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Hist. Ec. y Soc. Gral. Aspectos del desarrollo industrial de Francia en el siglo XIX s/algunos trabajos recientes Altillo.com

El "dualismo industrial" francés
  El dualismo de los países subdesarrollados implica una disociación radical del sistema económico, mientras que, por el contrario, la industria francesa había adquirido mayor coherencia a causa de las múltiples vinculaciones que unían a los dos subconjuntos constitutivos. El hecho de recurrir a la noción de dualismo permite igualmente integrar la noción de protoindustrialización. La historia en general, y la historia económica y social, en particular, no presenta apenas rupturas brutales: las estructuras protoindustriales se prolongaron y desarrollaron hasta muy avanzado el siglo XIX y acompañaron, ayudaron y facilitaron la aparición y despegue paralelo de la gran industria. Al menos hasta el Segundo Imperio, la producción industrial francesa se fundamentó tanto en la manufactura tradicional como en la nueva industria moderna.
  La constatación más tradicional de esta situación consiste en la comprobación de la ausencia de concentración de la mano de obra.
  En los dos primeros tercios del siglo XIX, las formas "modernas" o técnicas de la industrialización continuaron siendo excepcionales, localizadas en algunas regiones y en algunas ramas de la actividad: la siderurgia del coque, las minas de carbón, algunas cristalerías y algunas fábricas de productos químicos o metalúrgicos, sectores que alcanzaban, según el índice de François Crouzet, las tasas de crecimiento más elevadas.
  La industria francesa difiere grandemente de lo que podemos denominar el modelo tecnológico británico, el cual se basaba en el carbón (más escaso y más caro en Francia), en la máquina de vapor y en la industria algodonera.
  La industria francesa del siglo XIX fue movilizadora de mano de obra: su principal recurso fue la explotación de los "yacimientos de mano de obra" rural, abundantes, disponibles y baratos hasta las últimas décadas del siglo. La difusión del domestic system y de la fábrica aseguraba especialmente la producción de los objetos en gran y en pequeña escala. Dejando al margen la cuestión de eventuales segundos objetivos de carácter político y social, basta recordar que la mano de obra rural era menos exigente en cuanto a los salarios; que la posibilidad de un repliegue momentáneo hacia las actividades rurales permitía, de acuerdo con la coyuntura, el despido fácil; que las actividades femeninas y masculinas eran particularmente complementarias y no competitivas. El estudio minucioso del desarrollo de las industrias rurales muestra la búsqueda por parte de los empresarios de la mano de obra más barata y también de la más hábil.
  La organización del trabajo permaneció durante mucho tiempo inmutable, con el pago a destajo y el trabajo en equipo dirigido por un obrero altamente cualificado, tanto en las minas como en la siderurgia y en la industria cristalera. Técnicamente, muchas grandes fábricas aparecen más como una yuxtaposición de "artesanos" que como una concentración de proletarios. Esta situación era deseada a la vez por el empresario, que no tenía que adoptar nuevas formas de organización del trabajo, y por los obreros, que veían en esto un límite a su pérdida de autonomía y a su desarraigo cultural, y además resultaba impuesta por las técnicas poco revolucionarias utilizadas por esos establecimientos.
  En las empresas que seguían la senda progresiva de la industrialización, la organización dualista o dual permanecía casi siempre visible, en particular en el sector textil, con numerosas variantes posibles: hilatura fabril y tisaje a domicilio o tisaje concentrado, con diversas operaciones realizadas en campiñas circundantes.
  La fábrica-pensionado, que empleaba mano de obra femenina menor de edad. Alrededor de la fábrica se multiplicaban los telares rurales. De esta manera una industria con estructuras de producción totalmente tradicionales ocupaba el primer puesto de las exportaciones francesas.
  Los artesanos vieron paulatinamente cortado su acceso directo al mercado que durante mucho tiempo había caracterizado su trabajo y se convirtieron, en realidad, en asalariados a destajo que trabajaban a domicilio. Otros indicios confirman esta evolución: el antiguo taller, que contaba con numerosos compañeros y aprendices, redujo poco a poco sus efectivos, y a finales del siglo XIX únicamente los trabajaban en él el antiguo maestro y su esposa, la pareja del trabajo a domicilio. La crisis y decadencia del aprendizaje confirma la muerte del artesanado. Consecuentemente, la independencia del trabajo industrial, lejos de ser el signo del ascenso social, era, por el contrario, la más segura garantía de la autoexplicación del trabajador a domicilio, único medio para él de proteger una ilusoria libertad económica y social.
  A comienzos de siglo, la coyuntura imperial favorecía las experiencias en ese sentido. Oberkampf en la producción de indianas, Richard Lenoir en la hilatura y el tisaje de algodón y Ternaux en el trabajo de la lana encarnan ese sistema de un capitalismo industrial en grandes unidades de producción sin la introducción masiva de tecnología nueva: empleaban, encuadraban y controlaban a millares de trabajadores, de los cuales una minoría se hallaba concentrada en algunos establecimientos, mientras que una mayoría trabajaba a domicilio, dispersa en zonas rurales. Esta fuerza de trabajo se encontraba, sin embargo, estrechamente controlada y obligada a una disciplina de trabajo por la presencia de capataces y por la presión del sistema de retribución a destajo, que podía ser reducida e incluso anulada en caso de producción deficiente.
  ¿Se puede considerar "arcaicos" todos esos empresarios? En absoluto. Diríamos más bien que eran, en general, buenos administradores y sagaces calculadores. En efecto, en las condiciones de la época, su sistema industrial funcionaba con los mínimos costos y los menores riesgos. Ello permitía reducir el capital fijo al volumen más bajo posible y aprovecharse del marco de una financiación tradicional y poder así beneficiarse del sistema bancario existente. Dado que la utilización de las reservas de mano de obra costaba menos que la utilización de maquinaria, no había razón para mecanizar la empresa y correr un riesgo suplementario. Puesto que se disponía de fuerza hidráulica y que ésta era más barata, no había razón para emplear la energía de vapor. La racionalidad económica de estos empresarios parece evidente, salvo que se pruebe que un empleo más precoz de la máquina de vapor y de los telares mecánicos les hubiera proporcionado mayores ganancias. Por otra parte, una industria tan poco mecanizada como la sedería no registró, prácticamente, quiebras durante el siglo XIX, y las empresas con dificultades fueron liquidadas sin mucho ruido y sin perjuicio de reorganizarse al cabo de poco tiempo.

Los síntomas de una crisis
  Las tasas de crecimiento de la renta nacional y de la producción industrial declinaron y cayeron progresivamente por debajo del nivel de incremento secular. Tres índices de la producción industrial francesa concuerdan en ello (T. J. Markovitch: 1,7 por ciento para el período 1870-1895; M. Lévy-Leboyer: 1,64 por ciento para el período 1865-1890, y F. Crouzet: 1,46 por ciento para el período 1854-1905). Paralelamente, los beneficios y ganancias de las empresas descendieron acusadamente. Podemos recordar de manera sucinta las principales causas de la desacelaración del crecimiento industrial francés en las últimas décadas del siglo XIX.
  La crisis agrícola parece haber sido un factor determinante. Después de "la edad de oro" del Segundo Imperio, el principal sector productivo de la economía francesa experimentó una contratación durante la década de 1880, afectando al principal mercado de una parte de la industria francesa, es decir, el mercado interior. El descenso del crecimiento de la renta pér capita fue fundamentalmente debido a la muy fuerte caída de la tasa de crecimiento de la renta generada por el sector agrícola, ya que el producto total de la agricultura sólo aumentó un 0,26 por ciento de 1865 a 1900.
  Esta crisis agrícola se debió en parte al desarrollo de la competencia internacional. La aparición en el mercado francés de las producciones de los países nuevos y coloniales comportó una dura competencia para los productos nacionales. La aparición y el ascenso de nuevos productores industriales, Alemania, Suiza, Rusia, cuya producción a menudo era más barata que la de las industrias francesas, frenaron las ventas por lo que respecta a los clientes tradicionales y favorecieron el declive comercial. Algunos productos industriales sustituyeron progresivamente a producciones agrícolas como las de los colorantes naturales (granza, pastel). Algunos accidentes, como la enfermedad del gusano de seda (pebrina) y de la vid (filoxera) se agregaron a los otros elementos negativos para agudizar la crisis. En suma, la producción agrícola resultaba mal adaptada con respecto a una población con un mayor nivel de urbanización y de renta. Todo eso desembocó en una caída general de los precios agrícolas e industriales que comenzó alrededor de 1870, confirmando la tendencia general secular y obligando a la mayoría de los productores a revisar su política económica.
  El lento aumento de la mano de obra industrial francesa implicaba que todo nuevo desarrollo, sustentando necesariamente en nuevos técnicas, sólo podía realizarse transfiriendo efectivos de los sectores tradicionales hacia los sectores más recientes. Este conflicto entre actividades tradicionales y nuevas se expresa a través del juego de los salarios: éstos son más elevados en las nuevas ramas fabriles que en aquéllas en que subsiste el sistema de la protoindustrialización. De manera progresiva, los salarios más elevados desplazan a los bajos salarios. Ello constituyó un problema de lógica interna del sistema industrial: la coexistencia entre un sector capitalista y otro que lo era menos se hacía difícil en la medida en que el capital invertido no obtenía el rendimiento máximo que hubiera podido obtener en el marco de un sistema de producción más homogéneo. La relación hilatura-tisaje, por ejemplo, era evidente: la mecanización de la primera actividad implicaba, en un plazo dado, la de la segunda.

Hacia un nuevo desarrollo
El aumento de la inversión se hizo ya evidente entre 1878 y 1883, la crisis de 1876-1877 fue un punto de partida decisivo para la transformación de ciertas industrias; pero esta tendencia, mediatizada por inversiones especulativas de importancia quedó frenada por la crisis de 1882-1884 y no tuvo continuidad sino a partir de 1890, para persistir hasta vísperas de la primera Guerra mundial.
  Al mismo tiempo aparecieron industrias nuevas. Durante esta larga fase de depresión económica surgieron nuevas producciones que se basaban en el aprovechamiento de inventos recientes o de inventos más antiguos que no habían sido utilizados sistemáticamente. La construcción de automóviles, la producción de hidroelectricidad y la puesta a punto de sus aplicaciones metalúrgicas y químicas, la aplicación de algunos avances de la química a la producción de material fotográfico, de placas sensibles y de películas fabricadas en grandes series en los años 1890 por los hermanos Lumière, aparecieron durante este período. En los primeros años, las unidades de producción de estas nuevas industrias mantuvieron dimensiones modestas. La industria automovilística parecía depender fundamentalmente de la cualificación obrera y se adaptaba a la actividad artesanal realizada en el marco del taller. Únicamente la producción de equipos hidroeléctricos requirió desde el comienzo capitales importantes, y ello comportó la intervención de la banca. En el transcurso de un período más o menos largo, estas nuevas industrias se beneficiaron de una verdadera renta de situación, ya que poseían un auténtico monopolio regional, nacional o aun internacional y tenían dificultades para atender a una demanda nueva que crecía sin cesar. Beneficios y ganancias se hallaban en correspondencia con ese nivel de actividad creciente.
  Durante el último cuarto del siglo la forma jurídica de las empresas evolucionó sensiblemente y enriqueció de esta manera la tipología del capitalismo industrial. A lo largo del siglo XIX la empresa familiar de responsabilidad colectiva había dominado ampliamente, las sociedades anónimas se habían constituido lenta y difícilmente, y esta fórmula fue reemplazada con frecuencia con ventaja por la sociedad comanditaria por acciones. En el último cuarto del siglo se produjeron notables modificaciones. Gracias a las nuevas legislaciones de 1863 y 1867, las sociedades de personas y aun las sociedades civiles se transformaron masivamente en sociedades anónimas por acciones. Los inicios de este fenómeno pueden observarse en algunas empresas públicas como la del gas; a pesar de la multiplicación de los vínculos financieros y técnicos, subsistía la razón social de cada empresa. Como formas premonitorias de las fusiones del futuro, se constituían agrupamientos de empresas idénticas bajo una única razón social, en las que se mantenía la propiedad personal de cada industrial participante. De modo que es indudable, aun cuando ello no se manifieste de inmediato en el nivel de las tasas de crecimiento, que la industria francesa había realizado las acciones necesarias para llegar a salir de la crisis.
  La observación de la evolución de los precios en los últimos años del siglo podría incitar a situar en años anteriores la recuperación del crecimiento; pero la gravedad de la crisis del cambio del siglo demoró el fenómeno durante algunos años. Fueron necesarios cerca de quince años para que las elevadas tasas de crecimiento de las nuevas industrias se generalizaran al conjunto del sistema productivo. De esta manera, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, aquéllas no tuvieron comparación con las del siglo XIX. Este nuevo tipo de crecimiento más rápido anunciaba los ritmos de las décadas de 1920 y de 1950. La ruptura con las tasas del siglo XIX era, pues, decisiva.
  "En conjunto, teniendo en cuenta todas las proporciones, el comercio francés parece que supo adaptarse a la buena coyuntura mundial". Esta adaptación no dejaba de tener sus limitaciones, porque los productores franceses conservaban un carácter lujoso, sus precios eran más elevados y en consecuencia los posibles mercados estaban limitados a los países vecinos ricos y ya industrializados capaces de comprarlos. Las producciones tradicionales continuaban constituyendo la base de las exportaciones y las industrias nuevas, como la del automóvil, aportaban también productos costosos. El desequilibrio de la balanza comercial y el equilibrio de la balanza de pagos mediante las rentas de los servicios, del turismo y de la repatriación de beneficios de los capitales exportados son fenómenos bien conocidos. Este tipo de evolución caracterizó, en realidad, todas las economías nacionales que alcanzaban su madurez, como las de Gran Bretaña y de Bélgica. El problema de las inversiones francesas en el extranjero ha sido a la vez estudiado y debatido por numerosos trabajos, entre ellos, en particular, las Actas del II Coloquio de Historiadores Económicos Franceses celebrado en 1977. Jean Bouvier ha señalado que a partir de 1911 la proporción de los títulos de empresas francesas en la cartera del Crédito Lyonnais aumentó considerablemente, como si la fase de autofinanciación de las industrias nuevas tendiera a agotarse y que la magnitud de esas actividades exigiera en adelante recurrir al mercado financiero.

Empresas y empresarios
  La sociedad Saint-Gobian fue pionera en este proceso al adoptar una estructura mutidivisional a partir de 1905, pero siguió siendo un prototipo casi único hasta 1918. Por el contrario, numerosas sociedades adquirieron participaciones financieras en otras empresas. Con posterioridad a 1912 las inversiones en cartera representaban un elevado porcentaje de las inversiones totales en los sectores del carbón, del petróleo, de las industrias textil y de equipos eléctricos. Los beneficios totales de esas empresas se vieron incrementados de esta manera por un volumen creciente de beneficios financieros. Esos activos financieros favorecieron el desarrollo de las estructuras características de los holdings o grupos. Los mercados de productos industriales eran más reducidos, los servicios bancarios menos desarrollados. En 1880 dos tercios de la población francesa residía aun en pueblos, y en 1911 todavía el 56 por ciento de la población vivía en áreas rurales. La ausencia de un vigoroso mercado urbano ahogaba toda tentativa de desarrollar una producción en gran escala y frenaba la integración de los circuitos comerciales por parte de las empresas de producción. Por el contrario, los elevados niveles de integración entre industria y comercio existentes en Alemania y Estados Unidos constituían una fuerte barrera comercial para la entrada de productos franceses a esos países. En Francia, los comerciantes mayoristas parece que reforzaron su control sobre la producción, acentuándose de esta manera el protagonismo de los intermediarios. En vísperas de 1914 algunas empresas francesas apenas habían empezado a realizar directamente la venta y distribución de sus productos, en especial la industria automovilística. Pero fueron los industriales, sobre todo los del sector automovilístico, los que practicaron un taylorismo parcial, reduciendo la aplicación del método a un simple cronometraje destinado a establecer las bases de la remuneración del trabajo, como en el caso de Berliet, de Lyon, a partir de 1910.
  Los Estados más tempranamente industrializados dependían de un mercado interior organizado y determinante que dictaba, en cierta medida, su ley a los agentes de producción. En los países nuevos de industrialización más reciente, la insuficiente estructuración del mercado interior obligó a las empresas industriales a ocuparse por sí mismas de la organización del consumo interior. A la mano invisible del mercado se oponía la mano invisible de la empresa multidivisional e integrada.
  Una serie de estudios recientes ha insistido sobre el atraso de la formación técnica y profesional en Francia, a todos los niveles, causa y consecuencia de la escasa necesidad que experimentaba de ella una industria que continuaba siendo profundamente tradicional. Durante décadas, ésta se contentó con la habilidad artesanal o con la formación esencialmente comercial de sus empresarios. Esas publicaciones han señalado que las grandes escuelas francesas tendían esencialmente a formar funcionarios civiles y militares, con excepción de las raras escuelas de artes y oficios. Estas instituciones difundían, sobre todo, conocimientos científicos teóricos y abstractos, los cuales no tenían apenas aplicación a las industrias del siglo XIX. Por lo tanto, fueron las iniciativas privadas las que desarrollaron la formación en varias ciudades francesas de técnicos en todos los niveles, destinados a la industria y a los "negocios": recordemos, en especial, la creación de la Escuela Central de París en 1829 y de la Escuela Central de Lyon en 1857; las numerosas instituciones técnicas de las empresas. Hacia finales del siglo, varias ciudades se esforzaron en combatir la inferioridad comercial francesa creando escuelas de comercio. A partir de 1880 la vocación profesional de los politécnicos parece que se modificó: un número creciente de ellos abandonaba el ejército para entrar en la industria privada, aportación sin duda apreciable, aunque modesta, pero que tendió a acrecentar el acatamiento de la disciplina en la industria. Los técnicos procedentes de las escuelas centrales desempeñaron por vocación un papel más importante, en principio en las industrias tradicionales, pero sobre todo hacia finales de siglo en las industrias modernas: mecánicas, químicas y eléctricas.
  ¿La necesidad creciente de una formación técnica había de implicar una renovación más o menos importante de la patronal y la aparición de una categoría de managers profesionales asalariados? Antes de 1914 la norma seguía siendo, a pesar de la evolución esbozada, que el nacimiento y la familia, más que la formación técnica, daban acceso a las responsabilidades patronales. En este caso también se podría evocar una estructura patronal dualista: industrias tradicionales dirigidas por el capitalismo familiar, industrias nuevas creadas y desarrolladas por una patronal más cualificada técnicamente. En definitiva, la estructura misma de la industria francesa implica, fácilmente, que, a diferencia de lo que sucedía en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en Alemania, una nueva categoría de directivos y técnicos asalariados no hubiera empezado aún a reemplazar a la patronal tradicional.