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Teoría del Estado Resúmenes de Barnes y Moreau sobre Aristóteles Cátedra: Ortiz - Gabriel 2º Cuat. de 2010 Altillo.com

Aristóteles y su escuela

Joseph Moreau

La virtud

La virtud, actitud de la voluntad. Las afecciones son todos los estados ligados con el placer o el dolor; las potencias son las que nos hacen capaces de experimentar afecciones. Los habitus son aquello por lo cual nos comportamos bien o mal. La virtud no se clasifica ni entre las afecciones ni entre las potencias; las afecciones son movimientos involuntarios; las potencias, disposiciones naturales. La virtud, a causa de la cual se nos califica de buenos o malos, supone a la vez una disposición permanente y una elección voluntaria, no puede ser más que un habitus, una manera de comportarse respecto de las afecciones, una actitud permanente de la voluntad, una preferencias habitual o hábito preferencial.

El “justo medio”. La virtud del hombre, lo que lo hace bueno, es su aptitud para cumplir bien su función propia. La virtud del hombre consiste en evitar en las afecciones y en la conducta el exceso y el defecto; aspira a un justo medio.

Las circunstancias. No es el medio absoluto, sino una media relativa a cada uno de nosotros, lo que prescribe la virtud.

La sensatez. El hombre sensato, dotado de sensatez moral, es el que pasa a ser regla media de la moralidad.

Los factores de la virtud. Se hacen buenos, piensa los unos, por naturaleza según otros, por costumbre; y en opinión de otros, por enseñanza. Aristóteles, decía que la virtud y el vicio, a casusa de los cuales se dice que somos buenos o malos, no pueden menos de ser voluntarios.

Voluntario o involuntario. La acción voluntaria se define por oposición a la acción forzosa, aquella cuto principio es exterior al agente; las acciones, por el contrario, cuyo principio está en nosotros, las que dependen de nosotros, se dice que son voluntarias. Se excluye del dominio de la moralidad:

1.     Todo lo que está debajo de la deliberación y no es más que un don de la naturaleza.

2.     Lo que queda más allá de la deliberación, el saber teórico, el conocimiento del orden necesario de las cosas. No se delibera más que sobre lo que es contingente y depende del hombre.

Ciencia, producción y acción. Aristóteles decía que el objeto de la ciencia es lo necesario, lo que no puede ser de otro modo; en lo que puede ser de otro modo se distingue lo que es objeto de producción y lo que es objeto de acción. La producción tiene como finalidad un objeto exterior por realizar; la acción no tiene otra finalidad que el bien obrar; ésta tiene en sí mismo su fin. Las ciencias poéticas tienen por principio la inteligencia o la técnica o la potencia, que reside en el autor; el de las ciencias prácticas es la elección consciente que reside en el agente.

Virtud y reflexión. La virtud, que tiene un carácter moral y nos hace dignos de elogio, supone por tanto la elección reflexionada, la deliberación, la voluntad; no podría reducirse a un don de la naturaleza; aunque tiene como base una disposición natural, debe agregarse a esta disposición, para constituir la virtud y merecernos el elogio, un elemento intelectual. Ese factor intelectual, depende del intelecto práctico. La moralidad tienen como condición la libertad del querer; y ésta, es inseparable de la contingencia, o al menos en el hombre.

Virtud y técnica. En el hombre mismo la virtud constituye un límite a la indeterminación del querer. Desde el punto de vista de la técnica, el que perjudica voluntariamente sea superior al desmeñado que causa el perjuicio sin quererlo.

Para Aristóteles, lo que determina la conducta del hombre bueno, lo que lo hace incapaz de acciones voluntarios a la virtud, es una disposición permanente del carácter.

Virtud y carácter. Si es solamente por medio de las acciones voluntarias como se puede incurrir en el elogio o la censura, es necesario además, para que pueda decirse que un hombre es bueno o malo, que se voluntad haya contraído una predisposición permanente para elegir el bien o el mail. Las acciones particulares no son virtuosas más que porque emanan de una tal disposición, porque se las ha cumplido como las cumpliría un hombre bueno. La liberalidad consiste, no en la abundancia de las cosas que se donan, sino en la disposición de quien la da.

Virtud y ejercicio. Es a fuerza de realizar acciones conformes a la virtud como se llega a ser virtuoso. La virtud, tiene su basa en ciertas disposiciones naturales; pero éstas tienen necesidad de ser aclaradas por el conocimiento para que den lugar a elecciones reflexionadas, a acciones morales, y la virtud no se constituye como disposición permanente más que por el ejercicio. La virtud moral, la virtud ética o virtud del carácter, es fruto del hábito. La virtud sólo se adquiere por el ejercicio, la potencia o aptitud es resultado de la acción. La moralidad perfecta sólo se adquiere cuando la voluntad misma se ha convertido en naturaleza.

Virtudes éticas y virtudes dianoéticas. Aristóteles reconocía una parte de los tres factores a los que se tratado de recudir la virtud, a saber: la naturaleza, la costumbre y la razón. La parte de ésta último es el determinar la justa medida en que debe observarse la conducta. Aristóteles admite que en el alma humana cabe distinguir dos partes: una racional y otra irracional, constituida por el apetito y el deseo, pero capaz de obedecer los consejos de la razón. En esta distinción estriba la de las virtudes éticas, virtudes morales o del carácter, y las virtudes dianoéticas, virtudes intelectuales o del pensamiento. Entre estas últimas la más elevada, que es la forma suprema de conocimiento teórico, se ejerce solamente en la vida contemplativa y parece situarse por lo tanto más allá de la moral; la prudencia es esencialmente un conocimiento práctico, relativo a la acción y a los objetos de la deliberación; es la virtud del hombre sensato, la sensatez moral, la que determina concretamente la conducta ideal tomando en cuenta las circunstancias particulares y las lecciones de la experiencia moral. Es evidente que la prudencia, virtud intelectual, es indispensable para la constitución de las virtudes morales; es ella la que, fijando a la acción su fórmula correcta, hace de una feliz disposición natural una virtud propiamente dicha.

La prudencia. Si el fin que propone es honesto, la habilidad es laudable; si es vil, se vuelve dañosa y se denomina entonces granujería. La relación entre la prudencia y la habilidad es en cierto modo la misma que entre una virtud moral y la disposición natural que le sirve de base. Para que la habilidad fructifique en prudencia, es necesario que ella misma reciba una regla. La regla no puede provenir más que de la virtud de la moral misma; la habilidad no desemboca en virtud de prudencia, sino ejerciéndose en un alma cuyas tendencias han sido orientadas hacia el bien por la educación, en un alma formada por las costumbres en las virtudes morales. Aristóteles vio perfectamente, hasta qué punto un firme fundamento moral, una disciplina de los apetitos era imprescindible para la rectitud del juicio; pero no reconoció la autonomía del juicio práctico. A la habilidad transformada en prudencia no le reconoce todavía otra misión que la de adaptar los medios a los fines. Los fines de la conducta no son objeto de conocimiento ni de deliberación. La finalidad propuesta a la voluntad moral no está definida por la prudencia.

La deliberación. No se puede demostrar que un fin se imponga absolutamente a nosotros, que deba ser querido por nosotros; la única manera de probar que un objeto merece ser tomado por fin, es mostrar que constituye un medio para conseguir un fin ulterior, supuestamente deseado; no se puede demostrar un deber sin apoyarse en un querer previamente dado.

 

La felicidad

El objeto de la ética es definir el bien supremo, el fin último de la actividad del hombre. Ese bien supremo es además un bien perfecto, acabado, que se basta a sí mismo, que es capaz de satisfacernos por sí solo. Ese bien es la felicidad; pero cada cual lo concibe a su manera, según sus propias tendencias, por las cuales se siente inducido a esto o a aquello. La virtud o la excelencia del hombre consiste en su aptitud para la vida razonable; reside para cada cual en una disposición permanente para comportarse razonablemente.

Virtud y felicidad. Aristóteles concede que la virtud no es todavía el bien supremo: la felicidad no puede consistir en una simple aptitud o disposición, por excelente que ella sea. A la virtud misma le falta algo para ser el fin último. Son los que obran bien los que se llevan los honores y los premios. El supremo bien, la felicidad, no consiste propiamente en la virtud, sino en el ejercicio de ella, en la vida razonable, a la cual nos dispone la virtud; el alma humana encuentra en la práctica de las virtudes, en el ejercicio de sus facultades razonables, su satisfacción más elevada; la actividad virtuosa lleva en sí misma su precio.

El placer. Aristóteles conviene ciertamente en que el placer no puede identificarse con el bien; pues hay placeres vinculados con conductas censurables, y por otra parte hay fines que merecen ser perseguidos aunque carecen de todo placer. Sin embargo, el placer no se opone absolutamente al bien. El placer es un estado del alma; es contemporáneo del proceso fisiológico, pero no es como él un proceso, un movimiento, un devenir.

Placer y actividad. El placer, según Aristóteles, es una energeia. La energeia tiene su finalidad en sí mismo, en su propio ejercicio. El placer, según Aristóteles, es de la misma índole que la energeia.

El placer no es una energeia entre otras. Toda actividad de los sentidos o del pensamiento, disuasivo o contemplativo, cuando se ejerce en condiciones plenamente favorables, cuando la facultad está bien dispuesta y encuentra el objeto más digno de ponerla en acción, se ejerce agradablemente; su ejercicio va acompañado de placer. Cuando la energeia, el ejercicio de la actividad, tiende más a su realización perfecta, más agradable es la actividad. El placer no es propiamente una energeia, una de las actividades del ser viviente; sino que aparece como el coronamiento de toda actividad. El placer no es en sí mismo el fin de la actividad; pero es para la actividad perfecta un suplemente de finalidad.

Placer y virtud. Si el placer está vinculado a la actividad, al ejercicio de las funciones y de las facultades de toda índole, habrá tantas clases de placeres diferentes como de actividades a la cuales corresponden, y el placer no podrá constituir el objeto de una calificación moral uniforme. No se podrá condenar absolutamente la búsqueda del placer, ni hacer de él sin distinción del bien supremo. No todos buscan el mismo placer; cada especie tiene, como si dijéramos, su placer propio, y todos los hombres buscan la felicidad, no la conciben todos de la misma manera. Tienen placeres diferentes porque están inclinados a actividades diferentes. Aristóteles ha reconocido que es la actividad el alma razonable; ha hecho consistir la virtud, la excelencia del hombre, en su aptitud para la vida razonable; para asegurarse de que la verdadera felicidad del hombre reside en la práctica de la virtud, en el ejercicio de la actividad razonable, del hombre virtuoso. No sólo encuentra placer en los actos de virtud, sino que los placeres contrarios a la virtud, los de los corazones corrompidos, no son a su juicio verdaderos placeres. Es al hombre sensato a quien compete juzgar en la materia; es su juicio el que constituye la medida de lo verdadero y de lo falso en cuestión de placer. El género de vida que él prefiere es la verdadera felicidad. La vida virtuosa no reclama el placer como ornamento; es agradable en sí misma. El hombre virtuoso se complace con las acciones virtuosas.

La vida contemplativa. Si la felicidad en la práctica de la virtud, en el ejercicio de la actividad razonable, hay grados en esa actividad. La más alta función del alma razonable es la contemplación, el saber teórico; supone ella el ejercicio de la facultad intelectual de la que capta los primeros principios, la razón suprema de las cosas. La virtud del intelecto, la sabiduría teórica, es la más alta virtud del alma humana; y en el ejercicio de esa virtud, en la vida contemplativa reside la felicidad más perfecta. De todas las actividades del alma, la actividad contemplativa es la más pura. Su finalidad única está en sí mismo, en el goce suprema que ella producto a quien la ejerce. Esa felicidad es el privilegio de la naturaleza divina.

La vida contemplativa y su felicidad suprema son para el hombre un ideal pocas veces alcanzado; una condición casi sobrehumana. Por debajo de la vida contemplativa se clasifica la vida práctica, la del hombre de acción. La más alta virtud del ciudadano, la virtud política por excelencia, es la prudencia; es la virtud del intelecto práctico, que se ejerce en la deliberación y que es distinta de la sabiduría teórica. Es a los contemplativos, a quienes otorga Aristóteles el primer puesto; es en ellos en quienes alcanza la humanidad la perfección de su naturaleza, que es a la vez el fin de la ciudad.

La vida práctica. Si la vida contemplativa es propia del elemento divino que hay en nosotros, la virtud política, la del buen ciudadano, por el contrario, está vinculada a la condición humana; se ejerce ella en las relaciones entre los hombres. La virtud práctica, distinta de la virtud contemplativa, supone el concurso de las virtudes éticas y del intelecto discursivo. Si el hombre bueno encuentra su dicha en el ejercicio de la virtud práctica, esa dicha, es menos independiente que la del sabio dedica a la contemplación. Si la virtud práctica encuentra en sí misma su premio, no se ejerce sin aplicarse a algún fin exterior a sí misma. Las virtudes prácticas no necesitan solamente un fin en el cual emplearse, sino unos medios, para ejercerse. La virtud práctica, la del hombre bueno, no basta por sí sola para asegurarle la felicidad; es que la felicidad consiste en el ejercicio de la virtud, y a la virtud práctica le pueden faltar los medios o la ocasión para ejercerse.

Los bienes de la fortuna. Es inútil pretender que la virtud baste para la felicidad y que el justo sea feliz aun en los tormentos y en el fondo de la adversidad. La felicidad, según Aristóteles, exige, además de la virtud, un cortejo de bienes exteriores. La adversidad, hace fracasar la felicidad aunque no sea más que porque entorpece nuestras actividades. Cualesquiera que sean las circunstancias, el hombre virtuoso sacará siempre de ellas provecho; actuará siempre según sus posibilidades de ser razonable, y por ello, no será jamás desdichado.

Para que la felicidad sea perfecta, no basta, que la virtud se ejerza transitoriamente; es necesario que su actividad llene la vida entera. La felicidad no es perfecta, sino a condición de que sea constante. Esa actividad, para ejercerse plenamente, supone un desarrollo completo del ser razonable y, una duración normal de vida. Sin ello, un sujeto apto para la vida virtuosa, podría dar de sí hermosas esperanzas; pero, por no llegar al momento de realizar sus promesas, no podrá decirse que fue perfectamente feliz.

 

 

 

 

Aristóteles

Jonathan Barnes

Filosofía práctica

Aristóteles no pregunta qué nos hace felices ni se preocupa cómo debemos vivir nuestra vida, si esto se interpreta como una pregunta moral. Quiere instruirnos respecto a cómo lograr que nuestras vidas sean un éxito.

La respuesta de Aristóteles depende de un análisis filosófico de la naturaleza de eudaimonia. La eudaimonia, es “una actividad de alma en concordancia con la excelencia”. Decir que la eudaimonia es una “actividad” equivale a decir que florecer implica hacer cosas, en contraposición a estar en un cierto estado. Decir que la eudaimonia concierne al alma es decir, que el florecimiento humano requiere el ejercicio de ciertas facultades que definen la vida; no puede decirse que una persona florece como ser humano a menos que esté ejerciendo facultades humanas distintivas. La eudaimonia es una actividad “en concordancia con la excelencia”. Florecer es hacer ciertas cosas de modo excelente o bien.

Aristóteles distingue entre las excelencias del carácter y las excelencias del intelecto. Entre las primeras se cuentan las que consideramos virtudes morales y también aquellas disposiciones como el respeto de sí mismo, un grado adecuado de ostentación y el ingenio; las últimas incluyen cosas como el conocimiento, el buen juicio, la “sabiduría práctica”.

Los hombres se distinguen de los demás animales por la posesión de la razón y la capacidad de pensamiento. Hacer de la vida un éxito, requiere una dedicación a los quehaceres intelectuales. Aristóteles pensaba que tales quehaceres procuraban un disfrute inmenso y que la vida intelectual ofrecía una felicidad sin igual.

La actividad intelectual no es suficiente. Los hombres no son individuos aislados y las excelencias humanas no pueden ser practicadas por eremitas solitarios. La sociedad y el Estado no son ligaduras artificiales impuestas al hombre natural: son manifestaciones de la propia naturaleza humana. Las sociedades aparecen bajo formas diferentes. Lo primero que hay que destacar en relación con la idea aristotélica de Estado, es su tamaño.

Un Estado es una colección de ciudadanos y un ciudadano, según la concepción de Aristóteles, “de ningún modo se define mejor que por su participación en las funciones judiciales y en los cargos políticos”. Los asuntos de un Estado son regidos directamente por los ciudadanos. Cada ciudadano será miembro de la asamblea o cuerpo deliberador de la nación, será elegible para los diversos cargos del Estado, que incluyen puestos fiscales y militares, y formará parte del poder judicial.

El poder político que poseía un ciudadano dependía del tipo de constitución que disfrutaba su Estado, y las diferentes constituciones confiaban a diferentes personas o instituciones la autoridad de legislar y de determinar la política de gobierno. Un Estado, de cualquier modo que esté constituido debe ser auto-suficiente y debe lograr el objetico o fin para el que existe el Estado.

La “buena vida”, que es la meta del Estado, se identifica con la eudaimonia, que es la meta de los individuos. Los Estados son entidades naturales y, como otros objetos naturales, tienen una meta o fin. Los Estados aristotélicos, aunque armados para la defensa, no tendrán ambiciones imperialistas.

La libertad está severamente limitada en el Estado de Aristóteles. Es la prerrogativa de los ciudadanos, y una gran mayoría de la población no posee la ciudadanía. Las mujeres no tienen libertad. Algunos hombres son esclavos por naturaleza y es, permisible hacerles esclavos de hechos. Los esclavos pueden disfrutar de una buena vida, pueden tener amos generosos. Pero no tienen libertad ni derechos.

Los ciudadanos poseen esclavos y también otras formas de propiedad. El Estado aristotélico, no poseerá los medios de producción ni dirigirá la economía; pero la legislatura se asegurará de que el comportamiento económico de los ciudadanos esté debidamente gobernado. La voz del Estado, acallada en los asuntos económicos, es estridente en los sociales. La interferencia continúa durante la infancia especialmente respecto de la educación.

Aristóteles describe con considerable detalle las diversas formas en las que el Estado debe regular la vida de sus ciudadanos. Cada regulación, por benévolo que sea su propósito, es una limitación de la libertad y en la afirmación de Aristóteles respecto a que los ciudadanos “pertenecen todos al Estado”, el lector puede detectar la temprana voz de totalitarismo.

El Estado, deseoso de mejorar la condición humana, puede intervenir debidamente en cualquier aspecto de la vida humana y obligar a sus súbditos a hacer lo que sea que les haga felices. Los que ven el Estado como un promotor del Bien, acaban frecuentemente como defensores de la represión. Los amantes de la libertad prefieren asignar una función negativa al Estado y considerarlo, más bien, como una defensa y protección contra el Mal.

 

 

 

Ética nicomáquea. Ética eudemia

Aristóteles

Sobre la felicidad

Introducción: toda actividad humana tiene un fin

Todo arte y toda investigación, e igualmente, toda acción y libre elección parecen tender a algún bien; por esto se ha manifestado, con razón, que el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden. En los casos en que hay algunos fines aparte de las acciones, las obras son naturalmente preferibles a las actividades. Como hay muchas acciones, artes y ciencias, muchos también son los fines. En todas ellas, los fines de las principales, son preferibles a los de las subordinadas, ya que es con vistas a los primeros como se persiguen los segundos.

La ética forma parte de la política

La política es la que regula qué ciencias son necesarias en las ciudades y cuáles ha de aprender cada uno y hasta qué extremo. Las facultades más estimadas le están subordinadas. El fin de ella incluirá los fines de las demás ciencias, de modo que constituirá el bien del hombre. Aunque sea el mismo bien del individuo y el de la ciudad, es evidente que es mucho más grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad.

La ciencia política no es una ciencia exacta

Es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada materia en la medida en que la admite la naturaleza del asunto. Cada uno juzga bien aquello que conoce, y de estas cosas es un buen juez; pues, en cada materia, juzga bien el instruido en ella, y de una manera absoluta, el instruido en todo. El fin de la política es la acción.

Divergencia acerca de la naturaleza de la felicidad

Los razonamientos que parten de los principios difieren de los que conducen a ellos. Para ser capaz de ser un competente discípulo de las cosas buenas y justas y, de la política, es menester que haya sido bien conducido por sus costumbres.

Principales modos de vida

Los hombres parecen entender el bien y la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida. Los mejor dotados y los activos creen que el bien son los honores, pues tal es el fin de la vida política. Esos hombres parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos de que son buenos, buscan ser honrados por los hombres sensatos y por los que los conoces, y por su virtud; en opinión de estos hombres, la virtud es superior.

 

Naturaleza de la virtud ética

La virtud ética, un modo de ser de la recta acción

Existen dos clases de virtud, la dianoética y la ética. La dianoética se origina y crece principalmente por la enseñanza, y por ello requiere experiencia y tiempo; la ética, procede de la costumbres. Ninguna de las virtudes éticas se produce en nosotros por naturaleza, puesto que ninguna cosa que existe por naturaleza se modifica por costumbre.

Los sentidos, los usamos porque los tenemos, no los tenemos por haberlos usado. Adquirimos las virtudes como resultado de actividades anteriores.

Las mismas causas y los mismos medios producen y destruyen toda virtud, lo mismo que las artes. Por nuestra actuación en las transacciones con los demás hombres nos hacemos juntos o injusto, y nuestra actuación en los peligros acostumbrándonos a tener miedo o coraje nos hace valientes o cobardes. Los modos de ser surgen de las operaciones semejantes. Los modos de ser siguen las correspondientes diferencias en estas actividades.

Naturaleza de las acciones de acuerdo con la virtud

Las acciones, de acuerdo con las virtudes, no están hechas justa o sobriamente si ellas mismas son de cierta manera, sino si también el que las hace está en cierta disposición al hacerlas, es decir, en primer lugar, si sabe lo que hace, luego si las elige, y las elige por ellas mismas: y, en tercer lugar, si las hace con firmeza e inquebrantablemente. Para las artes de las virtudes, el conocimiento tiene poco o ningún peso, mientras que las demás condiciones no lo tienen pequeño sino total, ya que surgen, precisamente, de realizar muchas veces actos justos y moderados.

La virtud como modo de ser

Son tres las cosas que suceden en el alma, pasiones, facultades y modos de ser, la virtud ha de pertenecer a una de ellas. Se entiende por pasiones, todo lo que va acompañado de placer o dolor. Por facultades, aquellas capacidades en virtud de las cuales se dice que estamos afectados por estas pasiones; y por modos de ser, aquello en virtud de lo cual nos comportamos bien o mal respecto de las pasiones.

Las virtudes y vicios nos disponen de cierta manera. Si las virtudes no son ni pasiones ni facultades, sólo resta que sean modos de ser.

Naturaleza del modo de ser

Toda virtud lleva a término la buena disposición de aquello de lo cual es virtud y hace que realice bien su función. La virtud del hombre será también el modo de ser por el cual el hombre se hace bueno y por el cual realiza bien su función propia. Todo conocedor evita el exceso y el defecto, y busca el término medio y lo prefiere; pero no el término medio de la cosa, sino el relativo a nosotros.

Si toda ciencia cumple bien su función, mirando al término medio y dirigiendo hacia éste sus obras; y si, por otra parte, en virtud, como la naturaleza, es más exacta y mejor que todo arte, tendrá que tender al término medio. La virtud ética, se refiere a las pasiones y acciones, y en ellas hay exceso, defecto y término medio. En las acciones hay también exceso y defecto y término medio. La virtud tiene que ver con pasiones y acciones, en las cuales el exceso y el defecto yerran y son censurados, mientras que el término medio es elogiado y acierta; y ambas cosas son propias de la virtud. La virtud, es un término medio o al menos tiende al medio. Se puede erra de muchas maneras, pero acertar sólo de una; y, a causa de esto, también el exceso y el defecto pertenecen al vicio, pero el término medio, a la virtud.

Es la virtud un modo de ser selectivo, siendo un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría el hombre prudente. La virtud encuentra y elige el término medio. La virtud es un término medio, pero, con respecto a lo mejor y al bien, es un extremo.

No existe término medio del exceso y del defecto, ni exceso y defecto del término medio.

Enumeración de las virtudes intelectuales. Estudio de la ciencia

Las disposiciones por las cuales el alma posee la verdad cuando afirma o niega algo son cinco, el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto. Lo que es objeto de ciencia, es necesario. Luego es terno, ya que todo lo que es absolutamente necesario es terno, y lo eterno es ingénito e indestructible. Toda ciencia parece ser enseñable, y todo objeto de conocimiento, capaz de ser aprendido. Todas las enseñanzas parten de lo ya conocido. Unas por indicción y otras por silogismo. La inducción es principio, incluso, de lo universal. El silogismo parte de lo universal. La ciencia es un modo de ser demostrativo. Cuando uno está convencido de algo y le son conocidos sus principios, sabe científicamente si no los conoce mejor que la conclusión, tendrá ciencia sólo por accidente.

El arte

Entre lo que puede ser de otra manera está el objeto producido y la acción que lo produce. La producción es distinta de la acción. Ni la acción es producción, ni la producción es acción. Puesto que la construcción es un arte y es un modo de ser racional para la producción, y no hay ningún arte que no sea un modo de ser para la producción, ni modo de ser de esta clase que no sea un arte, serán lo mismo el arte y el modo de ser productivo acompañado de la razón verdadera. Todo arte versa sobre la génesis, y practicar un arte es considerar cómo puede producirse algo de lo que es susceptible tanto de ser como de no ser y cuyo principio está en quien lo produce y no en lo producido. El arte tiene que referirse a la producción y no a la acción. El arte, es un modo de ser productivo acompañado de razón verdadera, y la falta de arte, por el contrario, un modo de ser productivo acompañado de razón falsa.

La prudencia

Parece propio del hombre prudente el ser capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno y conveniente para sí mismo. Para vivir bien en general, llamamos prudentes a los que, para alcanzar algún bien, razonan adecuadamente, incluso en materias en las que no hay arte. Un hombre que delibera rectamente puede ser prudente en término generales. Pero nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera, ni sobre lo que no es capaz de hacer. La prudencia no podrá ser ni ciencia ni arte: ciencia, porque el objeto de la acción puede variar; arte, porque el género de la acción es distinto del de la producción. La prudencia es un modo de ser racional verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno y malo para el hombre. Porque el fin de la producción es distinto de ella, pero el de la acción no puede serlo; una acción bien hecha es ella misma el fin.

Los principios de la acción son el propósito de esta acción; pero para el hombre corrompido por el placer o el dolor, el principio no es manifiesto, y ya no ve la necesidad de elegirlo y hacerlo todo con vistas a tal fin; el vicio destruye el principio. La prudencia, es por necesidad un modo de ser racional, verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno para el hombre.

Existe una excelencia del arte, pero no de la prudencia, y en el arte el que yerra voluntariamente es preferible, pero en el caso de la prudencia no. La prudencia es una virtud y no un arte. Siendo dos las partes racionales del alma, la prudencia será la virtud de una de ellas, de la que forma opiniones, tanto la opinión como la prudencia tienen por objeto lo que puede ser de otra manera. Es sólo un modo de ser racional, y una señal de ello es que tal modo de ser puede olvidarse, pero la prudencia, no.

El intelecto

La ciencia es conocimiento de lo universal y de las cosas necesarias, y hay unos principios de lo demostrable y de toda ciencia, el principio de lo científica no puede ser ni ciencia, ni arte, ni prudencia; porque lo científica es demostrable, el arte y la prudencia versan sobre cosas que pueden ser de otra manera. Es propio del sabio aportar algunas demostraciones. Si las disposiciones por las que conocemos la verdad y nunca nos engañamos sobre lo que no puede o puede ser de otra manera, son la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto, y tres de ellos no pueden tener por objeto los principios, nos resta el intelecto, como disposición de estos principios.

La sabiduría

En las artes, asignamos la sabiduría a los hombres más consumados en ellas. La sabiduría es la excelencia de un arte.

La sabiduría es la más exacta de las ciencias. El sabio, debe conocer lo que sigue de los principios, también poseer la verdad sobre los principios. La sabiduría será intelecto y ciencia, una especia de ciencia capital de los objetos más honorables. Se llama prudente al que puede examinar bien lo que se refiere a sí mismo. La sabiduría es ciencia e intelecto de lo más honorable por naturaleza.

La prudencia, se refiere a cosas humanas y a lo que es objeto de deliberación. La función del prudente consiste, sobre todo, en deliberar rectamente, y nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera ni sobre lo que  no tiene fin. El que delibera rectamente, hablando en sentido absoluto, es el que es capaz de poner la mira razonablemente en lo práctico y mejor para el hombre. Tampoco la prudencia está limitada sólo a lo universal, debe conocer también lo particular, porque es práctica y la acción tiene que ver con lo particular. La prudencia es práctica, de modo que se deben poseer ambos conocimientos o preferentemente el de las cosas particulares.

La prudencia y la política

La política y la prudencia tienen el mismo modo de ser, pero su esencia no es la misma. La “prudencia política” es práctica y deliberativa.

La prudencia parece referirse especialmente a uno mismo, o sea al individuo, y esta disposición tiene el nombre común de “prudencia”. Habrá una forma de conocimiento consistente en saber lo que a uno le conviene y parece que el que sabe lo que le conviene y se ocupa en ello es prudente, mientras que a los políticos se les llama intrigantes.

Los prudentes buscan lo que es bueno para ellos y creen que es esto lo que debe hacerse. La prudencia tiene, también por objeto lo particular, que llega a ser familiar por la experiencia. La experiencia requiere mucho tiempo. En la deliberación se puede errar tanto en lo universal como en lo particular.

Es evidente que la prudencia no es ciencia, se refiere a lo más particular y lo práctico de esta naturaleza. El intelecto es de definiciones, de las cuales no hay razonamientos, y la prudencia se refiere a lo más particular, de lo que no hay ciencia, sino percepción sensible, no la percepción de las propiedades sensibles.

Formas de regímenes políticos

Hay tres formas de gobierno, e igual número de desviaciones. Las formas son la realeza y la aristocracia, y una tercera timocracia, la mayoría suele llamar república. La mejor de ella es la realeza y la peor la timocracia. Las desviaciones son: de la realeza, la tiranía; ambas son monárquicas, pero son muy distintas; el tirano, mira a su propio interés, el rey, a lo de los gobernados. La tiranía es lo contrario a la realeza, porque el tirano persigue lo que es bueno para él.

La tiranía es una monarquía vil, el rey malo se convierte en tirano. De la aristocracia se pasa a la oligarquía por la maldad de los gobernantes, que distribuyen los bienes de la ciudad en contra del mérito, tomando para sí mismos todos o la mayoría de los bienes, distribuyendo las magistraturas siempre a los mismos, y preocupándose, sobre todo, de enriquecerse. De la timocracia se pasa a la democracia, también la timocracia puede ser un gobierno de la multitud. La democracia es la menos mala de las desviaciones, porque se desvía poco de la forma de la república.

Las distintas formas de gobierno y su relación con la amistad

En la amistad de un rey hacia sus súbditos hay una superioridad del beneficio, porque el rey hace bien a sus súbditos, si es bueno y se cuida de ellos, a fin de que prosperen. La aristocracia es la correspondiente a la excelencia, y al mejor le corresponde más bien, y a cada uno le conviene la justicia. En una timocracia, los ciudadanos aspiran a ser iguales y equitativos, y gobiernan por turno y por igual.

En las desviaciones, como apenas hay justicia, tampoco hay amistad. En los regímenes en que nada en común tienen el gobernante y el gobernado, no hay amistad, porque no hay justicia. En las tiranías hay amistades y justicia, pero en pequeña medida, y en medida mayor en las democracias, donde los ciudadanos, siendo iguales, tienen muchas cosas en común.

Contenido de la felicidad

La felicidad no es un modo de ser. La felicidad se ha de colocar entre las cosas por sí mismas deseables y no por causa de otra cosa, porque la felicidad no necesita de nada, sino que se basta a sí misma, y las actividades que se escogen por sí mismas son aquellas de las cuales no se busca nada fuera de la misma actividad. Todas las cosas, las elegimos por causa de otra, excepto la felicidad, ya que ella misma es el fin.

La vida feliz, se considera que es la vida conforme a la virtud, y esta vida tienen lugar en el esfuerzo. La felicidad está en las actividades conforme a la virtud.

La felicidad perfecta

Si la felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud, es razonable de acuerdo con la virtud más excelsa, y ésta será una actividad de la parte mejor del hombre.

Aunque el sabio y el justo necesiten, como los demás, de las cosas necesarias para la vida; pero, a pesar de estar suficientemente provistos de ellas, el justo necesita de otras personas hacia las cuales y con las cuales practica la justicia, y lo mismo el hombre moderado, el valiente y todos los demás; el sabio, aun estando solo, puede teorizar, y cuanto más sabio, más; quizá sea mejor para él tener colegas, pero, con todo, es el que más se basta a sí mismo.

Esta actividad es la única que parece ser amada por sí misma, pues nada se saca de ella excepto la contemplación, mientras que de las actividades prácticas obtenemos, más o menos, otras cosas, además de la acción misma. También la felicidad radica en el ocio, pues trabajamos para tener ocio y hacemos la guerra para tener paz.

Será la perfecta felicidad del hombre, si ocupa todo el espacio de su vida, porque ninguno de los atributos de la felicidad es incompleto. Lo que es propio de cada uno por naturaleza es lo mejor y lo más agradable para cada uno. Para el hombre, lo será la vida conforme a la mente, sí, en verdad, un hombre es primariamente su mente. Y esta vida será también la más feliz.

Argumentos sobre la supremacía de la vida contemplativa

La vida de acuerdo con la otra especie de virtud es feliz de una manera secundaria, ya que las actividades conforme a esta virtud son humanas.

La actividad divina que sobrepasa a todas las actividades en beatitud, será contemplativa, y la actividad humana que está más íntimamente unida a esta actividad, será la más feliz. Mientras toda la vida de los dioses es feliz, la de los hombres lo es en cuento que existe una cierta semejanza con la actividad divina; pero ninguno de los demás seres vivos es feliz, porque no participan, en modo alguno de la contemplación. Hasta donde se extiende la contemplación, también la felicidad, y aquellos que pueden contemplar más son también más felices no por accidentes, sino en virtud de la contemplación.

Siendo humano, el hombre contemplativo necesitará del bienestar externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud corporal, del alimento y de los demás cuidados. El sabio será el más feliz de todos los hombres.

Necesidad de la práctica de la virtud. Transición de la ética a la política

Los hombres que viven una vida de pasión persiguen los placeres correspondientes y los medios que a ellos conducen, pero huyen de los dolores contrarios, no teniendo ninguna idea de lo que es noble y verdaderamente agradables, ya que nunca lo han probado. Cuando todos los medios través de los cuales podemos llegar a ser buenos son asequibles, quizá debamos darnos por satisfechos, si logramos participar de la virtud.

Las leyes son como obras de la política. Las colecciones de leyes y de constituciones políticas serán de gran utilidad para los que pueden teorizar y juzgar lo que esté bien o mal dispuesto y qué género de leyes o constituciones sean apropiadas a una situación dada; pero aquellos que acuden a tales colecciones, sin hábito alguno, no pueden formar un buen juicio, a no ser causalmente, si bien pueden adquirir más comprensión de estas materias.