Altillo.com > Exámenes > UBA - Económicas > Historia Económica y Social General
Hist. Ec. y Soc. Gral. | Resumen de G. Philips: "El Movimiento Británico antes de 1914" | Cátedra: Luchinni | Sede: Paternal | Prof: Analía Merlo | 1er Cuat. de 2012 | Altillo.com |
ESTRUCTURA Y ACTITUDES DE LA CLASE OBRERA A COMIENZOS DEL PERIODO INDUSTRIAL
El movimiento obrero británico es un producto de los hábitos conservadores cuyo
carácter cambió con el tiempo.
En comparación con los niveles europeos, Gran Bretaña poseía ya a principios del
siglo XIX un amplio sector industrial y un sistema agrícola cada vez más
comercializado. Incluso la numerosa población agrícola tenía una cierta
participación en el sector industrial, puesto que los mismos granjeros tenían
allí ocupaciones secundarias y estacionales y sus mujeres e hijos solían ser
reclutados por la industria nacional.
Esta fuerza de trabajo presentaba un carácter diverso y un estatus desigual.
Podemos distinguir al menos cuatro categorías generales de trabajadores
asalariados:
1) El oficial artesano o mecánico: Poseía ciertas aptitudes reconocidas en
virtud de su aprendizaje.
2) El trabajador a domicilio: Producía bienes con la ayuda de miembros de su
familia para un comerciante o intermediario y solía depender de una maquinaria
antigua e incómoda.
3) Los jornaleros: Que se solían emplear en la construcción y el transporte,
realizaban actividades relativamente rutinarias y no cualificadas.
4) Los trabajadores de fábrica o factoría: Comenzaron a constituirse a partir de
la década de 1790, sobre todo en la manufactura del acero y del algodón.
Los hombres con una clara conciencia de las costumbres y tradiciones de sus
ocupaciones que, practicaron un oficio durante toda su vida, podían contemplarlo
como una forma de propiedad, un modo de ganarse la vida para ellos y para sus
hijos. La remuneración del trabajo y el precio de su producto les proporcionaba
un nivel de confort bastante mayor que el de los pobres y degradados, que
carecían de oficio. Los materiales y los métodos de trabajo, los descansos y las
horas de trabajo eran, al menos en cierta medida, cuestiones que decidían los
asalariados.
Se hacía una distinción entre los trabajadores que poseían un oficio y los
vagos, los miserables e incluso los jornaleros que se incluían en el último
peldaño de la jerarquía social.
Los disturbios provocados en el siglo XVIII por los impuestos excesivos, por los
altos precios de los alimentos, por la violación de los derechos ingleses o por
rencillas religiosas, refleja la heterogeneidad de la clase obrera: hombres y
mujeres de muy diferentes ocupaciones y distinto nivel de ingresos.
Las formas más comunes de protesta eran la huelga y el motín. Los asalariados
recurrieron con frecuencia al motín para combatir la amenaza de la maquinaria o
para reforzar sus demandas de control legal de los salarios, mientras que los
huelguistas recurrieron a la intimidación o a la destrucción de la propiedad en
apoyo del conflicto industrial.
Entre los mecánicos y artesanos del siglo XVIII florecieron clubes y sociedades
de oficio que luchaban no sólo por mantener niveles salariales aceptables, sino
también por evitar el trabajo excesivo y en especial por restringir el acceso de
hombres “legales” y “honorables” a su oficio. En los grandes centros, como
Londres, actuaban como cajas de reclutamiento a las que tanto los oficiales como
los maestros podían dirigirse para encontrar empleo y trabajadores.
En la esfera de los salarios, de los precios, del mercado de trabajo y del
proceso productivo, prevalecían la costumbre y la tradición por encima del
cambio y la innovación. En la medida en que se mantenían la costumbre y la
tradición, no había fundamento para una animosidad. Pero cuando no sucedía tal
cosa, los hombres buscaban al gobierno para que proveyera alguna forma de
compensación. Un notable nivel de diálogo se mantuvo en la Gran Bretaña del
siglo XVIII. El respetable oficial y el trabajador a domicilio no sintieron
inhibición alguna a la hora de llevar sus quejas ante la justicia, la
magistratura o la legislatura. La protesta popular, expresada en la huelga o en
el motín, era, típicamente, un intento de apoyar las demandas planteadas a la
autoridad, o una manifestación provocada por su olvido.
LA EXPERIENCIA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Los cambios industriales produjeron una muy numerosa clase de asalariados. En
1851, la clase obrera industrial contaba con, al menos, cinco millones de
trabajadores. Sin embargo, algunos artesanos (como los trabajadores de los
astilleros, los sombrereros, los relojeros y los carreteros) quedaron parcial o
totalmente aislados por las nuevas técnicas y formas de organización.
A finales del siglo floreció en la Gran Bretaña rural una gran cantidad de
artesanos tradicionales. Otros operarios, lograron con esfuerzo e ingenuidad
adaptar sus capacidades a un mercado en expansión y, si era preciso, a un
régimen de fábrica.
Por otro lado, los grupos que padecieron en mayor grado la innovación industrial
fueron, al menos en parte, separados del resto de la fuerza de trabajo: los
trabajadores del campo de los artesanos urbanos, los trabajadores a domicilio de
los obreros de las fábricas, la población inmigrante de la del país, los
trabajadores temporeros de los permanentes.
La Revolución industrial creó en cierto modo problemas que afectaron por igual a
trabajadores de diferentes rangos y ocupaciones.
En primer lugar, las fluctuaciones de los ciclos económicos, de la expansión y
la contracción comercial se impusieron sobre casi todos los sectores de la
economía nacional. Las recesiones económicas de 1815, 1819, 1829 y 1842 fueron,
a juzgar por el alcance de la protesta que provocaron, de la mayor importancia.
En un año de crisis como 1842, en el que a la depresión industrial se sumó una
cosecha insuficiente, a algunos asalariados les supuso situarse en una espiral
salarial descendiente. Para otros, significó una inesperada y devastadora
transición desde un relativo confort a una virtual penuria, debido a que los
ingresos monetarios se vieron sometidos a un cruel recorte. Para algunos ello
supuso el desempleo, y una pérdida de ingresos que sólo podía ser sustituida por
la odiosa Ley de Pobres.
El otro resultado del desarrollo industrial era la explotación, que provocaba un
resentimiento contra la autoridad. Allí dondequiera que al hombre se le exigía
un trabajo más duro por el que pensaba que se le retribuía una recompensa
inadecuada, podía surgir un sentimiento de enemistad colectiva que había estado
ausente en el pasado.
Los juicios públicos de 1791 a los radicales ingleses y escoceses señalaron el
inicio de una serie de persecuciones políticas que se extendieron hasta los días
del cartismo. Las Combination Acts de 1799 y 1800, destinadas a prohibir las
huelgas organizadas, fueron precedidas por algunas medidas para suprimir las
actividades de las sociedades radicales. Se reforzó el orden público mediante un
uso mucho más frecuente de los militares. A su vez, si era necesario, las tropas
podían recibir la ayuda de las fuerzas voluntarias de caballería, o de otros
cuerpos similares que actuaban como auxiliares armados de la administración
local. Al mismo tiempo, el Estado pareció adquirir una actitud mucho más dura
hacia las demandas sociales. El Estado resistió con firmeza las demandas de los
empobrecidos trabajadores a domicilio, que venían solicitando la regulación de
los salarios mínimos desde 1790 en adelante. Los poderes generales de los jueces
para regular las condiciones de empleo fueron recortados. Asimismo, se
eliminaron las restricciones sobre el uso de maquinaria. La prohibición de las
máquinas fue abolida. Las Leyes de Pobres, el último refugio de los miserables,
habían sido modificadas en respuesta a la inflación de los precios y al
subempleo durante las guerras napoleónicas.
Como la disciplina y la autoridad en la industria se percibían como una
encarnación del mal, los trabajadores se enfrentaron a ellas con distinta
intensidad, se resistieron con efectos diversos, motivo por el cual el
cumplimiento de las leyes contra la protesta colectiva y la propaganda
subversiva se hacía en ocasiones difícil. De hecho, esas leyes fueron abolidas
en 1824.
PROTESTA ECONÓMICA Y ACCIÓN POLÍTICA ENTRE 1800 Y 1850
El impacto del cambio político y económico fue suficiente para producir el
surgimiento de una protesta de la clase trabajadora sin precedentes hasta ese
momento. La protesta comenzó a cobrar fuerza en 1811 y alcanzó el clímax durante
los primeros años del movimiento cartista, entre 1837 y 1842. En ella
participaron patronos y gobiernos como adversarios que actuaban desde dos
frentes.
Podemos hacer una distinción general entre los trabajadores económicamente
débiles y los trabajadores económicamente fuertes, es decir, entre los
trabajadores cuya demanda disminuía en el mercado laboral y aquéllos otros que
tenían ocupaciones estables o en expansión. La destrucción de las máquinas era
el recurso de los primeros, mientras que el sindicalismo desarrollado
representaba el de los segundos. Empero deben considerarse otras dos formas de
protesta en las que los grupos pretendieron involucrarse: por una parte, el
“sindicalismo general” de principios de la década de 1830, estrechamente
relacionado con las ideas y las prácticas de la cooperación y, por otra, el
movimiento de reforma electoral que culminó con el cartismo.
En un sentido, la destrucción de las máquinas era la línea de acción más directa
contra las amenazas de la industrialización. En otro, no era más que “la
negociación colectiva por medio del motín”. Tanto en uno como en otro caso las
destrucciones de las máquinas se sucedieron de forma intermitente (con
intervalos) a lo largo del siglo XVIII y a principios del XIX. Este movimiento
apareció por primera vez bajo la forma del ludismo en 1811-1816.
Los empleados en la producción se enfrentaron a patronos que pretendían recortar
los salarios. Además, algunos de éstos contrataron mano de obra inexperta y
compraron máquinas mayores. El uso de las máquinas desplazó las habilidades
artesanales de los esquiladores (los que cortan la lana de los animales) y
velloneros (los encargados de recoger y atar los vellones de los animales
esquilados), que así vieron amenazados sus puestos de trabajo. Los tejedores que
realizaban su labor en los telares manuales sintieron peligrar su sustento por
el hecho de que los propietarios de talleres y comerciantes de tejidos
recurrieran a una mano de obra femenina rural e irlandesa. En todos estos
sectores, los ataques a la propiedad se produjeron de modo directo y selectivo
contra patronos insensibles, luego de un intento inútil de conseguir una
enmienda legal de las injusticias a través de peticiones al Parlamento y, en
algunos casos, a los magistrados locales. La violencia era la expresión de una
protesta contra el estado liberal antes que contra el patrono capitalista.
La acción de los trabajadores agrícolas reflejaba una perspectiva similar a la
anterior. El empeoramiento del desempleo estacional y el descenso de los
salarios se agravaron por la mecanización y el uso del trabajo temporal, y la
ayuda que prometía la provinciana Ley de Pobres se vio disminuida por los
recortes de las autoridades. De nuevo la respuesta fue en parte una destrucción
de máquinas trilladoras que ahorraban mano de obra, en parte una campaña
dirigida contra los granjeros más insensibles y, en ocasiones, contra los
magistrados o supervisores locales. En este caso, los trabajadores de las
granjas buscaban un aumento de salario, y no mediante métodos legales, como lo
hicieron los tejedores de los telares manuales, sino enfrentándose abiertamente
contra los patronos.
Estos movimientos de trabajadores empobrecidos, de artesanos degradados y de
obreros esclavizados resultaron relativamente inútiles. Tras ellos las
condiciones de estos grupos no mejoraron. Se enfrentaban a un Gobierno represor
y decidido, dispuesto a impedir los sucesivos quebrantamientos del orden
público. Los ludistas se exponían a la pena de muerte y se sentían intimidados
por una potente presencia militar.
Sindicalismo:
El sindicalismo estaba integrado por trabajadores cualificados.
Los trabajadores del sector textil que habían formado importantes asociaciones
en el siglo XVIII fueron cada vez menos capaces de hacerlo en los años
siguientes. En su mayor parte, las sociedades sindicales de principios del siglo
XIX se restringían sólo a los artesanos urbanos. Algunos de ellos, como los
sastres, los zapateros y los carpinteros tenían oficios que estaban sujetos a la
reducción laboral. Otros, incluyendo los oficios de la construcción, de los
astilleros, del metal y de las imprentas, disfrutaban de un mayor poder de
negociación ante los grandes patronos, al tratarse de sectores en los que la
tecnología progresaba y se ampliaban los mercados. Lo que es más notable, sin
embargo, es el desarrollo del sindicalismo entre algunas de las ocupaciones de
élite en el sistema fabril: los trabajadores de las fundiciones, los fabricantes
de máquinas de vapor, los operarios de las hilanderías de algodón, los
alfareros, habían desarrollado todos ellos asociaciones sindicales más o menos
duraderas antes de 1830.
Los objetivos más frecuentes de la política sindical eran proteger el estatus de
los miembros del oficio y, por ende, su independencia económica.
Muchos hombres encontraron una muerte prematura cuando se procuraban su
sustento, debido a que la mayor parte de sus trabajos los realizaban unas pocas
manos. El sindicato previene contra esto… que ningún hombre debe dedicarse o
realizar por sí mismo una cantidad de trabajo mayor de la que puede cumplir. El
resultado es que eso dejará el camino libre para que otros puedan entrar.
La limitación del trabajo a destajo, la prohibición de las horas
extraordinarias, las restricciones laborales en determinadas horas, eran todas
ellas demandas que, en una u otra ocupación, adquirieron importancia en la
década de 1830.
El sindicalismo era también el producto de la vulnerabilidad económica. Los
sindicatos a menudo estaban dispuestos a prestar apoyo financiero, cuando no
físico, a quienes eran atacados.
Los patronos en aquellos años se mostraban fuertemente inclinados a prohibir el
asociacionismo sindical y a condenar sus prácticas.
Mientras que las asociaciones se enfrentaban a los patronos capitalistas,
apreciaban los beneficios que suponía la práctica de una tolerancia mutua que ya
prevalecía incluso en la década anterior. Hacia 1845, se acudió a la National
Association of United Trades (Asociación Nacional de Artesanos Unidos) como
instrumento de arbitraje legal de los conflictos y de cumplimiento de los
acuerdos salariales.
Cooperativismo:
El carácter relativamente exclusivo del sindicalismo desapareció en un abrir y
cerrar de ojos entre los años 1829 y 1834.
Las federaciones textiles agrupaban a veces en su seno a trabajadores a
domicilio y a obreros de fábrica, a hilanderos “aristócratas” y a operarios
plebeyos del sector de los tejedores. El sindicato de los trabajadores de la
construcción trataba de reclutar trabajadores no cualificados. El Grand National
Consolidated Trades Union (Gran Sindicato Nacional Unificado) estableció
secciones para trabajadoras y dependientas.
Lo que más distinguió a este movimiento fue su vínculo con el principio de la
cooperación y con Robert Owen, su más célebre mentor.
El GNCTU no sólo era una asociación de sindicatos sino que acogía también a
clubes benéficos y a sociedades cooperativas.
La idea de la producción cooperativa atrajo a los sindicatos establecidos porque
era un modo de proporcionar cierto alivio temporal a sus miembros desempleados o
en huelga.
El GNCTU perseguía conducir a los trabajadores a la huelga general en pro de la
jornada diaria de ocho horas y asumir así el control de la industria a través de
sus propias asociaciones. Pero también se dedicó a asistir a aquellos de sus
miembros que se veían envueltos en conflictos, y empleó sus fondos para apoyar
la lucha que libraban contra los patronos que se esforzaban por erradicar las
asociaciones de trabajadores. La nula simpatía que sentía Owen hacia estos
enfrentamientos sectoriales y clasistas produjo divisiones entre los dirigentes
del movimiento y su rápida disolución.
Cartismo:
El movimiento en pro de la reforma electoral democrática obtuvo un apoyo más
general que el cooperativismo.
Hacia la década de 1770 comenzó a tomar forma una ideología política radical
basada en la limitación del poder ejecutivo, la eliminación de la corrupción
política y la extensión del sufragio. Los seis puntos de la People´s Charter
(Carta del Pueblo) de 1837 (sufragio universal, secreto de voto, eliminación de
las cualificaciones para acceder a la condición de Parlamentario, remuneración
oficial de éstos, creación de distritos electorales iguales y parlamentos
anuales) se habían articulado antes de finales del siglo XVIII.
Entre 1815 y 1839 un cuerpo de trabajadores industriales se sintió empujado al
radicalismo político debido al fracaso de otras formas de resistencia y de
protesta colectivas.
Existía la organización local que adoptaba la forma de clubes radicales. En
otros casos surgió un ultrarradicalismo autónomo y peculiar al que,
fundamentalmente, prestaron su apoyo asalariados y artesanos.
Durante el período cartista, la cuestión política se clarificó. Las limitaciones
de la reforma electoral de 1832 fueron subrayadas por el subsiguiente
comportamiento del gobierno: promulgación de una Ley de Pobres disuasoria,
rechazo de una legislación sobre las horas de trabajo, persecución de los
sindicalistas y de los periódicos de la clase obrera.
Aunque débil en las zonas rurales y no industriales, el cartismo también logró
una impresionante amplitud a escala nacional.
No obstante, los intentos de los cartistas por aunar partidarios iban a estar
llenos de dificultades. El principal problema del cartismo era simplemente su
falta de poder político. Aunque podía conseguir apoyo para sus peticiones en
forma de reuniones y manifestaciones masivas, cuando tales métodos se mostraron
insuficientes para intimidar al gobierno sus líderes fueron incapaces de
desarrollar “medidas auxiliares” eficaces. El cartismo careció de la incapacidad
de imponer unidad política a sus seguidores. El cartismo fue incapaz de acordar
ninguna estrategia nacional.
EL SINDICALISMO EN GRAN BRETAÑA, 1850-1914
Entre 1850 y 1914 el movimiento obrero británico se centró en los sindicatos. Su
dispersión era grande, ya que se distribuían en una cantidad indefinida de
pequeñas sociedades.
El movimiento se limitaba a los trabajadores más cualificados, es decir, a los
trabajadores que, por su aprendizaje o por cualquier otro medio, habían
experimentado alguna forma de entrenamiento o preparación antes de incorporarse
a sus ocupaciones adultas. El grado de concentración aumentó desde 1870, cuando
el reclutamiento había comenzado a extenderse más allá de las ocupaciones
cualificadas. En 1914 los hábitos asociativos habían cobrado una relativa
estabilidad entre ciertos operarios no aprendices, entre algunos trabajadores
del transporte y de la administración local, y entre algunas obreras de fábrica.
A mitad del siglo el movimiento sindical apenas abarcaba, incluso en los oficios
artesanales, a más del 10% de la fuerza de trabajo de una ocupación A finales,
solo comprendía a una minoría de los asalariados. La densidad de afiliación
había sido siempre comparativamente alta entre los operarios del algodón, los
tipógrafos y algunos grupos de trabajadores del metal. Desde finales del decenio
de 1880 creció rápidamente, sobre todo entre mineros y ferroviarios. La pauta
refleja, por lo general, una eficaz adaptación del movimiento al crecimiento
industrial y a la modernización. En sectores menos dinámicos como la fabricación
de ropas, muebles e instrumentos de hierro, en los que la tecnología fabril sólo
se introdujo de forma lenta, la asociación obrera tendió a estancarse o a
declinar.
El sindicalismo se desarrolló en consecuencia del aumento de la población
industrial y la modernización de su entorno económico. La población ocupada en
Gran Bretaña dobló su tamaño entre 1851 y 1911. La proporción que se empleaba en
la agricultura cayó durante esos años. El número de ocupados en industrias
avanzadas aumentó. Sólo en unos pocos casos llegó a transformar el proceso
laboral hasta el punto de eliminar las ocupaciones establecidas o de reemplazar
el esfuerzo manual. La presencia de los niños comenzó a disminuir a raíz del
establecimiento de un sistema nacional de educación elemental en 1870. Además,
la actividad de las mujeres siguió muy concentrada en una escasa y aislada
esfera como la del sector textil, la confección y el servicio doméstico.
Los sindicatos tuvieron que esforzarse para reclutar esta masa potencial de
afiliados.
El sindicalismo obtuvo un importante reconocimiento legal por parte del Estado.
La limitada legalidad que se concedió en 1824 fue reforzada por la Friendly
Societies Acts de 1855, y más decisivamente por una serie de estatutos laborales
que regulaban los contratos, las huelgas y la protección de los fondos,
aprobados entre 1868 y 1875. Estas medidas confirieron el tipo de aprobación
oficial de la asociación sindical que se le había negado al cartismo en la
década de 1840. Coincidieron, además, con la persecución gubernamental de
comuneros, socialistas y toda suerte de simpatizantes que por entonces estaba en
pleno desarrollo en el continente.
La tolerancia con la que el gobierno y parlamento contemplaban el sindicalismo
en Gran Bretaña se debe en gran parte, sin duda, a la extensión del sufragio
nacional en 1867. Puesto que los dos partidos políticos principales reconocían
la necesidad de obtener el apoyo electoral de este sector, era de esperar una
cierta competencia respecto a la promoción de los intereses de los trabajadores.
El Estado trazó un camino que los patronos se vieron, en última instancia,
obligados a seguir.
La organización tendía a promover la seriedad y el buen comportamiento entre los
trabajadores, evitaba los conflictos en lugar de fomentarlos e inhibía la
competencia desleal en lo que concierne a las condiciones laborales. Durante los
años 1850-1914 se crearon en una localidad e industria tras otras instituciones
conjuntas para discutir y reparar agravios, negociar los salarios y las
condiciones de empleo y definir las prácticas laborales y las esferas de
autoridad.
Los sindicatos permanecieron preocupados por proteger el empleo, por regular el
mercado de trabajo en su interés y, por lo tanto, como en el pasado, por evitar
la sobreproducción. Especialmente entre los trabajadores cualificados, la celosa
defensa de los derechos laborales y de las costumbres de cada oficio constituía
una preocupación constante.
Durante los años de pleno empleo que caracterizó la explosión de mediados del
período victoriano, sindicatos y patronos llegaron a acuerdos que respetaban
estas preferencias laborales. Los sindicatos aceptaron una mayor disciplina y
regularidad y, en algunas industrias, se sometieron a la demanda de trabajo a
destajo. Por su parte, los patronos aceptaron una jornada laboral más corta y la
imposición de un control más o menos rígido al ingreso de nuevos trabajadores a
las ocupaciones cualificadas o privilegiadas. Sin embargo, este modus vivendi no
era plenamente estable, y hacia el decenio de 1880 se debilitó aún más a raíz
del resurgimiento del desempleo y la presión que ejercía la competencia
comercial del extranjero. Entre 1888 y 1914 se produjeron dos importantes
oleadas de huelgas, la primera entre 1888 y 1893 y la segunda entre 1910 y 1914.
LOS ORÍGENES DEL PARTIDO LABORISTA
La actividad política de la clase obrera en Gran Bretaña declinó después del
auge del cartismo para resurgir en 1900 con la fundación del Labour
Representation Committe (que en 1906 pasó a denominarse Partido Laborista).
El nacimiento del Partido Laborista siguió a la oleada de huelgas y a la
“ofensiva patronal” de los diez años previos. Durante ese intervalo, sólo unas
pocas organizaciones políticas sin importancia pretendieron identificarse a sí
mismas con el movimiento obrero y sus intereses: las sociedades seculares que
defendían un ideal oweniano entre 1850 y 1880; algunos de los clubes de
trabajadores que se formaron desde 1870; y las sociedades socialistas que se
crearon en la década de 1880.
Si bien las organizaciones socialistas se establecieron en Gran Bretaña durante
las décadas de 1880 y 1890, no se limitaban a la clase trabajadora ni, lo que es
más importante, lograron ningún tipo de apoyo masivo.
El socialismo se creó seguidores entre los obreros que se sentían inseguros ante
la nueva tecnología, así como entre aquellos a los que se negó el derecho a la
negociación colectiva. Algunas de las causas cuya defensa adoptaron, en especial
la agitación en nombre de los desempleados, agrandaban su atractivo popular de
forma auténticamente considerable.
El Partido Laborista era independiente, libre para decidir qué medidas apoyaría,
promovería o rechazaría.