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Resumen para el Tercer Parcial  |  Psicoanálisis Freud (Cátedra: Delgado - 2015)  | Psicología  |  UBA

SEMINARIO.

EL HOMBRE DE LOS LOBOS (1918)

Perseguía una mariposa, grande, veteada de amarillo, cuyas grandes alas terminaban en prolongaciones puntiagudas. De pronto, cuando la mariposa se hubo posado sobre una flor, lo sobrecogió una terrible angustia ante el animal, y salió disparado dando gritos. Cierto día dijo que la mariposa se llamaba en su lengua <bábushka>, mamaíta; y que en general las mariposas le parecían como una mujeres o una niñas y los escarabajos y orugas como unos muchachos. En un contexto por entero diverso pues, el paciente observo que al abrir y cerrar las alas la mariposa, cuando se poso, le había hecho la impresión de algo ominoso. Habría sido como si una mujer abriera las piernas y entonces estas dibujaran la figura de una V romana, que como sabemos era la hora hacia la cual ya en su infancia, pero aun el presente, solía sobrevenirle un talante sombrío. Hubo una niñera que lo amaba mucho. Tenía el mismo nombre que su madre, un primer amor ausente. No puede haberse llamado como la madre; fue un error suyo, desde luego una prueba de que se le había entretejido en el recuerdo con la madre. Y además, por un rodeo, se le ocurre su nombre correcto. Dice que de pronto se ve precisado a pensar en un galpón de la primera finca donde guardaba la fruta cosechada, y en una cierta clase de peras de sabor característico, grandes peras vetadas de amarillo en su cascara. Pera se dice en la lengua <grusha>, y este era también el nombre de la niñera. El recuerdo de una escena, incompleto, pero preciso hasta donde se había conservado. Grusha estaba echada en el suelo, junto a ella un balde y una corta escoba de vergas atadas; él estaba ahí y ella lo embromaba o lo reprendía. En los primeros meses de la cura él había contado un enamoramiento suyo, que le sobrevino compulsivamente, de una muchacha campesina de quien lo contrajo a los 18 años lo que le ocasionaría su enfermedad posterior. Pero aseveraba que debía avergonzarle pronunciar ese nombre porque era puramente campesino; una muchacha de mejor posición social no lo llevaría jamás. El nombre, que finalmente se averiguo, era Matrona. Tenía resonancia materna. Era evidente que la vergüenza se encontraba fuera de lugar. Nolo avergonzaba el hecho mismo de que tales enamoramientos recayeran en muchachas de ínfima condición; sólo lo avergonzaba el nombre. Si la aventura con Matrona pudo tener algo en común con la escena de Grusha, el avergonzarse debía hacerse remontar a aquel episodio temprano. Otra vez había referido que lo conmovió mucho la historia de Johannes Huss. Mi paciente relaciono por si mismo los haces de a leña de la pira de Huss con la escoba de la niñera.
Este material se compaginaba sin violencia para llenar las lagunas en el recuerdo de la escena con Grusha. Cuando vio a la muchacha fregando el piso, él orino en la habitación y acto seguido ella le formulo una amenaza de castración, en broma. Cuando vio a la muchacha de bruces sobre el piso, reencontró en ella la posición que había adoptado la madre en la escena del coito. Ella le devino madre; lo arrebato la excitación sexual a consecuencia de la activación de aquella imagen y se comportó virilmente hacia ella como el padre, cuya acción sólo pudo haber comprendido entonces como un orinar. Su acto de orinar en el piso fue en verdad un intento de seducción, y la muchacha le respondió con una amenaza de castración como si lo hubiera comprendido. Se trasfirió de la posición de la mujer a la actividad que realizaba en esa posición. Esto se volvió evidente, por ejemplo, en la vivencia con Matrona. Paseaba él por la aldea que correspondía a la finca y vio en la orilla de la laguna a una muchacha campesina arrodillada, atareada en lavar ropa.
el recuerdo de la niñera fregando el piso, por ciertos desagrada en su postura, trajo a la luz esa motivación. Todos los posteriores objetos de amor fueron personas sustitutivas de esa, que a su vez habían devenido el primer sustituto de la madre por la contingencia de la situación. La primera ocurrencia del paciente sobre el problema de la angustia antes la mariposa puede discernirse, como una remota alusión a la escena primordial. El corroboro el nexo entre la escena con Grusha y la amenaza de castración mediante un sueño particularmente rico en sentido, que él mismo atino a traducir. Dijo “He soñado que un hombre arranca las alas a una Espe”. “Wespe” (avispa). Pero Espe, ese soy yo, S. P (la iniciales de su nombre). La Espe es una Wespe mutilada. El sueño le dice claramente: él se venga de Grusha por su amenaza de castración. Resulto entonces que la angustia a la mariposa era un todo análoga a la angustia al lobo: en los dos casos, angustia ante la castración; en el primero, referida a la persona que había formulado inicialmente la amenaza de castración, y en el segundo, trasladada a la otra persona en que por fuerza hallaría adherida el arquetipo filogenético. Pero no puede desmentir que la escena con Grusha, el papel que le cupo en el análisis y los efectos que de ella partieron para la vida del paciente se explica de la manera menos forzada y más completa si se considera en este caso como una realidad objetiva la escena primordial que otras veces puede ser una fantasía. En el fono no asevera nada imposible; el supuesto de su realidad objetiva se concilia también por entero con el inlfujo incitante de las observaciones de animales a que apuntan los perros ovejeros de la imagen onírica. Solo que en la historia primordial de la neurosis vemos que el niño echa mano de esa vivencia filogenética toda vez que su propio vivenciar no basta. Llena las lagunas de la verdad individual con la verdad prehistórica, pone la experiencia de los ancestros en el lugar de la propia.
En el intervalo entre escena primordial y seducción debe intercalarse todavía el aguatero mudo que fue para él un sustituto del padre, como Grusha lo era de la madre. A esa mismo época pertenece también un oscuro conocimiento de una fase e que no quería comer nada que no fueran golosinas, lo que causo preocupación por su salud. Lograron causarle angustia, de suerte que volvió a comer; y en años posteriores de su infancia hasta exagero esa obligación como para protegerse de la muerte con que lo amenazaban. La angustia de morir, que en ese tiempo le habían provocado para protegerlo, reapareció luego, cuando la madre hizo las advertencias sobre la disentería; y mas tarde provoco una ataque de neurosis obsesiva.
La perturbación al comer, reclama una primerísima neurosis; asi la perturbación en el comer, la fobia del lobo y la beateria obsesiva arrojan la serie completa de las enfermedades infantiles que conllevan la predisposición al quebramiento neurótico de los años posteriores a la pubertad. Toda neurosis de un adulto se edifica sobre la neurosis de la infancia, pero esta no siempre fue los bastante intensa como para llamar la atención y ser discernida como tal.
decía que el mundo se le escondía tras un velo. El velo desgarraba cuando a consecuencia de una lavativa el bolo fecal atravesaba el ano. Entonces se sntia de nuevo bien y por un breve lapso veía el mundo claro. La interpretación de este velo avanzo con pareja dificultad a la angustia a la mariposa. Por lo demás, el no persevero ene este velo; se le fue disipando cada vez mas en un sentimiento de crepúsculo, tenebres y otras cosas inconcebibles.
Había escuchado que él vino al mundo con una cofia fetal. Su fobia al lobo estalló cuando se vio ante el hecho de que era posible una castración; y evidentemente la gnorrea se situaba en la misma serie que esta.
La cofia fetal es, ese velo que lo culta del mundo y le cultaba el mundo. Su queja es en verdad una fantasía de deseo cumplido, ella muestra de regreso en el seno materno; es la fantasía de deseo de la huida del mundo. Cabe traducirla así: Soy tan desdichado en la vida que debo regresar al seno materno. La traducción es ahora: Su enfermedad sólo lo abandona cuando le es permitido sustituir a la mujer, a la madre, para hacerse satisfacer por el padre y parirle un hijo. En este caso, la fantasía de renacimiento no era mas que un reflejo censurado, mutilado, de la fantasía de deseo homosexual.
Lo figurado por la queja y lo figurado por excepción puede reunirse fácilmente en una unidad que revelara entonces su sentido integro. El desea regresar al seno materno, pero no simplemente para renacer, sino para ser alcanzado ahí por el padre en el coito, para recibir de él la satisfacción, para parirle un hijo. Haber nacido del padre, como al comienzo había creído ser satisfecho sexualmente por él, parirle un hijo, y hacerlo renunciando a su masculinidad y en el lenguaje del erotismo anal: he ahí los deseos que cierran el circulo de la fijación al padre; con ello la sexualidad ha hallado su expresión suprema y mas intima.
El paciente acusa su huida del mundo en un típica fantasía de seno materno, se su salud únicamente en un renacimiento concebido de manera típica. Expresa este último síntoma anal, de acuerdo con su disposición predominante. Siguiendo el modelo de las fantasías de renacimiento anal, se ha forjado una escena infantil que repite sus deseos con medios expresivos simbólicos arcaicos. Sus síntomas se encadenan, entonces, como si partieran de una escena primordial de esa índole. Y debió resolverse a emprender todo ese camino de retroceso porque choco con una tarea vital para cuya solución era demasiado perezoso, o porque tenía plenas razones para desconfiar de sus inferioridades, y creía que tales medidas eran el mejor modo de defenderse de un fracaso.

CONSTRUCCIONES EN EL ANÁLISIS (1937)

I
Cuando nosotros presentábamos a un paciente nuestras interpretaciones procedíamos con él siguiendo el desacreditado principio de “Si es cara yo gano, si es ceca tú pierdes”. Ósea, si él nos da su aquiscencia, todo es correcto; pero si nos contradice, entonces no es mas que un signo de su resistencia, y por lo tanto igualmente es correcto.
El consabido propósito del trabajo analítico es mover al paciente para que vuelva a cancelar las represiones de su desarrollo temprano y las sustituya por unas reacciones como las que corresponderían a un estado de madurez psíquica. El trabajo analítico consta de dos piezas por entero diferentes, que se consuma sobre dos separados escenarios, se cumple en dos personas, cada una de las cuales tiene un cometido diverso. El analista no ha vivenciado ni reprimido nada de la que interesa; su tarea no puede ser recordar algo. ¿En qué consiste su tarea? Tiene que colegir lo olvidado desde los indicios que esto ha dejado tras sí; mejor dicho: tiene que construirlo. Cómo habrá él de comunicar sus construcciones al analizado, cuando lo hará y con qué elucidaciones, he ahí lo que establece la conexión entre ambas piezas del trabajo analítico, entre su participación y la del analizado.
Hemos dicho que el analista trabaja en condiciones más favorables que el arqueólogo porque dispone además de un material del cual las exhumaciones no pueden proporcionar correspondiente alguno; las repeticiones de reacciones que provienen de la edad temprana y todo cuanto es mostrado a través de la trasferencia a raíz de tales repeticiones. Pero cuenta, asimismo, el hecho de que el exhumador trata con objetos destruidos, de los que grandes e importantes fragmentos se han perdido irremediablemente, sea por obra de fuerzas mecánicas, del fuego o del pillaje. Por más empeño que se ponga, no se podrá hallarlos para componerlos con los restos conservados. Uno se ve remitido único y exclusivamente a la reconstrucción, que por eso con harta frecuencia no puede elevarse más allá de una cierta verosimilitud. Diversamente ocurre con el objeto psíquico, cuya prehistoria el analista quiere establecer. Aquí se logra de una manera regular lo que en el objeto arqueológico solo sucede en felices excepciones. Que le objeto psíquico es incomparablemente más complicado que el objeto material, y que nuestro conocimiento no está preparado en medida suficiente para lo que ha de hallarse, pues su estructura intima esconde todavía muchos secretos. Para la arqueología la reconstrucción es la meta y el término del empeño, mientras que para el análisis la construcción es sólo una labor preliminar.
II
Si en la exposiciones de la técnica analítica se oye tan poco sobre construcciones, la razón de ello es que, a cambio, se habla de interpretaciones y su efecto. Pero yo opino que construcción es, con mucho, la designación mas apropiada. Interpretación se refiere a lo que uno emprende con un elemento singular del material: una ocurrencia, una operación fallida. No produce daño alguno equivocarnos en alguna oportunidad y presentar al paciente una construcción incorrecta como la verdad histórico probable. Desde luego, ello significa una pérdida de tiempo. Lo que en tal caso sucede es, que el paciente queda como no tocado, no reacciona a ello ni por si ni por no. Es posible que esto solo sea un retardo de la reacción; pero si persiste, estamos autorizados a inferir que nos hemos equivocado, y en la ocasión apropiada se lo confesaremos al paciente sin menoscabo de nuestra autoridad.
Es correcto que no aceptemos como de pleno valor un “No” del analizado, pero tampoco otorgamos validez a su “Si”; es totalmente injustificado culparnos de reinterpretar en todos los casos su manifestación como una corroboración. El “Si” directo del analizado es multívoco. Puede en efecto indicar que reconoce la construcción oída como correcta, pero también puede carecer de significado. Este “Si” solo posee valor cuando es seguido por corroboraciones indirectas; cuando el paciente produce, acoplados inmediatamente a su “Si”, recuerdos nuevos que complementan y amplían la construcción. Sólo en este caso reconocemos al “Si” como al tramitación cabal del punto en cuestión. El “No” del analizado es multívoco. Rara vez expresa una desautorización justificada; muchisimo mas a menudo exterioriza una resistencia que es provocada por el contenido de la construcción que se ha comunicado, pero que de igual manera puede provenir de otro factor de la situación analítica compleja. Por tanto el “No” del paciente no prueba nada respecto de la justeza de la construcción, pero se concilia con esta posibilidad. Como toda construcción de esta índole es incompleta, apresa solo un pequeño fragmento del acaecer olvidado, tenemos siempre la libertad de suponer que el analizado no desconoce propiamente lo que se le comunico, sino que su contradicción viene legitimada por el fragmento todavía no descubierto. Por regla general, solo exteriorizara aquiescencia cuando se haya enterado de la verdad integra, y esta suele ser bastante extensa. La única interpretación segura de su “No” es, que aquella no es integral; la construcción, no se lo ha dicho todo.
Así pues, las exteriorizaciones directas del paciente después que uno le comunico una construcción, son pocos los puntos de apoyo que pueden obtenerse para saber si uno ha colegido recta o equivocadamente. Más interesante es, que existan variedades indirectas de corroboración plenamente confiables. Una de ellas el giro que uno oye de las más diversas personas, con apenas algunas palabras cambiadas, como si se hubiesen puesto de acuerdo: “No me parece” o “Nunca me ha pasado por la cabeza”. Sin vacilar, se puede traducir así esta exteriorización: “Sí, en este golpe acierto usted con lo icc”. Por desdicha, el analista oye esta tan deseada formula mucho más a menudo tras interpretaciones de detalle que a raíz de comunicaciones más vastas. Una confirmación igualmente valiosa, esta vez de expresión positiva, es que el analizado responda con una asociación que incluya algo semejante o análogo al contenido de la construcción.
III
El camino que parte de la construcción del analista debía culminar en el recuerdo del analizado; ahora bien, no siempre lleva tan lejos. Con harta frecuencia, no consigue llevar al paciente hasta el recuerdo de lo reprimido. En lugar de ellos, si el análisis ha sido ejecutado de manera correcta, uno alcanza en él una convicción cierta sobre la verdad de la construcción, que en lo terapéutico rinde los mismo que un recuerdo recuperado.
en algunos análisis noté en los analizados un fenómeno sorprendente, e incomprensible a primera vista, tras comunicarles yo una construcción a todas luces certera. Les acudían unos vividos recuerdos, calificados de hipernítidos por ellos mismos, pero tales que no recordaban el episodio que era el contenido de la construcción, sino detalles próximos a ese contenido. La pulsión emergente de lo reprimido, puesta en movimiento al comunicarse la construcción, había querido trasportar hasta la cc aquellas sustantivas huellas mnémicas, y una resistencia había conseguido, no por cierto atajar el movimiento, pero si desplazarlo sobre objetos vecinos, circunstanciales.

ESQUEMA DE PSICOANÁLISIS.

VI La técnica psicoanalítica.
El sueño es, una psicosis, con todos los despropósitos, formaciones delirantes y espejismos sensoriales que ella supone. El yo tiene la tarea de obedecer a sus tres vasallajes y mantener pese a todo su organización, afirmar su autonomía. La condición de los estados patológicos mencionados sólo puede consistir en un debilitamiento relativo o absoluto del yo, que le imposibilita cumplir sus tareas. El más duro reclamo para el yo es sofrenar las exigencias pulsionales del ello, para lo cual tiene que solventar gastos de contrainvestidura. Ahora bien, también las exigencias del superyó puede volverse tan intensa e implacable que el yo quede paralizado frente a sus otras tareas. El ello y el superyó hacen causa común contra el yo, que para conservar su norma quiere aferrarse a la realidad objetiva. Si los dos primeros deviene demasiado fuertes, consiguen menguar y alterar la organización del yo hasta el punto de perturbar, o aun cancelar, su vínculo correcto con la realidad objetiva. Cuando el yo desase de la realidad del mundo exterior cae bajo la psicosis bajo el influjo del mundo interior.
Sobre estas intelecciones fundamos nuestro plan terapéutico. El yo esta debilitado por le conflicto interior, y nosotros tenemos que acudir en su ayuda. El medico analista y e yo debilitado del enfermo, apuntalados en el mundo exterior objetivo, deben formar un bando contra los enemigos, las exigencias pulsionales del ellos y las exigencias de cc moral del superyó. Nuestro saber debe remediar su no saber, debe devolver al yo del paciente el imperio sobre jurisdicciones perdidas de la vida anímica. En este pacto consiste la situación analítica.
enseguida de dar ese paso nos espera ya la primera desilusion. Cierto grado de coherencia, alguna intelección para las demandas de as realidad efectiva. Pero no se puede esperar eso del yo del psicótico, incapaz de cumplir un pacto asi, y apenas de concertarlo. Pronto habrá arrojado a nuestra persona y el auxilio que le ofrecemos a los sectores del mundo exterior que ya no significa nada para él. Discernimos, pues, que se nos impone la renuncia a ensayar nuestro plan curativo en el caso del psicótico.
Existe otra clase de enfermos psíquicos, los neuróticos graves. Su yo ha mostrado ser capaz de mayor resistencia, se ha desorganizado menos. Muchos de ellos pudieron afianzarse en el vida real a despecho de todos sus achaques y de las insuficiencias por estos causadas. Acaso estos neuróticos se muestren prestos a aceptar nuestro auxilio. A ellos podemos curarlos.
Con los neuróticos, concertamos aquel pacto: sinceridad cabal a cambio de una estricta descripcion. No solo queremos ori de él lo que sabe y esconde a los demás, sino que debe referirnos tambien lo que no sabe. Debe comunicarnos, todo cuando le acuda a la mente, aunque sea desagradable decirlo, aunque le parezca sin importancia y hasta sin sentido. Si tras esta consigna consigue desarraigar su autocritica, nos ofrecerá una multitud de material. Son sus directos retoños, y asi nos permite colegir lo icc reprimido en él y, por medio de nuestra comunicación, ensanchar la noticia que su yo tiene sobre su icc.
Considerar al analista como el auxiliador y consejero, que ve en él un retorno de una persona importante de su infancia. Esta trasferencia es ambivalente. Mientras es positiva nos presenta mejores servicios; el yo endeble deviene fuerte. La relacion trasfrencial conlleva dos ventajas, pone al analista en el lugar de su padre, le otorga tambien el poder que su superyó ejerce sobre su yo, el nuevo superyó tiene oportunidad para una suerte de poseducacion. La medida de influencia que haya considerar legitima estará determinada por el grado de inhibición del desarrollo que halle en el paciente. Otra ventaja de la trasferencia es que en ella el paciente escenifica antes nosotros, con plastica nitidez, un fragmento importante de su biografia. Actua ante nosotros, en lugar de informarnos. La actitud positiva hacia el analista se treque de golpe un dia en la negativa hostil. Arraigaba en su deseo erotico dirigido a su persona. Esfuerza también para salir a la luz dentro de la trasferencia y reclama satisfacción. En la situación analítica solo puede tropezar con una denegación. El peligro de este estado trasferenical consiste en el que el paciente desconozca su naturaleza y lo considere como unas nuevas vivencias objetivas, en vez de espejamiento del pasado. Si él registra la fuerte necesidad erotica que se esconde tras la trasferencia positiva, creerá haberse enamorado con pasión; si la trasfere3ncia sufre un súbito vuelco, se considerara afrentado y desdeñado, odiara al analista como a su enemigo ye stara pronto a resignar el análisis. El analista tiene la tarea de arrancar al paciente en cada caso de esa peligrosa ilusión, de mostrarle una y otra vez que es un espejismo del pasado lo que él considerar una nueva vida real-objetiva. Y si se logra, como la mas de las veces ocurre, adoctrinar al paciente sobre lo real y efectiva naturaleza de los fenómenos trasferenciales, se habrá despojado a sus resistencia de un arma poderosa y mudado peligros en ganancias. La conducta ideal para nuestros fines seria que fuera del tratamiento él se comporta de la manera más normal posible y exterioriza sus reacciones anormales sólo dentro de la trasferencia.
nuestro camino para fortalecer al yo debilitado parte de la ampliación de su conocimiento de sí mismo. Sabemos que esto no es del todo, pero es el primer paso. la perdida de ese saber importa para el yo menoscabo de poder y de influjo, es el mas palpable indicios de que está constreñido y estorbado por los reclamos del ellos y del superyó. Material para nuestro trabajo, lo obtenemos de fuentes diversas: lo que sus comunicaciones y asociaciones libres nos significan, lo que nos muestra en sus trasferencias, lo que extraemos de la interpretación de sus sueños, lo que é deja traslucir por sus operaciones fallidas. Lo que ahora sucede en su interior y él no comprende. Meditamos con cuidado la elección del momento en que hemos de hacerlo consabedor de una de nuestras construcciones. Posponemos el comunicar una construcción, dar el esclarecimiento, hasta que él mismo se haya aproximado tanto a ese que sólo le reste un paso, aunque este paso es en verdad la síntesis decisiva. Si lo asaltamos con nuestras interpretaciones antes que él estuviera preparado, le provocara un violento estallido de resistencia. Si lo hemos preparado todo de manera correcta, a menudo conseguimos que le paciente corrobore inmediatamente nuestra construcción y él mismo recuerdo el hecho intimo o externo olvidado. Nuestro saber sobre esta pieza ha devenido tambien su saber.
el yo se protege mediante unas contrainvestiduras de la intrusión de elementos indeseados oriundos del ello icc y reprimido; que estas contrainvestiduras permanezcan intactas es una condición para la función normal del yo. Queremos que el arriesgue el ataque para reconquistar lo perdido. Registramos la intensidad de esas contrainvestiduras como unas resistencias a nuestro trabajo. El yo se aminala ante tales empresas que aparecen peligrosas y amenazan con un displacer, y es preciso alentarlo y calmarlo de continuo para que no se no rehuse. A esta resistencia que persiste durante todo el tratamiento y se renueva a cada nuevo tramo del trabajo la llamamos resistencias de represión.la lucha que se traba si alcanzamos nuestros propósitos y podemos mover al yo para que venza sus resistencias se consuma bajo nuestra guía y con nuestro auxilio. Su desenlace es indiferente: ya se que el yo acepte tras un nuevo examen una exigencia pulsional hasta entonces rechazada, o que vuelva a desestimarla esta vez de manera definitiva, en cualquiera de ambos casos queda eliminado un peligro duradero, ampliada la extensión del yo, y en lo sucesivo se torna innecesario un costoso gasto.
Vencer las resistencias produce una ventajosa alteración del yo, que se conserva independientemente del resultado de la trasferencia y se afirma en la vida. Y simultáneamente hemos trabajado para eliminar aquella alteración del yo que se había producido bajo el influjo de lo icc.
Mientras mas progrese nuestro trabajo, se impondrá a nuestro saber otros dos factores como fuentes de las resistencias. El enfermo los desconoce por completo a ambos, necesidad de estar enfermo. El primero de estos dos factores es el sentimiento cc de culpa, pese a que el enfermo no lo registra ni lo discierne. Es la contribución que presta a la resistencia un superyó que ha devenido muy duro y cruel. El individuo no debe sanar, sino permanecer enfermo, pues no merece nada mejor. Esta resistencia vuelve ineficaz nuestro trabajo, y aun suele consentir que nosotros cancelemos una forma del padecer neurótico pero esta pronto a sustituirla enseguida por otra. Esta cc de culpa explica también la curación o mejoría de neurosis graves en virtud de infortunios reales, solo importa que uno se sienta miserable, no interesa de que modo. Para defendernos de esta resistencia, estamos limitados a hacerla cc y a intento de desmontar poco a poco ese superyó hostil.
Entre los neuróticos hay personas en quienes, la pulsión de autoconservación ha experimentado un tras-torno. Parecen no perseguir otra cosa que dañarse y destruirse a si mismos. En ellas han sobrevenido vastas desmezclas de pulsión a consecuencia de las cuales se ha liberado cantidades hipertróficas de la pulsión de destrucción vuelta hacia adentro. Tales pacientes no pueden tolerar ser restablecidos por nuestros tratamientos, lo contrarían por todos los medios. Al yo neurótico; su actividad esta inhibida por unas rigurosas prohibiciones del superyó, su energía se consume en vanos intentos por defenderse de las exigencias del ello. Al comienzo hacemos participar a este yo deshabilitado del paciente en un trabajo de interpretación puramente intelectual; hacemos que se nos trasfiera la autoridad de su superyó, lo alentamos a aceptar la lucha en torno de cada exigencia del ello y a vencer las resistencias que así se producen. Y al mismo tiempo restablecemos el orden dentro de su yo pesquisando contenidos y aspiraciones que penetran desde lo icc, y despejando el terreno para la critica por reconducción a su origen. Mudamos en Prcc lo devenido icc y lo reprimido, y de ese modo, reintegramos al yo que le es propio. Eficacia a nuestro favor, la necesidad de curarse, y el interés intelectual que hemos podido despertarle hacia las doctrinas y revelaciones del psa, pero fuerzas muchos mayores, la trasferencia positiva. Pugna contra nosotros la trasferencia negativa, la resistencia de represión del yo, el sentimiento de culpa oriundo de la relación con el superyó y la necesidad de estar enfermo anclada en unas profundas alteraciones de su economía pulsional. De la participación de estos dos últimos factores depende que tildemos de leve o grave a nuestro caso. La libido no quiere abandonar sus fijaciones, no puede resultarnos bienvenida; la aptitud de la persona para la sublimación pulsional desempeña un gran papel, lo mismo que su capacidad para elevarse sobre la vida pulsional grosera, y el poder relativo de sus funciones intelectuales.
El desenlace final de la lucha que hemos emprendido depende de relaciones cuantitativas, del monto de energía que en el paciente podamos movilizar a favor nuestro, comparado con la suma de energias de los poderes que ejercen su acción eficaz en contra.
VII Una muestra del trabajo psicoanalítico.
Las neurosis no tienen causas patógenas especificas; es difícil que exista un estado reconocido como normal en que no se pudieran rastrear indicios de rasgos neuróticos. La causación de todas las plasmaciones de la vida humana ha de buscarse en la acción recíproca entre pedisposiciones congénitas y vivencias accidentales. Cierta pulsión puede ser constitucionalmente demasiado fuerte o demasiado débil, cierta aptitud estar atrofiada o no haberse plasmado en la vida de manera suficiente; y las impresiones y vivencias externas puede plantear a los seres humanos individuales demandas de diversa intensidad, y lo que la constitución de uno es capaz de dominar puede ser todavía para otro una tarea demasiado pesada.
Existe una exigencia pulsional cuyo dominio en principio fracasa o se logra solo de manera incompleta, y una época de la vida que cuenta de maneta exclusiva o prevaleciente para la génesis de una neurosis. En la niñez temprana pueden adquirirse neurosis. El yo mientras todavía es endeble, inacabado o incapaz de resistencia, fracase en el dominio de tareas que mas tarde podría tramitar jugando. El yo desvalido se defiende de ellas mediante unos intentos de huida que más tarde resultan desacordes al fin y significan unas limitaciones duraderas para el desarrollo ulterior. Incluir también en la etiología de las neurosis este carácter biológico de la especie humana: el largo periodo de dependencia infantil.
Por lo que atañe al otro punto, el factor pulsional especifico; los síntomas de las neurosis son una satisfacción sustitutiva de algún querer-alcanzar sexual o bien unas medidas para estorbarlas. La decisión se dificulta porque la mayoría de las aspiraciones de la vida sexual no son de naturaleza puramente erótica, sino que surgen de unas aleaciones de partes eróticas con partes de la pulsión de destrucción.
El abuso sexual, la seducción contra los niños, su conmoción por ser partícipe de testimonios auditivos y visuales de procesos sexuales entre adultos, en una época en que no se les atribuye interés ni inteligencia para tales impresiones, ni la capacidad de recordarlas más tarde. Es fácil comprobar en cuán grande extensión la sensibilidad sexual del niño es despertada por tales vivencias, y es esforzado su querer-alcanzar sexual por vías que ya no podrá abandonar. Dado que estas impresiones caen bajo la represión enseguida, o bien tan pronto quieren retornar como recuerdo, establecen la condición para la compulsión neurótica que más tarde imposibilitara al yo gobernar la funcion sexual y probablemente lo mueva a extrañarse de ella de manera permanente. Esta ultima reacción tendrá por consecuencia una neurosis; si falta, se desarrollarán múltiples perversiones o una rebeldía total de esta función, cuya importancia es inconmensurable no sólo para la reproducción, sino para la configuración de la vida en su totalidad. Situación por la que todos los niños están destinados a pasar, el complejo de Edipo. Ahora la diferencia entre los sexos alcanza su primera expresión psicológica. Llamamos masculino a todo cuanto es fuerte y activo, y femenino a lo débil y pasivo.
El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio; el amor se engendra apuntalado en la necesidad de nutrición satisfecha. Por cierto que al comienzo el pecho no es distinguido del cuerpo propio, y cuando tiene que ser divorciado del cuerpo, trasladado hacia afuera por la frecuencia con que el niño lo echa de menos, toma consigo, como objeto, una parte de la investidura libidinal originariamente narcisista. Este primer objeto se completa luego en la persona de la madre, quien no solo nutre, sino también cuida, y provoca en el niño tantas otras sensaciones corporales, así placenteras como displacenteras. En el cuidado del cuerpo, ella deviene la primera seductora del niño. En estas dos relaciones arraiga la significatividad única de la madre, que es incomparable y se fija inmutable para toda la vida, como el primero y más intenso objeto de amor, como arquetipo de todos los vínculos posteriores de amor, de ambos sexos. Y en la medida en que en efecto haya sido amantado en el pecho materno, tras el destete siempre abrigará la convicción de que aquello fue demasiado breve y escaso. Cuando el varoncito ha entrado en la fase fálica de su desarrollo libidinal, ha recibido sensaciones placenteras de su miembro sexual y ha aprendido a procurársela a voluntad mediante estimulación manual, deviene el amante de la madre. Desea poseerla corporalmente en las formas que ha colegido por sus observaciones y vislumbre de la vida sexual, y procura seducirla mostrándole su miembro viril, de cuya posesión está orgulloso. En suma, su masculinidad de temprano despertar busca sustituir junto a ella al padre, quien hasta entonces ha sido su envidiado arquetipo por la fuerza corporal que en él percibe y la autoridad con que lo encuentra revestido.
La madre, cree hacer lo justo si le prohíbe el quehacer manual con su miembro. La prohibición logra poco, a los sumo produce una modificación en la manera de autosatifacción. Amenaza quitarle la cosa con la cual él la desafía, se lo dira al padre y él le cortará el miembro. Esta amenaza sólo produce efectos si antes o después se cumple otra condición. Si a raíz de esa amenaza puede recordar la visión de los genitales femeninos, cae bajo el influjo del complejo de castración, el trauma mas intenso de su joven vida. A consecuencia de la amenaza resigno la masturbación, pero no la actividad fantaseadora que la compaña. Al contrario, esta, siendo la única forma de satisfacción sexual que le ha quedad, es cultivada mas que antes y en tales fantasías él sin duda se indentificará todavía con el padre, pero también al mismo tiempo, y quizá de manera predominante, con la madre. Retoños y productos de trasmudación de estas fantasías onanistas tempranas suelen procurarse el ingreso en su yo posterior y consiguen tomar parte en la formación de su carácter. Ya no osa amar a la madre, pero no puede arriesgar no ser amado por ella, pues así correría peligro de ser denunciado por ella al padre y quedar expuesto a la castración. La vivencia íntegra, cae bajo una represión de extrema energía; y todas las reacciones en reciproco antagonismo, en aquel tiempo activadas, se conservan en lo icc y están prontas a perturbar el posterior desarrollo yoico tras la pubertad.
Si la niña pequeña preserva en su primer deseo de convertirse en varón, en el caso extremo terminará como una homosexual manifiesta; de lo contrario, expresará en su posterior conducta de vida unos acusados rasgos masculino, escogerá una profesión masculina. El otro camino pasa por el desasimiento de la madre amada, a quien la hija, bajo el influjo de la envidia del pene, no puede perdonar que la haya echado al mundo defectuosamente dotada. Resigan a la madre y la sustituye por el padre como objeto de amor. Cuando ha perdido un objeto de amor, la reacción inmediata es identificarse con él, sustituirlo mediante una identificación desde adentro. Odia a la madre antes amada, por celos y mortificación a causa del pene denegado. Su nueva relación con el padre puede tener al principio por contenido el deseo de disponer de su pene, pero culmina en otro deseo: recibir el regalo de un hijo de él. En la mujer el deseo de pene; en el varón, la actitud femenina hacia el sexo propio, que tiene por premisa la pérdida del pene.
VIII El aparato psíquico y el mundo exterior.
Lo real objetivo permanecerá siempre no discernible. El núcleo de nuestro se está constituido por el oscuro ello, que no comercia directamente con el mundo exterior y, además, sólo es asequible a nuestra noticia por la mediación de otra instancia. Dentro del ello ejercen su acción eficiente las pulsiones organizas, ellas mismas compuestas de mezclas de dos fuerzas primordiales en variable proporciones, y diferenciadas entre sí por su referencia a órganos y sistemas de órgano. Lo único que estas pulsiones quieren alcanzar es la satisfacción, que se espera de precisas alteraciones en los órganos con auxilio de objetos del mundo exterior. Pero una satisfacción pulsional instantánea y sin miramiento alguno, tal como el ello exige, con harte frecuencia llevaría a conflictos peligrosos con el mundo exterior y el aniquilamiento. El ello no conoce prevención alguna por la seguridad de la pervivencia, ninguna angustia; o quizá sería más acertado decir que puede desarrollar, sí, los elementos de sensación de la angustia, pero no valorizarlos.
El ello coartado del mundo exterior, tiene su propio mundo de percepción. Registra con extraordinaria agudeza ciertas alteraciones sobrevenidas en su interior, las que devienen cc como sensaciones de la serie placer-displacer. El ello obedece al principio de placer. La actividad de las otras instancias psíquicas es capaz de cancelar el principio de placer, sino sólo de modificarlo. El principio de placer, demanda un rebajamiento de las tensiones de necesidad lleva unas vinculaciones no apreciadas todavía del principio de placer con las dos fuerzas primordiales: Eros y pulsión de muerte.
El yo se ha desarrollado a partir del estrato cortical del ello, que por su disposición para recibir estímulos y apartarlos permanece en contacto directo con el mundo exterior. El vasallaje en que se mantiene respecto del mundo exterior muestra el sello imborrable de su origen. Su operación psicológica consiste en elevar los decursos del ello a un nivel dinámico más alto; y su operación constructiva, en interpolar entre exigencias pulsional y acción satisfaciente la actividad del pensar, que trata de colegir el éxito de las empresas intentadas mediante unas acciones tentaleantes, tras orientarse en el presente y valorizar experiencias anteriores. El yo decide si el intento desembocara en la satisfacción o debe ser desplazado, o si la exigencia de la pulsión no tiene que ser sofocada por completo como peligrosa. El yo se ha propuesto la tarea de la autoconservación, que el ello perece desdeñar. El yo se protege contra está confusión mediante el dispositivo del examen de realidad. Al yo le amenazan peligros desde la realidad objetiva. El ello es una fuente de peligros, y con dos diversos fundamentos. En primer lugar, intensidades pulsionales hipertróficas pueden dañar al yo, destruir la organización dinámica que le es propia, de mudar de nuevo al yo en una parte del ello. En segundo lugar, la experiencia puede haber enseñado al yo que satisfacer una exigencia pulsional no intolerable en sí misma conllevaría peligros en el mundo exterior. La defensa contra el enemigo interior es deficiente de una manera particular.
De los peligros con que amenaza el mundo exterior, el niño es protegido por la providencia de los progenitores: expía esta seguridad con la angustia ante la pérdida de amor, que lo dejaría expuesto inerme a tales peligros. El niño al caer en el complejo de Edipo, dentro de la cual se apodera de él la amenaza de castración, reforzada desde el tiempo primordial. Debido a la acción conjugada de ambos influjos, el peligro objetivo actual y el peligro recordado de fundamento filogenético, el niño se ve constreñido a emprender sus intentos defensivos, que si bien son acordes al fin para este momento, se revelan psicológicamente insuficientes cuando la posterior reanimación de la vida sexual refuerza las exigencias pulsionales en aquel tiempo rechazadas. El abordaje biológico no puede sino declarar, entonces, que el yo fracasa en la tarea de dominar las excitaciones de la etapa sexual temprana, en un época en que inacabamiento lo inhabilita para lograrlo. En este retraso del desarrollo yoico respecto del desarrollo libidinal discernimos la condición esencial de la neurosis, y no podemos eludir la conclusión de que esta última se evitara si al yo infantil se lo dispensase de esa tarea, se consintiese libremente la vida sexual infantil, como acontece entre muchos primitivos. Y por otro lado, vislumbramos la intelección de que un intento tan temprano de endicar la pulsión sexual, una toma de partido tan decidida del yo joven a favor del mundo exterior por oposición al mundo interior, como la que se produce por la prohibición de la sexualidad infantil, no puede dejar de ejercer el efecto sobre el posterior apronte del individuo para la cultura. Las exigencias pulsionales, esforzadas a apartarse de una satisfacción directa, son constreñidas a intentarse por nuevas vías que conllevan a la satisfacción sustitutiva, y en el curso de estos rodeos pueden ser desexualizadas y aflojada su conexión con sus metas pulsionales originarias.
La ocasión para el estallido de una psicosis es que la realidad objetiva se haya vuelto insoportablemente dolorosa, o bien que las pulsiones hayan cobrado un refuerzo extraordinario, lo cual, a raíz de las demandas rivales del ello y el mundo exterior, no pueden menos que producir el mismo efecto en el yo. En tales casos la escisión psíquica; se forman dos posturas psiquicas en vez de una postura única: la que toma en cuenta la realidad objetiva, lo normal, y otra que bajo el influjo de lo pulsional desase el yo de la realidad. Si la segunda es o deviene la mas poderosa, está dada la condición de la psicosis.
El punto de vista que postula en todas la psicosis un escisión del yo no tendría títulos para reclamar tanta consideración si no demostrara su acierto en otros estados más semejantes a la neurosis y, en definitiva, en estas mismas. El fetichismo desmiente el hecho de su percepción, que en los genitales femeninos que no han visto pene alguno; por el otro, reconocen la falta de pene de la mujer y de ahí extraen las conclusiones correctas. Las dos actitudes subsisten una junto a la otra durante toda la vida sin influirse recíprocamente. Es lo que se tiene derecho a llamar una escisión del yo.
El yo infantil, bajo el imperio del mundo real-objetivo, tramita unas exigencias pulsionales desagradables mediante las llamadas represiones. Y completémoslo ahora mediante esta otra comprobación: que el yo, en ese mismo periodo de la vida, con harta frecuencia da en la situación de defenderse de una admonición del mundo exterior sentida como penosa, lo cual acontece mediante la desmentida de las percepciones que anotician de ese reclamo de la realidad objetiva. Se establecen siempre dos posturas opuestas, independientes entre sí, que arrojan por resultado la situación de una escisión del yo.
Dos posturas diversas , contrapuestas una a la otra e independientes entre sí, rasgo universal de las neurosis; sólo que en este caso una pertenece al yo; y la contrapuesta, como reprimida al ello.
IX El mundo interior
La representación de un yo que media entre ello y mundo exterior, que asume las exigencias pulsioanles de quel para conducirlas a su satisfacción y lleva a cabo percepciones en este, valorizándolas como recuerdo; que, preocupado por su autoconservacion, se pone en guardia frente a exhortaciones hipertróficas de ambos lados, al tiempo que es guiado , en todas sus decisiones, por las indicaciones de un principio de placer modificado; esta representación, sólo es valida para el yo hasta el final de primer periodo de la infancia. Hacia esa época se ha consumado una importante alteración. Un fragmento del mundo exterior ha sido resignado como objeto, al menos parcialmente, y a cambio fue acogido en el interior del yo, o sea, ha devenido un ingrediente del mundo exterior. Esta nueva instancia psíquica prosigue las funciones que habían ejercido aquellas personas del mundo exterior; observa al yo, le da ordenes, lo juzga y lo amenaza con castigos, en un todo como los progenitores, cuyo lugar ha ocupado. Llamamos superyó a esa instancia, y la sentimos en sus funciones de juez, como nuestra cc moral. El superyó a menudo despliega una severidad para la que los progenitores reales no han dado modelo. Y es notable, que no pida cuentas al yo sólo a causa de sus acciones, sino de sus pensamientos y propósitos incumplidos, que parecen serle consabidos.
El martirio entre los reproches de la cc responde exactamente a la angustia del niño por la pérdida de amor, angustia que fue sustituida en él por la instancia moral. Cuando el yo ha sustituido con éxito una tentación de hacer algo que sería chocante para el superyó, se siente elevado en su sentimiento de sí y reafirmardo en su orgullo, como si hubiera logrado una valiosa conquista. El superyó sigue cumpliendo para el yo el papel de un mundo exterior, aunque haya devenido una pieza del mundo exterior. El mundo exterior, donde el individuo se hallará expuesto tras su desasimiento de los padres, representa el poder del presente; su ello, con sus tendencias heredadas, el pasado orgánico, y el superyó, que viene a sumarse más tarde, el pasado cultural ante todo, que el niño debe por así decir revivenciar en los pocos años de su edad temprana. No es fácil que tales generalidades sean universalmente correctas. Una parte de las conquistas culturales sin duda ha dejado como secuela su precipitado dentro del ello, mucho de lo que el superyó trae despertará un eco en el ello, y no poco de lo que el niño vivencia como nuevo experimentará un refuerzo porque repite un ancestral vivenciar filogenético. El superyó ocupa una suerte de posición media entre ello y mundo exterior, reúne en sí los influjos del presente y el pasado. En la institución del superyó uno vivencia, un ejemplo del modo en que le presente es traspuesto en un pasado.

LA ESCISIÓN DEL YO EN EL PROCESO DEFENSIVO (1938)

El yo del niño se encuentra, al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por unas vivencias que le enseña que proseguir con esa satisfacción le traería por resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Y entonces, debe decidirse: reconocer el peligro real, inclinarse a él y renunciar a la satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva, instilarse la creencia de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de perseverar así en la satisfacción. Es un conflicto entre la exigencia pulsional y el veto de la realid objetiva. Responde al conflicto con dos reacciones contrapuestas, ambas validad y eficaces. Por un lado, rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja prohibir nada; y por el otro, reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como síntoma de padecer y luego busca defenderse de él. El resultado se alcanzo a expensas de unas desgarraduras en el yo que nunca se reparará. Las dos reacciones contra puestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo.

EL YO Y EL ELLO (1923)

IV Las dos clases de pulsiones.
El yo está sometido a la acción eficaz de las pulsiones lo mismo que el ello, del que no es más que un sector modificado. Uno tiene que distinguir dos variedades de pulsiones, de las que una, las pulsiones sexuales o Eros, es la más llamativa. Comprende la pulsión sexual no inhibida, genuina, y las mociones pulsionales sublimadas y de meta inhibida, derivadas e aquella, sino también las pulsiones de autoconservación, que se atribuyen al yo. En cuanto a la segunda clase de pulsiones, llegamos a ver en el sadismo un representante de ella. Sobre la base de consideraciones teoricas, apoyadas por la biología, suponemos una pulsión de muerte, encargada de reconducir al ser vivo organico al estado inerte, mientras que Eros persigue la meta de complicar la vida mediante la síntesis, de la sustancia viva dispersada en partículas, para conservarla. Ambas pulsiones se comportan de una manera conservadora en sentido estricto, pues aspiran a restablecer un estado perturbado por la génesis de la vida. Y la vida misma seria un compromiso entre dos aspiraciones. Las pulsiones de estas dos clases se entremezclan. Como consecuencia se habría conseguido neutralizar a la pulsión de muerte y desviarla al mundo exterior, por la mediación de un órgano particular, las mociones destructivas. Este órgano seria la musculatura, y la pulsión de muerte se exterioriza ahora como pulsión de destrucción dirigida al mundo exterior y a otros seres vivos. Se nos impone una desmezcla de ellas. En los componentes sádicos de la pulsión sexual, estaríamos frente a un ejemplo de mezcla de pulsiones al servicio de un fin; y en el sadismo devenido autónomo, como perversión, el modelo de una desmezcla . La pulsión de destrucción es sincronizada según reglas a los fines de la descarga, al servicio de Eros; vislumbramos que el ataque epiléptico es producto e indicio de una desmezcla de pulsiones.
En la vida anímica hay una energía desplazable, que pudiera agregarse a una moción erótica o destructiva cualitativamente diferenciadas. Esta activa tanto el yo como el ello, provenga del acopio libidinal narcisista y sea, Eros desexualizado. Es que las pulsiones eróticas nos parecen mas plásticas, desviables y desplazables que las pulsiones de destrucción. Esta libido desplazada trabaja al servicio del princio de placer a fin de evitar estasis y facilitar descarga. Si esta energía de desplazamiento s libido desexualizada, es licito llamarla sublimada, pues seguirá perseverando en el propósito principal de Eros, el de unir y ligar, en la medida que sirve a aquella unicidad por la cual el yo se distingue. Si incluimos los procesos de pensamiento en sentido lato entre esos desplazamientos, entonces el trabajo del pensar es sufragado por una sublimación de fuerza pulsional erótica. La posibilidad de que la sublimación se produzca regularmente por la mediación del yo. Al apoderarse así de la libido de las investiduras de objeto, al arrogarse la condicin de único objeto de amor, desexualizado o sublimado la libido de ello, trabaja en contra de los propósitos de Eros, se pone al servicio de las mociones pulsionales enemigas. En cambio, tiene que dar su consentimiento a otra parte de las investiduras de objeto del ello, acompañarlas.
Al principio toda la libido se encuentra en el ello, el yo todavía no esta formado es endeble. El ello envía una parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto, luego de lo cual el yo se va fortaleciendo procura apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos.
Las pulsiones de muerte son mudas, y todo el alboroto de la vida parte de Eros. El ello guiado por el principio de placer, se defiende de esas necesidades por diversos caminos. En primer lugar, cediendo con la mayor rapidex posible a los reclamos de la libido no desexualizada, pugnando por la satisfacción de las aspiraciones directamente sexuales.
V Los vasallajes del yo.
Descender de las primeras investiduras de objeto del ello, y por lo tanto del complejo de Edipo, significa para el superyó algo más todavía. Lo pone en relación con las adquisiciones filogenéticas del ello y lo convierte en reencarnación de anteriores formaciones yoicas, que han dejado sus sedimentos en el ello. Por eso el superyó mantiene duradera afinidades con el ello, y puede subrogarlo frente al yo. Se sumerge en e ello, a razón de lo cual está más distanciado de la cc que el yo.
Hay personas que, si uno le da esperanzas y les muestra contento por la marcha del tratamiento, parecen insatisfechas y por regla general su estado empeora. Presentan la llamada reacción terapéutica negativa. Estas personas tienen la necesidad de estar enfermas. Se trata de un factor de moral, de un sentimiento de culpa que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. Él no se siente culpable, sino enfermo.
En la neurosis obsesiva el sentimiento de culpa es hiperexreso, pero no puede justificarse ante el yo. Pueden descubrirse afectivos y operantes, los impulsos reprimidos que son el fundamento del sentimiento de culpa. En este caso, el superyó ha sabido mas que el yo acerca del ello icc.
El yo histérico se defiende de la percepción penosa con la que lo amenaza la critica de su superyó de la misma manera cmo se defendería de una investidura de objeto insoportable: mediante un acto de represión. El yo sólo consigue mantener lejos el material a que se refiere el sentimiento de culpa. Gran parte del sentimiento de culpa permanece icc.
El superyó es sin duda una parte del yo y permanece accesible a la cc desde esas representaciones-palabra, pero la energía de investidura la aportan las fuentes del ello.
La melancolía, el sueryó hiperintenso se abate con furia inmisericorde sobre el yo, con todo el sadismo disponible en el indivicuo. El componente destructivo se ha depositado en el superyó y se ha vuelto hacia el yo. Lo que ahora gobierna en el superyó es como un cultivo puro de la pulsión de muerte, empujar al yo a la muerte.
El neurótico obsesivo es como inmune al peligro de suicidio, es la conservación del objeto lo que garantiza la seguridad del yo. Una regresión a la organización pregenital hace posible que los impulsos de amor se traspongan en impulsos de agresión hacia el objeto. La pulsión de destrucción queda liberada y quiere aniquilar al objeto, o al menos hace como si tuviera ese propósito. El yo no acoge esas tendencias, se revuelve contra ellas con formaciones reactivas y medidas precautorias; permanecen en el ello. Pero el superyó se comporta como si fuera responsable de ellas, y al mismo tiempo nos muestra, por la seriedad con que persigue a esos propósitos aniquiladores, que no se trata de una apariencia provocadora por la regresión, sino de una efectiva sustitución de amor por odio. El yo se defiende en vano de las insinuaciones del ello asesino y de los reproches de la cc moral castigadora.
Las peligrosas pulsiones de muerte son tratadas de diversa manera en el individuo: en parte se las toma inofensivas por mezclas con componentes eróticos, en parte se desvían hacia afuera como agresión, pero en buena parte prosiguen su trabajo interior sin ser obstaculizadas. El ello es totalmente amoral, el yo se empeña por ser moral, y el superyó puede ser hipermoral y, entonces, volverse tan cruel como puede ser el ello. Mientras mas un ser humano sujete su agresion tanto mas aumentara la inclinación de su ideal a agredir a su yo. Es como un descentramiento, una vuelta hacia el propio yo. Ya la moral normal, ordinaria, tiene ese carácter de dura restricción, de prohibición cruel. Y de ahí proviene, la concepción de un se superior inexorable en el castigo. El superyó se ha engendrado por una identifiacion con el arquetipo paterno. Cualquier identificacion de esta índole tiene el carácter de una desexualizacion, o de una sublimación. Y bien; parece que a raíz de una tal trasposición se produce también una desmezcla de pulsiones. Tras la sublimación, el componente erótico ya no tiene mas la fuerza para ligar toda la destrucción aleada con él, y esta se libera como inclinación de agresión y destrucción. De esta desmezcla justamente de donde el ideal extrae todo el sesgo duro y cruel deber-ser.
La neurosis obsesiva, la desmezcla de amor en agresión es la consecuencia de una regresión consumada en el ello. Este proceso ha desbordado desde el ello sobre el superyó. El yo que ha dominado a la libido mediante identificación, sufrirá a cambio, de parte de superyó, el castigo por medio de la agresión entreverada con la libido.
El yo se enriquece a raíz de todas las experiencias de vida que le vienen de afuera; pero el ello es su otro mundo exterior, que él procura someter. Sustrae libido al ello, transforma las investiduras de objeto del ello en conformaciones del yo. Con ayuda del superyó se nutre, de una manera mas oscura para nosotros, de las experiencias de la prehistoria almacenada en el ello. Hay dos caminos por los cuales el contenido del ello puede penetrar en el yo. Uno es directo, el otro pasa a través del ideal del yo; y acaso para muchas actividades anímicas sea decisivo que se produzcan por uno u otro de estos caminos. El yo se desarrolla desde la percepción de las pulsiones hacia su gobierno sobre estas, desde la obediencia a las pulsiones hasta su inhibición en esta operación participa intensamente el ideal del yo, siendo una formación reactiva contra los proceso pulsionales del ello. El psa es un instrumento destinado a posibilitar al yo la conquista progresiva del ello.
El yo sufre las amenazas de tres clases de peligros: de parte de su mundo exterior, de la libido del ello y de la severidad del superyó. El yo quiere hacer que el ello obedezca al mundo y hacer que el mundo haga justicia al deseo del ello. Recubre sus ordenes icc con su racionalización prcc, simula los conflictos del ello con la realidad, tambien los conflictos con el superyó. Mediante el trabajo de identificacion y sublimación presta auxilio a las pulsiones de muerte para dominar a la libido, pero asi cae bajo el peligro de devenir objeto de las pulsiones de muerte y de sucumbir él mismo. Él mismo tuvo que llenarse con libido, y por esta vía deviene subrogado de Eros y ahora quiere vivir y ser amado. Pero como su trabajo de sublimación tiene por consecuencia una desmezcla de pulsiones y una liberación de las pulsiones de agresión dentro del superyó, su lucha contra la libido se expone al peligro del maltrato y de la muerte. Si el yo padece o sucumbe bajo la agresión del superyó, su destino es un correspondiente del de los protistas, que parecen por los productos catabólicos que ellos mismos han creado. El yo desarrolla el reflejo de huida retirando su propia investidura de la percepción amenazadora, o del proceso del ello estimado amenazador, y emitiendo aquella como angustia. Esta reacción primitiva es relevada mas tarde por la ejecución de investidura protectora. Puede entonces enunciarse lo que se oculta tras la angustia del yo frente al superyó. Del ser superior que devino ideal del yo pendió una vez la amenza de castración, y esta angustia de castración es probablemente el núcleo en torno del cual se deposito la posterior angustia de la cc moral; ella es la que se continua como angustia de la cc moral.
Separar la angustia de muerte de la angustia de objeto y de la angustia libidinal neurótica. La muerte no tiene representante psíquico; el único mecanismo posible para la angustia de muerte seria que el yo diera de baja en gran medida a su investidura libidinal narcisista. La angustia de muerte se juega entre el yo y el superyó. Angustia de muerte bajo dos condiciones: como reacción frente a un peligro exterior y como proceso interno. La angustia de muerte puede ser concebida como lo mismo que la angustia de cc moral, como un procesamiento de la angustia de castración. El ello no tiene medio alguno para testimoniar amor u odio al yo. Eros y pulsión de muerte luchan en el ello. Si ello estuviera bajo el imperio de las mudas pero poderosas pulsiones de muerte, que tienen reposo y querían llamar a Eros, el perturbador de la paz, siguiendo las señas del principio de placer; no obstante, nos preocupa que así subestimemos el papel de Eros.
El gran reservorio de la libido.
La libido narcisita o libido yoicas se nos paparece como el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras de objeto y al cual vuelven a replegarse; y la investidura libidinal narcisista del yo, como el estado originario realizado en la primera infancia, que sólo ocultado por los envíos posteriores de la libido, pero se conserva en el fondo tras ellos. Nos formamos asi la imagen de una originaria investidura libidinal del yo, cedida después a los objeto. El yo es un gran reservorio del cual fluye la libido destinada a los objetos y al cual refluye desde los objetos. Ahora luego de una separación entre el yo y el ello, debemos reconocer al ello como el gran reservorio de la libido. La analogía entre el reservorio es por naturaleza ambigua, ya que un reservorio puede ser tanto un tanque de almacenamiento de agua como una fuente aprovisionadora de agua. Nada impide aplicar la imagen de ambos sentidos al yo y al ello. El ello es al a fuente de almacenamiento pero al enviar las investiduras se convertirá en una fuente aprovisionadora. Esto mismo es válido para el yo, este sería el tanque de almacenamiento de la libido narcisista como fuente aprovisionadora de investiduras de objeto.
Las investiduras de objeto originales provendrían directamente del ello, y sólo directamente alcanzarían el yo; según otra cita, la totalidad de la libido pasaría del ello al yo y llegaría indirectamente a los objetos. Ambos procesos no son incompatibles.

ANÁLISIS TERMINABLE E INTERMINABLE (19317)

Análisis terminable e interminable es un libro que escribe Freud con base en un conjunto de apreciaciones sobre la técnica psicoanalítica desarrollada por el mismo. El estilo que Freud utiliza para redactar o escribir implica el establecimiento continuo de hipótesis acerca de un tema las cuales aprueba y descarta a medida que avanza la lectura, dicho análisis da pie para elaborar nuevas hipótesis y así sucesivamente.

El primer planteamiento de análisis terminable e interminable obedece al cuestionamiento ¿si es posible por conveniencia disminuir el tiempo del tratamiento psicoanalítico sin afectar los resultados y evitar recaídas? Ante esta hipótesis plantea dos formas o técnicas por medio de la cuales se podría reducir la intervención:

Centrar la terapia en fortalecer él YO del paciente, estimular su independencia, despertar su motivación por la vida, mejorar la forma de establecer y mantener vínculos interpersonales. Sin embargo Freud advierte que una vez el paciente se enfrente nuevamente al acontecimiento traumático recaerá nuevamente.

Fijar un limite a la terapia, es decir dado un tiempo del análisis, el terapeuta informa al paciente que queda determinado tiempo de terapia independientemente de los resultados, esta técnica según Freud favorece que el paciente seda en sus resistencias y evoque recuerdos y relaciones antes no mencionadas, sin embargo Freud advierte que debe aplicarse con sumo cuidado, porque se corre el riesgo de dejar de quede material inconsciente guardado.

Después de responder parcialmente al primer interrogante, Freud se plantea uno mas profundo, en palabras textuales “Existe algo que se puede llamar terminación de un análisis? Para responder a este planteamiento Freud esclarece dos nuevos términos:

Final del análisis: el cual ocurre cuando se cumplen dos condiciones, la primera implica que en el paciente desaparezcan los síntomas, la segunda implica que el analista juzgue que ha hecho conciente todo el material reprimido, sin miedo a la repetición de los procesos patológicos.

Terminación del análisis: ocurre en el momento en que en el paciente no ocurrirán mayores cambios independientemente de la continuación o no de la terapia psicoanalítica.

En el momento en que Freud se plantea estas dos definiciones, esta relacionando íntimamente la terminación del tratamiento psicoanalítico con los resultados de la terapia y la posibilidad de inmunizar a los pacientes ante las enfermedades mentales. Es entonces cuando surge un nuevo interrogante a desarrollar ¿será que en todos los casos es posible llegar a la terminación del análisis? ¿Cuales son los factores que determinan el éxito de un tratamiento psicoanalítico?

De hecho Freud reconoce tres factores fundamentales en el éxito terapéutico, los cuales son:

La influencia de los traumas. , Es decir aquellos acontecimientos que ocurren en el curso del desarrollo y son de carácter accidental, están íntimamente con la historia del individuo.

La intensidad constitucional de los instintos, es decir el material congénito e incluso genético
Las alteraciones del yo, es decir la medida en que el yo mantiene su funcionamiento normal, y funciona en la realidad.

Con respecto a estos tres factores Freud postula que tendrán mas probabilidad de éxito terapéuticos aquellos casos en los cuales los procesos patológicos son producto de los traumas. Sin embargo este planteamiento da pie a formular una nueva pregunta ¿ es posible lograr el éxito terapéutico en aquellos casos en los cuales esta involucrado en la etiología el factor constitucional o instintos?, Freud comenta que es posible mediante algo conocido como domesticación del instinto, es decir “es decir integrar el instinto en la armonía del yo”, Freud no especifica en el texto la forma en como esto sé realizaría, no obstante, es importante aclarar que el éxito de esta domesticación depende de LA INTENSIDAD DEL INSTINTO. En palabras de Freud “el análisis logra a veces eliminar la influencia de n aumento del instinto” es decir, el tratamiento psicoanalítico no es infalible y tiene sus limitaciones.

Otra limitación importante que Freud clarifica es la siguiente “en los casos de crisis aguda el psicoanálisis no debe utilizarse en ningún propósito” es decir el psicoanálisis no es una terapia de intervención en crisis, porque en ese momento la persona esta centrada en la situación que vive y no esta en disposición de iniciar un proceso introspectivo.

Continuado con la explicación de los tres factores, Freud explica también la incidencia del estado del yo, en el éxito de la terapia, como todos sabemos la terapia psicoanalista parte de una alianza del psicoanalista con el yo del paciente, por consiguiente un yo anormal, no sirve a los propósitos del psicoanálisis. El funcionamiento del yo puede alterarse cuando existe un desequilibrio en la utilización de los mecanismos de defensa y cuando se especializa en la utilización de unos pocos, un yo es sano en la medida en que movilice varios mecanismos de defensa. En conclusión un YO alterado resulta ser otra limitante del tratamiento psicoanalítico.

Por otra parte, existe otro factor independiente del sujeto que afectaría el éxito terapéutico y es el mismo analista, Freud explica que el terapeuta debe ser una persona mentalmente sano e incluso superior al paciente, porque debe actuar como maestro y como educador. Salud mental porque su forma de reaccionar ante los comportamientos y resistencias en el tratamiento es clave para el éxito del mismo. Ya Freud anteriormente mencionaba que el psicoanálisis no es una teoría que se aprenda didácticamente, todo aquel que desee aprender el arte del psicoanálisis debe ser psicoanalizado, es mas Freud expone que el psicoanalista debe someterse a psicoanálisis aproximadamente cada cinco años.

LO OMINOSO (1919)

I

La posibilidad de "diferenciar algo ominoso dentro de lo angustioso".

El sentido común que puede obtenerse para el término ominoso, tanto por la vía de "pesquisar el significado que el desarrollo de la lengua sedimentó en la palabra ominoso" como la de agrupar todo aquello que en personas y cosas despierta en nosotros el sentimiento de lo ominoso, es "aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo".

Si se rastrea el sentido y uso del término "heimlich" (familiar, que sería lo opuesto a "unheimlich", ominoso, pero que forma parte de esa palabra), en el diccionario de la lengua alemana de Daniel Sanders, encontramos que no es unívoco, "sino que pertenece a dos círculos de representaciones que, sin ser opuestos, son ajenos entre sí: el de lo familiar y agradable, y el de lo clandestino que se mantiene oculto". El término "unheimlich" no es opuesto al primer círculo de representaciones sino al segundo, tal como lo utiliza Schelling al referirlo a aquello que "estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, ha salido a la luz".

El mismo ejercicio aplicado al diccionario de los hermanos Grimm lleva a Freud a señalar cómo "heimlich es una palabra que ha desarrollado su significado siguiendo una ambivalencia hasta coincidir al fin con su opuesto, unheimlich. De algún modo, unheimlich es una variedad de heimlich"

II

Entre las situaciones o cosas que podrían despertarnos el sentimiento de lo ominoso, E. Jentsch ubica algunas figuras de cera o autómatas de ingeniosa construcción. La puntualización de Jentsch no lo convence a Freud, pero le da el pie para abordar el cuento "El hombre de la arena" (mencionado por Jentsch) de E.T.A. Hoffman ("el maestro inigualado de lo ominoso en la creación literaria", según Freud).

Justamente, lo primero que señala Freud es que "el motivo de la muñeca Olimpia en apariencia animada en modo alguno es el único al que cabe atribuir el efecto incomparablemente ominoso de ese relato, y ni siquiera es aquel al que correspondería imputárselo en primer lugar". Para Freud, el elemento central de ese relato y factor principal en el efecto ominoso es "el motivo del hombre de la arena que arranca los ojos a los niños", tal como se lo describe un aya a Nathaniel, quien lo identifica con el repelente Coppelius.

Como bien señala Freud, ya en ese momento del cuento estamos frente a la ambigüedad de saber si se trata de un primer delirio del niño poseído por la angustia o de un informe que habría que concebir como real en el contexto ficcional del relato. La escena en que Coppelius se propone echarle a los ojos unos puñados de carboncillos ardientes, retoma el relato del aya (con la sustitución de puñados de arena por puñados carboncillos llameantes).

Luego Nathaniel creerá reconocer esa figura terrorífica en el óptico ambulante Giuseppe Coppola que vende "bellos ojos", es decir gafas, y a quien le compra un prismático de bolsillo con el que espía la casa lindera del profesor Spalanzani, donde divisa a su hija Olimpia, "bella pero enigmáticamente silenciosa e inmóvil", de la que se enamora perdidamente. Esta Olimpia "es un autómata al que Spalanzani le ha puesto el mecanismo de relojería y Coppola - el hombre de la arena - los ojos". Luego de la pelea entre estos dos personajes por la autómata, en la que Coppola se lleva la muñeca, sin ojos, y Spalanzani arroja la pecho de Nathaniel los ojos de Olimpia que permanecían en el suelo bañados de sangre, este es presa de un nuevo ataque de locura en cuyo delirio se aúna la reminiscencia de la muerte del padre.

Recobrado de su enfermedad, cuando Nathaniel parece al fin sano, ha recuperado a su novia se propone desposarla, al mirar la plaza y la gente desde lo alto de la torre del ayuntamiento, con el prismático que le vendiera Coppola, a este personaje terrorífico. Enloquece nuevamente, y luego de intentar arrojar desde lo alto a su novia, mientras exclama "círculo de fuego, gira!", termina tirándose él mismo al grito de "bellos ojos, bellos ojos".

En síntesis, para Freud, "el sentimiento de lo ominoso adhiere directamente a la figura del Hombre de la Arena, vale decir, a la representación de ser despojado de los ojos, y nada tiene que ver con este efecto la incertidumbre intelectual en el sentido de Jentsch. La duda acerca del carácter animado, que debimos admitir respecto de la muñeca Olimpia, no es nada en comparación con este otro ejemplo, mas intenso de lo ominoso".

La experiencia psicoanalítica nos pone sobre aviso que "dañarse los ojos o perderlos es una angustia que espeluzna a los niños (...) la angustia por los ojos, la angustia de quedar ciego es con harta frecuencia un sustituo de la angustia ante la castración".

Freud subraya que el Hombre de la Arena aparece todas las veces como perturbador del amor: primero para que Nathaniel, como estudiante, se malquiste con la novia; luego aniquila su segundo objeto de amor: la muñeca Olimpia; finalmente lo constriñe al suicidio cuando está por casarse con su novia Clara. Todos estos elementos "cobran pleno sentido si se reemplaza al Hombre de la Arena por el padre temido, de quien se espera la castración".

En una nota a pie de página Freud indica que el padre de Nathaniel y Coppelius figuran la imago-padre fragmentada en dos opuestos por obra de la ambivalencia. En la historia infantil, uno amenaza con dejarlo ciego (castración) y el padre bueno intercede para salvar los ojos del niño. El deseo de que muera el padre malo halla su figuración en la muerte del padre bueno imputada a Coppelius. Mas adelante, este par de padres es figurado por el el profesor Spalanzani y el óptico Coppola. Ambos son el padre, tanto de Olimpia como de Nathaniel. En efecto, en la escena terrorífica de la infancia, Coppelius, "tras renunciar a dejar ciego al niño, le descoyunta brazos y piernas a manera de experimento, o sea trabaja con él como lo haría un mecánico con una muñeca. Este extraño rasgo, que se sale por completo del marco de la representación del Hombre de la Arena, pone en juego un nuevo equivalente de la castración; pero también apunta a la íntima identidad de Coppelius con su ulterior contraparte, el mecánico Sapanzani, y nos prepara para la interpretación de Olimpia. Esta muñeca automática no puede ser otra cosa que la materialización de la actitud femenina de Nathaniel hacia su padre en la primera infancia. Sus padres - Spalanzani y Coppola - no son mas que reediciones,reencarnaciones, del par de padres de Natahaniel; la frase de Spalanzani, de otro modo incomprensible, según la cuál el óptico hurtó los ojos de Nathaniel para ponérselos a la muñeca, cobra así signifcado como prueba de la identidad entre Olimpia y Nathaniel. Olimpia es, por así decir un complejo desprendido de Nathaniel, que le sale al paso como persona; su sometimiento a este complejo halla expresión en el amor disparatado y compulsivo por Olimpia. Tenemos derecho a llamar "narcisista" a este amor, y comprendemos que su víctima se enajene del objeto real de amor".

En síntesis, para Freud, "nos atreveríamos a reconducir lo ominoso del Hombre de la Arena a la angustia del complejo infantil de castración".

A continuación, Freud aborda una segunda obra de E.T.A. Hoffman: "Los elixires del diablo", donde pueden destacarse varios motivos de efecto ominoso: "la presencia de "dobles" en todas su gradaciones y plasmaciones (...) el acrecentamiento de esta circunstancia por el salto de procesos anímicos de una de estas personas a la otra - lo que llamaríamos telepatía - de suerte que una es coposeedora del saber, el sentir y el vivenciar de la otra; la identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situarl el yo ajeno en el lugar del propio - o sea, duplicación, división, permutación del yo - y, por último, el permanente retorno de lo igual, la repetición de los mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, hechos criminales, y hasta de los nombres a lo largo de varias generaciones sucesivas".

Otto Rank trabajó el tema del doble (ver comentario). Para él, el doble es una "enérgica desmentida del poder de la muerte". Para Freud, "el doble fue en su origen una seguridad contra el sepultamiento del yo (...) y es probable que el alma inmortal fuera el primer doble del cuerpo" (subrayado mío) (ver "El sepultamiento del Complejo de Edipo").

Las representaciones del doble "han nacido sobre el terreno del irrestricto amor por si mismo, el narcisismo primario, que gobierna la vida anímica tanto del niño como del primitivo; con la superación de esta fase cambia el signo del doble: de un seguro ede supervivencia pasa a ser el minoso anunciador de la muerte". Ahora bien, "la representación del doble no necesariamente es sepultada junto con ese narcisismo inicial; en efecto, puede cobrar un nuevo contenido a partir de los posteriores estadios de desarrollo del yo". En el interior del yo se forma una instancia particular que se opone al resto del yo, la "conciencia moral" (que luego devendrá en "ideal del yo", y mas adelante en "superyó"). Esto "posibilita llenar la antigua representación del doble con un nuevo contenido y atribuirle diversas cosas, principalmente todo aquello que aparece ante la autocrítica como pertenenciente al viejo narcisismo superado de la época primordial".

De todos modos, según Freud, todo eso no alcanza para "comprender el grado extraordinariamente alto de ominosidad" adherido a la figura del doble. En particular, "nada de ese contenido podría explicar el empeño defensivo que lo proyecta fuera del yo como algo ajeno".

Freud considera necesario apelar al "factor de la repetición de lo igual como fuente del sentimiento ominoso", a pesar de que no sea algo aceptado por todas las personas: "es solo el factor de la repetición no deliberada el que vuelve ominoso algo en sí mismo inofensivo y nos impone la idea de lo fatal, inevitable, donde de ordinario solo habríamos hablado de casualidad". Los ejemplos de circular por varias calles y llegar siempre al mismo lugar, o que cierto número empiece a repetirse en diferentes situaciones, etc.

Freud remite a "Mas allá del principio de placer" como referencia respecto al modo en que "lo ominoso del retorno de lo igual suele deducirse de la vida anímica infantil", para dejar introducida la referencia a la "compulsión de repetición" y señalar que "todas las elucidaciones anteriores nos hacen esperar que se sienta como ominoso justamente aquello capaz de recordar a esa compulsión interior de repetición".

Otro factor conocido por el psicoanálisis es la llamada "omnipotencia del pensamiento", y de conjunto, el universo de la sobreestimación narcisista de los propios procesos anímicos y de "todas las creaciones con que el narcisismo irrestricto de aquel período evolutivo se ponía en guarda frente al equívoco veto de la realidad". Es "como si todo cuanto hoy nos parece ominoso cumpliera la condición de tocar estos restos de actividad animista e incitar su exteriorización".

Como a la altura de este texto Freud aún sigue el criterio de su primera teoría de la angustia, según la cual "todo afecto de una moción de sentimientos, de cualquier clase que sea, se trasmuda en angustia por obra de la represión", por fuerza , entre los casos de lo que provoca angustia tendremos lo ominoso. Es decir, lo ominoso como "algo reprimido que retorna", lo que permite comprender los usos de la lengua que hacen pasar lo "heimliche" (familiar) a su opuesto, lo "unheimliche", "pues esto ominoso no es efectivamente algo nuevo o ajeno, sino algo familiar de antiguo a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el proceso de la represión". "El prefijo "un" de la palabra "unheimlich" es la marca de la represión"

Así, "con el animismo, la magia y el ensalmo, la omnipotencia de los pensamientos, el nexo con la muerte, la repetición no deliberada y el complejo de castración, hemos agotado prácticamente la gama de factores que vuelven ominoso lo angustiante".

Podrían agregarse algunos ejemplos mas. El presentimiento de fuerzas secretas vuelve ominoso muchas situaciones y hasta el psicoanálisis se ha vuelto ominoso para muchas personas por poner en descubierto muchas de ellas. También se tiene un efecto ominoso "cuando se borran los límites entre fantasía y realidad". Finalmente, podría completarse esta lista de situaciones con la visión de los genitales femeninos, que para muchos hombre resultan ominosos.

III

Hemos llegado a la conclusión de que lo ominoso sería lo familiar-entrañable que ha experimentado una represión y retorna desde ella, aunque no es cierta la inversa, es decir, que no toda moción de deseo reprimida es ominosa por eso solo. De hecho, casi todos los ejemplos vistos tienen análogos que no son ominosos. Por lo tanto, Freud decide pasar nuevamente revista de las diferentes situaciones que producen ese efecto

En primer término, cabe el "distingo entre lo ominoso que uno vivencia y lo ominoso que uno meramente se representa o sobre lo cual lee". Lo ominoso del vivenciar responde a condiciones mas simples, abarca un número menor de casos, y "siempre se lo puede reconducir a lo reprimido familiar de antiguo"

En el caso de "lo ominoso de la omnipotencia de los pensamientos, del inmediato cumplimiento de los deseos, de las fuerzas que procuran daño en secreto, del retorno de los muertos", son situaciones o procesos respecto de los cuales ya no creemos en su objetividad. El sentimiento de lo ominoso surge cuando "en nuestra vida ocurre algo que parece aportar confirmación a esas antiguas y abandonadas convicciones". Correlativamente, faltará esa clase de ominosidad "en quien haya liquidado en sí mismo de una manera radical y definitiva esas convicciones animistas".

En una nota a pie de página Freud comenta: "Como también lo ominoso del doble es de este género, será interesante averiguar el efecto que nos produce toparnos con la imagen de nuestra propia persona sin haberla invocado e insospechadamente".

En el caso de "lo ominoso que parte de complejos infantiles reprimidos, del complejo de castración, de la fantasía de seno materno, etc.", a diferencia del caso anterior, "no entra en cuenta el problema de la realidad material, reemplazada aquí por la realidad psíquica. Se trata de una efectiva represión (desalojo) de un contenido y del retorno de lo reprimido, no de la cancelación de la creencia en la realidad de ese contenido.Podría decirse que en un caso es reprimido (suplantado) un cierto contenido de representación, y en el otro la creencia en su realidad (material)". En resumen, "lo ominoso del vivenciar se produce cuando uns complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión, o cuando parecen ser refirmadas unas convicciones primitivas superadas".

En cambio "la oposición entre reprimido y superado no puede transferirse a lo ominoso de la creación literaria" ya que el reino de la fantasia tiene por premisa que su contenido se sustraiga del examen de realidad. El creador literario puede "escoger a su albedrío su universo figurativo de suerte que conicida con la realidad que nos es familiar o se distancie de ella de algún modo". Por eso habrá muchas situaciones y factores que en el vivenciar podrían ser ominosos y no resultan tales en la ficción, al tiempo que, a la inversa, "la ficción abre al sentimiento ominoso nuevas posibilidades que faltan en el vivenciar".


 

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