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La posición sobre lo bello y lo feo que presenta Nietzsche en El Ocaso de los Ídolos, debe ser considerada y tratada en el contexto del subjetivismo estético y analizada en comparación con la teoría estética objetivista. Veamos estas dos posiciones:
La teoría estética objetivista sostiene que las
propiedades constitutivas del valor estético, o que hacen estéticamente
valioso un objeto, son propiedades del mismo objeto estético. Mientras que
la estética subjetivista sostiene que lo bello no tiene objetivamente un valor
absoluto, sino que depende de su relación con el sujeto. De esta teoría,
sostiene Hospers, “que lo que hace a algo estéticamente valioso no son sus
propiedades, sino su relación a los consumidores estéticos” (Beardsley y
Hospers: Estética (historia y fundamentos), Cátedra, Madrid 1990, p. 161), ya
que todo depende del gusto o agrado que la experiencia estética provoque
en ellos como respuesta a la relación con el objeto.
En la posición subjetivista cada sujeto construye el valor estético como
resultado propio de su experiencia estética, por eso no es contradictorio
en estética el que ante un mismo objeto dos sujetos tengan posiciones
distintas, pues ambos sujetos que contemplan desinteresadamente un objeto,
construyen juicios estéticos, pudiendo uno experimentar agrado y el otro
desagrado en un mismo instante. “Cada área cultural tiene sus concepciones
propias acerca de la belleza, concepciones que pueden diferir
completamente de otras y que, sin embargo, tienen la misma validez, ya que
los juicios estéticos son absolutamente subjetivos y varían de acuerdo con la
cultura. Dentro de una misma cultura varían de acuerdo con la época y las
circunstancias históricas determinadas.” (M. Miniño MariónLandais:
Documentos Estéticos del Maestro, Editora Universitaria UASD, Santo
Domingo, 1997. p. 49).
La disputa, debido a la antigüedad de su origen, por mucho tiempo sólo se preocupó por determinar “¿dónde se encuentra el valor estético fundamental, lo bello, en el sujeto o en el objeto?”. Sin embargo, entendiendo que la disputa adolece de esa exclusividad en tanto que sólo se preocupa por la belleza, haciendo de ésta el único objeto de la estética; y viendo que Nietzsche trata las valoraciones de lo bello y de lo feo, pretendemos dar respuesta a esa interrogante desde un punto de vista más amplio, por lo que utilizaremos más bien el término “valor estético”, quedando así incluidos lo bello y lo feo.
Lo planteado por Nietzsche nos obliga a buscar
respuestas a las interrogantes: ¿Dónde se encuentran “los valores
estéticos”, en el sujeto o en el objeto?, ¿Qué es valor estético? Y ¿cómo
puede defenderse la pretensión de que algo posee valor estético? Pero por las
características propias de este ensayo nos concentraremos en la primera
interrogante.
Los valores estéticos son el producto de las experiencias estéticas del sujeto,
que es quién construye los juicios de valor. Un objeto posee propiedades
materiales y tiene una presencia palpable, pero el “valor útil” se lo
atribuye un sujeto cuando el objeto le resulta conveniente; así un objeto
puede existir, pero sin la presencia del sujeto no surge el valor lógico. Pues
las cosas pueden ser, pero su valor está limitado al tiempo y al espacio
del sujeto. Sólo así se explica como un objeto hoy tiene un valor; empero
tuvo otro en el pasado, y tendrá otro en el futuro, mientras su existir
sigue siendo el mismo en sí. En ese contexto podemos colocar a Nietzsche cuando
sostiene: “El hombre cree que el mundo está rebosante de belleza, y olvida que
él es la causa de ella. Solo él le ha regalado al mundo la belleza;
aunque, lamentablemente, se trate de una belleza humana, demasiado
humana... En el fondo el hombre se mira en el espejo de las cosas y
considera bello todo aquello que le devuelve su imagen. El juzgar algo «bello»
constituye la vanidad característica de nuestra especie.”(F. Nietzsche: El
Ocaso de los Ídolos, Edimat libros, Madrid, 2004, p. 606).
Desde ese punto de vista, los objetos tienen siempre consigo lo que podríamos denominar “posibilidad estética” o “potencia estética”. Pero ya el valor estético depende de la relación con el sujeto. Así para hablar del valor estético de los objetos siempre hará falta la participación del sujeto que construye el juicio estético a partir de la imagen que devuelve el espejo. Esa posibilidad o potencia estética de los objetos se produce a través de la percepción del sujeto que recibe y ordena el reflejo por medio de su facultad inteligible y sensibilidad exclusivamente humana. La belleza aparece así por una disposición sensible de las preferencias del sujeto. La estética en ese sentido, estudia el resultado de la relación del sujeto con el objeto desde el punto de vista del valor que posee el sujeto.
Esta idea no está directamente planteada por Nietzsche, pero se puede deducir que su posición mantiene cierto grado de relativismo. Analicemos la siguiente cita: Puede que una ligera sospecha le susurre al escéptico al oído: ¿Está realmente embellecido el mundo porque el hombre lo considere bello? El hombre lo ha humanizado: eso es todo. Pero no hay nada en absoluto que nos garantice que el hombre suministre el modelo de lo bello. ¿Quién sabe qué aspecto ofrece el hombre a los ojos de un juez más elevado del gusto? ¿Le resultaría atrevido, quizá risible, o tal vez un poco arbitrario? (Op. cit, p. 606).
Analicemos las interrogantes de Nietzsche que aparecen en el párrafo citado, veamos la primera: ¿Está realmente embellecido el mundo porque el hombre lo considere bello? Esta interrogante nos coloca ante la problemática, que sugiere la cuestión del objetivismo y el subjetivismo, que sintetizaré con la interrogante: ¿Existen las cosas fuera de nosotros, para sí, también sin nosotros, o existen las cosas en nosotros, para nosotros, y no existen sin nosotros? De entrada y por si misma la interrogante de Nietzsche ya supone la posibilidad de que exista lo bello en nosotros, para nosotros, y no exista sin nosotros; y al decir: El hombre lo ha humanizado: eso es todo, descarta la posibilidad de que exista lo bello fuera de nosotros, para sí, también sin nosotros.
La posición de Nietzsche sugiere que lo bello está sujeto a determinadas circunstancias. Deducimos que para él los juicios pueden ser diferentes si la experiencia estética es producto de otros gustos; puesto que la otra interrogante que él hace no es neutra, ella conserva la problemática del supuesto que produjo su formulación. Veámosla nuevamente: ¿Quién sabe qué aspecto ofrece el hombre a los ojos de un juez más elevado del gusto? La interrogante nos coloca en una condición escéptica, pues ella deja implícita la incertidumbre sobre la permanencia o no de valores. Esto nos recuerda la postura de Jenófanes de que los etíopes creen que sus dioses son negros y con nariz aplastada; para los tracios, los suyos son rubios y con ojos azules. Y que si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos y pudiesen pintar y producir obras de artes como los hombres, los caballos reproducirían las figuras de los dioses como su propia figura, los bueyes según las suya, y cada uno haría los cuerpos de acuerdo con su especie. De ello se deduce que cada individuo construye su propio patrón de acuerdo a las circunstancias vividas, sin separarse claro, del paradigma de los gustos generales que día a día impone su cultura.
Para Nietzsche nada es bello, sólo el hombre lo es; pero también nada es feo, excepto el hombre que degenera, y sobre esa idea esboza el juicio estético. Aunque sugiere otra problemática cuando plantea: En términos fisiológicos, todo lo feo debilita y entristece al hombre. Le recuerda la decadencia, el peligro y la impotencia. Ante lo feo el hombre pierde energía. Podemos medir su efecto con un dinamómetro. Por lo general, cuando el hombre se siente deprimido, es porque olfatea la proximidad de algo “feo”. Su sensación de poder, su voluntad de poder, su valentía y su orgullo disminuyen a la vista de lo feo, y aumentan a la vista de lo bello. Y más adelante continúa diciendo: Se concibe lo feo como un indicio y un síntoma de degeneración; lo que recuerda la degeneración, aunque sea en un grado mínimo, nos induce a que lo juzguemos “feo”. Todo signo de agotamiento, de pesadez, de vejez, de cansancio, toda clase de falta de libertad, bajo la forma de convulsión, parálisis, y, sobre todo, el color , el olor y la forma de la descomposición y de la putrefacción, aunque se encuentre tan atenuado que solo sea un símbolo, provoca idéntica reacción: la valoración de lo “feo”. (Op. cit, p. 606).
El enfoque que Nietzsche ofrece de lo bello y de lo feo por momentos se escapa del contexto propiamente estético, entrando al ámbito de la relación con lo bueno y lo malo, que nos recuerda el alcance de la kalokagathia, (kalokagathia: término griego equivalente a belleza y bondad y que puede significar igualmente honra) donde se da una estrecha relación entre el valor ético fundamental: lo bueno y el valor estético fundamental: lo bello. Pues en la cuna del pensamiento filosófico occidental existió la tendencia a identificar lo bello con lo bueno y con lo verdadero. Como dice A. Akoun: “En sus orígenes la estética era la parte de la filosofía que trataba del arte y reflexionaba sobre la naturaleza de lo bello en su relación con lo verdadero y lo justo.” (A. Akoun: Las Artes, (la renovación de los lenguajes) Mensajero, Bilbao 1988, p.214.).O más específicamente, como lo sostienen Mercedes y Rosaura, García Tuduri: “En la antigüedad se observa, al lado de las reflexiones estéticas puras, que mantienen filósofos como Platón, Aristóteles y Plotino, una tendencia constante a identificar lo bello (valor estético fundamental), con lo bueno (valor ético fundamental), y muchas veces también con lo verdadero (valor lógico fundamental.). Para la mayoría de aquellos pensadores lo real perfecto se integraba cuando se unían dichos valores.” (M. y R. García Tuduri: Introducción a la filosofía, Minerva Books, Florida 1973, p.140.).
Lo bello, lo bueno y lo verdadero, constituían la tríada de valores positivos. Esa unidad de lo bello con lo bueno más que un peso estético en la antigüedad tenía una connotación ética; se trataba de una belleza en las acciones buenas. Una acción buena tenía por tanto que ser bella, pero también, no se concebía que algo que fuera verdadero no fuera bello. Es la triple clasificación de lo deseable en Aristóteles, lo valioso, lo útil y lo agradable; es decir, los aspectos de la Kalokagathia que ya está presente en Sócrates. (Según Jenofonte, Sócrates dio a la combinación de lo bello y lo bueno un sentido ético y espiritual que expresaba el ideal de la vida.) Sin embargo, cuando la estética, analiza la relación de lo bello y lo bueno en el arte, no se trata de lo bueno como valor ético, sino como valor técnico.
Para Nietzsche: Nada es bello, sólo el hombre lo es: sobre esta ingenuidad descansa toda estética, ella es su primera verdad. Añadamos en seguida su segunda verdad: nada es feo, excepto el hombre que degenera, con esto queda delimitado el reino del juicio estético. (Op. cit, p. 606). El asunto está en que para Nietzsche lo feo aparece en una relación de comparación como una destrucción de lo bello, pero a nuestro entender no es que lo feo persigue eso, sino que esa es su propia esencia. Viéndolo de esa manera, la belleza también tendría existencia con relación a lo feo y no es así. Tanto lo bello como lo feo, son dos momentos independientes. Cuando alguien experimenta belleza no está pensando en que tal deleite se da porque carece de las características de lo opuesto, en ese caso lo feo; o viceversa, que contempla un objeto y experimenta fealdad porque carece de las características de la belleza. Es el hombre en su afán de crear dualidad, que en el lenguaje crea el término agradable para lo que le es bello y en vez de crear un término nuevo para referirse a lo feo, lo descompone y crea el término desagradable. De esa manera bello y feo en el lenguaje quedan unidos siendo lo feo algo dependiente de lo bello. Como las experiencias bellas mayormente le resultan más útiles, o más bien, más convenientes al hombre, este hace de lo feo un valor negativo.
Según Platón al objeto “que es útil lo llamamos bello, en la medida que es útil, en la medida que sirve para determinados fines y en ciertas circunstancias, mientras que llamamos feo a aquel objeto que no es bueno para nada, bajo ninguno de estos aspectos.” (Platón: Hipias Mayor, cit. Por Estrada, Op.cit., p.683). Así aparece también en Rosenkranz en su libro “Estética de lo Feo” que “Lo bello, como el bien, es un absoluto; lo feo, como el mal, es un relativo. Que lo feo sea tal lo demuestra el hecho de que es comprensible sólo con relación a lo bello”. “el valor estético de lo feo, como contraste para resaltar la belleza” (K. Rosenkranz, cit. por S. Givone: Historia de la Estética, Tecnos, Madrid 1990, P. 86). De la misma manera y como un valor negativo dependiente de la belleza aparece lo feo en Nietzsche cuando dice: Todo signo de agotamiento, de pesadez, de vejez, de cansancio, toda clase de falta de libertad, bajo la forma de convulsión, parálisis, y, sobre todo, el color, el olor y la forma de la descomposición y de la putrefacción, aunque se encuentre tan atenuado que solo sea un símbolo, provoca idéntica reacción: la valoración de lo “feo”. (Op. cit, p. 606). Eso es como la luz y la oscuridad, debido a lo conveniente de la luz el hombre le ha atribuido, a ésta, belleza; pero también verdad y bondad y parece que la oscuridad no existe y que lo que se da es luz o carencia de luz. Es la tendencia del hombre a favorecer lo que a su juicio resulta más conveniente.