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BEATRIZ PRECIADO .
BASURA Y GENERO
MEAR // CAGAR – MASCULINO // FEMENINO
Miles de fronteras de género, segmentan cada metro cuadrado del espacio que nos rodea. Donde la arquitectura parece ponerse al servicio de las necesidades naturales más básicas (dormir, comer, cagar, mear), operan las “tecnologías de género”. Así, los retretes públicos, van a convertirse progresivamente en cabinas de vigilancia de género.
En el siglo XX los retretes se vuelven auténticas células públicas de inspección en las que se evalúa cada cuerpo con los códigos vigentes de la masculinidad y la feminidad. En la puerta de cada retrete, como único signo, una interpelación de género: masculino femenino, damas o caballeros, bigote o florecilla, como si hubiera que entrar al baño a rehacerse el género más que a deshacerse de la orina y de la mierda.
Nos encontraremos entonces en una habitación de 1 por 1,5 m2 que intenta reproducir en miniatura la privacidad es un váter doméstico. La feminidad se reproduce precisamente por la sustracción de toda función fisiológica de la mirada pública. Sin embargo, la cabina proporciona una privacidad únicamente visual. Es así como la domesticidad se extiende y penetra el espacio público.
· Judith Halberstam; el baño es una representación, o una parodia, del orden doméstico fuera de la casa, en el mundo exterior.
El váter femenino, reúne así, funciones diferenciadas bajo una misma postura y un mismo gesto: femenino = sentado. Al salir de la cabina reservada a la excreción, el espejo, reverberación del ojo público, invita al retoque de la imagen femenina bajo la mirada reguladora de otras mujeres.
La única ley arquitectónica común a toda construcción de baños de caballeros es esta separación de funciones: mear-de pie-urinario/cagar-sentado-inodoro. La producción eficaz de la masculinidad heterosexual depende de la separación imperativa de genitalidad y analidad.
Podríamos pensar que la arquitectura construye barreras cuasi naturales respondiendo a una diferencia esencial de funciones entre hombres y mujeres. En realidad, la arquitectura funciona como una verdadera prótesis género que produce y fija las diferencias entre tales funciones biológicas.
La división espacial de funciones genitales y anales protege contra una posible tentación homosexual. El inodoro preserva los momentos de defecación de sólidos, momentos de apertura anal, de la mirada pública.
· Lee Edelman: el ano masculino debe abrirse solamente en espacios cerrados y protegidos de la mirada de otros hombres porque de otro modo podría suscitarse una invasión homosexual.
No vamos a los baños evacuar sino hacer nuestras necesidades de género. No vamos a mear sino reafirmar los códigos de la masculinidad y la feminidad en el espacio público. Cada momento de expulsión de un desecho orgánico sirve como ocasión para reproducir el género. Las inofensivas máquinas que comen nuestra mierda son en realidad normativas prótesis de género.
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