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Introducción a los Estudios de Género

1° Parcial

Cátedra Fernández

2º Cuat. de 2009

Altillo.com
  1. Desarrolle desde las dimensiones epistémica y política la diferencia genérica como problema. Incluya la noción de patriarcado en la construcción de subjetividades femeninas y masculinas en la actualidad.
 
 

El género no es lo mismo que el sexo biológico, el género son las construcciones  culturales e histórico sociales sobre los cuerpos de varones y mujeres, el género hace letra en el cuerpo. La identidad sexual se construye no es algo dado, algo natural, uno deviene un sujeto masculino o femenino, no nace con eso. La subjetividad es un nudo singular que surge como resultado de múltiples hilos que se entrecruzan en un lugar y momento histórico determinado. No se puede pensar al ser aislado de su contexto ya que éste determina los modos de ser mujer y varón en una cultura. Las dimensiones políticas y epistémicas son elementos que nos permiten desentrañar los hilos de ese nudo que es el sujeto, son herramientas que nos permiten deconstruir los conceptos de femenino y masculino, sus consecuentes naturalizaciones y sus relaciones de poder. Sólo a partir de un abordaje crítico que tenga en cuenta las dimensiones políticas, epistémicas, socio-históricas y éticas será posible elucidar las relaciones entre lo masculino y lo femenino para poder entender el modo en que se construyen las subjetividades actuales de mujeres y hombres. Los estudios de la mujer, y posteriormente los estudios de género, han abordado esta problemática desde ambas dimensiones, política y epistémica, abriendo a cuestionamientos inéditos en el campo de las ciencias humanas, han elucidado las significaciones imaginarias sociales, han desnaturalizado sus prácticas y contribuyen a la reconstrucción ética de un saber por fuera de las lógicas hegemónicas masculinas (o femeninas). La dimensión política aborda las relaciones asimétricas de poder entre hombres y mujeres, un poder jerárquico, piramidal, que ha estado históricamente en manos de los hombres, un poder productor de subjetividad que además de  prohibir y someter arma relaciones, legitima modos de ser. Podríamos decir que la dimensión epistémica está guiada básicamente por estas preguntas ¿Cómo se conoce la diferencia? ¿Qué lugar ocupa lo diferente en el conocimiento? ¿De qué manera el discurso científico facilita la legitimación de las formas hegemónicas masculinas? ¿Cómo influyó a lo largo de la historia que el conocimiento estuviera manejado sólo por hombres? Se trata fundamentalmente de delimitar las áreas de visibilidad e invisibilidad de cada teoría, de cada disciplina para llegar a comprender de qué modo afectaron estos constructos a la emergencia subjetiva de hombres y mujeres.

En relación a esto último podemos considerar la ecuación antropologocentrista H=h, desde la cual se ha homologado el concepto de “ser humano” al de “hombre”, y no al de cualquier hombre sino que éste hace referencia a los hombres productores de ciencia de la modernidad, hombres blancos, de clase media, heterosexuales, etc. El ser humano está representado a imagen y semejanza de este grupo de hombres, que se transforman en el eje de medida de las modalidades del ser, de esta manera quedan como lo positivo y lo neutro, todo lo que no es hombre queda negativizado, invisibilizado y por ende es considerado inferior y sometido lo superior. Se arma así una sociedad sostenida desde las lógicas de lo Uno, de lo mismo, donde el hombre queda como paradigma de lo que es lo humano y lo diferente no tiene lugar en la construcción del conocimiento valorado, lo otro no es pensado en su especificidad sino en relación a lo Uno. Las mujeres (lo otro) son así definidas por el hombre pero esta relación no es reversible ya que los hombres no son definidos por las mujeres sino por ellos mismos. Y son definidos como poseedores de la razón y del pensamiento lógico, y las mujeres como el sexo débil, falto de razón, así los hombres pasan a manejar las riendas de la vida pública social, así se organiza una sociedad patriarcal donde estas ideas de jerarquía sexual se legitiman a través de los distintos discursos de las disciplinas reinas, a través de sus regímenes de verdad, del disciplinamiento de los cuerpos, de los mitos culturales que instituyen creencias que luego se naturalizan y de la reproducción de los imaginarios sociales por parte de la sociedad entera.

Esta episteme de lo mismo, que se convierte en un a priori para la construcción de los saberes sobre lo humano, se estructura desde 3 lógicas: La lógica atributiva, ( atribuye lo particular del hombre a la especie humana); La lógica binaria (alterna dos valores de verdad, uno positivo – varón- y otro negativo - mujer) y la lógica jerárquica (el polo femenino queda posicionado como inferior con respecto al masculino -la mujer es considerada el complemento del hombre, no al revés)1.

Los diferentes posicionamientos subjetivos en las sociedades modernas han sido sostenidos, entre otras cosas, desde un discurso que hace corresponder la genética de los cuerpos a los deseos, es decir que una mujer debe querer ser madre sólo por el hecho de contar con una sistema reproductor que posibilita la gestación, es más, una mujer se realiza como tal una vez que es madre. Así las funciones biológicas son tomadas como esenciales, como atemporales y elevadas al rango de universales ontológicas (“toda mujer quiere ser madre” y “todo hombre desea proteger a sus mujeres y niños” porque él posee una musculatura más prominente y más potencia). Se invisibiliza que las características “biológicas” son en realidad productos culturales. Como dice Ana Fernández “El paradigma legitimador será el concepto de naturaleza.” “Con Aristóteles, y luego con Galeno, tomará fuerza la noción de la mujer como hombre fallado, incompleto…y por lo tanto inferior”2

La combinación de estos discursos es lo que da lugar a la naturalización de la diferencia, legitimando así la desigualdad concebida como inferioridad femenina. Este modo de sociedad patriarcal no es propio del sistema capitalista, de hecho en las sociedades anteriores al siglo XX el sistema patriarcal era explícito y la autoridad del hombre se hallaba legitimada jurídicamemente. Las mujeres estaban bajo el dominio del patriarca (el padre o hermano, luego el marido) quien decidía sus destinos (con quiénes se iban a casar, sus modos de vivir su sexualidad, sus tareas, etc). Ellas eran constituídas como objetos de intercambio para consolidar alianzas entre grupos familiares y asegurarse la descendencia (un heredero y futuro patriarca), mientras que los hombres eran constituídos como sujetos dominantes. “La función primordial de la mujer radicaba en su potencialidad para procrear, pero dada la alta mortalidad infantil las madres no tenían un fuerte lazo afectivo con sus hijos. Tampoco participaban en su autodefinición, por lo tanto no tenían una identidad desde la cual negociar su subordinación.”3 Smuckler define al patriarcado como la distribución desigual de poder entre hombres y mujeres.

 Con la emergencia del capitalismo se producen transformaciones en la organización social y en la estructura familiar. Los individuos comienzan a adquirir valor como sujetos reproductores de la fuerza de trabajo, desaparecen los elementos de cohesión de los lazos consanguíneos, como la tierra en común, un oficio familiar, etc. Pero el sistema patriarcal no queda abolido sino que toma formas más veladas. Se pasa del amor cortesano al amor romántico, el afecto entre los cónyuges pasa a ser el organizador nuclear de la familia, surgen las categorías modernas de “maternidad” e “infancia” que contribuyen a construir una identidad de la mujer como “dadora de amor y cuidados” y una identidad masculina como el proveedor material del hogar. Estos cambios hicieron creer a las mujeres que ellas querían (porque debían) ser amas de casa y dedicadas al ámbito privado en pos de un amor que las completara. Se produce una mistificación del patriarcado; éste queda oculto tras la mascarada del amor, de la natural intuición maternal, etc. El trabajo doméstico de la mujer es concebido no como trabajo sino como acción de amor, como una  “alianza afectiva” en la que ella relega la realización de sí misma a favor de los otros (marido e hijos). El imaginario social dictamina que ella no es productora de ningún bien material, por ende depende de su marido económicamente.

Por otro lado, en la sociedad capitalista la mujer adquiere una identidad espiritual que le otorga un poder nuevo, aunque en principio confinado a los límites del ámbito doméstico. Se comienza a tomar en cuenta la subjetividad femenina pero de una forma domesticada, subordinada, una forma que permitiera encubrir la desigualdad de los roles familiares, la desigualdad de la distribución de los bienes tanto materiales como simbólicos y de la importancia de la mujer como sostén de la estructura social. Este reconocimiento de las particularidades femeninas es condición de posibilidad del ulterior levantamiento feminista dado que la mujer obtuvo por primera vez una voz que expresar. Las teorías psicológicas ubican a la mujer en nuevo rol de madre hiper-influyente y proveedora de la seguridad emocional de sus hijos, esto contribuye a la legitimación del mundo familiar como mundo afectivo, dejando de lado su carácter económico y político. Esto, a su vez, creó un lazo de dependencia de hijos y maridos hacia las madres-esposas, lo cual hizo visible el papel de la mujer en la esfera social.

A partir de los años ´60´s, con la inserción masiva de la mujer en el ámbito público no desaparecieron sus obligaciones maternales y conyugales, simplemente se le sumaron las sociales a las ya existentes creando en las mujeres una tensión entre los modos de su universo privado y las de su universo público, dado que la lógica para el primero es una lógica del sentimiento y para el segundo una lógica de la razón. Muchas mujeres profesionales, incluso hoy, relegan su desarrollo profesional por culpa a no ser una buena madre-esposa. Con esto podemos afirmar que las significaciones imaginarias que se corresponden con el sistema patriarcal operan hoy con plena eficacia en los modos de subjetivación femeninos y masculinos, dado que no se ha encontrado otra solución que satisfaga las necesidades que el mantenimiento de la estructura social requiere. De este modo podemos ver que lo propio de cada sexo es moldeado por una cultura dependiendo de sus urgencias y necesidades sociales, pero que desde hace muchos años vivimos en una sociedad patriarcal, aunque de a poco vamos abriendo interrogantes al respecto.

La propuesta de la cátedra es pensar las diferencias en su positividad, no como alteridad inferior, no como el polo negativizado de la antinomia Identidad-diferencia sino como equidad. Para esto es necesario una elucidación critica que permita rastrear los a priori desde los cuales se construyeron las categorías lógicas de lo femenino y masculino en cada momento histórico y un análisis genealógico para poder captar las necesidades sociales a las que dichas construcciones fueron respuesta. No se trata de hacer de la mujer el nuevo objeto de estudio de las ciencias humanas, esto sería pensar desde la episteme de lo mismo pero haciendo hincapié en el otro polo, sería caer nuevamente en un reduccionismo. “Hay que rechazar las nociones de superioridad, inferioridad e igualdad que han pervertido las discusiones y empezar de nuevo”4. Se trata más bien de pensar a la mujer y al hombre en sus especificidades, como campo de problemáticas atravesados ambos por múltiples variables. Para esto es necesario un cambio de metodología, de un cuerpo teórico que describe y construye objetos discretos a un saber transdisciplinario que construye objetos diversos. 
 

2)  Fundamente y desarrolle los conceptos que desde los estudios de género resultan necesarios para pensar las subjetividades sexuadas como construcciones socio-históricas de la modernidad. 
 

     Los estudios de género han puesto en jaque a la mayoría de los conceptos científicos desde los que se pensaba la diferencia sexual. Como herederos de los estudios de la mujer, han desentrañado los componentes políticos, económicos y sociales de la desigualdad distributiva del capital simbólico y material entre ambos sexos y han contribuido a reconocer el papel que las significaciones imaginarias sociales, el discurso científico y las disciplinas reinas han tenido en la legitimación de estas teorías y modos de subjetivación.

   

    Cada momento histórico instituye sus significaciones imaginarias sociales, que son internalizadas y reproducidas por cada sujeto singular dentro de dicha sociedad. Estas significaciones son las que hacen que las cosas sean lo que son y adquieran valor (o no) dentro de una determinada cultura, ellas determinan qué es permitido y qué prohibido, lo lindo y lo feo, lo bueno y lo malo, etc.  Si consideramos que las subjetividades son un constructo histórico social, podemos afirmar que éstas están determinadas por las significaciones imaginarias que cada cultura tiene para los que debe ser y hacer una mujer y lo que debe ser y hacer un hombre. Las significaciones instituidas reproducen un discurso social que de esta manera se asegura su continuidad. Este discurso hace corresponder los deseos de los sujetos al orden de determinaciones existentes y por ende retroalimenta al poder en vigencia.

   

     En la modernidad, con el surgimiento de la revolución industrial y la emergencia de las sociedades capitalistas, comienzan a darse varios cambios a nivel social, económico, político, familiar, institucional, etc. De la familia expandida se pasa a la familia nuclear, del patriarcado explícito se pasa al patriarcado implícito, del amor cortesano al amor romántico, de la falta de individuación femenina se pasa a reconocer a la mujer como base de la cohesión familiar, etc, pero la distribución inequitativa del poder sigue siendo una constante que deja a la mujer en el polo menos favorecido, aún teniendo en cuenta los avances que las mujeres hemos logrado en relación a nuestros derechos durante los últimos 40 años. Las formas de subordinación han ido cambiando pero no suprimiendo. Las sociedades siguen estando dominadas mayormente por hombres, si bien a la mujer se le ha permitido el acceso al ámbito público, son pocas las que tienen un puesto jerárquicamente valorado o las que ocupan cargos importantes dentro del sistema social en general. Se observa que las modalidades con las que una sociedad está acostumbrada a funcionar no caducan de un día para otro con la emergencia de nuevas modalidades sino que éstas coexisten dentro de una misma época.