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1° Cuat. de 2014  |  Resumen: Lo Bello y lo Feo en Nietzsche  |  Cátedra: Gene

La posición sobre lo bello y lo feo que presenta Nietzsche en El Ocaso de los Ídolos, debe ser  considerada y tratada en el contexto del subjetivismo estético y analizada en comparación con la  teoría estética objetivista. Veamos estas dos posiciones:

La teoría estética objetivista sostiene que las propiedades constitutivas del valor estético, o que  hacen estéticamente valioso un objeto, son propiedades del mismo objeto estético. Mientras que  la estética subjetivista sostiene que lo bello no tiene objetivamente un valor absoluto, sino que  depende de su relación con el sujeto. De esta teoría, sostiene Hospers, “que lo que hace a algo  estéticamente valioso no son sus propiedades, sino su relación a los consumidores estéticos”  (Beardsley y Hospers: Estética (historia y fundamentos), Cátedra, Madrid 1990, p. 161), ya que  todo depende del gusto o agrado que la experiencia estética provoque en ellos como respuesta a  la relación con el objeto. 
En la posición subjetivista cada sujeto construye el valor estético como resultado propio de su  experiencia estética, por eso no es contradictorio en estética el que ante un mismo objeto dos  sujetos tengan posiciones distintas, pues ambos sujetos que contemplan desinteresadamente un  objeto, construyen juicios estéticos, pudiendo uno experimentar agrado y el otro desagrado en un  mismo instante. “Cada área cultural tiene sus concepciones propias acerca de la belleza,  concepciones que pueden diferir completamente de otras y que, sin embargo, tienen la misma  validez, ya que los juicios estéticos son absolutamente subjetivos y varían de acuerdo con la  cultura. Dentro de una misma cultura varían de acuerdo con la época y las circunstancias  históricas determinadas.” (M. Miniño Marión­Landais: Documentos Estéticos del Maestro, Editora  Universitaria UASD, Santo Domingo, 1997. p. 49).

La disputa, debido a la antigüedad de su origen, por mucho tiempo sólo se preocupó por  determinar “¿dónde se encuentra el valor estético fundamental, lo bello, en el sujeto o en el  objeto?”. Sin embargo, entendiendo que la disputa adolece de esa exclusividad en tanto que sólo  se preocupa por la belleza, haciendo de ésta el único objeto de la estética; y viendo que  Nietzsche trata las valoraciones de lo bello y de lo feo, pretendemos dar respuesta a esa  interrogante desde un punto de vista más amplio, por lo que utilizaremos más bien el término  “valor estético”, quedando así incluidos lo bello y lo feo. 

Lo planteado por Nietzsche nos obliga a buscar respuestas a las interrogantes: ¿Dónde se  encuentran “los valores estéticos”, en el sujeto o en el objeto?, ¿Qué es valor estético? Y ¿cómo  puede defenderse la pretensión de que algo posee valor estético? Pero por las características  propias de este ensayo nos concentraremos en la primera interrogante. 
Los valores estéticos son el producto de las experiencias estéticas del sujeto, que es quién  construye los juicios de valor. Un objeto posee propiedades materiales y tiene una presencia  palpable, pero el “valor útil” se lo atribuye un sujeto cuando el objeto le resulta conveniente; así  un objeto puede existir, pero sin la presencia del sujeto no surge el valor lógico. Pues las cosas  pueden ser, pero su valor está limitado al tiempo y al espacio del sujeto. Sólo así se explica como  un objeto hoy tiene un valor; empero tuvo otro en el pasado, y tendrá otro en el futuro, mientras  su existir sigue siendo el mismo en sí. En ese contexto podemos colocar a Nietzsche cuando  sostiene: “El hombre cree que el mundo está rebosante de belleza, y olvida que él es la causa de  ella. Solo él le ha regalado al mundo la belleza; aunque, lamentablemente, se trate de una  belleza humana, demasiado humana... En el fondo el hombre se mira en el espejo de las cosas y  considera bello todo aquello que le devuelve su imagen. El juzgar algo «bello» constituye la  vanidad característica de nuestra especie.”(F. Nietzsche: El Ocaso de los Ídolos, Edimat libros,  Madrid, 2004, p. 606). 

Desde ese punto de vista, los objetos tienen siempre consigo lo que podríamos denominar  “posibilidad estética” o “potencia estética”. Pero ya el valor estético depende de la relación con el  sujeto. Así para hablar del valor estético de los objetos siempre hará falta la participación del  sujeto que construye el juicio estético a partir de la imagen que devuelve el espejo. Esa  posibilidad o potencia estética de los objetos se produce a través de la percepción del sujeto que  recibe y ordena el reflejo por medio de su facultad inteligible y sensibilidad exclusivamente  humana. La belleza aparece así por una disposición sensible de las preferencias del sujeto. La  estética en ese sentido, estudia el resultado de la relación del sujeto con el objeto desde el punto  de vista del valor que posee el sujeto. 

Esta idea no está directamente planteada por Nietzsche, pero se puede deducir que su  posición mantiene cierto grado de relativismo. Analicemos la siguiente cita: Puede que una ligera  sospecha le susurre al escéptico al oído: ¿Está realmente embellecido el mundo porque el  hombre lo considere bello? El hombre lo ha humanizado: eso es todo. Pero no hay nada en  absoluto que nos garantice que el hombre suministre el modelo de lo bello. ¿Quién sabe qué  aspecto ofrece el hombre a los ojos de un juez más elevado del gusto? ¿Le resultaría atrevido,  quizá risible, o tal vez un poco arbitrario? (Op. cit, p. 606). 

Analicemos las interrogantes de Nietzsche que aparecen en el párrafo citado, veamos la  primera: ¿Está realmente embellecido el mundo porque el hombre lo considere bello? Esta  interrogante nos coloca ante la problemática, que sugiere la cuestión del objetivismo y el  subjetivismo, que sintetizaré con la interrogante: ¿Existen las cosas fuera de nosotros, para sí,  también sin nosotros, o existen las cosas en nosotros, para nosotros, y no existen sin nosotros?  De entrada y por si misma la interrogante de Nietzsche ya supone la posibilidad de que exista lo  bello en nosotros, para nosotros, y no exista sin nosotros; y al decir: El hombre lo ha  humanizado: eso es todo, descarta la posibilidad de que exista lo bello fuera de nosotros, para sí,  también sin nosotros. 

La posición de Nietzsche sugiere que lo bello está sujeto a determinadas circunstancias.  Deducimos que para él los juicios pueden ser diferentes si la experiencia estética es producto de  otros gustos; puesto que la otra interrogante que él hace no es neutra, ella conserva la  problemática del supuesto que produjo su formulación. Veámosla nuevamente: ¿Quién sabe qué  aspecto ofrece el hombre a los ojos de un juez más elevado del gusto? La interrogante nos  coloca en una condición escéptica, pues ella deja implícita la incertidumbre sobre la permanencia  o no de valores. Esto nos recuerda la postura de Jenófanes de que los etíopes creen que sus  dioses son negros y con nariz aplastada; para los tracios, los suyos son rubios y con ojos azules.  Y que si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos y pudiesen pintar y producir obras  de artes como los hombres, los caballos reproducirían las figuras de los dioses como su propia  figura, los bueyes según las suya, y cada uno haría los cuerpos de acuerdo con su especie. De  ello se deduce que cada individuo construye su propio patrón de acuerdo a las circunstancias  vividas, sin separarse claro, del paradigma de los gustos generales que día a día impone su  cultura. 

Para Nietzsche nada es bello, sólo el hombre lo es; pero también nada es feo, excepto el  hombre que degenera, y sobre esa idea esboza el juicio estético. Aunque sugiere otra  problemática cuando plantea: En términos fisiológicos, todo lo feo debilita y entristece al hombre.  Le recuerda la decadencia, el peligro y la impotencia. Ante lo feo el hombre pierde energía.  Podemos medir su efecto con un dinamómetro. Por lo general, cuando el hombre se siente  deprimido, es porque olfatea la proximidad de algo “feo”. Su sensación de poder, su voluntad de  poder, su valentía y su orgullo disminuyen a la vista de lo feo, y aumentan a la vista de lo bello. Y  más adelante continúa diciendo: Se concibe lo feo como un indicio y un síntoma de  degeneración; lo que recuerda la degeneración, aunque sea en un grado mínimo, nos induce a  que lo juzguemos “feo”. Todo signo de agotamiento, de pesadez, de vejez, de cansancio, toda  clase de falta de libertad, bajo la forma de convulsión, parálisis, y, sobre todo, el color , el olor y la  forma de la descomposición y de la putrefacción, aunque se encuentre tan atenuado que solo  sea un símbolo, provoca idéntica reacción: la valoración de lo “feo”. (Op. cit, p. 606). 

El enfoque que Nietzsche ofrece de lo bello y de lo feo por momentos se escapa del contexto  propiamente estético, entrando al ámbito de la relación con lo bueno y lo malo, que nos recuerda  el alcance de la kalokagathia, (kalokagathia: término griego equivalente a belleza y bondad y que  puede significar igualmente honra) donde se da una estrecha relación entre el valor ético  fundamental: lo bueno y el valor estético fundamental: lo bello. Pues en la cuna del pensamiento  filosófico occidental existió la tendencia a identificar lo bello con lo bueno y con lo verdadero.  Como dice A. Akoun: “En sus orígenes la estética era la parte de la filosofía que trataba del arte y  reflexionaba sobre la naturaleza de lo bello en su relación con lo verdadero y lo justo.” (A. Akoun:  Las Artes, (la renovación de los lenguajes) Mensajero, Bilbao 1988, p.214.).O más  específicamente, como lo sostienen Mercedes y Rosaura, García Tuduri: “En la antigüedad se  observa, al lado de las reflexiones estéticas puras, que mantienen filósofos como Platón,  Aristóteles y Plotino, una tendencia constante a identificar lo bello (valor estético fundamental),  con lo bueno (valor ético fundamental), y muchas veces también con lo verdadero (valor lógico  fundamental.). Para la mayoría de aquellos pensadores lo real perfecto se integraba cuando se  unían dichos valores.” (M. y R. García Tuduri: Introducción a la filosofía, Minerva Books, Florida  1973, p.140.). 

Lo bello, lo bueno y lo verdadero, constituían la tríada de valores positivos. Esa unidad de lo  bello con lo bueno más que un peso estético en la antigüedad tenía una connotación ética; se  trataba de una belleza en las acciones buenas. Una acción buena tenía por tanto que ser bella,  pero también, no se concebía que algo que fuera verdadero no fuera bello. Es la triple  clasificación de lo deseable en Aristóteles, lo valioso, lo útil y lo agradable; es decir, los aspectos  de la Kalokagathia que ya está presente en Sócrates. (Según Jenofonte, Sócrates dio a la  combinación de lo bello y lo bueno un sentido ético y espiritual que expresaba el ideal de la vida.)  Sin embargo, cuando la estética, analiza la relación de lo bello y lo bueno en el arte, no se trata  de lo bueno como valor ético, sino como valor técnico. 

Para Nietzsche: Nada es bello, sólo el hombre lo es: sobre esta ingenuidad descansa toda  estética, ella es su primera verdad. Añadamos en seguida su segunda verdad: nada es feo,  excepto el hombre que degenera, con esto queda delimitado el reino del juicio estético. (Op. cit,  p. 606).  El asunto está en que para Nietzsche lo feo aparece en una relación de comparación como  una destrucción de lo bello, pero a nuestro entender no es que lo feo persigue eso, sino que esa  es su propia esencia. Viéndolo de esa manera, la belleza también tendría existencia con relación  a lo feo y no es así. Tanto lo bello como lo feo, son dos momentos independientes. Cuando  alguien experimenta belleza no está pensando en que tal deleite se da porque carece de las  características de lo opuesto, en ese caso lo feo; o viceversa, que contempla un objeto y  experimenta fealdad porque carece de las características de la belleza. Es el hombre en su afán  de crear dualidad, que en el lenguaje crea el término agradable para lo que le es bello y en vez  de crear un término nuevo para referirse a lo feo, lo descompone y crea el término desagradable.  De esa manera bello y feo en el lenguaje quedan unidos siendo lo feo algo dependiente de lo  bello. Como las experiencias bellas mayormente le resultan más útiles, o más bien, más  convenientes al hombre, este hace de lo feo un valor negativo.

Según Platón al objeto “que es útil  lo llamamos bello, en la medida que es útil, en la medida que sirve para determinados fines y en  ciertas circunstancias, mientras que llamamos feo a aquel objeto que no es bueno para nada,  bajo ninguno de estos aspectos.” (Platón: Hipias Mayor, cit. Por Estrada, Op.cit., p.683). Así  aparece también en Rosenkranz en su libro “Estética de lo Feo” que “Lo bello, como el bien, es  un absoluto; lo feo, como el mal, es un relativo. Que lo feo sea tal lo demuestra el hecho de que  es comprensible sólo con relación a lo bello”. “el valor estético de lo feo, como contraste para  resaltar la belleza” (K. Rosenkranz, cit. por S. Givone: Historia de la Estética, Tecnos, Madrid  1990, P. 86). De la misma manera y como un valor negativo dependiente de la belleza aparece lo  feo en Nietzsche cuando dice: Todo signo de agotamiento, de pesadez, de vejez, de cansancio,  toda clase de falta de libertad, bajo la forma de convulsión, parálisis, y, sobre todo, el color, el  olor y la forma de la descomposición y de la putrefacción, aunque se encuentre tan atenuado que  solo sea un símbolo, provoca idéntica reacción: la valoración de lo “feo”. (Op. cit, p. 606).  Eso es como la luz y la oscuridad, debido a lo conveniente de la luz el hombre le ha atribuido,  a ésta, belleza; pero también verdad y bondad y parece que la oscuridad no existe y que lo que  se da es luz o carencia de luz. Es la tendencia del hombre a favorecer lo que a su juicio resulta  más conveniente.