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El desarrollo del feudalismo en Europa Occidental
El modo de producción feudal, que se desarrolló en Europa
Occidental entre los siglos X y XIV, era un sistema basado en la tierra y en la
servidumbre de la gleba.
Desde que surgió, fue creciendo al calor de las innovaciones técnicas,
permitiendo paralelamente el crecimiento de los centros urbanos, hasta alcanzar
su cénit en el siglo XIII. A partir de ese momento, una combinación de
dificultades a raíz de la tierra misma y un cambio en la escena social en el
que tuvo mucha influencia el desarrollo urbano, llevó al feudalismo a entrar en
crisis y a claudicar en el siglo XIV, en medio de un contexto de crisis.
Características generales
Los campesinos tenían movilidad jurídicamente limitada, es
decir que estaban “atados” a la tierra. Los señores feudales extraían un
plusproducto de los campesinos por medio de la coerción extra-económica
(político-legal). A su vez, el señor recibía su feudo de un monarca, y así
quedaba formada una compleja pirámide jerárquica. Esto dio lugar a que la
soberanía nunca se asentara en un solo centro, y de esa circunstancia se
derivan las tres características estructurales del feudalismo:
Presencia de tierras comunales autónomas a cargo de campesinos, en
contraposición a las tierras señoriales. Este estatuto agrario dual dio lugar
a muchas tensiones entre los dos grupos propietarios que tuvieron mucha
importancia en el posterior desarrollo del feudalismo.
La parcelación de la soberanía permitió el surgimiento de ciudades
autónomas, llamadas comunas, que se autogobernaban y eran independientes de la
nobleza y de la iglesia.
Carácter contradictorio: El rasgo distintivo del sistema era a su vez su
gran amenaza; al no haber un centro de autoridad, la anarquía potencial
derivada de ello suponía un peligro para la estabilidad y superviviencia del
feudalismo. Por otro lado, el poder político quedaba limitado a la función
judicial y a la coerción y administración locales.
Siglos X a XIII - Desarrollo y apogeo
El feudalismo representó un gran avance con respecto a las “Edades
oscuras”, y su gran motor fue la presencia del excedente, producto de la
aplicación de innovaciones técnicas a la agricultura.
A partir de este excedente se consolidaron nuevas relaciones sociales de
producción que caracterizaron al sistema feudal. Los señores exigían a los
campesinos prestaciones de trabajo en las tierras señoriales, y además una
entrega en especie proveniente de las tierras comunales de los mismos
campesinos. Por poseer las tierras más productivas y recibir protección
mediante reglamentos, la nobleza fue adquiriendo un carácter parasitario. Esta
injusticia comenzó a suscitar levantamientos campesinos. Éstos últimos, por
su parte, tenían cierta libertad para cultivar sus propias parcelas. Dado que
su alimentación se basaba en el pan, durante la Alta Edad Media hubo un gran
crecimiento en la producción de trigo, lo cual, sumado a los avances técnicos
dio como resultado la fragmentación de las parcelas campesinas y una creciente
diferenciación social dentro de las mismas, con la aparición de un campesinado
“acomodado”.
El enfrentamiento de las clases campesinas con la nobleza se fue
recrudeciendo, y éstos últimos se empezaron a valer de la coerción violenta
en la lucha por las rentas, conflicto en torno al cual siguió avanzando el
feudalismo; a medida que avanzaba el cultivo, se hizo necesaria la colonización
de nuevas tierras, lo cual suscitó nuevas pujas entre las clases.
A fines del siglo XII y durante el siglo XIII las tierras señoriales se
redujeron y se implementó el arriendo de tierras señoriales a los campesinos
para su cultivo directo. La tensión entre dominantes y dominados desembocó en
un aumento de la producción global, y un consecuente crecimiento demográfico,
que a su vez llevó al aumento del comercio y al surgimiento de las ciudades.
Los enclaves urbanos se vieron favorecidos en su etapa inicial por el
sistema feudal, ya que eran protegidos por los señores y además su comercio se
vio favorecido por el aumento del precio de los cereales. Sin embargo, una vez
establecidas, las ciudades adquirieron autonomía política, militar y
económica.
Socialmente, se constituyó una oligarquía patricia
mercantil-manufacturera, y por debajo de ella se constituyó una masa plebeya. A
fines del siglo XII surgieron los gremios, que regulaban fuertemente la
producción.
La actividad económica más importante en las urbes era el comercio de
larga distancia y la usura. Las ciudades se expandieron mucho por los mares
limítrofes, medio indispensable para el comercio marítimo, y la gran
acumulación de riqueza -sobre todo en las ciudades mediterráneas- se vio
reflejada en la vuelta de la moneda de oro.
Políticamente, como hemos remarcado anteriormente, el sistema político
de la comuna sólo fue posible gracias a la ausencia de una soberanía
unificada. La sociedad de la comuna estaba basada en un juramento de lealtad
mutua entre iguales (aunque en la práctica estos derechos fueran aplicados a
ciertas élites solamente). Muy pronto, las ciudades autogobernadas
desarrollaron cartas básicas y una existencia municipal corporativa.
Partiendo de la base de estos dos pilares -el desarrollo agrario y
urbano- en la Alta Edad Media tuvo lugar un gran avance en el campo intelectual,
con el desarrollo tanto de las artes y las ciencias como del bienestar material.
Este crecimiento interno se vio reflejado en un movimiento de expansión
geográfica, reflejado en las Cruzadas, la expulsión de los moros y la
conquista de Constantinopla. Estos logros sellaron el triunfo del feudalismo
Occidental por sobre Oriente en este período.
S XIV - Crisis
Sin embargo, un siglo después el sistema demostró que había
llegado a su límite; la tierra comenzó a agotarse productivamente y la
población siguió creciendo. A la degeneración del suelo se sumó la
diversificación de la economía, que dio como resultado la dependencia de las
importaciones y sus consecuentes peligros.
Los primeros años del Siglo XIV estuvieron marcados por el desastre;
hubo malas cosechas y hambrunas, cayó la natalidad, la escasez de dinero
afectó a la banca y al comercio, y las fuerzas de producción llegaron al
límite.
La demanda disminuyó y la nobleza, dependiente de los bienes de lujo
producidos en las ciudades, sintió la escasez de los mismos y además padeció
un descenso en sus rentas feudales, que llevaron a esta clase a saquear para
recuperar sus fortunas.
La gota que rebalsó el vaso en medio de esta crisis estructural fue la
irrupción de la Peste Negra, procedente de Asia, que dejó un saldo de
mortandad de dos quintos de la población total. Como consecuencia, se redujo la
mano de obra, lo cual hizo que se acentuara aún más la lucha entre las clases
por la tierra. Los desesperados nobles reaccionaron queriendo atar a los
campesinos a los señoríos y reduciendo los salarios. Sin embargo, ahora la
clase campesina, mucho más culta y próspera, opuso una feroz resistencia a los
intentos de explotación, y las rebeliones se hicieron moneda corriente tanto en
el campo como en la ciudad. A pesar de ser reprimidas, estas manifestaciones
impactaron mucho en el resultado final del feudalismo, ya que condujeron a
cambios en el equilibrio de las fuerzas de clase en pugna por la tierra.
Los poderosos centros urbanos fermentaron la tensión social y
contribuyeron a que ésta se propagase al campo, donde los productores directos
se vieron emancipados por la crisis del sistema feudal. Queda así demostrada la
gran influencia que tuvieron las ciudades en el ocaso del feudalismo. Su
importancia no se limita solamente a este campo; por un lado, el atractivo de
los centros comerciales fomentó la migración de trabajadores del campo a la
ciudad, y un consecuente aumento de la mano de obra para las manufacturas
urbanas. Por otro lado, la existencia de ciudades implicó que los nobles
tuviesen que aceptar recibir sus ingresos en dinero. De este modo, las
prestaciones fueron progresivamente reemplazadas por rentas en dinero y por
arrendamiento, lo cual permitió el enriquecimiento de ciertos grupos de
campesinos y la expansión por todo el campo del sistema de trabajo asalariado,
con la consecuente desaparición de la servidumbre.
La escasez de mano de obra provocó un aumento de los salarios que
favoreció a los nuevos trabajadores asalariados, y los nobles se vieron
empujados a desarrollar la industria lanera para paliar su situación.
Resumiendo, la fuerza disolvente de las ciudades garantizó la
eliminación de la servidumbre, y con la desaparición de uno de sus pilares, el
sistema feudal tenía los días contados. Podemos afirmar entonces que el
feudalismo favoreció el desarrollo del sistema que lo destruyó; su caída se
produjo a partir de su propia creación.