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Comunicación I |
Resumen de Thompson: Tiempo, Disciplina de Trabajo y Capitalismo Industrial |
Cátedra: Entel |
2° Cuat. de 2009 |
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TIEMPO, DISCIPLINA DE TRABAJO Y CAPITALISMO INDUSTRIAL
I
El cambio se debió a la difusión de los relojes en el siglo XIV, el reloj sube
al escenario de la organización y el cambio se produce con toda certeza. Con el
avanzar del siglo XVII la imagen del mecanismo de relojería se extiende.
¿ Hasta qué punto y en qué formas afectó este cambio en el sentido del tiempo a
la disciplina de trabajo, y hasta qué punto influyó en la percepción interior
del tiempo de la gente trabajadora? Si la transición a la sociedad industrial
madura supuso una severa reestructuración de los hábitos de trabajo ¿hasta qué
punto está todo esto en relación con los cambios en la representación interna
del tiempo?
II
Entre pueblos primitivos la medida del tiempo está generalmente relacionada con
los procesos habituales del ciclo de trabajo o tareas domésticas.
Se establecían diferentes desarrollos de una definición ocupacional del tiempo.
Por ejemplo en el Chile del siglo XVII, el tiempo se medía con frecuencia en
“credos”.En Birmania los monjes se levantaban al amanecer “cuando hay suficiente
luz para ver las venas de la mano”. Una indiferencia tal ante las horas del
reloj sólo se podía dar en una comunidad de pequeños agricultores y pescadores
con una estructura mínima de comercialización.
Se pueden observar ritmos de trabajo “naturales”: la organización del tiempo
social en el puerto se ajusta a los ritmos del mar; hay que ocuparse de las
ovejas mientras crían y guardarla de los depredadores. La orientación del tiempo
que surge de estos contextos ha sido descrita como “orientación al quehacer”.
Se puede proponer tres puntos sobre la orientación al quehacer.
1) En cierto sentido es más comprensible humanamente que el trabajo regulado por
horas.
2) Una comunidad donde es normal la orientación al quehacer parece mostrar una
demarcación menor entre “trabajo” y “vida”.
3) Al hombre acostumbrado al trabajo regulado por reloj, esta actitud le parece
antieconómica y carente de apremio.
Pero la cuestión de la orientación al quehacer se hace mucho mas compleja en el
caso de que el trabajo sea contratado. Se señala el cambio de orientación al
quehacer a trabajo regulado. No es el quehacer el que domina sino el valor del
tiempo al ser reducido a dinero. El tiempo se convierte en moneda: no pasa sino
que se gasta.
III
No está claro hasta qué punto estaba extendida la posibilidad de disponer de
relojes precisos en la época de la Revolución Industrial. Desde el siglo XVI se
erigieron relojes en iglesias y lugares públicos. El reloj de bolsillo era de
precisión dudosa hasta que se hicieron ciertos progresos.
La fabricación relojera en pequeñas localidades sobrevivió hasta el siglo XIX.
En contraste, la fabricación de relojes de bolsillo, desde los primeros años del
siglo XVIII, se concentró en unos cuantos centros.
El registro del tiempo pertenecía a mediados de siglo todavía a la gente
acomodada, patronos, agricultores y comerciantes; y es posible que la
complejidad de los diseños y la preferencia por los metales preciosos, fueran
formas intencionadas de acentuar el simbolismo de status.
Había muchas maquinarias de medir el tiempo hacia 1790: el énfasis se iba
trasladando del “lujo” a la “conveniencia”; se está produciendo una difusión
general de los relojes en el momento exacto en que la Revolución industrial
exigía una mayor sincronización del trabajo. En algunos lugares del país se
crearon Clubs de Relojes, de alquiler o adquisición colectiva. Además, el reloj
era el banco del pobre, una inversión de sus ahorros; en épocas malas podía
venderse o empeñarse.
IV
Del reloj a la tarea:
La atención que se presenta al tiempo en la labor depende en gran medida de la
necesidad de sincronización del trabajo. En los comienzos del desarrollo de la
industria fabril y de la minería, sobrevivieron muchos oficios mixtos. Es en la
naturaleza de este tipo de trabajo donde no puede sobrevivir una planificación
del tiempo precisa y representativa.
En la norma de trabajo se alternaban las tandas de trabajo intenso con la
ociosidad, donde quiera que los hombres controlaran sus propias vidas con
respecto a su trabajo. Surgió la tradición de hacer honor a San Lunes. San Lunes
era venerado casi universalmente dondequiera que existieran industrias de
pequeña escala, domésticas y a domicilio. Se perpetuó en Inglaterra hasta el
siglo XIX. Donde la costumbre se encontraba profundamente establecida, el lunes
era el día que se dejaba para el mercado y los asuntos personales. Podemos
constatar que la irregularidad de días y semanas de trabajo se insertaba, hasta
las primeras décadas del siglo XIX.
¿Hasta qué punto puede extenderse esta problemática de la industria fabril a los
trabajadores rurales? Aparentemente su caso supondría un implacable trabajo
diario y semanal: el bracero rural no gozaba de San Lunes.
En el siglo XIX la polémica se resolvió en gran parte a favor del trabajador
asalariado semanal, complementado por las labores necesarias, cuando lo requería
la ocasión.
El trabajo más arduo y prolongado de la economía rural era el de la mujer del
bracero. Una parte de aquél era el más orientado al quehacer. Otra parte estaba
en los campos. Una forma tal de trabajar era sólo soportable porque parte del
mismo, los niños y la casa (quehacer) se revelaba como necesario e inevitable,
más que como una imposición externa. Esto es hoy día todavía cierto y, no
obstante las horas de escuela y televisión, los ritmos de trabajo de la mujer en
el hogar no están enteramente adaptados a las medidas del reloj. Todavía no ha
salido del todo de las convenciones de la sociedad “preindustrial”.
V
Es cierto que la transición a la sociedad industrial madura exige un análisis en
términos sociológicos así como económicos. Pero, el intento de proporcionar
modelos simples para un solo proceso, supuestamente neutro y tecnológicamente
orientado, conocido como “industrialización” es también dudoso. Es también que
no hubo nunca un solo tipo de transición. La tensión de ésta recae sobre la
totalidad de la cultura: la resistencia al cambio y el asentimiento al mismo
surge de la cultura entera. Examinamos los cambios producidos en las técnicas de
manufactura que exigían una mayor sincronización del trabajo y mayor exactitud
en la observación de las horas en todas las sociedades, sino también la vivencia
de estos cambios en la sociedad del naciente capitalismo industrial.
Los ritmos irregulares de trabajo descritos en la sección anterior nos ayudan a
entender la severidad de las doctrinas mercantilistas por lo que respecta a la
necesidad de mantener bajos los salarios como prevención contra la inactividad.
A continuación Thompson describirá diferentes puntos relacionados con la
disciplina del tiempo más particularmente:
El primero se encuentra en Law Book of the Crowley Iron Works. Aquí, en los
comienzos mismos de la unidad a gran escala de la industria manufacturera,
Crowley creyó pensar un código completo civil y penal, para gobernar y regular
la refractaria mano de obra. Crear un control del tiempo por un monitor.
Se ordenó al vigilante de la fábrica que mantuviera una vigilancia “tan estrecha
que no estuviera al alcance de nadie alterar esto”.
Entramos aquí, ya en 1700, en el conocido panorama del capitalismo industrial
disciplinado. Unos setenta años después se impuso la misma disciplina en las
primeras fábricas de los algodoneros.
Todo lo que los patronos deseaban imponer estaba en las páginas de un solo
folleto: Friendly Advice to the Poor escrito por CLAYTON. El trabajador no debe
perder el tiempo ociosamente en el mercado o malgastarlo cuando compra.
Se disponía de otra institución no industrial que podía emplearse ara inculcar
la “economía del tiempo”: la escuela. Se consideraba la educación como un
entrenamiento en el “hábito de la industriosidad”; cuando el niño llegara a los
seis o siete años debía estar “acostumbrado” (para no decir naturalizado) al
Trabajo y la Fatiga.
Las exhortaciones a la puntualidad y regularidad están inscritas en los
reglamentos de todas las escuelas primarias.
La embestida, desde tan varias direcciones, a los antiguos hábitos de trdebajo
de las gentes no quedó, sin oposición.
En la primera etapa, encontramos simple resistencia. Pero en la siguiente,
mientras se impone la nueva disciplina de tiempo, los trabajadores empiezan a
luchar, no contra las horas sino sobre ellas.
Hacia finales del siglo XVIII existen algunos indicios de que algunos de los
oficios más favorecidos habían conseguido algo parecido a la jornada de diez
horas.
Al principio algunos de los peores patronos intentaron expropiar a los
trabajadores de todo conocimiento del tiempo. A menudo, se adelantaban los
relojes de las fábricas por la mañana y se atrasaban por la tarde; y en lugar de
ser instrumentos para medir el tiempo, se utilizaban para el engaño y la
opresión.
VI
Hemos visto algo sobre las presiones externas que imponía la disciplina pero
¿Qué hay sobre la interiorización de la misma? ¿Hasta qué punto era impuesta y
hasta qué punto asumida?
Hay quizás una insistencia nueva, un acento más firme, cuando los moralistas que
habían aceptado esta nueva disciplina para sí la prescriben para la gente que
trabajaba.
Así, Baxter en su “A Christian Directory”subraya este buen gobierno del tiempo.
El tiempo es visto como moneda. “que tus horas de sueño sean sólo tantas como
exige tu salud”. Hay dos extremos: el de hurgar en el nervio de la mortalidad y
la homilía práctica. Se desprecia a la pereza y se incita al máximo
aprovechamiento del tiempo. Consiguen introducir la imagen del tiempo como
moneda en el mercado del trabajo.
VII
Los nuevos hábitos de trabajo se formaron, y la nueva disciplina de tiempo se
impuso, de todos estos modos: la división del trabajo, la vigilancia del mismo,
multas, campanas y relojes, estímulos en metálico.
A lo largo del siglo XIX se continuó dirigiendo a los obreros la propaganda de
la economía del tiempo, degradándose la retórica, deteriorándose cada vez más
los apóstrofes a la eternidad.
Las clases ociosas comenzaron a descubrir el problema del ocio de las masas. En
una sociedad capitalista madura hay que consumir, comercializar, utilizar todo
el tiempo; es insultante que la mano de obra simplemente “pase el rato”.Podemos
sostener que la extensión este sentido a la gente obrera durante la Revolución
industrial puede ayudarnos a explicar el énfasis obsesivo en la muerte de
sermones y tratados que eran consumidos por la clase trabajadora. Durante la
Revolución los incentivos salariales fueron claramente efectivos.
Lo que el moralista mercantilista decía con respecto a la falta de respuesta del
inglés pobre del siglo XVIII a incentivos y disciplinas, es con frecuencia
repetido por observadores y teóricos del desarrollo económico con respecto a las
gentes de países en vías de desarrollo hoy día.
Puede creerse que el problema consiste en adaptar los ritmos estacionales
rurales, con sus festejos y fiestas religiosas, a las necesidades de la
producción industrial. O se puede considerar que consiste en conservar la mano
de obra al precio de perpetuar métodos ineficaces de producción.
Lo que hay que decir no es que una forma de vida es mejor que otra, sino que es
parte de un problema mucho más profundo; que el testimonio histórico no es
sencillamente cambio tecnológico neutral e inevitable, sino también explotación
y resistencia a la explotación; y que los valores son susceptibles de ser
perdidos y encontrados.
XVIII
Es un problema por el que tienen que pasar, y superar, los pueblos del mundo en
vías de desarrollo. En cierto sentido, también, en el ámbito de los países
industriales avanzados, ha dejado de ser un problema situado en el pasado.
Porque hemos llegado a un punto en que los sociólogos están disertando sobre el
“problema” del ocio. Y parte del problema es cómo llegó a convertirse en tal. El
puritanismo, en su matrimonio de conveniencia con el capitalismo industrial, fue
el agente que convirtió a los hombres a la nueva valoración del tiempo, que
saturó las cabezas de los hombres con la ecuación el tiempo es oro. Y surge una
interesante pregunta: si el puritanismo fue parte necesaria de la ética laboral
que permitió al mundo industrializado salir de las economías de pobreza del
pasado, ¿empezará a descomponerse la valoración puritana del tiempo al aflojarse
las presiones de la pobreza? Si van a aumentar nuestras horas de ocio, en un
futuro automatizado, el problema no consiste en “como podrán los hombres
consumir todas estas unidades adicionales de tiempo libre”, sino “qué capacidad
para la experiencia tendrán estos hombres con este tiempo no normatizado para
vivir”. Los hombres tendrán que aprender cómo llenar los intersticios de sus
días con relaciones personales y sociales más ricas, más tranquilas; cómo romper
otra vez las barreras entre trabajo y vida. El pasar el tiempo sin finalidad
sería un tipo de comportamiento visto con aprobación por nuestra cultura. No
existe el desarrollo económico si no es, al mismo tiempo, desarrollo o cambio
cultural; y el desarrollo de la conciencia social, como el del pensamiento del
poeta, no puede, en última instancia, seguir un plan determinado.
LO QUE DIJO EL PELA:
Mecanismos que se utilizaban para imponer la disciplina a través del tiempo.
Hubo transformaciones históricas y culturales como el avance del capitalismo,
industrialismo y modernización. Las características de la sociedad moderna
tenían que avanzar de una forma lineal.
Thompson discute con los que planteaban que la modernización fue inevitable por
el avance lineal capitalista.
Para Thompson los enfoques de modernización como avance lineal dejan de lado que
los procesos dominantes no se generan con una lógica lineal sino por una
compleja trama de conflictos y de reacomodamientos.
Muestra la relación entre tiempo y disciplina de trabajo cuando el capitalismo
industrial se va imponiendo sobre las clases trabajadoras.
Hasta qué punto influyó la percepción del tiempo en los trabajadores: Cambian
las costumbres, hay resistencia de las clases subordinadas. Porque a las
realidades sociales no las hacen sólo las clases dominantes sino que surgen del
conflicto y la tensión entre sectores trabajadores y clases dominantes.
Se trataba de imponer la percepción del tiempo que requería la industria (tiempo
de reloj) , de regirse por una medida abstracta de tiempo, lo cual era una
novedad absoluta.
Se llevaron a cabo entonces, desarrollos técnicos de distintos tipos de
relojes,etc. La motivación de esto era el desarrollo de la industria moderna.
Esta imposición no es una cuestión neutral sino que implica una relación de
poder, de dominio. No hay que naturalizar eso, no hay que pensar que la
tecnología es algo neutro o positiva en sí misma para el progreso.
No son racionales los que quieren imponer la tecnología e irracionales las
clases populares que la rechazan: la tecnología no es neutral y afecta a las
culturas de las clases subordinadas en un sentido muy personal e íntimo.
Se van racionalizando muchas áreas de la vida. Se mete a las clases trabajadores
en los ritmos que requerían los industriales, en un ritmo contabilizado, en
horas y minutos.
Por qué la industria requiere tanto del reloj: Porque es una industria
capitalista y requiere del reloj para tener más capital. Esto implica que la
industria tiene que administrar cada vez más el tiempo.
Inculcar la noción del tiempo a las clases trabajadoras implicó un proceso
cultural de gran alcance. En todos los ámbitos de la cultura se utilizan las
nociones de tiempo. El enemigo de la ética burguesa es el pobre que no quiere
trabajar (el pobre indolente). Éste aparece en relación con la ética burguesa
que trata de imponer una manera etnocéntrica sus valores sobre el resto de las
clases y se ponen en el rol de tutores. Se imponen a sí mismos la necesidad de
sancionar moralmente a los otros. El ocio aparece como el centro de todos los
vicios. Las clases subordinadas aceptan la subordinación pero también la
resisten. La hegemonía implica imposición pero también aceptación.