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Resumen para el Primer Parcial  |  Adolescencia (Cátedra: Barrionuevo - 2018)  |  Psicología |  UBA

El sujeto en tiempos de capitalismo tardío

Sujeto y ética del psicoanálisis

El psicoanálisis limita la dimensión de la conciencia que era lo único verdadero y confiable y la subordina a lo inconsciente, que posee contenidos, mecanismos y pensamientos propios, y que se expresa en el yo, en el ello y en el superyó como instancias desde cuya interrelación derivaría la producción sintomática que lleva emparentada la noción de conflicto.

Freud va a denominar a los contenidos del inconsciente “agencias representantes de la pulsión”, la pulsión solo se halla presente en lo inconsciente por medio de sus representantes.

El sujeto no es centro de todo, esta sujetado o determinado por lo inconsciente y está marcado por la ruptura o escisión consciente-inconsciente.

Por otro lado, Lacan dirá que el inconsciente está estructurado como un lenguaje y constituye la relación inconsciente-lenguaje-Otro.

Desde la propuesta de Lacan, el orden simbólico opera como determinante, como legalidad, en cuanto al lugar del sujeto en su relación al Otro, que esta mediada por un código o un sistema de reglas que permiten estructurar el intercambio a partir del lenguaje. Lacan aclara que el inconsciente freudiano es lingüístico, proponiendo que el inconsciente estaría estructurado como el lenguaje, en tanto solo puede ser captado al ser puesto en palabras. Lacan dirá que el inconsciente esta estructurado como un lenguaje y un saber, que es saber inconsciente.

En cuanto a la ética, toda concepción del hombre, está fundamentada en una ética, aunque ésta no se especifique o enuncie. La ética psicoanalítica es ética del deseo, en tanto la noción del sujeto en psicoanálisis supone la relación “deseo-inconsciente” propuesta por Freud. La ética del psicoanálisis no es ética hedonista, manteniendo dirección contraria a las propuestas de la sociedad de consumo. Tampoco la ética del psicoanálisis es utilitarista. La ética del psicoanálisis es ética del deseo. La noción de deseo es puesta en escena por Freud y luego por Lacan, definido como deseo inconsciente, concepto en el cual se enlazan inconsciente y sexualidad en tanto las temáticas y las representaciones inconscientes están referidas al deseo sexual.

La dirección de la cura psicoanalítica sostiene la importancia de que le analizante descubra su deseo.

Lacan sostiene que el deseo surge en el campo del Otro, en lo inconsciente, remarcando el lazo “deseo- inconsciente” en tanto el deseo surge en el campo del Otro y en relación al deseo del Otro.

La ética que sostiene la teoría psicoanalítica supone reconocimiento, fortalecimiento o rectificación de la posición del sujeto respecto de su deseo.

 

El sujeto de la sociedad de consumo

Es importante considerar que la ideología y las condiciones de cada momento histórico-socio-cultural impregnan al sujeto que se encuentra viviendo allí.

El timpo en que vivimos es definido como tiempo del capitalismo tardío o de la sociedad de consumo, derivación del posmodernismo, tomando expresiones de varios autores (Augé), con las que se intenta definir las condiciones sociales y culturales de una globalización económica denigrante que transforma a los hombres en objetos.

Los cambios respecto de las condiciones de vida del sujeto se inician y se pueden ubicar en un contexto que lo denominan “posmodernismo” caracterizado por el predominio de la imagen y por la imposibilidad de proyección del sujeto en el objeto, en tanto el sujeto “es” el objeto. Por otra parte, el “posmodernismo” esta enlazado con las transformaciones que produce el capitalismo a niveles socio-económicos.

Por otro lado, Lipovetsky sostiene que la sociedad posmoderna se ubica en la era del vacío en la que los sucesos y las personas pasan y se deslizan, sin ídolos y tabúes, pero tampoco tragedia, sin lugar para la revolución ni para fuertes compromisos políticos.

Augé plantea que en la sobremodernidad la identidad del sujeto está en crisis en tanto se rechaza el juego social del encuentro con el otro.

El tiempo del capitalismo tardío, está caracterizado por la estimulación del consumo, la sobrevaloración de la imagen y la importancia de la inmediatez que producen los medios de comunicación masivos que permiten presenciar al instante imágenes de algo que está sucediendo a kilómetros.

Se ubica al sujeto en un mundo consumista que propicia la adicción en general y que crea un nuevo lugar para las drogas.

La teoría y la práctica del psicoanálisis están atravesadas por las coordenadas de su época en tanto cada momento histórico-socio-cultural implica un ordenamiento social y económico, que procura modos de goce, tiene consecuencias sobre el lazo social y sobre la constitución subjetiva.

Lacan diseña un dispositivo de cuatro discursos básico: el del amo, el universitario, el de la histérica y el analítico. Este esquema supone un análisis de los discursos posibles, y permite establecer las relaciones entre el amo, el saber, el goce y el sujeto. En su estudio Lacan plantea que conservan un eje de imposibilidad específica y otro de importancia y remarca lo insostenible de un discurso que agrega a los cuatro originarios:  el discurso capitalista, en tanto es imposible alcanzar la felicidad total por la vía del consumo. Deja al sujeto en la impotencia cuando intenta rellenar con bienes el intervalo entre el goce buscado y el goce obtenido, el objetivo del capitalismo es que todo lo que existe se presente como mercancía ofrecida para ser comprada. El discurso capitalista, es una formulación lacaniana para pensar el rechazo de la castración en una sociedad de consumo que hace creer que todo es posible de lograr en tanto todo es mercancía, objeto de mercado. Se trataría del rechazo de la castración en tanto supuestamente no habría imposibilidad.

Lacan sostiene que la plusvalía es la causa de la producción en exceso y de la consecuencia de consumo insaciable de objetos.

En cuanto al superyó del discurso capitalista, se lo pensaría como, cuanto más acepta el sujeto las leyes del consumo, se hace cada vez más exigente y demandante, como equivalencia clara y directa de la voracidad del discurso capitalista.

Freud plantea que el sufrimiento amanazaba al hombre por tres lugares:  el propio cuerpo, desde el mundo exterior y desde los vínculos con los otros seres humanos.

Hoy, el capitalismo dice están en condiciones de librarnos de estas fuentes de sufrimiento. Si estas fuentes de sufrimiento nos enfrentaban a la castración, la sociedad moderna ofrece supuestas seguridad y confortabilidad cotidianas que venden la ilusión de librar de tales límites a la omnipotencia narcisista, instalando que todo es posible.

Al no reconocer lo imposible como un tope, se deja al sujeto sometido a un goce sin límite al sostenerse que “todo se puede”.

En tiempos de capitalismo tardío el deseo no queda habilitado o se devalúa por cuanto se hace suponer que sortear los limites es posible en tanto se puede lograr lo que se pretende vía consumo de objetos. Son los objetos del mercado los que dirigen nuestros deseos y goces.

 

El otro y el discurso capitalista

El sujeto del psicoanálisis es sujeto del inconciente y del lenguaje y que este lenguaje le vendrá desde Otro lugar.

El Otro es ese lugar que constituye la anterioridad y la preeminencia sobre el sujeto.

El Otro simbólico se sustenta en el hecho que el ser hablante debe someterse a las leyes del lenguaje aun antes de nacer, en tanto las relaciones entre sus padres están reguladas por la palabra. Inmerso en un “baño del lenguaje” significa que se hablará de “ese niño”

El sujeto se ubicará en el lugar que le será asignado, y allí se reconocerá.

El Otro es alteridad radical. Es el lugar donde el decir es leído y sancionado como dicho. Sin embargo alguien, con nombre y apellido, puede “encarnar” este lugar, puede “encarnar” al Otro.

Cualquier personaje significativo en la vida de un sujeto puede “encarnar” el lugar del Otro. Es que el Otro no es el interlocutor, no es otro cualquiera, es el lugar evocado en el recurso a la palabra. Sin embargo, en tanto hay lenguaje hay otro a quien va dirigido el mensaje. Y para que este otro pueda recibir las palabras que lleva el mensaje es necesaria la función del Otro, como tesoro del significante y como alteridad radical. El otro en cambio es un semejante, tal como puede serlo un compañero del colegio para un adolescente. El Otro, en cuanto lugar de la palabra, se opone entonces al otro imaginario.

Respecto del Otro materno, tendríamos que diferenciar la “madre simbólica”, que inscribe su función en términos de la alternancia presencia-ausencia, al modo de la “madre suficientemente buena” que conceptualiza Winnicott, con relación a la dialéctica ilusión-desilusión; la “madre real”, todopoderosa, omnipotente; y la “madre deseante”, que representa un enigma para el sujeto, respecto del lugar hacia el cual orienta su deseo.

En la adolescencia es necesario el desprendimiento o desasimiento del Otro familiar, en términos freudianos: desasimiento de los padres de la infancia, en un trabajo de duelo en el cual el Otro del complejo fraterno tendrá especial importancia. El trabajo de duelo representa para el adolescente en tanto tal, la dolorosa tarea de tomar distancia de aquello que Freud señaló como núcleo del sistema narcisista y marca de la inmortalidad del yo. La aceptación, no sólo de la propia castración, sino de la caída de la omnipotencia parental, sumirá al sujeto en la angustia; éste mutará desde aquella imagen especular de la infancia, de aquel niño previsible y adaptado a las demandas y expectativas de los adultos, a un adolescente indómito, extraño para sí mismo y para el ámbito familiar.

Tal como Freud lo sostiene, el sujeto se encontrará atravesado por los avatares de “la tormenta de la pubertad”.

Lacan propone cuatro discursos: el del Amo, el de la histérica, el analítico y el universitario como fórmulas útiles que vienen a representar algo. El discurso es una estructura necesaria que excede a la palabra, subsiste sin palabras en formas fundamentales que no pueden mantenerse sin el lenguaje. El discurso capitalista, que luego agrega a los originarios cuatro discursos, lo considera prolongación o derivación del discurso del Amo, y está caracterizado por el rechazo de la castración, genera la ilusión en el sujeto del encuentro con el objeto de la satisfacción. El discurso capitalista es un rechazo de la imposibilidad, “si hay voluntad se puede” sería su máxima. Perversión del discurso del Amo, desvitaliza el lazo social y promueve el individualismo y el aislamiento como expresiones de un goce sin fin y encierro autoerótico.

En el tiempo del capitalismo tardío se confunden goce y consumo, y el Otro del discurso capitalista sostiene el mandato insensato de gozar que se tramita por la exigencia de consumir los objetos que produce la sociedad de consumo.

Cabe aclarar las diferencias entre deseo y goce. El deseo para Freud es el deseo inconciente, que es diferente a la necesidad que se halla referida a un objeto real que satisface la necesidad a través de una acción especifica, reduciéndose la tensión. Aquello que le es inherente al deseo, es, precisamente, su insatisfacción.

Goce, se refiere a aquello que lleva al sujeto a perder su cuota de libertad, con la marca del exceso que provee la pulsión de muerte, pudiéndose definirlo como una satisfacción paradójica, sufriente, que el sujeto neurótico obtiene en el síntoma y tiene la marca de lo ilimitado, de lo que no cesa. Tal exacerbación de la

satisfacción pulsional, quiebra el principio homeostático que en términos económicos constituye el principio del placer y reconduce al sujeto a intentar el logro de lo imposible: el reencuentro con el objeto perdido. El goce se inscribe del lado del sufrimiento y del dolor, por eso articula compulsión a la repetición y pulsión de muerte.

El adolescente y el Otro: Las marcas de la postmodernidad.

No hay Cultura sin “mal-estar

Parece que el debilitamiento del lazo social intenta suplirse con un “nuevo” Otro, con características peculiares: el mercado.

De ahí que se le asigne al adolescente un lugar idealizado en la cultura de nuestros días: el de consumidor. Claro está que no sólo representa una estrategia de marketing, sino una propuesta ideológica.

Por lo tanto, el trabajo que los adolescentes deben efectuar (desasimiento de la autoridad de los padres y hallazgo de un objeto no incestuoso), se llevará a cabo bajo coordenadas socio-culturales muy diferentes a las de la Modernidad.

La degradación de la palabra a favor del predominio de la imagen, denotan el empobrecimiento del deseo.

La adolescencia puede ser entendida desde el Psicoanálisis, como“…una contundente conmoción estructural, un fundamental y trabajoso replanteo del sentimiento de sí, de la identidad del sujeto.”

La adolescencia es una construcción histórico-social, y por lo tanto atraviesa también, trastocándola, a la estructura familiar, que hasta entonces había logrado mantener cierta homeostasis.

La familia no constituye el único agente de socialización y transmisión de valores. A los cambios (familias monoparentales, ensambladas, ampliadas, etc.), se le suma el debilitamiento o desfallecimiento de las funciones materna y paterna. Se hace refencia a padres que aspiran a mantenerse eternamente jóvenes, apropiándose de los emblemas identificatorios, jergas, indumentaria, modismos, etc., propios de los adolescentes, con la inevitable ausencia de adultos, en términos de posicionamientos simbólicos, con los cuales aquellos deberían confrontar y que, en expresiones que suelen usarse actualmente, correspondería a “la adolescentización de los padres”.

En este contexto, el sostén y fuente de identificación se asienta en el grupo de pares, la tribu o grupos cualesquiera, que provee un lazo social fraterno.

 

Carta 52

Eje: las instancias del esquema del peine en términos de transrcripciones

El material psíquico presenta una estratificación sucesiva, porque las huellas mnémicas experimentan un reordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción (retranscribir): consiste en reordenar las huellas mnémicas según nuevos nexos.

 P------PS-----ICC----PRCC----CCE

Las neuronas (P) reciben percepciones que se anudan a la conciencia sin conservar huella alguna de ellas. Conciencia y memoria se excluyen entre si.

1) Ps (signos de percepción) es la primera trascripción, no es susceptible de conciencia y se articula según una asociación por simultaneidad.

2) La segunda trascripción es en el inconsciente (Icc), ordenada por otros nexos. Las huellas Icc son recuerdos de conceptos, inaccesibles a la conciencia.

3) La tercera trascripción es la preconsciente (Prcc), ligada a representaciones-palabra del Yo. Por último las investiduras pueden devenir concientes de acuerdo con ciertas reglas, posteriormente, ligada a la reanimación alucinatoria de representaciones-palabra, de modo que neurona-conciencia es igual a neurona-percepción y en sí carece de memoria.

En las psiconeurosis no se produce la traducción para ciertos materiales.

Hay una tendencia a la nivelación cuantitativa: cada reescritura posterior inhibe la anterior y desvía de ella el proceso excitatorio.

La denegación de la traducción es la represión, producto (la denegación) del desprendimiento de displacer que se generaría por una traducción.

Hay también una defensa normal entre trascripciones de la misma variedad, a causa de un displacer, y una patológica (represión) contra una huella todavía no traducida de una fase anterior. Que la defensa termine en represión no depende de la magnitud del desprendimiento de displacer, ya que un suceso que despierta cierto displacer cuanto más a menudo se lo recuerde más inhibido quedará el displacer durante la trascripción-recuerdo. Pero si el recuerdo al despertar desprende mayor displacer que el que tuvo en su momento, el recuerdo se comporta como algo actual y no es inhibible en la fase posterior. Esto sólo es posible en sucesos sexuales, porque las magnitudes de excitación que ellos desprenden crecen por sí solas con el tiempo (con el desarrollo sexual).

No todas las vivencias sexuales desprenden displacer, en su mayoría desprenden placer. Si la reproducción de ellas se conecta con un desprendimiento de placer se genera una compulsión, si se conecta con un desprendimiento de displacer genera una represión.

Las zonas erógenas son partes del cuerpo que reciben un desprendimiento sexual. El ataque histérico no es un aligeramiento, sino una acción: es un medio para la reproducción de placer. El ataque de vértigo, el espasmo de llanto, todo ello cuenta con el otro, pero las más de las veces con aquel otro inolvidable al que nadie igualará.

 

Realidad y juego (Winnicott)

Muerte y asesinato en el proceso adolescente

En la adolescencia los jóvenes salen de la infancia y se alejan de la dependencia para encaminarse hacia su condición de adultos.

Es valioso comparar las ideas adolescentes con las de la niñez. Si en la fantasía del primer crecimiento hay un contenido de muerte, en la adolescencia el contenido será de asesinato. Aunque el crecimiento en el periodo de la pubertad progrese sin grandes crisis, puede que sea necesario hacer frente a problemas de manejo, dado que crecer significa ocupar el lugar del padre. En la fantasía inconsciente, el crecimiento es intrínsecamente un acto agresivo.

Es útil observar el juego de “Soy el rey del castillo”, el cual implica la muerte de todos los rivales, se derriba al rey (padre) y se convierte uno en monarca.

Si se quiere que el niño llegue a adulto, ese paso se logrará por sobre el cadáver de un adulto.

En la fantasía inconsciente total correspondiente al crecimiento de la pubertad y la adolescencia existe la muerte de alguien.

Los padres en esta situación deben sobrevivir, mantenerse intactos. Esto no quiere decir que no puedan crecer ellos mismos.

El adolescente es inmaduro. La inmadurez es un elemento esencial de la salud en la adolescencia. No hay más que una cura para ella, y es el paso del tiempo y la maduración que este puede traer.

La inmadurez contiene los rasgos más estimulantes de pensamiento creador, sentimiento nuevos e ideas para una nueva vida. La sociedad necesita ser sacudida por las aspiraciones de quienes no son responsables Lo característico de la adolescencia es su inmadurez y el hecho de no ser responsable.

Los cambios de la pubertad se producen a distintas edades. El esperar impone una tensión a todos, pero en especial a los de desarrollo tardío, así es posible encontrar a estos últimos imitando a los que se desarrollaron antes, cosa que lleva a falsas maduraciones basadas en identificaciones, y no en el proceso de crecimiento innato. También hay un cambio físico y de la adquisición de fuerzas. Junto con la fuerza llegan también la astucia y los conocimientos para utilizarlas.

Lo más difícil es la tensión que experimenta el individuo, y que corresponde a la fantasía inconsciente del sexo y a la rivalidad vinculada con la elección del objeto sexual.

El adolescente se encuentra en proceso de crecimiento, no pueden hacerse cargo aun de la responsabilidad, por el matar y ser muerto.

La madurez sexual tiene que abarcar toda la fantasía inconsciente del sexo, y en definitiva el individuo necesita poder llegar a una aceptación de todo lo que aparezca en la mente junto con la elección del objeto, la satisfacción sexual. Por otro lado, está el sentimiento de culpa adecuado en términos de la fantasía inconsciente total.

Una de las cosas más estimulantes del adolescente es su idealismo: todavía no se han desilusionado, y tienen ideas para cambiar el mundo

 

La metamorfosis de la pubertad (tres ensayos)

Con la llegada de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida sexual infantil a su conformación normal definitiva. La pulsión sexual era predominantemente autoerotica. Hasta ese momento actuaba partiendo de pulsiones y zonas erógenas singulares. Ahora hay una nueva meta sexual, para alcanzarla, todas las pulsiones parciales cooperan, al par que las zonas erógenas se subordinan al primado de la zona genital.

La pulsión sexual se pone ahora al servicio de la sunción de reproducción.

El primado de las zonas genitales y el placer previo

Lo esencial de los procesos de la pubertad es el crecimiento manifiesto de los genitales externos, que durante el periodo de latencia de la niñez había mostrado una relativa inhibición. El desarrollo de los genitales internos ha avanzado hasta el punto de poder ofrecer productos genésicos o para la gestación de un nuevo ser.

Este aparato debe ser puesto en marcha mediante estímulos, en relación con ello, los estímulos pueden alcanzarlo por tres caminos: desde el mundo exterior, por excitación de las zonas erógenas, desde el interior del organismo y desde la vida anímica. Por los tres caminos se provocan lo mismo: un estado que se define como de excitación sexual y se da a conocer por medio de dos clases de signos, anímicos y somáticos. El signo anímico consiste en un sentimiento de tensión, entre los múltiples signos corporales se sitúa en primer termino una serie de alteraciones en los genitales que tiene un sentido: la preparación para el acto sexual.

La tensión sexual

El estado de excitación sexual presenta, el carácter de una tensión. Un sentimiento de tensión tiene que conllevar el carácter del displacer. Un sentimiento de esa clase entraña el esfuerzo a alterar la situación psíquica: opera pulsionalmente. Pero si la tensión del estado de excitación sexual se computa entre los sentimientos de displacer, se tropieza con el hecho de que es experimentada inequívocamente como placentera. Siempre la tensión producida por los procesos sexuales va acompañada de placer.

El placer previo es lo mismo que ya podía ofrecer la pulsión sexual infantil, el placer final es nuevo, y por lo tanto depende de condiciones que solo se instala con la pubertad.

 

La teoría de la libido

La libido es como una fuerza susceptible de variaciones cuantitativas, que podría medir procesos y transposiciones en el ámbito de la excitación sexual. Se la diferencia de la energía que ha de suponerse en la base de los procesos anímicos en general, y se le confiere un carácter cualitativo. Al separar la energía libidinosa de otras clases de energía psíquica, los procesos sexuales del organismo se diferencian de los procesos de la nutrición. El análisis de la perversiones y psiconeurosis permite decir que esta excitación sexual no es brindada solo por las partes llamadas genésicas, sino por todos los órganos del cuerpo. Se llega a la representación de un quantum de libido a cuta subrogación psíquica se la llama libido yoica, su aumento o su disminución, su distribución y su desplazamiento, están destinados a ofrecer la posibilidad de explicar los fenómenos psicosexuales observados.

Esta libido yoica solo se vuelve accesible al estudio analítico cuando ha encontrado empleo psíquico en la investidura de objetos sexuales, cuando se ha convertido en libido de objeto. Se concentra en objetos, se fija a ellos o bien abandona, y a partir de estas posiciones, guía el quehacer sexual del individuo, el cual lleva a la satisfacción, a la excitación parcial y temporaria de la libido.

En cuanto a los destinos de la libido de objeto se mantiene fluctuante en particulares estados de tensión y, por último, es recogida en el interior del yo, con lo cual se convierte de nuevo en libido yoica. A esta última, por oposición a la libido de objeto, se la llama libido narcisista. La libido narcisista o libido yoica se aparece como el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras del objeto y al cual vuelven a replegarse, y la investidura libidinal narcisista del yo, como el estado originario realizado en la primera infancia, que es solo ocultado por los envíos posteriores de la libido, pero se conserva en el fondo tras ellos.

Diferenciación entre el hombre y la mujer

Con la pubertad se establece la separación tajante entre lo masculino y lo femenino. Aunque ya había algunos indicios desde la niñez. Por ejemplo, el desarrollo de las inhibiciones de la sexualidad (vergüenza, asco) se cumple en la niña antes y con menores resistencias que en el varón, en general parece mayor en ella la inclinación a la represión sexual, toda vez que se insinúan pulsiones parciales de la sexualidad, adoptan la forma pasiva. Pero la activación autoerotica de las zonas erógenas es la misma en ambos sexos, y esta similitud suprime en la niñez la posibilidad de una diferencia entre los sexos como la que se establece después de la pubertad. La sexualidad de la niña tiene un carácter enteramente masculino. La activación autoerótica va a ser la misma en ambos sexos.

En la niña la zona erógena se sitúa en el clítoris. Las descargas espontáneas del estado de excitación sexual se exteriorizan en contracciones del clítoris. La pubertad produce en la muchacha una nueva represión, que afecta a la sexualidad del clítoris. Cuando por fin el acto sexual es permitido, el clítoris es excitado y sobre él recae el papel de retransmitir esa excitación a las partes femeninas vecinas. Pero para que suceda esto, pasó un largo lapso donde la joven se mantiene anestésica.

El hombre conserva su zona rectora desde la infancia.

El hallazgo de objeto

Objeto sexual del periodo de lactancia

A lo largo de todo el periodo de latencia, el niño aprende a amar a otras personas que remedian su desvalimiento y satisfacen sus necesidades. El trato del niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua de excitación y de satisfacción sexuales a partir de las zonas erógenas y tanto más por el hecho de que esa persona dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su vida sexual, lo acaricia, lo besa y lo mece, y lo toma como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho.

El trato del niño con la persona que lo cuida es una fuente continua de excitación. Un exceso de ternura de parte de los padres, puede provocar un daño porque apresura la maduración sexual.

Los propios niños se comportan desde temprano como si su apego por las personas que los cuidan tuvieran la naturaleza del amor sexual. La angustia de los niños no es originariamente nada más que la expresión de su añoranza de la persona amada, por eso responden a todo extraño con angustia. Tan pronto como no puede satisfacer su libido, la muda en angustia, y el adulto cuando se ha vuelto neurótico por una libido insatisfecha, se porta en su angustia como un niño.

La elección del objeto se consuma primero en la esfera de la representación, y es difícil que la vida sexual del joven que madura pueda desplegarse en otro espacio de juego que el de la fantasía. A raíz de las fantasías vuelven a emerger las inclinaciones infantiles; además se logra el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores. En los psiconeuróticos una parte de la actividad psicosexual para el hallazgo de objeto permanece en el inconsciente. Para las muchachas pasa a ser una tentación, realizar en la vida el ideal del amor asexual, y así ocultar su libido detrás de una ternura.

 El primer enamoramiento es frecuente que se dirija a una persona mayor, esto sucede porque puede revivirle al joven la imagen del padre y de la madre. El varón sobretodo, persigue la imagen mnémica de la madre. Por otra parte, podemos ver en la adolescencia una inclinación hacia la inversión: se ven amistades apasionadas entre personas del mismo sexo. La disposición a la perversión es originaria de la pulsión sexual, y a partir de ella se desarrolla la conducta sexual normal. Asi, a expensas de las mociones sexuales perversas y con ayuda de la educación, se edifican en la infancia los poderes destinados a mantener la pulsión sexual dentro de ciertas vías. Otra parte de estas mociones escapa y puede exteriorizarse como práctica sexual.

 

La metamorfosis de la pubertad y el despertar de la primavera

Freud y “Las metamorfosis de la pubertad”

En “Tres ensayos de teoría sexual” Freud (1905) formula dos tiempos de la sexualidad humana, es decir de una sexualidad interrumpida por la latencia. El primer tiempo corresponde a la sexualidad infantil y a las primeras elecciones de objeto (Complejo de Edipo), dando lugar al periodo de latencia. En éste, la producción de excitación sexual perdura y ofrece un acopio de energía que en su mayor parte se emplea para otros fines, distintos de los sexuales, a saber: por un lado, para aportar los componentes sexuales de ciertos sentimientos sociales, y por el otro para edificar las barreras sexuales.

Las principales características de este primer tiempo de la sexualidad infantil o pregenital:

- La sexualidad es autoerótica: el placer se obtiene en el propio cuerpo, sin participación de un objeto externo.

- Autonomía de las pulsiones parciales: cada una de las pulsiones parciales busca su satisfacción de manera independiente a través de las respectivas zonas erógenas. El placer es provocado por la estimulación de las zonas erógenas, que a partir de la pubertad se va a constituir como placer previo al placer final.

-La síntesis de las pulsiones parciales y su subordinación a la primacía de los genitales no se verifica en la niñez, toma como objeto a los propios padres. Esto ocurre entre los 2 y los 5 años y lo denomina “primer tiempo de la elección de objeto”; el segundo tiempo tendrá lugar en la pubertad.

- Tanto la niña como el niño reconocen un solo órgano genital, el masculino y en consecuencia, la polaridad vigente es fálico- castrado; la diferenciación es entre quienes tienen pene y quienes no, `porque lo perdieron´ o `porque les va a crecer´. Dado que, la niña desconoce la existencia de la vagina, la activación autoerótica de las zonas erógenas es la misma para los dos sexos, mientras que a partir de la pubertad se establece claramente la diferencia entre los sexos.

Con la entrada en la pubertad llega a su fin el período de latencia y se inicia el segundo tiempo de la sexualidad humana. Con la llegada de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida sexual infantil a su conformación normal definitiva. En este segundo tiempo pueden ubicarse los siguientes procesos

-Desde el punto de vista pulsional, se produce la subordinación de las pulsiones parciales bajo el primado de la genitalidad, a través del mecanismo del placer preliminar. El erotismo correspondiente a la estimulación de las distintas zonas erógenas aporta la elevación de tensión necesaria para hacer surgir la energía motora que permitirá llevar a término el acto sexual. Al placer correspondiente a las pulsiones parciales, que es el mismo de la sexualidad perverso-polimorfa infantil, le denomina placer preliminar. La penúltima fase del acto sexual es la excitación de las zonas genitales, pene y vagina, que conduce a la eyaculación. El placer final en el coito es de mayor intensidad y es nuevo porque está ligado a condiciones que no habían aparecido antes de la pubertad.

- Segundo tiempo de la elección de objeto: con la aparición de la tensión genital tiene lugar la reedición del complejo de Edipo y de castración; esto supone una complicación para el psiquismo, en virtud del crecimiento corporal, parricidio e incesto son ahora posibles, de modo que a la oleada de la sexualidad habrá de oponerse una nueva oleada de represión, de modo que pueda ser abandonada la fijación a los objetos edípicos.

- Una de sus consecuencias es el desasimiento de la autoridad de los padres.

- La desinvestidura de los padres va a posibilitar el hallazgo de objeto exogámico y heterosexual, como un retorno a la primitiva satisfacción sexual ligada con la absorción de alimentos, con el pecho materno como objeto, es decir que la relación originaria con aquel primer objeto de la pulsión se restablece. El hallazgo de objeto puede realizarse por dos caminos: por apuntalamiento en los modelos de la primera infancia o al modo narcisista. El hallazgo de la pubertad tiene como requisito que se efectúe un desplazamiento desde los primarios hasta los actuales para que la barrera del incesto sea preservada.

La elección de objeto en la pubertad es llevada a cabo sólo imaginativamente pues la vida sexual de los jóvenes “en maduración” tiene poco campo de acción más allá de las fantasías.

-La corriente sensual es reprimida y el niño queda ligado a sus padres a través de la ternura, que no es otra cosa que pulsión sexual inhibida en su fin. A partir de la adolescencia es esperable que ambas corrientes, sensual y tierna, se reunifiquen en un mismo objeto amoroso.

- La pulsión se pone al servicio de la función reproductora como una nueva meta

- La oposición fálico-castrado deja su lugar a la diferenciación masculino-femenino. 5

La meta de la pulsión es en todos los casos la satisfacción que sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión”. Si somos consecuentes con lo allí planteado por el autor, la meta de la genitalidad es la consecución de una nueva forma placer y no tiene como fin la reproducción; los jóvenes tienen relaciones sexuales en busca de una satisfacción pulsional que no implica necesariamente la parentalidad como meta, aunque esta sea ahora posible.

Lo esencial es que el sujeto pueda tomar un posicionamiento sexual y se relacione desde allí con otro sujeto, reconocido en su alteridad, como otro, externo y diferente de sí, sea de otro sexo o del mismo. 

Lacan y “El despertar de la primavera”

Lacan es muy crítico con respecto a una postura que tome en cuenta lo evolutivo. No niega que exista una psicogénesis o un desarrollo psicológico pero lo que va a decir es que eso no tiene nada que ver con la cuestión del Sujeto del Inconciente del que se ocupa el psicoanálisis tal como él lo entiende.

Todo aquello que se dice de nosotros, las expectativas y temores de quienes nos antecedieron, incluso antes de nuestro nacimiento o nuestra concepción, constitutivos del Otro con mayúscula, este Otro que depende de que exista el lenguaje en general, nos captura como vivientes. De esta captura proviene el Sujeto del Inconciente, pero el momento de dicha captura, para Lacan, es mítico, imposible de ser fechado, en consecuencia no puede ser circunscripto a una cuestión evolutiva.

cuerpo, es el registro en el que se condensan todas las relaciones del yo con el semejante, con su imagen especular, es el registro de la identificación.

Lo simbólico: ha sido definido como función compleja y latente que abarca toda la actividad humana: incluye una parte consciente y una parte inconsciente, y adhiere a la función del lenguaje, más especialmente, a la del significante.

Lo real: Lo que la intervención de lo simbólico expulsa de la realidad, para un sujeto. Definido como lo imposible, es lo que no puede ser completamente simbolizado en la palabra o la escritura.

Los cambios corporales de la pubertad, la exigencia de asumir una posición sexuada, la admisión de la propia muerte, sexualidad y muerte, en fin, son las manifestaciones de lo real que irrumpe y que los adolescentes tratarán de simbolizar o representar. Cada uno, de modo singular, se las verá ante el encuentro con ese imposible de simbolizar pues, al decir de Lacan, no hay una fórmula general para “zafar bien del asunto”.

Wedekind y “Despertar de primavera”

El encuentro imposible entre los sexos, en el sentido de la inexistente complementariedad entre el hombre y la mujer, queda claramente plasmada en la obra, en la cual Wedekind nos muestra cómo los obstáculos en el encuentro con la sexualidad y la imposibilidad de significarla, pueden llevar a los adolescentes a los más trágicos desenlaces.

El joven se enfrenta a la ausencia de un saber sobre el sexo y el acceso a la sexualidad esta mediatizado por el Otro del discurso, es por el Otro que se posibilita el acceso al otro sexo. Los humanos, al ser sujetos de discurso, se encuentran atravesados por el mismo y sus vínculos están mediatizados por la palabra, hecho que de por sí implica la pérdida de la naturalidad en el encuentro con el otro sexo.

“Despertar de primavera” fue definida por el propio autor como una tragedia infantil. Los protagonistas tienen entre 14 y 15 años: Melchor, Mauricio y Wendla. Y a su alrededor circulan adultos cuyas actitudes son cínicas, violentas y en pocos momentos, cariñosas.

La represión, proviene aquí del mundo adulto que proscribe todo lo relativo a la sexualidad de los jóvenes: la información está vedada, algunos de ellos desconocen lo más elemental sobre el origen de los niños, Melchor es expulsado del colegio porque descubren algo escrito por él sobre el coito, a Marta la saca su madre de la cama “de los pelos” por llevar una cinta en la camisa y le prohíben bajo amenazas llevar su cabello suelto. En el momento de enfrentarse a lo real de los cambios corporales inherentes a la irrupción de la segunda oleada de la sexualidad, las manifestaciones de los jóvenes vinculadas a la curiosidad, la experimentación, el deseo de mejorar su imagen, son violentamente reprobadas y castigadas por padres y profesores.

La severidad de las prohibiciones coexiste con las transgresiones, expresión de una doble moral de los adultos; los rígidos preceptos acerca de lo debido no impiden manifestaciones de indiferencia, crueldad e hipocresía hacia hijos y alumnos. A modo de ejemplo, la madre de Wendla le niega a su hija información sexual pero cuando queda embarazada le provee los abortivos que la llevarán a la muerte.

Podría pensarse que si un saber sobre la sexualidad existiera, éste queda a lo largo de la obra celosamente resguardado por el mundo adulto; el mundo de quienes dictaminan lo moralmente correcto, tanto para ser dialogado o escrito o incluso fantaseado. Así se instala una circulación del saber que deja a los jóvenes en una especie de encrucijada: aceptar aquello que les es dicho, pero de lo cual desconfían, o quedar por fuera de ese aparente único saber.

Pero la estricta censura no impide que los adolescentes, como en todas las épocas, lleven a cabo sus experiencias, de modo que se suceden escenas de masturbación, sadomasoquismo, homosexualidad, encuentros con prostitutas, Wendla tiene su primera relación a sus 14 años, entre otras.

A la vez que se despliegan fantasías y temores de los adolescentes en relación al “despertar” sexual, aparecen simultáneamente numerosas referencias a la muerte: enfermedad y muerte de un compañero, Melchor estuvo a punto de ahogarse, ideaciones suicidas. El encuentro con lo real de la sexualidad tendrá sus consecuencias en ellos, y responder en lo real puede llevarlos a la muerte: como accidente o como pasaje al acto suicida.

 

Introducción al narcisismo (Freud)

Las mociones pulsionales libidinosas son reprimidas de forma patógena cuando entran en conflicto con las representación culturales y éticas del individuo. La represión parte respecto del yo por sí mismo. Las mismas impresiones y vivencias, los mismos impulsos y mociones de deseo que un hombre procesa conscientemente, son desaprobados por otro con indignación, antes de que devengan concientes. Se erigió en el interior de si un ideal por el cual se mide su yo actual, mientras que en otro falta esa formación ideal. La formación de ese ideal sería, de parte del yo, la condición de represión. Sobre este ideal recae el amor de si mismo que en la infancia gozo el yo real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. El hombre no quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrar en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a si como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.
La sublimación es proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión lanza a otra meta, distante de la satisfacción sexual; el acento recae en la desviación respecto de lo sexual. La idealización es un proceso que envuelve al objeto. La sublimación describe algo que sucede con la pulsión, y la idealización algo que sucede con el objeto. La formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión.
Existe una instancia psíquica, la conciencia moral, que se ocupa de asegurar la satisfacción narcisista que proviene del ideal del yo, y de manera continua mide al yo actual, con el ideal.
El ideal del yo se forma en base a la influencia de los padres, luego de los educadores y más tarde de todo el entorno social.
La conciencia moral fue en primer lugar una encarnación de los padres, y en segundo de la crítica de la sociedad. Todo esto lo trae a la luz la enfermedad, para reproducir la historia genética de la conciencia moral. La rebelión frente a esa instancia censuradora se debe a que, la persona se quiere deshacer de todas esas influencias, retirar de ellas la libido homosexual.
El sentimiento del sí, es todo lo que uno posee o ha alcanzado, cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia, contribuye a incrementar el sí. El sentimiento de si depende de la libido narcisista. La dependencia respecto del objeto amado tiene el efecto de rebajarlo; el que está enamorado esta humillado. El que ama ha sacrificado, un fragmento de su narcisismo y solo puede restituírselo a trueque de ser-amado.
Desarrollo del yo: El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo impuesto desde afuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de ese ideal. El yo emite investidura libidinosa de objeto. El yo se empobrece a favor de estas investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a enriquecerse por las satisfacciones de objeto y por el cumplimiento del ideal.
Una parte del sentimiento de si es primaria, el residuo del narcisismo infantil; otra parte brota de omnipotencia corroborada por la experiencia, y una tercera parte, de la satisfacción de la libido de objeto. El ideal del yo ha impuesto difíciles condiciones a la satisfacción libidinal con los objetos, haciendo que se rechace por inconciabilidad una parte de ella.
Donde la satisfacción narcisista tropieza con impedimentos reales, el ideal sexual puede ser usado como una satisfacción sustitutiva. Entonces se ama siguiendo el tipo de elección narcisista de objeto. Se ama a lo que posee el merito que falta al yo para alcanzar el ideal. El neurótico busca desde su derroche de libido en los objetos, el camino de regreso al narcisismo escogiendo de acuerdo con el tipo narcisista un ideal sexual que posee los meritos inalcanzables para él.

 

 

Narcisismo e identificación en la fase del espejo.

Freud fundamenta la hipótesis de un “narcisismo primario y normal” en las manifestaciones típicas de las parafrenias y esquizofrenias y en la observación de la vida anímica de los niños y de los pueblos primitivos. Respecto de lo primero, advertía dos rasgos sobresalientes en juego: el delirio de grandeza y el extrañamiento del interés respecto del mundo exterior. En relación a lo segundo, se le hacía notoria la sobrestimación del poder de los deseos y de los actos psíquicos, la omnipotencia del pensamiento.

Ya en 1911 Freud derivaba la investidura libidinal objetal de una inicial investidura libidinal del yo, que aunque fuera cedida luego a los objetos, en alguna medida persistía duraderamente en su primaria localización yoica. 

Volviendo a Freud, éste entiende que no existe desde el inicio de la vida anímica, una unidad comparable al yo. Lo propone como un supuesto en su teoría, dado que al principio todo es Ello. Y colige que el mismo tiene que ser desarrollado. Expresa que siendo iniciales las pulsiones autoeróticas, y satisfaciéndose éstas autónomamente; algo tiene que agregarse al autoerotismo, “una nueva acción psíquica”, para que se constituya el narcisismo como tal.

Es decir que el bebé no se siente unificado sino fragmentado de manera autoerótica y que luego, a través de esa acción psíquica se irá unificando en términos de diversos registros psíquicos hasta entonces inconexos, tanto como de sus zonas erógenas aisladas en el nivel de lo corporal, hasta constituirse así como una unidad. Cuando se refiere Freud a dicha “unidad”, alude al yo desde una perspectiva particular.

Propone entonces pensar en un acto fundante y constitutivo del yo, desde la teoría de la identificación. Parecería estar refiriéndose Freud a que algo adviene como nuevo en cierto tiempo lógico de la vida anímica,

Freud hace referencia a la identificación como “el más temprano lazo afectivo con otro”, y donde trabaja en relación a distinguir dos órdenes lógicos diferentes en cuanto a dicho lazo. Sitúa a uno de ellos como propio del tiempo de la prehistoria del Complejo de Edipo, valiéndose además para su explicación, de la teoría de los lugares psíquicos. En tal sentido, refiere como lo inicial, una aspiración del yo a ser en todo como otro colocado para sí en el lugar de Modelo o Ideal. En dicho vínculo de ser, precisa, el yo obtiene para sí el lugar de Sujeto, en tanto logre identificarse con tal Modelo. Se trata de un vínculo dual, narcisista, de naturaleza preedípica, en el cual lo que está en juego es la posibilidad de obtener un primario sentimiento de si, una convicción acerca de la propia existencia, en tanto se logre consumar dicha identificación.

Al hablar del concepto de narcisismo, se está hablando de más de un sujeto, tal como parece poner en juego en la referencia acerca de cómo el narcisismo de los padres impacta y se refleja en los hijos, no siendo pensable entonces como resultante de la operatoria de un sujeto individual y aislado.

Freud trata acerca de los efectos que dicho narcisismo originario puede expresar en cuanto a los modos de elección de objeto en la vida anímica posterior. Hay dos objetos sexuales originarios, él mismo y la mujer que lo crió, y se presupone entonces en todo ser humano el narcisismo primario.

Se advertir que el sentimiento de sí depende de manera particularmente estrecha, de la libido narcisista, menciona. A la vez, propone pensar como uno de los efectos duraderos, de haberse consumado adecuadamente dicho proceso de pensamiento, para la vida anímica posterior, que “una parte del sentimiento de sí es primaria, residuo del narcisismo infantil.

Lacan y el espejo:

El bebe humano se encuentra en una situación de desvalimiento mucho mayor que cualquier otra especie. La cría humana nace prematura, fallada, es decir en estado de indefensión, y es extremadamente dependiente de un otro. No hay una imagen propioceptiva del cuerpo puesto que no hay tampoco una coordinación motriz.

“La discordancia, en ese estadio del hombre, tanto de las pulsiones como de las funciones, es solo consecuencia de la incoordinación prolongada de los aparatos. Ello determina un estadio constituido afectiva y mentalmente sobre la base de una propioceptividad que entrega el cuerpo como despedazado.” (Lacan, 1938)

Se trata de un cuerpo fragmentado, que precisa de una imagen ortopédica que le dé una unidad. El período del autoerotismo corresponde entonces a esta primera infancia. Se trata de un período de las pulsiones parciales y de un "cuerpo fragmentado", signado por ese "desamparo original" cuyo posible retorno constituye una amenaza.

El niño pequeño, no posee una imagen integrada de su cuerpo sino, al revés, fragmentada. Es decir, no relaciona sus diferentes partes como formando parte de un todo. Para conseguirlo, deberá pasar por una fase especial de desarrollo psíquico, denominada la fase del espejo.

El estadio del espejo se ordena sobre una experiencia de identificación fundamental en cuyo transcurso el niño realiza la conquista de la imagen del propio cuerpo. En la etapa del espejo, durante el periodo del sexto al décimo octavo mes en la vida del infante, la fragmentación experimentada por el infante se transforma en una afirmación de su unidad corporal, a través de la toma de posesión de su imagen en el espejo. Así es como el infante adquiere su primera sensación de unidad e identidad, una identidad espacial imaginaria.

Más tarde la afirmación de unidad imaginaria es reemplazada por un resurgimiento de la distancia entre esta nueva unidad y la continuamente fragmentaria, descoordinada, y falta de carácter experiencia vivida del infante en su cuerpo real. Además, la imagen en el espejo nunca podría ser idéntica al infante, ya que siempre es de diferente talla, está invertida como todas las imágenes en espejos, y lo más importante, persiste en ella un algo alienado.

Para Lacan, el narcisismo originario se constituye en el momento de la captación por el niño de su imagen en el espejo, imagen a su vez basada en la del otro, constitutiva del yo. Incluso estaba la idea de que el yo se constituye por alienación, es decir por la identificación a una imagen que no es el yo sino otro.

Al contrario de la idea sugerida por el término "narcisismo primario", para Lacan el yo está primariamente en el exterior sino al revés, y esto por lo constitutivo de la exterioridad de la imagen en la que el yo, por identificación, se forma.

Entonces este niño que no posee una coordinación motriz de su cuerpo, posee así la idea de un cuerpo fragmentado, pero cuando se mira en el espejo, sin embargo, se mira con sus ojos, que resultan no estar afectados por la prematuración, Reconoce su imagen como tal en el espejo. En este tiempo en el que está más atrasado muscularmente respecto de lo que lo está mentalmente, el niño tiene la capacidad de desdoblar el espacio en imaginario y en real. A lo que el niño saluda en el espejo es a su imagen especular, y no a otro niño igual que él. Aquel que el niño mira y reconoce como su imagen para hablar propiamente, ese no descoordina, no tiene cuerpo fragmentado. Mientras la imagen se le aparece entera, dotada de una unidad, él no puede atribuirse dicha unidad a la percepción de su propio cuerpo. De aquí se deriva el contento del niño y toda una serie de otras consecuencias. En efecto: ese otro que le mira tras el espejo y que le cautiva, pronto aprenderá que es él, incluso se le dirá: “Mira, ese sos vos” señalándole la imagen. Imagen entera de un cuerpo despedazado, imagen que anticipa una maduración del dominio motriz que por el momento no se tiene. “sos vos”: imagen pues de mí, imagen de mi yo, imagen del yo. La primera identificación, dice Lacan, imaginaria.

En Freud el yo es una superposición de identificaciones imaginarias. Y Lacan deduce esa primera identificación ante el espejo es clave para la formación del yo, es literalmente originaria y fundadora de la serie de identificaciones que le seguirán luego e irán constituyendo el yo del ser humano.

El niño se reconoce en lo que sin duda alguna no es él mismo sino otro; en segundo lugar, ese otro, aun si fuese él mismo, está afectado por la simetría especular, condición que luego se reproducirá en los sueños; en tercer lugar, aquel que se reconoce como yo no está afectado de mis limitaciones, él no tiene los problemas que yo tengo para moverme. Lacan dirá: esa es la matriz del yo ideal; y: eso jamás se alcanza. 

Lacan dice que en el momento en que al otro ya no lo amo sino que deseo agredirlo lo que está en la base de mi agresión es el retorno a mi cuerpo fragmentado: en el momento en que ya no se sostiene la identificación con el otro, la imagen falla. Este es, a grandes rasgos, el estadio del espejo.

En realidad, para Lacan existía sólo un estadio del espejo, en tanto que mecanismo psíquico para que el niño pequeño pueda integrar en una estructura única aquellas partes que percibía fragmentadas y sin relación alguna entre ellas. De todos modos, la dividía formalmente en tres momentos lógicos:

1) La ilusión del niño que percibe su propia imagen reflejada en el espejo como la de un ser real, al que desea acercarse y tocar. 2) Descubre que ese otro no es un ser real, sino la imagen reflejada de otro. 3) La imagen en el espejo no es la de un otro cualquiera, sino la de él mismo. Se encuentra duplicado. El niño logra resolver la dispersión de su propio cuerpo.

Lacan introduce el espejo curvo para plantear que la captación identificatoria de la imagen como algo que no puede producirse desde cualquier lugar. No alcanza con que haya una imagen en el espacio, para producir este efecto cautivante que va a concluir en la identificación formadora del yo; hace falta, sobre todo un buen lugar, y este buen lugar va a estar dado por lo simbólico.

Hace falta un lugar desde donde mirarse, el Ideal del Yo, para verse allí de determinada manera, la manera narcisista, digamos, del Yo Ideal.

La adolescencia

La adolescencia supone una contundente conmoción estructural, un fundamental y replanteo del sentimiento de sí, de la identidad del sujeto. Impone al mismo transformaciones en el orden del cuerpo que lo enfrentan con el dolor y la angustia que pudiera producirle la desestructuración de su imagen corporal.

La llegada de la pubertad y las consecuentes metamorfosis del cuerpo, conllevan la necesidad de reinscribir un cuerpo que se percibe incoordinado, disarmónico, y que se experimenta fragmentado. Con el desarrollo de los caracteres sexuales primarios y la aparición de los secundarios, el adolescente se mira al espejo y se confronta con una experiencia de extrañamiento y de no reconocimiento.

Los cambios corporales provocan sensaciones de extrañamiento en cuanto a lo que ocurre en su cuerpo y en relación con su propia imagen.

La inscripción del nuevo cuerpo será un trabajo que el adolescente deberá llevar a cabo, y como todo proceso, será paulatino.

Retomando a Lacan se trata de un cuerpo fragmentado, que precisa de una imagen ortopédica que le dé una unidad. Podríamos pensar entonces, que en la adolescencia, en ocasiones la excesiva preocupación por la imagen, la vestimenta o los tatuajes, expresarían esfuerzos de inscripción, dar contorno, envase, a un cuerpo que se experimenta como fragmentado.

Entonces, es en estos dos planos, el del cuerpo como objeto pulsional y el del cuerpo como imagen, que la pubertad viene a trastocar, a conmover al sujeto.

En la adolescencia, una nueva lógica de pensamiento tiene lugar. Esta lógica de clasificación y seriación, provoca juicios traumáticos acerca de la representación de los padres de la infancia, haciéndolos caer del lugar de modelo o ideal en el que estaban colocados. Esta “conmoción” de las identificaciones dadoras de identidad al sujeto, conlleva justamente el peligro de existencia de su ser.

El duelo por los padres de la infancia: que fueran refugio y protección, en un trabajo de duelo que se conjuga con el duelo en los propios padres que deben enfrentar la caída de la posición de saber y de omnipotencia frente a sus hijos.

La adolescencia plantea la exigencia de elaboración de procesos de identificación, y de des -identificaciones, en procura de lograr para sí un lugar simbólico propio, diferente al del niño que antes fuera, en todo sentido.

 

Deseo, deseo del Otro y fantasma.

En el sujeto humano no hay objeto adecuado para aquello que Freud define como pulsión, y considera al objeto como objeto perdido desde el inicio.

Cuando el niño llora su madre interpreta dicho llanto como una demanda y responde a ella. Esto es lo que sucede en el mejor de los casos, en lo esperable. El llanto supone una demanda significante del niño, por lo cual la demanda tiene significación en el lenguaje. Con la interpretación que construye, la madre introduce al niño en el campo de la palabra y de la demanda.

El deseo adviene entonces más allá de la demanda, como falta de un objeto, falta inscripta en la palabra y efecto de la marca del significante en el ser hablante. Se diferencia de la necesidad en cuanto ésta surge de un estado de tensión interna que encuentra satisfacción por acción específica que procura el objeto adecuado. El apetito se satisface con el alimento, es decir, se dirige a un objeto determinado con el cual se satisface. Cuando la necesidad es satisfecha deja de inquietar o motivar al sujeto, hasta que surja otra necesidad.

El deseo en el sentido psicoanalítico, el deseo inconsciente, es en cambio siempre propio de cada sujeto y no de la especie, y, a diferencia de la necesidad, no tiene que ver con la supervivencia y la adaptación. Es un deseo que no se puede olvidar porque es esencialmente insatisfecho y en su surgimiento mismo está motorizado por la pérdida. La experiencia de satisfacción deja en el ser hablante una huella mnémica imperecedera, de tal modo que cuando el estado de necesidad vuelva a surgir, el sujeto no espera a que el Otro le aporte el objeto de la necesidad, sino que en ese momento surge también un impulso que catectiza la huella que dejó la primera experiencia de satisfacción provocando su reaparición bajo forma alucinatoria. La evocación de la huella mnémica, la percepción enlazada con aquella primera satisfacción, es lo que Freud definía como deseo y la reaparición de la percepción bajo forma alucinatoria es la realización del deseo.

Lacan sostiene que el deseo del hombre “es el deseo del Otro”, lo cual se entiende como que el sujeto quiere ser objeto del deseo del Otro y objeto de reconocimiento también. Que el deseo surge en el campo del Otro, en el inconciente, lleva a considerar la condición de producto social del deseo, puesto que se constituye en relación dialéctica con los deseos que se supone tienen otros. Es el deseo del Otro, y si bien se constituye a partir del Otro, es una falta articulada en la palabra y en el lenguaje.

Así el niño queda pegado al deseo del Otro materno, que el niño queda liberado del goce del Otro. Esta doble operación lógica lleva el nombre de alienación - separación, y Lacan sostiene que el sujeto se constituye, justamente, a partir de la misma.

La alienación tiene como finalidad la inscripción del sujeto en el registro de lo simbólico. Este sólo puede surgir en el campo del Otro, quien lo nombra, lo funda como tal y ocupa un lugar que intenta velar una falta que es inherente a la estructura del Otro. Esta operación remitiría a aquel momento en el cual no hay sujeto dividido, momento en el que el infans se ubica en el lugar de lo que supone al Otro materno le falta, obturando dicha falta. Es necesario que en este momento el niño sea lo que el Otro materno desee, que se ubique en el lugar de falo materno.

Sin embargo, es necesario la intervención de un tercer elemento: el significante del Nombre del Padre (NP), que cumplirá la función de corte, de separación.

Sólo cuando la función paterna opera y separa, se puede hablar de sujeto. En consecuencia, para que el sujeto advenga simbólicamente, ese pequeño a (otro) debe caer o sea separarse, quedar como resto que opera como causa que estructura el deseo. Entonces, es la instancia de la separación la que presenta en si misma una contradicción: revela la falta del Otro dado que, por estructura, el objeto está perdido, y ofrece un lugar en tanto que hay algo que al Otro le falta.

Sobre el fantasma lacaniano:

El concepto de fantasma se plantea, según Lacan, en la intersección entre deseo y la construcción de la realidad por parte del sujeto. Veamos la lógica de esta afirmación.

Lacan define fantasma integrando la noción de perspectiva que incorpora la presencia del sujeto en la escena, pues es desde su mirada que la misma se produce. Cuestiona el modelo cartesiano de objetividad que proponía investigaciones sobre la realidad, estudios supuestamente puros u objetivos, sin contaminación del hombre. Critica el planteo de Descartes de sujeto unificado

Lacan sostiene que el fantasma es respuesta al interrogante acerca del deseo del Otro

El interrogante en el sujeto acerca del deseo del Otro, surge a partir de los significantes que vienen de éste, primordialmente el Otro materno en cuyas palabras siempre hay algo incomprensible, en los intersticios de su discurso siempre surge el enigma de su deseo

Entonces, es desde la escena del Otro, donde el hombre como sujeto tiene que constituirse, ocupar su lugar como portador de la palabra, pero no puede ser su portador sino en una estructura que, por más verídica que se presente, es un estructura de ficción”3. Nos encontramos con el fantasma, concepto propuesto por

 

Lacan, que cumple la función de “asegurar un lugar en el Otro”4, en el deseo del Otro, que “implica que el sujeto para tener consistencia se hace objeto. Esto hace referencia a que es necesario que al Otro algo le falte, que se ponga en juego la demanda impartida por el Otro.  El niño armará una respuesta (me quiere para…) Y se ubicará como ese objeto que supone al Otro le falta, completándolo. Pero es necesario que en algún momento ese niño no colme al Otro, que a pesar suyo al Otro le falte, y en tanto le falta va a habilitar a que se despliegue la pregunta respecto de qué es lo que realmente desea de mí, porque dice que “quiere” esto pero en realidad no.

Sin embargo el deseo no tiene respuesta directa, la respuesta es la que construye el sujeto a través del fantasma, justamente tratando de responderse qué quiere el Otro de él, o de ella. Dicha búsqueda no cesa ya que el objeto de deseo nunca va a coincidir con el objeto causa de deseo, objeto a, objeto perdido para siempre, el cual va a ser recubierto por el fantasma pero al que es imposible acceder, nombrar, por la estructura misma.

Se puede decir que el fantasma es el resultante de las relaciones entre deseo y criterio de realidad del sujeto. 

¿Qué sucede con ese cuerpo infantil frente a la irrupción pulsional en la pubertad?

Si la adolescencia se caracteriza como momento de irrupción y de cambios, el cuerpo, como así también la posición del sujeto, se verán implicados. Esto llevaría a producir un nuevo trabajo psíquico que conlleve a investir libidinalmente este nuevo cuerpo ante lo “real” que irrumpe con la pubertad. Y por otro lado, el trabajo psíquico que implica asumir una posición sexuada. Según cómo el niño atravesó psíquicamente la infancia, contará con las herramientas simbólicas e imaginarias con las cuales intentará dar cuenta de aquello que se presenta como “real”.

En la adolescencia, caracterizada por la vacilación subjetiva ante la contundente conmoción estructural implicada en la misma, se podrá en lo esperable asumir una posición sexuada que permitirá acceder a la exogamia, al haber “atravesado” la castración del Otro que conjuntamente habilita hacerse cargo, responsable, del propio deseo.

 

Falo y castración

Para Freud el tránsito por el Complejo de Edipo se da en estos términos, siendo el complejo de castración agente de la entrada al complejo de Edipo en la mujer, mientras que en el varón opera permitiéndole la salida del mismo. Es decir que la mujer entra por decepción mientras que el varón sale por temor.

El complejo de castración es nodal para comprender, no solo, la manera en que se articula el falo en la estructura subjetiva, sino además como el falo establece una legalidad significante.

Para Lacan el falo es un significante, es decir que el falo es algo que no se tiene materialmente, no es algo aprehensible, no se lo puede agarrar, sino que se lo comprende en términos simbólicos, “el falo no es un fantasma, ni un objeto, ni siquiera parcial o interno.  Esto quiere decir que opera desde otro lugar, es decir desde su ausencia. Nadie puede tener un falo y ofrecerlo libremente a quien se le antoja uno.

El falo funciona  desde otro lugar. Este lugar, que es un lugar negativo, ya que no se lo tiene, opera desde lo simbólico. El falo, opera en tanto ausencia. No se puede castrar a la madre de algo que no tiene, sin embargo, para privarla de algo, es necesario que ese algo esté simbolizado.

En las referencias freudianas hay una relación triangular, entre el padre, la madre y el niño. Lacan, establecerá que la relación ternaria necesitará de un cuarto elemento que actuará como articulador de aquello que ocurre en la relación triádica. Ese elemento es el falo.

La referencia freudiana la encontramos en la ecuación pene=niño o falo=niño. De aquí entendemos que el lugar al que viene el niño es al lugar de la falta de la madre. Es decir que por medio de su propia falta brinda alojamiento al niño. La madre podrá brindar los cuidados necesarios, el alimento, la protección, pero en el fondo es necesario que le brinde su propia falta a ese nuevo ser, debe poder alojarlo, y su falta tiene origen en su propio complejo de castración. Así podemos comprender que de lo que se trata en la estructuración subjetiva tiene que ver directamente con la ausencia. Es decir que es en función de que algo falta que se estructura el aparato psíquico.

La resignificación de la castración en la adolescencia:

La castración en la adolescencia pone en cuestionamiento la estructura del aparato psíquico. Freud nos dice que el encuentro con el otro sexo es un encuentro traumático, un encuentro con la castración, debido a que el sujeto se encuentra en una situación que no puede resolver fácilmente. 

En términos metapsicológicos la dialéctica del tener-no tener el falo también surge en la adolescencia. En este período de la vida, este segundo encuentro traumático cuestiona la solidez de la estructuración psíquica ocurrida previa al período de latencia. Es la resolución de este encuentro lo que va a permitir al sujeto continuar con una vida anímica “normal”, ya que se ha observado clínicamente, en casos contrarios, puede producirse una desorganización psíquica que conduce al sujeto a cuadros psicóticos, por ejemplo la esquizofrenia.

Podría entenderse a la adolescencia como un segundo momento resolutivo que reafirma aquellos procesos psíquicos ocurridos en la infancia.

El falo puede ser comprendido, además, como instrumento simbólico que interactúa con el complejo de castración, un elemento de poder. Es decir, el falo, entendido en términos de poder que brinda una capacidad resolutiva que tiene que ver con la estructura, es decir con la falta. De lo que se trata en la adolescencia, es de la capacidad de resolución que tiene el sujeto, de un conflicto con aquellos instrumentos que no tiene, es decir, con aquello que le falta.

El falo opera como un instrumento de atracción, que es preciado y buscado por el sujeto. En este sentido el adolescente, en muchas ocasiones, se comporta supliendo carencias al modo de formaciones reactivas que ocultan las falencias.

Se esta ante la presencia del falo simbólico y esta carencia es la que posibilita la posibilidad de una suplencia.

 

El complejo de Edipo en Freud y Lacan

El Complejo de Edipo según S. Freud.

La existencia del Edipo es desde el principio para Freud, algo universal, un esquema filogenético que ha de llenarse con la propia experiencia, lo que marca la singularidad de la propia trama en cada individuo.

El hijo, ya de pequeño, empieza a desarrollar una particular ternura por la madre, a quien considera como su bien propio y a sentir al padre como un rival que le disputa esa posesión exclusiva; y de igual modo, la hija pequeña ve en la madre a una persona que le estorba su vínculo de ternura con el padre y ocupa un lugar que ella muy bien podría llenar,  la madre es objeto de amor del varón y un rival para la niña, quien ha cambiado ahora de objeto de amor debido a la decepción, y se ha volcado así al padre.

La descripción del Complejo de Edipo en su forma completa le sirve a Freud para dar cuenta de la ambivalencia que el niño siente hacia sus padres; así como el desarrollo de los componentes hetero y homosexuales; cuestión que luego es retomada como trabajo propio de la adolescencia y que consiste en transitar el camino hacia el encuentro con el sexo y el desasimiento de la autoridad parental. El Complejo de Edipo y el de castración son reeditados en la adolescencia y marcan la tarea de la diferenciación de las posiciones femeninas y masculinas.

Pero volviendo sobre el Complejo de Edipo en la infancia, éste es contemporáneo de la llamada fase fálica (entre los 3 y los 5 años) momento que toma su nombre de la primacía del falo tanto para el niño como para la niña. Este primado del falo se articula con la amenaza de castración, cuyo papel es definitivo para la entrada al Complejo de Edipo en el caso de la niña y para su sepultamiento, en el caso del varón.

Debido a la angustia que le genera la propia falta y la decepción de la castración materna, la niña -dijimos- cambia de objeto de amor y vira hacia quien sí tiene un pene para darle, su padre. Espera así que él pueda subsanar el “error” de su madre y ante la nueva imposibilidad, reconoce la castración renuncia al deseo de un pene desplazándolo al deseo de recibir un hijo como regalo del padre para lo cual también cambia de zona erógena, invistiendo, en la adolescencia, la vagina como continente del pene deseado. Es esa una de las salidas posibles para el complejo de castración en la niña que Freud describe como los caminos de la feminidad. Las otras dos son: 1) la inhibición sexual, es decir un apartamiento de toda sexualidad como consecuencia de la represión y el rechazo de toda condición femenina y; 2) el complejo de masculinidad, en el cual se desmiente la castración, manteniendo el placer masturbatorio y con él la esperanza de poseer un pene, identificándose con quien lo tiene.

En el varón, la amenaza de castración es el temor a perder lo más valorado que posee y es aquello que le permite abandonar el objeto de amor incestuoso para identificarse con quien lo tiene.

Por lo tanto, bajo el impacto de la amenaza de castración (en el varón), o la idea de haber sido castrada (en la niña), las investiduras de objeto que fueron depositadas sobre los padres, son abandonadas y resignadas; trabajo que continúa en el segundo tiempo de la sexualidad y permite el hallazgo de objeto exogámico. La resignación de las investiduras primarias continúa en una operación que consiste en la sustitución de las mismas por una identificación. Estamos ya en el terreno del “sepultamiento del Complejo de Edipo” que, no solo estructura el aparato psíquico dividido en instancias diferenciadas a través de la represión, sino que también da inicio a un nuevo momento lógico, la latencia, marcando lo anterior, lo pre-edípico como una primera oleada de la sexualidad ahora caída bajo represión.

La “resolución” del Edipo marcará, como veremos luego, la internalización de la ley y la posición masculina o femenina que el sujeto adopte en relación al otro sexo, pues no hay nada en la naturaleza que determine una u otra posición de antemano. Entonces, la identificación va a jugar un papel fundamental en la formación del superyó que no solo va a direccionar el deseo del niño hacia su masculinidad sino que va a instaurar también la ley de prohibición.

La relación entre el Complejo de Edipo con la noción de una sexualidad en dos tiempos está intrínsecamente vinculada al concepto de represión,

De todo lo dicho se desprende que Freud le atribuye al Complejo de Edipo, diversas funciones:

  1. a) El hallazgo de un objeto de amor que deriva de las investiduras de objeto primarias.
  2. b) La consolidación de identificaciones secundarias que resultan del Complejo de Edipo tras haber resignado a los padres como objetos incestuosos.
  3. c) el acceso a una genitalidad posterior ya que en la etapa fálica se trataba de la instauración de la primacía del falo y no de la genitalidad.
  4. d) la constitución de las diferentes instancias, especialmente la del superyó que marca la prohibiciones de incesto y parricidio, así como también la constitución del ideal del yo.

El Complejo de Edipo en Freud se trata entonces de una relación triangular donde se articulan madre, padre y niño. Pero Lacan agrega un cuarto elemento que es el falo, elemento articulador entre los otros protagonistas.

El Complejo de Edipo según J. Lacan.

Se trata de una estructura en tanto es una organización con funciones y donde cada personaje se define en relación al otro y al lugar que ocupa. El Edipo es entonces entendido como estructura y el falo es el significante que articula y circula. Este falo que circula como falta en la estructura es el falo simbólico; mientras que aquel que atiende a la subjetividad del niño del primer tiempo del Edipo es el falo imaginario. Por ello, cabe recordar que un elemento no es imaginario o simbólico en sí mismo sino en relación a su articulación con otros elementos.

El Edipo no está en el terreno de lo real sino en el ámbito de lo simbólico. Es decir, es algo que sucede en el ámbito del lenguaje. Edipo entonces, no es algo natural, es un hecho cultural, es la entrada del significante en el cuerpo.

Lacan plantea el Complejo de Edipo en tres tiempos, esos tiempos son lógicos en tanto tienen determinada sucesión, pero no guardan una cronología.

El deseo de la madre es el falo. Este falo se puede entender de dos formas: 1) es la referencia al deseo de la madre derivada de ausencia de pene y, 2) es aquello que simboliza el sinsentido del deseo. El niño se identifica con lo que le falta a la madre (el falo) y por eso, es el objeto de deseo del Otro. Sin embargo, esa complementariedad es imaginaria e ilusoria ya que el deseo por definición no puede ser totalmente satisfecho.

Primer tiempo: Corresponde a la fase del espejo, momento de la construcción de un cuerpo en un espacio imaginario. El niño se encuentra en una relación completa con su madre e intenta identificarse no con la persona, sino con lo que supone es el objeto de deseo de la madre. Esta es una identificación imaginaria. El niño quiere ser el objeto de deseo de la madre y entonces su deseo queda así alienado al deseo del Otro. Al objeto de deseo de la madre, Lacan lo llama falo.. La madre castrada, se siente completa a través del hijo y por eso lo ubica en el lugar del falo. Se arma entonces un círculo completo, donde la falta no existe. El niño es el falo de la madre y la madre dicta la ley que es la del deseo del hijo. En este tiempo desde el niño, no existe aún una ley simbólica, sino la ley arbitraria de la madre; pero la madre sí está atravesada por la metáfora paterna, ley simbólica del padre. El padre existe entonces en forma velada, en tanto ley simbólica que debe ser descubierta en la madre.

Segundo Tiempo: El padre ingresa como agente que priva y desprende al niño de la relación imaginaria con la madre. La función del padre es la privación, priva a la madre de su ilusión fálica y priva al niño de la identificación imaginaria al falo (el niño ya no es el falo de la madre). El padre asume él mismo un lugar de fortaleza y omnipotencia. Con la acción de privación se inicia la castración simbólica, y tanto el niño como su madre pierden su valor fálico. Para que la privación sea efectiva es necesario que la madre se dirija al padre y que el padre no quede dependiente del deseo de la madre.

En este momento, el padre es un personaje interdictor que tiene el poder de intervenir sobre la madre y que impide que la madre se cierre sobre el niño, rescatándolo de un lugar aplastante en el cual sólo podría haber sido el falo de la madre. El padre se manifiesta en el discurso de la madre y es soporte de la ley, fundando una legalidad. Según Lacan, éste es el fundamento y el punto nodal del Complejo de Edipo. La madre no tiene ahora una ley arbitraria que le es propia, sino que queda remitida a la ley de Otro, que posee el objeto de su deseo. Esto lleva al niño a rivalizar con él por el deseo de la madre. La disputa es en relación a ser o no ser el falo de la madre. El padre se constituye como agente real de la castración.

Tercer tiempo: De él depende la salida del Complejo de Edipo aunque para Lacan no se trata de un sepultamiento, a la manera de Freud, sino de definir una posición como sujeto deseante. La castración simbólica del segundo tiempo, culmina con el reconocimiento de la falta en la madre. Ahora el padre es portador del falo, lo tiene pero no lo es y a su vez, depende de una ley exterior. El falo se encuentra por fuera del padre, en la cultura. Lacan considera, al igual que Freud, que la salida del Edipo se produce favorablemente si el niño se identifica con el padre y el niño pasa de ser a tener. Este paso del registro del ser al del tener es lo que da cuenta de la instauración de la metáfora paterna y de la presencia de la represión originaria. La instauración de la metáfora del Nombre del Padre posibilita al niño el acceso al lenguaje, al orden simbólico.

Lacan le atribuye al Complejo de Edipo, efectos tales como:

  1. a) un corte en el vínculo imaginario entre la madre y el niño,
  2. b) la aceptación de la ley de prohibición del incesto,
  3. c) la renuncia (a nivel imaginario) al deseo de contacto genital con el progenitor del otro sexo
  4. d) la identificación a un ideal,
  5. e) la asunción del propio sexo,

 

Duelo y melancolía (Freud)

Intentaremos ahora echar luz sobre la naturaleza de la melancolía comparándola con un afecto normal: el duelo. El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada, en muchas personas se observa, el lugar de duelo melancolía. La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. El duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del sentimiento de sí. El duelo contiene idéntico talante dolido, la pérdida del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de escoger algún nuevo objeto de amor, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto. Este angostamiento del yo expresa un entrega incondicional al duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses. El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar todo la libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido. Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido. Para el enfermo la pérdida ocasionada de la melancolía: cuando él sabe a quien perdió, pero no lo que perdió en el él. La melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la cc. El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una rebaja en su sentimiento yoico, un enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacio; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo. Describe a su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo. El melancólico no se comporte en un todo como alguien que hace contrición de arrepentimiento y de autorrepreoches. Le falta la vergüenza en presencia de otros, lo que sería la principal característica de este último estado. Él ha sufrido una pérdida en el objeto; pero sus declaraciones surge una pérdida en su yo. Vemos que una parte del yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente, la toma por objeto. La instancia crítica escindida del yo en este caso podría probar su autonomía también en otras situaciones. Se nos da a conocer es la instancia que usualmente se llama cc moral. Las querellas que el paciente se dirige, llega un momento en que no es posible sustraer la impresión de que las más fuertes de ellas se adecuan muy poco a su propia persona y muchas veces, se ajustan a otra persona a quien el enfermo ama, ha amado a amaría. Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada; por obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue la quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino que otro distinto, que para producirse parece requerir varias condiciones. La investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazo a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que se sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo critico y el yo alterado por identificación. Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor, y por el otro y en contradicción a ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto. Esta contradicción parece exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista, de tal suerte que la investidura de objeto pueda regresar al narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así del amor de objeto por identificación es un mecanismo importante para las afecciones narcisistas. Corresponde a la regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo originario. Querría incorporárselo, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal. A esa trabazón reconduce la repulsa de los alimentos que se presenta en la forma grave del estado melancólico. Por tanto la melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y la otra parte de la regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo. Por un lado, como el duelo, es reacción frente a la pérdida real del objeto de amor, pero además depende de una condición que falta al duelo normal, toda vez que se presenta, en un duelo patológico. La pérdida del objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor. Y por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis obsesiva, el conflicto de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo compele a exteriorizarse en la forma de unos autorreproches, que uno mismo es culpable de la pérdida del objeto de amor, que la quiso. Si el amor por el objeto se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustituto insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una satisfacción sádica. Suelen lograr los enfermos, por el rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios y martirizar a sus amores por intermedio de su condición de enfermos, tras haberse entregado a la enfermedad a fin de no tener que mostrarles su hostilidad directamente. Así, la investidura de amor del melancólico en relación con su objeto ha experimentado un destino doble; en una parte ha regresado a la identificación, pero, en otra parte, bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, fue traslada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto. El yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacía objetos del mundo exterior. El insomnio de la melancolía es sin duda testimonio de la pertinacia de ese estado, de la imposibilidad de efectuar el recogimiento general de las investiduras que el dormir requiere. El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes energias de investidura y vacía al yo hasta el empobrecimiento total; es fácil que se muestre resistente contra el deseo de dormir del yo. En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida de objeto y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Cuando parte, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maniaco nos demuestra su emancipación del objeto que le hacía penar. La representación icc del objeto es abandonada por la libido. Esta representación se apoya en representaciones singulares, y la ejecución de ese quite de libido no puede ser un proceso instantáneo, sino, un proceso lento que avanza poco a poco. Ese carácter, la ejecución pieza por pieza del desasimiento de la libido, es por tanto, adscribible a la melancolía de igual modo que al duelo; probablemente se apoya en las mismas proporciones económicas y sirve a idénticas tendencias. En la melancolía se urde una multitud de batallar parciales de objeto; en ellas se enfrenta el odio y el amor, el primero pugna por desatar la libido del objeto, y el otro por salvar del asalto esa posición libidinal. A estas batallas parciales no podemos situarlas en otro sistema que el icc, el reino de las huellas mnémicas de cosa. El camino normal que atraviesa el Prcc hasta llegar a la cc. Este camino está bloqueado para el trabajo melancólico, quizás a consecuencia de una multiplicidad de causas o de la conjunción de estas. La ambivalencia constitucional pertenece en sí y por sí a lo reprimido, mientras que las vivencias traumáticas con el objeto pueden haber activado otro reprimido. Así, de estas batallas de ambivalencias, todo se sustrae de la cc hasta que sobreviene el desenlace característico de la melancolía. Este consiste, como sabemos, en que la investidura libidinal amenazada abandona finalmente el objeto, pero sólo para retirarse al lugar del yo del cual había partido. De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo. Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir cc y se representa ante la cc como un conflicto entre una parte de yo y la instancia crítica.

 

La escisión del yo en el proceso defensivo

El yo del niño se encuentra, al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por unas vivencias que le enseña que proseguir con esa satisfacción le traería por resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Y entonces, debe decidirse: reconocer el peligro real, inclinarse a él y renunciar a la satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva, instilarse la creencia de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de perseverar así en la satisfacción. Es un conflicto entre la exigencia pulsional y el veto de la realida objetiva. Responde al conflicto con dos reacciones contrapuestas, ambas validad y eficaces. Por un lado, rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja prohibir nada; y por el otro, reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como síntoma de padecer y luego busca defenderse de él. El resultado se alcanzo a expensas de unas desgarraduras en el yo que nunca se reparará. Las dos reacciones contra puestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo.

 

La represión (fases-Freud)

La represión no es una mera defensa: La satisfacción de la pulsión sometida a la represión es placentera en sí misma, pero es inconciliable con otras exigencias. Por lo que produce placer en un lugar y displacer en otro. La condición para la represión es que el motivo de displacer cobre un poder mayor que placer de la satisfacción. La represión no es un mero mecanismo de defensa; no pueden engendrarse antes que se haya establecido una diferencia entre lo consiente y lo inconciente, y su esencia consiste en rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella. Antes de esa etapa de organización del alma los otro destinos de pulsiones, como la mudanza hacia lo contrario y la vuelta hacia la propia persona, tenía a su exclusivo cargo la tarea de la defensa contra las mociones pulsionales.

  1. a) Represión primordial, primario o fijación: Consiste en que la agencia representante psíquica de la pulsión se deniega a la admisión en lo conciente. Se establece una fijación; a partir de ese momento la agencia representante persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella. Esto acontece a consecuencia de las propiedades de los procesos inconcientes.
    b) Represión secundaria o propiamente dicha: Recae sobre los retoños psíquicos de la agencia representante reprimida o sobre pensamiento procedentes de alguna parte, han entrado en vinculo con ella. A causa de ese vinculo, tales representaciones experimentan el mismo camino que lo reprimido primordial. Esta represión es un esfuerzo de “dar la caza”. Debe tenerse en cuenta que la atracción que lo reprimido primordial ejerce sobre todo aquello con lo cual puede ponerse en conexión. La tendencia a la represión no alcanzarían si estas fuerzas no cooperasen, si no existiera algo reprimido desde antes, presto a recoger lo repelido por lo conciente (post represión).
    Efectos de la represión en la psiconeurosis. La agencia representante de la pulsión se desarrolla con más riqueza y menores inferencias cundo la represión la sustrajo del influjo conciente. Prolifera en las sombras y encuentra formas extremas de expresión que, si le son traducidas al neurótico, no solo tiene que parecerles ajenas, sino que atemorizan provocándole el espejismo de que poseerían una intensidad pulsional extraordinaria y peligrosa. Esta ilusoria intensidad pulsional es el resultado de un despliegue desinhibido en la fantasía y en la sobre estasis producto de una satisfacción denegada. Esta ultima consecuencia se anua a la represión.
    c) Retorno de lo reprimido: Pero si ahora volvemos al aspecto contrario, comprobamos que ni siquiera es cierto que la represión mantenga apartados de lo conciente a todos los retoños de lo reprimido primordial. Si estos se han distanciado lo suficiente del representante reprimido, sea por las desfiguraciones que adoptaron o por el numero de eslabones intermedios que se intercalaron, tiene acceso a lo conciente. Es como si la resistencia que lo conciente les opone fuese una función de su distanciamiento respecto de lo originariamente reprimido.
    La represión trabaja de manera en alto grao individual; cada uno de los retoños e lo reprimido puede tener su destino particular; un poco más o un poco menos de desfiguración cambian el resultado. La represión también es móvil. Exige un gasto de energía constante; si cejara, peligraría su resultado haciéndose necesario un nuevo acto represivo. Lo reprimido ejerce una presión continua en dirección a lo conciente, a raíz de lo cual el equilibrio tiene que mantenerse por medio de una contrapresión incesante. El mantenimiento de una represión supone, un dispendio continuo de fuerzas, y en términos económicos su cancelación implicaría un ahorro.

 

Consideraciones sobre el deseo en psicoanálisis

Freud

Hay tres posibilidades para la génesis de un deseo: 1) Puede haberse excitado durante el día sin obtener satisfacción a causa de condiciones exteriores; así queda pendiente para la noche un deseo admitido y no tramitado. 2) Puede haber emergido de día, pero topándose con una desestimación; queda pendiente, pues, un deseo no tramitado pero que fue sofocado. 3) Puede carecer de relación con la vida diurna y contarse entre aquellos deseos que sólo de noche se ponen en movimiento en nosotros desde lo sofocado. Si ahora recurrimos a nuestro esquema del aparato psíquico, localizamos un deseo de la primera clase en el sistema Prcc; del deseo de la segunda clase suponemos que fue esforzado hacia atrás, del sistema Prcc al Icc, y si es que se ha conservado, lo ha hecho sólo ahí; y de la moción de deseo de la tercera clase creemos que es de todo punto incapaz de trasponer el sistema del Icc.

Hay que agregar como cuarta fuente del deseo del sueño las mociones de deseo actuales, que se despiertan durante la noche.

Los sueños infantiles no nos dejan duda alguna de que un deseo no tramitado durante el día puede ser el excitador del sueño. Pero en el adulto el deseo que quedó pendiente de cumplimiento durante el día no basta para crear un sueño. La moción de deseo que proviene de lo conciente habrá de contribuir a incitar el sueño. El sueño no se engendraría si el deseo preconciente no supiese ganarse un refuerzo de otra parte.

El deseo conciente sólo deviene excitador de un sueño si logra despertar otro deseo paralelo, inconciente, mediante el cual se refuerza. A estos deseos inconcientes los considera siempre alertas

Indestructibilidad de los deseos inconcientes:

Estos deseos siempre alertas de nuestro inconciente, deseos que se encuentran en estado de represión, decía, son ellos mismos de procedencia infantil. El deseo que se figura en el sueño tiene que ser un deseo infantil. Por tanto, en el adulto proviene del Icc; en el niño, en quien la separación y la censura entre Prcc e Icc todavía no existen o sólo están constituyéndose poco a poco, es un deseo incumplido, no reprimido de la vida de vigilia. Mociones de deseo de la vida conciente y mociones de pensamiento en los sueños de los adultos:

A las mociones de deseo que restan de la vida conciente de vigilia se le asigna un papel secundario en la formación del sueño.

El pensamiento diurno tuvo que procurarse por algún camino el anudamiento con un deseo infantil sofocado y ahora inconciente, que le permitió después “nacer” para la conciencia.

Relación deseo inconciente - restos diurnos (deseos o mociones psíquicas de cualquier índole o impresiones recientes):

Un pensamiento onírico desempeñe para el sueño el papel del empresario tiene la idea y el empuje para ponerla en práctica, nada puede hacer sin capital; necesita de un capitalista que le costee el gasto, y este capitalista, que aporta el gasto psíquico para el sueño, es en todos los casos e inevitablemente, cualquiera que sea el pensamiento diurno, un deseo que procede del inconciente.” (ant. cit. pag. 553)

Esquema del aparato psíquico. Vivencia de satisfacción y deseo:

el aparato obedeció primero a mantenerse en lo posible exento de estímulos, y por eso en su primera construcción adoptó el esquema del aparato reflejo que le permitía descargar enseguida, por vías motrices, una excitación sensible que le llegaba desde fuera. Pero el apremio de la vida perturba esta simple función. El apremio de la vida lo asedia primero en la forma de las grandes necesidades corporales. El niño hambriento llorará o pataleará inerme. Pero la situación se mantendrá inmutable, la excitación que parte de la necesidad interna corresponde a una fuerza que actúa continuadamente. Sólo puede sobrevenir un cambio cuando se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno. La reaparición de la percepción es el cumplimiento de deseo, y el camino más corto para este es el que lleva desde la excitación producida por la necesidad hasta la investidura plena de la percepción.

Identidad de pensamiento. Proceso secundario:

El pensar no es sino el sustituto del deseo alucinatorio, y en el acto se vuelve evidente que el sueño es un cumplimiento de deseo, puesto que solamente un deseo puede impulsar a trabajar a nuestro aparato anímico. El sueño, que cumple sus deseos por el corto camino regrediente, no ha hechos sino conservarnos un testimonio del modo de trabajo primario de nuestro aparato psíquico, que se abandonó por inadecuado.

Deseo y cultura:

Dos orígenes del sentimiento de culpa: la angustia frente a la autoridad y, más tarde, la angustia frente al superyó. La primera compele a renunciar a satisfacciones pulsionales; la segunda esfuerza, además, a la punición, puesto que no se puede ocultar ante el superyó la persistencia de los deseos prohibidos. En el caso de la angustia frente al superyó. Aquí la renuncia de lo pulsional no es suficiente, pues el deseo persiste y no puede esconderse ante el superyó

Lacan

El deseo como defensa

Lacan considerando los procesos defensivos dice que éstos serían defensa contra algo, para concluir que ese algo no es otra cosa que el deseo cuya energía es la libido. Este deseo libidinal marcaría la dependencia del niño, y del adolescente, podríamos agregar, de los significantes que lo constituyen.

El deseo es una defensa, una prohibición

Desear involucra una fase defensiva que lo hace idéntico a no querer desear

Deseo no es instinto:

El hombre goza de desear, de ahí la necesidad de mantener el deseo insatisfecho. Lacan sostiene que el deseo es excéntrico a la satisfacción.

Deseo - deseo del Otro:

La metonimia es efecto hecho posible por la circunstancia de que no hay ninguna significación que no remita a otra significación, y donde se produce su más común denominador, a saber la escases de sentido, que se manifiesta en el fundamento del deseo. El deseo es la metonimia de la falta en ser.

El deseo humano es el deseo del Otro. No hay ocasión de que el deseo sea satisfecho. Deseo – demanda - lenguaje:

Que el falo sea un significante es algo que impone que sea en el lugar del Otro donde el sujeto tenga acceso a él. Pero como ese significante no está allí sino velado y como razón del deseo del Otro, es ese deseo del Otro como tal lo que al sujeto se le impone reconocer, es decir el otro en cuanto que es él mismo sujeto dividido.

Es de la demanda que surge el deseo, por eso el deseo en el inconciente está estructurado como un lenguaje.

El deseo se esboza en el margen donde la demanda se desgarra de la necesidad: margen que es el que la demanda, cuyo llamado es dirigido al Otro.

La castración quiere decir que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo

Pero Freud nos revela que es gracias al Nombre del Padre como el hombre no permanece atado al servicio sexual de la madre, que la agresión contra el Padre está en el principio de la Ley que está al servicio del deseo que ella instituye por la prohibición del incesto. El deseo es deseo de deseo, deseo del Otro.

 

El malestar de la cultura

  1.  

 

Freud inicia retomando la idea de la religión como la protección de la Providencia que vela por su vida y resarcirá todas las frustraciones padecidas en el más acá, que no es otra cosa que un Padre de gran evergadura.

 

Cuestionando sobre esa relación, entre hombre y religión cita a Goethe y analiza la ubicación de la religión. Señala que la vida como nos es impuesta resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños y tareas insolubles. Para soportarla no prescindir de calmantes, que son de 3 clases: poderosas distracciones que nos hagan valuar un poco nuesta miseria; satisfacciones sustitutivas que la reduzcan; y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. No es sencillo ubicar a la religión dentro de esta serie.

 

Señala el autor que, innumerables veces se ha planteado la pregunta por el fin de la vida humana y no hay una respuesta satisfactoria. Su premisa es manifestación de la arrogancia humana. También aquí solo la religión sabe responder a ese pregunta, e indica Freud que difícilmente se errará si se juzga que la idea misma de un fin de la vida depende por completo del sistema de la religión. Por eso pasa a una pregunta menos pretenciosa, ¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan discernir por su conducta, como un y propósito de su vida? Qué exigen de ella y qué quieren alcanzar?. Entonces la respuesta no es difícil: quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla. Esta aspiración tiene dos costados una meta positiva y otra negativa; por un lado se quiere la ausencia del dolor y de displacer y por otro vivenciar intensos sentimientos de placer.

 

El programa del principio de placer es que fija su fin a la vida, este principio gobioerna la operación del aparato anímico desde el comienzo mismo, sobre su carácter a corda a fin de no caben dudas, no obstante lo cual su programa entra en querella con el mundo entero. Es absolutamente irrealizable, las disposiciones del todo lo contrarían y se dirá que el propósito de que el hombre sea dichoso (dicha = intensos sentimientos de placer) no está contemplado en el plan de la Creación; y lo que repentinamente se llama “felicidad” corresponde a la satisfacción más bien repentina de las necesidades retenidas con alto grado de estasis (sic) y por su propia naturaleza solo es posible como un fenómeno episódico. Si una situación anhelada por el principio de placer perdura en ningún caso se obtiene más que un sentimiento de ligero bienestar; estamos organizados de tal modo que solo podemos gozar con intensidad el contraste y muy poco el estado.

 

De esa forma, Freud indica que no es asombroso que bajo la presión de estas posibilidades de sufrimiento los seres humanos suelan atemperar sus exigencias de dicha, tal como el propio principio de placer se transformó bajo el influjo del mundo exterior en el principio de realidad más modesto; no es asombroso que se consideren dichosos si escaparon a la desdicha, si salieron indemnes del sufrimiento, ni tampoco dondequiera universalmente, la tarea de evitar este relegue a un segundo plano la de la ganancia de placer. Una satisfacción irrestricta de todas las necesidades quiere ser admitida como la regla de vida más tentadora, pero ello significa anteponer el goce a la precaución, lo cual tras breve ejercicio recibe su castigo. Los otros métodos, aquellos cuyo principal propósito es la evitación de displacer se diferencian según la fuente de este último a que dediquen mayor atención (p.77): soledad, como miembro de la comunidad, influir sobre el propio organismo, método químico: la intoxicación (Freud se refiere a estos últimos diciendo entre otras cosas que, lo que se consigue mediante las sustancias embriagadorasen la lucha por la felicidad y por el alejamiento de la miseria, es apreciado como un bien tan grande que individuos y aun pueblos le han asignado una posición fija en la economía libidinal. Es notorio que esa propiedad de los medios embriagadores determina justamente su carácter peligroso y dañino y en muchos casos son culpables de la inútil dilapidación de grandes montos de energía que podrían haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos).

 

El complejo edificio de nuestro aparato anímico permite toda una serie de modos de influjo, además del mencionado. Así como satisfacción pulsional equivale a dicha, así también es causa de grave sufrimiento cuando el mundo exterior nos rehúsa la saciedad de nuestras necesidades. Por tanto, interviniendo sobre estas mociones pulsionales uno puede esperar liberarse de una parte del sufrimiento, este modo de defensa frente al padecer ya no injiere en el aparato de la sensación; busca enseñorarse de las fuentes internas de las necesidades (caso de las prácticas de yoga). Las que entonces gobiernan son las instancias psíquicas más elevadas que se han sometido al principio de realidad. Cuestiona sobre esta alternativa que el sentimiento de dicha provoicado por la satisfacción de una pulsión silvestre no domeñada por el yo, es incomparablemente más intenso que el obtenido a raíz de la saciedad de una pulsión enfrenada). Aquí encuentra una explicación económica el carácter incoercible de los impulsos perversos y acaso también el atractivo de lo prohibido como tal.

 

Otra técnica para la defensa contra el sufrimiento se vale de los desplazamientos libidinales que nuestro aparato anímico consiente y por los cuales su función gana tanto en flexibilidad. Sería trasladar las metas pulsionales de tal suerte que no puedan ser alcanzadas por la denegación del mundo exterior. Para ello la sublimación de las pulsiones presta auxilio. Se lo consigue sobretodo cuando un se las arregla para elevar suficientemente la ganancia de placer que proviene de las fuentes de un trabajo psíquico intelectual. Lo débil de este método es que no es de aplicación universal pues solo es asequible para pocos seres humanos (ej: alegría del artista en el acto de crear). Acá es nítido el proposito de independizarse del mundo exterior pues se busca sus satisfacciones en procesos internos psiquicos.

 

Otro método en el que se afloja más el nexo con la realidad y la satisfacción se obtiene cono ilusiones admitidas como tales, pero sin que esta divergencia suya respecto de la realidad fectiva arruine el goce. Es el ámbito de la vida de la fantasía, dice Freud que en su tiempo cuando se consumó el desarrollo del sentido de la realidad, ella fue sutraída expresamente de las exigencias del examen de la realidad y quedó destinada al cumplimiento de deseo de difícil realización. Ej: goce de obras de arte accesible mediante el artista aun para quienes no son creadores. Pero esto no es más que una sustracción pasajera de los apremios de la vida que no es lo bastante intensa para hacer olvidar una miseria objetiva.

 

Otro procedimiento más enérgico, discierne el único enemigo en la realidad que es la fuente de todo padecer y con la que no se puede convivir por lo que es necesario romper todo vínculo con ella si es que uno quiere ser dichoso en algún sentido. El eremita vuelve la espalda a este mundo y no quiere saber nada de él y pretende recrearlo y edificar otro en donde sus rasgos más insoportables se hayan eliminado y sustituido por los deseos propios. La realidad efectiva es demasiado fuerte y con este camino no se consigue nada, se convierte en un delirante y pocas veces halla quién lo ayude a ejecutar su delirio. Ej: ciertas religiones de la humanidad con delirios en masa.

 

El recuente hecho no es exhaustivo. Otro método para evitar el sufrimiento, sitúa la satisfacción de los procesos anímicos internos y para ello se vale de la desplazabilidad del líbido, pero no se extraña del mundo exterior, sino que al contrario se aferra a sus objetivos y obtiene la dicha a partir de un vínculo de sentimiento con ellos. No se queda contento con la meta de evitar displacer sino que se atiene a la aspiración originaria, apasionada hacia el cumplimiento positivo de la dicha y quizás se le aproxime más que cualquier otro método. Es aquella orientación de la vida que sitúa al amor en el punto central que espera toda satisfacción del hecho de amar y ser-amado. Una actitud psíquica de esta índole está al alcance de todos nosotros una de las formas de manifestación del amor, el amor sexual no ha procurado la experiencia más intensa de sensación placentera, avallasadora, dándonos el arquetipo para nuestra aspiración a la dicha. Nada más natural que obstinarnos en buscar la dicha por el mismo camino siguiendo el cual una vez la hallamos.

 

También puede situarse el interesante caso en que la felicidad en la vida se busca sobretodo en el goce de la belleza, dondequiera que ella se muestre a nuestros sentidos y a nuestro juicio, la belleza de formas y gestos humanos, de objetos naturales y paisajes, de creaciones artísticas y aun científicas. Esto ofrece escasa protección contra la posibilidad de sufrir pero puede resarcir de muchas cosas. El goce de la belleza se acompaña de una sensación particular de efecto embriagador. Aunque no se advierte la utilidad de la belleza, no se puede prescindir de ella y lo único seguro es que deriva del ámbito de la sensibilidad sexual, sería un ejemplo arquetípico de una moción de meta inhíbida. La belleza y el encanto son originariamente propiedades del objeto sexual. Freud hace notar que los genitales mismos cuya visión siempre tiene un efecto excitador, casi nunca se aprecian como bellos; en cambio el carácter de la belleza parece adherir a ciertos rasgos sexuales secundarios.

 

El Programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable empero no es lícito o posible, resignarlos empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento, para esto pueden emprenderse muy diversos caminos, anteponer el contenido positivo de la meta, la ganancia de placer o su contenido negativo, la evitación de displacer. Por ninguno de ellos podemos alcanzar todo lo que anhelamos. Los más diversos factores intervendrán para indicarle el camino de su opción, lo que importa es cuanta satisfacción real pueda esperar del mundo exterior y la medida en que sea movido a independizarse de él y en esto además de las circunstancias externas, es decisiva la constitución psíquica del individuo. Quien nazca con una constitución pulsional particularmente desfavorable y no haya pasado de manera regular por la transformación y reordenamiento de sus componentes libinales, indispensables para su posterior productividad encontrará arduo obtener felicidad de su situación exterior.

 

La religión perjudica este juego de elección y adaptación, imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real.

 

III.

 

Freud cuestiona por qué es tan difícil para los seres humanos conseguir la dicha?. Señala que se dio la respuesta cuando señalamos las 3 fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad. En el caso de las dos primeras considera que nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas inevitables. Pero diversa es nuestra conducta frente a la tercera: la social; nos negamos a admitirla en la medida que no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no habrían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos.

 

Considerando estas situaciones, se puede enunciar que gran parte dela culpa por nuestra miseria la tiene lo que se llama nuestra cultura; seríamos mucho más felices si la resignáramos y volviéramos a encontrarnos en condiciones primitivas. Esta aseveración es asombrosa, porque comoquiera que se defina el concepto de cultura, es indudable que todo aquello con lo cual intentamos protegernos de la amenaza que acecha desde las fuentes del sufrimiento, pertenece justamente a esa misma cultura. Cuestiona Freud, el por qué tantos seres humanos han legado a este punto de vista de hostilidad a la cultura?, sobre lo que opina que un descontento profundo y de larga data con el respectivo estado de la cultura abonó el terreno sobre el cual se levantó después, a raíz de ciertas circunstancias históricas un juicio condenatorio. La última y anteúltima de estas ocasiones las visualiza en el triunfo del cristianismo sobre religiones pagadas en lo que tiene que haber intervenido un factor de hostilidad a la cultura; lo sugiere la desvalorización de la vida terrenal consumada por la doctrina cristiana. El último ocasionamiento sobrevino cuando se dilucidó le mecanismo de la neurosis, que amenazaban con enterrar el poquito de felicidad del hombre culto; se descubrió que el ser humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la medida de frustración que la socieda le impone en aras de sus ideales culturales y de ahí se concluyó que suprimir esas exigencias o disminuirlas en mucho significaría un regreso a las posibildades de dicha.

 

A lo anterior suma un facto de desengaño, sobre lo que indica que en las últimas generaciones lo seres humanos están orgullosos de sus logros, pero creen haber notado que sus conquistas sobre el espacio y el tiempo y sometimiento de las fuerzas de la naturaleza; no promueve el cumplimiento de elevar la medida de satisfacción placentera que esperan de la vida (no son más felices). De esta comprobación debería inferirse simplemente que el poder sobre la naturaleza no es la única condición de la felicidad humana, como tampoco es la única meta de los afanes de la cultura y no extraer la conclusión de que los progresos técnicos tienen un valor nulo para nuestra economía de felicidad. Ej: ganancia positiva de escuchar a mi hijo por teléfono a mucha distancia; sobre lo que se hace oir una voz crítica pesimista y advierte que la mayoría de estas satisfacciones siguieron al modelo de aquel contento barato; entonces se puede decir por ej: que de no existir ferrocarriles mi hijo no hubiera abandonado la ciudad paterna. Parece que no nos sentimos bien en la cultura actual, pero es difícil formarse un juicio de épocas anteriores para saber si los seres humanos se sintieron más felices, pero la felicidad es algo enteramente subjetivo.

 

En este punto de la indagación, Freud considera necesario abordar la esencia de la cultura cuyo valor de felicidad se pone en entredicho. Señala que cultura designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de las de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres. Para comprender más buscará los rasgos de la cultura tal y como se presentan en las comunidades humanas. Para ello reconoce como “culturales” todas las actividades y valores que son útiles para el ser humano en tanto ponen la tierra a su servicio, lo protegen contra la violencia de las fuerzas naturales, etc. ej: domesticación del fuego, las gafas para corregir los defectos de los ojos, microscopios para vencer los límites de lo visible, con la cámara fotográfica retiene las impresiones visuales fugitivas.

 

En tiempos remotos se había conformado un a representación ideal de la omnipotencia y omnipresencia que encarnó en sus dioses. Les atribuyó todo lo que parecía inasequible a sus deseos o le era prohibido; por lo que es lícito decir que tales dioses eran ideales de cultura. Pero, ahora se ha acercado tanta al logro de ese idea que casi ha devenido un dios él mismo; pero no se puede olvidar que el ser humano de nuestros días no se siente feliz en su semejanza con un dios.

 

Se reconoce a un país una cultura elevada cuando encontramos que en él es cultivado y cuidado con arreglo a fines todo lo que puede ponerse al servicio, todo lo que es útil (ej: el suelo se siembra laboriosamente para obtener vegetales que es apto para nutrir). Pero también es cultural que el cuidado de los seres humanos se dirija a cosas que en modo alguno son útiles y hasta inútiles, por ejemplo la estima por la belleza. Requerimos además signos de limpieza y orden. El orden es una suerte de compulsión de repetición que, una vez instituida decide, cuándo, dónde y cómo algo debe ser hecho, ahorrando así vacilación y dudas en todos los casos idénticos. Se tendría derecho a esperar que se hubiese establecido desde el comienzo y sin compulsión en el obrar humano y es permisible asombrarse de que haya sido así, porque el hombre más bien posee una inclinación natural al descuido, a la falta de regularidad y de puntualidad en su trabajo y debe ser educado empeñosamente para imitar los arquetipos celestes.

 

Pero la utilidad no explica totalmente el afán. En ningún otro rasgo se distingue mejor según Freud la cultura, que en la estima y el cuidado dispensado a las actividades psíquicas superiores, las tareas intelectuales, científicas y artísticas, el papel rector atribuido a las ideas en la vida de los hombres; en la cúspide de estas ideas se sitúan los sistemas religiosos, las especulaciones filosóficas y formaciones de ideal de los seres humanos: sus representaciones acerca de una perfección posible del individuo, del pueblo, de la humanidad toda.

 

Como último rasgo, aprecia el modo en que se reglan los vínculos recíprocos entre los seres humanos: los vínculos sociales que ellos entablan como vecinos, como dispensadores de ayuda, como objeto sexual de la otra persona, como miembro de una familia o de un Estado. La convivencia humana solo es posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados y cohesionada frente a estos. El poder de la comunidad se contrapone como “derecho” al poder del individuo que es condenado como violencia bruta. Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo. El siguiente requisito cultural es la justicia, osea la seguridad de que el orden jurídico no se quebrantará para favorecer a un individuo, entiéndase que ello no decide sobre el valor ético de un derecho semejante. La libertad individual no es un patrimonio de la cultura, fue máxima antes de toda cultura, pero en estos tiempos carecía de valor porque el individuo difícilmente estaba en condiciones de preservarla. Por el desarrollo cultural experimente limitaciones y la justicia exige que nadie escape a ellas. Buena parte de la brega de la humanidad gira en torno a la tarea de hallar un equilibrio acorde a fines, vale decir, dispensador de felicidad, entre esas demandas individuales y las exigencias culturales de la masa; y uno de los problemas que atañen a su destino es saber si mediante determinada configuración cultural ese equilibrio puede alcanzarse o si el conflicto es insalvable.

 

El desarrollo cultural es un proceso peculiar que abarca la humanidad toda y en el que muchas cosas nos parecen familiares. Puede caracterizarse por las alteraciones que emprende con las notorias disposiciones pulsionales de los seres humanos, cuya satisfacción es por cierto la tarea económica de nuestra vida. Algunas de esas pulsiones son consumidas, por lo que en su reemplazo emerge algo que describiríamos como una propiedad de carácter. El ejemplo más notable se encuentra en el erotismo anal de los seres jóvenes: su originario interés por la función excretoria, por sus órganos y productos, se trasmuda en el curso del crecimiento en el grupo de propiedades que nos son familiares como parsimonia, sentido del orden y limpieza, las que se pueden incrementar hasta alcanzar un llamativo predominio llamado carácter anal. Otras pulsiones son movidas a desplazar las condiciones de su satisfacción, a dirigirse por otros caminos, lo cual en la mayoría de los casos coincide con la sublimación (de las metas pulsionales) que nos es bien conocida, aunque en otros casos pueda separarse de ella. La sublimación de las pulsiones es un rasgo particularmente destacado del desarrollo cultural; posibilita que actividades psíquicas superiores (científicas, artísticas e ideológicas) desempeñen un papel sustantivo en la vida cultural. En tercer lugar, dice Freud que no puede negarse que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, el ato grado en que se basa, precisamente en la no satisfacción (sofocación, represión, otra cosa...) de poderosas pulsiones. Esta denegación cultural gobierna el ámbito de los vínculos sociales entre los hombres y esta es la causa de hostilidad a que se ven precisadas de luchar todas las culturas.

 

Si se quiere saber qué valor puede reclamar la concepción del desarrollo cultural como

un proceso particular comparable a la maduración normal del individuo, debe acometerse el problema: preguntarse por los influjos a que debe su origen el desarrollo cultural, por el modo de su génesis y lo que comandó su curso.

 

La agresividad en psicoanálisis (Lacan)

Sostiene Lacan que la agresividad esta tan presente en la competencia, en la confrontación y en la rivalidad, como también en el intercambio amoroso o en la manifestaciones cariñosas y de existencia normal o esperable en la adolescencia. Lacan ubica a la agresividad entre el yo y el semejante. Se presenta frente a la imagen en el espejo del mismo como totalidad que provoca una tensión agresiva (eroto-agresiva), que lo reenvia a las sensaciones del cuerpo fragmentado. Dicha tensión agresiva deriva en una identificación con la imagen especular “ambivalente”. Esa tensión agresiva subyace en todas las formas futuras de identificación y constituye la característica esencial del narcisismo. O el narcisismo llevar del auto-amor a la agresión suicida narcisista.

La agresividad es la tendencia correlativa de un modo de identificación que se llama narcisista y que determina la estructura formal del yo del hombre y del registro de entidades característico de su mundo

 

El estadio del espejo como formador de la función del yo (Lacan)

Se puede comprender al estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da que es: la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase esta indicada por el uso, del termino antiguo imago.

El hecho de que su imagen especular sea asumida por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio infans, parecerá que manifiesta la matriz simbolia en la que el yo se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro antes de que el lenguaje se restituya en lo universal su función de sujeto. Esta forma debería designarse como yo-ideal en el sentido de que será también el tronco de las identificaciones secundarias, cuyas funciones de normalización libidinal se reconocen bajo ese termino. Esta forma situa la instancia del yo, aun antes de su determinación social, en una línea de ficción.

Para las imagos la imagen especular parece ser el umbral del mundo visible, si se da crédito a la disposición en espejo que presenta en la alucinación y en el sueño la imago del cuerpo propio, ya sea de sus rasgos individuales, o de sus proyecciones objetales, o si se fija en el papel del aparato del espejo en las ápariciones del doble en que se manifiestan realidades psíquicas, por lo demás heterogéneas.

La función del estadio del espejo se revela como un caso particular de la función del imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad.

 

Ambivalencia (Freud)

A la propensión por actitudes antagónicas tales como amor-odio, que se dirigen originariamente hacia los padres y que luego se orienta sustitutos, repitiéndose imágenes o escenas de la infancia, extinguidas ya de la memoria o de la conciencia, que retornan desde lo inconsciente. Se transfiere a figuras significativas (educadores, docentes) con valor de autoridad, el respeto y la veneración sentidos  “ante el omnisapiente padre” de los años infantiles, pero al mismo tiempo lucha contra ellos como lo había hecho contra aquel

 

La adolescencia y el otro familiar social

En la raíz del termino adolecer no hay falta de algo que se deba proveer desde el lugar de los adultos, sino por el contrario hay referencias a un ir en aumento que implica crecimientos que el adolescente soporta en el orden del cuerpo que se impone como bizarro y en exceso, como expresión de lo real. Pero además significa “humear, arder”, expresiones que aludirían al erotismo genital en la pubertad. Hay un cuerpo “real”  que se presenta en primer plano cuestionando un saber vigente, lo real como algo ante lo cual las palabras se detienen. El termino adolescencia suele estar relacionado con el “dolor” en cuanto a la existencia de duelos que la caracterizan y que se deben elaborar. Los adolescentes deberán enfrentarse a la exigencia de tener que procesar psíquicamente las perdidas, el duelo no es propiedad exclusiva de una “fase” o etapa de la vida del hombre. Tampoco es solo dolor lo que define a la adolescencia, no solo es perdida o dolor aquello a lo que se enfrenta el adolescente, tampoco la adolescencia es sinónimo de falta dejando implícita la idea de que con la adultez se lograría el saber de la mera experiencia.

No es solo dolor aquello de lo que se trata en la adolescencia. La puntuación que se realiza deja en las sombras otro sentido de la palabra “duelo” que remite a un enfrentamiento entre dos partes, aspecto o condición imprescindible para que haya duelo: “dos” abocados a un medir de fuerzas, necesario en el trabajo de ir construyendo un espacio propio para si por parte del adolescente, lo cual implica ruptura y desprendimiento. En este probar fuerzar en la rivalidad o competencia con padres y pares, los adolescentes se comprometen con entusiasmo, agresiva y hasta divertida

La adolescencia se enlazaría doblemente, con falta, en el supuesto “adolecer” como equivalente de la castración, y con presencia opresora de algo que esta allí en demasía, que crece escapando de viejos controles. Como internidad o desprotección, ante los duelos que se debe enfrentar, y como exceso, con la aparición de un cuerpo que “aumenta” y que “quema”, incontrolable irrupción del erotismo genital en la pubertad.

La idea es considerar falo-castración en la manera de ver cómo se integran ambas dimensiones para poder entender la angustia que invade al asi llamado “adolescente” y quien como “adulto” responde desde lo familiar-social pretendiendo dar respuestas a las preguntas fundantes del ser humano, a los enigmas de la vida que el psicoanálisis denomina: muerte y sexualidad.

Enfrentado con la perdida, con la desaparición de un mundo y un cuerpo infantil, el joven se interroga acerca de su propio lugar y del de los otros en el mundo, en un momento en que vacila el fantasma, la realidad supuesta se resquebraja surgiendo algo distinto a lo creido hasta ese momento, algo increíble que desde lo real se impone haciendo tambalear nuevos saberes. El intento es saber acerca del deseo del Otro, encontrar en la mirada del otro, amado y amante, algo que puede garantizar el nuevo lazo entre la imagen y el cuerpo sentido desde lo interior, sufriendo el desvaciamiento de su ser niño que lo re-enfrenta a la angustia del cuerpo fragmentado que lleva a la búsqueda de nueva imagen.

 

Duelo normal y duelo patológico (melancolía)

Freud realiza una comparación entre el duelo considerado normal y el duelo patológico (melancolía). Freud sitúa una serie de elementos comunes tales como un estado anímico doloroso, la cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar y una inhibición de productividad.

Ambos cuadros se desencadenan frente a la pérdida de un objeto amado o un ideal. A partir de esta circunstancia, el sujeto emprende un desasimiento de la libido que opera lentamente y como afirma Freud “Pieza por pieza”, para poder recorrer todas las huellas mnémicas del objeto perdido. En cuanto a las diferencias, el duelo es definido como la reacción frente a la pérdida de un objeto amado (persona o abstracción). Esta pérdida es consciente y depende de un acatamiento al examen de realidad que afirma que ese objeto ya no existe.

En la melancolía, el sujeto reacciona frente a la pérdida del objeto de amor sin acatar el examen de realidad, por este motivo el yo no se resigna a perder el objeto y esta pérdida es inconsciente (ya que se sabe a quién se perdió pero no lo que se perdió del objeto).

El duelo requiere de un trabajo que demanda mucha energía psíquica, pero una vez finalizado, puede darse una sustitución del objeto, por lo cual el yo vuelve a estar libre. Mientras que en este caso de la melancolía en vez de darse una pérdida de objeto, se da una pérdida en el yo, el cual es condenado por su instancia crítica y le provoca una rebaja del sentimiento de sí.

En virtud de una identificación con el objeto perdido, el melancólico presenta un delirio de insignificancia, ya que a la pérdida del objeto le deviene el empobrecimiento del yo. Este delirio genera autoreproches y autocríticas. Freud afirma que estos autoreproches son como reproches hacia el objeto de amor pero que, por identificación, recaen sobre el yo ensombreciéndolo.

 

El malestar en la cultura

El sufrimiento amenaza al sujeto durante la adolescencia por tres vías

Por estos tres lugares se presenta lo real, en tanto los contundentes cambios en las dimensiones del mundo exterior o de los vínculos con los otros, o en el desconocimiento en cuanto a aquello que se presenta desde lo real sexual, imponen pertinentes trabajos psíquicos para su procesamiento.


 

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