nuevo marco explicativo de la realidad, prácticamente, de manera previa a cualquier teorización sobre sus fundamentos últimos. Lo que consiguió la experiencia burguesa fue delimitar una realidad operativa, que se comporta de una cierta manera cuando actúa sobre ella, más allá de lo que pueda ocurrir cuando trasciende.
La primera conquista de la mentalidad burguesa consiste en esta delimitación de la realidad, triunfo de la profanidad. La afirmación de que la realidad es sagrada y no profana no implica la negación de la realidad sobrenatural sino que funciona como acotamiento de un sector, que llamamos realidad operativa. Esto es lo que implica la profanidad.
Los realistas sostuvieron la imagen tradicional, escolástica, de la realidad, en la que realidad e irrealidad se interpretaban. Sostenían que los universales definen, expresaban realidades. Este realismo negaba la realidad de lo sensible y, ateniéndose al esquema platónico, plotiniano y cristiano, sostenía que la única y verdadera realidad era la inteligible, la percibida por la mente, la que expresaba conceptos.
La percepción de que, por el contrario, realidad debía ser solo algo que refiera a la realidad sensible, cognoscible por los sentidos, fue propia de quienes se llamaron a si mismos nominalistas. La implicación es sencilla: si se niega que el concepto es real, toda la dogmática cristiana se desmorona, porque todo el dogma es de tradición platónica o plotiniana.
La ortodoxia cristiana se enfrente con la tesis nominalista, a la que juzga herética y en el siglo XIII el Papa la condena.
Se llega al nominalismo por dos vías, una empírica y otra académica. La vía empírica es la de la burguesía. La segunda vía, la academia, deriva del contacto de culturas producidas por las Cruzadas.
Lo que los nominalistas decían de los realistas en el siglo XII era similar a lo que Aristóteles había dicho a Platón.
El nominalismo se transforma en la teoría del conocimiento burgués, una teoría de una concepción empírica de la naturaleza, y que constituye el fundamento del conocimiento científico. Todo el conocimiento científico será aristotélico, en cuanto es nominalista y no realista.
Todo esto ocurre en los siglos XII y XIII. En las universidades en que se enseña preferentemente Derecho, como Bologna y Roma, donde la discusión filosófica es menor, aparece otro elemento novedoso: la resurrección del derecho romano.
La mentalidad burguesa desglosa la realidad natural o sensible como realidad cognoscible, y separa la irrealidad, o si se prefiere la realidad sobrenatural, admitiendo que no es cognoscible por las mismas vías que la realidad natural. Esta actitud culmina con lo que en el siglo XVIII se va a llamar agnosticismo.
Las vías de conocimiento de la realidad natural van a encarrilarme en lo que se llamara el pensamiento científico, y luego de la filosofía natural, que será la corriente fundamental de la filosofía moderna. La filosofía de la naturaleza y del conocimiento son los típicos problemas de la filosofía moderna, del racionalismo de Descartes, de los empiristas ingleses, de Hume.
De la realidad sobrenatural lo que se dice es que hay que separarla. Una es tema de conocimiento científico, en el cual se confía; la otra, no cognoscible por la ciencia, se reserva a la fe.
En el marco de la mentalidad burguesa la intuición cumple una pequeña función. La idea de su validez está unida a lo que hoy llamamos la elaboración de la hipótesis de trabajo, pero también hay una intuición que corresponde a la existencia de algunas categorías fundamentales del conocimiento.
En síntesis, la linea principal de la mentalidad burguesa se limita a definir la realidad como realidad operativa, cuyo comportamiento puede preverse en términos adecuados para la acción. La pregunta acerca de que hay detrás de eso no tiene relevancia.
La imagen de la naturaleza
Comienza a usarse la palabra realismo: el propósito vehemente de afirmar la existencia de la realidad y el sostenimiento y defensa, casi militante, de los valores implícitos en ese tipo de realidad.
El realismo es una tendencia que se resiste a conferir realidad a aquello que tiene cierto nivel de abstracción.
Enmascarado o no, el realismo considerado como tendencia implica la afirmación de la existencia de una realidad objetiva. Sostener esto supuso disolver la identidad entre realidad e irrealidad, propia del pensamiento cristiano feudal.
Lo característico de la mentalidad burguesa es operar una doble disolución: la del hombre y la naturaleza y la de la realidad sensible y la realidad sobrenatural. La primera operación la convierte en objeto de conocimiento; la segunda operación implica que la naturaleza se conoce a partir de la experiencia y no de la revelación.
El hombre es instrumento del conocer y todo lo demás es cognoscible. Frente a la idea tradicional de que todo lo extraño debía ser sobrenatural, cuanto más variedades se conocen más arraiga la idea de que es posible la existencia de otras variedades de la naturaleza. Hay una tendencia a descarnar lo sobrenatural.
El individuo tiene necesidad de innovar respecto de la naturaleza. Comienzan una serie de inventos.
Cuando se la empieza a observar se descubre que la naturaleza funciona de una manera coherente. Entonces se afirma que, además de un objeto ajeno al hombre, que puede llegar a disfrutar estéticamente, a conocer, a dominar, la naturaleza es un sistema.
La filosofía como filosofía natural: empirismo y racionalismo
El problema de cómo conocer la naturaleza y cuales son los criterios de verdad está detrás de todo lo que han investigado Newton, Galileo o la Royal Society.
El pensamiento de la filosofía ha seguido trabajando la línea de la escolástica. El pensamiento de los científicos que arranca en el siglo XIII, se fue estableciendo como hay que preparar el experimento de modo de asegurarse de que las condiciones en que se han obtenido los datos sean de algún modo comparables y que permitan llegar a conclusiones de carácter general.
Un tránsito que es simultáneo con la nueva manera de ver la naturaleza, la educación, la economía , el estado, y que en conjunto configura la mentalidad burguesa.
Se trata de conocimiento en marcha: sabemos esto, lo que nos permite averiguar mañana esto otro y plantear otro problema, y así sucesivamente. Lo característico de la burguesía es esta concepción progresista, en el sentido etimológico de marcha o dinámica. En cada momento se plantean nuevos problemas,y cuando se averiguan estos, ya están planteados otros.
Bacon denomino el problema de los idola; esquemas mentales de una fuerza tal que pueden desfigurar las nociones provenientes de la realidad, por no atreverse el pensamiento a deshacer la totalidad de lo adquirido. De ellos el más típico es de la abstracción que permite, dado un conjunto de datos, quedarse con una cosa que los comprende a todos. El otro es el conjunto de precauciones que hay que tomar para que los procesos mentales se ajusten al dato obtenido experimentalmente.
El fenómeno novedoso es aquí la obtención de datos a partir del experimento, es decir, la creación de condiciones artificiales para que se produzca un fenómeno natural. Esta creación suscita lo que podríamos llamar el drama del pensamiento moderno.
Esta mentalidad se ha planteado el problema de la realidad exterior en términos que son revolucionarios, tanto desde el punto de vista de la tradición escolástica como el de la concepción de la vida corriente de la mentalidad cristiano feudal.
En el siglo XVI y XVII, cuando el realismo alcanza cierto límite, se desarrolla el encubrimiento.
Descartes llega a una conclusión categórica, diciendo: la única cosa cuya existencia me consta soy yo. Por un análisis derivado afirma, dentro de lo que él llama idea clara y distinta, que el hombre es capaz de percibir la realidad inequívoca de sus pensamientos y luego una sola cosa del mundo exterior que la extensión. El pensamiento, la extensión y Dios son los elementos con los cuales cree que puede validarse la existencia de un mundo exterior.
Aquí se llega al límite que por entonces alcanza la mentalidad burguesa. Se duda de que las cosas que crea la mente, a partir de la elaboración de los datos que se obtienen de la realidad, sean efectivamente reales, o mejor dicho que correspondan a realidades.
Esta es la concepción de los empiristas y racionalistas de los siglo XVII y XVIII. Son los cientificista del siglo siguiente quienes tienen una confianza absolutamente inquebrantable en que el hombre va a poder llegar a conocer no solo todos los fenómenos sino hasta sus primeras causas.
En suma, la mentalidad burguesa opera creando una teoría para el nuevo tipo de conocimiento destinada a corregir las falacias del realismo. Frente a una, de tipo cognoscitivo, responde con el método científico, elaborado por científicos y por filósofos. Frente a otra, de tipo metafísico, responde con una cierta metafísica, que termina en el agnosticismo.
La imagen del hombre
El tema de la imagen de la realidad estuvo en el centro del conjunto de contenidos que hemos considerado hasta ahora: la naturaleza, el conocimiento, la ciencia. En otro campo, al imagen del hombre constituye la clave y condiciona todas las actividades en las que el hombre es protagonista: la sociedad, la política, la economía, la metafísica, la historia. En esa idea del hombre, la mentalidad burguesa ha introducido un viraje tan fundamental como en la de naturaleza. Esa nueva imagen es relacionada con el llamado Renacimiento y con el Mundo moderno, no es propia de una época sino de un sector social.
Elementos situacionales propios de la sociedad feudal y elementos doctrinarios, característicos de la concepción cristiana. Entre los primeros, el dato fundamental es el condicionamiento social: hay privilegiados y no privilegiados, libres y no libres.
El hombre es ante todo miembro del conjunto social, del cuerpo social, y sólo luego de un individuo. Primero está el todo y después la parte. Es sabido que la concepción burguesa va a invertir los términos; primero está el individuo, que es un universo completo en si mismo y luego la sociedad, constituida por una suma de individuos. Pero aquel esquema del mundo, concebido como un sistema compacto de relaciones de persona a persona, no se rompió de golpe; persistieron por ejemplo los gremios y corporaciones, aunque fueron disolviéndose poco a poco, en un largo proceso.
Por otra parte está la dimensión doctrinaria de la imagen del hombre, que elabora la iglesia: el hombre no existe, existe un cuerpo social, o como dicen los neocatólicos, la comunidad, que es anterior al individuo. Lo característico de la fase primitiva del cristianismo fueron las comunidades cristianas.
La situación social propia de la sociedad feudal se parece mucho a la que, doctrinaria y tradicionalmente, tenía la concepción cristiana primitiva, ya fuera por tradición hebreo-textual o platónica y neoplatónica. La sociedad es un organismo, con un cabeza.
Es el individuo que ha aprendido que puede vivir desprendiéndose de los vínculos de dependencia que también son fuente de seguridad y protección, y se lanza a una aventura que es exclusivamente personal: la aventura del ascenso socioeconómico.
En este juego de experiencias vitales, como son las del mercader que progresa. De pronto se entrecruzan una idea, que es el amor. Un sentimiento en el sistema moral que el cristianismo mantiene condenado, de pronto explota. El hombre que se descubre ente de pensamientos y ente de acción descubre al mismo tiempo que es un sujeto de sentimientos, que empiezan a parecerle válidos, nobles y hasta divertidos.
Para que ello ocurra, debió variar simultáneamente su actitud moral.
Así como descubre una nueva moral el hombre descubre también el amor, un sentimiento, una pasión, y en las formas más populares y vulgares, una forma de goce.
Se habla pues del hombre que piensa; el que juzga según su propio raciocinio, algo que está en si, que ha sido puesto por Dios en todos los individuos pero que no controla.
Hay también una aventura socioeconómica, que es la que construye la sociedad mercantil moderna. En las ciudades crea las formas de vida burguesas, todas absolutamente originales e inéditas.
Hay tres testimonios de esta nueva imagen del hombre.
El primero es el de la poesía lírica, del siglo XI, contemporánea a la revolución burguesa. Es una poesía erótica, apasionada, cuyo rasgo fundamental es cierto esfuerzo por describir el amor como estado de ánimo.
La segunda expresión de este individualismo es el misticismo. De pronto el sentimiento religioso adquiere una fuerza inusitada. El místico afirma que para él lo más importante no son los sacramentos ni la Iglesia sino cierto éxtasis en el que puede caer, en virtud del cual establece comunicación directa con Dios.
La tercera expresión es la aparición del retrato. Las imágenes de los Cristos comienzan a dejar de parecerse entre sí, dejan de ser plácidas y se convierten en personas, Lo mismo ocurre con la Virgen. Cada figura es la de la un individuo y no el símbolo de la humanidad.
Esta idea es desarrollada por los humanistas, en su examen del alma humana a través de la filosofía, bajo la forma de cada alma humana. La mentalidad burguesa opera una revolución, modificando sustancialmente la imagen del hombre e imaginádolo primero como individuo independiente del grupo, después como individuo con capacidad para correr una cierta aventura y hacer su vida, y luego como individuo identificado e identificable.
La sociedad, la política , la economía
La concepción de la sociedad y al política que elabora la burguesía es difícilmente separable; se contrapone a otra, propia de la tradición cristiano feudal, en la que lo social y lo político, fundidos, se apoyan en cierta imagen del hombre. Según esta imagen, la sociedad se compone de privilegiados y no privilegiados. Se agrega al principio del privilegio otro jerárquico, puesto que la cabeza vale más que los pies. Respaldando esta imagen de la sociedad hay una teoría del poder, que da por sentada la tesis del origen divino.
Esta concepción tiene gran fuerza porque resuelve el problema fundamental del origen del poder y porque le asegura un fundamento estable. Esta concepción paternalista del poder, que como teoría sigue siendo dominante hasta el siglo XIII o XIV, hace que de aquel que detenta el poder político un hombre obligado a sus súbditos por razones religiosas y morales.
La revolución burguesa no se inicia con un proyecto racional de cambio de estructuras previo al cambio social. Hay más bien un largo proceso de cambio social espontáneo. En cada caso los grupos burgueses van alterando las estructuras, operando pequeñas modificaciones en la relación con el problema que en cada momento les interesa. Si a partir de estos orígenes la revolución burguesa llega a ser una revolución, es porque la suma de estos cambios parciales llega un dia a socavar la estructura tradicional de tal manera que se quiebra.
Sin embargo hay algunas ideas propias de la concepción tradicional que perduran porque han sido transferidas y aplicadas de otra manera. Por ejemplo, en la organización de corporaciones o gremios, constituidos exclusivamente por burgueses, de pronto se ven funcionando ciertas ideas que provienen de la vieja concepción de la sociedad privilegiada.
La primera experiencias que hacen estas nuevas sociedades urbanas, de manera espontanea y fáctica pero inequívoca, es que la sociedad no es un organismo expuesto de partes que tienen su función predeterminada; en la experiencia de la formación de estos grupos sociales queda claro que en el origen están los individuos.
Esta es la experiencia básica de la que surge toda la filosofía del individualismo, todas las concepciones sociológicas de tipo individualista.
A partir de esta experiencia de que la sociedad la constituyen los individuos, se adquiere una segunda experiencia acerca del modo como esos individuos asalariados, que han arribado uno a uno, cada uno con un pasado quién ha borrado, llegan a constituir una sociedad.
La tercera experiencia se desarrolla cuando, en el ajuste de estos puntos del contrato, se establece quién va a mandar: cómo se va a elegir el alcalde y quienes van a ser los regidores.
El derecho romano comienza a ser usado en forma amplia, como respaldo de la concepción burguesa que se venia desarrollando espontáneamente. Allí se encuadra la tesis del individuo y también la tesis contractual de la sociedad civil.
La monarquía descubre que el derecho romano, además de desarrollar y haber asegurado a fondo cuales son los derechos de los individuos y cuales son las formas de una sociedad contractual y las de origen profano del poder, le da todos los elementos para la lucha contra la clase señorial, contra las aristocracias. La monarquía se transforma en este campo en aliada de la nueva burguesía e impone ciertos elementos, ya con el sello del poder monárquico.
En directa relación con esto se encuentra la elaboración de la teoría del contrato y del origen contractual del poder. Cuando se admite que ese consenso manifestado de manera institucional equivale al derecho divino, se ha admitido la tesis del contrato.
Se trata de la compleja elaboración de ideas que vienen del derecho romano y de la filosofía natural, por las cuales se le da validez teórica y fundamento institucional a algo que constituía una experiencia básica, como era la idea de la sociedad conformada por individuos, aglutinados en virtud de un contrato, que delegaban el poder en uno de ellos, en virtud de sus propias atribuciones, porque ellos eran la fuente de la soberanía.
La tesis del contrato resuelve el problema de la legitimidad del poder pero deja pendiente el problema de la soberanía. El pueblo es la fuente de la soberanía.
Ética, religión y metafísica
Con el tiempo tiempo, la ética adquiere en el pensamiento filosófico moderno una autonomía que no tenía en la concepción cristiano feudal, y esto ya constituye una ruptura.
La ética existía en el pensamiento griego y en el romano. Fue el cristianismo el que no pudo asignarle un campo específico, porque el pensamiento religioso suponía una teoría de la conducta totalmente implícita. Toda ética reposa sobre una verdad revelada: se afirma la validez eterna de un conjunto de normas cuya formulación es general y se refieren a problemas eternos de la conducta humana. Pero existe sin duda una serie de aspectos que no se refiere a problemas eternos.
A partir de esto, se supone que estos principios morales, que tienen un fundamento dogmático, también tienen validez universal: no son históricos, no dependen de determinado tipo de sociedad sino que son eternos. La norma es dogmática, inmutable y ahistórica.
En síntesis, las corrientes que se fundan en el pensamiento doctrinario cristiano y en los desarrollos de la Escolástica presentan una moral esencialmente dogmática, apoyada en fundamentos absolutos y con normas eternas e inamovibles. Por otra parte, a partir de las formas de vida propias de la sociedad señorial, se desarrolla una moral práctica: de la lealtad para las clases superiores y de la obediencia para las inferiores. Queda, finalmente, la virtualidad, la potencialidad de un reavivamiento religioso de tipo espiritual, apoyado en la línea profética cristiana, que es antiformalista.
Este es el contexto en el que aparece la mentalidad burguesa, que hace aportes singulares en el campo de la ética.
La sociedad y las formas de vida urbana requieren de todo un sistema de normas que no tienen fundamento eterno, inmutable y divino, sino que la salen de la convivencia. Se relacionan con la vida familiar, con la actividad comercial, con las actividades eróticas, todo lo cual adquiere en la ciudad una forma singular. Aparecen una serie de exigencias nacidas de las peculiaridades de una sociedad que empieza a ser fuertemente individualista: el respeto a la intimidad, a la vida privada.
Todo eso significa la creación de una moral nueva, constituida simultáneamente con la sociedad burguesa, que se codifica con un nombre revelador: la urbanidad. Las reglas de la urbanidad son las de la sociedad urbana, donde hay cosas que no se pueden hacer, que no son ni pecado ni delito pero que constituyen una violación de las normas de convivencia.
El conjunto de estas normas constituye una nueva moral. No reconocen un origen sagrado; elaboradas en la convivencia y fundamentalmente en el consentimiento, son históricas y no absolutas.
En el contexto de esta moral secularizada, histórica, nacida del vínculo y que no conoce más fundamento que el sentimiento del grupo social, se percibe la debilidad de su fundamento, sobre todo al ser medida con la solidez del fundamento religioso.
La línea de la filosofía que nace de la burguesía, y que conocemos con el nombre de pensamiento moderno, descubre que la contraparte del fundamento religioso es el fundamento racional.
La burguesía crea una moral ad hoc, que no tiene ni puede tener más fundamento que el consentimiento, pues la elaboración de un fundamento racional es una tarea larga, que no madurara sino en siglo XVII o XVIII. La Reforma, que es una variante religiosa típicamente burguesa, se esfuerza por encontrar en el Antiguo Testamento textos que exaltan la moral del trabajo y otros que exaltan la moral del premio en este mundo.
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