TP Nº3: La Dimensión Ontológica del Arte
Anthem (1983)
Si se habla de narraciones que se corren de lo convencional, “Anthem” (1983),
del videoartista estadounidense Bill Viola, es un claro ejemplo. En este
cortometraje predomina lo experimental. Predomina el uso elástico del sonido,
donde el grito modulado que parece salir de la boca de una niña, oscilando entre
lo animal, primitivo y ritualístico, reemplaza la palabra. Principalmente,
predomina la construcción poética desde el montaje, desde el collage, a partir
de la oposición, fusión y conexión de fragmentos. Son imágenes que, si bien son
poderosas en soledad, generan sentido y símbolo únicamente en su encadenamiento,
en su ritmo y estructura. Como toda obra de arte, expresa una dinámica entre
conservación y renovación. Contiene la esencia y principio clásico del acto de
montar, pero modelada al estilo y las preocupaciones estéticas posmodernas de
Viola, quien orquesta cierto orden para guiar nuestro ojo y hablar de su tiempo.
La sucesión de planos en “Anthem” va desde la imagen inicial de la bandera
estadounidense seguida por un árbol, hasta fragmentos de fábricas, sangre
corriendo por venas, cirugías, ojos, operaciones a corazón abierto, radiografías
de cráneos, melones cortados por la mitad, máquinas, etc. Si bien al enumerar
parece un rejunte inconexo, hay una clara intención en la selección por parte
del autor.
Durante un largo tiempo el hombre se obstinó en ver al arte sólo como
posibilidad para su alivio y justificación. Tanto la estética positivista como
hegeliana, supieron encontrar en el arte un medio para embellecer la vida. Pero
como marca Zátonyi, no hay arte verdadero con la exclusión de lo feo. Sólo en la
dialéctica entre mundos puede el hombre crecer, empapándose de lo brumoso para
no convertirse en parásito de lo estructurado. En la dialéctica entre lo Bello y
lo Feo, entre el mundo de la luz y el abismo, entre lo conocido y desconocido,
entre la certeza y la incertidumbre. Mundos siempre articulados a partir del
lenguaje, de la puesta en palabra (en este caso la imagen cinematográfica sin
diálogo tomando su papel).
Si bien la mirada hacia el afuera es trágica, acompañada de dolor y sufrimiento,
el polo opuesto es una mirada falsificadora de la creación artística. Lo lindo,
bonito y perfecto como equivalente del arte no son más que una trampa del poder
para paralizar al hombre. Son la representación del no-cambio, lo no-humano, de
la locura. Un poder que claramente nunca ha querido enfrentar la realidad de lo
que desborda su dominio. Pero tras este aparente refugio, si se trata del arte,
se vislumbra la angustia existencial que buscará indagar el cortometraje.
El hombre, porque ya no es cosa, no es un fenómeno en-sí, afortunadamente puede
decir: me duele, sufro. Si en el arte renacentista, los demonios del ser humano
se escondían detrás de las primeras capas, en “Anthem” lo que allí iba debajo de
la alfombra acá se nos echa en cara. Aquella estética de Platón, subordinada al
Bien y la ideología imperante, es despedazada. En este aspecto la pieza de
Viola, como gran parte del cine, toma una postura kantiana. Como ente bicéfalo,
el autor nos acerca a los límites, a lo incómodo de
nuestra existencia, pero al apelar al símbolo desde el arte, sin pagar un precio
alto por ello. Esta es la función de las llamadas Barreras Ontológicas.
Cuando el universo moderno deja de estar sostenido por la fe religiosa, y el
Constructor Celestial es reemplazado por el Gran Relojero, el hombre se reconoce
en su orfandad; advierte su fragilidad entre lo finito de su condición orgánica
y su mirada hacia el infinito. La construcción de las barreras mencionadas
sirven a esta cuestión. Son sistemas defensivos, como bien pueden ser la
religión, la ciencia, la filosofía, el mito y el arte. El lenguaje, cada
palabra, cada plano, es un elemento defensivo contra el caos y un triunfo contra
la locura.
Las Barreras Ontológicas contienen al hombre pero también pueden ser
atravesadas. Es decir, existe una franja sagrada sobre la que uno puede asomarse
con cierto conocimiento, en este caso, el sometimiento a la obra a sabiendas de
su condición de representación y archivo en pantalla.
La apertura de cuerpos en “Anthem” muestra la desnudez de la creación de Dios,
al ritmo de un grito que podría emparentarse con un canto gregoriano. Viola no
desaparece los fantasmas, sino que hace que los enfrentemos y tomemos conciencia
de ellos. Muestra lo repulsivo presente en el mundo dado, empírico. A partir de
estas imágenes grotescas, pone en pantalla de lo que estamos hechos. Utilizando
la enfermedad, la muerte, el interior del organismo y su separación de la base
espiritual, pone en contacto al espectador con el universo, con el medio
original. Aborda la complejidad humana, su fragilidad y finitud. Empuja a la
pregunta inquietante sobre la vida y el destino del hombre, y uno no puede
evitar sentir miedo ante la oscuridad que presenta, temor ante el peligro de la
deshumanización, el arrebato de lo sagrado y la vuelta al mundo en-sí que
amenaza al hombre incesantemente. El miedo, ya de por sí, una protección contra
lo que está más allá.
La Naturaleza es claramente uno de los puntos centrales del cortometraje. En el
transcurso de estos diez minutos se pueden observar árboles, serpientes
ingresando en huecos, como muestras de naturaleza en-sí, el “todo continuo” de
Parménides, a diferencia del resto de imágenes de irrupciones humanas sobre lo
natural. Aunque, si se piensa más en profundidad, esta diferenciación no es del
todo así. El melón cortado por la mitad con cuchillo, la incisión sobre el ojo,
la tierra penetrada por la máquina, son todas intervenciones del hombre al igual
que la mano artesanal de Bill Viola. El director, al capturar el árbol y la
serpiente en fragmentos de película, y posicionarlos como piezas de un
rompecabezas para transmitir su visión del mundo, está realizando un recorte
sobre la realidad, una incisión y deformación de la Cosa y el Objeto a partir
del montaje. Cada acto implica dejar una huella humana, y la Naturaleza no es
una noción desvinculada del hombre. La hominización del planeta de la que habla
Lacan se toca constantemente.
Como dice Platón, la batalla dual entre lo natural y lo cultural es
inevitablemente humana, y el choque entre el universo industrial y la naturaleza
no es casual en el cortometraje. Una de las últimas imágenes de “Anthem” muestra
una fábrica destruida y abandonada, una postura pesimista sobre la posmodernidad,
la cultura de la máquina y el deterioro de la humanidad y su entorno a partir de
ellas. Así como las válvulas de petróleo desgarran la
tierra, en cada una de las cirugías la máquina ataca el cuerpo y su integridad.
Pero, lógicamente, también parece ser un avance para salvarlo. “Anthem” es un
cortometraje ambiguo, de constante contradicción. En palabras de Marta Zátonyi,
la verdadera obra de arte no puede ser un medio de satisfacción. El auténtico
combustible del creador es la tensión entre la certeza y la incertidumbre. Acá
el director jamás cierra el sentido, no da respuestas sino que invita siempre al
pensamiento, a plantear inquietudes y preguntas ontológicas sobre el ser, la
razón moderna y sus consecuencias.
Retomando la incisión sobre el ojo, y sobre la razón moderna, Viola parece
mostrar preocupación por el estado del acto del “ver”. Es común en el cine la
utilización de la mirada como espejo de la mirada del espectador. El ver, la
cotejabilidad con la verdad fisiológica del ojo, también significa entender,
interpretar. El final de “Anthem” nos deja imágenes de Safeway (cadena de
supermercados), personas en autos cargando nafta, hablando en teléfonos
públicos, caminando en multitud y disfrutando de la playa con sus torsos
semidesnudos. Torsos que inevitablemente generan un contraste con esos mismos
cuerpos solitarios y abiertos minutos atrás. El director cierra con el sujeto,
el espectador podríamos decir, habitando con otros, en su estado cotidiano y
esperado de consumo y ocio, después de exponer sus interiores, horrores y su
actualidad máquina-dependiente durante diez minutos. Bill Viola pasa la pelota
para este lado e invita a no dejarse alienar, no mirar de forma pasajera y
desinteresada sino, como se dijo antes, reflexionar y preguntar sobre nuestro
mundo. Invita a, a partir de lo visto, justamente, ver.
Bibliografía:
Zátonyi, M. (2005). Una Estética del Arte y el diseño de imagen y sonido. Buenos
Aires: Librería Técnica CP67.
Zátonyi, M. (2006). Aportes a la Estética: Desde el Arte y la ciencia del siglo
XX. Buenos Aires: La Marca.
Zátonyi, M. (2007). Arte y Creación: Los caminos de la Estética. Buenos Aires:
Capital Intelectual.