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Historia Social
Contemporánea
Resumen de Tannenbaum |
Historia Social Contemporánea (Cátedra: Angélico - 2017) | Cs.
Sociales | UBA
“Las experiencias fascistas: Sociedad y cultura en Italia” (1922-1945)
Tannenbaum E.
El régimen fascista tuvo un control absoluto sobre el movimiento obrero, pero
muy escaso sobre la estructura económica de la Nación, sobre la Monarquía, la
Iglesia y las Fuerzas Armadas. Los grandes empresarios, tanto rurales, como
urbanos, cooperaron con el régimen cuando fue necesario, pero nunca se
comprometieron por completo, y dirigieron sus empresas con muy poca
interferencia exterior. Ni el gobierno de Mussolini, ni las corporaciones
fascistas estaban en condiciones de intimidar a Fiat, Pirelli o el Banco de
Italia. En complicidad con estos gigantes, el régimen destruyó al movimiento
obrero independiente italiano e integró a los trabajadores de la nación en sus
propios sindicatos. Estos sindicatos eran exclusivamente fascistas, no eran
sindicatos de empresa ni tampoco, sindicatos estatales.
Una de las características más significativas del fascismo italiano fue su
pretensión de haber implantado un nuevo sistema de organización económica,
basado en las corporaciones fascistas.
El corporativismo fascista desempeñó la función de un mito que solucionaba los
problemas de la lucha de clases y de la pobreza económica nacional, al hacerlo,
mantenía unidas las fuerzas divergentes dentro del partido y del país.
Se suponía que este sistema combinaba las ventajas de las corporaciones
medievales (gremios), los cuales, según se afirmaba, habían armonizado los
intereses de los trabajadores y de los patrones en un esfuerzo productivo común,
con el control y la regulación eficaz de los intereses de la sociedad en su
conjunto, que sólo podía proporcionar el Estado totalitario moderno.
El corporativismo fascista quería utilizar la capacidad de la empresa privada,
pero controlada por el Estado. Los fascistas manifestaban su hostilidad hacia el
liberalismo y el socialismo, presentando su sistema como una “tercera vía”.
El Estado corporativo fascista fue una construcción jurídica del nacionalista
reaccionario Alfredo Rocco, quien insistía en la responsabilidad del Estado en
el control y disciplina de los sindicatos. Rocco avanzó hacia la fase
corporativa con la creación de corporaciones en los más importantes sectores de
la economía: metalurgia y construcción de maquinarias, productos químicos, gas,
electricidad, producción vinícola, seguros y créditos, etc. Estas corporaciones
podrían al fin unificar a los representantes de las empresas y de los sindicatos
en un mismo organismo, eliminando en realidad a los sindicatos como agentes de
negociación. Rocco quería eliminar totalmente la autonomía de la clase obrera,
sus privilegios y su influencia en las empresas productivas, especialmente los
beneficios antes conseguidos. Él no creía en la posibilidad de una armonía de
clases.
Rocco nunca pudo cumplir su objetivo, en parte por la resistencia de los grandes
empresarios a la interferencia estatal, en parte porque la depresión retrasó las
reformas jurídicas que quería llevar a cabo y en parte porque sus objetivos
sociales y económicos no le interesaban ni a Mussolini ni a la mayoría de los
fascistas. A fines de 1930 estaba claro que el Estado corporativo no era más que
una fachada. Los grandes empresarios tomaban sus propias decisiones sin
importarles lo que decidieran las corporaciones.
Aunque no toda la política económica fascista complacía a los grandes
empresarios, el régimen les permitió aumentar su poder absoluto sobre la
economía, especialmente durante la depresión mundial. No hay duda de que, como
en la Alemania nazi, los fascistas italianos después de llegar al poder gracias
a las promesas hechas a los pequeños empresarios, favorecieron más a los grandes
capitalistas que a los pequeños.
Los grandes empresarios tenían poder de control sobre la producción, se
redujeron los impuestos sobre los negocios (lo cual fue especialmente apreciado
por los industriales, banqueros y grandes propietarios que habían ayudado a los
fascistas en su subida al poder).
Por otra parte, si observamos cómo se manejaron las cuestiones económicas
durante el Fascismo, podemos llegar a afirmar que se trató de una economía
“simbólica”, donde se intentó aparentar ser un país prestigioso, autosuficiente,
con solvencia económica, etc.
La Batalla del trigo fue un claro ejemplo de esta “importancia de lo simbólico”.
Su objetivo era elevar la producción italiana de trigo hasta no depender de la
importación de este cereal. Este objetivo se consiguió en parte por el cultivo
de tierras marginales, y en parte persuadiendo a los agricultores para que
abandonaran otros cultivos. La batalla del trigo fue realmente antieconómica,
una buena parte de lo que se ahorró en compras de trigo extranjero se perdió
como consecuencia del descenso en las vetas de productos agrícolas italianos en
el extranjero.
El estímulo otorgado a la producción de trigo desanimó a los campesinos y
trabajadores agrícolas a dedicarse a aspectos más productivos y lucrativos de la
agricultura, como la horticultura y las hortalizas o los productos lácteos en el
Norte, y la ganadería en el sur, siendo el trigo un producto menos remunerativo
y mucho más incierto.
Otro acontecimiento basado en la fanfarria propia de Fascismo fue la “Batalla de
la lira”, la cual tuvo un trasfondo más político que económico: Mussolini quería
que Italia tuviera una moneda estable y fuerte, y quería demostrar que podía
crear dicha moneda. La batalla de la lira dejó muchas víctimas importantes, el
que más sufrió con ella fue el trabajador común, en parte porque sus salarios
disminuyeron en una proporción muy superior a la de la reducción de los precios,
y en parte porque muchas fábricas redujeron la semana de trabajo a tres o cuatro
días ante la reducción de los pedidos, los productos italianos se habían vuelto
excesivamente caros para el resto de Europa.
Otra de las reformas económicas fascistas que obtuvo un alto grado de publicidad
fue la recuperación de la tierra, conocida como la “Batalla de la Bonificación”,
mediante la desecación de pantanos y de marismas, la irrigación y la repoblación
forestal. Este programa fue pensado primordialmente para estimular a la empresa
privada, terreno en el cual los resultados fueron muy poco satisfactorios. De
2.600.000 hectáreas en las que se había comenzado algún tipo de recuperación,
sólo un 10 %, es decir de 220.000 a 250.000 hectáreas mostraron algún tipo de
aumento significativo en su producción. De estas 220.000 a 250.000 hectáreas,
sólo 30.000 fueron mejoradas por organizaciones privadas.
La idea de una recuperación de la tierra en gran escala a través de un esfuerzo
conjunto de las empresas públicas y privadas era ciertamente buena, pero el
régimen fascista no supo estimular la necesaria cooperación de los propietarios
rurales, y le faltó capital para llevar a cabo el programa por sí mismo.
El I.R.I (Instituto por la Ricostruzione Industriale): creado en Enero de 1933
para intervenir de forma temporal en los problemas bancarios y financieros,
pronto se convirtió en una organización implicada permanentemente en los
problemas industriales. Bajo el fascismo, nunca trató de sustituir a la
iniciativa privada por la pública, más bien trató de eliminar sus deficiencias,
de forma que pudieran competir con éxito por sí mismos. Realizó esta labor no
como una entidad pública a favor de la economía nacional, sino como un
accionista, entre otros, de determinadas compañías.
Sin embargo, la constante incapacidad de la banca y de la industria italiana
para suministrar el capital necesario forzó al I.R.I a asumir un papel
permanente en la economía, reemplazando su función original de conceder
préstamos y otorgar subvenciones para convertirse en un departamento permanente
de la administración pública, con la finalidad de estimular la reorganización y
la racionalización de las industrias bajo su control (acero, maquinaria,
navegación, electricidad y telefónica). A la larga, el I.R.I iba a proporcionar
al Gobierno un control sobre la economía superior al de cualquier otro país
capitalista.
Las Asignaciones familiares: durante el período fascista, se implementaron
varios sustitutivos de los salarios y de los sueldos (los cuales habían bajado
considerablemente, como consecuencia de las políticas económicas del mismo
gobierno). Estos incluían asignaciones familiares, pagas de fin de año y aumento
de las indemnizaciones por despido. El sistema de asignaciones familiares se
desarrolló a finales de 1934 para compensar a los trabajadores que tenían al
menos dos hijos de la disminución de sus salarios motivada por la reducción de
la semana laboral a 40 horas, pero se mantuvo desde entonces en sustitución de
los aumentos salariales. Al año siguiente de otorgaba una asignación por el
primero y el segundo de los hijos, en 1939 el valor de cada asignación aumento
en un 50% y se dio un adicional por la mujer, el 1941 se concedieron nuevos
aumentos. El sistema italiano de asignaciones familiares fue uno de los más
amplios del mundo en su época. La explicación reside probablemente en su
objetivo secundario de favorecer a las familias numerosas, de acuerdo con los
objetivos políticos de Mussolini. Sin embargo, aparte de las Asignaciones
familiares, el régimen no fue muy lejos en la creación de un Estado de
Bienestar, los seguros por enfermedad y desempleo, como así también los seguros
por retiro, eran muy deficientes.
Desempleo: el motivo principal del desempleo, que agravó la depresión, fue el
hecho indiscutible de que el crecimiento económico apenas superó el crecimiento
de la población. La mitad de la población activa estaba empleada en la
agricultura y fue aquí donde la depresión golpeó más duramente, tanto en
relación con el desempleo como en el aumento de la pobreza.
La abolición de los sindicatos independientes favoreció a los patrones afrente a
los asalariados, permitiendo su despotismo, pero los sindicatos fascistas, si
bien hicieron poco para ayudar económicamente a los trabajadores, les
proporcionaron una cierta conciencia de formar parte de una comunidad italiana
más amplia. Sistema de asignaciones familiares, basado tanto en motivos
humanitarios como nacionalistas.
Para concluir, podemos afirmar que en el terreno económico, el fascismo fue un
fracaso. Durante la totalidad del período, el crecimiento económico fue modesto,
y en los años de la depresión, de 1929 a 1938, la tasa de incremento de la renta
industrial italiana fue inferior a la de casi todos los demás países europeos.
Los escasos funcionarios fascistas que sabían algo de teoría económica, fueron
incapaces de lograr ningún tipo cambio significativo en los métodos económicos.
Italia se convirtió en un país casi autosuficiente en su producción de trigo a
expensas del resto de la agricultura.
El régimen fascista sirvió en mayor grado para impedir el crecimiento económico
y la modernización que para estimularlos.