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El relato convencional de la colonización británica de América cuenta la historia de los ingleses esforzados que en el siglo 17 cruzaron el Atlántico en busca de la libertad. Estos hombres construyeron como en una tierra virgen, una nueva sociedad, homogénea, en muchos sentidos, moderna. Sin embargo, esta crónica minimiza la diversidad de contextos y experiencias, la importancia de las motivaciones económicas y, sobre todo, el peso de otros actores.
En contra de este relato los británicos no incursionaron en un territorio vacío, indios y esclavos vivían en él. Los europeos construyeron un nuevo mundo sobre el trabajo de europeos americanos y africanos, siguiendo los ritmos de una economía - mundo articulada en torno de intercambio de ciertos bienes de Gran valor.
Un continente aparte
Los indígenas
Se estima, debido mal cálculo, que cuando Colón descubrió América había 50 millones de personas en el Continente, y que de estos 5 vivieron Norte de lo que hoy es México. En espacios geográficos y medio ambientes diferentes estos grupos desarrollaron relaciones particulares con el medio ambiente, engendrando distintas formas de vida. Al norte del continente, Estados unidos y Canadá, la población se organizó en sociedades más pequeñas, móviles, dispersas e igualitarias. El movimiento constante y los procesos de adaptación de estos grupos generaron una gran diversidad cultural y lingüística. Para estos grupos, los hombres que llegaron del Oeste - a españoles, ingleses, franceses, zuecos, rusos - representaron otras tantas bandas con las que comerciar y guerrear, si bien sus posesiones e intenciones los hacían más atractivos y peligrosos.
En lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos los pueblos Anasazi y Hohokam no estaban centralizados políticamente, pero podían organizar y movilizar poblaciones numerosas. Estos lograron consolidarse cacicazgos influyentes, que cobraban tributo y coordinaban estrategias de guerra entre grupos distintos. La consolidación de los imperios europeos en América vino a contribuir a la volatilidad y a la violencia que habían caracterizado a estas regiones. Al convertirse en zonas de contacto y competencia entre potencias colonizadoras, los grupos nativos supieron aprovechar el antagonismo entre rivales vecinos para reforzar su capacidad de negociación y por lo tanto para proteger su autonomía, sus formas de vida y su acceso a recursos vitales.
El proceso de colonización europeo se vio fuertemente condicionado por sus consecuencias biológicas. Los americanos resultaron enormemente vulnerables a las enfermedades que traían consigo los habitantes del Viejo Mundo. Los estragos que causó el intercambio de patógenos fue quizás el factor más trascendental en el proceso de ocupación europea en América. Mientras que para algunos grupos el contacto con europeos y africanos significó la extinción, para otros significó no sólo ser Víctimas de la enfermedad sino de la guerra, la explotación y el despojo.
En un enfrentamiento entre los guerreros comanches y las tropas europeas, entre 1150 y 1850, el saldo fue decididamente negativo para las sociedades nativas. Un colapso demográfico de tal tamaño desarticuló sin duda los entramados sociales y culturales qué sostenían la experiencia vital de estos pueblos nativos. Esto significó las dificultades a las que se enfrentaron los pueblos indígenas para defenderse de un Invasor que veía en la colonización el cumplimiento de una misión divina. Por otra parte, la convivencia en el norte del continente se volvió imposible. Estos brotes de violencia adquirieron a rasgos genocidas.
En cuanto a lo económico, la participación entusiasta de los indios en los circuitos comerciales forjó lazos de dependencia mutua con las colonias. En muchos casos las posibilidades de expansión dependieron de la relación de los colonos con las poblaciones indígenas. Así fue como los gobiernos metropolitanos convirtieron en una prioridad mantener buenas relaciones con los pueblos indios. Los imperios de Europa en América se vieron moldeados por las reacciones, respuestas y estrategias de los supuestos conquistados.
Imperios Transoceánicos
El descubrimiento de América, sin embargo, no permitió a los europeos tener acceso privilegiado a la riqueza de Asia, pero sus proyectos en América se insertaron en la misma lógica comercial, mercantilista y proselitista. La gesta se emprendía en nombre de Dios y el rey, pero los principales protagonistas eran los hombres de empresa, con un ojo puesto en el honor, la salvación y la gloria y el otro en las ganancias.
La creación de redes comerciales que se engarzaron con las que atravesaban el Pacifico y el Indico engendraron, a su vez, una economía global basada en metales preciosos y el cultivo de productos tropicales. Al aumentar los impuestos y al constituirse el comercio transoceánico como un espacio de competencia, la expansión imperial se convirtió en un asunto de Estado.
La monarquía católica pretendía, con el aval pontificio, tener derecho a todo el continente americano. Por eso en el siglo XVI, tanto franceses como ingleses buscaron lugar en el Nuevo Mundo, ahí donde a los súbditos de Su Majestad católica no les había interesado establecerse. Se fueron entonces al norte de los dominios españoles y se establecieron en territorios más hostiles y menos prometedores que los de clima templado.
Los franceses establecieron en el norte del continente un control flexible, eficiente y barato, articulado en torno a la colaboración y la integración de los franceses con la sociedad local a través del intercambio, las alianzas militares, el mestizaje y la construcción de misiones.
A pesar del tenue dominio que ejercían, los franceses consideraban que Nueva Francia representaba una extensión de los dominios de su rey y un espacio para la fe católica.
En Nueva Francia los colonizadores optaron por “compartir el continente” con los nativos. Este modelo, sin embargo, resulto frágil frente al de otras potencias europeas.
Los ingleses en América
Cuando un grupo de ingleses emprendedores quiso instalar un imperio ingles en América llegaba tarde a una empresa colonial cuyos términos y espacios ya estaban definidos.
El establecimiento de 13 colonias británicas en la América Continental se desarrolló en tres etapas distintas. Dichas etapas fueron determinadas por la evolución del poderío Ingles.
En 1670 los ingleses, con el respaldo de la familia real, arrebataron el Nuevo Ámsterdam a los holandeses y fundaron el puerto de Charleston en lo que hoy es Carolina del Sur, desafiando las pretensiones de España sobre este territorio.
Inglaterra se había convertido en la más poderosa potencia marítima, empeñada en sentar sus reales en América del Norte. Para esto expulso del continente a los holandeses y después a los franceses.
El Nuevo Mundo se convirtió para los “súbditos ingleses nacidos libres”, que emigraban voluntariamente, en “el mejor lugar del mundo ara los pobres”. Construyeron una sociedad con dos características principales: no estaban sujetos a las rígidas jerarquías del Viejo Mundo y su sistema era excepcionalmente participativo. Para estos colonos la emigración representaba la posibilidad de convertirse en propietarios independientes. Cabe aclarar que la colonización británica en América del Norte tuvo lugar en unos de los periodos más turbulentos de la historia inglesa, debido a años de expansión territorial y transformación económica, de guerra civil y de experimentación política.
En las colonias del Nuevo Mundo había dos modelos básicos de administración: las colonias reales y las que, por concesión de la Corona, tenían un propietario, que podía ser tanto un individuo como una compañía. Las primeras le pertenecían a la Corona, mientras que en las segundas el monarca otorgaba una carta donde se establecía la estructura del gobierno colonial, las prerrogativas del Rey y los derechos de los colonos.
Tanto por principio como para no desincentivar la inmigración, los constructores del Imperio Británico en América se erigieron en defensores de las “libertades inglesas” y del gobierno “mixto”. Así, en todas las colonias se estableció un gobierno representativo, compuesto por una asamblea y un gobernador. Los monarcas ingleses intentaron reforzar su autoridad limitando las facultades de los propietarios, derogando las cartas coloniales o suplantando la autoridad de los propietarios con la del monarca.
La Corona británica carecía de un órgano de gobierno y de una burocracia especializada para gobernar el Imperio desde Londres. En América, el Consejo de Comercio y de Plantaciones, establecido en 1696, regulaba todo el comercio imperial, la pesca y las medidas para combatir la pobreza. No es de esperar que la relación entre Londres y la América Británica fuese distante.
El sur
En la década de 1570 un grupo de jóvenes protestantes aprovechando su influencia en la corte, fundaron una compañía para establecer una colonia costas americanas, españolas y francesas. Estos hombres promovieron la colonización de Virginia como una empresa en la que todos saldrían ganando: Se debilitaría el catolicismo, se liberaría a Inglaterra del exceso de población que amenazaba con sofocarlo y los inversionistas se harían ricos. A pesar de los previos intentos que fracasaron, los empresarios de la colonización no cesaron y siguieron promoviendo la emigración a Virginia. Tanto aristócratas aventureros y trabajadores empobrecidos pensaron que podrían enriquecerse rápidamente, descubriendo riquezas mineras o poniendo a trabajar a los indios. Sin embargo, posibilidades esfumaron rápidamente.
La relación entre los colonos de Virginia y los indios de la zona estuvo marcada por las pautas de un comercio que interesaba a ambas partes, pero también por desencuentros culturales y por la violencia y la desposesión. Creyendo que el comercio era la mejor manera de civilizar a los salvajes evitaron promover su evangelización.
Sobre todo al principio se hicieron esfuerzos por pactar los términos de una convivencia respetuosa, por ejemplo los esfuerzos del capitán John Smith y la conocida historia de Pocahontas.
En su afán por apropiarse de tierras los colonos buscaron imponerse con arrogancia y violencia.
Para la segunda década del siglo 16 la compañía de Virginia no tenía en su haber sino pérdidas financieras y humanas. Los colonos parecían estar condenados a la extinción. Virginia se salvaría del colapso gracias a una planta autóctona, el tabaco, y la introducción de una institución exógena, la esclavitud de los africanos. Las hojas del tabaco generaron en Europa adicciones y prácticas extendidas, el tabaco se convirtió así en el producto colonial ideal. Para la década de 1600 la venta del tabaco había transformado a unos colonos atormentados en prósperos plantadores.
La disponibilidad de tierra y la posibilidad de enriquecerse llevó a muchos a cruzar el Atlántico.
Al empezar las colonias a competir las olas contra las otras por pobladores establecieron políticas de colonización más generosas. Los trabajadores por contrato se volvían así cada vez más caros, y en cuanto queda liberado se convertían en competidores de su antiguo patrón.
Se consolidó así un sistema que expropiada el trabajo de quienes eran transportados a América por la fuerza. Los esclavos africanos ya habían demostrado resistir mejor que los europeos o los indígenas el arduo trabajo y lo malsano del clima de la zona, pero su compra representa una inversión importante. La esclavitud se convirtió así en un gran negocio. Fue el trabajo de los africanos lo que hizo posible la explotación de las riquezas del Nuevo Mundo.
La sociedad esclavista género hondas tensiones y duros mecanismos de control. Los Amos recurrieron al miedo, a la fuerza y a la deshumanización. Las leyes restringieron el espacio de maniobra de los Esclavos, limitando, por ejemplo, derecho a reunirse, aprender a leer y escribir o a portar armas. El color de piel se mostró como señal, natural y perpetua, de inferioridad y sujeción cómo lo cual hizo muy difícil la vida de los negros libres.
Durante la segunda mitad del siglo 16 en Virginia para estabilizar los volátiles precios del tabaco los plantadores buscaron controlar el acceso al mercado transatlántico, acaparar tierras e influir en la legislación colonial. Ante la resistencia del gobierno forjaron una alianza duradera con aquellos miembros de los sectores intermedios e incluso populares de la sociedad que podían participar en la elección del cuerpo legislativo. Fue así como los elementos democráticos de la política colonial apuntalaron al fortalecimiento de una oligarquía esclavista que se erigió en defensora de las libertades del hombre común en contra de las transición transgresiones de la autoridad, entrelazándose, con un poderoso discurso de solidaria racial e igualdad entre hombres blancos.
Esta forma de hacer política se forjó en la oposición contra Berkeley, gobernador de Virginia en 1641. El gobernador en respuesta monopolizo la repartición de tierras y aumento los impuestos sobre el tabaco. En 1675 este malestar se convirtió en Rebelión; los descontentos se levantaron en contra del gobierno colonial, expulsaron a Berkeley y quemaron Jamestown. Londres vio la rebelión cómo la excusa y la justificación necesarias para tener mayor injerencia en la política colonial. Los grandes plantadores convirtieron entonces la asamblea colonial en contrapeso de las iniciativas reales. En el seno de la asamblea los grandes señores del tabaco condenaron, de forma consistente, las medidas que podrían afectar sus intereses y los de sus electores, con una retórica libertaria y populachera.
Así, la élite sureña, esclavista, quisquillosa y políticamente activa sería el semillero de muchos de los líderes del movimiento revolucionario del último tercio del siglo 18.
En la década de 1670 un grupo de 8 aristócratas fundó las Carolinas, entre la Florida Española y Virginia. En un inicio la explotación de la colonia se basó en el comercio con los grupos indígenas. La introducción de escopetas inglesas perturbó profundamente el mundo indígena de lo que hoy es el sureste de los Estados Unidos. Los colonos se beneficiaron de estos enfrentamientos, cuyos sangrientos desenlaces lideraban el terreno para la ocupación Blanca. Sin embargo, que no podían establecerse de forma permanente sobre un negocio tan riesgoso como el comercio de personas y bienes con una población indígena tan revolucionada. Una vez más, fue una planta la que vino a dar estabilidad y rentabilidad a la empresa colonial el arroz se convirtió en el gran producto exportación de Carolina. Fue la ambición de las elites caribeñas y Metropolitanas las que dieron vida a las Carolinas. En cambio, fue una visión idealista y paternalista la que impulsó la formación de Georgia en el extremo sur del imperio. Para regenerar a los pobres, desocupados y vagos un grupo de funcionarios, comerciantes y clérigos los mandó a construir una sociedad nueva en tierras de indios. Los artificios del proyecto prohibieron la entrada de esclavos, ron y abogados a la Colonia, y le negaron una asamblea representativa. En Georgia se impusieron las ambiciones e intereses de los colonos sobre los ideales de los fundadores y los afanes de control y fiscalización de la corona. Ante las presiones de los colonos y de los poderosos intereses que apuntalan la trata de esclavos los promotores del proyecto cedieron el gobierno de Georgia a la corona. Se reprodujeron entonces, las mismas estructuras sociales de las otras colonias sureñas.
Nueva Inglaterra
El objetivo era construir en América una nueva Jerusalén. Sólo el 30% de los ingleses qué emigraron a América fueron puritanos. Los puritanos establecieron en asentamientos relativamente densos, cuya población era lo suficientemente numerosa para animar el culto religioso, defenderse de los indios y cubrir los gastos comunitarios. La unidad económica básica era la granja familiar casi no había esclavos puesto que estos eran demasiado costosos. Se cultivaba el mismo tipo de cereales que las Islas británicas; sin un producto de exportación de alto valor sólo el comercio y la navegación ofrecían a los colonos la oportunidad de enriquecerse. Los comerciantes Neo ingleses supieron aprovechar su lugar dentro de las rutas atlánticas.
La población colonial de nueva Inglaterra resultó así excepcionalmente homogénea, demográficamente equilibrada y saludable.
Dada las motivaciones religiosas de la emigración puritana no debe sorprender que nueva Inglaterra la iglesia ocupara el centro de la vida social y política. Se promulgaron leyes contra la blasfemia, el adulterio, la conducta moral desordenada y la disidencia religiosa.
La intolerancia de estos pueblos llegó a grupos de pobladores abandonar las primeras colonias para fundar otras.
La rígida y exigente vida religiosa de los puritanos partida de la igualdad espirituales de los "conversos" y rechazaba toda jerarquía eclesiástica. Esta visión religiosa tuvo como principio político la apertura de la cosa pública, en la que debían participar todos los jefes de familia que contarán con alguna propiedad. Se trataba quizás del gobierno más representativo del mundo. En América su dominio del mercado caribeño y de la navegación, así como su entusiasmo republicano, alimentaron la antipatía y las sospechas que inspiraban.
Los puritanos, a diferencia de Los Sureños, realizaron un esfuerzo para evangelizar a la población nativa. Algunos de los miembros de las tribus más debilitadas decidieron establecerse en estas poblaciones. Otros grupos, enfrentaron los avances de la población inglesa adoptando aquellos implementos que hacían la vida más fácil y más cómoda, pero rechazaron la ocupación de su tierra y el cobro de tributos. Terminaron involucrados en conflictos violentos.
Los indígenas del Noreste procuraron defender su tierra y su modo de vida por medio de la diplomacia, las alianzas bélicas y, en última instancia, la rebelión.
La población indígena, reducida, abatida y empobrecida, fue confinada a los márgenes de la sociedad colonial, hasta volverse prácticamente invisible.
Las colonias del Atlántico Medio
La conquista de Nueva Holanda señalo la consolidación tanto del poderío británico en el Atlántico como de una nueva política internacional en la que las rivalidades comerciales pesaban más que las afinidades religiosas.
Entre las potencias europeas la expansión transoceánica más sorprendente fue quizá la de los Países Bajos.
Lo que se ha llamado la "primera globalización" consistió en los productos asiáticos de lujo y en los esclavos africanos que se compraban en América.
En este contexto de visión mercantilista los funcionarios de las monarquías europeas estaban convencidos de que las ganancias holandesas eran pérdidas para ellos. En Inglaterra comerciantes y políticos miraban con envidia los logros de los otros aliados. Los Monarcas vieron en el Imperio holandés un campo de oportunidad para apropiarse de una extensa red de comercio global, y emprendieron una campaña en su contra.
En 1651 se promulgaron unas leyes de navegación cuyo objetivo era monopolizar el comercio colonial inglés, con el fin de aumentar y los ingresos aduanares, fomentar la industria naviera y favorecer a los comerciantes.
En tanto los países Bajos vieron en esto una agresión contra del comercio holandés, respondieron con una de guerra. Los enfrentamientos debilitaron a los Países Bajos. Prácticamente sin pelear se dieron la nueva Holanda a Gran Bretaña en un tratado de paz de 1667. Ésta se convirtió en Nueva York y el activo puerto de nuevo Ámsterdam.
Los ingleses consolidaron así su dominio de la costa atlántica de América del Norte.
Ningún grupo nacional o religioso domina el gobierno o la economía de la región, los holandeses habían abierto sus colonias americanas a inmigrantes protestantes de toda Europa. Además, piñas entre la Bahía de Chesapeake y nueva Inglaterra gozaban de tierras fértiles y un clima más sano que el de los territorios sureños y menos riguroso tele nueva Inglaterra.
Las colonias del Atlántico medio se beneficiaron tanto del legado holandés como del nuevo dinamismo del sistema imperial. El Imperio puede llamarse propiamente británico luego de 1707, con la unión de las coronas inglesa y escocesa. Los comerciantes y manufactureros escoceses se integraron a la economía transatlántica, imprimiéndole mayor energía.
Vida colonial y ajustes imperiales
Durante el último tercio del siglo 17 Los Reyes Estuardo, Carlos II y Jacobo II intentaron incrementar el control de la corona sobre el sistema colonial para hacerlo más redituable.
Estos seguían con gran interés y no por envidia a los procesos de centralización política que se llevaban a cabo en las monarquías continentales.
El menor de los Estuardo busco consolidar Nueva York y Nueva Jersey con las de por si poco populares colonias de origen puritano conformando un "dominio de nueva Inglaterra" que debía funcionar como un virreinato español, sometido a la autoridad directa de la corona.
En América El rey nombró al militar Andros como gobernador de la nueva región administrativa. Este problema la tolerancia de cultos, clausuro las asambleas representativas, estableció un impuesto predial y ordenó que los terrenos baldíos se integrarán al patrimonio de la corona.
El experimento jacobita fracaso en cuanto a las rebeliones que se defraudaron en Boston, nueva York y Maryland coincidieron con el levantamiento que lo derrocó en Inglaterra. En 1689 la oposición llamó al Trono al príncipe holandés Guillermo de Orange, protestante, consolidándose así al "rey dentro del parlamento" como instancia soberana.
En América Los Rebeldes se declararon adictos al nuevo orden. Si bien tanto Guillermo como su esposa María no quisieron seguir el camino de los Estuardo, tampoco estuvieron dispuestos a abonar a los deseos autonómicos de las colonias.
Se establecieron ciertas modificaciones, los Monarcas se adjudicaron el nombramiento de los gobernadores, acción de Rhode Island y Connecticut. En Nueva York los líderes del movimiento anti jacobita fueron incluso acusados de traición y ejecutados.
La autonomía de los gobiernos coloniales y su carácter representativo ofrecían espacios excepcionales de participación política a hombres comunes y corrientes. En sociedades con un nivel de alfabetización elevado esto se tradujo en la publicación de panfletos y periódicos para debatir temas de interés común.
En la América británica fue trascendental la transformación de la religión en el siglo 18. A la pluralidad religiosa, al seno de algunas denominaciones y a la debilidad de las jerarquías eclesiásticas se sumó, entre las décadas de 1730 y 1750, una marea de entusiasmo religioso conocido como el "Gran despertar".
Este movimiento tuvo consecuencias importantes: Rompió con la identificación de ciertas Iglesias y credos con territorios determinados; confirmó el carácter voluntario de la religión, creando una especie de Mercado religioso y, finalmente, afectó el estatus y la autoridad del clero.
El siglo 18 también presenció cambios en el ámbito económico, afectaron a la cultura material de los habitantes de las colonias y la naturaleza de los lazos que los unían con la metrópoli.
Como todas las sociedades de la época, la de las 13 colonias estaba dominada por el sector rural. Se trataba de una sociedad rural fuertemente penetrada por el Mercado, que disponía de excedentes para adquirir bienes de consumo fabricados fuera del hogar. En este contexto la Revolución Industrial se tradujo en una Revolución en el consumo de Los Americanos. Para la década de 1760 la producción mecanizada y masiva puso al alcance de los consumidores americanos una variedad alucinante de productos.
Los objetos de importaciones fueron símbolo de estatus. Las élites coloniales intentaron paliar su complejo de inferioridad a través de la ostentación. Con la caída de los precios de la producción industrial los sectores intermedios de la sociedad también pudieron acceder a dichos objetos. Este gusto por los productos de la industria manufacturera británica conllevó a la intensificación de la relación comercial con la metrópoli y a una dependencia creciente.
Todo esto parecía confirmar la estampa que se dibujaba sobre los dominios británicos como un imperio de bienes, para contrarrestar la imagen del imperio de leyes, prohibiciones e imposición religiosa que habían construido de las posesiones del Rey español.
Sin embargo, el siglo 18 pondría a prueba y eventualmente terminaría con esta concepción amable de la relación colonial.
A lo largo de una serie de conflictos que comenzaron con el derrocamiento de Jacobo II, las posesiones coloniales en América adquirieron una importancia cada vez mayor. Así, las colonias no figuraron en la Guerra de los nueve años o en la Guerra de secesión española. En cambio, tanto la guerra de La Oreja de Jenkins como la Guerra de los 7 años se originaron en pleitos imperiales y se desarrollaron en escenarios tanto americanos como europeos.
La guerra de los siete años fue la que transformó profundamente la geopolítica de América del Norte la guerra terminó con una clara victoria británica.
Los retos estratégicos y económicos que se le plantearon a Londres con estos conflictos lo obligaron a replantear su relación con las colonias de América continental y abandonar el trato distante y relativamente benévolo que había imperado hasta entonces. La transformación de la política Imperial en la estela de un conflicto armado, tendría consecuencias trascendentales sobre las visiones y el sentido de pertenencia de los británicos de ultramar. Hasta entonces las distintas colonias habían colaborado poco y competido entre ellas. Se trataba de un esquema colonial diseñado para la sumisión por separado, no para la defensa mutua. Sin embargo, la intensificación de la política Imperial genera una sensación compartida de agravio y un sentido común de identidad "americana".
Este sentimiento justifico un reclamo común y, eventualmente, la ruptura con el Imperio.
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