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Resumen para el Tercer Parcial  |  Psicoanálisis Freud (Cátedra: Delgado - 2017)  | Psicología  |  UBA

INHIBICIÓN, SÍNTOMA Y ANGUSTIA

I

En la descripción de fenómenos patológicos, hay que diferenciar entre síntomas e inhibiciones. La inhibición tiene un nexo particular con la función y no necesariamente designa algo patológico: se puede dar ese nombre a una limitación normal de una función. En cambio síntoma equivale a indicio de un proceso patológico. Entonces tambien una inhibición puede ser un síntoma. La terminología procede de la siguiente manera: habla de inhibición donde está presente una simple rebaja de la función, y de síntoma donde se trata de una desacostumbrada variación de ella o de una nueva operación.

Dado que la inhibición se lega conceptualmente de manera tan estrecha a la función, uno puede dar en la idea de indagar las diferentes funciones del yo a fin de averiguar las formas en que se exterioriza su perturbación a raíz de cada una de las afecciones neuróticas. Para ese estudio comparativo se escoge: la función sexual, la alimentación, la locomoción y el trabajo profesional.

1)La función sexual sufre diversas perturbaciones, la mayoría presenta el carácter de inhibiciones simples. El logro de la operación sexual normal presupone un decurso complicado, y la perturbación puede intervenir en cualquier punto de él. Las estaciones principales de la inhibición son en el varón: el extrañamiento de la libido en el inicio del proceso, la falta de la preparación física, la abreviación del acto. Otras perturbaciones resultan del enlace de la función a condiciones particulares de naturaleza perversa o fetichista.

No se puede dejar de lado la existencia de un nexo entre la inhibición y la angustia. Muchas inhibiciones son una renuncia a cierta función porque a raíz de su ejercicio se desarrollaría angustia. en la mujer es frecuente una angustia directa frete a la función sexual; la incluimos en la histeria, lo mismo que al síntoma defensivo del asco, que se instala como una reacción, sobrevenida con posterioridad, frente al acto sexual vivenciado de manera pasiva, y luego emerge a raíz de la representación de este.

Se emplean muy diversos procedimientos para perturbar la función: a) el mero extrañamiento de la libido, que parece producir a lo sumo lo que llamamos una inhibición pura b) su obstaculización mediante condiciones particulares y su modificación por desvió hacia otras meta c) su prevención por medidas de aseguramiento d) su interrupción mediante un desarrollo de angustia toda vez que no se pudo impedir su planteo d) una reacción con posterioridad que protesta contra ella y quiere deshacer lo acontecido cuando la función se ejecuto a pesar de todo.

2)La perturbación más frecuente de la función nutricias es el displacer frente al alimento por quite de la libido. Como defensa histérica frente al acto de comer conocemos el síntoma del vomito. El rehusamiento de la comida consecuencia de angustia es propio de algunos estados psicóticos.

c)La locomoción es inhibida en muchos estados neuróticos por un displacer y una flojera en la marcha; la traba histérica se sirve de la paralización del aparato de movimiento o le produce una cancelación especializada de esa sola función

d)La inhibición del trabajo nos muestra un placer disminuido, torpeza en la ejecución o manifestaciones reactivas como fatiga cuando se es compelido a proseguir el trabajo. La histeria fuerza la interrupción del trabajo produciendo parálisis de órgano y funcionales, cuya presencia es inconciliable con la ejecución de aquel. La neurosis obsesiva lo perturba mediante una distracción continua y la pérdida de tiempo que supone las demoras y repeticiones interpoladas

A modo de conclusión se puede decir, que la inhibiciones son limitaciones de las funciones yoicas, sea por precaución o a consecuencia de un empobrecimiento de energía. Ahora es fácil discernir la diferencia entre la inhibición y el síntoma. Este último proceso no puede describirse como un proceso que suceda dentro del to a que le suceda al yo.

 

 

 

II

El síntoma es indicio y sutituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del proceso represivo. La represión parte del to, quien por encargo del superyó, no quiere acatar un investidura pulsional incitada en el ello. Mediante la represión, el yo consigue coartar en el devenir conciente de la representación que era la portadora de la moción desagradable. El análisis demuestra a menudo que esta se ha conservado como formación inconsciente.

A consecuencia de la represión, el decurso excitatorio intentado en el ello no se produce, el yo consigue inhibirlo o desciarlo. Con esto se disipa el enigma de la mudanza de afecto a raíz de la represión.

El yo adquiere este influjo a consecuencia de sus intimos vínculos con el sistema percepción, vínculos que constituyen su esencia y han devenido el fundamento de su diferenciación respecto del ello. La función de este sistema que hamos llamado P-Cc, se conecta con el fenomeno de la concienca; recibe exitaciones no solo de afuera, sino de adentro, y por medio de las sensaciones de placer y desplacer, que le llegan desde ahí, intenta guiar todos los decursos del acontecer anímico en el sentido del principio de placer. Se tiende a representar al yo como impotente frente al ello, pero cuando se resuelve contra un proceso pulsional del ello, no le hace falta más que emitir una señal de displacer para alcanzar su propósito con ayuda la la instancia caso omnipotente del principio de placer.

La defensa frente a un proceso indeseado del interior acaso acontezca siguiendo el patrón de la defensa frente a un estimulo exterior, y que el yo emprenda el mismo camino para preservarse tanto del peligro interior como del exterior. a raíz de un peligro externo, el ser orgánico inicia un intento de huida: primero quita la investidura a la percepción de lo peligroso; luego discierne que el medio mas eficaz es realizar acciones musculares tales que vuelvan imposible a percepción del peligro, aun no rehusándose a ella, es decir, sustraerse del campo de acción del peligro. La represión equivale a un tal intento de huida. El yo quita la investidura de la agencia representante de pulsión que es preciso reprimir y la emplea área el desprendimiento de displacer. Puede que no sea nada simple el problema del modo en que se engendra la angustia a raíz de la represión,  pero se tiene el derecho a retener la idea de que el to es el genuino almacigo de la angustia, y a rechazar la concepción anterior, según la cual la energía de investidura de la moción reprimida se mudaba automáticamente en angustia.

La angustia es reproducida como estado afectivo siguiendo una imagen mnémica preexistente. Freud considera injustificado que en todo estallido de angustia ocurra en la vida anímica algo equivalente a un reproducción de la situación del nacimiento.

Freud ha puntualizado en otros escritos que la mayoría de las represiones en el trabajo terapéutico son casos de esfuerzo de dar caza. Presupone represiones primordiales producidas con anterioridad, y que ejercen su influjo de atracción sobre la situación reciente. Es demasiado poco lo que se sabe acerca de esos trasfondos y grados previos de la represión. Se corre el peligro de sobrestimar el papel del superyó en la represión. Por ahora no es posible decidir si la emergencia del superyó crea el deslinde entre esfuerzo primordial de desalojo y esfuerzo de dar caza. Los primeros estallidos de angustia se producen se producen antes de la diferenciación del superyó. Es enteramente verosímil que factores cuantitativos como la intensidad hipertrófica de la excitación y la ruptura de la protección antiestimulo constituyan las ocasiones inmediatas de las represiones primordiales.

La mención de la protección antiestimulo nos recuerda que las represiones emergen en dos diversas situaciones: cuando una percepción externa evoca una moción pulsional desagradable, y cuando esta emerge en lo interior sin mediar una provocación así. Protección antiestimulo la hay solo frente a estímulos externos, no frente a exigencias pulsionales internas.

A pesar de la represión, la moción pulsional ha encontrado, un sustituto, pero mutilado, desplazado, inhibido. Ya no es reconocible como satisfacción. Y si ese sustituto llega a consumarse, no se produce ninguna sensación de placer, en cambio de ello, tal consumación ha cobrado el carácter de la compulsión. Pero en esta degradación a síntoma del decurso de la satisfacción, la represión demuestra su poder también en otro punto. El proceso sustitutivo es mantenido lejos, de su descarga por la motilidad, y si esto no se logra, se ve forzado a agotarse en la alteración del cuerpo propio y no se le permite desbordar sobre el mundo exterior, le está prohibido trasponerse en acción. En la represión el yo trabaja bajo la influencia de la realidad externa, y por eso segrega de ella al resultado del proceso sustitutivo.

El yo gobierna el acceso a la conciencia, asi como el paso a la acción sobre el mundo exterior, en la represión, afirma su poder en ambas direcciones. La agencia representante de pulsión tiene que experimentar un aspecto de su exteriorización de fuerza, y la moción pulsional misma, el otro.

 

III

La separación del yo respecto del ello parece justificada; determinadas constelaciones se imponen. Pero, por otra parte, el yo es idéntico al ello, no es más que un sector del ello diferenciado en particular. Si se contrapone ese fragmento al todo, o si se ha producido una efectiva bipartición entre ambos, se hará manifiesta la endeblez del yo. Pero si el yo permanece ligado con el ello, no es separable del ello, entonces muestra su fortaleza. Parecido es el nexo del yo con el superyó; en muchas situaciones se no confunden, las más de las veces solo podemos distinguirlos cuando se ha producido una tensión, un conflicto entre ambos. y en el caso de la represión se vuelve decisivo el hecho de que el yo es una organización, pero el ello no lo es; el yo es el sector organizado del ello. Seria injustificado representarse al yo y al ello como dos ejércitos diferentes, en que el yo procurara sofocar una parte del ello mediante la represión, y el resto del ello acudiera en socorro de la parte atacada y midiera sus fuerzas con las del yo. Pero no constituye la situación inicial de la represión, como regla general, la moción pulsional por reprimir permanece aislada. Si el acto de la represión nos ha mostrado la fortaleza del yo, al mismo tiempo atestigua su impotencia y el carácter no influible de la moción pulsional singular del ello. En efecto, el proceso que por obra de la presión ha devenido síntoma afirma ahora su existencia fuera de la organización yoica y con independencia de ella. Y no solo él: también todos sus retoños gozan del mismo privilegio, se diría que de extraterritorialidad; cada vez que se encuentren por via asociativa con sectores de la organización yoica cabe la posibilidad de que los atraigan y se extiendan a expensas del yo. Una comparación que no es familiar desde hace mucho tiempo considera al síntoma como un cuerpo extraño que alimenta sin cesar fenómenos de estímulo y de reacción dentro del tejido en que está inserto. La lucha defensiva contra la moción pulsional desagradable se termina a veces mediante la formación de síntoma, es lo que ocurre sobre todo en la conversión histérica. Pero por regla general la trayectoria es otra: el primer acto de la represión sigue un epilogo escénico prolongado o que no se termina nunca, la lucha contra la moción pulsional encuentra su continuación en la lucha contra el síntoma.

Esta lucha defensiva secundaria muestra dos rostros de expresión contradictoria. Por una parte, el yo es constreñido por su naturaleza a emprender algo que tenemos que apreciar como intento de restablecimiento o de reconciliación. El yo es una organización, se basa en el libre comercio y en la posibilidad de influjo reciproco entre todos sus componentes, su energia desexualizada revela todavía su origen en su aspiración a la ligazón y la unificación, y esta compulsión a la síntesis aumenta a medida que el to se desarrolla más vigoroso. Así se comprende que el yo intente además, cancelar ajenidad y el aislamiento del síntoma, aprovechando toda oportunidad para ligarlo de algún modo a si e incorporarlo a su organización mediante tales lazos. Influye sobre el acto de la formación del síntoma. El ejemplo clásico son los síntomas histéricos que se nos han vuelto transparentes como un compromiso entre necesidad de satisfacción y necesidad de castigo. En cuanto cumplimiento de una exigencia del superyó, tales síntomas participan por principio del yo, mientras que por otra parte tiene la significatividad de unas posiciones de lo reprimido y unos puntos de intrusión de lo reprimido en la organización yoica, son fronterizas con investidura mezclada.

De todos los nexos mencionados resulta lo que no es familiar como ganancia (secundaria) de la enfermedad en el caso de la neurosis. Viene en auxilio del afán del yo por incorporarse el síntoma, y refuerza la fijación de este último. Y cuando después intentamos prestar asistencia analítica al yo en su lucha contra el síntoma, se está con que estas ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma actúan en el bando de las resistencias.

 

IV

Un ejemplo de zoofobia infantil es el caso del pequeño Hans a los caballos. El pequeño Hans se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia ante el caballo.

La incomprensible angustia frente al caballo es el síntoma; la incapacidad para andar por la calle, un fenómeno de inhibición, una limitación que el yo se impone para no provocar el síntoma-angustia. El primer conocimiento que se toma del caso ni siquiera nos enseña cual es la expresión efectiva del supuesto sintoma. Se trata de una no angustia indeterminada frente al caballo, sino de una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá. Ocurre que este contenido procura sustraerse de la conciencia y sustituirse mediante la fobia indeterminada, en la que ya no aparecen más que la angustia y su objeto.

Se encuentra en la actitud edipica de celos y hostilidad hacia su padre, a quien ama de corazón toda vez que no entre en cuenta la madre como causa de la desavenencia. Por lo tanto, un conflicto de ambivalencia, un amor bien fundado y un odio no menos justificado, ambos dirigidos a una misma persona. Su fobia tiene que ser un intento de solucionar ese conflicto. Tales conflictos de ambivalencia son frecuentes y se conoce otro desenlace típico de ellos. En este, una de las dos mociones en pugna, por regla general la tierna, se refuerza enormemente, mientras que la otra desaparece. Solo que el carácter desmesurado y compulsivo de la ternura nos revela que esa actitud no es la única presente, sino que se mantiene en continuo alerta para tener sofocada a su contraria y permite construir un proceso que se describe como represión por formación reactiva. Caso del pequeño Hans no presenta nada parecido a una formación reactiva, hay diversos caminos para salir de un conflicto de ambivalencia.

La moción pulsional que sufre la represión es un impulso hostil hacia el padre. El análisis brindo la prueba de ello mientras se empeñaba en pesquisar el origen de la idea del caballo mordedor. Hans ha visto rodar a un caballo y caer y lastimarse a un compañero de juegos con quien había jugado al caballo. Esto permitió construir en Hans una moción de deseo, la de que ojala el padre se cayese, se hiciera daño como el caballo y el camarada. El deseo de hacer a un lado el padre hallo también expresión menos tímida. Un deseo así tiene el mismo valor que el propósito de eliminarlo a él mismo: equivale a la moción asesina del complejo de Edipo.

Si el pequeño Hans, que esta enamorado de su madre, mostrara angustia frente al padre, no se atribuiría una neurosis, una fobia. Se encontraría con una reacción afectiva comprensible. Lo que la convierte en neurosis es otro rasgo: la sustitución del padre por el caballo. Es este desplazamiento (descentramiento) lo que se hace acreedor al nombre de síntoma. El conflicto de ambivalencia no se tramita entonces en la persona misma, se lo esquiva, deslizando una de sus mociones hacia otra persona como objeto sustitutivo.

En otros puntos, el análisis de la fobia del pequeño Hans nos ha traído un total desengaño. La desfiguración en que consiste el síntoma no se emprende en la agencia representante (el contenido de representación) de la moción pulsional por reprimir, sino que corresponde solo a una reacción frente a lo genuinamente desagradable.

Se presentó otro caso de zoofobia, en que era el lobo el animal objeto de angustia, pero al mismo tiempo tenía el significado de un sustituto del padre. A raíz de un sueño que el análisis pudo volver transparente, se desarrolló en el niño la angustia de ser devorado por el lobo como uno de los siete cabritos del cuento.

La representación de ser devorado por el padre es la expresión, degradada en sentido regresivo, de una moción tierna pasiva; es la que apetece ser amado por el padre, como objeto, en el mismo sentido del erotismo genital. El historial clínico del hombre de los lobos se pronuncia como una efectiva y real degradación regresiva de la moción orientada a lo genital en el interior del ello, a partir del sueño decisivo se comporta como un niño díscolo, sádico, y poco despues desarrolla una genuina neurosis obsesiva. La represión no es el único recurso de que dispone el yo para defenderse de una moción pulsional desagradable. Si el yo consigue llevar la pulsión a la regresión, en el fondo la daña de manera más enérgica de lo que sería posible mediante la represión.

No cabe duda de que la moción pulsional reprimida en esta fobias es una moción hostil hacia el padre. Puede decirse que es reprimida por el proceso de la mudanza hacia la parte contraria en lugar de la agresión hacia la persona propia. De todo modos una agresión de esa índole arraiga en la fase libidinal sádica, solo le hace falta todavía cierta degradación al estadio oral, que en Hans es indicada por el ser-mordido, y en el paciente del hombre de los lobos, se escenifica en el ser-devorado. Pero el análisis comprueba que ha sucumbido a la represión otra moción pulsional, de sentido contrario, una moción pasiva tierna respecto del padre, que ya había alcanzado el nivel de la organización libidinal genital (fálica). Parece que esta otra moción hubiera tenido mayor peso para el resultado final del proceso represivo, es la que experimenta la regresión más vasta y cobra el influjo determinante sobre el contenido de la fobia. Por lo tanto se tiene que admitir el encuentro de dos proceso de esa índole; las dos mociones pulsionales afectadas (agresión sádica hace el padre y actitud pasiva tierna frente a él) forman un par de opuestos, si se ve la historia del pequeño Hans se discierne que mediante la formación de su fobia se cancela también la investidura de objeto-madre tierna. En Hans se trata de un proceso represivo que afecta a casi todos lo componentes del complejo de Edipo, tanto a la moción hostil como a la tierna hacia el padre, y a la moción tierna respecto de la madre.

Hans tramito mediante su fobia las dos mociones principales del complejo de Edipo, la agresiva hacia el padre y la hipertierna hacia la madre. Hans parece haber sido un chico normal con el llamado complejo de Edipo positivo.

En el caso del hombre de los lobos su vínculo con el objeto femenino fue perturbado por una decuccion prematura, el aspecto pasivo, femenino, se plasmó con intensidad en él, y el análisis de su sueño de los lobos no revela una agresión deliberada hacia el padre, a cambio de ello, aporta las mas indubitables pruebas de que la represión afecta a la actitud pasiva, tierna hacia el padre. Freud cree conocer el motor de la represión en ambos casos; la angustia frente a una castración inminente. Por angustia de castración resigna el pequeño Hans la agresión hace el padre: su angustia de que el caballo lo muerda puede completarse, sin forzar las cosas, que el caballo le arranque de un mordico los genitales, lo castre. Pero también el pequeño del hombre de los lobos renuncia por angustia de castración el deseo de ser amado por el padre como objeto sexual, ha comprendido que una relación asi tendría por premisa que él sacrificara sus genitales, lo que lo diferencia de la mujer. Ambas plasmaciones del complejo de Edipo, lo normal, activa, asi como la invertida, se estrellan contra el complejo de castración.

En ambos casos el motor de la represión es la angustia frente a la castración; los contenidos angustiantes (ser mordido por el caballo y ser devorado por el lobo) son sustituidos desfigurados del contenido ser castrado por el padre. En Hans expresaba una reacción que transmudo la agresión hacia su parte contraria. Pero el afecto-angustia de la fobia proviene de lo represor mismo; la angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, una angustia realista, angustia frente a un peligro que amenaza o es considerado real. la angustia crea a la represión y no la represión a la angustia.

La angustia de la zoofobia es la angustia de castración del yo. La mayoría de la fobias se remontan a una angustia del yo, frente a la exigencia de la libido. En ellas la actitud angustiada del yo es siempre lo primario, y es la impulsión para la represión. La angustia nunca proviene de la libido reprimida.

 

V

Son numerosas las neurosis en las que no se presenta nada de angustia. La histeria de conversión es de esa clase: sus síntomas más graves se encuentran sin contaminación de angustia. Las fobias se hallan en lo demás tan próximas a las histerias de conversión que ha considerado situarlas en una misma serie con estas, bajo el título de histeria de angustia.

Los síntomas más frecuentes de la histeria de conversión una parálisis motriz, una contractura, una acción o descarga involuntaria, una alucinación, son procesos de investidura permanentes o intermitentes. Mediante el análisis se puede averiguar el decurso excitatorio perturbado al cual sustituyen. Las más de las veces se llega a la conclusión de que ellos mismo participan de este último, y es como si toda la energía del decurso excitatorio se hubiera concentrado en este fragmento. La sensación de displacer que acompaña a la emergencia del síntoma varía en medida más llamativa. En los síntomas permanentes desplazados a la motilidad, como parálisis y contracturas, case siempre falta por completo; el yo se comporta frente a ellos como si no tuviera participación alguna. En el caso de los síntomas intermitentes y referidos a la esfera sensorial, se registran nítidas sensaciones de displacer, que en el caso del síntoma doloroso pueden aumentar hasta un nivel excesivo. El síntoma de dolor emerge con igual seguridad cuando ese lugar es tocado desde afuera y cuando la situación patógena que ese lugar subroga es activada por via asociativa desde adentro, y el yo recurre a medidas precautorias para evitar el despertar del síntoma por percepción externa.

Los síntomas de la neurosis obsesiva son en general de dos clases. O bien son prohibiciones, penitencias o por el contrario son satisfacciones sustitutivas, con disfraz simbólico. De estos dos grupos el más antiguo es el negativo, rechazador, punitorio, pero cuando la enfermedad se prolonga, prevalecen las satisfacciones, que burlan toda defensa. Constituye un triunfo de la formación de síntoma que se logre enlazar la prohibición con la satisfacción. En casos extremos el enfermo consigue que la mayoría de sus síntomas añadan a su significado originario el de su opuesto directo, testimonio de este del poder de la ambivalencia que desempeña un papel importante en la neurosis obsesiva.

De los síntomas obsesivos se obtiene dos impresiones. La primera es que se asiste aquí a una licha continuada contra lo reprimido, que se va inclinando más en prejuicio de las fuerzas represoras, y la segunda, que el yo y el superyó participan en la formación del síntoma.

La situación inicial de la neurosis obsesiva no es otra cosa que la de la histeria, la necesaria defensa contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. Toda neurosis obsesiva parece tener una estrato de síntomas histéricos. Formados muy temprano. La configuración anterior es alterada decisivamente por un factor constitucional. La organización genital de la libido demuestra ser endeble y poco resistente. Cuando el yo da intentos defensivos, el primer éxito que se propone como meta es rechazar en todo o en parte la organización genital (de la fase fálica) a la sádico-anal.

El forzamiento de la regresión significa el primer éxito del yo en la lucha defensiva contra la exigencia de la libido. Quiza en la neurosis obsesiva se discierna con mas claridad que en los casos normales y en los histéricos el complejo de castraciion es el motor de la defensa y que la defensa recae sobre las aspiraciones del complejo de Edipo. Nos situamos en el comienzo del periodo de latencia, que se caracteriza por el sepultamiento del complejo de Edipo, la consolidación del superyó. En la neurosis obsesiva estos procesos rebasan la medida normal; a la destrucción del complejo de Edipo se agrega la degradación regresiva de la libido, el superyó se vuelve severo y desamorado, el yo desarrolla, en obediencia al superyó, formaciones reactivas de la conciencia moral. Se proscribe la tentación a continuar con el nanismo de la primera infancia, que ahora se apuntala en representaciones regresivas (sádico-anales) a pasar de lo cual sigue representado la participación no sujetada de la organización fálica.

Se puede admitir como un nuevo  mecanismo de defensa, junto a la regresión y a la represión, las formaciones reactivas que se producen dentro del yo del neurótico obsesivo y que se discierne como exageraciones de la formación normal del carácter.

Puede que en la neurosis obsesiva se forme un superyó severísimo o que el rasgo fundamental de esta afección es la regresión libidinal e intentarse enlazar con ella también el carácter de superyó. De hecho el superyó que proviene del ello, no puede sustraerse de la regresión y la desmezcla de pulsiones allí sobrevenida.

La pubertad introduce un corte en el desarrollo de las neurosis obsesivas. La organización genital, interrumpida en la infancia se reinstala con gran fuerza. El yo se revuelve contra invitaciones crueles y violentas que le son enviadas desde el ello a la conciencia, y no sospecha que está luchando contra deseos eróticos. El superyó hipersevero se afirma con energía tanto mayor en la sofocación de la sexualidad cuanto que ella ha adoptado unas formas tan repelentes. El la neurosis obsesiva el conflicto se refuerza en dos direcciones: lo que defiende ha devenido más intolerante, y aquello de lo cual se defiende más insoportable y ambas por el influjo de la regresión libidinal.

La tendencia general de la formación de síntoma en el caso de la neurosis obsesiva consite en procurar cada vez mayor espacio para la satisfacción sustitutiva a expensas de la denegación (frustración)

 

VI

Las dos técnicas son anular lo acontecido y el aislar. la primera tiene. La primera tiene un gran campo de aplicación. Es por asi decir, magia negativa, mediante un simbolismo motor quiere “hecer desaparecer” no las consecuencias de un suceso (impresión, vivencia) sino a este mismo. En la neurosis obsesiva nos encontramos con la anulación de lo acontecido sobre todo en los síntomas de dos tiempos, donde el segundo acto cancela al primero como si nada hubiera acontecido, cuando en la realidad efectiva acontecieron ambos. El ceremonial de la neurosis obsesiva tiene en el propósito de anular lo acontecido una segunda vez. La primera es prevenir, tomar precauciones para que no acontezca, no se repita, algo determinado. La diferencia es fácil de aprehender; las medidas precautorias son acordes a la ratio, mientras que las cancelaciones, mediante anulación de lo acontecido son desacordes a la ratio, de naturaleza mágica. Debe conjeturarse, desde luego, que esta segunda raíz es la más antigua, desciende de la actitud animista hacia el mundo circundante. Mientras que en la neurosis se cancela al pasado mismo, se procura reprimirlo por via motriz. Esta misma tendencia puede aplicar tambien la compulsión de repetición, tan frecuente en la neurosis, en cuya ejecución concurren luego de muchas clases de propósitos que se contrarían unos a otros. Lo que no ha acontecido de la manera en que habría debido de acuerdo con el deseo es anulado repitiéndolo de un modo diverso de aquel en que aconteció, a lo cual vienen a agregarse todos los motivos para demorarse en tales repeticiones.

La otra de estas técnicas que estamos describiendo es la del asilamiento, peculiar de la neurosis obsesiva. Recae también sobre la esfera motriz, y consiste en que tras un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en la que no está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna. Esta conducta a primera vista rara revela pronto su nexo con la represión. En la neurosis obsesiva: la vivencia no se olvida, pero se la despoja de su afecto, y sus vínculos asociativos son sofocados o suspendidos, de suerte que permanece así como aislada y ni siquiera se la reproduce en el circuito de la actividad de pensamiento. Ahora bien, el efecto de ese aislamiento es el mismo que sobreviene a raíz de la represión con amnesia.

El neurótico obsesivo halla particular dificultad en obedecer a la regla psicoanalítica fundamental. Su yo es más vigilante y son más tajantes los aislamientos que emprende, probablemente a consecuencia de la elevada tensión de conflicto entre su superyó y su ello. En el curso de su trabajo de pensamiento tiene demasiadas cosas de las cuales defenderse: las injerencias de fantasías inconcientes, la exteriorización de las aspiraciones ambivalentes. No le está permitido dejarse ir, se encuentra en una permanente apronte de lucha. Luego apoya estas compulsiones a concentrarse y a aislar: lo hace mediante las acciones mágicas de aislamiento que se vuelven tan llamativas como síntomas y que tanta gravitación practica adquieren; son inútiles en sí mismas y presentan el carácter de ceremonial

 

VII

En las zoofobias infantiles el yo debe proceder contra una investidura de objeto libidinosa del ello (ya sea la del complejo de Edipo positivo o negativo) porque ha comprendido que ceder a ella aparejaría el peligro de castración. En el caso de Hans ¿se debe suponer que la defensa del yo fue provocada por la moción tierna hacia la madre o por la agresiva hacia el padre?. La corriente tierna hacia la madre puede considerarse erótica pura. La agresiva depende de la pulsión de destrucción, y siempre se ha creído que en la neurosis el to se defiende de exigencias de la libido, no de las otras pulsiones. De hecho, se ve que tras la formación de la fobia la ligazón-madre tierna ha desaparecido, ha sido tramitada por la represión, mientras que la formación sintomática (formación sustitutiva se ha consumado en torno de la moción agresiva. En el caso del Hombre de los lobos, la moción reprimida es en efecto una moción erótica, la actitud femenina frente al padre, y en torno de ella se consuma también la formación de síntoma.

La investidura sádica de objeto se ha hecho también acreedora a que la tratemos como libidinosa y la moción agresiva hacia el padre puede ser objeto de la represión a igual título que la moción tierna hacia la madre. En el caso del pequeño Hans se tramita mediante represión una moción agresiva, pero después que la organización genital ya se ha alcanzado.

Tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador en el ello, por medio de la instancia placer-displacer. Al mismo tiempo se consuma la formación de la fobia. La angustia de castración recibe otro objeto y una expresión desfigurada: ser mordido por el caballo en vez de ser castrado por el padre. La formación sustitutiva tiene dos manifiestas ventajas: la primera que esquiva un conflicto ambivalente pues el padre es simultáneamente un objeto amado, y la segunda que permite al yo suspender el desarrollo de angustia. La angustia de la fobia es facultativa, sólo emerge cuando su objeto es asunto de la percepción. Tampoco de un padre ausente se temería la castración. Por lo tanto, el pequeño Hans impone a su yo una limitación, produce la inhibición de salir para no encontrarse con caballos.

Freud ha adscrito a la fobia el carácter de una proyección, sustituye un peligro pulsional interior por un peligro de percepción exterior. La exigencia pulsional no es un peligro en si misma, lo es solo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración. Por lo tanto en la fobia, en el fondo solo se ha sustituido un peligro exterior por otro.

La angustia de las zoofobias es una reacción afectiva del yo frente al peligro, el peligro frente al cual se emite la señal es el de la castración. Es esta la diferencia respecto de la angustia realista que el yo exterioriza normalmente en situaciones de peligro: el contenido de la angustia permanece inconciente, y solo deviene conciente en una desfiguración.

La fobia se establece por regla general después que en ciertas circunstancias se vivencio un primer ataque de angustia. Así se proscribe la angustia, pero reaparece toda vez que no se puede observar la condición protectora.

Lo que se averiguó acerca de la angustia en la fobia también es aplicable a la neurosis obsesiva. El motor de toda la posterior formación de síntoma es la angustia del yo frente a su superyó. La hostilidad del superyó es la situación de peligro de la cual el yo se ve precisado a sustraerse. El peligro está enteramente interiorizado. Pero si se preguntase por lo que el yo teme del superyó, se impone la concepción de que el castigo de este es un eco del castigo de castración. La angustia frente a la castración se ha trasmudado en una angustia social indeterminada o en una angustia de la conciencia moral. Pero esa angustia esta encubierta, el yo se sustrae de ella ejecutando los mandamientos, acciones expiatorias que le son impuestos. Tan pronto como esto último le es impedido, emerge un malestar en extremo penoso. La angustia es la reacción frente a la situación de peligro, se la ahorra si el yo hace algo para evitar la situación o sustraerse de ella. Se podría decir que los síntomas son creados para evitar el desarrollo de la angustia. Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de la angustia. En los casos que se venían considerando ese peligro era el de la castración o algo derivado de ella

 

VIII

La angustia es, en primer término, algo sentido. La llamamos estado afectivo, si bien no se sabe que es un afecto. Como sensación, tiene un carácter displacentero pero ello no agota su cualidad; no a todo displacer se lo puede llamar angustia. Existen otras sensaciones de carácter displacentero (tensiones, dolor, duelo); por tanto la angustia ha de tener otras particularidades.

Se percibe en la angustia sensaciones corporales más determinadas que referimos a ciertos órganos. El análisis del estado de angustia nos permite distinguir: 1) carácter displacentero; 2) acciones de descarga; 3) percepciones de estas.

La angustia es un estado displacentero particular con acciones de descarga que siguen determinadas vías. Habría que creer que en la base de la angustia hay un incremento de la excitación, incremento que por un parte da lugar al carácter desplacentero y por la otra es aligerado mediante las descargas mencionadas. El estado de angustia es la reproducción de una vivencia que reunió las condiciones para un incremento del estímulo como el señalado y para la descarga por determinadas vías, a raíz de lo cual, también el displacer de la angustia recibió su carácter específico. El nacimiento ofrece una vivencia arquetípica de tal índole, y por uno se inclina a ver en el estado de angustia una reproducción del trauma del nacimiento.

La angustia es una reacción probablemente inherente a todos lo organismos. Ahora bien, solo los mamíferos vivencian el nacimiento y es dudoso que en todos ellos alcance el valor de un trauma. Por lo tanto, existe angustia sin el arquetipo del nacimiento.

La angustia se generó como reacción frente a un estado de peligro, en lo sucesivo se la reproducirá regularmente cuando un estado semejante vuelva a presentarse.

Cuando un individuo cae en una nueva situación de peligro, fácilmente puede volverse inadecuado al fin que responda con el estado de angustia, reacción frente a un peligro anterior, en vez de emprender la reacción que sería la adecuada ahora. El carácter acorde a fines vuelve a resaltar cuando la situación de peligro se discierne como inminente y es señalada mediante el estallido de angustia. En tal caso, esta ultima puede ser revelada enseguida por medidas más apropiadas. Asi se separan dos posibilidades de emergencia de la angustia: una desacorde con el fin, en una situación nueva de peligro; la otra; acorde con el fin, para señalarlo y prevenirlo.

Solo pocos casos de la exteriorización infantil de angustia nos resultan comprensibles. Se producen cuando el niño esta solo, cuando esta en la oscuridad y cuando halla a una persona ajena en lugar de la que le es familiar (la medre). Estos tres casos se reducen a un única condición, que se echa de menos a la persona amada.

La imagen mnémica de la persona añorada es investida sin duda intensivamente, y es probable que al comienzo lo sea de manera alucinatoria. Pero esto no produce resultado ninguno, y parece como si esta añoranza se trocara de pronto en angustia. Se tiene la impresión de que esa angustia sería una expresión de desconcierto, como si este ser no supiera que hacer con su investidura añorante. Asi la angustia se presenta como un reacción frente a la ausencia de objeto; en este punto se no imponen una analogía: en efecto, también la angustia de castración tiene por contenido la separación respecto de un objeto estimado en grado sumo, y la angustia más originaria (la angustia primordial del nacimiento) se engendró a partir de la separación de la madre.

La reflexión no lleva mas llas de esa insistencia en la perdida de objeto. Cuando el niño añora la percepción de la madre, es solo porque ya sabe, por experiencia, que ella satisface sus necesidades sin dilación. Entonces la situación que valora como peligro y de la cual quiere resguardarse es la de la insatisfacción, el aumento de la tensión de necesidad, frente al cual es impotente.

Con la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible por via de la percepción, puede poner termino a la situación peligrosa que recuerda al nacimiento, el contenido del peligro se despaza de la situación económica a su condición, la perdida de objeto. La usencia de la madre deviene ahora el peligro, el lactante da la señal de angustia tan pronto como se produce, aun antes que sobrevenga la situación económica temida. Esta mudanza significa un primer gran progreso en el logro de la autoconservacion, simultáneamente encierrra el pasaje de la neoproduccion involuntaria y automática de la angustia a su reproducción deliberada como señal de peligro .

En ambos aspectos, como fenómenos automáticos y como señal de socorro, la angustia demuestra ser producto del desvalimiento prosquico del lactante, que el el obvio correspondiente de su desvalimiento biologico

No queda espacio alguno para una abreacción del trauma del nacimiento y que no se descubre otra función de la angustia que la de ser una seña para la evitación de la situación de peligro. La pérdida del objeto como condición de la angustia persiste por todo un tramo. También la mudanza de la angustia, la angustia de castración que sobreviene en la fase fálica, es un angustia de separación y está ligada a idéntica condición. El peligro aquí es la separación de los genitales.

Los progresos del desarrollo del niño, el aumento de su independencia, la división más neta de su aparato anímico en carias instancias, la emergencia de nuevas necesidades, no pueden dejar de influir sobre el contenido de la situación de peligro. Se persiguió su mudanza desde la pérdida del objeto-madre hasta la castración y vemos el paso siguiente causado por el poder del superyó. Al despersonalizarse la instancia paternal, de la cual se temia la castración, el peligro se vuelve mas indeterminado. La angustia de castración se desarrolla como angustia de la conciencia moral, como angustia social. Es el castigo del superyó, la perdida d amor de parte de él, aquello que el to valora como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia.

La angustia es un estado afectivo que solo puede ser registrado por el yo. El ello no puede tener angustia como el yo: no es una organización, no puede apreciar situaciones de peligro. En cambio es frecuente que en el ello se preparen a se consumen proceso que den al yo ocasión para desarrollar angustia; de hecho las presiones probablemente más tempranas son motivadas por esa angustia del yo frente a procesos singulares sobrevenidos en el ello. Aquí se distingue dos casos: que en el ello suceda algo que active a una de las situaciones de peligro para el yo y lo mueva a dar la señal de angustia a fin de inhibirlo, o que en el ello se produzca la situación análoga al trauma del nacimiento, en que la reacción de angustia sobreviene de manera automática. Ambos casos pueden aproximarse si se pone de relieve que el segundo corresponde a la situación de peligro primera y originaria, en tanto que el primero obedece a una de las condiciones de angustia que derivan después de aquella. O para atenernos a las afecciones que se presentan en la realidad: el segundo caso se realiza en la etiología de las neurosis actuales, en tanto que en el primero sigue siendo característico de la psiconeurosis.

El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al periodo de la inmadurez del yo, asi como el peligro de la perdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez, el peligro de castración a la fase fálica, y la angustia frente al superyó al periodo de latencia. Todas estas situaciones de peligro y condiciones de angustia pueden prevenir lado a lado, y mover al to a cierta reaccion de angustia aun en épocas posteriores a aquellas en que habría sido adecuada, o varias de ellas pueden ejercer simultáneamente una acción eficaz

                                                             

ANALISIS TERMINABLE E INTERMINABLE

 

I

Un intento enérgico en esta dirección fue el que hizo Otto Rank supuso que el acto del nacimiento era la genuina fuente de la neurosis, pues conllevaba la posibilidad de que la fijación primordial a la madre no se superara y prosiguiera como represión primordial, de ese trauma primordial Rank esperaba eliminar la neurosis integra. Sin embargo no resistió a un examen critico.

Antes de la guerra Freud ensayo otro camino para apresurar el decurso de una cura analítica. En esa época emprendió el tratamiento de un joven ruso quien había llegado a Viena en un estado de total desvalimiento. En el curso de algunos años se logró devolverle gran parte de su autonomía, despertar su interés por la vida. Pero ahí se atascó el progreso, no avanzaba el esclarecimiento de la neurosis infantil sobre la cual sin duda se fundaba la afección posterior y se discernía con toda nitidez que el paciente sentía asaz cómodo el estado en que se encontraba y no quería dar paso alguno que lo acercase a la terminación del tratamiento. Era un caso de autoinhibision de la cura. En esta situación recurrió a fijarle un plazo. Al comienzo de una nueva temporada de trabajo, revele al paciente que ese año sería el último del tratamiento, sin que importase lo que él consiguiera en el tiempo que así se lo concedía. Sus resistencias se quebraron y en esos últimos meses pudo reproducir todos los recuerdos y hallar todos lo nexos que parecían necesarios para entender su neurosis temprana y dominar su neurosis presente.

El paciente ha permanecido en Viena, conservando cierta posición social, aunque modesta. Pero es ese lapso su bienestar fue interrumpido varias veces por unos episodios patológicos que solo podían ser aprehendidos como unos vástagos de su vieja neurosis.

Después, en otros casos, Freud ha utilizado la fijación de un plazo y también he tenido noticias de las experiencias de otros analistas. No puede dudarse del valor de esta medida coactiva. Ella es eficaz, bajo la premisa de que se la adopte en el momento justo, pero no puede dar ninguna garantía de la tramitación completa de la tarea. Al contrario se puede estar seguro de que mientras una parte del material se vuelve asequible bajo la compulsión de la amenaza, otra parte permanece retenida y en cierto modo enterrado; así se pierde para el empeño terapéutico. En efecto, no es lícito extender el pazo una vez que se lo fijó, de lo contrario el paciente no prestaría crédito alguno a la continuación. El expediente inmediato seria proseguir la cura con otro analista, pero bien se sabe que el cambio de vía implica una nueva pérdida de tiempo y una renuncia al rédito del trabajo gastado. Por otra parte, no se puede indicar con carácter de validez universal el momento justo para la introducción de este violento recurso técnico; queda librado al tacto

 

II

El uso lingüístico de los analistas parece propiciar ere supuesto, pues a menudo se oye manifestar, a modo de lamento o de disculpa: “su análisis no fue terminado” o “no fue analizado hasta el final”

Primero hay que ponerse de acuerdo sobre lo que se mienta con el multivoico giro “final o término de un análisis”. El análisis ha terminado cuando el analista y paciente ya no se encuentran en la sesión de trabajo analítico. Y esto ocurrirá cuando estén cumplidas dos condiciones: la primera que el paciente ya no padezca a casusa de sus síntomas y haya superado sus angustias así como sus inhibiciones, y la segunda, que el analista juzgue haber hecho conciente en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de incomprensible, eliminado tanto de la resistencia interior, que ya no quepa temer que se repitan los procesos patológicos en cuestión. Y si se está impidiendo de alcanzar esta meta por dificultades externas, mejor se hablará de un análisis imperfecto que de uno terminado.

El otro significado de término de un análisis es más ambicioso. La pregunta es si mediante análisis se podría alcanzar un nivel de normalidad psíquica absoluta, al cual pudiera atribuirse además la capacidad para mantenerse estable.

Todo analista habrá tratado algunos casos con tan feliz desenlace. Se ha conseguido eliminar la perturbación neurótica preexistente, y ella no ha retornado ni ha sido sustituida por ninguna otra. Por lo demás, no se carece de un intelección sobre las condiciones de tales éxitos. El yo de los pacientes no estaba alterado de una manera notable, y la etiología de la perturbación era traumática. Es que la etiología de todas las perturbaciones neuróticas es mixta, o se trata de pulsiones hipertintensas, refractarias a su domeñamiento por el to o del efecto de unos traumas tempranos, prematuros, de los que un yo inmaduro no pudo enseñorearse. Por regla general, hay una acción conjugada de ambos factores, el constitucional y el accidental. Mientras más intenso sea el primero, tanto más un trauma llevará a la fijación y dejará como secuela una perturbación del desarrollo, y cuanto más intenso el trauma, tanto más exteriorizará su perjuicio. No hay duda que la etiología traumática ofrece al análisis, la oportunidad. Solo en el caso con predominio traumático conseguirá el análisis aquello de que es capaz: merced al fortalecimiento del yo, sustituir la decisión deficiente que viene de la edad temprana por una tramitación correcta. Solo en un caso así se puede hablar de un análisis terminado definitivamente. Aquí el análisis ha hecho su menester y no necesita ser continuado. Si el paciente reestablecido nunca vuelve a producir una perturbación que le hiciera necesitar del análisis.

La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo, adquirida en la lucha defensiva, son los factores desfavorables para el efecto del análisis y capaces de prolongar su duración hasta lo inconcluible.

En vez de indagar como se produce la curación por el análisis, el planteo del problema debería referirse a los impedimentos que obstan a la curación analítica.

 

III

De los tres factores que se reconocieron como desicivos para las posibilidades de la terapia analíticas (influjo de traumas, intensidad constitucional de las pulsiones, alteración del yo) Freud se va a interesar por la intensidad de las pulsiones. El factor constitutivo es concebible que un refuerzo pulsional sobrevenido mas tarde en la vida exteriorice los mismos efectos. Habría que modificar la formula.: intensidad pulsional “por el momento” en lugar de “constitucional”.  ¿Es posible tramitar de manera duradera y definitiva mediante la terapia analítica, un conflicto de la pulsión con el yo o una demanda pulsional patógena dirigida al yo?. En términos aproximados se puede designar como el domeñamiento de la pulsión: esto quiere decir que la pulsión es admitida en su totalidad dentro de la armonía del yo, es asequible a toda clase de influjos por las otras aspiraciones que hay en el interior del yo, y ya no sigue más su camino propio hacia la satisfacción.

Partamos de que el análisis no consigue en el neurótico mas de lo que el sano lleva a cabo sin ese auxilio. Ahora bien, en el sano, como lo enseña la experiencia cotidiana, toda decisión de un conflicto pulsional vale solo para una determinada intensidad de la pulsión, solo es valida dentro de una determinada relación entre robustez de la pulsión y robustez del yo. Si esta ultima se relaja, por enfermedad, agotamiento, todas las pulsiones domeñadas con éxito hasta entonces volverán a presentar de nuevo sus títulos y pueden aspirar a sus satisfacciones sustitutivas por caminos anormales.

Por dos veces en el desarrollo individual emergen refuerzos considerables de ciertas pulsiones: durante la pubertad y, en la mujer, cerca de la menopausia. No sorprende que personas que antes no eran neuróticas devengan tales hacia esas épocas. El domeñamiento de las pulsiones, que habían logrado cuando estas eran de menor intensidad, fracasa ahora con su refuerzo. Las represiones se comportan como unos diques contra el esfuerzo de asalto. Lo mismo que producen aquellos dos refuerzos pulsionales puede sobrevenir de manera irregular en cualquier otra época de la vida por obra de influjos accidentales. Se llega a refuerzos pulsionales en virtud de nuevos traumas, frustraciones impuestas.

Todas las represiones acontecen en la primera infancia, son unas medidas de defensa primitivas del yo inmaduro, endeble. En años posteriores no se consuman represiones nuevas, pero son conservadas las antiguas, y el yo recurre en vasta medida a sus servicios para gobernar las pulsiones. Los conflictos nuevos son tramitados por una pos-represion. Acerca de las represiones infantiles dependen enteramente de la proporción relativa entre las fuerzas y no son capaces de sostenerse frente a un acrecentamiento de la intensisdad de las pulsiones. El análisis hace que el yo madurado y fortalecido emprenda una revisión de estas antiguas represiones, algunas serán liquidadas y otras reconocidas.

 

IV

Las dos cuestiones subsiguientes (si durante el tratamiento de un conflicto pulsional uno puede proteger al paciente de conflictos futuros, y si es realizable y acorde al fin despertar con fine profilácticos un conflicto pulsional nooo manifiesto por el momento) deben tratarse juntas, ya que es evidente que la primera tarea solo se puede solucionar si se resuelve la segunda, si uno muda el conflicto actual, y somete a su influjo el conflicto posible en el futuro. Si antes se trataba de prevenir el retorno del mismo conflicto, ahora se trata de su posible sustitución por otro.

Si un conflicto pulsional no es actual, no se exterioriza, es imposible influir sobre él mediante el análisis. Freud reflexiona sobre los medios que se posee para volver actual un conflicto pulsional latente por el momento. Es evidente que solo dos cosas se puede hacer: producir situaciones donde devenga actual, o conformarse con hablar de él en el análisis, señalar su posibilidad. El primer propósito puede ser alcanzado por dos diversos caminos: primero dentro de la realidad objetiva, y segundo, dentro de la transferencia, exponiendo al paciente en ambos casos a cierta medida de padecer objetivo mediante frustración y estasis libidinal. La experiencia analítica ha demostrado que lo mejor es enemigo de lo bueno, que en cada fase de restablecimiento se tiene que luchar con la inercia del paciente, quien esta pronto a conformarse con una tramitación imperfecta.

Pero si se procura un tratamiento profiláctico de conflictos pulsionales no actuales, no bastara regular un padecer presente e inevitable, se resolverá a llamar a la vida un padecer nuevo. El trabajo analítico se cumple de manera optima cuando el yo pudo ganar distancia de ellas. En estados de crisis aguda, el análisis es poco menos que inutilizable. En tal caso, todo interés del yo será reclamado por la dolorosa realidad objetiva y se rehusará al análisis, que pretende penetrar tras esa superficie y poner en descubierto los influjos del pasado. Asi crear un conflicto fresco no haría mas que prolongar y dificultar el trabajo analítico.

Nadie piensa en crear la posibilidad de tratar el conflicto pulsional latente convocado de manera deliberada, una nueva situación de padecer. En una profilaxis de los conflictos pulsionales solo entrarían en cuenta los otros dos métodos: la producción artificial de conflictos nuevos dentro de la transferencia, a los que les faltara el carácter de la realidad objetiva y el despertar tales conflictos en la representación del analizado hablando de ellos.

Freud no sabe si es lícito aseverar que el primero de estos dos procedimientos más benignos sería totalmente inaplicable en el análisis. Emergen dificultades que no hacen aparecer muy promisoria la empresa. En primer lugar que se está muy limitado en la selección de tales situaciones para la transferencia. El analizado mismo no puede colocar todos sus conflictos dentro de la transferencia, y tampoco el analista puede, desde la situación transferencial, despertar todos los conflictos pulsionales posibles del paciente. En segundo lugar todas esas escenificaciones necesitan de una acciones inamistosas hacia el analizado y mediante ellas uno daña la actitud tierna hacia el analista, la transferencia positiva, que es el motivo más poderoso para la participación del analizado en el trabajo analítico en común.

Solo resta aquel camino que es probable que haya sido el único. Uno le cuenta al paciente sobre las posibilidades de otros conflictos pulsionales y despierta su expectativa de que tales cosas podrían suceder también en él. Ahora bien, se espera que tal comunicación y advertencia tendrá por resultado activar en el paciente uno de los conflictos indicados, en una medida moderada, aunque suficiente para el tratamiento.

 

V

Asi llegamos a discernir como decisivos para el éxito de nuestro empeño terapeutico los influjos de la etiología traumatica, la intensidad relativa de las pulsiones que es preciso gobernar, y algo que llamamos alteración del yo.

Como es sabido, la situación analítica consiste en aliarnos nosotros con el yo de la persona objeto a fin de someter sectores no gobernados de su ello, de integrarlos en la síntesis del yo. El hecho de que una cooperación del yo asi fracase comúnmente con el psicótico ofrece un punto firme para nuestro juicio. El yo tiene que ser un yo norma. Pero ese yo normal es una ficción ideal. El yo anormal no es por desdicha una ficción. Cada persona normal lo es solo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, y el monto del distanciamiento respecto de un extremo de la serie y de la aproximación al toro nos servirá como una medida de aquello que se ha designado, de manera tan imprecisa, alteración del yo.

Si se pregunta de donde provienen las modalidades y los grados, tan diversos, de la alteración del yo, esta la inevitable alternativa que se presenta: son originarios o adquiridos. Si se los ha adquirido, fue en el desarrollo desde las primeras épocas de la vida. Desde el comienzo mismo, el yo tiene que procurar el cumplimiento de su tarea, mediar entre su ello y el mundo exterior al servisio del principio de placer, precaver al ello de los peligros del mundo exterior. Si en el curso de este empeño aprende a adiptar una actitud defensiva tambien frente al ello propioy a tratar sus exigencias pulsional como peligros externos, esto acontece, porque comprende que la satisfacción pulsional llevaría a conflictos con el mundo exterior. El yo se acostumbra a trasladar el escenario de la lucha de afuera hacia adentro, a dominar el peligro interior antes que haya devenido un peligro exterior. Durante esta lucha de dos frentes el yo se vale de diversos procedimientos para cumplir su tarea, que consiste en evitar el peligro, la angustia, el displacer. Llamamos mecanismos de defensa a estos procedimientos

De uno de esos mecanismo, la represión (esfuerzo de desalojo y suplantación), ha partido el estudio de los procesos neurótico en general. Nunca se dudo que la represión no es el único procedimiento de que dispone el yo para sus propósitos.

Los mecanismos de defensa sirven al propósito de apartar peligros. Es incuestionable que lo consiguen; es dudoso que el yo, durante su desarrollo, pueda renunciar por completo a ellos, pero es tambien seguro que ellos mismos pueden convertirse en peligrosos. Muchas veces el resultado es que el yo ha pagado un precio demasiado alto por los servicios que ellos le presentan. Por otra parte, estos mecanismos no son resignados despues que socorrieron al yo en los años difíciles de su desarrollo. Desde luego que cada persona no emplea todos los mecanismos de defensa posibles, sino solo cierta selección de ellos, pero estos se fijan en el interior del yo, devienen unos modos regulares de reacción del carácter, que durante toda la vida se repiten tan pronto como retornan una situación parecida a la originaria

El efecto terapéutico se liga con el hacer consiente lo reprimido, en el interior del ello, se prepara el camino a este hacer conciente mediante interpretaciones y construcciones, pero se habrá interpretado solo para el analista, no para el analizado, mientras el yo se aferre al defender anterior , mientras no resigne las resistencias. Ahora bien, estas resistencia, aunque pertenecientes al yo, son inconcientes y en cierto sentido están segregadas dentro del yo. El analista las discierne más fácilmente que a lo escondido en el ellos, debería bastar que se las tratase como partes del ello y, haciéndolas concientes, se las vinculase con el yo restante. Por este camino habría que tramitar una mitad de la tarea analítica; no cabría contar con una resistencia al descubrimiento de resistencias. Durante el trabajo con las resistencias, el yo se sale del pacto en que reposa la situación analítica. El yo deja de compartir el empeño por poner en descubierto al ello, lo contraría, no observa la regla analítica fundamental, no dejan que aflore otros retoños de lo reprimido. No se puede esperar del paciente una convicción solida sobre el poder curativo del análisis; acaso ya traía alguna confianza en el analista, confianza que se refuerza y se torna productiva en virtud de los factores, que es preciso despertar, de la transferencia positiva. Bajo el influjo de las mociones de displacer, que se registran ahora por la reescenificación de los conflictos defensivos, pueden cobrar preeminencia unas trasferencias negativas y cancelar por completo la situación analítica. El analista es ahora un hombre extraño que le dirige al paciente desagradables propuestas, y este se comporta frente a aquel en un todo como el niño a quien el extraño no le gusta, y no le cree nada. Si el analista intenta demostrar al paciente una de las desfiguraciones emprendidas en la defensa y corregirsela, lo halla irrazonable e inaccesible para los buenos argumentos. Existe realmente una resistencia a la puesta en descubierto de las resistencias y los mecanismos de defensa merecen realmente el nombre con que se los designo al comienzo, antes de ser investigados con precisión, son resistencias no solo contra el hacer-concientes los contenidos-ello, sino también contra el análisis en general, por ende, contra la curación ¿Cómo fundamenta Freud que los mecanismos de defensa se constituyen en resistencias contra el análisis?

 

VI

Cada persona selecciona siempre sola algunos de los mecanismos de defensa posibles, y los emplea luego de continuo. Esto señala que el yo singular esta dotado desde el comienzo de predisposiciones y tendencias individuales, solo que  el analista no es capaz de indicar su índole ni su condicionamiento. Además no es licito extremar el distingo entre propiedades heredadas y adquiridas hasta convertirlo en una oposición; entre lo heredado, lo adquirido.

Con la intelección de que las propiedades del yo que se registran como resistencias pueden ser tanto de condicionamiento hereditario cuanto adquiridas en las luchas defensivas, el distingo tópico entre yo y ello ha perdido mucho de su valor para nuestra indagación. Por ejemplo: uno encuentra personas a quienes atribuiría una particular viscosidad de la libido. Los procesos que la cura inicia en ellas transcurren mucho mas lentamente que en otras, porque no pueden decidirse a desasir investiduras libidinales de un objeto y desplazarlas a uno nuevo, aunque no se encuentren particulares razones para tal fidelidad a las investiduras. También se topa con el tipo contrapuesto, en que la libido aparece dotada de una especial movilidad, entra con rapidez en las investiduras nuevas propuestas por el análisis y resigna a cambio las anteriores.

En otro grupo de casos, uno es sorprendido por una conducta que no puede referir sino a un agotamiento de la plasticidad, de la capacidad para variar y para seguir desarrollándose, que de ordinario se espera. Sin duda que en el análisis se esta preparado para hallar cierto grado de inercia psíquica, cuando el trabajo analítico ha abierto caminos nuevos a la moción pulsional, se observa que no se emprende sin una nítida vacilación. A esta conducta se la ha designado resistencia del ello.

Las diferencias yoicas a las cuales cabe inculpar como fuentes de la resistencia a la cura analítica e impedimentos del éxito terapéutico. Acá entre en juego lo último de la exploración psicológica es capaz de discernir: la conducta de las dos pulsiones primordiales, su distribución, mezcla y desmezcla, cosas estas que no se deben representar limitadas a una sola provincia del aparato anímico (ello, yo y superyó). Durante el trabajo analítico no hay impresión mas fuerte de las resistencias que la de una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y a toda costa quiere aferrarse a la enfermedad y el padecimiento. A una parte de esa fuerza se la ha individualizado, como conciencia de culpa y necesidad de castigo y se la ha localizado en la relación del yo con el superyó. Pero se trata de aquella parte que ha sido, psíquicamente ligada por el superyó, en virtud de lo cual se tienen noticias de ella; ahora bien, de esa misma fuerza pueden estar operando otros montos, en forma ligada o libre.

 

VII

Es indiscutible que los psicoanalistas no han alcanzado por entero en su propia personalidad la medida de normalidad psíquica en que pretenden educar a sus pacientes. Los analistas son personas que han aprendido a ejercer un arte determinadoy, junto a ello, tienen derecho a ser hombres como los demás. El analista, a consecuencia de las particulares condiciones del trabajo analítico, será efectivamente estorbado por sus propios defectos para asir de manera correcta las constelaciones del paciente y reaccionar ante ellas con arreglo a fines. Tiene su buen sentido que al analista se le exija, como parte de su prueba de aptitud, una medida más alta de normalidad y de corrección anímica; y a esto se suma que necesita de alguna superioridad para servir al paciente como modelo en ciertas situaciones analíticas y como maestro en otras. El vinculo analítico se funda en el amor por la verdad, en el reconocimiento de la realidad objetiva y excluye toda ilusión y todo engaño.

No puede pedirse que el futuro analista sea un hombre perfecto antes de empeñarse en el análisis. Entonces ¿Cómo adquirirá el analista la aptitud ideal?. En el análisis propio (del analista) con el que comienza su preparación para su actividad futura. Aquel solo puede ser breve e incompleto; su fin principal es posibilitar que el didacta juzgue si se puede admitir al candidato para su ulterior formación. Cumple su cometido si destila en el aprendiz la convicción en la existencia de lo inconciente, le proporciona las de otro modo increíbles percepciones de si a raíz de la emergencia de lo reprimido, y le enseña la técnica acreditada en la actividad analítica. Las incitaciones recibidas en el análisis propio no han de finalizar una vez cesado aquel, con que los procesos de la recomposición del yo continuaran de manera espontánea en el analizado y todas demás experiencias serán reprochadas en el sentido que se acaba de adquirir. Ello en efecto acontece, y en la medida en que acontece otorga al analizado aptitud de analista.

Hostilidad, por un lado, partidismo, por el otro, crean un ambiente que no es favorable a la exploración objetiva. Numerosos analistas han aprendido a aplicar unos mecanismo de defensa que les permiten desviar a la persona propia a ciertas consecuencias y exigencias del análisis, probablemente dirigiéndolas a otros, de suerte que ellos mismos siguen siendo como son y pueden sustraerse del influjo crítico y rectificador de aquel. No sería asombroso que el hecho de ocuparse de todo lo reprimido que en el alma humana pugna por libertarse conmoviera y despertara también en el analista todas aquellas exigencias pulsionales que de ordinario él es capaz de mantener en la sofocación. También estos son peligros del análisis, que por cierto no amenazan al coparticipe pasivo, sino al activo de la situación analítica, y no se debería dejar de salirles al paso. En cuanto al modo, todo analista debería hacerse de nuevo objeto de análisis periódicamente, quizá cada cinco años. El análisis propio también, y no solo el análisis terapéutico de enfermos, se convertiría de una tarea terminable en una interminable.

El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo;

con ello quedaría tramitada la tarea

 

VIII

Tanto en los análisis terapeutico con en los de carácter es llamatico el hecho de que dos temas se destaquen en particular, y den guerra al analista en medida desacostumbrada. No pasa mucho tiempo sin que se reconozca lo acorde a la ley que ahí se exterioriza. Los dos temas están ligados a diferencia entre los sexos; uno es tan característico del hombre como lo es el tro de la mujer. A pesar de la diversidad de su contenido, son correspondientes manifiestos. Algo que es común a ambos sexos ha sido comprimido, en virtud de la diferencia entre los sexos, en una forma de expresión otra. Esos dos temas en reciproca correspondencia son, para la mujer: la envidia al pene (el positivo querer alcanzar la posesión de un genital masculino) y para el hombre la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre.

En el varon, la aspiración de masculinidad aparece desde el comienzo mismo y es por entero acorde con el yo la actitud pasiva, puesto que presupone la castración, es reprimida, y muchas veces solo unas sobrecompensaciones excesivas señalan su presencia. También en la mujer el querer alcanzar la masculinidad es acorde con el yo en cierta época, en la fase fálica, antes del desarrollo hacia la feminidad. Pero luego sucumbe a aquel sustantivo proceso de represión, que cuyo desenlace dependen los destinos de la feminidad. Mucho importa que se haya sustraído de la represión en bastante medida el complejo de masculinidad, influyendo de manera permanente sobre el carácter, grandes sectores del complejo son transmudados de manera normal para contribuir a la edificación de la feminidad; del deseo del pene devendrá el deseo del hijo y del varón, portador del pene. Pero con frecuencia hallaremos que el deseo de masculinidad se ha conservado en lo inconciente y despliega desde la represión sus efectos perturbadores.

En ningún momento del trabajo analítico se padece más bajo el sentimiento opresivo de un empeño que se repite infructuosamente, bajo la sospecha de predicar en el vacío, que cuando se quiere mover a las mujeres a resignar su deseo del peno por irrealizable, y cuando se pretende convencer a los hombres de que una actitud pasiva frente al varón no siempre tiene el significado de una castración y es indispensable en muchos vínculos de la vida. De la sobrecompensación desafiante del varón deriva una de las más fuertes resistencias transferenciales. El hombre no quiere someterse a un sustituto del padre, no quiere estar obligado a agradecerle, y por eso no quiere aceptar del médico la curación. No puede establecerse una transferencia análoga desde el deseo del pende de la mujer, en cambio, de esa fuente provienen estallidos de depresión grave, por la certeza interior de que la cura analítica no servirá para nada y de que no es posible obtener remedio.

Lo decisivo es que la resistencia no permite que se produzca cambio alguno, que todo permanece como es. A menudo se tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la roca de base y de este modo, al término de su actividad. Para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso subyacente. La desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel enigma de la sexualida.


 

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