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Teoría
del Estado
Resumen para el Primer Parcial  |  Teoría del Estado 
(Cátedra: López - Winner - 2017)  |  Derecho  |  UBA
El Nacimiento de la Filosofía – Giorgio Colli
Capítulo 1.- La locura es la fuente de la sabiduría.
Los orígenes de la filosofía son misteriosos. Según la tradición erudita, nació 
con Tales y Anaximandro; en el siglo XIX se buscaron sus orígenes más remotos en 
fabulosos contactos con las culturas orientales. En realidad, la época de los 
orígenes de la filosofía está mucho más próxima a nosotros. Platón llama 
filosofía, amor a la sabiduría, a su investigación, a su actividad educativa, 
ligada a una expresión escrita, a la forma literaria de diálogo. Por otra parte, 
la filosofía posterior no es otra cosa que una continuación de la forma 
literaria introducida por Platón; y ésta última surge como un fenómeno de 
decadencia, ya que el amor a la sabiduría es inferior a la sabiduría. 
Efectivamente, amor a la sabiduría no significaba para Platón, aspiración a algo 
nunca alcanzado, sino tendencia a recuperar lo que ya se había realizado y 
vivido.
La tradición oral de la sabiduría, para nosotros aparece así falsificada por la 
inserción de la literatura filosófica.
Al retroceder por los senderos de la sabiduría griega, encontramos a los dioses 
Apolo y Dionisos. El dominio sobre la sabiduría hay que atribuirlo a Apolo. Para 
los griegos, el conocimiento del futuro pertenecía a la sabiduría. El dios 
conoce el porvenir, lo manifiesta al hombre, pero parece no querer que el hombre 
lo comprenda (hay un ingrediente de perversidad). El conocimiento y la sabiduría 
se manifiestan a través de la palabra.
Platón dice que “los bienes más grandes llegan a nosotros a través de la 
locura”. Distingue cuatro tipos de locura: profética, mistérica, poética, 
erótica. Apolo no es el dios de la mesura, sino de la exaltación, de la locura. 
Apolo y Dionisos abarcan completamente la esfera de la <<manía>>, de la locura.
La <<manía>> se nos presenta como fondo del fenómeno de la adivinación. La 
locura es la matriz de la sabiduría.
Capítulo 2.- La señora del laberinto.
Hay algo que precede incluso a la locura: el mito nos remite a un origen más 
remoto. Cinco siglos antes del culto a Apolo, tenemos que buscar el origen del 
culto a Dionisos. Debemos para ello remitirnos al mito cretense del minotauro. 
Aparece una mujer, Ariadna, como esposa de Dionisos. Ariadna tiene doble 
naturaleza: humana y divina. El laberinto se presenta como creación humana del 
individuo apolíneo, pero al servicio de Dionisos. El laberinto alude al peligro 
mortal que acecha al hombre al enfrentarse al dios-animal. 
El laberinto es el <<logos>>. El logos es un producto del hombre en el que el 
hombre se pierde.
Capítulo 3.- El dios de la adivinación.
Si la investigación sobre los orígenes de la sabiduría conduce a Apolo, y si la 
manifestación del dios en esa esfera se produce mediante la <<manía>>, en ese 
caso habrá que considerar la locura como intrínseca a la sabiduría griega, desde 
su primera aparición en el fenómeno de la adivinación.
La proyección de la palabra de Apolo sobre el mundo la representa el mito griego 
con dos símbolos: el arco (acción hostil) y la lira (acción benévola). El arco y 
la lira se fabricaban con la misma materia (cuernos de chivo) y con una curva 
análoga. Por consiguiente, las obras del arco y la lira, la muerte y la belleza, 
proceden de un mismo dios, expresan una idéntica naturaleza divina, simbolizada 
por un jeroglífico idéntico, y sólo en la perspectiva deformada de nuestro mundo 
de la apariencia, se presentan como fragmentaciones contradictorias.
Platón establece una distinción entre el hombre exaltado, delirante, llamado 
adivino, y el profeta, o sea, el intérprete que juzga, reflexiona, razona, 
resuelve los enigmas, da un sentido a las visiones del adivino. En realidad, la 
adivinación del futuro no entraña un dominio exclusivo de la necesidad.
Capítulo 4.- El desafío del enigma.
Mediante el oráculo, Apolo impone al hombre la moderación, mientras que él es 
inmoderado. Con eso el dios desafía al hombre. La palabra expresada en el 
oráculo es un enigma. La conexión entre adivinación y enigma es primigenia. Pero 
el enigma tiende a separarse de la adivinación. El mejor ejemplo es el mito de 
la Esfinge. La esfinge impone el desafío mortal del dios. Sólo quien resuelve el 
enigma puede salvar a la ciudad y a sí mismo. La lucha es mortal.
Después de Heráclito, los sabios pasan a centrar su atención en las 
consecuencias del enigma y no en el enigma mismo.
El enigma tiene forma contradictoria. La contradicción sugiere engañosamente un 
contenido, la solución del enigma. El enigma es una contradicción que designa 
algo real.
El enigma sufre un proceso de humanización, que tiene tres fases:
-El dios inspira una respuesta en forma de oráculo y el profeta la interpreta.
-El dios impone un enigma mortal y el hombre debe resolverlo.
-Dos adivinos luchan entre sí por un enigma. Aquí, ocupa el primer plano el 
agonismo. Ya no son adivinos, son sabios.
Capítulo 5.- El <<pathos>> de lo oculto.
El documento fundamental sobre la conexión entre sabiduría y enigma es el que 
habla de la muerte de Homero debida a no poder resolver un enigma. Para el sabio 
el enigma es un desafío mortal. El <<pathos>> de lo oculto es la tendencia a 
considerar el fundamento último del mundo como algo escondido. Este es el 
concepto de divinidad de Heráclito.
Todo par de contrarios es un enigma cuya solución es la unidad, el dios que está 
tras ellos.
Capítulo 6.- Misticismo y dialéctica.
Si el origen de la sabiduría griega está en la <<manía>>, el paso de ese fondo 
religioso a la elaboración de un pensamiento abstracto se hizo posible gracias a 
la dialéctica. La dialéctica es uno de los fenómenos culminantes de la cultura 
griega, y uno de los más originales. La dialéctica nace en el terreno del 
agonismo. Un hombre desafía a otro hombre a que le responda con relación a un 
contenido cognoscitivo cualquiera. El interrogador propone una pregunta 
presentando las dos opciones de una contradicción. El interrogado hace suya una 
de las dos opciones (tesis) y el interrogador de muestra la contraria 
(antítesis).
La práctica de la discusión fue la cuna de la razón en general. El enigma 
aparece como la matriz de la dialéctica. Por consiguiente, el misticismo y el 
racionalismo fueron dos fases sucesivas de un fenómeno fundamental.
Capítulo 7.- La razón destructiva.
Muchas generaciones de dialécticos elaboraron en Grecia un sistema de la razón, 
del logos, como fenómeno vivo, concreto, puramente oral.
En el planteamiento mismo de la discusión griega hay un intento destructivo, y 
un examen de los testimonios sobre el fenómeno nos convence de que ese intento 
lo ha realizado la dialéctica. Si el interrogado adopta una tesis, el 
interrogador la destruirá, y si escoge la tesis contradictoria, ocurrirá lo 
mismo. Las consecuencias de ese mecanismo son devastadoras. Cualquier juicio, en 
cuya verdad crea el hombre puede refutarse.
Parménides intenta acabar con esto. A la alternativa << ¿es o no es? >>, Él 
ordena responder <<es>>. Prohíbe el camino del <<no es>> porque lleva a las 
argumentaciones devastadoras de la dialéctica. El <<es>> resuelve el enigma, es 
la resolución que libra a los hombres de cualquier riesgo mortal.
Capítulo 8.- Agonismo y retórica.
Se ha dicho que las aporías de Zenón siguen esperando que se las refute. El 
logos zenoniano representa una cima de la teoría de la razón.
Gorgias lleva a un profundo cambio en el pensamiento griego. Al aislar la 
divinidad de la esfera humana, declara acabada la era de los sabios, de los que 
ponían en comunicación a los dioses con los hombres. Así nació la retórica. La 
dialéctica era una lucha por la sabiduría; la retórica es una lucha por la 
sabiduría dirigida al poder.
La retórica aparece ligada a la escritura, pues los oradores escribían sus 
discursos para aprenderlos de memoria. Esta situación influyó mucho en la 
aparición del género literario de la filosofía.
Capítulo 9.- Filosofía como literatura.
Platón inventó el diálogo como literatura, como un tipo particular de dialéctica 
escrita, de retórica escrita. Él llamó a esto <<filosofía>>. La llama filosofía 
para contraponerla a la sabiduría anterior. Sócrates es el último sabio. La 
filosofía nace del don artístico literario, de la tradición dialéctica y de las 
ambiciones políticas de Platón.
-DESARROLLO DE LAS IDEAS PRINCIPALES.
- El minotauro representa la parte irracional del hombre. Lo que domina al 
hombre no es la razón, sino la naturaleza. La razón es la que permite que el 
pensamiento sea capaz de enfrentarse a la irracionalidad, y no quedar atrapado 
en él. El pensamiento llevado a su punto máximo, nos lleva a la irracionalidad. 
En el enfrentamiento entre lo racional y lo irracional, es donde se da la 
sabiduría, la sabiduría de saber qué hacer con lo irracional. El lenguaje es una 
técnica para enfrentarse con lo que está fuera de él, con lo irracional. Es la 
primera técnica de dominio sobre lo irracional. El laberinto es una 
prefiguración del lenguaje. Si el hombre le da la razón de ser a todo, acabará 
dándole la razón de ser a la bestia, a lo irracional. Si todo es razón, nada es 
razón. Hay que reconocer los límites de la razón. Es un instrumento para lograr 
el deseo, está al servicio de la animalidad.
-La sabiduría griega es sobre el futuro. El saber consiste en interpretar. Los 
intérpretes son los profetas. El nacimiento de la filosofía es la transformación 
del conocimiento en tanto que adivinación en el conocimiento en tanto que 
resolución de enigmas. Aparece la sabiduría como el reconocer lo real en lo 
confuso, reconocer lo oculto en lo evidente. El sabio es el que capta lo oculto 
en lo evidente. La sabiduría es saber reconocer lo animal bajo lo humano, es 
introspección.
-El individuo griego cree en la adivinación, pero no por ello deja de ser 
activo, pues el conocimiento del futuro no implica el dominio sobre la 
necesidad. El griego sabe lo que le va a pasar, pero no sabe las acciones que le 
van a llevar a ello.
Republica – Platón
Libro I 
El diálogo de la República comienza cuando Sócrates, al que acompaña Glaucón, se 
encuentra de vuelta a la ciudad, después de asistir en el Pireo a las fiestas en 
honor a la diosa tracia Bendis. De camino a casa son abordados por un esclavo de 
Polemarco que les ruega esperen a su amo que viene detrás. Polemarco los alcanza 
y le solicita se queden en el Pireo pues al atardecer habrá una carrera de 
antorchas a caballo en honor a la diosa. Sócrates y Glaucón deciden quedarse y 
se dirigen a casa de Polemarco. Allí se encuentran con Lisias y Eutidemo así 
como con Trasímaco de Calcedonia y Céfalo, el padre de Polemarco. Éste se 
encuentra ya muy anciano y se nos aparece sentado en un asiento con cojín y con 
una corona en su cabeza pues acababa de realizar un sacrificio. Sócrates y 
Glaucón se sientan a su lado. Céfalo saluda a Sócrates y le reprocha 
amistosamente el que baje tan pocas veces al Pireo para hacerle una visita. 
Afirma que cuanto más anciano se ve, tanto más amortiguados siente el furor de 
los placeres y que uno de sus mayores deseos es el conversar. Sócrates muestra 
su agrado por poder conversar con alguien con experiencia de vida y le pregunta 
como considera al período de la vida denominado el umbral de la vejez. Céfalo 
contesta a la pregunta de Sócrates afirmando que muchos consideran a tal período 
como una desgracia al echar de menos los placeres de la juventud, mientras que 
otros se lamentan de los ultrajes que la vejez produce a los hombres. Él, por su 
parte, dice considerar a la vejez como una época de gran paz y tranquilidad que 
permite al hombre liberarse de "muchos y furiosos tiranos". Señala también que 
los males del ser humano no están en la vejez sino en el carácter de la persona. 
A continuación Sócrates le recuerda a Céfalo que muchos opinan que todo lo que 
ha dicho resulta muy fácil para personas que poseen una gran fortuna económica 
(como es el caso de Céfalo). Éste responde que no va negar en absoluto lo mucho 
que ésta ayuda pero que, sin embargo, está convencido de que no tiene tanto 
valor como la gente piensa. Céfalo continúa reflexionando sobre el papel de la 
riqueza en la vida y la vejez de las personas. Afirma que en cuestiones de 
negocios ocupa un lugar intermedio entre su abuelo y su padre. El primero la 
había multiplicado mientras que su padre la había reducido a menos de lo que 
ahora él va dejar a su hijo. De todos modos afirma claramente que en la vejez no 
es la cuestión de la riqueza o la pobreza la que preocupa a los hombres sino la 
conciencia de haber sido justos o injustos durante su vida. El anciano que es 
consciente de su injusticia (aún siendo rico) se despierta frecuentemente por 
las noches lleno de pavor; mientras que el que ha sido justo (aún siendo pobre) 
le asiste una grata y perpetua esperanza, bienhechora nodriza de la vejez. 
(Píndaro). Dado que, por primera vez en el diálogo aparecen los conceptos de 
Justicia e Injusticia, Sócrates aprovecha para plantear de modo crítico lo 
siguiente: ¿consiste realmente la justicia en decir la verdad y devolver a cada 
uno lo que de él ha recibido? Con un ejemplo parece estar rechazando tal 
definición ya que señala que no parece que sería muy lícito devolver las armas a 
un amigo que se ha vuelto loco, y tampoco tendría mucho sentido intentar 
argumentar con verdad con alguien que estado en tal estado. Por lo tanto: no se 
confina la justicia en decir la verdad ni en devolver lo que se ha recibido. Es 
en estos momentos del diálogo cuando Céfalo se retira de la conversación para 
pasar el testigo a su hijo Polemarco (heredero) el cual comienza recordando a 
Sócrates que la definición que acaba de criticar es precisamente la que había 
dado el poeta Simónides. Sócrates le ruega que recuerde a todos tal definición. 
Polemarco afirma que Simónides había dicho que la justicia consistía en "dar a 
cada uno lo que se le debe". Antes de someter a análisis esta definición, 
Sócrates y Polemarco se ponen de acuerdo en que ello no signifique que haya que 
devolver algo a alguien cuando lo pide estando fuera de juicio. Polemarco 
comienza interpretando la frase de Simónides dar a cada uno lo que se le debe 
como sinónimo de los amigos deben hacer bien a los amigos pero nunca mal. 
Sócrates le plantea si a los enemigos se les ha de devolver también lo que se 
les debe. Polermarco afirma que jamás. Además señala que lo apropiado para el 
enemigo es siempre el mal. Ante esta interpretación de Polemarco, Sócrates 
afirma que si efectivamente es cierta estamos ante un gran enigma que es 
necesario someter a análisis racional. Para llevarlo a cabo comienza uno de sus 
clásicos interrogatorios que podría resumirse así: Comienza comparando la 
justicia con un arte o técnica. Así, afirma, del mismo modo que el arte de la 
medicina consiste en dar remedios a los enfermos, el arte de la justicia parece 
que trata de dar ventajas a los amigos y daño a los enemigos. En este contexto, 
continúa el diálogo, nos encontramos que el más capaz de hacer bien a los amigos 
y daño a los enemigos en el campo de la salud parece ser el médico y en el arte 
de la navegación el piloto. ¿En qué asunto, pregunta Sócrates, es capaz el justo 
de producir bien al amigo y daño al enemigo? Polemarco responde que en la 
guerra: luchando contra el enemigo y al lado del amigo. Sócrates se queda 
pensativo ante tal afirmación y le hace ver la primera contradicción que parece 
deducirse de tal afirmación. La base de la misma es la siguiente: Sócrates hacer 
ver a Polemarco que para los que están sanos parece inútil el médico y para los 
que no están navegando parece inútil el patrón. Ahora bien, para los que no 
guerrean ¿es también inútil el justo? Polemarco se revuelve en contra de esta 
conclusión y señala que no está conforme con la misma. El diálogo continúa sobre 
la base anterior. Polemarco protestando en contra de la conclusión que Sócrates 
ha deducido de sus palabras. Se ponen de acuerdo en lo siguiente: el justo no 
solamente es útil en tiempos guerra sino también en tiempos de paz. Sobre esta 
premisa continúa el diálogo. Sócrates pregunta a Polemarco para que sea útil la 
justicia en tiempos de paz. Éste contesta que para la realización de convenios 
en asuntos de dinero y siempre que se trate de depositarlo o conservarlo. Pero 
esto parece llevar a una curiosa conclusión: solamente cuando el dinero es 
inútil es cuando la justicia es útil con él. Por otro lado, Polemarco acepta la 
tesis de que la justicia es útil cuando las cosas no se usan pero inútil cuando 
se usan. Así, por ejemplo, un escudo militar es útil en relación con el arte de 
lo justo cuando hay que guardarlo o depositarlo, sin embargo cuando haya que 
usarlo quien toma la palabra es el arte militar. Ahora bien, si tal tesis es 
correcta ello nos lleva realmente a un absurdo: estamos ante algo que tiene 
utilidad únicamente en relación con la inutilidad. Por otro lado, continúa 
Sócrates, nos encontramos también con que los que son más diestros en un arte, 
son también los más diestros en su contrario. Por ejemplo, el púgil más diestro 
no solamente lo es en dar golpes sino también en evitarlos. Por ello es el más 
diestro. Ahora bien, si ello es así, entonces el más diestro en el arte de lo 
justo no solamente lo será por guardar el dinero sino también por robarlo. 
Polemarco acepta resignado que la conclusión anterior parece deducirse de modo 
evidente de la premisa establecida acerca de que lo justo en tiempos de paz está 
relacionado con el depósito del dinero. Sócrates, aprovecha también para lanzar 
el primer dardo en contra de Homero al describirlo como un maestro en este tipo 
de enseñanzas que parecen conducir al absurdo ya que de todo lo dicho hasta 
ahora parece deducirse que la justicia es un arte de robar para provecho de los 
amigos y daño de los enemigos. Polemarco se rebela contra esta conclusión y 
reconoce que ya no sabe muy bien lo que estaba diciendo. De todos modos señala 
que le sigue pareciendo que la justicia es servir a los amigos y hacer daño a 
los enemigos. Sócrates le hace ver que muchas veces los hombres yerran y les 
parece que son buenos aquellos que en realidad son muy malos y viceversa. Pero 
si ello es así, entonces sucede que los buenos son enemigos y los malos amigos. 
Y, por tanto, resultaría que lo justo es favorecer a los malos y hacer daño a 
los buenos. Pero los buenos son incapaces de hacer injusticia. Lo que sucede es 
que según la tesis de hacer bien al amigo y daño al enemigo, nos podríamos 
encontrar que cuando un hombre yerre en su apreciación y confunda al bueno con 
el malo haciendo del primero un enemigo y del segundo un amigo, entonces parece 
que sería justo hacer mal a los que realmente no han cometido injusticia. 
Polemarco protesta y solicita cambiar el supuesto sobre el que Sócrates está 
asentando su argumentación y aclarar que es amigo el que parece y es realmente 
bueno, y el que lo parece pero no lo es, es amigo en apariencia, pero no en 
realidad; y otro tanto hay que sentar acerca del enemigo. El diálogo continúa 
ahora sobre la base del siguiente añadido: además de afirmar que lo justo es 
hacer bien al amigo y daño al enemigo; ahora se añade que es justo el hacer bien 
al amigo que es realmente bueno y daño al enemigo que es realmente malo. 
Polemarco acepta esta modificación. Sobre la base de tal modificación Sócrates 
señala, y Polemarco acepta, que cuando se hace daño a alguien éste se hace peor. 
Ahora bien, ¿no resulta absurdo afirmar que algo puede hacerse injusto a través 
de la virtud de la justicia? ¿Cómo es posible que la virtud de la justicia, que 
se supone que es algo bueno, pueda producir hombres con el vicio de la 
injusticia? Al final Polemarco acaba aceptando que no puede ser obra del hombre 
justo el hacer daño ni a su amigo pero tampoco a su enemigo y ambos, él y 
Sócrates, se comprometen a combatir la interpretación que suele hacerse de 
Simónides acerca de que es justo favorecer a los amigos y hacer daño a los 
enemigos. A continuación Sócrates aprovecha la ocasión para citar a Jerjes (el 
odiado persa) como un auténtico representante del modo de pensar anterior. A 
continuación, dado que no se ha alcanzado todavía una definición correcta de la 
esencia de la Justicia, aprovecha para plantear de nuevo la pregunta acerca de 
lo que es. Es en estos momentos cuando entra en escena un violento y furioso 
Trasímaco que se lanza sobre Sócrates y Polemarco dando gritos. Acusa a Sócrates 
de limitarse a preguntar para refutar después. Le dice claramente que se deje de 
rodeos y que conteste él mismo que es lo justo y se deje de jueguecitos. Le 
exige también claridad y precisión en la respuesta ya que nos está dispuesto a 
aceptar que siga diciendo vaciedades. Sócrates confiesa haber pasado miedo ante 
la agresividad de Trasímaco y le ruega que no se enoje ya que si le parece que 
él y Polemarco se han dedicado a divagar ha sido en contra de su voluntad y lo 
que demuestra es que no saben realmente que es lo justo. Trasímaco se ríe 
sarcásticamente ante las palabras de Sócrates y le acusa de estar haciendo uso 
de su acostumbrada ironía fingiendo que no sabe y siempre dispuesto a preguntar 
pero nunca a responder. Sócrates le recuerda que ante una pregunta pueden, en 
principio, ser varias las respuestas y después, de entre ellas, se trataría de 
aceptar aquella que se muestre como verdadera. Trasímaco, deseoso de intervenir 
ya como centro, se ofrece a dar una definición de justicia distinta y mejor a 
todas las dadas hasta ahora. Sócrates se muestra dispuesto a escucharla y 
aceptarla si se comprueba que es verdadera. Trasímaco aprovecha para recordar 
que lo que se aprende de otro hay que pagarlo con dinero. Glaucón, dado que 
Sócrates le contesta que le pagará cuando tenga dinero, se ofrece a pagar lo que 
haga falta. Trasímaco, que deseoso de hablar para quedar bien, estaba convencido 
de poseer una contestación insuperable comienza definiendo lo justo como aquello 
que no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte. Sócrates le ruega que 
especifique un poco más lo que quiere decir ya que, por ejemplo, el plan de 
alimentación del deportista más fuerte (cita a Polidamante) no parece ser el más 
justo y adecuado para los que son inferiores a él. Trasímaco le responde que no 
se está refiriendo a eso sino a las leyes de los gobiernos más fuertes (tiranía, 
democracia, aristocracia). Es evidente, señala, que estos gobiernos fabrican las 
leyes según su conveniencia y con ello los que mandan (más fuertes) muestran lo 
que es justo para los gobernados. Lo justo, por tanto, es lo que conviene a los 
gobiernos (más fuertes). Sócrates que reconoce no saber realmente lo que es lo 
justo dice a Trasímaco que ha entendido perfectamente su definición de Justicia 
pero que no llega con entender sino que también es necesario examinar si tal 
definición es verdadera. Afirma estar de acuerdo con que lo justo es lo 
conveniente. Lo que sucede es que Trasímaco ha añadido que conveniente para el 
más fuerte. Trasímaco acepta someter a análisis tal definición. En el diálogo 
que ahora se inicia entre ambos son de destacar las ideas siguientes: 
A) Trasímaco acepta que lo justo es obedecer a los gobernantes más fuertes. Pero 
también acepta que tales gobernantes estos sujetos a error y, de modo 
involuntario, podrían equivocarse y promulgar leyes malas para sus intereses.
B) También está de acuerdo con que las leyes buenas son las convenientes para 
los intereses de los gobernantes y las malas las inconvenientes para tales 
intereses. 
C) Conclusión: si es cierto lo establecido hasta ahora, entonces si lo justo es 
obedecer a los gobernantes, entonces no solamente es justo hacer lo conveniente, 
sino también lo contrario, es decir, lo inconveniente. 
Trasímaco, que se ve atrapado, se revuelve extrañado ante esta primera investida 
de Sócrates. Este para no dejarlo escapar de su perplejidad le resume, para que 
quede claro ante todos los presentes, lo aceptado por él y lo que de ello parece 
seguirse: Trasímaco ha aceptado que los gobernantes (los más fuertes) a veces se 
equivocan involuntariamente y legislan cuestiones que son perjudiciales e 
inconvenientes para sus intereses. Por otro lado, también ha aceptado que lo 
justo es que los gobernados (más débiles) obedezcan y cumplan las leyes de los 
gobernantes. Ahora bien, hay leyes que son inconvenientes para los más fuertes. 
Por consiguiente, lo justo es ordenar a los inferiores hacer lo inconveniente 
para los más fuertes. A continuación Sócrates pide a Trasímaco, con el objeto de 
hacer desaparecer las malas interpretaciones, que aclare definitivamente si 
entiendo por justicia el que el más débil realice lo promulgado por el más 
fuerte. Trasímaco lo reta a que demuestre lo contrario. Se inicia, por tanto, 
otro diálogo entre ambos con las ideas siguientes: 
A) Se establece, con el acuerdo de ambos, que, por ejemplo, el arte de la 
medicina consiste no en negociar sino en curar a los enfermos. Del mismo modo, 
el pilotaje de un barco se define no por ser el piloto simplemente un marino 
sino el que ejerce el mando en la nave. 
B) A continuación Sócrates pregunta acerca de que es lo conveniente para este 
tipo de artes. 
Sócrates continúa con el análisis relacionado con la conveniencia de las 
diferentes artes. 
C) Comienza estableciendo que, por ejemplo, lo conveniente para la medicina no 
ésta en sí misma sino en el cuerpo sobre el que la medicina se ejerce. Del mismo 
modo, lo conveniente para la equitación no está en la equitación misma sino en 
lo que conviene a los caballos. 
D) Trasímaco, aunque de mala gana, acepta que todas estas artes gobiernan y 
dominan aquello que constituye su objeto. Pero esto implica reconocer que todas 
las artes parecen referir lo conveniente nunca sobre ellas mismas sino siempre a 
los objetos gobernados por ellos. 
E) Ahora bien, si todo lo establecido hasta ahora es cierto, entonces las 
diferentes artes no ordenan lo conveniente para ellas mismas sino para otros. 
Así, por ejemplo, la medicina busca lo conveniente, no para sí misma, sino para 
el enfermo. Del mismo modo, el patrón del barco no ordena lo conveniente para sí 
sino para la tripulación entera. 
F) Conclusión: nadie que tiene gobierno (sea del arte que sea) en cuanto 
gobernante ordena lo conveniente para sí mismo, sino lo conveniente para el 
gobernado. 
Llegado a este punto de la discusión, Trasímaco, en vez de contestar decide 
manifestar su cólera de una manera mordaz preguntado a Sócrates si ha tenido 
nodriza ya que parece que no se ha enterado todavía lo que son las ovejas y los 
pastores. Sobre la base de esta metáfora, Trasímaco, aprovecha para realizar un 
largo discurso que podría resumirse así: Sócrates es un cándido al no haberse 
enterado de que, del mismo modo que los pastores cuidan de las ovejas únicamente 
para su provecho personal, los gobernantes de las ciudades lo único que 
persiguen es sacar provecho para sí mismos. En este sentido, lo justo es 
conveniencia para el poderoso y gobernante y daño para el obediente y el 
gobernado. Los gobernados realizan siempre lo más conveniente para el más fuerte 
y sirviéndole, hacen a éste feliz, pero de ninguna manera a sí mismos. Al hombre 
justo le va peor en todas partes que al injusto. Trasímaco continúa con el 
discurso iniciado anteriormente. Añade a lo dicho que al propio interés de cada 
uno le conviene mucho más el ser injusto que justo. Para demostrarlo solamente 
llega con echar un vistazo a cómo viven los tiranos (la misma tesis que mantiene 
Polo en el Gorgias). Afirma también que los que censuran la injusticia no lo 
hacen por miedo a cometerla, sino a sufrirla. Finalmente cuando ha acabado de 
hablar decide marcharse de la reunión pero ni los presentes ni Sócrates están 
dispuestos a permitirle que se vaya antes de justificar con argumentos sus 
palabras. Sobre la base de lo establecido en su discurso, Sócrates pide a 
Trasímaco que acceda a instruir a todo los presentes demostrando que lo dicho en 
su discurso es verdadero. También le muestra claramente que él no está de 
acuerdo en absoluto con la tesis de su discurso y que no reconoce ni cree que la 
injusticia sea más ventajosa que la justicia. La simple descripción de que el 
injusto puede atropellar y enriquecerse explotando a los demás no me persuade, 
afirma Sócrates, que saca más provecho que el hombre que es justo. Reta ahora a 
Trasímaco a que le persuada de que está equivocado y de que no discurre 
rectamente. Trasímaco reconoce que si con lo dicho no ha logrado persuadirlo 
tendría que embutirle a la fuerza en el alma su discurso. Sócrates únicamente le 
ruega que si realmente está convencido de la verdad de todo lo dicho en su 
discurso que se mantenga firme y que si lo cambia que lo reconozca abiertamente 
para no inducir a error. Y aprovecha para reprocharle lo siguiente: resulta que 
anteriormente había definido al verdadero médico como el que cuida los enfermos 
y no el que se aprovecha de ellos para hacer negocio. Y se supone que sobre esa 
base debería considerar a todas las demás artes. Pues bien, en la práctica 
abandona esa precisión a la hora de hablar del pastor (pero no del verdadero 
pastor) ya que piensa que su verdadero arte consiste en cebar a sus ovejas no 
atendiendo lo mejor para ellas sino para provecho propio bien en su negocio y en 
sus banquetes. Señala también que este mismo análisis lo aplica al ámbito del 
gobierno en las ciudades. Y por ello le vuelve preguntar si se ratifica en lo 
dicho y que los verdaderos gobernantes únicamente persiguen su propia voluntad y 
para nada la de sus gobernados. La respuesta de Trasímaco es: No lo pienso, por 
Zeus, sino que lo sé. Sócrates decide someter a análisis su pretendido saber. 
Sobre la base de las premisas anteriores, Sócrates establece las siguientes 
ideas. Las artes se diferencian unas de otras por su distinta eficacia. Así, por 
ejemplo, la eficacia de la medicina es procurar la salud, mientras que la 
eficacia del pilotaje es procurar la seguridad al navegante. En definitiva 
parece que cada arte obtiene su provecho no a partir de sí mismo sino de algo 
externo al mismo arte. Por lo tanto, habría que concluir que ningún arte ni 
gobierno dispone de lo provechoso para sí mismo sino para otro (salud, 
navegantes, gobernados) y procurando siempre el bien de los otros. Si lo 
anterior es cierto, afirma Sócrates, entonces también el arte de gobernar 
persigue antes el bien de algo ajeno a sí mismo que de sí mismo. Ello explicaría 
que nadie quiere gobernar de su agrado. Por ello debería darse recompensa a los 
que se disponen a gobernar y castigo a los que no gobiernan. Es ahora cuando 
interviene Glaucón para mostrar extrañeza ante estas palabras de Sócrates acerca 
de la recompensa para los que gobiernan y castigo para los que no lo hacen. 
Sócrates justifica sus palabras afirmando que con ello quiso decir lo siguiente: 
los hombres buenos nunca querrían gobernar ni por dinero ni por honores. 
Precisan pues de un castigo que los obligue a gobernar. El castigo mayor 
consiste en verse gobernados por gentes perversas e inferiores a ellos. Pues 
bien, es por temor a este castigo por lo que deciden participar en el gobierno. 
En este sentido son merecedores de una recompensa. A continuación señala que 
aunque no está de acuerdo con el principio de Trasímaco acerca de que lo justo 
es lo conveniente para el más fuerte (también analiza esta cuestión con Calicles 
en el Gorgias) le parece más importante analizar ahora la cuestión siguiente: 
¿es la vida del injusto preferible a la del justo? Glaucón responde que la del 
justo. Eso es lo que Sócrates intentará, a continuación, en demostrar que es 
verdad. Para intentar aclarar si es cierto lo que piensa Glaucón acerca de que 
la vida del justo es mejor que la del injusto, Sócrates interroga de nuevo a 
Trasímaco (que piensa lo contrario a Glaucón). En este contexto, Trasímaco 
afirma que la injusticia es más ventajosa que la justicia. Además señala que la 
justicia es una especie de generosa inocencia (simplicidad, tontería) mientras 
que la injusticia es discreción y sinónimo de cualidad buena en un auténtico 
dirigente. Por ello, señala Trasímaco, los más inteligentes y los buenos son 
aquellos capaces de realizar la injusticia completa, consiguiendo someter a su 
poder ciudades y pueblos. En principio, Sócrates muestra su perplejidad ante tal 
posición y reconoce que le ha dejado en suspenso el que alguien pueda situar a 
la injusticia como parte de la virtud y la sabiduría; y a la justicia, entre los 
contrarios de éstas. Porque debe notarse que Trasímaco no afirma que aunque la 
injusticia es ventajosa es también, a su vez, algo indecoroso y vicioso (tesis 
de Polo en Gorgias) sino que ahora defiende que la injusticia es cosa hermosa y 
fuerte así como digna de ser clasificada como virtud y discreción. A pesar de su 
perplejidad ante la posición de Trasímaco, Sócrates afirma que no va a renunciar 
a seguir el examen de su posición. Señala también que parece ciertamente que 
Trasímaco no está de broma, sino exponiendo su verdadera opinión. Éste le 
responde que se deje de analizar intenciones y que le refute su aserto. El 
análisis que ahora se inicia podría resumirse de la forma siguiente: 
A) Después de un breve interrogatorio Sócrates y Trasímaco se ponen de acuerdo 
en lo siguiente: el justo (como generoso inocente que es) no tratará de sacar 
ventaja de su semejante sino de su desemejante; por su parte, el injusto tratará 
de sacar ventaja tanto del semejante como del desemejante. 
B) Además sigue estando presente la premisa aceptada por Trasímaco acerca de que 
el injusto se parece al inteligente y al bueno mientras que el justo ni una cosa 
ni otra. En este contexto: cada uno es tal como a los que se les parece. 
C) Sobre estas premisas ambos se ponen de acuerdo también en que existen 
elementos contrarios como pueden ser los seres inteligentes y los seres 
ignorantes, los músicos y los ignorantes en música. A su vez, Trasímaco acepta 
identificar también a los inteligentes en un oficio con los buenos y a los 
ignorantes en el mismo como malos. Además, también se establece que cuando cada 
ser inteligente y bueno ejerce su oficio tiene ventaja no sobre su semejante 
sino sobre el que no domina el oficio. Así, por ejemplo, el músico cuando ejerce 
su oficio a quien realmente saca ventaja es al no-músico, es decir, a su 
desemejante. Lo mismo sucede con el médico que al ejercer la medicina no se pone 
por encima de la práctica médica sino del que no es médico. En definitiva, 
parece que de todo lo dicho anteriormente habría que deducir lo siguiente: el 
inteligente en su materia (bueno) parece que busca sacar ventaja no de su 
semejante sino de su desemejante. Por su parte, el ignorante (malo) desearía 
sacar ventaja a todos, es decir, al entendido como a otro ignorante. Ello 
implica que el malo o ignorante intentaría sacar ventaja tanto a su semejante y 
a su contrario. Pero si ello es así, Sócrates le recuerda a Trasímaco lo que ha 
dicho anteriormente: el injusto quiere aventajar al semejante y al desemejante. 
El justo no quiere aventajar al semejante sino únicamente al semejante. Por 
consiguiente, parece que el justo se parece al bueno y el injusto al malo e 
ignorante. Pero no podemos olvidarnos que Trasimaco también ha admitido que cada 
uno es como aquel a quien se parece. Por lo tanto, según este último análisis, 
el justo se nos revela como bueno; y el injusto como ignorante y malo. 
Trasímaco no tiene más remedio que reconocer todo esto pero no con facilidad 
sino experimentándolo de muy mala gana y sudando a chorros pues era verano. 
Incluso se produce en él algo inhabitual: se pone rojo ante todos los presentes. 
Sócrates intentando sacar hierro al asunto le resta importancia afirmando que es 
mejor dejar esto y analizar otra cuestión planteada también por Trasímaco acerca 
de que el injusto es el más fuerte y poderoso. Pero Trasímaco ya no está para 
seguir con lo que considera un interrogatorio y le dice que a partir de ahora le 
responderá como a las viejas que cuentan cuentos aprobando o desaprobando con la 
cabeza. Sócrates se muestra conforme con ello siempre y cuando exprese su 
verdadera opinión. Sócrates, después de aceptar la posición de Trasímaco, le 
plantea lo siguiente: ¿qué es la justicia en relación con la injusticia? Sobre 
la base de lo establecido anteriormente Sócrates se responde a sí mismo: la 
justicia es virtud y discreción y, por tanto, más fuerte que la injusticia, la 
cual se nos muestra con gran parecido a la ignorancia y al mal. Aunque Trasímaco 
prometió actuar a partir de ahora por medio de señas decide hablar para mostrar 
su desacuerdo con esta tesis socrática (pero que no refuta): las ciudades más 
excelentes, afirma, son las que logran mediante la fuerza esclavizar con su 
poder a las más débiles. Sócrates continúa afirmando que, sobre la base de la 
verdad del razonamiento establecido, la injusticia se nos muestra como lo malo y 
lo responsable del odio y la sedición. Acaba diciendo que allí donde se 
introduce la injusticia (ciudad, amigos, alma) siempre trae consigo disensión y 
reyertas. Trasímaco se dedica a dar a Sócrates la razón como a un loco 
afirmando: goza sin miedo del banquete de tu argumentación; yo no he de 
contradecirte para no indisponerme con estos. Sócrates sin alterarse por ello, 
le pide examinar ahora lo siguiente: ¿viven los justos mejor que los injustos y 
son más felices? Trasímaco se muestra conforme con la realización de tal 
análisis. En el mismo serían de destacar las ideas siguientes: en primer lugar 
Sócrates establece como principio el que existen realidades especializadas en su 
función propia. Así, por ejemplo, la operación propia del ojo es ver y la del 
oído oír. Sobre la base de la operación propia que realizan muchas realidades, 
Sócrates añade también que a cada una de las realidades que realizan una función 
propia les acompaña una virtud. Así, por ejemplo, los ojos no podrían realizar 
bien su operación con algún tipo de vicio que les acompañara. Pues bien sobre la 
base de estos ejemplos Sócrates añade ahora que también existe una operación 
propia del alma consistente en deliberar para la toma de decisiones o en dar 
vida a un cuerpo. Y del mismo modo a estas operaciones propias del alma les debe 
acompañar también su virtud. Pues bien, es evidente que anteriormente se ha 
establecido que la justicia es la virtud del alma. También se ha señalado que la 
justicia estaba relacionada con lo bueno y la injusticia con lo malo. Por 
consiguiente, el hombre justo vivirá más feliz y mejor que el injusto. En la 
parte final de este libro I de la Republica, se nos muestra, por un lado, a un 
Trasímaco resignado pero ya nada agresivo que, aunque de mala gana, parece 
aceptar las conclusiones a las que llega Sócrates; y, por otro, a un Sócrates 
que señala muy claramente que el diálogo no se encuentra aún finalizado. 
Reconoce haberse desviado del camino pues sin saber aún que cosa es lo justo, se 
lanzó a investigar acerca de si era virtud o vicio o si era más provechosa la 
injusticia que la justicia. Pero todo ello lo que realmente ha logrado es seguir 
sin saber realmente nada. Y es que no sabiendo realmente lo que es lo justo, 
resulta difícil poder afirmar si es o no una virtud y si quien la posee es 
desgraciado o dichoso. Pero tal análisis nos conduce ya al libro II de la 
República. 
Libro II 
Ahora es Glaucón el que toma la palabra no permitiendo que se levante la reunión 
como hubiese sido el deseo de Trasímaco. Glaucón representa en el diálogo al 
joven sincero pero descontento con la situación que le rodea y al que no llegan 
las meras palabras. Por ello dice a Sócrates que no llega únicamente con afirmar 
la vida del justo es mejor que la injusto, sino que también hay que estar 
realmente persuadido de tal hecho. Y es que Glaucón afirma percibir, cuando se 
habla de la justicia, una auténtica contradicción en lo que realmente es la 
justicia y lo que parece ser la justicia. Para aclarar lo que quiere decir 
interroga al mismo Sócrates teniendo como base del diálogo que se establece 
entre ellos la naturaleza de los bienes. Según Glaucón habría bienes que 
aspiramos poseer no en atención a los efectos que producen sino por ellos mismos 
(alegría). Existen también bienes que apreciamos tanto por ellos mismos como por 
los resultados que producen (inteligencia, vista, saludo). Y, por fin, existen 
bienes, penosos pero que nos benefician (gimnasia), que no los queremos por 
ellos mismos sino por las ganancias o ventajas que resultan de ellos. Pues bien, 
pregunta Glaucón a Sócrates: ¿en cuál de esta clase de bienes se incluye la 
justicia? Sócrates le responde que en la clase de los bienes que apreciamos 
tanto por sí mismos como por los resultados que producen. Pues bien, según 
Glaucón, la mayoría del vulgo no estaría de acuerdo con esta creencia socrática. 
Y afirma que le gustaría explicar el porqué. Para la mayoría de la gente la 
justicia estaría situada en el género de los bienes penosos. Para justificar tal 
creencia del vulgo, Glaucón decide hacer una exposición acerca de lo que muchos 
dicen que es la justicia y de donde procede; demostrar que los que la practican 
lo hacen siempre en contra de su voluntad, es decir, no como un bien en sí sino 
como una obligación; que, por naturaleza, es mejor la vida del injusto que la 
vida del justo. Es de notar como Glaucón avisa a Sócrates de que no es esa su 
verdadera posición ante la justicia, pero si la de la gran mayoría. ¿Pero como 
persuadir a la misma de que está equivocada si uno mismo no está totalmente 
persuadido? En relación con la cuestión de que la mayoría piensa que la justicia 
está situada en el género de los bienes penosos, Glaucón, señala que basan su 
creencia en la afirmación de que cometer injusticia es por naturaleza un bien, 
mientras que sufrirla es un mal. Lo que sucede es que llegó un momento en que 
los hombres adquirieron experiencia de las consecuencias de sus actos injustos 
y, para frenar el abuso, decidieron establecer leyes. Desde esos momentos 
llamaron ley y justo a lo que la ley prescribe (nomos). Lo que sucede es que en 
este contexto la justicia es aceptada no como un bien, sino como algo que se 
respeta por temor a la ley. Pero además la justicia se considera no como un bien 
en sí mismo sino como una obligación, es decir, como algo que se hace en contra 
de la voluntad. Para demostrarlo, Glaucón expone el mito del anillo de Giges. 
Giges era un pastor al servicio del rey de Lidia. Un día se produjo un terremoto 
que produjo una gran grieta en lugar en donde apacentaba su ganado. Descendió 
por la misma y se encontró con un gran caballo de bronce hueco y con muchas 
puertas. Al entrar dentro del mismo vio un cadáver de talla mayor a la humana 
que sólo llevaba sobre sí una sortija de oro en la mano. Giges se la quitó y 
salió fuera. Posteriormente en una reunión de los pastores con el rey, Giges 
aparición con el anillo puesto. Cuando por casualidad le dio una vuelta al 
mismo, inmediatamente se hizo invisible. Cuando de nuevo volvía a moverlo, se 
hacía visible. Consciente de su poder, se dirigió a palacio, sedujo a la esposa 
del rey, al que posteriormente mató, para acabar por apoderarse del reino. Pues 
bien, Glaucón deduce de todo esto lo siguiente: no existe persona alguna, de 
convicciones tan firmes, como para preservar en la justicia si realmente tuviese 
una poder como el de Giges. Ello implica que nadie la valora como un bien en sí 
mismo. Por último cuando a alguien del vulgo se le expone que la vida del justo 
es mejor y más feliz que la del injusto resulta que nos piden que analicemos por 
separado la trayectoria vital de cada uno de ellos y que comparemos. Afirman con 
datos de la experiencia que normalmente el hombre auténticamente injusto suele 
ser un maestro del ardid lo que le permite realizar con destreza sus males 
acciones y, al mismo tiempo, pasar inadvertido con ellas. Por lo tanto, el 
auténtico hombre injusto es aquel que siendo capaz de las mayores fechorías se 
gana la más intachable reputación de bondad. Imaginemos, ahora, señala Glaucón, 
la imagen de un hombre auténticamente justo, simple y noble, como dice Esquilo. 
Despojémoslo de todo (honores, recompensas...) y quedémonos únicamente con la 
justicia. Normalmente su vida suele ser la de una persona que padece toda clase 
de males lo que llevará a todos a pensar que lo mejor no es ser realmente justo 
sino parecerlo. Al finalizar Glaucón su exposición, Sócrates intenta darle 
alguna respuesta pero no puede al interrumpirle el hermano de Glaucón, Adimanto. 
Este afirma que la cuestión no está suficientemente discutida y que le gustaría 
añadir algunas consideraciones más referentes a la naturaleza de la justicia. 
Para ello señala que va a examinar algunas de las teorías que alaban la justicia 
y censuran la injusticia con el objeto de averiguar en que fundamentan su 
postura. En su exposición comienza citando a los poetas griegos Homero y Hesíodo 
como representantes principales de figuras que alaban la justicia pero no por sí 
misma sino siempre por la consideración moral que acompaña a quienes la ejercen 
los cuales obtienen siempre prestigio, reputación, e, incluso, cargos públicos. 
Intentan también estos poetas fundamentar religiosamente la validez de la 
justicia afirmando que los justos serán objeto de innumerables bendiciones por 
parte de los dioses: en la encina de los justos producen los dioses abejas en el 
tronco y bellotas arriba. Cita también a Museo el cual afirma que los dioses 
transportan a los buenos y justos con imaginación al Hades para allí invitarlos 
a un banquete de justos en los que les hacen pasar la vida entera coronados y 
beodos, cual si no hubiera mejor recompensa de la virtud que la embriaguez 
sempiterna. Al mismo tiempo, todos estos poetas sepultan a los injustos en el 
fango del Hades. Sin embargo, sigue Adimanto en su exposición, nos encontramos 
también en los poetas juicios absolutamente contradictorios con lo establecido 
anteriormente: así se afirma que aunque la templanza y la justicia son buenos, 
son, al mismo tiempo, difíciles de explicar y penosos. Suelen afirmar también 
que generalmente resulta más ventajoso lo injusto que lo justo. Suelen 
considerar mejor al rico aún siendo injusto que al pobre siendo justo. Tampoco 
tienen reparo en afirmar que los dioses han enviado calamidades y vida miserable 
a muchos hombres buenos y suerte contraria a quienes no lo habían sido. Por su 
parte, los charlatanes y adivinos van llamando a las puertas de los ricos y les 
convencen de que han recibido de los dioses poder para borrar, por medio de 
sacrificios y conjuros, cualquier falta que hayan cometido. Cita a los libros de 
Museo y Orfeo en donde se afirma que bastan sacrificios o juegos placenteros 
para lograr ser absuelto y purificado de toda iniquidad en vida. Adimanto se 
pregunta qué clase de efecto pueden producir todas estas opiniones en las almas 
de los jóvenes que las escuchan. Pensando, posiblemente en el mismo Trasímaco 
como representante de esta juventud, Adimanto, responde que muy probablemente 
dirían lo mismo que Píndaro: ¿voy a seguir el camino de la justicia o la torcida 
senda del fraude para escalar la alta fortaleza? Es evidente que siguiendo los 
consejos de los poetas lo mejor parece ser el llevar una vida auténticamente 
injusta, aunque bajo la apariencia de justicia y con la compañía de la astuta 
zorra de Arquíloco. Además, en el último de los casos siempre podré comprar con 
dinero el perdón para las injusticias cometidas por uno. Pues bien, se pregunta 
Adimanto: ¿qué razones nos quedarían para preferir la justicia a la injusticia 
cuando es posible hacer ésta compatible con una falsa conciencia de virtud? Y es 
que todos los que se nos muestran como defensores de la justicia no ha habido 
jamás nadie que censure la injusticia o encomie la justicia por otras razones 
que por las famas, los honores y recompensas que de la última provienen. Pero 
por lo que se refiere a los efectos que una y otra producen por sí mismas, nunca 
ni en verso ni en lenguaje común, se ha extendido nadie en la demostración de 
que la injusticia es el mayor de los males que puede albergar en su interior el 
alma y la justicia el mayor bien. A continuación pide a Sócrates que, en su 
contestación a todas estas dudas, no se limite a demostrar que la justicia es 
mejor que injusticia sino a mostrar cuáles son los efectos que ambas producen 
por sí mismas sobre quien las practica, efectos que en virtud de los cuales la 
una es un mal y la otra un bien. Le pide que si alaba la justicia lo haga en 
relación a lo que resulte ser ventajosa pero por sí misma al margen de 
remuneraciones y castigos. Le pide la misma línea de investigación en el caso de 
que censure a la justicia. No te ciñas, pues, a demostrar en tus argumentos que 
es mejor la justicia que la injusticia, sino muéstranos cuáles son los efectos 
que una y otra producen por sí mismas. Sócrates acepta el reto (empresa de no 
poca monta) planteado por Adimanto de intentar probar el valor intrínseco de la 
justicia. Pero para ello afirma que es necesario seguir un METODO que partiendo 
de lo general nos permita después poder ver también lo particular. Compara lo 
que quiere decir con aquellos que no teniendo muy buena vista reciben la orden 
de leer desde lejos unas letras pequeñas cuando se dan cuenta que esas mismas 
letras están reproducidas en otro lugar pero en un tamaño mucho mayor. Pues 
bien, lo mismo puede sucede en el ámbito de la justicia. Y es, afirma Sócrates, 
que cuando hablamos de justicia unas veces la aplicamos en el ámbito individual 
de lo humano, como cuando decimos que X es justo, y otras en el ámbito de la 
sociedad, como cuando hablamos de una Ciudad o Estado justos. Pues bien, lo que 
parece evidente es que la Ciudad y el Estado son mayores que el individuo de ahí 
que pueda ser que resulte más fácil llegar a conocer la esencia de la justicia 
si comenzamos por lo más grande, es decir, la justicia tal como se nos muestra 
en la ciudad-estado. Por eso plantea Sócrates lleva a cabo la investigación 
según el método siguiente: examinar primeramente la naturaleza de la justicia en 
las ciudades y después pasar a estudiarla también en los distintos individuos. 
Establecido como método de investigación comenzar el estudio de la justicia para 
intentar encontrarla tal como se manifiesta en la ciudad-estado, Sócrates 
comienza analizando las causas que explicarían su nacimiento. Afirma que la 
causa esencial hace referencia al ámbito de las necesidades humanas: dado que 
ningún individuo aislado se basta por sí mismo para sobrevivir, de ahí que, para 
cubrir esta carencia para satisfacer sus necesidades, decida que es mejor vivir 
en grupo con otros hombres. A continuación Sócrates describe la evolución 
experimentada por la ciudad. En principio, lo que persigue el ciudadano es 
cubrir sus necesidades básicas de alimento, abrigo y vestido. Posteriormente irá 
surgiendo una especialización en los oficios y, con ello, la aparición de 
labradores, albañiles, tejedores.... Sobre esta base la ciudad seguirá creciendo 
haciendo su aparición la importación y exportación de productos. Ello permitirá 
la aparición del comercio y el mercado con el implícito intercambio de productos 
y surgimiento del dinero. Surgen también los asalariados que reciben dinero a 
cambio del empleo de su fuerza de trabajo. Al llegar a este punto Sócrates 
pregunta en donde podrían hallar, en el tipo de ciudad descrita más arriba, la 
justicia y la injusticia. Adimanto adelanta la hipótesis de que en las mutuas 
relaciones establecidas entre los elementos o estamentos de tal ciudad. Sócrates 
afirma que es posible que así sea pero que antes sería necesario examinar cómo 
viven los ciudadanos en tal ciudad. Realiza una descripción desenfadada del modo 
de vida de los ciudadanos: producirán sus alimentos y vestidos, construirán sus 
viviendas, se alimentarán de harina de cebada y trigo, se banquetearán, 
coronados de flores, bebiendo vino y en alegre compañía, y, por temor a la 
pobreza o la guerra no procrearán más descendencia que aquella que les permitan 
sus recursos. Añadirán a su alimentación básica higos, guisantes y bellotas. Sus 
habitantes morirán a edad avanzada y dejando en herencia a sus hijos una vida 
similar a la de ellos. Es evidente que Platón está trazando aquí un boceto de la 
ciudad primitiva en la que dominan los deseos necesarios. Glaucón protesta 
contra este tipo de ciudad por parecerle demasiado básica, pobre y miserable. 
Sócrates le contesta que entonces ya no se trataría de analizar el origen de una 
ciudad a secas sino de una ciudad en donde reine el lujo y la riqueza. Afirma 
que puede ser este un análisis necesario para poder averiguar cosas sobre la 
naturaleza de la justicia y la injusticia. Sin embargo, Sócrates señala que la 
verdadera ciudad (la auténticamente sana) es la que acaba de describir. Las 
ciudades en donde reina el lujo y las riquezas son ciudades que ya han sido 
contaminadas por una infección. Tales ciudades surgen cuando ya los hombres no 
se contentan con tener cubiertas sus necesidades primarias sino que aspiraran a 
más. Comienzan a hacer aparición en la ciudad oro, marfil y todos los materiales 
semejantes. Todo ello obligará a agrandar la ciudad en extensión pues también 
muchos querrán tener viviendas más ostentosas. Harán su aparición nuevos 
habitantes (rapsodos, actores, danzantes, fabricantes de bisutería femenina....) 
que ya no estarán allí para desempeñar algún oficio de los básicos También 
cambiarán los hábitos culinarios lo que obligará a importar grandes cantidades 
de animales. Pero ello también aumentará el número de enfermedades (no olvidar 
que el régimen dietético que Sócrates describe en la ciudad sana es claramente 
vegetariana) y, consiguientemente, el de los médicos. Además el aumento de la 
población hará que el país resulte pequeño para sustentar y dar acogida a sus 
habitantes lo que llevará a la ciudad a intentar recortar el territorio vecino 
invadiendo, si es necesario, sus tierras. Todo ello llevará a la ciudad a tener 
que guerrear por la necesidad de nuevos territorios. Al llegar a este punto, 
Sócrates, afirma que cree haber descubierto (al margen de si produce bienes o 
males) el origen de la guerra. Continuando el análisis referente al origen de la 
guerra, Sócrates, señala que el afán de expansionismo, presente en una ciudad de 
lujo, hará necesario la creación de un ejército capaz de salir a campaña para 
combatir contra los enemigos de la ciudad. Dado que es imposible que una sola 
persona (tal como se estableció anteriormente al hablar de la especialización) 
pueda desempeñar bien muchos oficios, será necesaria la creación del oficio de 
los guardianes o guerreros. Estos deberían desligarse absolutamente de toda otra 
ocupación para así realizar su trabajo con la máxima competencia y celo. A 
continuación, con el objetivo de percibir más claramente las características 
definitorias del oficio de los guardines, Sócrates describe las cualidades que 
éstos deberían poseer: deberían ser valientes, listos y veloces como los 
auténticos animales de raza. Pero también deben ser fogosos e intrépidos como 
esos animales. También deben ser amables con sus ciudadanos aunque fieros ante 
el enemigo. Ahora bien, Sócrates y Glaucón se dan cuenta que esta última 
característica implica la existencia de un tipo de individuo en donde existen 
dos cualidades opuestas y contradictorias entre sí: apacibilidad y fogosidad. Al 
mismo tiempo, son conscientes de que no es posible que se dé un buen guardián si 
no se dan juntas estas dos cualidades. Pero como parece imposible conciliarlas, 
parece también imposible el ideal del buen guardián. Sócrates confiesa 
encontrarse en un atolladero y totalmente perplejo ante la conclusión a la que 
parecen haber llegado en su análisis de las cualidades de los guardianes. Es 
curioso que sea el ámbito de la experiencia quien le ayuda a salir de tal 
perplejidad: es un dato de experiencia que existen ciertas características en 
los perros de raza que les hacen ser animales mansos para con los de su familia 
y los que conocen, aunque con los de fuera son fieros y salvajes. Luego es 
posible, finaliza diciendo Sócrates, la existencia de contrarios en un mismo 
carácter con lo que no perseguimos nada antinatural al querer encontrar nosotros 
un guardián así. A continuación Sócrates saca a relucir otra de las cualidades 
que debería reunir el guardián. Afirma que, además de fogoso y amable, debería 
ser también filósofo por naturaleza. Adimanto muestra su extrañeza ante tal 
afirmación Sócrates fundamenta lo que quiere decir acudiendo de nuevo al ejemplo 
de los perros de raza, los cuales, además de amables y fieros, son capaces de 
hacer fiestas a aquellos a quienes simplemente conocen aunque jamás les hayan 
hecho ningún bien, demostrando poseer también como cualidad innata un fino rasgo 
natural de carácter filosófico, ya que lo que define realmente a éste es el de 
ser un amante del conocimiento. Y es que los auténticos perros de raza, para 
distinguir la figura del amigo y la del enemigo, no se basan en nada más sino en 
que la una la conocen y a la otra no. Pues bien, según Sócrates el auténtico 
guardián para poder mostrarse amable y apacible con sus familiares y conocidos 
es preciso que sea también filósofo poseyendo un ávido deseo de conocer. En 
definitiva las cualidades del auténtico guardián deberían de ser las siguientes: 
filósofo, fogoso, veloz y fuerte. A continuación Sócrates pasa a analizar el 
método a seguir en la crianza y la educación de un auténtico guardián. Como, a 
primera vista, puede parecer que Sócrates se ha alejado sensiblemente del objeto 
central de su investigación (esencia de la justicia y de la injusticia en la 
ciudad) aprovecha para señalar que tanto lo dicho anteriormente como lo que va a 
establecer ahora tienen como último objetivo el aclarar precisamente esa 
cuestión. Teniendo esto presente Sócrates describe los elementos que deberían 
estar presentes en la educación de los guardianes. Habla de la necesidad de la 
gimnasia para el cuerpo y de la música para el alma. Adimanto le pregunta si la 
educación musical debería ir acompañada de narraciones o no. Sócrates establece 
una diferencia entre las narraciones verídicas y ficticias o fabulosas. En 
relación con las ficticias o mitológicas Sócrates propone excluir en la 
educación de los niños todas aquellas descripciones mitológicas (cita 
explícitamente a Homero y a Hesíodo) que presenten a los dioses como vengativos 
o injustos. Hace referencia a Crono que mutila a su padre Urano por mantener 
encarcelados a sus hijos así como a Zeus que destierra a Crono por dedicarse a 
devorar a su prole. Tales historias proponen que jamás deberían ser relatadas a 
los jóvenes guerreros. Tampoco deben relatarse a los jóvenes aprendices de 
guardianes como los dioses guerrean y se tienden acechanzas o luchan entre sí. 
Afirma que jamás se les debería contar o pintar las gigantomaquias (luchas entre 
dioses y gigantes). También deben rechazarse los relatos de teomaquias como 
cuando Hera fue aherrojada por su hijo o como cuando Hefesto se disponía a 
defender a su madre de los golpes de su padre, fue lanzado por éste al 
espacio... Según Sócrates, únicamente deberían relatarse aquellas fábulas que 
dispongan a exhortan al oyente hacia la virtud. A continuación describe las 
líneas generales que deberían tener las fábulas que traten acerca de los dioses: 
deberían presentar siempre a estos tal como realmente son, es decir, en tanto 
que encarnaciones del bien, serían la causa del bien y nunca del mal. Por ello, 
el origen de las cosas malas habría que buscarlas en otro origen cualquiera, 
pero no en la divinidad. En este contexto propone rechazar categóricamente 
textos como el de Homero cuando dice: "dos tinajas la casa de Zeus en el suelo 
fijadas tiene: repleta está la una de buenos destinos y la otra de malos". 
Tampoco serían de recibo expresiones aplicadas a los dioses como la de Esquilo 
cuando dice: "la divinidad hace culpables a los hombres si exterminar alguna 
casa de raíz quiere". Sócrates p propone, por tanto, impedir por todos los 
medios que nadie diga en la ciudad que la divinidad, que es buena, ha sido 
causante de los males de un mortal y que nadie, joven o viejo, escuche tampoco 
esta clase de narraciones, tanto si están en verso como en prosa. Señala 
asimismo que esa debería ser la primera de las leyes referentes a dioses y a las 
normas con arreglo a las cuales deberán relatar los narradores y poetas: la 
divinidad no es autora de todas las cosas, sino únicamente de las buenas. Además 
Sócrates propone rechazar todos aquellos pasajes de los poetas en donde se 
muestre a los dioses presentándose a los hombres bajo disfraces y formas 
distintas a las propiamente suyas. Y es que, según Sócrates, es absurdo que 
aquello que es lo sumamente perfecto (dios) quisiera transformarse en algo menos 
perfecto. Y eso es lo que sucedería si un dios decidiese cambiar de aspecto (la 
transformación sería siempre para empeorar y desfigurar su estado perfecto). 
Además es imposible entender que un dios usara de la apariencia engañosa para 
manifestarse a los hombres cuando éstos, por naturaleza, odian la mentira. 
Propone finalmente no permitir en absoluto que ningún maestro se sirva de los 
pasajes de los poetas en donde se presenta a los dioses como engañosos y 
aparenciales como instrumentos de educación para los jóvenes guardianes.
Libro VII
La alegoría de la caverna pretende poner de manifiesto el estado en que, con 
respecto a la educación o falta de ella, se halla nuestra naturaleza, es decir, 
el estado en que se halla la mayoría de los hombres con relación al conocimiento 
de la verdad o a la ignorancia. Así, los prisioneros representan a la mayoría de 
la humanidad, esclava y prisionera de su ignorancia e inconsciente de ella, 
aferrada a las costumbres, opiniones, prejuicios y falsas creencias de siempre. 
Estos prisioneros, al igual que la mayoría de los hombres, creen que saben y se 
sienten felices en su ignorancia, pero viven en el error, y toman por real y 
verdadero lo que no son sino simples sombras de objetos fabricados y ecos de 
voces. Este aspecto del mito sirve a Platón para ejemplificar, mediante un 
lenguaje plagado de metáforas, la distinción entre mundo sensible y mundo 
inteligible (dualismo ontológico), y la distinción entre opinión y saber 
(dualismo epistemológico). La función principal del mito es, no obstante, 
exponer el proceso que debe seguir la educación del filósofo gobernante, tema 
central del libro VII. Este proceso está representado por el recorrido del 
prisionero liberado desde el interior de la caverna hasta el mundo exterior, y 
culmina con la visión del sol. El mito da a entender que la educación es un 
proceso largo y costoso, plagado de obstáculos y, por tanto, no accesible a 
cualquiera. El prisionero liberado debe abandonar poco a poco sus viejas y 
falsas creencias, los prejuicios ligados a la costumbre; debe romper con su 
anterior vida, cómoda y confortable, pero basada en el engaño; ha de superar 
miedos y dificultades para ser capaz de comprender la nueva realidad que tiene 
ante sus ojos, más verdadera y auténtica que la anterior. De ahí que el 
prisionero deba ser “obligado”, “forzado”, “arrastrado”, por una “áspera y 
escarpada subida”, y acostumbrarse poco a poco a la luz de fuera, hasta alcanzar 
el conocimiento de lo auténticamente real, lo eterno, inmaterial e inmutable: 
las Ideas. Pero no acaba aquí la tarea del filósofo: una vez formado en el 
conocimiento de la verdad, deberá “descender nuevamente a la caverna” y, aunque 
al principio se muestre torpe y necesite también un período de adaptación, 
deberá ocuparse de los asuntos humanos, los propios del mundo sensible (la 
política, la organización del Estado, los tribunales de justicia, etc.). Es muy 
importante relacionar este mito con los conocimientos generales sobre la 
filosofía de Platón, en especial con la teoría de las Ideas, la distinción entre 
conocimiento y opinión, etc., y poner especial atención en interpretar 
correctamente las abundantes metáforas del mito (“la visión”, “las cadenas”, 
“las cosas del interior”, “las cosas de arriba”, “el sol”, etc.) traduciéndolas 
a los respectivos conceptos de la filosofía platónica.
– Después de eso –proseguí– compara nuestra naturaleza respecto de su educación 
y de su falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres 
en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en 
toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el 
cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de 
ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y 
más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el 
fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un 
tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan 
delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos. – Me lo 
imagino. – Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que 
llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos 
en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y 
otros callan. – Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros. – 
Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, 
o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la 
parte de la caverna que tienen frente a sí? – Claro que no, si toda su vida 
están forzados a no mover las cabezas. – ¿Y no sucede lo mismo con los objetos 
que llevan los que pasan del otro lado del tabique? – Indudablemente. – Pues 
entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando 
a los objetos que pasan y que ellos ven? – Necesariamente. – Y si la prisión 
contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que 
pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que 
oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos? – ¡Por Zeus que sí! – ¿Y 
que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los 
objetos artificiales transportados? – Es de toda necesidad. – Examina ahora el 
caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué 
pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y 
forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y 
al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de 
percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que 
respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que 
ahora, en cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que 
mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del 
otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, 
¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que 
antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora? – Mucho más 
verdaderas. – Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los 
ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía 
percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le 
muestran? – Así es. – Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y 
empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría 
acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los 
ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora 
decimos que son los verdaderos? – Por cierto, al menos inmediatamente. – 
Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En 
primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de 
los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y 
los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo 
y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, 
durante el día, el sol y la luz del sol. – Sin duda. – Finalmente, pienso, 
podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le 
son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito. – 
Necesariamente. – Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo 
que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y 
que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto. – Es evidente 
que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones. – Y si se acordara de 
su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces 
compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los 
compadecería? – Por cierto. – Respecto de los honores y elogios que se 
tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza 
divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el 
que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles 
después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, 
¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y 
poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y 
«preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar 
cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella 
vida? – Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar 
aquella vida. – Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio 
asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar 
repentinamente del sol? – Sin duda. – Y si tuviera que discriminar de nuevo 
aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo 
momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a 
ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al 
ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había 
estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia 
arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, 
si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo? – Seguramente. – Pues bien, querido 
Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido 
dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la 
morada–prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; 
compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el 
camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo 
que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente 
cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo 
cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez 
percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, 
que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el 
ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y 
que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo 
privado como en lo público. – Comparto tu pensamiento, en la medida que me es 
posible.
Escritos Políticos – Luttero
I- A LA NOBLEZA CRISTIANA DE LA NACION ALEMANA ACERCA DE LA REFORMA DE LA 
CONDICIÓN CRISTIANA (1520)
Lutero se dirige a las autoridades seculares porque ya no acepta la tesis 
medieval de la superioridad del orden eclesiástico sobre el laico, ya que “todos 
los cristianos pertenecen, en verdad, al mismo orden y no hay entre ellos 
ninguna diferencia excepto la del cargo”. Lutero ofrece una reforma, después de 
haber atacado las tres murallas que los romanistas se habían construido: 1) la 
superioridad del poder eclesiástico. 2) el monopolio de la interpretación de la 
Escritura 3) la supremacía del papa sobre el concilio.
Considera al cristiano con dos naturalezas, una espiritual (alma) y una corporal 
(carne).
JESÚS
Reúne algunas propuestas referentes a la mejora del orden cristiano para 
presentárselas a la nobleza cristiana de la nación alemana, por si “Dios quiere 
ayudar a su iglesia mediante el orden seglar, porque el orden eclesiástico, al 
que con mayor razón corresponde, se ha convertido totalmente en indigno para 
semejante tarea”. Se las envía a su “Excelencia” (Majestad Imperial y a la 
Nobleza cristiana de Alemania), para que sea juzgada por las mismas. Es un 
doctor en Sagrada escritura con juramento. La miseria y las cargas que oprimen a 
todos los órdenes de la cristiandad, especialmente a los territorios alemanes, 
lo han movido a él (como en esta oportunidad) y a muchos más a gritar en muchas 
ocasiones y pedir ayuda. Lo primero que se debe hacer para emprender esta obra 
es proveerse de seriedad y no emprender nada con la confianza puesta en una gran 
fuerza o en la razón. Hay que emprender la tarea con confianza a Dios, 
renunciando a la fuerza física. Si no se hace así, a medida que se avance, los 
espíritus malos causarán tal confusión que el mundo entero nadaría en sangre. 
Procede, por tanto, con el temor de Dios y con sabiduría. Cuanto mayor es el 
poder mayor es la desgracia si no se actúa con el temor de Dios y con humildad. 
Los romanistas se rodearon de 3 murallas con las que se han defendido, hasta 
ahora, de que nadie los pueda reformar, por lo que la cristiandad entera ha 
caído terriblemente. En primer lugar: cuando se les ha presionado con el poder 
secular han establecido y proclamado que el poder secular no tiene ningún 
derecho sobre ellos sino que, al contrario, es el poder espiritual quien está 
por encima del secular. En segundo lugar: si se les quiere censurar con la 
Sagrada Escritura responden que nadie, excepto el papa, tiene la capacidad de 
interpretar la Escritura. En tercer lugar: cuando se les amenaza con un 
concilio, pretextan que nadie puede convocar concilio, excepto el papa.
Primera muralla:
Comienza diciendo que se inventó que el papa, los obispos, los sacerdotes y los 
habitantes de los conventos se denominan orden eclesiástico, y que los 
príncipes, los señores, los artesanos y los campesinos forman el orden seglar. 
Considera esto como una fantasía, ya que todos los cristianos pertenecen al 
mismo orden y no hay ninguna diferencia entre ellos excepto la del cargo. Todos 
juntos somos miembros de un cuerpo, pero cada miembro tiene su propia función 
que les sirve a otros. Todos tenemos un solo bautismo, un solo evangelio, una 
sola fe y somos cristianos iguales. Todos somos sacerdotes por el bautismo, si 
no existiera en nosotros consagración más alta de la que da el papa o el obispo, 
nunca jamás se haría sacerdote por la consagración por el papa y por el obispo y 
no se podría celebrar misa ni predicar. Por esta razón, la consagración por el 
obispo no es nada más que la elección por él de uno de entre la multitud en 
lugar y nombre de la asamblea al que le ordena ejercer ese mismo poder para los 
demás. Aclara que el poder secular está bautizado igual que nosotros y tiene la 
misma fe y el mismo evangelio, por lo que debemos dejarles ser sacerdotes y 
obispos y debemos considerar su oficio como un ministerio que pertenece y sirve 
a la comunidad cristiana. Todos somos igualmente sacerdotes, nadie debe darse la 
importancia y atreverse a desempeñar ese cargo sin nuestro consentimiento y 
nuestra elección. Lo que es común nadie puede tomarlo por sí mismo sin la 
voluntad de la comunidad. Por ellos, en la cristiandad un orden sacerdotal no 
debería ser otra cosa que un cargo. Si es destituido se vuelve un ciudadano como 
los demás, pero ellos se inventaron el carácter imborrable, es decir, que aunque 
sean destituidos, siguen siendo diferentes a un simple laico. Todo esto son 
leyes inventadas por los hombres.
Seglares, sacerdotes, príncipes, obispos y, como se dicen ellos, “eclesiásticos” 
y “seglares” no tienen en el fondo ninguna otra diferencia que la de su cargo o 
función. Pertenecen todos al mismo orden como verdaderos sacerdotes, obispos y 
papas, pero no poseen una única función (al igual que los sacerdotes y monjes 
tampoco). Cristo no tiene dos cuerpos, uno seglar y otro eclesiástico, si no que 
es una cabeza y tiene un solo cuerpo. Los “eclesiásticos” no están separados de 
los demás cristianos y no tienen mayor dignidad que la de tener que administrar 
la palabra de Dios y los sacramentos; esta es su función y su cargo; la 
autoridad secular tiene en su mano la espada y el látigo para castigar a los 
malos y para proteger a los buenos. Se ha dicho que la autoridad secular no está 
por encima de los eclesiásticos y que tampoco puede castigarlos. Lutero dice que 
ya que el poder secular está ordenado por Dios para castigar a los malos y 
proteger a los buenos, hay que dejarles desempeñar su cargo libremente, sin 
impedimentos. En fin, esta primera muralla está derribada desde que el poder 
secular se ha convertido en un miembro del cuerpo cristiano y, aunque tiene una 
función material, pertenece sin dudas al orden eclesiástico; por esta razón, su 
función debe ejercitarse libremente, sin impedimentos, en todos los miembros de 
todo el cuerpo; debe castigar o actuar donde la culpa merezca o la necesidad 
exija, sin tomar en consideración a los papas, obispos o sacerdotes. Las 
diferencias entre todos los cristianos provienen simplemente de leyes humanas.
Segunda muralla:
Dice que es más débil y absurda que la anterior, ya que trata de que quieren ser 
ellos los únicos maestros de la Escritura aunque no emprendan nada de ella a lo 
largo de su vida. La Escritura dice que “si a alguien se le revela algo mejor, 
aunque esté sentado y escuche al otro en la palabra de Dios, el primero que está 
hablando deberá callar y ceder”, “todos los cristianos están enseñados por 
Dios”. ¿Quién va a ayudar a la cristiandad cuando el papa se equivoque, si no se 
pudiera creen en alguien diferente que tenga la Escritura a su favor? Por ésta 
razón no pueden aportar ni una letra para demostrar que sólo el papa puede 
interpretar la Escritura o confirmar su interpretación. Deben reconocer que hay 
cristianos que poseen la verdadera fe, el espíritu, el entendimiento, la palabra 
y el pensamiento de Cristo. ¿Por qué hay que desechar su entendimiento y seguir 
al papa que no tiene ni fe ni espíritu? A demás, como aclaró en la primera 
muralla, todos somos sacerdotes, tenemos un solo bautismo, un solo sacramento, 
un evangelio y una sola fe, por lo que también tenemos poder para juzgar lo que 
es justo y lo injusto. En fin, por todo esto hay que convertirse en hombres 
libres y valientes y no hay que dejar enfriar el espíritu de la libertad con 
palabras imaginarias de los papas, si no que debemos juzgar libremente todo lo 
que ellos hacen según nuestra comprensión de la Escritura y obligarles a seguir 
el mejor entendimiento y no el suyo propio. Corresponde a todos los cristianos, 
por haber aceptado la fe, defenderla y condenar todos los errores.
Tercera muralla:
Cae por sí misma cuando caen las dos anteriores. Si el papa actúa contra la 
Escritura, nosotros estamos obligados a defenderla y castigarlo. No hay 
fundamentos en la escritura para abalar que solo el papa puede convocar 
concilio, si no sólo en sus propias leyes. Si el papa es culpable, esas leyes 
pierden vigencia, ya que es perjudicial para la cristiandad no juzgarlo mediante 
un concilio.
Si la necesidad lo exige y el papa es dañino para la cristiandad, el primero que 
pueda, como miembro fiel de todo cuerpo, debe hacer algo para que se celebre un 
concilio auténtico, libre; y nadie mejor que la espada secular puede hacerlo 
(teniendo libertad para llevar a cabo su función sobre cualquiera). Si el papa 
quisiera utilizar el poder para impedir que se celebre un concilio, se impediría 
con ello una mejora de la Iglesia y por lo tanto, no se debe tomar en cuenta ni 
a él ni su poder. Si es para el mejoramiento de la cristiandad, no hay que 
obedecer ese poder sino oponérsele con el cuerpo, bienes y todo lo que se pueda. 
Si sucediera un milagro en favor de ese papa, se tendrá como obra del diablo, 
por haberse roto la fe en Dios.
II- SOBRE LA AUTORIDAD SECULAR: HASTA DONDE SE LE DEBE OBEDIENCIA (1523)
Lo que lo llevó a realizar este escrito, preocupado por los excesos del poder 
secular, fue la prohibición de la venta del Nuevo Testamento traducido por él. 
Habla de la autoridad secular y su espada, sobre cómo debe usarse cristianamente 
y hasta dónde se le debe obediencia. Escribe lo que deben dejar de hacer y lo 
que no debe hacer la nobleza alemana. Los príncipes piensan que pueden 
prohibirle a sus súbditos lo que ellos quieran. Justifican sus acciones diciendo 
que es una orden del emperador y que deben obedecer, como si realmente lo 
tomaran en serio y no se les notara su malicia. En primer lugar, dice, hemos de 
fundamentar sólidamente el derecho y la espada seculares de modo que nadie pueda 
dudar de que estén en el mundo por la voluntad y orden de Dios. Versículos que 
la fundamentan: “sométase todo individuo a la autoridad, al poder, pues no 
existe autoridad sin que Dios lo disponga”.”El poder que existe está establecido 
por Dios”, etc.
Este derecho a la espada existe desde el comienzo del mundo. “Si uno derrama la 
sangre se un hombre, otro derramará la suya”. Se dice del derecho de la espada 
que un asesino sea reo de muerte y que haya que matarlo por la espada. Está 
bastante claro que es voluntad de Dios que se emplee la espada y el derecho 
seculares para el castigo de los malos y la protección de los buenos. En segundo 
lugar, en distintos pasajes, oponiéndose a lo dicho anteriormente, se habla 
permanentemente de que los cristianos en el Nuevo testamento no deben tener 
ninguna espada secular. Por esta razón (a demás de rebajar a Cristo para no 
convertir en paganos a los príncipes) los sofistas dicen que Cristo ha abolido 
la ley de Moisés (vida por vida, ojo por ojo, etc.) y convierte estos 
mandamientos en consejos para los perfectos, y dividen la doctrina y la 
condición cristiana en dos partes: los perfectos, a laque le atribuyen los 
consejos, y los imperfectos a los que se le aplican los mandamientos. Hacen esta 
división por su propio arbitraje sin basarse en las Escrituras, y no se dan 
cuenta de que Cristo lo que hizo es, no abolirla, sino confirmarla, condenando 
al infierno a quien no ama a sus enemigos.
La perfección o imperfección, aclara Lutero, no está en las obras, ni en ninguna 
condición externa, si no que en el corazón, en la fe y en el amor. Quien más 
cree más perfecto es. En tercer lugar divide a los hombres en dos partes: los 
que pertenecen al reino de dios y los que pertenecen al reino del mundo. Los 
primeros son los que creen rectamente en Cristo y están bajo él, ya que Cristo 
es el rey y señor en el reino de Dios. Esta gente no necesita ninguna espada ni 
derecho secular, Si todos fueran verdaderos cristianos, no serían necesarios ni 
útiles los príncipes, ni los reyes, ni señores, ni espada ni el derecho. Esto es 
así porque los cristianos tienen una naturaleza por el espíritu y por la fe para 
obrar bien y justamente, más de lo que se les podría enseñar con todas las leyes 
y no necesitan para sí mismos ninguna ley ni ningún derecho. Pero si esto es 
así, ¿por qué Dios dio tantas leyes a los hombres? Se dice que la ley ha sido 
dada a causa de los injustos, para obligar a aquellos que no son cristianos a 
evitar malas acciones. Como ningún hombre es por naturaleza cristiano si no que 
todos son pecadores, Dios les prohíbe a todos ellos, por medio de la ley, que 
pongan en práctica su maldad. En cuarto lugar: al reino del mundo, o bajo la 
ley, pertenecen todos los que no son cristianos. Dios ha establecido para ellos 
otro gobierno distinto fuera del gobierno cristiano y del reino de Dios y los ha 
sometido a la espada para que, aunque quisieran, no puedan llevar a cabo sus 
maldades, y si las cometen, para que no puedan hacerlo sin miedo. Dios 
estableció estos dos gobiernos: el espiritual, que hace cristianos y buenos por 
el Espíritu Santo, bajo Cristo. Y el Secular que obliga a los no cristianos y a 
los malos a mantener la paz. Es imposible que haya un gobierno cristiano común 
para todo el mundo. Hay muchos más malos que buenos. Por lo tanto, es necesario 
distinguir ambos regímenes: uno, que hace piadosos, y el otro, que crea la paz 
exterior e impide malas obras. Se necesitan ambos. Si solo rigiera el gobierno 
secular, por más de que contenga las mismas leyes, no se llegaría a ser 
completamente buenos, ya que se necesita al Espíritu santo para serlo. No se 
llegaría a ser justos ante Dios solo mediante el gobierno secular. Y si solo 
rigiera el mundo espiritual, se suelta el freno a la maldad. Por esta razón 
parecería en el punto 2 haber una contradicción, cuando en realidad no la hay. 
Cuando se dice que no pueden tener espada secular, le habla solo a los 
cristianos, estos actúan en consecuencia y no los convierten en consejos como 
decían los sofistas. Como no todos son cristianos, se les debe obligar a 
mantener la paz y obrar bien. Si bien Cristo confirmó la espada, el no la 
utilizó ya que no sirve para su reino que solo tiene piadosos. En quinto lugar 
¿si los cristianos no necesitan espada ni gobierno secular, por que se someten a 
la autoridad y el poder? Los cristianos entre sí, en sí mismos no la necesitan, 
pero como un verdadero cristiano no vive en la tierra para sí mismo ni para su 
servicio si no que vive y sirve a su prójimo, hace lo que él no necesita pero 
que le es útil y necesario a su prójimo. Y como la espada es una necesidad en 
todo el mundo para mantener la paz, el cristiano se somete gustosamente al 
gobierno de la espada y hace todo lo que puede para favorecer a la autoridad, a 
fin de que esta se mantenga con honor y temor. No la necesita pero la toma en 
consideración porque ayuda a los demás. En sexto lugar: ¿un cristiano puede 
disponer de la espada secular? Hasta ahora hay dos textos: uno que dice que no 
puede existir la espada entre los cristianos y no puede ser utilizada entre 
ellos porque no hay necesidad, el otro, dice que estás obligado a servirle a la 
espada y apoyarla con todo lo que se pueda, porque aunque un verdadero cristiano 
no la necesite, le es útil a todo el mundo. Por eso si se necesita a una persona 
que ocupe un cargo de poder, y el verdadero cristiano se siente capacitado, debe 
solicitarlo, ya que el poder es necesario y el mundo no puede funcionar sin él. 
Este poder no serviría al cristiano y a sus propios bienes si no que lo haría 
para ayudar a su prójimo y para poder mantenerla paz. Ambos principios de 
complementan, el cristiano le sirve al reino de Dios y al reino del mundo. 
“Cuando se trata de ti y de lo tuyo te comportas según el Evangelio y sufres la 
injusticia; cuando se trata del otro y de sus intereses te comportas de acuerdo 
con el amor y no toleras ninguna injusticia hacia tu prójimo”. De esta manera 
muchos santos han llevado la espada. La espada es obligatoria cuando el prójimo 
la necesita. El cristiano puede desempeñar el poder por ser este obra, orden y 
creación de Dios. La autoridad es servidora de Dios. No sería en absoluto 
cristiano decir que existen servicios a Dios que un cristiano no pueda realizar. 
La espada y el poder, como servicio especial a Dios, corresponden al cristiano 
con preferencia a todos los demás hombres en la tierra. ¿Por qué ni Cristo ni 
los apóstoles llevaron la espada? No lo hizo porque solo debía llevar a cabo la 
función con la que se gobierna su reino y que sirve propiamente a su reino. Su 
reino solo requiere la palabra y el espíritu. Al igual que con la espada, Cristo 
no desempeño todos los oficios y no por eso estos son contrarios a Dios. Si 
Cristo no utilizó la espada es suficiente con que no la haya prohibido si no que 
la confirmase. El cristiano debe estar en condiciones de sufrir todo mal y no 
vengarse, pero para los otros puede y debe buscar venganza, derecho, protección 
y ayuda. Por lo tanto, Cristo no abola la ley de Moisés si no que él excluye a 
los suyos de que lo utilicen para sí mismos, deben dejárselo a los no creyentes. 
Ningún cristiano puede llevar la espada para beneficio propio pero cuando se 
trata de los otros, debe llevarla o recurrir a ella para que la maldad sea 
reprimida.
SEGUNDA PARTE
HASTA DONDE SE EXTIENDE LA AUTORIDAD SECULAR
Los dos grupos de hombres, uno de los cuales está en el reino de Dios, bajo 
Cristo, y el otro en el reino del mundo, bajo la espada, tienen dos clases de 
leyes. Cada reino tiene sus propias leyes y derechos: El gobierno secular tiene 
leyes que no afectan más que al cuerpo, a los bienes y a todas las cosas 
exteriores que hay en la tierra. Si el poder secular intenta dar una ley al 
alma, invade el gobierno de Dios y corrompe las almas. El poder secular, con su 
desatinado mandato, empuja a las almas a la muerte eterna al obligarlas a creer 
una cosa como si fuera verdadera y del agrado de Dios, cuando en realidad, es 
incierto que le agrade o incluso es cierto que le desagrada, ya que falta allí 
la palabra de Dios. Dice que sus emperadores y príncipes se comportan en la 
actualidad de esta manera y se dejan conducir por el papa, por los obispos y por 
los sofistas, ordenando a sus súbditos que crean como a ellos les parezca, sin 
basarse en la palabra de Dios. Los pensamientos y sentimientos del alma no se 
revelan a nadie si no solo a Dios, por lo que resulta inútil querer obligar a 
alguien a que crea de determinada manera. Creer o no creer depende de la 
conciencia de cada uno, con lo que no causa ningún daño al poder secular; 
también este está contento, puede ocuparse de sus asuntos y permitir que cada 
uno crea de cualquier manera, sin obligar a nadie. El acto de fe es libre y 
nadie puede ser obligado a creer. Los señores eclesiásticos han abandonado la 
tarea de predicar la palabra de Dios gobernando con leyes temporales que solo 
concierne al cuerpo y a los bienes. Deberían gobernar las almas interiormente 
con la palabra de Dios pero gobiernan con palacios y ciudades y tormentan las 
almas. Los señores seculares deberían gobernar externamente al país pero no lo 
hacen, se encuentra su poder tan caído como el de los eclesiásticos. Hay que 
obedecer a Dios antes que a los hombres, esta frase pone también un límite al 
poder secular. Si un emperador quiere orden creer de tal manera hay que 
ponérsele, ya que no le corresponde, y si el entra en cólera y decide quitarte 
todos los bienes, tendrás que estar agradecido de sufrir por causa de la palabra 
divina. Si no te opones a él y le permites que te quite la fe o los libros, has 
renegado de Dios. Es raro que haya un príncipe piadoso, generalmente hay que 
esta preparados para lo peor con ellos y no puede esperarse nada bueno, 
especialmente en las cosas divinas que afecten a la salvación del alma. Si se da 
el cado de que haya un príncipe sensato, piadoso y cristiano es la señal más 
preciada de la gracia divina en un país. Cuando el poder secular no impide que 
se crea de determinada manera pero si que se seduzca a las personas con 
doctrinas falsas también comete un error. Este es un problema que deben 
resolverlo los obispos, no los príncipes. La herejía no puede reprimirse con la 
fuerza (esta solo la fortalece), no debe luchar la espada si no que la palabra 
de Dios. Sin embargo, los obispos no han de gobernar las almas con la palabra de 
Dios si no que ordenan a los príncipes seculares que la gobiernen con la espada. 
Por su parte, los príncipes dejan cometer, y cometen ellos mismos, usura, robo, 
asesinato y otras malas obras, dejando que los obispos los castiguen con la 
excomunión. De este modo todo está al revés: los príncipes seculares gobiernan 
espiritualmente y los príncipes eclesiásticos gobiernan secularmente. Dice que 
las personas no quieren seguir soportando esta tiranía, pide que comiencen a 
actuar de acuerdo con la palabra de Dios y con justicia, y que si hay herejía 
que se venza con la palabra de Dios.
Entre los cristianos no hay ninguna autoridad, cada uno está sometido a los 
otros. ¿Qué son entonces los sacerdotes y los obispos? Su gobierno no es una 
autoridad si no que es un servicio y un ministerio, no deben imponer leyes o 
mandatos a los otros sin el consentimiento de éstos, si gobierno consiste en 
predicar la palabra de Dios para dirigir a los cristianos y vencer la herejía. A 
los cristianos se los gobierna con la palabra de Dios, y los que no son 
cristianos no creen y no pertenecen al reino de Cristo si no que al reino del 
mundo donde se les obliga con la espada y con gobierno externo.
TERCERA PARTE
Cómo debe ser un príncipe cristiano. Un príncipe cristiano debe abandonar la 
idea de dominar y actuar con violencia. Un príncipe debe tener en su mano el 
derecho con tanta firmeza como la espada y debe estimar con su propia razón 
cuando y donde ha de aplicar el derecho, es decir, siempre ha de dominar el 
derecho y la razón. Sin embargo, no es suficiente obedecer al derecho escrito o 
a los juristas, es necesario algo más. La condición de príncipe es riesgosa, si 
el príncipe mismo no es tan inteligente que pueda gobernar ambos, a su derecho y 
a sus consejeros, no podría gobernar bien. Un príncipe debe actuar con temor y 
no ha de confiarse en libros ni cabezas vivas, ha de atenerse únicamente a Dios 
y pedirle un corazón sabio y entendimiento justo para gobernar a sus súbditos. 
1-En primer lugar, debe estimar a sus súbditos y poner en ello todo su corazón. 
Hará esto si ordena todos sus sentidos a serle útil y servicial. Debe reflejar 
la imagen de Cristo en sus ojos. Debe hacer suyas las necesidades de sus 
súbditos y actuar conforme a ello. 2-En segundo lugar, el príncipe ha de prestar 
atención a los grandes señores y a sus consejeros, y estar con ellos en la 
actitud de no despreciar a nadie (escuchar a todos), pero tampoco confiarlo todo 
a uno solo (por más inteligente que sea). Debe confiar en sus poderosos y 
dejarles hacer, pero conservar las riendas y no estando confiado si no vigilando 
y recorriendo el país. A los verdaderos cristianos les gustará y estarán 
agradecidos de que el príncipe los vigile muy cuidadosamente, en cambio los que 
quieren tomar el control son de los que más hay que desconfiar. Sólo en Dios se 
puede confiar completamente. 3- En tercer lugar, que ponga cuidado en actuar 
rectamente con los malhechores. Debe castigar sin perjudicar a los demás. Si no 
puede castigar la injusticia sin cometer una injusticia mayor, que renuncia a 
todo su derecho, por más justo que sea. Ningún príncipe debe guerrear contra su 
superior. A la autoridad no se le debe resistir con fuerza sino con la verdad. 
Si el adversario es igual o inferior, en primer lugar de le debe ofrecer 
justicia y paz, si la rechaza, tiene que defenderse con la fuerza contra la 
fuerza, pero no debe mirar su propio interés sino que la protección de sus 
súbditos y ayudarlos. En este caso de peligro, los súbditos están obligados a 
seguirlo y arriesgar sus cuerpos y sus bienes, debe hacerlo por amor a los 
demás. En estos casos de guerra es cristiano aún el que mata, etc. Si el 
príncipe está equivocado los súbditos no tiene la obligación de obedecerlo, 
nadie está autorizado a actuar en contra del derecho, deben obedecer a Dios 
antes que a los hombres. Mientras que no sepan si tiene razón o no pueden 
obedecerlo sin peligro para sus almas. 4- En cuarto lugar, el príncipe debe 
comportarse cristianamente también respecto a Dios, debe someterse a él con 
total confianza y pedirle sabiduría para gobernar bien. EN RESUMEN: un príncipe 
debe atender cuatro puntos: Primero, a Dios con una confianza perfecta, segundo, 
a sus súbditos, con amor y servicio cristiano. Tercero, a sus consejeros y a sus 
mangantes con una razón libre y un entendimiento independiente. Cuarto, a los 
malhechores con una seriedad y severidad mesuradas. Sobre la devolución de un 
bien injusto: si se presenta la situación en donde uno debe devolver algo al 
otro, siendo ambos cristianos, la situación se resuelve rápido, ya que ninguno 
retendrá lo de lo otro y tampoco ninguno de los dos pedirá la devolución. Si 
solo uno de ellos es cristiano, y precisamente a quien se debe la devolución, 
también se resuelve fácilmente debido a que no lo reclamará. Si el cristiano es 
el que debe restituir, lo hará.
Sean cristianos o no, si el deudor es pobre y no puede restituir y el otro no es 
pobre, hay que dejar actuar la ley del amor y liberar al deudor. Si el deudor no 
es pobre, hay que dejar de retribuya cuando pueda. Si ambos no son cristianos o 
uno de ellos no quisiera guiarse por la ley del amor, hay que dejar que busquen 
otro juez y decirles que obran contra Dios y el derecho natural. El amor y el 
derecho natural deben ocupar el primer lugar, si se olvida de esto, no se 
logrará actuar justamente ante Dios aun cuando se sepan todos los libros de 
derecho.
El Príncipe – Maquiavelo
La razón para escribir el libro fue para regalárselo a Lorenzo de Medicis un 
príncipe de Italia.
Comienza explicando las clases de principados y como se adquieren pueden ser 
hereditarios, nuevos o agregados a un hereditario (mixto). Se pueden adquirir 
mediante las armas propias o por las ajenas, por la suerte o por la virtud. Los 
principados hereditarios son más fáciles de conservar según Maquiavelo ya que el 
pueblo está acostumbrado a vivir bajo una dinastía se necesita hacer todo lo 
posible por no alterar el orden preestablecido o contemporizarlos a los cambios 
y por ser los príncipes naturales es más fácil ser amado por los suyos y por el 
pueblo. Los principados mixtos lo son porque el príncipe es hereditario en su 
lugar de origen y cuando adquiere un nuevo estado se convierte en príncipe nuevo 
para este dándole un carácter mixto, cuando se adquiere por inconformidad del 
pueblo con los gobernantes anteriores el conservarlos se hace más difícil ya que 
el tampoco podrá contentarlos entonces estos se unen a los ofendidos por la 
entrada del príncipe para derrocarlo. Los factores que hacen que un príncipe 
pueda conservar esa clase de principado cuando se comparte elementos como la 
lengua, la religión y costumbres es preciso solamente eliminar la familia del 
anterior príncipe y mantener lo más parecidas las leyes anteriores. Cuando los 
pueblos son de costumbres, religión y lengua diferentes es preciso poner las 
reglas antes expuestas y debe irse a vivir por lo menos por algún tiempo allí 
para que el pueblo lo conozca y él pueda conocer a este y controlar los 
desórdenes que se pueda presentar también se puede colonizar para no gastar 
tanto dinero y solo se afecta a los que se despoja es importante dejarlos 
imposibilitados para vengarse y tratar bien a los demás para que no se sientan 
perjudicados se debe ayudar a los vecinos menos poderosos y hacerse temer de los 
que tienen más poder y expulsar a los extranjeros poderosos porque si no se 
cuida de ellos podrían quitarle el reino. Los desórdenes deben controlarse 
cuando aún son pequeños porque si se les deja crecer se hacen grandes e 
incorregibles resalta las formas en que se pueden gobernar los principados: por 
medio de ministros o rodeados de nobles exponiendo que los ministros son 
servidores del príncipe y el amor del pueblo es para él también puede 
reemplazarlos a su antojo(Turquía) .con los noble es diferente que tienen sus 
propios súbditos apoyan al príncipe solo si es conveniente y además pueden 
dominar al pueblo individualmente y no los puede reemplazar cuando 
quiere(Francia). Para conquistar ambos principados se hace más difícil 
conquistar el primero pero luego es fácil conservarlo. Es difícil conquistarlo 
porque los súbditos se encuentran en mora y esclavitud con el príncipe es raro 
que se pueda sobornar a alguien pero el pueblo no sigue a los traidores aquí es 
fundamental guerrear y dejarlo en tal condición que no se pueda recuperar, 
eliminar la familia real, no hay que cuidarse del pueblo ya que esta 
acostumbrado a ser dominado. En cambio en el otro caso es fácil conquistarlo y 
difícil conservarlo si se atrae nobles descontentos fácil será entrar y 
conquistar pero cuando se aburren los que apoyan y se cansan los que oprimes no 
es suficiente matar a la familia real porque los nobles se hacen cabecillas de 
los movimientos y se pierde el poder en la primera oportunidad. Las ciudades que 
está acostumbrada a regirse por sus propias regla es mejor arrasarlas y luego 
reconstruirlas ya que estas ciudades no son como las otras y si se les conquista 
las rebeliones estarían al orden del día por eso el autor reitera que es mejor 
destruirlas o mudarse a ellas ya que sus habitantes son amantes de la libertad y 
no estarán bien hasta ser libres. Aborda por fin los principados nuevos 
conquistados por las armas propias y el talento o la virtud personal aconsejando 
seguir el ejemplo de los grandes hombres o por lo menos asemejarse en sus 
virtudes. Expresa la que la dificultad de conservar un principado nuevo varía 
según las virtudes del príncipe no debe dejar nada al azar para conservar el 
poder, facilita el no tener más estados y establecerse en lo conquistado y 
encontrar la ocasión precisa y los méritos adquiridos le permitan alcanzar la 
gloria, la fama y el poder. Los que sigue están instrucciones llegan al poder 
con dificultades y lo conservan sin sobresaltos se empieza implantando nuevas 
leyes para fundar su estado y proveerse seguridad pero he aquí un problema ya 
que se echa de enemigos a los beneficiados con las antiguas leyes, se expone a 
la incredulidad de los hombres que confían en las nuevas leyes porque le temen a 
lo nuevo solo hasta que no ven sus resultados si se presentan incidentes el 
príncipe debe imponer la nuevas leyes por la fuerza ya que quien tiene las armas 
tiene el poder. Debe buscar nuevas amistades y un nuevo ejército para hacerlos 
sus fieles servidores para mantenerse en el poder por el amor del pueblo "lo que 
es difícil conseguir es fácil de conservar". Aborda el tema de los principados 
conseguidos por las armas y fortuna ajenas. Se hicieron príncipes por suerte 
pero les hace falta mucho esfuerzo para conservarlos porque se obtuvieron por un 
regalo, compra, nombramiento, por los soldados, corrompiendo a las gentes. El 
problema es que no se tienen las fuerzas para llegar al poder y se carece de 
armas y fortuna propias se debe desordenar el estado de las cosas, buscar otros 
poderosos para buscar el apoyo de sus ejércitos, comprar los nobles o ganárselos 
por medio de obsequios y una vez en el poder concederles administraciones. Si 
los nacionales intentan rebelarse se debe buscar ayuda de los extranjeros para 
controlar y cuando se consiga de nuevo la autoridad es necesario reconquistar 
por medio de favores a los rebelados, eliminar a los jefes y convertir a sus 
partidarios en amigos luego hay que buscar el bienestar del pueblo pero cuando 
se presentan desordenes hay que ser severos para establecer el orden y la paz 
cuando se es muy severo hay que saber fingir que no fue uno el que los maltrato 
si no un ministro malvado entonces debe hacer leyes que favorezcan al pueblo y 
los hagan sentir importantes. Cuando se llega a ser príncipe por medio de 
crímenes es importante hacer buen uso de la crueldad que si solo es para llegar 
al poder se deben cometer todos los crímenes de una vez ya que si duran menos 
hieren menos y para conservarse es conveniente volverse beneficioso para los 
súbditos los beneficios se deben otorgar lentamente para que el pueblo los 
asimile mejor ya que no es fácil recibir bien de quien solo esperaban mal. 
Cuando se llega ser príncipe por medio de los ciudadanos, el principado lo puede 
implantar tanto el pueblo como los nobles, según la ocasión se presente. Cuando 
los nobles no pueden controlar al pueblo concentran la autoridad en uno de ellos 
y lo hacen príncipe, cuando el pueblo no puede con los nobles escogen uno de 
ellos y lo hacen príncipe. Resulta que cuando se llega al principado por los 
nobles se mantiene con dificultad que cuando se llega al poder por medio del 
pueblo porque los nobles se creen sus iguales no los puede mandar como quiere en 
cambio en el pueblo no hay nadie que no disponga obedecerlo si se los mantiene 
contentos es cierto que no se puede tener a los dos bandos contentos entonces es 
mejor tomar partido por el más numeroso y cuidarse de los nobles según su 
naturaleza si son pusilánimes no son peligrosos pero si son ambiciosos hay que 
considerarlos enemigos de por vida. La amistad del pueblo es algo que no se 
puede perder por eso hay que procurar que siempre necesiten del príncipe. Los 
principados que quieran ser independientes deben ser fuertes y no depender de 
otros cuando se presenta una guerra debe formar un ejército fuerte que no tema 
guerrearle a nadie. Si no debe fortificar la plaza con artillería, comida, con 
que encender el fuego y oficios para desarrollar para un año ya que no hay 
príncipe tan ocioso como para sitiar una plaza durante un año teniendo muros y 
fosos adecuados. Solo falta por explicar los principados eclesiásticos son 
felices y seguros por naturaleza para llegar a ellos se pasa por todas las 
dificultades pues se adquieren por suerte o por valor y se mantienen solos 
porque se basan en viejas instituciones. Tienen estados y no los defienden 
tienen súbditos y no los gobiernan están indefensos y no le son arrebatados 
porque son gobernados por leyes superiores. El papel de los hombres cobro 
importancia desde Sixto IV en adelante pero fue Alejandro quien recaudo gran 
cantidad de dinero para engrandecer a la iglesia. Las tropas con las que un 
principado se defiende pueden ser propias, mixtas, auxiliares y mercenarias. 
Dice Maquiavelo que las tropas mercenarias son inútiles porque están con el 
príncipe por la paga se hacen famosas por su bravura y cuando es hora de 
demostrarla fallan y llevan el príncipe a la ruina. Sin contar con que los 
capitanes siempre quieren tener el poder por eso es mejor tener milicias propias 
dirigidas por el príncipe en persona o por un ciudadano con aptitudes para la 
guerra. Cuando se piden tropas auxiliares a otro príncipe se corre el riesgo de 
perder la guerra o si gana puede que dar prisionero de ellas ya que solo les son 
útiles a sus amos. En suma a las mercenarias hay que temerles por las derrotas y 
a las auxiliares por los triunfos es por eso que un príncipe prudente prefiere 
perder sus tropas en una guerra que ganar la guerra con armas ajenas ya que no 
es una victoria propiamente dicha y aunque este en tiempos de paz debe ocuparse 
en los asuntos militares, ejercitarse en conocer su comarca, aprender a crear 
estrategias y estudiar historia papa prepararse para un accidente. Un príncipe 
también debe aprender a utilizar la maldad en momentos necesarios que le ayuden 
a conservar el estado y dejar a un lado otras que por debilidad le hagan perder 
el estado. Considera que la progalidad es conveniente cuando lo que se gasta no 
es lo del estado como lo adquirido de las conquistas para no gastar los dineros 
de estado y si no se tienen dichas posiciones es mejor ser considerado tacaño 
que prodigo para no oprimir al pueblo y que luego este le derroque. La clemencia 
debe usarse en momentos de paz pero si es tiempo de caos no debe guardarse de 
cometer actos crueles para restablecer el orden por eso es mejor ser temido que 
amado cuando no se pueden reunir las dos virtudes. Tratar siempre de evitar el 
odio y no ofender a sus súbditos y disciplinarlos solo si es necesario. Se debe 
aparentar ser bueno y tratar de serlo pero para pasarse al mal no hay que 
dudarlo y cuando se hable se debe parecer bueno aunque haga el mal debe mantener 
contento al pueblo y no ofenderlo constantemente. Mostrarse hábil guerrero a los 
soldados para ganarse su aprobación pero su prioridad es mantener contento al 
pueblo. Cuando se encuentra al pueblo desarmado debe armarlo o en su defecto 
armar a los que tienen más deberes también debe organizar un ejército nuevo para 
su nuevo principado. Pero cuando se encuentra al pueblo armado debe desarmarlo 
con excepción de los que se mostraron sus partidarios desde el principio y a los 
otros es preciso debilitarlo, relegarlos a la inactividad y arreglárselas para 
que el ejército del estado este compuesto por su él ejecito antiguo. Debe saber 
el motivo de porque lo ayudaron a subir al poder por descontento el tampoco 
podrá contentarlos y si fue por afecto natura le será fácil conservarlo. Las 
fortalezas se deben construir cuando el príncipe teme más al pueblo que a los 
extranjeros y se deben destruir cuando se le teme más a los extranjeros que al 
pueblo pero considera que la mejor fortaleza es el no ser odiado por el pueblo 
ya que no hay fortaleza que lo salve cuando el pueblo lo odia. Para ser 
estimados debe parecer grande e ilustre en sus actos y cuando cualquier súbdito 
haga algo notable bueno o malo debe descubrir como premiarlo o castigarlo que de 
amplio tema de conversación. Debe ser valiente para escoger un partido y no 
permanecer neutral para ayudar a su favorito a ser el vencedor. Se mostrara 
amante de las virtudes y apoyara a los que se destaque en las artes dar 
seguridad a los ciudadanos para que realicen sus profesiones en el comercio o a 
la agricultura para engrandecer la ciudad. Debe prestar atención a los gremios y 
reunirse con ellos. Debe buscar ministros que no piensen en ellos si no en el 
príncipe que haría como lo haría para engrandecerlo, recodarle las cosas que le 
pertenecen y por eso el príncipe debe colmarlos de honores, cargos y deberes. 
Como consejeros debe escoger hombre con juicio que no teman decirle la verdad 
cuando el príncipe les pregunte y el príncipe debe hacer lo acordado y ser 
obstinado hasta realizarlo. Si se deja llevar por los aduladores y cambia de 
parecer es tenido por menos. El no obedecer las reglas antes expuesta fue lo que 
hizo a los príncipes de Italia perder sus estados porque tuvieron al pueblo por 
enemigo y no se cuidaron de los nobles así se pierden los estado con dinero 
suficiente para costease un buen ejercito de campaña porque no hicieron como 
Filipo no el de macedonia el que fue vencido por tito quincio aunque tenía un 
ejército reducido, tuvo al pueblo por amigo y contuvo a los nobles poseía 
virtudes guerreras para reinar muchos años. Dicen que la fortuna es juez de 
nuestros actos y los sabotea pero Maquiavelo dice que la fortuna es juez de la 
mitad de nuestros actos deben los príncipes con virtudes oponerse a la fortuna 
para que no haga desastres en su principado se debe ser dúctil en esas 
circunstancias adversas. Por último exhorta a los italianos a liberarse de los 
barbaros ya que las circunstancias están a favor de que un nuevo príncipe 
prudente y virtuoso pueda instaurar un nuevo gobierno y dar felicidad a sus 
súbditos y redimir la crueldad de los barbaros rodeándose de armas propias, 
nuevas estrategias y el amor de pueblo. "La virtud empuñara las armas contra el 
atropello y el combate ser breve pues el antiguo valor no ha muerto en los 
corazones italianos".