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del Estado
Resumen de "Socialismo" | Teoría del Estado
(Cátedra: Scherlis Gabriel - 2019) | Derecho | UBA
Orígenes del socialismo
I. DEL SOCIALISMO UTÓPICO AL SOCIALISMO CIENTÍFICO
Europa después de 1815. El Congreso de Viena y la Santa Alianza
Tras la derrota final de Napoleón Bonaparte, las potencias vencedoras, es decir,
Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia se reunieron en el Congreso de Viena para
reorganizar Europa. Francia, donde se había vuelto a instalar la monarquía con
Luis XVIII, fue reducida a sus límites originales previos a la Revolución. El
resto de las fronteras resultó arreglado de acuerdo a la conveniencia y las
ambiciones imperialistas de los vencedores.
Estos arreglos entre las grandes potencias (Inglaterra consolidó su dominio en
el mar y adquirió gran parte de las colonias holandesas, francesas y españolas
de África y Asia, Rusia obtuvo Polonia y Finlandia, etc.), sometió a unos
pueblos a otros con los que nada tenían que ver (ej, italianos bajo control
austríaco) o mezclaban naciones culturalmente distintas (belgas y holandeses).
Esta situación no tardaría en conducir a nuevos levantamientos revolucionarios
en las naciones sometidas.
A continuación, se organizó la Santa Alianza, una liga de monarcas cristianos
-según la idea de su inspirador, el Zar Alejandro I de Rusia, un místico que
cada cinco años cambiaba de opinión- cuyo real objetivo pronto quedó claro:
Reprimir cualquier nueva insurrección contra el orden establecido por el
Congreso de Viena. Se buscaba “…asegurar el absolutismo, la tradición, el orden
y la religión contra un posible retorno de la ‘hiedra revolucionaria’…”.
El Canciller austríaco, Príncipe Clemente de Metternich, un conservador
declarado, impulsó el principio de intervención militar, para lo cual, las
potencias aliadas acordaron celebrar conferencias periódicas. De joven había
visto con desagrado la Revolución Francesa, aunque al convertirse en Canciller
en era de Napoleón tuvo que contemporizar con Francia, manteniendo buenas
relaciones a causa de las reiteradas derrotas militares austríacas. Apenas se
vio que Napoleón perdía capacidad militar, Metternich cambió inmediatamente de
bando, sumando su país a los enemigos del Imperio Francés.
En el Congreso de Laibach (1821), se respondió al pedido de auxilio del Rey de
Nápoles, cuyo poder había sido limitado por una revolución que impuso una
constitución. Las tropas austríacas invadieron Nápoles y restablecieron el
absolutismo, permaneciendo en la región como ocupantes hasta 1827. Otro Congreso
celebrado en Verona (1822) trató la cuestión de un levantamiento español contra
Fernando VII, quien también había sido obligado a aceptar una Constitución. Esta
vez le correspondió a la Francia de Luis XVIII restablecer el orden del Congreso
de Viena: Cien mil soldados al mando del Duque de Angulema atravesaron los
Pirineos y repusieron la autoridad plena de Fernando VII.
La Revolución de 1848
“La Santa Alianza trabajó bajo la ilusión de que, derrotado Napoleón habían
derrotado a la Revolución, atrasado el reloj del destino y restablecido la
monarquía absoluta, esta vez, sobre una base santificada y para siempre”-H.G.
Wells
Como respuesta a la Santa Alianza proliferaron en Europa las sociedades secretas
de revolucionarios: Demócratas, nacionalistas, socialistas; es decir, todos
aquellos que estaban en contra de las monarquías absolutistas, intentaron
sublevaciones con diverso éxito (1830, 1832, etc.).
Fue 1848 la fecha decisiva: en Enero se rebelaron los sicilianos, cuyo triunfo
estimuló a Nápoles a imitarlos, obligando al rey a aceptar una constitución. En
Febrero estalló una insurrección en Francia que derribó al Rey Luis Felipe y
estableció la Segunda República. Siguieron levantamientos en el norte de Italia,
que nunca se había resignado al yugo austríaco impuesto por el Congreso de
Viena: Comenzó en Milán y le siguieron Venecia, Lombardía, Parma y Módena. En
los Estados Pontificios, un alzamiento obligó a huir al Papa y se proclamó la
República Romana, con Garibaldi al frente de las fuerzas revolucionarias.
Austria envió tropas a Italia, pero en mayo los estudiantes y obreros de la
misma Viena se rebelaron. Metternich tuvo que renunciar y huir y poco después el
mismo Emperador de Austria abandonaba la ciudad. Metternich era el símbolo
viviente del régimen de la Santa Alianza y las ideas conservadoras que
predominaron en las Cortes europeas a partir de 1815.
Otras naciones que integraban el Imperio austríaco como Bohemia y Hungría
aprovecharon también para sublevarse, lo mismo que los polacos de Cracovia. En
el norte europeo, Schleswig y Holstein, dos regiones
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pobladas por alemanes, fueron sometidas a Dinamarca y también se levantaron;
como los irlandeses bajo dominio británico. Por último, en Marzo la revolución
también había llegado a las calles de Berlín, donde se levantaron barricadas
exigiendo libertad de asociación y de prensa.
En Alemania la represión había sido específicamente fuerte, generando grupos
emigrados o expulsados que marchaban a Francia o a Suiza. Estos grupos fundaron
sociedades secretas, como la llamada Liga de los Justos. La Liga de los Justos
proyectaba unificar Alemania como una república, eliminando los privilegios de
los príncipes y la nobleza, pero se caracterizaba por poner especial
consideración hacia los sectores más empobrecidos, a quienes la futura República
Alemana garantizaría medios de subsistencia, instrucción pública gratuita,
posibilidad de acceder al parlamento, etc. Eran miembros de esta Liga dos
jóvenes alemanes: Carlos Marx y Federico Engels, que escribieron el Manifiesto
Comunista, ya que la Liga había cambiado su nombre por Liga de los Comunistas y
aspiraban a una sociedad futura ideal de completa igualdad.
Terminología: Socialismo y comunismo. -Antes de Marx y Engels ya había
“socialismo” y “comunismo”. Para la época, se consideraba que los socialistas
eran partidarios de diferentes sistemas utópicos, o diversos curanderos sociales
que aspiraban a suprimir, con variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las
lacras sociales sin dañar en lo más mínimos al capital ni la ganancia. Del texto
de Engels se deduce que socialistas y comunistas eran quienes rechazaban la
propiedad privada como derecho absoluto. Para los “socialistas” se trataba de
moderar las injusticias por mecanismos pacíficos e incluso sin desdeñar
“convencer” a las clases altas. Los “comunistas”, en cambio, eran partidarios de
alcanzar la igualdad socializando los medios de producción. Y esto, en general,
no creían posible por la vía de la simple propaganda, sino mediante un mecanismo
revolucionario.
Diferencias entre los revolucionarios de 1848
En las revoluciones de 1848 se mezclaban sectores con el mismo enemigo, pero
objetivos finales distintos. Para la burguesía sólo se trataba de limitar el
poder del absolutismo mediante constituciones y poder continuar así sus negocios
sin trabas. Incluso estaban dispuestos a una transacción, aceptando que se
mantuviera la monarquía y la nobleza, en tanto éstos consintieran en un régimen
parlamentario y garantizar ciertas libertades básicas.
Pero junto a la burguesía, estaba ahora la clase obrera, desarrollada en
consecuencia de la Revolución Industrial. Este sector se hallaba en una
situación mucho más desfavorable, padeciendo las subas de productos alimenticios
fundamentales -consecuencia de crisis económicas- y la reducción de sus magros
salarios. Cuando los burgueses hablaban de libertad e igualdad, la clase obrera
interpretaba algo más que meras garantías formales de una constitución;
interpretaban fin de la pobreza, trabajo en condiciones dignas, etc. Y pronto la
clase obrera advirtió que el proyecto político de sus aliados burgueses no era
el mismo al que ellos aspiraban: No se trataba de igualdad “…ante Dios o ante la
Ley, sino sobre la igualdad económica”.
El afianzamiento de los principios liberales, sí; por un lado, significó el fin
del régimen de la Santa Alianza; por otro lado, abrió la llamada cuestión
social; es decir, el conflicto capitalistas-trabajadores.
Surgimiento de la clase obrera. La situación en la primera mitad del XIX
La clase obrera como tal es producto de la Revolución Industrial y del ascenso
de la burguesía. Se trata de un fenómeno histórico relativamente nuevo, que data
de los últimos dos o tres siglos. Ni en la Antigüedad, ni en la Edad Media
existió clase obrera con las características actuales, por la misma razón que
tampoco existía el capitalismo. La Antigüedad se basaba en el trabajo de los
esclavos y la Edad Media en las labores agrícolas de los campesinos y artesanos
de las ciudades. Es cierto que hubo trabajadores libres en Grecia y en Roma, los
mecanismos productivos eran completamente distintos de la forma de producción
capitalista. En primer lugar, porque el obrero actual carece de medios de
producción. Es el capitalista quien tiene la propiedad de la maquinaria o de la
fábrica. Por el contrario, el trabajador libre de la Antigüedad o el campesino
medieval eran dueños de sus herramientas e incluso poseían alguna huerta para su
subsistencia. Lo característico de la producción capitalista es la producción en
serie y la división del trabajo dentro de la fábrica. Mientras el artesano
medieval elaboraba por sí mismo el producto íntegramente -lo cual demandaba más
tiempo y un mayor esfuerzo-, en el sistema fabril capitalista cada obrero
efectúa una tarea específica y limitada, como, por ejemplo, ajustar una pieza o
ensamblar una parte sobre otra. De aquí empieza una crítica al régimen
capitalista: El obrero queda limitado a una operación rutinaria y simple y como
debe ganarse la subsistencia, es decir, invertir varias horas de su vida en
ello, todas sus capacidades potenciales se atrofian y desaparecen, en contraste
con el artesano medieval que adquiría una especialidad completa del oficio.
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La transición del sistema económico medieval al régimen capitalista arranca con
el crecimiento comercial de la burguesía y se potencia con los descubrimientos
geográficos en América, Asia y África. Se abren así nuevos mercados -y es por
eso que no podía haber existido el capitalismo antes- y surge la necesidad de
producción más veloz y de aplicación de las máquinas. Si la burguesía mercantil
va a generar a la clase capitalista gracias a la acumulación de riqueza en sus
manos; por otro lado, los campesinos y los artesanos van a convertirse en la
clase obrera.
A principios del siglo XIX la burguesía había desarrollado la ideología liberal
con Locke y Adam Smith como sus voceros más importantes. En lo político, el
liberalismo combatía al absolutismo monárquico, representaba el conflicto entre
la burguesía y la vieja nobleza. En lo económico permitía el afianzamiento de la
burguesía frente a la clase obrera. Según los principios burgueses de “libertad
de contratación” y “libertad de mercado”, los capitalistas resistían cualquier
intervención del Estado para regular las condiciones laborales, entendiendo que
eso “no distorsionaba la economía”. Por eso, no había nada que obligara al
empresario a mantener su establecimiento en condiciones higiénicas elementales,
si el obrero se enfermaba allí, no era responsabilidad del empleador.
En El Capital de Marx hay un largo capítulo titulado La Jornada de Trabajo que
describe las duras condiciones laborales en Reino Unido. Marx se basó en fuentes
inobjetables, como los informes oficiales de inspectores o médicos. Hay que
señalar que Gran Bretaña es considerado el país más avanzado de Europa, y se
trataba de la primera potencia mundial. La situación era peor en las naciones
relativamente más retrasadas -como Bélgica, Alemania y Rusia-, y muchísimo peor
en países fuera de Europa como China, India y Latinoam
Como el fin del capitalista es obtener ganancia, se procuraba hacer trabajar a
los operarios la mayor cantidad de horas. Hombres mujeres y niños eran sometidos
a brutales jornadas de 14, 16 o 18 hs continuas y a veces, mucho más. Esto se
vinculaba a las maquinarias y a la técnica de la división del trabajo. La labor
del operario exigía cada vez menos esfuerzo y menos capacitación. Por lo tanto,
las mujeres y los niños eran contratados, aunque pagándoles jornales menores.
Era imposible la instrucción escolar básica y la vida se acortaba. En las
condiciones dictadas por la “libertad de mercado”, quienes más sufrían eran los
más débiles: las mujeres y los niños. Marx cita el caso de una costurera muerta
por “sobretrabajo”. Las mujeres trabajaban las mismas horas que los hombres y
sus salarios solían ser inferiores. La “libertad de contratación” regía para
todo. Los más terribles ejemplos de la “avidez del capital para incrementar las
ganancias”, como dice Marx, son los casos de niños de 8 a 13 años puestos a
trabajar a la par de los adultos.
Agréguese la situación miserable de los barrios obreros. La aristocracia vivía
en palacios, la burguesía engrandes casa de las ciudades. Los obreros ocupaban
viviendas pequeñas en las zonas más sucias de la ciudad, donde se hacinaba una
familia entera o a veces varias en el mismo cuarto. La población campesina
emigraba a las ciudades, porque la vida se había vuelto más dura en el interior.
El pequeño agricultor tendía a desaparecer ante el avance de la burguesía. El
campesino propietario se veía obligado a buscar nuevas fuentes de ingresos al no
poder competir. Las deudas terminaban con la ejecución de la pequeña propiedad,
entonces la familia iba a la ciudad donde les esperaba un destino igual o peor.
A todos los males, se sumaban las ya dichas condiciones de trabajo en la
fábrica.
La actividad sindical era perseguida u hostigada. En Francia hasta el siglo XIX
se prohibió por ley cualquier organización de trabajadores tendiente a
“distorsionar” la libertad de mercado. Las primeras organizaciones obreras
fueron a menudo una labor riesgosa y a menudo, clandestina en la mayor parte de
Europa durante la primera mitad del s. XIX. La burguesía las aceptó sólo en la
medida que enfrentaban al régimen de la Santa Alianza y por eso hubo contactos
entre sociedades secretas republicanas y círculos de obreros, en tanto existió
el enemigo común.
Por otra parte, el principio de “libertad de asociación” -que el capitalismo
requería para desarrollar sociedades anónimas u otros mecanismos similares- fue
utilizado por los obreros para crear organizaciones aparentemente inofensivas,
como mutuales, corporativas, etc., cuya actividad era, de hecho, un sindicato.
Hay que destacar que los trabajadores no participaban en la formación del
gobierno porque no había voto universal, sólo podían elegir diputados los
burgueses o los nobles.
Surgimiento del Socialismo. Los Socialistas Utópicos
La situación de la clase obrera generó la reacción de un grupo de intelectuales
a quienes se conoce como socialistas utópicos. La distinción entre “socialismo
utópico” y “socialismo científico” proviene de Marx y Engels. Denominaron
“utópicos” a sus predecesores, por cuanto éstos pensaban corregir los males de
la
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sociedad industrial mediante apelaciones a la razón y utilizando mecanismos
pacíficos de convencimiento. Tradicionalmente, siguiendo la explicación de
Engels, se mencionan como socialistas utópicos a Saint Simón, Owen y Fourier. En
el Manifiesto también se menciona a Babeuf y Cabet. Saint Simón había nacido
conde de Saint Simon y fue a combatir por EEUU en la Guerra de la Independencia,
cuando volvió a Francia apoyó la Revolución de 1789, renunció a su título
nobiliario y criticó a las clases “ociosas” -los “privilegiados” (Nobleza y
Clero) del Antiguo Régimen-. Owen fue uno de los fundadores del primer sindicato
británico en 1833 e inspirador del movimiento cooperativo internacional. Conoció
el trabajo infantil. Aprovechando su posición de socio y gerente de una fábrica
-gracias a su matrimonio con la hija de un textil-, pudo poner en práctica sus
ideas reformistas. Owen también creó una colonia en EE.UU. llamada “New
Harmony”, uno de los primeros experimentos comunistas en el sentido moderno.
Fourier fue un filósofo que propuso una nueva sociedad basada en el principio de
la “armonía”. Al igual que Owen, trató de llevar sus principios a la práctica.
En las ideas de Fourier está la doctrina marxista sobre la extinción del Estado,
en consecuencia de la evolución a una sociedad ideal comunista.
II. EL MARXISMO. LAS PRIMERAS INTERNACIONALES.
El Socialismo Científico. Marx y Engels
A diferencia de los socialistas utópicos, Marx y Engels, fundadores del
“socialismo científico”, se propusieron estudiar científicamente al capitalismo,
es decir, buscar las leyes internas que lo regían. Llegaron a la conclusión de
que el régimen capitalista engendraba las mismas fuerzas que terminarían
destruyéndolo: como el capitalista sólo persigue el propósito de obtener una
mayor ganancia, se desentiende de cualquier otro efecto o finalidad que no sea
el acrecentamiento del capital invertido. Los capitalistas arruinados por la
competencia quiebran y despiden a sus obreros, mientras que los vencedores se
convierten en monopolistas. En otras ocasiones, la perspectiva de una ganancia
lleva a los capitalistas a invertir masiva en un tipo de producción, lo que
causa una saturación del mercado, la sobreabundancia de oferta provoca el
derrumbe. En todos los casos se advierte que el “libre mercado” desemboca en
colapsos.
Otro efecto del capitalismo es la polarización social. Los pobres son más pobres
y crecen continuamente, y los ricos se vuelven más ricos y son cada vez menos.
Es inevitable que el capitalismo desemboque en una revolución. Diferencia entre
el socialismo utópico y el científico: Las revoluciones no son consecuencia de
simples actos voluntarios de un grupo minúsculo de dirigentes, sino, para los
marxistas, derivan de un proceso histórico, son generadas por las condiciones
sociales.
La revolución será conducida por los perjudicados por el régimen capitalista, el
proletariado, que al mismo tiempo es la mayoría de la población.
Su primera medida será expropiar los medios de producción en manos de los
capitalistas para ponerlos al servicio de la sociedad. Algo sencillo y
consecuencia del proceso histórico previo.
Con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, se
instalará el régimen socialista. Pero este régimen deberá afrontar la oposición
y resistencia de los capitalistas. En consecuencia, el gobierno revolucionario
deberá afianzarse a la fuerza, pasando por una etapa denominada dictadura del
proletariado.
Una vez que el socialismo está asegurado, vendrá la etapa final, el comunismo.
En la sociedad comunista ya no será necesaria la dictadura del proletariado,
tampoco el Estado mismo, como consecuencia de la desaparición de clases. Las
personas serán iguales y vivirán en libertad.
Otros principios del marxismo. –Del folleto titulado Tres Fuentes y Tres Partes
Integrantes del Marxismo, escrito en el aniversario 30 de la muerte de Marx por
Lenin.
I. Materialismo: “La filosofía del marxismo es el materialismo”. Debe
entendérsela idea de que el origen y la esencia del mundo es la materia. El
marxismo se opone a la religión. Al declararse materialistas se oponen a
cualquier creencia de una divinidad creadora del Universo.
II. La Dialéctica: “La principal adquisición de Marx desde la filosofía clásica
alemana es la dialéctica”. El materialismo del punto 1 no es simplle
materialismo mecanicista, sino un materialismo dialéctico. La materia no es
estática, cambia y se transforma con complejos procesos generados
internamente.
III. La plusvalía
IV. Materialismo histórico. Lucha de clases: Son las relaciones de producción
las que determinan la visión del mundo de cada persona.
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Los Internacionales Socialistas. La Primera Internacional.
El Manifiesto Comunista concluía con la frase “El proletariado sólo tiene
cadenas para perder y un mundo que ganar ¡Proletarios todos los países, uníos!”.
Esta última exclamación se convirtió en un slogan en banderas o carteles
convirtiéndose en síntesis y consigna de la teoría del internacionalismo
proletario. Esta concepción dice que frente al carácter internacional del
capitalismo, es decir, frente al hecho de que el capital no tiene nacionalidad,
sino persigue la explotación por igual en cualquier parte del mundo; el
proletariado debe unirse por sobre las barreras artificiales de las fronteras.
Cuando se advierte, esta concepción distingue claramente a los marxistas de los
nacionalistas.
A pesar de que la idea de formar la alianza internacional de la clase obrera ya
estaba presente en las ideas de Marx y Engels desde la publicación del
Manifiesto, hubo que esperar hasta 1864 para que comenzaran a darse pasos
efectivos en tal sentido. Fue recién en este año -1864- cuando se organizó la
Asociación Internacional de los Trabajadores, conocida en la historia como
“Primera Internacional Socialista”.
La I Internacional funcionó entre 1864 y 1873, conducida por un Consejo General,
donde Marx estuvo electo casi continuamente. Junto al Consejo General, existía
también un Congreso o Conferencia de representantes de todas las seccionales de
la Internacional. El Congreso o Conferencia se reunía una vez por año, hacia
Septiembre y se rotaba el lugar de las sesiones, a diferencia del Consejo
General que residía en Londres.
Aunque la I Internacional creció rápidamente, incorporando muchos adherentes a
lo largo de Europa, pronto tuvo conflictos internos que terminaron por
arruinarla. El problema consistió en el enfrentamiento entre marxistas,
proudhonistas y bakuninistas. Las primeras discusiones giraban en torno al rol
del Estado y a la estrategia revolucionaria. Aunque todos coincidían en el
objetivo final de una sociedad completamente comunista, sin clases sociales ni
Estado; para los marxistas el objetivo se lograba pasando una etapa de
transición, la dictadura del proletariado; donde se afianzaba el poder
revolucionario y se establecían las bases para el nuevo orden comunista. En
cambio, tanto los proudhnositas como los bakuninistas, creían que disolver al
Estado era el primer paso de la Revolución. Existían diferencias de estrategia
política, los marxistas no desdeñaban el uso de mecanismos legales burgueses,
siempre que no se convirtieran en los fines últimos, es decir; teniendo presente
que sólo la revolución implicaría modificar el sistema capitalista. Por el
contrario, los partidos de Proudhon y Bakunin creían que el poder de autoridad
del Estado era un mal en sí mismo y toda participación en él terminaría
corrompiendo al revolucionario.
La disputa culminó cuando el Congreso General de La Haya expulsó a Bakunin y sus
partidarios, acusándolos de actividades divisionistas y de desarrollar prácticas
opuestas a los Estatutos de la Internacional. Los bakuninistas respondieron
cuestionando la legitimidad de las resoluciones del Congreso, arguyendo que se
lo había convocado de tal modo que se aseguraba una mayoría marxista. Un nuevo
Congreso convocado por los anarquistas en Ginebra, que desconoció las
resoluciones de La Haya, confirmó la división de hecho de la Internacional.
La Segunda Internacional
Tras la disolución de la Primera Internacional, siguió un período donde se
organizaron y consolidaron los partidos socialistas nacionales. Hacia 1889 los
más importantes en Europa eran el Partido Socialdemócrata Alemán y el Partido
Socialdemócrata Francés.
Alemania se había unificado en 1871. No fue desde abajo como querían los
revolucionarios de 1848, pero fue. En 1890 dejaron de renovarse las “leyes
antisocialistas” el Partido Socialdemócrata Alemán obtuvo 35 diputados en el
Reichstag (Parlamento). La historia de persecuciones llevó a la socialdemócrata
alemana a sobrevalorar la actividad parlamentaria y temer el restablecimiento de
las leyes “antisocialistas”. Esto incidirá en el destino de la Segunda
Internacional.
En Francia, la Segunda República había dado paso al Segundo Imperio. Durante el
Segundo Imperio hubo persecuciones, pero lo más terrible para los socialistas
franceses fue recuperarse tras la derrota de la Comuna de París, primer gobierno
marxista que se mantuvo unos pocos meses. Esta derrota llevó al exilio de muchos
dirigentes socialistas sobrevivientes. Cuando la Tercera República se consolidó,
se dictó una amnistía, que permitió reconstruir al partido.
El renacimiento de la Internacional se vinculó a la lucha por la reducción de la
jornada de 8 horas. Esta se había puesto en algunas regiones, como en Melbourne
debido a la relativa escasez de trabajadores.
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Aprovechando las circunstancias favorables, los socialistas franceses
proyectaron coordinar la acción con el resto de los socialistas, lo que
significó el nacimiento de una nueva Internacional. Se despacharon invitaciones
y nació la Segunda Internacional Socialista, integrada por franceses, alemanes,
austríacos, belgas, ingleses, italianos, entre otros, donde el socialismo, la
socialdemocracia o el marxismo se habían difundido.
La vida de la Segunda Internacional estuvo marcada por dos grandes cuestiones:
el surgimiento del revisionismo y la actitud frente a la guerra.
A fines del siglo XIX se produjo una etapa de prosperidad y gran desarrollo
económico. Los sindicatos obreros se iban afianzando y sus luchas estaban
conquistando mejores condiciones laborales -como lo prueba la difusión del nuevo
límite de la jornada de 8 hs-. Fue así que en el seno de la Internacional, más
específicamente, en el Partido Socialdemócrata Alemán, apareció un sector que
postulaba una revisión de las hipótesis originales de Marx y Engels: El
Socialismo ya no sería consecuencia de una gran crisis capitalista, ni de una
revolución; sino se impondría gradual y pacíficamente.
Frente a los revisionistas, se plantaron los que sostenían que la prosperidad
capitalista era transitoria -la crisis de 1930 les daría la razón-, que las
ventajas obtenidas por la clase obrera no modificaban la esencia de la
explotación de la fuerza de trabajo o, en todo caso, se lograban a costa de las
colonias y otros países dependientes; que cualquier intento serio por modificar
verdaderamente al capitalismo, encontraría enseguida la resistencia de la
burguesía, es decir, seguían vigentes las hipótesis de Marx y Engels en cuanto a
la lucha de clases y las crisis económicas. En este sector, que configuraría la
izquierda de la Internacional, se encontraban varios intelectuales alemanes,
polacos, y un miembro del incipiente y clandestino partido obrero
socialdemócrata ruso, cuya captura reclamaba el gobierno zarista, que se llamaba
Vladimir Illich Ulianov, quien empezaba a firmar sus artículos con un seudónimo:
Lenin.
La actitud frente a la Guerra. -Hacia principios del siglo XX se vivió una era
denominada “Paz Armada”. La consolidación del Imperio Alemán, la expansión de
Inglaterra y Francia, la situación de minorías oprimidas por Austria y Turquía
conducían a un nuevo enfrentamiento internacional.
Todos los Congresos socialistas celebrados durante la Segunda Internacional se
manifestaron unánimemente contrario a cualquier guerra. Acá coincidían
revisionistas y antirevisionistas. El problema era qué hacer. Se propuso una
huelga general en todos los países pero la iniciativa asustó a la derecha,
principalmente a los socialdemócratas alemanes que temían ser tratados de
“traidores” en su país y que volvieran las “leyes antisocialistas”. Algunos
representantes del socialismo francés sugirieron distinguir “guerra ofensiva” de
“guerra defensiva”: frente a la primera, era legítima la oposición activa,
incluyendo la huelga general. En la segunda, cuando el propio país era atacado;
el socialismo debía sumarse a la “defensa nacional”.
Un reducido sector de la izquierda -Liebnecht, Luxemburgo, Lenin- fue mucho más
audaz: Caracterizaron
a la guerra como “imperialista”, es decir, desecharon la distinción entre
“agresores” y “agredidos”, explicando que todas las potencias involucradas sólo
buscaban repartirse el mercado colonial y sugirieron usar la crisis que
provocaría la guerra para sublevarse contra la burguesía, o sea, convertir la
guerra mundial en una revolución mundial.
El día 4 de Agosto los 111 parlamentarios del Partido Socialdemócrata Alemán
aprueban los créditos de guerra. Los votos son un símbolo de la quiebra de la
Segunda Internacional. Hubo excepciones: Unos muy pocos representantes de la
izquierda de la Internacional se mantuvieron leales a las resoluciones contra la
guerra. La voz solitaria de Liebnecht se alzó, enfrentando incluso a sus
compañeros de partido. Fue privado de sus fueros parlamentarios y sometido a
proceso por “alta traición”, aunque, tras la derrota alemana en 1918 le fue
reconocido su mérito.
H.G. Wells fue un escritor inglés imparcial que consideraba al socialismo como
un producto de las circunstancias históricas, sin por ello dejar de manifestar
sus objeciones a la doctrina socialista; afirmaba en la primera mitad del siglo
XX: “Todos somos hoy socialistas, decía sir William Harcourt hace años; y hay
que confesar que esto es cada día más cierto. Muy pocos serán hoy los que no se
den cuenta de la naturaleza provisional y de la peligrosa inestabilidad de
nuestro actual sistema político y económico, y aún menos serán los que crean,
con los individualistas doctrinarios, que la simple actividad individual, bien
encauzada, es capaz de guiar a la humanidad a puerto seguro”. Muchas de las
tesis de Marx forman parte del análisis económico que se aprende actualmente en
cualquier escuela. Por ejemplo, la caracterización de la Revolución Francesa de
1789 como “revolución burguesa” ya no es discutida.