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San Agustín
En sus Confesiones, San Agustín hace algunas alusiones a su perdida obra primeriza De pulchro et apto, donde distingue una belleza que corresponde a las cosas en cuanto forman un todo, y otra belleza que les corresponde en virtud de su adaptación a alguna otra cosa o en cuanto parte de un todo. No podemos tener seguridad, a través de su breve comentario, de la naturaleza exacta de esta distinción. Sus reflexiones posteriores en torno a la belleza se encuentran diseminadas por todas sus obras, y especialmente en De ordine (del año 386), De vera religione (del año 390) y De musica (entre 388391), que constituye un tratado en torno a la medida. Los conceptos claves en la teoría agustiniana son unidad, número, igualdad, proporción y orden; de ellos, la unidad es la noción básica, no sólo en el arte, sino también en la realidad. La existencia de cosas individuales que forman unidades, y la posibilidad de compararlas con miras a la igualdad o semejanza, origina la proporción, la medida y el número. En varios lugares insiste en que el número es fundametal, tanto para el ser como para la belleza: "Examina la belleza de la forma corporal, y encontrarás que todas las cosas están en su sitio debido al número". El número da origen al orden, el ordenamiento de las partes iguales y desiguales en un todo integrado de acuerdo con un fin. Y del orden fluye un segundo nivel de unidad, la unidad que emerge de totalidades heterogéneas, armonizadas o dispuestas simétricamente mediante relaciones internas de semejanza entre las partes. Una característica importante de la teoría agustiniana es que la percepción de la belleza implica un juicio normativo. Percibimos los objetos ordenados como ajustados a lo que deben ser, y los objetos desordenados como no ajustados a ello; esta es la razón de que el pintor pueda rectificar sobre la marcha y de que el crítico pueda juzgar. Pero esta perfección o imperfección no puede ser meramente percibida; el espectador ha de llevar dentro un concepto del orden ideal, que le fue dado por cierta "iluminación divina". De aquí se sigue que el juicio de belleza es objetivamente válido: no puede darse en él relatividad alguna. San Agustín aborda también el problema de la verdad literaria, y en sus Soliloquios (año 387) propone una distinción más bien sutil entre los diferentes tipos de mentira o engaño. En la ilusión perceptiva, el remero erguido parece estar inclinado, y podría estarlo; pero la estatua no puede ser hombre, y por ello no es "mendaz". De igual modo, el personaje novelesco puede no ser real y pretender que lo es, pero no por voluntad propia, sino sólo doblegándose a la voluntad del poeta.
Santo Tomas de Aquino
La doctrina de Santo Tomás en torno a la belleza la encontramos concisamente expuesta, y casi de modo fortuito, en unos cuantos pasajes claves, que se han hecho justamente famosos por sus ricas implicaciones. La bondad es uno de los "trascendentales" en su metafísica, siendo predicable de todos los seres y hallándose presente en todas las categorías aristotélicas; es el Ser considerado en relación con el deseo o apetito. Lo agradable o placentero es una de las divisiones de la bondad: "lo que ultima el movimiento del apetito en forma de descanso en la cosa deseada, se denomina agradable" Y la belleza es aquello que agrada a la vista (pulchra enim dicuntur guae visa placent). Por supuesto, la contemplación "visual" se extiende aquí a cualquier otra percepción cognoscitiva; la percepción de la belleza es una especie de conocimiento. Dado que el conocimiento consiste en abstraer la forma que hace a un objeto ser lo que es, la belleza depende de la forma. La afirmación tomista más conocida en torno a la belleza aparece en una discusión del intento agustiniano de identificar las personas de la Trinidad con algunos de sus conceptos claves: al Padre con la unidad, etc. La belleza, dice, incluye tres condiciones:
a) La primera es la "integridad o perfección"
(integritas sive perfectio): los objetos rotos o deteriorados o incompletos, son
feos.
b) La segunda es la "debida proporción o armonía (debita proportio sive
consonantia), que puede referirse parcialmente a las relaciones entre las partes
del objeto mismo, pero sobre todo se refiere a cierta relación entre el objeto y
quien lo percibe: por ejemplo, el que el objeto claramente visible sea
proporcionado a la vista.
c) La tercera es la "luminosidad o claridad" (claritas) o brillantez". Esta
tercera condición ha sido diversamente explicada; se relaciona con la tradición
neoplatónica medieval, en donde la luz es un símbolo de la belleza y verdad
divinas. La claridad es ese "resplandor de la forma (resplendentia formae) que
se difunde por las partes proporcionadas de la materia", según se dice en el
opúsculo "De pulchro et bono", escrito por Sto. Tomás en su juventud o por su
maestro Alberto Magno. Las condiciones de la belleza pueden establecerse
unívocamente; pero la belleza, siendo parte de la bondad, es un término
analógico (es decir, posee diversos sentidos cuando se aplica a diferentes tipos
de cosas). Significa toda una familia de cualidades, porque cada cosa es bella a
su manera.