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Hist. Ec. y Soc. Gral. | Resumen de Dobb y Hobsbawm | Cátedra: Messynger | 1er Cuat. de 2010 | Altillo.com |
Definición de capitalismo según Dobb
Una primera concepción del capitalismo es que se identifica con el sistema de iniciativa individual absolutamente libre: un sistema en que las relaciones económicas y sociales se reglan por contrato; en que los hombres se comportan como agentes libres en la búsqueda de su sustento y en que no hay compulsiones ni restricciones legales. Así se convierte a “capitalismo” en sinónimo de laissez-faire y, en ciertas acepciones el termino, de un régimen de libre comercio. Pero el defecto de un significado tan restrictivo es que pocos países, fuera de Inglaterra y EEUU llegaron a ajustarse a un régimen de “individualismo puro”.
Se pueden identificar tres significados atribuidos a la noción de capitalismo, ya que, cada uno se liga a una visión peculiar de la naturaleza del desarrollo histórico:
En primer lugar, el significado popularizado por Sombart: el busco el origen del capitalismo en el desarrollo de estados de espíritu y comportamiento humano condescendientes a la existencia de aquellas formas y relaciones económicas que son características del mundo moderno. El hombre precapitalista era “un hombre natural” que concebía a la actividad económica como la simple provisión de sus necesidades naturales. Por el contrario, el hombre capitalista desarraiga al “hombre natural”, ve el acumulamiento del capital, el objetivo de la actividad económica y subordina todo los aspectos de la vida a este fin.
En segundo lugar, Hamilton definió al capitalismo como el sistema en que la riqueza es empleada como el preciso objetivo de obtener un rédito, y Neussbaum como un sistema de economía de intercambio en que el principio orientador de la actividad económica es el logro de ganancias ilimitadas.
En tercer lugar, Marx lo definió como un modo peculiar de producción. El medio de apreciación de los medios de producción y las relaciones sociales entre los hombres resultantes de sus conexiones con el proceso de producción. Así el capitalismo no era simplemente un sistema de producción para el mercado, sino en un sistema bajo el que la fuerza de trabajo se había convertido, a su vez, en mercancía. Tuvo su presupuesto histórico en la concentración de la propiedad de los medios de producción en manos de una clase que solo constituye un pequeño sector de la sociedad y en el consiguiente surgimiento de una clase desposeída, que tenia la venta de su fuerza de trabajo su única fuente de subsistencia.
Lo que diferencia esta definición de otras, es que no basta con que exista comercio y préstamo de dinero, o una clase especializada de mercaderes o financistas para constituir una sociedad capitalista. No basta que haya poseedores de capital, por lucrativo que sea: tienen que emplear ese capital para extraer una plusvalía a la fuerza de trabajo en el proceso de producción.
Los resultados humanos de la revolución industrial, según hobsbawn.
La aritmética fue la herramienta fundamental de la revolución industrial. Los que llevaron a cabo esta revolución la concibieron como una serie de adiciones y sustracciones: la diferencia de coste entre comprar en el mercado mas barato y vender en el mercado más caro, entre costo de producción y precio de venta, entre inversión y beneficio. Pero esta revolución no fue un simple proceso de adición y sustracción, sino un cambio social fundamental que transformo la vida de los hombres de un modo irreconocible.
Las clases cuyas vidas experimentaron menores transformaciones, fueron las que mas se beneficiaron en términos materiales (y al revés).
La industrialización británica afecto escasamente, salvo en las mejoras, a la aristocracia y a la pequeña nobleza. Sus rentas se engrosaron con la demanda de productos del campo, la expansión de las ciudades y de las minas, forjas y ferrocarriles. Su predominio social permaneció intacto, su poder político en el campo completo, e incluso su poder a escala nacional no sufrió alteraciones sensibles. Los nobles no tuvieron que dejar de ser feudales, porque ya hace mucho tiempo habían dejado de serlo. Como mucho, algún rudo e ignorante barón del interior tendría que encararse con la nueva necesidad de enviar a sus hijos a un colegio adecuado o disfrutar más asiduamente de los encantos de la vida londinense.
Sin embargo, la inserción en la oligarquía aristocrática es, por definición, solo asequible a una minoría. La gran masa de gente que se elevaba desde inicios modestos a la opulencia comercial, la mayor masa de los que, por debajo de ellos, pugnaban por entrar en las filas de la clase media y escapar de las humildes, eran demasiado numerosas para poder ser absorbidas, cosa que, además, en las primeras etapas de su progreso, no les preocupaba. Este grupo fe adquiriendo cada vez mayor conciencia como “clase media” y como tal clase exigía derechos y poder. Aunque la revolución industrial cambio fundamentalmente sus vidas, asentándolos en nuevas ciudades, planteándoles a ellos y al país nuevos problemas, no los desorganizo. Las máximas del utilitarismo y de la economía liberal, aun mas desmenuzadas en los latiguillos de sus periodistas y propagandistas, les doto de la guía que necesitaban, y si esto no era suficiente, la ética tradicional hizo el resto.
La clase media triunfante y aquellos que aspiraban a emularla estaban satisfechos. No así el trabajador pobre, cuyo mundo y formas de vida tradicionales destruyo la revolución industrial, sin ofrecerles nada a cambio. Esta ruptura es lo esencial al plantearnos cuales fueron los efectos sociales de la industrialización.
El trabajo en una sociedad industrial es, en muchos aspectos, comúnmente distintos del trabajo preindustrial. En primer lugar está constituido, sobre todo, por la labor de los proletarios, que no tienen otra fuente digan de ingresos digna de mención más que el salario en metálico que perciben por su trabajo. Por otra parte, el trabajo preindustrial lo desempeñan fundamentalmente familias con sus propias tiendas de labor, obradores artesanales, etc. Cuyos ingresos salariales completan su acceso directo a los medios de producción, o bien, este se complementa a ellos.
En segundo lugar, el trabajo industrial impone una regularidad, rutina y monotonía completamente distintas de los ritmos de trabajo preindustriales, trabajo que dependía de la variación de las estaciones o el tiempo, de la multiplicidad de tareas o de la división del trabajo. Con salarios tan bajos que solo el trabajo ininterrumpido y constante podía proporcionarles suficiente dinero para seguir vivos, de modo que no les quedaba más tiempo para, comer, dormir e ir a rezar los domingos.
En tercer lugar, el trabajo de la época industrial se realizaba cada vez con mayor frecuencia en los alrededores de la ciudad. Para los habitantes pobres, la ciudad era más que un testigo presencial de su exclusión de la sociedad humana: era un desierto rocoso, que a costa de su esfuerzo tenían que hacer habitables.
En cuarto lugar, la experiencia, tradición, sabiduría y moralidad preindustriales no proporcionaban una guía adecuada para el tipo de comportamiento idóneo en una economía capitalista.
El gran boom
El periodo de 1848 a 1870 fue el periodo en el cual el mundo se hizo capitalista y una significativa minoría de países “desarrollados” se convirtieron en economías industriales. Como es probable los sucesos de 1948 la contuvieran temporalmente, esta época de avances económicos sin precedentes empezó con un auge que fue de lo más espectacular. Nunca las exportaciones británicas habían aumentado con tanta celeridad que en los primeros siete años de la década de 1850. Así los artículos de algodón británico, vanguardia de la penetración en el mercado a lo largo de casi medio siglo, incrementaron su índice de crecimiento por encima de las anteriores décadas.
La combinación de capital barato con un rápido aumento de los precios logro que este esplendor económico fuera tan satisfactorio para los negociantes ansiosos de beneficios.
La consecuencia política de este esplendor económico fue trascendental, porque a los gobiernos sacudidos por las revoluciones les propicio un inestimable respiro, y a la inversa, hizo naufragar las esperanzas revolucionarias. Por ejemplo, en Gran Bretaña desapareció el Cartismo.
Este periodo de calma llego a su término en 1957. Hablando en términos económicos, este suceso fue una mera interrupción de la edad de oro del crecimiento capitalista que se reanudo, a mayor escala inclusive, en la década de 1860 y que alcanzo su cima del auge entre 19871 y 1873.
¿Cuáles fueron las causas de este progreso? ¿Por qué se apresuro tan espectacularmente la expansión económica en este periodo? Lo que choca retrospectivamente da la primera mitad del siglo XIX es el contraste que existía entre el enorme y rápido aumento del potencial productivo de la industrialización capitalista y su incapacidad para ampliar su base, es decir, la industrialización capitalista creció dramáticamente, pero se mostro incapaz de aumentar el mercado para sus productos. Es por esto que los industriales temieron que el sistema industrial pudiera paralizarse.
Por dos motivos no tenían fundamentos estos miedos. En primer lugar, la temprana economía industrial descubrió el ferrocarril. En segundo término, desarrollo el buque a vapor y el telégrafo.
En segundo lugar, la extensión geográfica de la economía capitalista se pudo multiplicar a medida que aumentaba la intensidad de sus transacciones comerciales, esta circunstancia fue particularmente crucial para el desarrollo económico porque sirvió de base a aquel gigantesco auge exportador que desempeño tan importante papel en la expansión de la gran Bretaña, ahora el capitalismo tenía a su disposición todo el mundo, y la expansión del comercio internacional y de la inversión internacional mide el entusiasmo con que se apresto a conquistarlo.
Un tercer factor fueron los grandes descubrimientos de oro en california, Australia y otros lugares de 1848, esta circunstancia multiplico los medios de pago disponibles en la economía, e hizo disminuir los intereses y estimuló la expansión del crédito. No obstante, la nueva provisión de oro fue en tres aspectos razonablemente incontrovertible.
En primer término contribuyo a la inflación moderada. Básicamente la mayor parte de este siglo fue deflacionario, debido en gran medida la persistente tendencia de la tecnología a abaratar los productos manufacturados.
En segundo lugar, la disponibilidad de lingotes de oro contribuyo a crear un sistema monetario estable basado en la libra esterlina (patrón fijo).
En tercer lugar, los mismos aluviones de buscadores de oro abrieron nuevas regiones, sobre todo en las costas del pacifico, e intensificaron la actividad económica.
Los contemporáneos hubieran subrayado un cuarto factor, la liberación de la empresa privada, el motor que potenciaba el progreso de la industria. Nunca hubo una unanimidad tan aplastante acerca de la fórmula del crecimiento económico: el liberalismo económico.
Solo estados unidos, cuya industria confiaba grandemente en un mercado interior protegido y muy poco en las exportaciones, continuo siendo un baluarte del proteccionismo, y aun así se produjo una ligera mejoría a principios de la década de 1870.
La economía cambia de ritmo
A partir de 1875 el comercio internacional continúo aumentando de forma importante, aunque es verdad que a un ritmo menos vertiginoso que antes. Estas mismas décadas las economías industriales norteamericana y alemana avanzaron a pasos gigantescos y la revolución industrial se extendió a nuevos países como Suecia y Rusia. La inversión extranjera en América latina alcanzo su cúspide en el decenio de 1880 al duplicarse la extensión del tendido férreo.
En cuanto a los economistas y hombres de negocios, lo que preocupaba incluso a los menos dados al tono apocalíptico era la prolongada “depresión de los precios, una depresión del interés y una depresión de los beneficios”. En resumen, tras el drástico hundimiento de la década del 70 lo que estaba en juego no era la producción, sino su rentabilidad.
La agricultura fue la victima más espectacular de esa disminución de los beneficios y, a no dudar, constituía el sector más deprimido de la economía y aquellos cuyos descontentos tenían consecuencias políticas y sociales más inmediatas y de mayor alcance. La producción agrícola, que se había incrementado notablemente en los decenios anteriores, inundaba los mercados internacionales, protegidos hasta entonces por los altos costes del transporte y de una competencia exterior masiva. Las consecuencias para los precios agrícolas, tanto en la europea como en las economías de ultramar, fueron dramáticas. La reacción de los agricultores según la riqueza y la estructura política de sus países, vario desde la agitación electoral a la rebelión.
No obstante, las dos respuestas mas habituales entre la población fueron la emigración masiva y la cooperación, la primera protagonizada por aquellos que carecían de tierras o que tenían tierras pobres, y la segunda fundamentalmente por los campesinos con explotaciones potencialmente viables. La década de 1880 conoció las mayores tasas de emigración a ultramar en los países de emigración ya antigua.
La era del imperio
1
En un mundo en el que el rimo de la economía estaba determinado por los países capitalistas desarrollados o en proceso de desarrollo existente en su seno tenía grandes posibilidades de convertirse en un mundo en el que los países avanzados dominara a los atrasados: en definitiva, en un mundo imperialista. Pero, paradójicamente, al periodo transcurrido entre 1875 y 1914 se le puede calificar como era del imperio no solo porque en él se desarrollo un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo ciertamente anacrónico. Probablemente, fue el periodo de la historia moderna en que hubo mayor numero de gobernantes que se auto titulaban oficialmente “emperadores” o que eran constituidos por los diplomáticos occidentales como merecedores de ese título.
Desde una perspectiva menos trivial, el periodo que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. Nadie dudaba que desde el punto de vista económico eran dependientes del mundo desarrollado. Pero ni siquiera los estados unidos, que afirmaron cada vez más su hegemonía política y militar en esta amplia zona, intentaron seriamente conquistarla y administrarla.
Ese reparto del mundo entre un número reducido de estados, que da título al presente, era la expresión mas espectacular de la progresiva división del globo en fuertes y débiles. Para los ortodoxos se abría una nueva era de expansión nacional en la que era imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos como en el exterior.
El punto esencial del análisis leninista (marxista) era que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase especifica del capitalismo, que, entre otras cosas, conducía a la “división territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas”, en una serie de colonias formales e informales y de esferas de influencia. Las rivalidades existentes entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron también la primer guerra mundial.
Señalemos simplemente que los análisis no marxistas del imperialismo establecían conclusiones opuestas a las de los marxistas y de esta forma han añadido confusión al tema. Negaban la conexión especifica entre el imperialismo de finales del siglo XIX y del siglo XX con el capitalismo en general y con la fase concreta del capitalismo que, como hemos visto, pareció urgir a finales del siglo XIX. Negaban que el imperialismo tuvieran raíces económicas importantes, que beneficiara económicamente a los países imperialistas y, así mismo, que la explotación de las zonas atrasadas fueran fundamentalmente para el capitalismo y que hubieran tenido efectos negativos sobre las economías coloniales. Afirmaban que el imperialismo no desemboco en rivalidades insuperables entre las potencias imperialistas y que no habían tenido consecuencias decisivas sobre el origen de la primer guerra mundial. Rechazando las explicaciones económicas, se concentraban en aspectos psicológicos, ideológicos, culturales y políticos, aunque por lo general evitando cuidadosamente el terreno resbaladizo de la política interna.
El acontecimiento más importante en el siglo XIX es la creación de una economía global, que penetro de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con un tejido más intenso de las transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres humanos que vinculaba al los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollados.
La red de transporte mucho mas tupida posibilito que incluso las zonas más atrasadas y hasta entonces marginales se incorporaran a la economía mundial, y los núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo experimentaron un nuevo interés por esas zonas remotas. Este desarrollo genero un crecimiento del consumo de masas de los países metropolitanos, lo que significo la rápida expansión del mercado de productos alimenticios.
Sin embargo, la impprtancia creciente de esas zonas para la economía mundial no explica porque los principales estados industriales iniciaron una rápida carrra para dividir el mundo en colonias y esferas de influencia. El análisis antiimperialisyta del imperialismo ha sugerido diferentes argumentos que puedan explicar esa actitud. El primero de esos argumentos, explica quela presión del capital para encontrar inversiones mas favorables que las que se podían realizar en el interior del país, inversiones seguras que no sufriern la competencia del capital extrahngero.
El segundo argumento era la búsqueda de mercados. La convicción de qie el problema de la “superproducción” del periodo de la gran depresión podía solucionarse a través de un gran impulso exportador era compartida por muchos.
Pero el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma necesidad de encontrar nuevos mercados. Cuando eran lo suficientemente fuertes, su ideal era el de “la puerta abierta” en los mercados del mundo subdesarrollado; pero cuando carecían de la fuerza necesaria intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una posición de monopolio o, cuando menos les diera una ventaja sustancial. La consecuencia lógica fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. En cierta forma, esto fue una ampliación del proteccionismo que fue ganando fuerza a partir de 1879. Desde este prisma, el “imperialismo” era la consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las presiones económicas de los años 1880.
Pero estos argumentos no eximen de un análisis económico del imperialismo. En primer lugar, subestiman el incentivo económico presente en la ocupación de algunos territorios africanos, siendo en este sentido el caso más claro el de Suráfrica.
En segundo lugar, ignoran el hecho de que la India era la “joya más radiante de la corona imperial” y la pieza esencial de la estrategia británica global, precisamente por su gran importancia para la economía británica.
En tercer lugar, la desintegración de gobiernos indígenas locales, que en ocasiones llevó a los europeos a establecer el control directo sobre unas zonas que anteriormente no se había ocupado de administrar, se debió al hecho de que las estructuras locales se habían visto socavadas por la penetración económica.
En definitiva, es imposible separar la política y la economía en una sociedad capitalista. La pretensión de explicar “el nuevo imperialismo” desde una óptica no económica es tan poco realista como el intento de explicar la aparición de los partidos obreros sin tener en cuenta para nada los factores económicos.
El análisis socialista (es decir, básicamente marxista) del imperialismo, que integraba el colonialismo en un concepto mucho más amplio de una “nueva fase” del capitalismo, era correcto en principio, aunque no necesariamente en los detalles de su modelo teórico. Asimismo, era un análisis que en ocasiones tendía a exagerar, como los hacían los capitalistas contemporáneos, la importancia económica de la expansión colonial para los países metropolitanos. Desde luego, el imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un fenómeno “nuevo”. Era el producto de una época de competitividad entre economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva y se vio intensificada por las presiones para asegurar y salvaguardar mercados en un período de incertidumbre económica; en resumen, era un período en que “las tarifas proteccionistas y la expansión eran la exigencia que planteaban las clases dirigentes”. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la práctica privada y pública del laissez-faire, que también era nuevo, e implicaba la aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención cada vez más intensa del Estado en los asuntos económicos. Correspondía a un momento en que las zonas periféricas de la economía global eran cada vez más importantes.
2
El nacimiento de la empresa moderna
La difusión de las nuevas formas de organización empresaria se llevo a cabo en las últimas décadas del siglo; en una primera etapa, los países en los que tuvieron un rol más importantes fueron Alemania y EEUU. Entre otros, como Francia e Inglaterra, la presencia de las formas tradicionales fue mayor, y la empresa familiar siguió desempeñando un papel muy destacado.
La empresa tradicional es de dimensiones pequeñas, consta de una sola unidad operativa y se especializa en un tipo de función (producción o distribución), o en la producción de un tipo de bien o de servicio. Se trata de firmas en las que no se ha producido la separación entre propiedad y gestión, mayoritariamente empresas familiares, dirigidas por una persona o un número reducido de personas, que son, a la vez, su propietario.
Las empresas modernas se diferencian de las empresas tradicionales en distintos aspectos. En primer lugar, por sus dimensiones y las actividades que desarrollan, ya que se trata de grandes empresas que ha integrado diversas funciones, combinando la producción y al distribución en gran escala.
Las mayores dimensiones de las empresas fueron, en gran medida, una consecuencia de la segunda revolución industrial y de las características de las ramas más dinámicas de la industria en las últimas décadas del siglo XIX. En la industria siderúrgica, en la química, la petrolífera y la petroquímica, y en todos los sectores de capital intensivo, los requerimientos de escala fueron altos, y las dimensiones de las empresas, necesariamente grandes.
Otro factor que contribuyo al desarrollo de la gran empresa fue la ampliación de los mercados. En la medida en que se fueron conformando mercados de masas, el volumen de producción de las empresas se incremento.
Además de los requerimientos de escala y de producción en masas, el tamaño de la empresa se amplio, en muchos rubros, como consecuencia de las estrategias de integración horizontal y vertical. En el primer caso, la unión de corporaciones independientes genero empresas de mayores dimensiones. En el segundo, tuvieron lugar procesos de integración hacia atrás y hacia adelante. Los procesos de integración hacia atrás se produjeron con el fin de controlar el abastecimiento de materias primas y de insumos; los de integración hacia adelante, con la intención de controlar el proceso de distribución. Por último, la dinámica de expansión de las empresas llevo a implementar estrategias de diversificación, ampliando el espectro de bienes producidos con el objeto de aprovechar en forma más eficientes sus instalaciones y de ampliar mercados.
Más allá de cuáles fueron los caminos, la constitución de grandes empresas implico crecientes dificultades en su funcionamiento y su gestión. Las formas tradicionales de administración, centralizadas y personalizadas, debieron ceder terreno a sistemas de gestión mucho más complejos y a una estructura que se adecuara a las nuevas realidades. De allí deriva un segundo grupo de elementos característicos de la gran empresa: que adquieran una estructura burocrática y crecientemente descentralizada, y que fueran gobernadas por gerentes asalariados.
El desarrollo de un management sistemático en gran escala responde a las nuevas necesidades de coordinación y eficiencia. Los métodos con base familiar o transmitida de una persona a otra se revelaron inadecuados, e incluso, considerando las mayores exigencias de coordinación y de eficiencia, podían resultar contraproducentes.
La organización burocrática implico un funcionamiento más eficiente de las empresas, a través de la adopción de normas generales e impersonales, de la planificación, de la racionalización de los procesos de producción y de la adopción de sistemas más sofisticados de contabilidad y de ventas. Más adelante, el proceso de burocratización continuo como un producto de la dinámica interna de las empresas, y también de la difusión del modelo norteamericano, sobre todo, desde la primera década de este siglo.
El proceso de consolidación de la gran empresa en sectores claves de la actividad industrial genero una creciente concentración y formas de oligopolio en los mercados, fundamentalmente, en las ramas de capital intensivas de la producción.
Las nuevas formas de organización del trabajo: Taylorismo y Fordismo.