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Resumen para el Tercer Parcial  |  Psicoanálisis Freud (Cátedra: Laznik - 2019)  | Psicología  |  UBA
MÓDULO 5: LA RUPTURA DEL PRINCIPIO DEL PLACER, COMPLEJO DE EDIPO Y COMPLEJO DE CASTRACIÓN, Y SEXUALIDAD FEMENINA

Teóricos Puntos 13 y 14. Más allá del principio del placer. La pulsión de muerte. Ruptura del principio del placer: la reacción anímica frente al peligro exterior. El segundo dualismo pulsional. Prácticos: Punto VII. Más allá del principio del placer: la pulsión de muerte y lo no ligado. El segundo dualismo pulsional. Seminarios: Puntos VIII y IX. Complejo de Edipo y complejo de castración. La sexualidad femenina. TEÓRICOS Recordar, repetir y reelaborar (1914) Freud se interroga por la posibilidad e imposibilidad del recordar. 1- En la hipnosis y la catarsis breuriana es posible el recuerdo. Se enfocó en el momento de la formación del síntoma y se buscaba reproducir los procesos psíquicos de aquella situación a fin de guiarlos para q tuvieran su decurso a través de una actividad conciente. Metas del análisis: recordar y abreaccionar. (No se trata de los recuerdos encubridores, que son retorno de lo reprimido). 2- Luego se renunció a la hipnosis. Paso a primer plano la idea de colegir desde las ocurrencias libres del analizado aquello q él denegaba recordar. Imposibilidad del recuerdo. Se pretendía sortear la resistencia mediante el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados al enfermo. La abreacción era relegada y parecía sustituida por el gasto de trabajo q el analizado tenía q prestar al vencer, como le era prescrito, la crítica a sus ocurrencias. (Corresponde a lo reprimido primordial). 3- El médico renuncia a enfocar un momento o un problema determinados, se conforma con estudiar la superficie psíquica q el analizado presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias q se recortan en el enfermo y hacérselas concientes. Nueva modalidad de división del trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo. Dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Metas: en términos descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo. En términos dinámicos: vencer las resistencias de represión. El paciente actúa en transferencia en lugar de recordar (son susceptibles de ser recordadas). El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un bloqueo de ellas. La amnesia infantil está contrabalanceada por los recuerdos encubridores en los q se conserva todo lo esencial de la vida infantil. Los otros grupos de procesos psíquicos (fantasías, procesos de referimiento, mociones de sentimiento, nexos) deben ser considerados separadamente en su relación con el olvidar y el recordar. Aquí sucede con particular frecuencia q se “recuerde” algo q nunca pudo ser olvidado porq en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue conciente. Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas de la infancia y q en su tiempo no fueron entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación con efecto retardado, la mayoría de las veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar noticia de ellas a través de sueños, y los más probatorios motivos extraídos de la ensambladura de la neurosis lo fuerzan a uno a creer en ellas. El analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino q lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción. Lo repite, sin saber q lo hace. Y durante el lapso q permanezca en tratamiento no se liberará de esa compulsión de repetición. Esta es su manera de recordar. La transferencia misma es solo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado. Y mientras mayor sea la resistencia, más será sustituido el recordar por el actuar. Se repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además, durante el tratamiento repite todos sus síntomas. El hacer repetir en el tratamiento equivale a convocar un fragmento de la vida real, y por eso no en todos los casos puede ser inofensivo y carente de peligro. Freud se pregunta por el obstáculo en la cura. El paciente repite lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo. Se escenifica en el terreno de la transferencia, esto es, de la relación con el médico. El principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente, y transformarla en un motivo para el recordar, residen en el manejo de la transferencia. La transferencia crea un reino intermedio entre la enfermedad y la vida, en virtud de la cual se cumple un tránsito de aquella a esta. El nuevo estado ha asumido todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial asequible por doquiera a nuestra intervención. La anterior neurosis se ha sustituido por una neurosis de transferencia. TEORICOS Y PRACTICOS Más allá del principio del placer (1920) Eje: Lo novedoso es la irrupción pulsional independiente del campo de las representaciones. Antecedentes: En el texto La interpretación de los sueños (1900) Freud, partiendo del esquema estímulo-respuesta, regido por el principio de constancia (homeostasis) plantea cómo, a partir de la mítica experiencia de satisfacción, se constituye un aparato psíquico (primera inscripción). Aparece el principio de placer (tensión del deseo) que se diferencia del principio de constancia. Idea central: Freud introduce un nuevo concepto: la pulsión de muerte que alude a lo no ligado, al más allá del principio del placer. Aclaremos que si bien cae la hegemonía del principio del placer, éste no desaparece, sino que hay algo más allá del principio del placer. Conceptos principales: compulsión de repetición, masoquismo, fracaso de la función del sueño, más allá del principio del placer como ruptura (más allá del campo de las representaciones). Capítulo I En la teoría psicoanalítica adoptamos el supuesto de q el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer. Al cual lo pone en marcha una tensión displacentera, y después adopta tal orientación q su resultado final coincide con una disminución de aquella, esto es, con una evitación del displacer o una producción de placer. Nos referimos con “placer y displacer” a la cantidad de excitación presente en la vida anímica (y no ligada de ningún modo). Así, el displacer corresponde a un incremento de esa cantidad, y el placer a la reducción de ella. Lo q llevó a creer q el principio de placer rige la vida anímica es la hipótesis de q el aparato anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de excitación presente en él. (El principio de placer se deriva del principio de constancia). Pero en verdad, es incorrecto hablar de un imperio del principio de placer sobre el decurso de los procesos anímicos. Si así fuera, la abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría q ir acompañada de placer o llevar a él. Y la experiencia más universal refuta enérgicamente esta conclusión. Por tanto, la situación no puede ser sino esta: en el alma existe una fuerte tendencia al principio de placer, pero ciertas otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte q el resultado final no siempre puede corresponder a la tendencia al placer. El principio de placer es propio de un modo de trabajo primario del aparato anímico. Bajo el influjo de las pulsiones de autoconservación del yo, es relevado por el principio de realidad, q, sin resignar el propósito de una ganancia final de placer, exige y consigue posponer la satisfacción, renunciar a diversas posibilidades de lograrla y tolerar provisionalmente el displacer en el largo rodeo hacia el placer. El relevo del principio de placer por el principio de realidad puede ser responsabilizado sólo de una pequeña parte, y no la más intensa, de las experiencias de displacer. Otra fuente del desprendimiento de displacer surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato anímico mientras el yo recorre su desarrollo hacia organizaciones de superior complejidad. Sin embargo, la existencia de estas dos fuentes de displacer no contradice al imperio del principio de placer. La reacción frente a las exigencias pulsionales y amenazas de peligro, reacción en q se exterioriza la genuina actividad del aparato anímico, puede ser conducida luego de manera correcta por el principio de placer o por el de realidad, q lo modifica. No parece entonces necesario admitir una restricción considerable del principio de placer. Empero, justamente la indagación de la reacción anímica frente al peligro exterior puede brindar un nuevo material y nuevos planteos con relación al problema q nos ocupa. Articulaciones: Conceptualización del aparato psíquico que aparece en La interpretación de los sueños, cap. VII (ver: vivencia de satisfacción y deseo). Capítulo II Freud utiliza tres referentes clínicos para ejemplificar la pulsión de muerte: a) los sueños de las neurosis traumáticas, b) el juego infantil y c) compulsión de repetición en transferencia (cap 3). 1. Neurosis traumática: - La primera guerra trajo a Freud numerosos casos de neurosis traumática q ya no podían atribuirse a un deterioro orgánico del sistema nervioso por acción de una violencia mecánica (neurosis traumática de Charcot). - Es semejante al cuadro de histeria por los síntomas, pero tiene muy acusados indicios de padecimiento subjetivo semejante a la hipocondría y a la melancolía. - El cuerpo en la histeria es un cuerpo recortado por las representaciones (en Isabel de R: los síntomas corresponden a las líneas de fractura de la representación que marcó su cuerpo). - En la neurosis traumática común se destacan dos rasgos: el centro de gravedad de la causación parece situarse en el factor de la sorpresa, en el terror, y un simultáneo daño físico o herida contrarresta en la mayoría de los casos la producción de la neurosis. En la neurosis de guerra, el mismo cuadro patológico sobrevenía en ocasiones sin la cooperación de una violencia mecánica cruda. - Freud distingue entre angustia, miedo y terror. Angustia: estado de expectativa frente al peligro y preparación frente a él, pero no hay objeto. Miedo: requiere de un objeto determinado, se siente miedo en presencia de ese objeto. Terror: estado en q se cae cuando se corre peligro sin estar preparado, destaca el factor sorpresa. - ¿Qué es lo que Freud nombra como trauma? - La vida onírica de la neurosis traumática reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente, de la cual despierta con renovado terror. El enfermo está, por así decir, fijado psíquicamente al trauma. Particularidad de los sueños traumáticos: el hecho traumático retorna, se repite compulsivamente. Pero esto sólo pasa durante el sueño, los enfermos de neurosis traumática no frecuentan mucho en su vida de vigilia el recuerdo de su accidente. - Esto lo lleva a Freud a modificar su teoría de los sueños. ¿Por qué se repite el sueño traumático? Suponiendo q los sueños de estos neuróticos traumáticos no nos disuadan de afirmar q la tendencia del sueño es el cumplimiento de un deseo, ¿Debemos sostener q en este estado la función del sueño resultó afectada y desviada de sus propósitos, o deberíamos atribuírselo a enigmáticas tendencias masoquistas del yo? - Se repiten como un intento de ligar los elementos que de afuera del campo de representaciones intentan encontrar dentro un representante. - Los sueños traumáticos exceden el marco del principio del placer, no por el lado del contenido (escena) sino por su repetición. Es un intento fallido de ligadura. ¿Qué cuestión de la escena que relata el paciente sostiene la repetición? - Se trata de un exceso que obliga al aparato a un trabajo constante (lo cual es la definición de pulsión: el empuje, Drang) - La explosión produce una ruptura de la protección antiestímulo. - La explosión funciona como resto diurno, no ligada, causa el sueño. Una parte se liga: es el relato del sueño y otra produce el despertar: el ruido. El cual es soporte de la moción pulsional y soporte de la transferencia. - La repetición en los sueños traumáticos obedece a las “enigmáticas tendencias masoquistas del yo”. Introduce la ruptura del principio del placer con el más allá... Articulaciones: Concepción freudiana del sueño como realización de deseo en La interpretación de los sueños y su reformulación en la 29º conferencia. 2. El juego infantil conocido como Fort – Da. - Freud se pregunta por el sentido de la repetición, no por el sentido del juego. Semejante a los sueños traumáticos, lo importante es la repetición no la escena “en sí”. El nieto de Freud exhibía el hábito de arrojar lejos de sí todos los pequeños objetos q hallaba a su alcance, y al hacerlo profería con expresión de interés y satisfacción, un fuerte y prolongado “oooo”, q significaba “fort (se fue)”. Se trataba de un juego, en el q el niño jugaba a q sus juguetes se iban. Un día, el niño tenía un carretel de madera atado a un piolín, y arrojaba el carretel, al q sostenía por el piolín, tras la baranda de su cuna. El carretel desaparecía y el niño pronunciaba su significativo “oooo”, después, tirando del piolín, volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso “Da (acá está)”. La interpretación del juego se entramaba con el gran logro cultural del niño: su renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre. Es imposible q la partida de la madre le resultara agradable, o aun indiferente. Entonces ¿Cómo concilia con el principio de placer q repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él? Recibimos la impresión de q el niño convirtió en juego esa vivencia a raíz de otro motivo: en la vivencia él era pasivo, era afectado por ella. Ahora se ponía en un papel activo repitiéndola como un juego, a pesar de q fue displacentera. ¿Puede el esfuerzo (Drang) de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? Como quiera q sea, si en el caso examinado ese esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a q la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa. -Juego completo (fort-da): principio del placer Ø Escenifica la partida y el regresar de la madre. Ø “...aún bajo el imperio del principio de placer existen suficientes medios y vías para convertir en objeto de recuerdo y elaboración anímica lo que en sí mismo es displacentero”. Ø Oposición de dos términos (lenguaje): analogía con proceso primario (“movilidad de las cargas”). Ø Ausencia/presencia. -Juego incompleto (fort): más allá del principio del placer Ø Escenifica sólo la partida. Ø Ganancia de placer de otra índole (independiente del principio del placer). El primer acto se repite, es displacentero. Si la puntuación es por el juego, está regulado por el principio del placer y hay ganancia de placer. Si la puntuación es por la repetición: se trata de la constitución del sujeto. Capítulo III 3. Repetición en transferencia Primera meta del análisis: hacer conciente lo inconciente; psicoanálisis como “arte de la interpretación”. Segunda meta del análisis: levantamiento de las resistencias sostenidas en el amor de transferencia. Tercera meta del análisis: La meta de hacer conciente lo inconsciente tiene como límite el hecho de que el enfermo puede no recordar todo lo que en él hay de reprimido, acaso justamente lo esencial. Esto implica la pérdida del psicoanálisis como teoría del recuerdo. Se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo, como fragmento del pasado. Esta reproducción, q emerge con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y, por lo tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones. Y regularmente se juega (se escenifica) en el terreno de la transferencia, es decir, de la relación con el médico. Cuando en el tratamiento las cosas se han llevado hasta este punto, puede decirse q la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, una neurosis de transferencia. El paciente no recuerda en general nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción, sin saber que repite. La resistencia en la cura proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica q en su momento llevaron a cabo la represión. La oposición no es entre lo conciente y lo inconciente, sino entre el yo coherente y lo reprimido. Sin duda también en el interior del yo es mucho lo inconciente, justamente lo q puede llamarse el núcleo del yo. La resistencia del analizado parte de su yo. Hemos de adscribir la compulsión de repetición a lo reprimido inconciente. ¿Qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de repetición, la exteriorización forzosa de lo reprimido? Las más de las veces, lo q la compulsión de repetición hace revivenciar no puede menos q provocar displacer al yo, puesto q saca a luz operaciones de mociones pulsionales reprimidas. Empero, no contradice al principio de placer, es displacer para un sistema pero, al mismo tiempo, satisfacción para el otro. La compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas q no contienen posibilidad alguna de placer, q tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces. La transferencia es sólo una pieza de repetición y la repetición es la transferencia del pasado olvidado. Los neuróticos repiten en la transferencia todas las ocasiones indeseadas y situaciones afectivas dolorosas de la infancia, reanimándolas con gran habilidad. Nada de eso pudo procurar placer entonces. Se creería q hoy produciría un displacer menor si emergiera como recuerdo o en sueños, en vez de configurarse como vivencia nueva. Se trata, desde luego, de la acción de pulsiones q estaban destinadas a conducir a la satisfacción. Pero ya en aquel momento no la produjeron, sino q conllevaron únicamente displacer. Esa experiencia se hizo en vano. Se la repite a pesar de todo, una compulsión esfuerza a ello. Repite bajo las condiciones de la resistencia. ¿Qué repite? Se repite la satisfacción pulsional. En la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición q se instaura más allá del principio de placer. Esta compulsión nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional q el principio de placer q ella destrona. En cuanto a los fenómenos de la transferencia, es evidente q están al servicio de la resistencia del yo, obstinado en la represión. Se diría q la compulsión de repetición, q la cura pretendía poner a su servicio, es ganada para el bando del yo, q quiere aferrarse al principio de placer. Repetición en acto de lo reprimido: se repite una representación. Compulsión de repetición: repetición de lo no ligado. -La compulsión de repetición: Ø Se instaura más allá del principio del placer. Ø “...la compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones...”. -Compulsión de destino (eterno retorno de lo igual). Articulaciones: La repetición en transferencia en el texto Recordar, repetir y reelaborar y la noción del agieren freudiano en Sobre la dinámica de la transferencia (ver el cap. V, p. 36, de este texto). Capítulo IV Idea central: excitaciones traumáticas Antecedentes: En un primer momento para Freud lo traumático provenía del exterior pero aquí plantea que lo traumático es producido por un estímulo que proviene del interior del aparato, estímulo pulsional (para pensar lo traumático ver: Emma, Mis tesis... y Pulsiones y destinos de pulsión). En terminología metapsicológica, el psicoanálisis sostiene q la conciencia es la operación de un sistema particular, al q llama Cc. Puesto q la conciencia brinda en lo esencial percepciones de excitaciones q vienen del mundo exterior, y sensaciones de placer y displacer q sólo pueden originarse en el interior del aparato anímico, es posible atribuir al sistema P-Cc (percepción-conciencia) una posición espacial. Tiene q encontrarse en la frontera entre lo exterior y lo interior, estar vuelto hacia el mundo exterior y envolver a los otros sistemas psíquicos. Para un mismo sistema son inconciliables el devenir-conciente y el dejar como secuela una huella mnémica. Así, podríamos decir q en el sistema cc el proceso excitatorio deviene conciente, pero no le deja como secuela ninguna huella duradera. Todas las huellas de ese proceso, huellas en q se apoya el recuerdo, se producirían a raíz de la propagación de la excitación a los sistemas contiguos, y en estos. Tesis: la conciencia surge en reemplazo de la huella mnémica. El sistema cc se singularizaría entonces por la particularidad de q en él, a diferencia de lo q ocurre en todos los otros sistemas psíquicos, el proceso de excitación no deja tras sí una alteración permanente de sus elementos, sino q se agota, por así decir, en el fenómeno de devenir-conciente. Esto podría ser explicado por un factor q cuenta con exclusividad para este solo sistema: la ubicación del sistema cc, q es su choque directo con el mundo externo. La cc sirve como órgano receptor de estímulos, los cuales la afectan, transformándola en una corteza q ofrece las condiciones más favorables para la recepción de estímulos, pero ya no es susceptible de posterior modificación. El paso de la excitación ya no puede imprimir ninguna alteración permanente en la cc. Los elementos del sistema cc no conducirían entonces ninguna energía ligada, sino solo una energía susceptible de libre descarga. El sistema cc recibe también excitaciones desde adentro. Hacia afuera hay una protección antiestímulos, y las magnitudes de excitación accionarán solo en escala reducida. Pero hacia adentro esto es imposible, y las excitaciones de los estratos más profundos se propagan hasta el sistema de manera directa y en medida no reducida. Se tenderá a tratarlas como si no obrasen desde adentro, sino desde afuera, a fin de poder aplicarles el medio defensivo de la protección antiestímulo: proyección. Llamamos traumáticas a las excitaciones externas q poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo. Un suceso como el trauma externo provocará, sin ninguna duda, una perturbación enorme en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa. Pero en un primer momento el principio de placer quedará abolido. Ya no podrá impedirse q el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo. Entonces, la tarea será dominar el estímulo, ligar psíquicamente los volúmenes de estímulo q penetraron violentamente a fin de conducirlos, después, a su tramitación. La neurosis traumática común es el resultado de una vasta ruptura de la protección antiestímulo. El terror tiene por condición la falta del apronte angustiado. Este último conlleva la sobreinvestidura de los sistemas q reciben primero el estímulo. El apronte angustiado, con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye la última trinchera de la protección antiestímulo. Si en la neurosis traumática los sueños reconducen tan regularmente al enfermo a la situación en q sufrió el accidente, es evidente q no están al servicio del cumplimiento de deseo. Estos sueños buscan recuperar el dominio sobre el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis traumática. Nos proporcionan así una perspectiva sobre una función del aparato anímico q, sin contradecir al principio de placer, es empero independiente de él y parece más originaria q el propósito de ganar placer y evitar displacer. Los sueños de los neuróticos traumáticos y los sueños q nos devuelven el recuerdo de los traumas psíquicos de la infancia, obedecen a la compulsión de repetición, q se apoya en el deseo de convocar lo olvidado y reprimido. Si existe un más allá del principio del placer, por obligada consecuencia habrá q admitir q hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo. Articulaciones: Ver en el texto “Inhibición, síntoma y angustia” los conceptos de angustia automática y angustia señal. Relacionarlo con: terror y apronte angustiado. Capítulo V Idea central: ligadura y fracaso de la ligadura (trauma). Tensión pulsional. (El principio del placer está sostenido en la ligadura que posibilita la investidura de las representaciones, el desplazamiento. La pulsión de muerte como estímulo interior no ligado). La falta de una protección antiestímulo q resguarde al estrato cortical receptor de estímulos de las excitaciones de adentro debe tener esta consecuencia: tales transferencias de estímulo adquieren la mayor importancia económica y a menudo dan ocasión a perturbaciones económicas equiparables a las neurosis traumáticas. Las fuentes más proficuas de esa excitación interna son las llamadas pulsiones del organismo: los representantes de todas las fuerzas eficaces q provienen del interior del cuerpo y se transfieren al aparato anímico. Las mociones q parten de las pulsiones no obedecen al tipo del proceso nervioso ligado, sino al del proceso libremente móvil q esfuerza en pos de la descarga. El estudio del trabajo del sueño nos permitió descubrir q en el inconciente las investiduras pueden transferirse, desplazarse y condensarse de manera completa y fácil, de acuerdo con las leyes del proceso psíquico primario. El proceso psíquico secundario, identificado con las alteraciones de la investidura ligada, rige nuestra vida normal de la vigilia, corresponde a los sistemas pcc y cc. La tarea de los estratos superiores del aparato anímico sería ligar la excitación de las pulsiones q entra en operación en el proceso primario. El fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática. Sólo tras una ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio de placer. En el analizado resulta claro q su compulsión a repetir en la transferencia los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio de placer. Así nos enseña q las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en el estado ligado, y aun, en cierta medida, son insusceptible del proceso secundario. ¿De qué modo se entrama lo pulsional con la compulsión de repetición? Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior q lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas. Sería una suerte de elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica. Hipótesis: todas las pulsiones son de naturaleza conservadora y buscan reproducir algo anterior. Contradiría la naturaleza conservadora de las pulsiones si la meta de la vida fuera un estado nunca alcanzado antes. Ha de ser más bien un estado antiguo, inicial, q lo vivo abandonó una vez y al q aspira a regresar por todos los rodeos de la evolución. La meta de toda vida es la muerte, lo inanimado estuvo ahí antes q lo vivido. Primera pulsión: regresar a lo inanimado. El estatuto de las pulsiones de autoconservación q suponemos en todo ser vivo presenta notable oposición con el presupuesto de q la vida pulsional en su conjunto sirve a la provocación de la muerte. Bajo esta luz, la importancia teórica de las pulsiones de autoconservación, de poder y de ser reconocido, cae por tierra. Son pulsiones parciales destinadas a asegurar el camino hacia la muerte. Las pulsiones sexuales son conservadoras en el mismo sentido q las otras, en cuanto espejan estados anteriores de la sustancia viva. Pero lo son en medida mayor, pues resultan particularmente resistentes a injerencias externas, y lo son además en otro sentido, pues conservan la vida por lapsos más largos. Son las genuinas pulsiones de vida. Uno de los grupos pulsionales se lanza hacia adelante para alcanzar lo más rápido posible la meta final de la vida. El otro, llegado a cierto lugar de este camino, se lanza hacia atrás para volver a retomarlo desde cierto punto y así prolongar la duración del trayecto. La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, q consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción. El camino hacia atrás, hacia la satisfacción plena, en general es obstruido por las resistencias en virtud de las cuales las represiones se mantienen en pie. Capítulo VI: Idea central: Segundo dualismo pulsional. Antecedentes: La teoría psicoanalítica descansa en el dualismo pulsional que supone pares de opuestos, conflicto. En Tres ensayos Freud presenta la oposición pulsiones de autoconservación vs pulsiones sexuales (ver noción de apuntalamiento). En Perturbaciones psicógenas de la visión nombra a las pulsiones de autoconservación como pulsiones yoicas y anticipa la libidinización del yo de Introducción del narcisismo. El resto autoerótico (narcisismo primario) de este último texto es aquello que se sustrae a la síntesis, aquello que no pasa al objeto. Se ubicaría como antecedente de lo no ligado. Las pulsiones yoicas se esfuerzan en el sentido de la muerte y las pulsiones sexuales en el de la continuación de la vida. Sólo para las primeras podríamos reclamar el carácter conservador (regrediente) de la pulsión q correspondería a una compulsión de repetición. Las pulsiones yoicas provienen de la animación de la materia inanimada y quieren restablecer la condición de inanimado. En cambio, las pulsiones sexuales reproducen estados primitivos del ser vivo, pero la meta q se empeñan en alcanzar es prolongar la vida y conferirle la apariencia de la inmortalidad. Las pulsiones yoicas son las pulsiones de muerte, y las pulsiones sexuales son las pulsiones de vida. La vieja fórmula según la cual la psiconeurosis consiste en un conflicto entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales no contiene nada q deba desestimarse. Sencillamente ahora debe definirse de un modo tópico. La neurosis de transferencia sigue siendo el resultado de un conflicto entre el yo y la investidura libidinosa de objeto. Articulaciones: Noción de masoquismo erógeno en El problema económico del masoquismo y la conceptualización del Ello en El yo y el ello. Nota 27. Pág. 59. Capítulo 6. Núcleo temático: Redefiniciones y modificaciones teóricas relativas a los términos que dan cuenta del dualismo pulsional. Sus fundamentos. Un nuevo dualismo: Pulsiones de vida vs pulsiones de muerte. Desarrollo central: El pasaje, las transiciones y las articulaciones entre el primero y el segundo dualismo pulsional. Con la tesis de la libido narcisista y la extensión del concepto de libido a la célula individual, la pulsión sexual se nos convirtió en Eros, q procura esforzar las partes de la sustancia viva unas hacia otras y cohesionarlas. Y las comúnmente llamadas pulsiones sexuales aparecieron como la parte de este Eros vuelta hacia el objeto. Originalmente llamamos pulsiones yoicas a todas aquellas orientaciones pulsionales q nos resultaban menos conocidas, q podían diferenciarse de las pulsiones yoicas en oposición a las pulsiones sexuales, cuya expresión es la libido. Más tarde entramos en el análisis del yo y discernimos q también una parte de las pulsiones yoicas es de naturaleza libidinosa y ha tomado por objeto al yo propio. Estas pulsiones de autoconservación narcisistas debieron computarse, entonces, entre las pulsiones sexuales libidinosas. La oposición entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales se convirtió en la q media entre pulsiones yoicas y pulsiones de objeto, ambas de naturaleza libidinosa. Pero en su lugar surgió una nueva oposición entre pulsiones libidinosas (yoicas y de objeto) y otras q han de estatuirse en el interior del yo y quizá puedan pesquisarse en las pulsiones de destrucción. Esta oposición se convirtió en la q media entre pulsiones de vida (Eros) y pulsiones de muerte. Antecedentes: El resto autoerótico (ver Introducción del narcisismo). La libido no desplazable. Articulaciones: La segunda tópica. El núcleo inconciente del yo. El yo como “ficción ideal”. La escisión del yo. El masoquismo erógeno primario. El problema económico del masoquismo (1924) Idea central: indagar la relación del principio de placer con las pulsiones de muerte y las pulsiones eróticas (libidinosas) de vida. El masoquismo es incomprensible si el principio de placer gobierna los procesos anímicos de modo tal q su meta inmediata sea la evitación de displacer y la ganancia de placer. Si el dolor y displacer pueden dejar de ser advertencias para constituirse, ellos mismos, en metas, el principio de placer queda paralizado. El masoquismo se ofrece a nuestra observación en 3 figuras: como una condición a la q se sujeta la excitación sexual, como una expresión de la naturaleza femenina y como una norma de la conducta en la vida. De acuerdo con ello, es posible distinguir un masoquismo erógeno, uno femenino y uno moral. El masoquismo erógeno, el placer de recibir dolor, se encuentra en el fundamento de las otras 2 formas. El masoquismo moral es el más importante, concebido como un sentimiento de culpa las más de las veces inconciente. El masoquismo femenino es el más accesible a nuestra observación y el menos enigmático. Del masoquismo femenino en el varón nos dan suficiente noticia las fantasías de personas masoquistas q, o desembocan en el acto onanista o figuran por sí solas la satisfacción sexual. Las escenificaciones reales de los perversos masoquistas responden punto por punto a esas fantasías. La interpretación más inmediata y fácil de obtener es q el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente, pero en particular, como un niño díscolo. Las fantasías ponen a la persona en una situación característica de la feminidad, significan ser castrado, poseído sexualmente o parir. Por eso he dado a esta forma de manifestación del masoquismo el nombre de femenina, aunq muchísimos de sus elementos apuntan a la vida infantil. En el contenido manifiesto de las fantasías masoquistas se expresa también un sentimiento de culpa cuando se supone q la persona afectada ha infringido algo q debe expiarse mediante todos esos procedimientos dolorosos y martirizadores. Esto aparece como una racionalización superficial de los contenidos masoquistas, pero detrás se esconde el nexo con la masturbación infantil. Y por otra parte, este factor, la culpa, nos lleva a la tercera forma, el masoquismo moral. En el ser vivo, la libido se enfrenta con la pulsión de destrucción o de muerte. Ésta, q impera dentro de él, querría desagregarlo y llevar a cada uno de los organismos elementales a la condición de la estabilidad inorgánica. La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora. La desempeña desviándola en buena parte hacia afuera, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe entonces el nombre de pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Un sector de esta pulsión es puesto directamente al servicio de la función sexual, donde tiene a su cargo una importante operación. Es el sadismo propiamente dicho. Otro sector no obedece a este traslado hacia afuera, permanece en el interior del organismo y allí es ligado libidinosamente con ayuda de la coexcitación sexual antes mencionada. En ese sector tenemos q discernir el masoquismo erógeno, originario. Puede decirse q la pulsión de muerte actuante en el interior del organismo (el sadismo primordial) es idéntica al masoquismo. Después q su parte principal fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece como un residuo, el genuino masoquismo erógeno, q por una parte ha devenido un componente de la libido, pero por la otra sigue teniendo como objeto al ser propio. Así, ese masoquismo sería un testigo y un relicto de aquella fase de formación en q aconteció la liga entre Eros y pulsión de muerte (mezcla pulsional). El sadismo proyectado, vuelto hacia afuera, o pulsión de destrucción, puede bajo ciertas constelaciones ser introyectado de nuevo, vuelto hacia adentro, regresando así a su situación anterior. En tal caso da por resultado el masoquismo secundario, q viene a añadirse al originario. El masoquismo erógeno acompaña a la libido en todas sus fases de desarrollo, y le toma prestados sus cambiantes revestimientos psíquicos. La tercera forma de masoquismo, el masoquismo moral, es notable sobre todo por haber aflojado su vínculo con lo q conocemos como sexualidad. En general, todo padecer masoquista tiene por condición la de partir de la persona amada y ser tolerado por orden de ella. Esta restricción desaparece en el masoquismo moral. El padecer como tal es lo q importa. Hemos atribuido al superyó la función de la conciencia moral, y reconocido en el sentimiento de culpa la expresión de una tensión entre el yo y el superyó. El yo reacciona con sentimientos de culpa (angustia de la conciencia moral) ante la percepción de q no está a la altura de los reclamos q le dirige su ideal, su superyó. ¿Cómo ha llegado el superyó a este exigente papel y por qué el yo tiene q sentir miedo en caso de haber diferencia con su ideal? Este superyó es el subrogado tanto del ello como del mundo exterior. Debe su génesis a q los primeros objetos de las mociones libidinosas del ello, la pareja parental, fueron introyectados en el yo, a raíz de lo cual el vínculo con ellos fue desexualizado, experimentó un desvío de las metas sexuales directas. El superyó conservó caracteres esenciales de las personas introyectadas. Además, estas personas pertenecen al mundo exterior real. El superyó, el sustituto del complejo de Edipo, deviene también representante del mundo exterior real y, así, el arquetipo para el querer-alcanzar del yo. De este modo, el complejo de Edipo demuestra ser la fuente de nuestra eticidad individual (moral). La conducta de las personas aquejadas despierta la impresión de q sufrieran una desmedida inhibición moral y estuvieran bajo el imperio de una conciencia moral particularmente susceptible, aunq no les sea conciente nada de esa hipermoral. Diferencia q media entre esa continuación inconciente de la moral y el masoquismo moral: en la primera, el acento recae sobre el sadismo acrecentado del superyó, al cual el yo se somete. En la segunda, en cambio, el acento cae sobre el genuino masoquismo del yo, quien pide castigo, sea de parte del superyó, sea de los poderes parentales de afuera. El sadismo del superyó deviene conciente casi siempre con estridencia, mientras q el afán masoquista del yo permanece en general oculto para la persona y se lo debe descubrir por su conducta. Podríamos traducir la expresión “sentimiento inconciente de culpa” por “necesidad de ser castigado por un poder parental”. El deseo de ser golpeado por el padre, tan frecuente en fantasías, está muy relacionado con otro deseo, el de entrar con él en una vinculación sexual pasiva (femenina). La conciencia moral y la moral misma nacieron por la superación, la desexualización, del complejo de Edipo. Mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía para una regresión de la moral al complejo de Edipo. Para provocar el castigo de esta última subrogación de los progenitores, el masoquista se ve obligado a hacer cosas inapropiadas, a trabajar en contra de su propio beneficio, destruir las perspectivas q se le abren en el mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia real. La revisión del sadismo hacia la persona propia ocurre regularmente a raíz de la sofocación cultural de las pulsiones, en virtud de la cual la persona se abstiene de aplicar en su vida buena parte de sus componentes pulsionales destructivos. El sadismo del superyó y el masoquismo del yo se complementan uno al otro y se aúnan para provocar las mismas consecuencias. Solo así es posible comprender q de la sofocación de las pulsiones resulte un sentimiento de culpa, y q la conciencia moral se vuelva tanto más severa y susceptible cuanto más se abstenga la persona de agredir a los demás. La primera renuncia de lo pulsional es arrancada por poderes exteriores, y es ella la q crea la eticidad, q se expresa en la conciencia moral y reclama nuevas renuncias de lo pulsional. Así, el masoquismo moral pasa a ser el testimonio clásico de la existencia de la mezcla de pulsiones. Su peligrosidad se debe a q desciende de la pulsión de muerte, corresponde a aquel sector de ella q se ha sustraído a su vuelta hacia afuera como pulsión de destrucción. Pero como, por otra parte, tiene el valor psíquico de un componente erótico, ni aún la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción libidinosa. El malestar de la cultura (1930) Idea central: recorrido del dualismo pulsional. Al comienzo se contrapusieron pulsiones yoicas y pulsiones de objeto. Para designar la energía de estas últimas, Freud introdujo el nombre de libido. De este modo, la oposición corría entre las pulsiones yoicas y las pulsiones libidinosas del amor en sentido lato, dirigidas al objeto. Una de estas pulsiones de objeto, la sádica, se destacaba sin duda por el hecho de q su meta no era precisamente amorosa, y era evidente q en muchos aspectos se anexaba a las pulsiones yoicas, no podía ocultar su estrecho parentesco con pulsiones de apoderamiento sin propósito libidinoso. Era evidente q el sadismo pertenecía a la vida sexual. La neurosis se nos presentó como el desenlace de una lucha entre el interés de la autoconservación y las demandas de la libido: una lucha en q el yo había triunfado, más al precio de graves sufrimientos y renuncias. El concepto de narcisismo nos permitió aprehender analíticamente la neurosis traumática. No hacía falta abandonar la interpretación de las neurosis de transferencia como intentos del yo por defenderse de la sexualidad, pero el concepto de libido corrió peligro. Puesto q también las pulsiones yoicas eran libidinosas, por un momento pareció inevitable identificar libido con energía pulsional general. Empero, las pulsiones no pueden ser todas de la misma clase. Freud dio el siguiente paso en más allá del principio de placer, cuando por primera vez cayó en la cuenta de la compulsión de repetición y del carácter conservador de la vida pulsional. Partiendo de especulaciones acerca del comienzo de la vida, y de paralelos biológicos, extraje la conclusión de q además de la pulsión a conservar la sustancia viva y reunirla en unidades cada vez mayores, debía de haber otra pulsión, opuesta a ella, q pugnara por disolver esas unidades y reconducirlas al estado orgánico inicial. Una parte de la pulsión se dirigía al mundo exterior, y entonces salía a la luz como pulsión a agredir y destruir. A la inversa, si esta agresión hacia afuera era limitada, ello no podía menos q traer por consecuencia un incremento de la autodestrucción, por lo demás siempre presente. Al mismo tiempo, a partir de este ejemplo, podía colegirse q las 2 variedades de pulsiones rara vez, quizá nunca, aparecían aisladas entre sí, sino q se ligaban en proporciones muy variables, volviéndose de ese modo irreconocibles para nuestro juicio. En el sadismo se estaba frente a una liga entre la aspiración de amor y la pulsión de destrucción. Y en el masoquismo, frente a una conexión de la destrucción dirigida hacia adentro con la sexualidad. La inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano. Y la cultura encuentra en ella su obstáculo más peligroso. Esta pulsión de agresión es el retoño y el principal subrogado de la pulsión de muerte. La lucha entre Eros y muerte, pulsión de vida y pulsión de destrucción, es el contenido esencial de la vida en general. Conferencia 29: revisión de la doctrina de los sueños (1933) Antecedentes: 1900. La interpretación de los sueños: el sueño es un cumplimiento de deseo Idea central: El sueño es el intento de un cumplimiento de deseo. La falla de la función del sueño. -Las asociaciones sobre el sueño no son todavía los pensamientos oníricos latentes. -¿Es posible interpretar todos los sueños? No, porq el trabajo de la interpretación del sueño se realiza contra una resistencia cuya magnitud varía desde lo imperceptible hasta lo insuperable. -¿Qué es lo q produce resistencia, y contra qué? La resistencia es para nosotros el indicio más seguro de un conflicto. Tiene q haber ahí una fuerza q quiera expresar algo y otra q no se avenga a permitir esa exteriorización. -La censura no es un dispositivo particular de la vida onírica. El conflicto entre 2 instancias psíquicas q designamos como lo reprimido inconciente y lo conciente gobierna toda nuestra vida anímica, y la resistencia a la interpretación del sueño, indicio de la censura onírica, no es más q la resistencia de represión por medio de la cual aquellas dos instancias se separan una de otra. Bajo determinadas condiciones, del conflicto entre ellas surgen otros productos psíquicos, q, tal como el sueño, son el resultado de compromisos. -El sueño es un producto patológico, q se distingue de los demás (síntoma histérico, representación obsesiva, idea delirante) por su carácter pasajero. La inofensiva psicosis del sueño es la consecuencia de un retiro del mundo exterior sólo temporario, conscientemente querido, y desaparece tan pronto se retoman los vínculos con este. Mientras dura el aislamiento del q duerme, se produce también una alteración en la distribución de la energía psíquica. Puede ahorrarse una parte del gasto de represión q de ordinario se usaba para sofrenar lo inconciente. Aunq eso inconciente aproveche su relativa liberación poniéndose activo, halla bloqueada la vía hacia la motilidad y expedita sólo la vía inocua q lleva a la satisfacción alucinatoria. -¿El sueño tiene una función, está encargado de una operación útil? El reposo exento de estímulos q el estado del dormir querría producir es amenazado desde tres lados: de manera más contingente, por estímulos externos sobrevenidos mientras se duerme y por intereses diurnos q no admiten ser suspendidos. De manera inevitable, por las mociones pulsionales reprimidas, insaciadas, q acechan la oportunidad de exteriorizarse. -Tarea de la interpretación del sueño: llevarnos del sueño manifiesto a los pensamientos oníricos latentes. -Diferencia entre sueño traumático y sueño de angustia y punitorio. * Los sueños punitorios son cumplimientos de deseo, pero no de las mociones pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica. * En el sueño traumático, las personas se ven remitidas por el sueño, con harta regularidad, a aquella situación traumática. Los sueños desembocan regularmente en un desarrollo de angustia. ¿Qué moción de deseo podría satisfacerse mediante ese retroceso hasta la vivencia traumática, extremadamente penosa? * Sueño de angustia: Las primeras vivencias sexuales del niño están enlazadas con impresiones dolorosas de angustia, prohibición, desengaño y castigo. Uno comprende q hayan sido reprimidas, pero no q posean tan vasto acceso a la vida onírica, q proporcionen el modelo para tantas fantasías oníricas, q los sueños rebosen de reproducciones de esas escenas infantiles y de alusiones a ellas. En verdad, su carácter displacentero y la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo parecen conciliarse muy mal. Pero a esas vivencias infantiles van adheridos todos los deseos pulsionales incumplidos, imperecederos, q a lo largo de la vida entera donan la energía de la formación del sueño. Y en su violenta pulsión aflorante esfuerzan hasta la superficie también el material de episodios sentidos como penosos. -Objeciones a la teoría del sueño como cumplimiento de deseo, propia del imperio irrestricto del principio de placer: las vivencias sexuales infantiles y la pulsión aflorante; sueños de las neurosis traumáticas. Estos casos hacen reformular a Freud su teoría de q todos los sueños son cumplimiento de deseo, para decir ahora q todos los sueños son intento de cumplimiento de deseo. -Falla de la función del sueño, q preferiría trasmudar las huellas mnémicas del episodio traumático en un cumplimiento de deseo. Fijación inconsciente a un trauma. Abolición del principio de placer. -Pulsión aflorante de la fijación traumática. Articular con cap. 4 y 5 de “Más allá del principio de placer”. Carácter traumático de las vivencias infantiles. Articulaciones: Mas allá del principio de placer y el referente clínico del sueño traumático y La interpretación de los sueños (reformulación de la función del sueño). Contexto: posterior a la segunda tópica y al concepto de masoquismo erógeno. PRÁCTICOS Conferencia 32: angustia y vida pulsional (1933) Idea central: Segundo dualismo pulsional, masoquismo y pulsión de muerte, resistencia, necesidad de castigo y reacción terapéutica negativa. En la conferencia 25 Freud dijo q la angustia era un estado afectivo, o sea, una reunión de determinadas sensaciones de la serie placer-displacer con las correspondientes inervaciones de descarga y su percepción. Recurrimos al proceso de nacimiento como el evento q deja tras sí esa huella afectiva. Por tanto, la primera angustia habría sido una angustia tóxica. Luego partimos del distingo entre angustia realista y angustia neurótica. La angustia realista es una reacción q nos parece lógica frente al peligro, a un daño esperado de afuera, mientras q la angustia neurótica es enteramente enigmática, como carente de fin. Redujimos la angustia realista a un estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz, q llamamos apronte angustiado. A partir de ese estado se desarrolla la reacción de angustia. Por otro lado, la angustia neurótica la observamos bajo 3 clases de constelaciones. En primer lugar, como un estado de angustia libremente flotante, pronta a enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad q emerja, es la llamada angustia expectante, como en la neurosis típica de angustia. En segundo lugar, ligada de manera firme a determinados contenidos de representación en las llamadas fobias, donde podemos discernir un vínculo con un peligro externo, pero la angustia frente a él es desmedida. En tercer término, la angustia de la histeria, q acompaña a síntomas o bien emerge de manera independiente como ataque o como estado de prolongada permanencia pero siempre sin q se le descubra fundamento alguno en un peligro exterior. La causa más común de la neurosis de angustia es la excitación frustránea. Se provoca una excitación libidinosa, pero no se satisface, no se aplica. Entonces, en reemplazo de esta libido desviada de su aplicación emerge el estado de angustia. Las fobias infantiles y la expectativa angustiada de la neurosis de angustia nos proporcionan 2 ejemplos de uno de los modos en q se genera angustia neurótica: por trasmudación directa de la libido. De la angustia en la histeria y otras neurosis hacemos responsable al proceso de la represión. Es la representación la q experimenta la represión y llegado el caso es desfigurada hasta q se vuelve irreconocible. Pero su monto de afecto es mudado comúnmente en angustia. Conexión entre angustia realista y neurótica: aquello a lo cual se tiene miedo es, evidentemente, la propia libido. La diferencia con la situación de la angustia realista reside en dos puntos: q el peligro es interno en vez de externo, y q no se discierne conscientemente. En las fobias este peligro interior se traspone en uno exterior, vale decir, una angustia neurótica se muda en aparente angustia realista. Las 3 principales variedades de angustia (la realista, la neurótica y la de la conciencia moral) pueden ser referidas a los 3 vasallajes del yo: respecto del mundo exterior, del ello y del superyó. No es la represión la q crea la angustia, sino q la angustia está primero ahí, es la angustia la q crea la represión. Será solo la angustia frente a un peligro exterior amenazante, una angustia realista. Ese peligro real q el niño teme como consecuencia de su enamoramiento de la madre es el castigo de la castración, la pérdida de su miembro. La angustia frente a la castración es uno de los motores más frecuentes e intensos de la represión y, con ello, de la formación de neurosis. ¿Cómo nos representamos ahora el proceso de una represión bajo el influjo de la angustia? El yo nota q la satisfacción de una exigencia pulsional emergente convocaría una de las bien recordadas situaciones de peligro. Por tanto, esa investidura pulsional debe ser sofocada de algún modo, cancelada, vuelta impotente. El caso de la represión es aquel en q la moción pulsional sigue siendo nativa del ello y el yo se siente endeble. Entonces el yo recurre a una técnica q en el fondo es idéntica a la del pensar normal. El yo anticipa así la satisfacción de la moción pulsional dudosa y le permite reproducir las sensaciones de displacer q corresponden al inicio de la situación de peligro temida. Así se pone en juego el automatismo del principio de placer-displacer, q ahora lleva a cabo la represión de la moción pulsional peligrosa. El carácter es atribuible por entero al yo. Este carácter es creado sobre todo por la incorporación de la anterior instancia parental en calidad de superyó, sin duda el fragmento más importante y decisivo. Luego, las identificaciones con ambos progenitores de la época posterior, y con otras personas influyentes, al igual q similares identificaciones como precipitados de vínculos de objeto resignados. Complemento q nunca falta a la formación del carácter: las formaciones reactivas q el yo adquiere primero en sus represiones y, más tarde, con medios más normales, a raíz de los rechazos de mociones pulsionales indeseadas. No es tan fácil colegir lo q a raíz de la represión le ha pasado a la moción pulsional combatida. ¿Qué acontece con la energía, con la carga libidinosa de esa excitación? Antes suponíamos q ella era mudada en angustia por la represión. Ahora, más bien, es probable q su destino no sea el mismo en todos los casos. Es probable q exista una correspondencia íntima entre el proceso q ocurre en cada caso dentro del yo y el q le sobreviene en el ello a la moción reprimida. ¿Qué es en verdad lo peligroso, lo temido en una de tales situaciones de peligro? No es el daño de la persona q podría juzgarse objetivo, pues no tiene por q alcanzar significado alguno en lo psicológico, sino lo q él ocasione en la vida anímica. Llamamos factor traumático a un estado en q fracasan los empeños del principio de placer. Entonces, a través de la serie angustia neurótica-angustia realista-situación de peligro llegamos a este enunciado simple: lo temido, el asunto de la angustia, es en cada caso la emergencia de un factor traumático q no pueda ser tramitado según la norma del principio de placer. El hecho de estar dotados del principio de placer no nos pone a salvo de daños objetivos, sino sólo de un daño determinado a nuestra economía psíquica. Sólo la magnitud de la suma de excitación convierte a una impresión en factor traumático, paraliza la operación del principio de placer, confiere su significatividad a la situación de peligro. Solo las represiones más tardías muestran el mecanismo en q la angustia es despertada como señal de una situación anterior de peligro. Las primeras y originarias nacen directamente a raíz del encuentro del yo con una exigencia libidinal hipertrófica proveniente de factores traumáticos. Ellas crean su angustia como algo nuevo, es verdad q según el arquetipo del nacimiento. Ya no afirmaremos q sea la libido misma la q se muda entonces en angustia. Pero no veo objeción alguna a un origen doble de la angustia: en un caso como consecuencia directa del factor traumático, y en el otro como señal de q amenaza la repetición de un factor así. Teoría de la libido o doctrina de las pulsiones Es nuestra mitología. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación. En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca estamos seguros de verlas con claridad. El individuo vivo sirve a 2 propósitos: su propia conservación y la de la especie, q corresponden a las pulsiones yoicas y las pulsiones sexuales. Entre las pulsiones yoicas incluimos todo lo q tiene q ver con la conservación, la afirmación, el engrandecimiento de la persona. A las pulsiones sexuales debimos conferirles la riqueza q exigían la vida sexual infantil y la perversa. Nuestra teoría de la libido tuvo por base, al comienzo, la oposición entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales. Más tarde, ese distingo perdió el suelo en q se asentaba. El yo es siempre el principal reservorio de la libido. De él parten las investiduras libidinosas de los objetos, y a él regresan, mientras la parte mayor de esa libido permanece de manera continua dentro del yo. Por tanto, sin cesar se trasmuda libido yoica en libido de objeto, y libido de objeto en libido yoica. Pero entonces ellas no pueden ser de diferente naturaleza, no tiene ningún sentido separar la energía de una y otra. No permanecimos largo tiempo en ese estadio del problema. La vislumbre de una relación de oposición dentro de la vida pulsional pronto se procuró otra expresión, todavía más neta. Suponemos q existen 2 clases de pulsiones de diferente naturaleza: las pulsiones sexuales entendidas en el sentido más lato (el Eros), y las pulsiones de agresión cuya meta es la destrucción. Hemos propiciado el supuesto de una particular pulsión de agresión y destrucción en el ser humano sobre la base de consideraciones generales a q nos llevó la apreciación de los fenómenos del sadismo y del masoquismo. Hablamos de sadismo cuando la satisfacción sexual se anuda a la condición de q el objeto sexual padezca dolores, maltratos y humillaciones. Y de masoquismo cuando la necesidad consiste en ser uno mismo ese objeto maltratado. Cierto ingrediente de ambas aspiraciones es acogido en la relación sexual normal, y q las designamos como perversiones cuando refrenan a las otras metas sexuales y las reemplazan por sus propias metas. Creemos q en el sadismo y el masoquismo nos las habemos con 2 destacados ejemplos de la mezcla entre ambas clases de pulsión, del Eros con la agresión. Todas las mociones pulsionales q podemos estudiar consisten en tales mezclas o aleaciones de las 2 variedades de pulsión. Las pulsiones eróticas introducirían en la mezcla la diversidad de sus metas sexuales, en tanto q las otras sólo consentirían aminoramientos y matices de su monocorde tendencia. Las mezclas pueden también descomponerse, y a tales desmezclas de pulsiones es lícito atribuir las más serias consecuencias para la función. Problema particular q nos plantea el masoquismo: existencia de una aspiración q tiene por meta la destrucción de sí. Si respecto de la pulsión de destrucción también es válido q el yo incluye originariamente dentro de sí todas las mociones pulsionales, obtenemos la concepción de q el masoquismo es más antiguo q el sadismo, y este es la pulsión de destrucción vuelta hacia afuera, q así cobra el carácter de la agresión. Las pulsiones no rigen sólo la vida anímica, sino también la vegetativa, y estas pulsiones orgánicas muestran un rasgo q merece nuestro mayor interés: se revelan como unos afanes por reproducir un estado anterior. En el momento mismo en q uno de esos estados, ya alcanzado, sufre una perturbación, nace una pulsión a recrearlo y produce fenómenos q podemos designar como compulsión de repetición. ¿En qué contribuiría este rasgo conservador de las pulsiones para entender nuestra autodestrucción? ¿Qué estado anterior querría reproducir una pulsión como esta? Si es cierto q alguna vez la vida surgió de la materia inanimada, tiene q haber nacido en ese momento, de acuerdo con nuestra premisa, una pulsión q quisiera volver a cancelarla, reproducir el estado inorgánico. Esa pulsión de autodestrucción es la expresión de una pulsión de muerte q no puede estar ausente de ningún proceso vital. Entonces las pulsiones en q nosotros creemos se nos separan en estos 2 grupos: las eróticas, q quieren aglomerar cada vez más sustancia viva en unidades mayores, y las pulsiones de muerte, q contrarían ese afán y reconducen lo vivo al estado inorgánico. El paciente, q ofrece la resistencia, muchísimas veces nada sabe de ella. Y no solo el hecho de la resistencia le es inconciente, también los motivos de ella. Esos motivos son una intensa necesidad de castigo q sólo podíamos clasificar entre los deseos masoquistas. Esa necesidad de castigo es el peor enemigo de nuestro empeño terapéutico. Se satisface con el padecimiento q la neurosis conlleva, y por eso se aferra a la condición de enfermo. Esta necesidad inconciente de castigo se comporta como un fragmento de la conciencia moral, como la continuación de nuestra conciencia moral en lo inconciente. Por tanto, ha de tener el mismo origen q esta y corresponder a una porción de agresión interiorizada y asumida por el superyó. Articulaciones: Desarrollo del dualismo pulsional asociado al concepto de conflicto psíquico y su relación con Neuropsicosis de defensa, Tres Ensayos, Pulsiones y destinos, Perturbaciones psicógenas de la visión, Introducción del narcisismo y Mas allá del principio de placer (cap. VI). Articulación con las resistencias estructurales (addenda de Inhibición, Síntoma y angustia. Contexto: posterior a la segunda tópica y al concepto de masoquismo erógeno. SEMINARIO Punto VIII: El complejo de Edipo y el complejo de castración - La representación de un daño narcisista refiere siempre a una pérdida, que necesariamente remite al cuerpo propio, a diferencia del complejo de castración, el que se define en relación con la “premisa universal del pene”. - Constitución del complejo de castración: efecto del encuentro entre la “amenaza de castración” y “la castración en la madre”. Separación de la madre: comparable a una castración de la madre. Esquema del psicoanálisis (1938) Tesis: el niño es psicológicamente el padre del adulto, y las vivencias de sus primeros años poseen una significación inigualada para toda su vida posterior. Complejo de Edipo. Tenemos q describir por separado el desarrollo de varoncito y niña pues ahora la diferencia entre los sexos alcanza su primera expresión psicológica. Para distinguir lo masculino de lo femenino en la vida anímica, llamamos masculino a todo cuanto es fuerte y activo, y femenino a lo débil y pasivo. El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio. El amor se engendra apuntalado en la necesidad de nutrición satisfecha. Este primer objeto se completa luego en la persona de la madre, quien no solo nutre, sino también cuida, y provoca en el niño tantas otras sensaciones corporales, así placenteras como displacenteras. Ella deviene la primera seductora del niño. En estas 2 relaciones arraiga la significatividad única de la madre, como el primero y más intenso objeto de amor, como arquetipo de todos los vínculos posteriores de amor, en ambos sexos. Cuando el varoncito ha entrado en la fase fálica de su desarrollo libidinal, ha recibido sensaciones placenteras de su miembro sexual y ha aprendido a procurárselas a voluntad mediante estimulación manual, deviene el amante de la madre. Su masculinidad de temprano despertar busca sustituir junto a ella al padre, quien hasta entonces ha sido su envidiado arquetipo. Ahora el padre es su rival, le estorba el camino y le gustaría quitárselo de en medio. La madre prohíbe el quehacer manual con su miembro y amenaza con quitárselo. Esta amenaza solo produce efectos si antes o después se cumple otra condición: la visión de unos genitales femeninos, a los q les falta esa pieza preciada. Entonces cree en la seriedad de lo q ha oído y vivencia, al caer bajo el influjo del complejo de castración, el trauma más intenso de su joven vida. Para salvar su miembro sexual, renuncia de manera más o menos completa a la posesión de la madre, y a menudo su vida sexual permanece aquejada para siempre por esa prohibición. Ya no osa amar a la madre, porq no puede arriesgar no ser amado por ella, pues así correría el peligro de ser denunciado por ella al padre y quedar expuesto a la castración. Cuando el proceso somático de la maduración sexual reanima las viejas fijaciones libidinales en apariencia superadas, la vida sexual se revelará inhibida, desunida, y se fragmentará en aspiraciones antagónicas entre sí. Los efectos del complejo de castración son más uniformes en la niña, y no menos profundos. Desde luego, ella no tiene q temer la pérdida del pene, pero no puede menos q reaccionar por no haberlo recibido. Desde el comienzo envidia al varoncito por su posesión. Se puede decir q todo su desarrollo se consuma bajo el signo de la envidia del pene. Si en la fase fálica intenta conseguir placer como el muchacho, por estimulación manual de los genitales, suele no conseguir una satisfacción suficiente y extiende el juicio de la inferioridad de su mutilado pene a su persona total, abandona la masturbación y se extraña por completo de la sexualidad. Si la niña persevera en su primer deseo de convertirse en un varón, en el caso extremo terminará como una homosexual manifiesta. De lo contrario, expresará en su posterior conducta de vida unos acusados rasgos masculinos. El otro camino pasa por el desasimiento de la madre amada, a quien la hija bajo el influjo de la envidia del pene, no puede perdonar q la haya echado al mundo tan defectuosamente dotada. Resigna a la madre y la sustituye por el padre como objeto de amor. Cuando uno ha perdido un objeto de amor, la reacción inmediata es identificarse con él, sustituirlo mediante una identificación desde adentro. Este mecanismo acude aquí en socorro de la niña. La identificación madre puede relevar ahora a la ligazón-madre. La hijita se pone en el lugar de la madre, tal como siempre lo ha hecho en sus juegos. Quiere sustituirla al lado del padre, y ahora odia a la madre antes amada, con una motivación doble: por celos y por mortificación a causa del pene denegado. Relación entre complejo de Edipo y complejo de castración en el varón: la amenaza de castración pone fin al complejo de Edipo. En el caso de la niña: es esforzada hacia su complejo de Edipo por el efecto de la falta de pene. Organización genital infantil (1923) Antecedentes: en tres ensayos de teoría sexual Freud dice “a menudo, o regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la q hemos supuesto característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de las aspiraciones sexuales se dirigen a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí pues el máximo acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva q la vida sexual presentará después de la pubertad. La diferencia respecto de esta última reside solo en el hecho de q la unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no son establecidas en la infancia, o lo son de manera incompleta. Por lo tanto, la instauración de ese primado al servicio de la reproducción es la última fase por la q atraviesa la organización sexual.” Ahora, Freud no se declararía satisfecho con la tesis de q el primado de los genitales no se consuma en la primera infancia, o lo hace sólo de manera muy incompleta. La aproximación de la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más allá, y no se circunscribe a la emergencia de una elección de objeto. El carácter principal de esta organización genital infantil es, al mismo tiempo, su diferencia respecto de la organización genital definitiva del adulto. Reside en q, para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo. Para el varoncito, es natural presuponer en todos los otros seres vivos, humanos y animales, un genital parecido al q él mismo posee. Incluso en las cosas inanimadas busca una forma análoga a su miembro. Esta parte del cuerpo q se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en sensaciones, ocupa en alto grado el interés del niño y de continuo plantea nuevas y nuevas tareas a su pulsión de investigación. La fuerza pulsionante q esta parte viril desplegará más tarde en la pubertad se exterioriza en aquella época de la vida, en lo esencial, como esfuerzo de investigación, como curiosidad sexual. En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir q el pene no es un patrimonio común de todos los seres semejantes a él. Desconocen la falta de pene, creen ver un miembro a pesar de todo. Piensan q es pequeño porq todavía debe crecer, y luego q lo tenían, pero se lo cortaron. El niño cree q sólo personas despreciables del sexo femenino, probablemente culpables de las mismas mociones prohibidas en q él mismo incurrió, habrían perdido el genital. Pero las personas respetables, como su madre, siguen conservando el pene. “...sólo puede apreciarse rectamente la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del primado del falo”. Una primera oposición se introduce con la elección de objeto, q sin duda presupone sujeto y objeto. En el estadio de la organización pregenital sádico-anal no cabe hablar de masculino y femenino. La oposición entre activo y pasivo es la dominante. En el siguiente estadio de la organización genital infantil hay por cierto algo masculino, pero no algo femenino. La oposición reza aquí: masculino o castrado. Solo con la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene. Lo femenino, el objeto y la pasividad. La vagina es apreciada ahora como albergue del pene, recibe la herencia del vientre materno. Psicología de las masas y análisis del yo. Capítulo 7: Identificación (1921) Identificación: más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El varoncito toma al padre como su ideal. Muestra entonces 2 lazos psicológicamente diversos: con la madre, una directa investidura sexual de objeto. Con el padre, una identificación q lo toma por modelo. Ambos coexisten un tiempo, pero la unificación de la vida anímica avanza sin cesar, y a consecuencia de ella ambos lazos confluyen, y por esa confluencia nace el complejo de Edipo normal. El pequeño nota q el padre le significa un estorbo junto a la madre. Su identificación con él cobra entonces una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo de sustituir al padre junto a la madre. Desde el comienzo mismo la identificación es ambivalente. Puede darse vuelta hacia la expresión de la ternura o hacia el deseo de eliminación. Distingo entre una identificación de este tipo con el padre y una elección de objeto q recaiga sobre él: en el primer caso el padre es lo q uno querría ser, en el segundo, lo q uno querría tener. La diferencia depende, entonces, de q la ligazón recaiga en el sujeto o en el objeto del yo. La identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado como modelo. La identificación remplaza a la elección de objeto. La elección de objeto ha regresado hasta la identificación. La identificación es la forma primera, y la más originaria, del lazo afectivo. Bajo las constelaciones de la formación de síntoma, vale decir, de la represión y el predominio de los mecanismos del inconciente, sucede a menudo q la elección de objeto vuelva a la identificación, o sea, q el yo tome sobre sí las propiedades del objeto. El yo copia en un caso a la persona no amada, y en el otro caso a la persona amada. En los dos casos, la identificación es parcial, pues toma prestado un único rasgo de la persona objeto. La empatía nace solo de la identificación. La identificación por el síntoma pasa a ser así el indicio de un punto de coincidencia entre los dos, que debe mantenerse reprimido. En resumen, la identificación es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto, pasa a sustituir una ligazón libidinosa de objeto por vía regresiva, mediante introyección del objeto en el yo, y puede nacer a raíz de cualquier comunidad q llegue a percibirse en una persona q no es objeto de las pulsiones sexuales. Pegan a un niño (1919) La representación-fantasía “pegan a un niño” es confesada con sorprendente frecuencia por personas q han acudido al tratamiento analítico. A esta fantasía se anudan sentimientos placenteros en virtud de los cuales se las ha reproducido innumerables veces o se la sigue reproduciendo. Abre paso a una satisfacción onanista, al comienzo por voluntad propia de la persona, pero luego también con carácter compulsivo y a pesar de su empeño contrario. La confesión de esta fantasía solo sobreviene con titubeos. Las primeras fantasías de esta clase se cultivaron muy temprano, sin duda antes de la edad escolar. Pero cuando el niño copresencia en la escuela cómo otros niños son azotados por el maestro, esa vivencia vuelve a convocar aquellas fantasías si se habían adormecido, las refuerza si aún persistían, y modifica de manera apreciable su contenido. A partir de entonces “muchos niños”, en número indeterminado, son azotados. Puesto q la representación-fantasía “un niño es azotado” era investida regularmente con elevado placer y desembocaba en un acto de satisfacción autoerótica placentera, cabía esperar también contemplar cómo otro niño era azotado en la escuela hubiera sido una fuente de parecido goce. No obstante, covivenciar escenas reales de paliza en la escuela provocaba en el niño espectador una peculiar emoción, probablemente una mezcla de sentimientos en la q la repulsa tenía participación considerable. Las personas q brindaron la tela de estos análisis muy rara vez habían sido azotadas en su infancia, aunq todos esos niños, en algún momento, habían sentido la superior fuerza física de sus padres o sus educadores. Una fantasía así, q emerge en la temprana infancia quizás a raíz de ocasiones casuales y q se retiene para la satisfacción autoerótica, solo admite ser concebida como un rasgo primario de perversión. Uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los otros en el desarrollo, se habría vuelto autónomo de manera prematura, fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los ulteriores procesos evolutivos. Al propio tiempo, atestiguaría una constitución particular, anormal, de la persona. Una perversión infantil de esta índole no necesariamente dura toda la vida, más tarde puede caer bajo la represión, ser sustituida por una formación reactiva o ser trasmudada por una sublimación. Pero si estos procesos faltan, la perversión se conserva en la madurez, y siempre q en el adulto hallamos una aberración sexual tenemos derecho a esperar q la exploración anamnésica nos lleve a descubrir en la infancia un suceso fijador de esa naturaleza. El análisis nos enseña q las fantasías de paliza tienen una historia evolutiva nada simple, en cuyo transcurso su mayor parte cambia más de una vez: su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y significado. La primera fase de la fantasía en niñas, el niño azotado nunca es el fantaseador. No es posible establecer un vínculo constante entre el sexo del fantaseador y el azotado. Por tanto, la fantasía seguramente no es masoquista. Se la llamaría sádica, pero el niño fantaseador nunca es el q pega. En cuanto a quién es, en realidad, la persona q pega, no queda claro al comienzo. Solo puede comprobarse q no es otro niño, sino un adulto, q más tarde se vuelve reconocible como el padre. Primera fase de la fantasía: “el padre pega al niño”. En verdad podemos vacilar en cuanto a si ya a este grado previo de la posterior fantasía de paliza debe concedérsele en carácter de una “fantasía”. Quizá se trate más bien de recuerdos de esos hechos q uno ha presenciado, de deseos q surgen a raíz de diversas ocasiones. Pero estas dudas no tienen importancia alguna. En la fase siguiente, la persona q pega sigue siendo la misma, el padre, pero el niño azotado es el niño fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer en alto grado y se ha llenado con un contenido sustantivo cuya derivación nos ocupará más adelante. El texto es ahora “yo soy azotado por el padre”. Tiene indudable carácter masoquista. Esta segunda fase es, de todas, la más importante y grávida en consecuencias. Pero nunca ha tenido existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir-conciente. Es una construcción teórica. En la tercera fase, la persona q pega nunca es la del padre, o bien se la deja indeterminada, como en la primera fase, o es investida de manera típica por un subrogante del padre (maestro). En lugar de un solo niño azotado, casi siempre están presentes ahora muchos niños, los cuales también son indeterminados. La fantasía es ahora portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual, y como tal procura la satisfacción onanista. “Pegan a los niños”. A través de esas épocas tempranas en q se sitúa la fantasía de paliza y desde las cuales se la recuerda, la niña se nos aparece enredada en las excitaciones de su complejo parental. Ser azotado, aunq no haga mucho daño, significa una destitución del amor y una humillación. “El padre no ama a ese otro niño, me ama sólo a mí”. Este es el contenido y el significado de la fantasía de paliza en su primera fase. Es evidente q la fantasía satisface los celos del niño y q depende de su vida amorosa, pero también recibe vigoroso apoyo de sus intereses egoístas. Entonces, la fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, pasaría a ser la expresión directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre. Así pues, la fantasía ha devenido masoquista. En todos los casos es la conciencia de culpa el factor q trasmuda el sadismo en masoquismo. “El padre me ama” se entendía en el sentido genital. Por medio de la regresión se muda en “el padre me pega”. Este ser azotado es ahora una conjunción de conciencia de culpa y erotismo. No es sólo el castigo por la referencia genital prohibida, sino también su sustituto regresivo. La fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, permanece por regla general inconciente, probablemente a consecuencia de la intensidad de la represión. A raíz de la mudanza de la fantasía incestuosa del varoncito en su correspondiente masoquista se produce una inversión más q en el caso de la niña, a saber, la sustitución de actividad por pasividad. Y acaso sea este plus de desfiguración lo q proteja a la fantasía de permanecer inconciente como resultado de la represión. La fantasía de paliza en la tercera fase parece haberse vuelto de nuevo hacia el sadismo. Sin embargo, solo la forma de esta fantasía es sádica. La satisfacción q se gana con ella es masoquista, su intencionalidad reside en q ha tomado sobre sí la investidura libidinosa de la parte reprimida y, con esta, la conciencia de culpa q adhiere al contenido. En efecto, los muchos niños indeterminados a quienes el maestro azota son sólo sustituciones de la persona propia. Los niños azotados son casi siempre varoncitos, tanto en las fantasías de los varones como en las de las niñas. Esto se debe a q las niñas, cuando se extrañan del amor incestuoso hacia el padre, entendido genitalmente, es fácil q rompan por completo con su papel femenino, reanimen su complejo de masculinidad y a partir de entonces sólo quieran ser muchachos. La perversión ya no se encuentra más aislada en la vida sexual del niño, sino q es acogida dentro de la trama de los procesos de desarrollo familiares para nosotros en su calidad de típicos. Es referida al amor incestuoso de objeto, al complejo de Edipo del niño. Surge primero sobre el terreno de este complejo, y luego de ser quebrantado permanece, a menudo solitaria, como secuela de él, como heredera de su carga libidinosa y gravada con la conciencia de culpa q lleva adherida. Como es sabido, la perversión infantil puede convertirse en el fundamento para el despliegue de una perversión de igual sentido, q subsista toda la vida y consuma toda la sexualidad de la persona, o puede ser interrumpida y conservarse en el trasfondo de un desarrollo sexual normal al q en lo sucesivo, empero, sustraerá siempre cierto monto de energía. El complejo de Edipo es el genuino núcleo de las neurosis, y la sexualidad infantil, q culmina en él, es la condición efectiva de la neurosis. Lo q resta de él como secuela constituye la predisposición del adulto a contraer más tarde una neurosis. Entonces, la fantasía de paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serían unos precipitados del complejo de Edipo, por así decir las cicatrices q el proceso deja tras su expiración. En cuanto a la génesis del masoquismo, el examen de nuestras fantasías de paliza nos proporciona solo mezquinas contribuciones. La represión se exterioriza aquí en 3 clases de efectos: vuelve inconciente el resultado de la organización genital, constriñe a esta última a la regresión hasta el estadio sádico-anal y muda su sadismo en el masoquismo pasivo, en cierto sentido de nuevo narcisista. De estos 3 resultados, el intermedio es posibilitado por la endeblez de la organización genital. En tercero se produce de manera necesaria porq a la conciencia de culpa le escandaliza tanto el sadismo como la elección incestuosa de objeto entendida en sentido genital. La conciencia de culpa se refiere al onanismo de la primera infancia, no el de la pubertad, y debe referírsela en su mayor parte no al acto onanista, sino a la fantasía q estaba en su base, si bien de manera inconciente (la fantasía proveniente del complejo de Edipo). En resumen, la fantasía de la niña recorre 3 fases. De ellas, la primera y la última se recuerdan como concientes, mientras q la intermedia permanece inconciente. Las dos concientes parecen sádicas, la intermedia es de carácter masoquista. Su contenido es ser azotado por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la conciencia de culpa. En la primera y tercera fantasías, el niño azotado es siempre otro. En la intermedia es la persona propia. La persona q pega es desde el comienzo el padre. Luego, alguien q hace sus veces, tomado de la serie paterna. La fantasía inconciente de la fase intermedia tuvo originariamente significado genital. Surgió, por represión y regresión, del deseo incestuoso de ser amado por el padre. Las niñas, entre la segunda y la tercera fases, cambian de vía su sexo, fantaseándose como varoncitos. En el varoncito, la madre debía remplazar al padre en la segunda fantasía, lo q permitía q esta fantasía pueda devenir conciente. Es decir, el segundo estadio de la fantasía en el varón es “el padre me pega” inconciente, y el tercer estadio es “la madre me pega” conciente. El ser azotado es también un ser amado en sentido genital. Por tanto la fantasía de paliza del varón es entonces desde el comienzo mismo pasiva, nacida efectivamente de la actitud femenina hacia el padre. Entonces, en ambos casos, en la niña y el niño, la fantasía de paliza deriva de la ligazón incestuosa con el padre. El varón se sustrae de su homosexualidad reprimiendo y refundiendo la fantasía inconciente. Niña Niño Primera Fase “El padre pega a un niño (a quien odia por celos)” Segunda Fase (masoquista inconciente) Parte de la postura edípica normal Parte de la postura edípica trastornada, q toma al padre como objeto de amor. Tercera Fase Retiene la persona del padre y el sexo de la persona q pega, pero cambia a la persona azotada y su sexo. Cambia persona y sexo del q pega, sustituyendo al padre por la madre, y conserva su propia persona. “El padre pega a niños” “La madre me pega” La situación masoquista es trasmudada por la represión en una sádica, cuyo carácter sexual está borrado. La fantasía sigue siendo masoquista y conserva semejanza con la fantasía originaria, de intención genital. Inhibición, síntoma y angustia. Páginas 123 y 124. La angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración, y la situación frente a la cual el yo reacciona es la de ser abandonado por el superyó protector, con lo q expiraría su seguro para todos los peligros. Angustia y castración: la angustia no se limita a una señal-afecto. La angustia como señal-afecto de peligro implica al peligro de castración tanto como a la reacción frente a una pérdida o una separación. Punto IX: La sexualidad femenina Idea central: -La preeminencia de la ligazón-madre preedípica sobre el complejo de Edipo femenino. -La falta de un representante psíquico del sexo femenino. Antecedentes: - La premisa fálica y la ecuación simbólica (“La organización genital infantil” y “Teorías sexuales infantiles”). - La asimetría del complejo de Edipo. El sepultamiento del complejo de Edipo El complejo de Edipo es el fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión, y es seguido por el período de latencia. Se va a pique a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niña q quiere considerarse la amada predilecta del padre, forzosamente tendrá q vivenciar alguna seria reprimenda de parte de él, y se verá arrojada de los cielos. El varón, q considera a la madre como su propiedad, hace la experiencia de q ella le quita amor y cuidados para entregárselos a un recién nacido. La falta de satisfacción esperada, la continua denegación del hijo deseado, por fuerza determinarán q los pequeños enamorados se extrañen de su inclinación sin esperanzas. Así el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de su imposibilidad interna. Otra concepción diría q el complejo de Edipo tiene q caer porq ha llegado el tiempo de su disolución. Es verdad q el complejo de Edipo es vivenciado de manera enteramente individual, pero es también un fenómeno determinado por la herencia, q tiene q desvanecerse de acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente, predeterminada. El desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en q los genitales ya han tomado sobre sí el papel rector. Pero estos genitales son sólo los masculinos. Esta fase fálica, contemporánea a la del complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino q se hunde y es relevada por el periodo de latencia. Cuando el varón ha volcado su interés a los genitales, lo deja traslucir por su vasta ocupación manual en ellos, y después tiene q hacer la experiencia de q los adultos no están de acuerdo con ese obrar y sobreviene la amenaza de q se le arrebatará esta parte tan estimada por él. Tesis: la organización genital fálica del niño se va al fundamento a raíz de esta amenaza de castración. Si bien al principio el varón no presta creencia ni obediencia algunas a la amenaza, la observación q por fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. No puede menos q convencerse de la falta de un pene en un ser tan semejante a él. Con ello se ha vuelto representable la pérdida del propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa normalmente el primero de esos poderes: el yo del niño se extraña del complejo de Edipo. Modo en q esto acontece: las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó, q perpetúa la prohibición del incesto y, así, asegura al yo contar el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y sublimadas, y en parte son prohibidas en su meta y mudadas en mociones internas. El proceso en su conjunto salvó una vez a los genitales, alejó de ellos el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con ese proceso se inicia el período de latencia, q viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño. También el sexo femenino desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de latencia. El clítoris de la niñita se comporta al comienzo en un todo como un pene, pero ella, por la comparación con un compañerito de juegos, percibe q es demasiado corto, y siente este hecho como un perjuicio y una razón de inferioridad. Durante un tiempo se consuela con la expectativa de q después, cuando crezca, su miembro también crecerá. La niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino q lo explica mediante el supuesto de q una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. No parece extender esta inferencia de sí misma a otras mujeres, adultas, sino q atribuye a estas, exactamente en el sentido de la fase fálica, un genital masculino. Así se produce una diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado, mientras q el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación. Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil. La muchacha se desliza del pene al hijo, su complejo de Edipo culmina en el deseo, alimentado por mucho tiempo, de recibir como un regalo un hijo del padre, parirle un hijo. El complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porq este deseo no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconciente, donde se conservan con fuerte investidura y contribuyen a preparar al ser femenino para su posterior papel sexual. El complejo de Edipo del varón se va al fundamento a raíz de la angustia de castración. Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos (1925) Sólo si se exploran las primeras exteriorizaciones de la constitución pulsional congénita, así como los efectos de las impresiones vitales más tempranas, es posible discernir correctamente las fuerzas pulsionales de la posterior neurosis. Aun en el varón, el complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo, en armonía con la disposición bisexual. Inicialmente la madre fue para ambos, niña y niño, el primer objeto. El varón lo retiene para el complejo de Edipo. La niña pequeña nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto lo discierne como el correspondiente, superior de su propio órgano, pequeño y escondido. A partir de ahí cae víctima de la envidia del pene. Oposición en la conducta de ambos sexos: cuando el varón ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra irresoluto, poco interesado al principio. No ve nada. Solo más tarde, después q cobró influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le volverá significativa. Su recuerdo o renovación mueve en él una temible tormenta afectiva, y lo somete a la creencia de la efectividad de la amenaza. Dos reacciones resultarán de ese encuentro, q determinarán duraderamente su relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada o menosprecio triunfalista hacia ella. Nada de eso ocurre con la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe q no lo tiene y quiere tenerlo. En este lugar se bifurca el llamado complejo de masculinidad de la mujer. La esperanza de recibir alguna vez, a pesar de todo, un pene, igualándose así al varón. O bien sobreviene el proceso de la desmentida. La niña se rehúsa a aceptar el hecho de su castración, se afirma y acaricia la convicción de q empero posee un pene, y se ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera un varón. Con la admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer, como cicatriz, un sentimiento de inferioridad. Aunq la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no cesa de existir: pervive en el rasgo de carácter de los celos, con leve desplazamiento. La primera fase para la fantasía onanista “pegan a un niño”, tan frecuente en la niña, significa q otro niño, de quien se tienen celos como rival, debe ser golpeado. Esta fantasía parece un relicto del período fálico de la niña. El niño golpeado-acariciado en ella no puede ser otro, en el fondo, q el clítoris mismo, de suerte q el enunciado contiene, en su estrato más profundo, la confesión de la masturbación q desde el comienzo de la fase fálica hasta épocas más tardías se anuda al contenido de la fórmula. Una tercera consecuencia de la envidia del pene parece ser el afloramiento de los vínculos tiernos con el objeto-madre. Al final, la madre q echó al mundo a la niña con una dotación tan insuficiente, es responsabilizada por esa falta de pene. Las reacciones de los individuos de ambos sexos son mezcla de rasgos masculinos y femeninos. Al menos la masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea. En la niña sobreviene pronto, tras los indicios de la envidia del pene, una intensa contracorriente opuesta al onanismo. Esta moción es manifiestamente un preanuncio de aquella oleada represiva q en la época de la pubertad eliminará una gran parte de la sexualidad masculina para dejar espacio al desarrollo de la feminidad. La libido de la niña se desliza, a lo largo de la ecuación simbólica pene ₌ hijo, a una nuevo posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer. Y si después esta ligazón-padre tiene q resignarse por malograda, puede atrincherarse en una identificación-padre con la cual la niña regresa al complejo de masculinidad y se fija eventualmente a él. En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de castración le preceden y lo preparan. Mientras q el complejo de Edipo para el varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. El complejo de castración produce inhibidores y limitadores de la masculinidad y promotores de la feminidad. Distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración. En el varón, sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas. Sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó. En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. Por eso este último escapa al destino q le está deparado en el varón. Puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica q es normal para la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el caso del varón. También la mayoría de los varones se quedan muy a la zaga del ideal masculino, y todos los individuos humanos, a consecuencia de su disposición bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos. Conferencia 33: la feminidad Aquello q constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido q la anatomía no puede aprehender. En la psicología, decimos q un ser humano, macho o hembra, se comporta en este punto masculina y en estotro femeninamente. Pero se hace por mera docilidad a la anatomía y a la convención. Ese distingo no es psicológico. Cuando se dice masculino, por regla general se piensa en activo, y en pasivo cuando se dice femenino. Pero estas asociaciones no tienen fundamento en la vida de los seres vivos. Existe un vínculo particularmente constante entre feminidad y vida pulsional. Su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone. Esto favorece q se plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es entonces, como se dice, auténticamente femenino. El psicoanálisis, por su particular naturaleza, no pretende describir q´ es la mujer, sino indagar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual. Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo libidinal. En la fase fálica se singulariza en el varón por el hecho de q sabe procurarse sensaciones placenteras de su pequeño pene, y conjuga el estado de excitación de este con sus representaciones de comercio sexual. Lo propio hace la niña con su clítoris. En la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora. Pero no está destinada a seguir siéndolo. Con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad y con ella su valor, y esta sería una de las dos tareas q el desarrollo de la mujer tiene q solucionar, mientras q el varón, con más suerte, no necesita sino continuar en la época de su madurez sexual lo q ya había ensayado durante su temprano florecimiento sexual. La segunda tarea q gravita sobre el desarrollo de la niña es el cambio de objeto. El primer objeto de amor del varón es la madre, quien lo sigue siendo también en la formación del complejo de Edipo y, en el fondo, durante toda la vida. También para la niña tiene q ser la madre el primer objeto. Ahora bien, en la situación edípica es el padre quien ha devenido objeto de amor para la niña, y esperamos q en un desarrollo de curso normal esta encuentre, desde el objeto-padre, el camino hacia la elección definitiva de objeto. Por lo tanto, con la alternancia de los períodos, la niña debe trocar zona erógena y objeto, mientras q el varón retiene ambos. En mujeres de intensa y duradera ligazón-padre comprobamos q había existido un estadio previo de ligazón-madre. Durante ese periodo el padre es sólo un fastidioso rival. Casi todo lo q más tarde hallamos en el vínculo con el padre preexistió en ella, y fue transferido de ahí al padre. No se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre preedípica. El extrañamiento respecto de la madre se produce bajo el signo de la hostilidad, la ligazón-madre acaba en odio. Las postergaciones, los desengaños de amor, los celos, la seducción con la prohibición subsiguiente, adquieren eficacia en el complejo de castración. La diferencia anatómica entre los sexos no puede menos q imprimirse en consecuencias psíquicas. La muchacha hace responsable a la madre por su falta de pene y no le perdona ese perjuicio. En el varón, el complejo de castración nace después q por la visión de unos genitales femeninos se enteró de q el miembro tan estimado por él no es complemento necesario del cuerpo. A partir de ese momento cae bajo el influjo de la angustia de castración. El complejo de castración de la niña se inicia, asimismo, con la visión de los genitales del otro sexo. Al punto nota la diferencia y su significación. Se siente gravemente perjudicada y entonces cae presa de la envidia del pene. El descubrimiento de su castración es un punto de viraje en el desarrollo de la niña. De ahí parten tres orientaciones del desarrollo: una lleva a la inhibición sexual o a la neurosis, la siguiente, a la alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y la tercera, en fin, a la feminidad normal. El contenido esencial de la primera es q la niña pequeña, q hasta ese momento había vivido como varón, debía procurarse placer por excitación de su clítoris y relacionaba este quehacer con sus deseos sexuales, con frecuencia activos, referidos a la madre, ve estropearse el goce de su sexualidad fálica por el influjo de la envidia del pene. Renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris, desestima su amor por la madre y entonces no es raro q reprima una buena parte de sus propias aspiraciones sexuales. Su amor se había dirigido a la madre fálica. Con el descubrimiento de q la madre es castrada se vuelve posible abandonarla como objeto de amor, de suerte q pasan a prevalecer los motivos de hostilidad q durante largo tiempo se habían ido reuniendo. Cuando la envidia del pene ha despertado un fuerte impulso contrario al onanismo clitorídeo y este, empero, no quiere ceder, se entabla una violenta lucha por liberarse. En esa lucha la niña asume ella misma, por así decir, el papel de la madre ahora destituida y expresa todo su descontento con el clítoris inferior en la repulsa a la satisfacción obtenida en él. Con el abandono de la masturbación clitorídea se renuncia a una porción de actividad. Ahora prevalece la pasividad, la vuelta hacia el padre se consuma predominantemente con ayuda de mociones pulsionales pasivas. El deseo con q la niña se vuelve hacia el padre es sin duda, originariamente, el deseo del pene q la madre le ha denegado y ahora espera del padre. Sin embargo, la situación femenina solo se establece cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo del hijo. La niña había deseado un hijo ya antes, en la fase fálica no perturbada. Ese era, sin duda alguna, el sentido de su juego con muñecas. Pero ese juego no era propiamente la expresión de su feminidad. Servía a la identificación-madre en el propósito de sustituir la pasividad por la actividad. Sólo con aquel punto de arribo del deseo del pene, el hijo-muñeca deviene un hijo del padre y, desde ese momento, la más intensa meta de deseo femenina. Es grande la dicha cuando ese deseo del hijo halla más tarde su cumplimiento en la realidad, y muy especialmente cuando el hijo es un varón, q trae consigo el pene anhelado. Así, el antiguo deseo masculino de poseer el pene sigue trasluciéndose a través de la feminidad consumada. Pero quizá debiéramos ver en este deseo del pene, más bien un deseo femenino por excelencia. Con la transferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación del complejo de Edipo. La madre deviene la rival q recibe del padre todo lo q la niña anhela de él. El complejo de Edipo en el varón, dentro del cual anhela a su madre y querría eliminar a su padre como rival, se desarrolla desde luego a partir de la fase de su sexualidad fálica. La amenaza de castración lo constriñe a resignar esta postura. Bajo la impresión del peligro de perder el pene, el complejo de Edipo es abandonado, reprimido, en el caso más normal radicalmente destruido, y se instaura como su heredero un severo superyó. Lo q acontece en la niña es casi lo contrario. El complejo de castración prepara al complejo de Edipo en vez de destruirlo. Por el influjo de la envidia del pene, la niña es expulsada de la ligazón-madre y desemboca en la situación edípica. Ausente la angustia de castración, falta el motivo principal q había esforzado al varón a superar el complejo de Edipo. La niña permanece dentro de él por un tiempo indefinido, solo después lo deconstruye y aun entonces lo hace de manera incompleta. En tales constelaciones tiene q sufrir menoscabo la formación del superyó, no puede alcanzar la fuerza y la independencia q le confieren su significatividad cultural. La segunda de las reacciones posibles tras el descubrimiento de la castración femenina es el desarrollo de un fuerte complejo de masculinidad. La niña se rehúsa a reconocer el hecho desagradable. Con una empecinada rebeldía carga todavía más las tintas sobre la masculinidad q tuvo hasta entonces, mantiene su quehacer clitorídeo y busca refugio en una identificación con la madre fálica o con el padre. Lo esencial del proceso es q en este lugar del desarrollo se evita la oleada de pasividad q inaugura el giro hacia la feminidad. Hemos llamado libido a la fuerza pulsional de la vida sexual. Existe solo una libido, q entre al servicio de la función sexual tanto masculina como femenina. No podemos atribuirle sexo alguno. Adjudicamos a la feminidad, pues, un alto grado de narcisismo, q influye también sobre su elección de objeto, de suerte q para la mujer la necesidad de ser amada es más intensa q la de amar. En la vanidad corporal de la mujer sigue participando el efecto de la envidia del pene. La vergüenza, considerada una cualidad femenina por excelencia, pero fruto de la convención en medida mucho mayor de lo q se creería, la atribuimos al propósito originario de ocultar el defecto de los genitales. La identificación-madre de la mujer permite discernir 2 estratos: el preedípico, q consiste en la ligazón tierna con la madre y la toma por arquetipo, y el posterior, derivado del complejo de Edipo, q quiere eliminar a la madre y sustituirla junto al padre. SEXTO MÓDULO: LA SEGUNDA TÓPICA – LAS RESISTENCIAS ESTRUCTURALES - LA 3º VERSIÓN DE LA TEORÍA DE LA ANGUSTIA Teóricos: Punto 16. Todo lo reprimido es inconsciente, aunque no todo lo inconsciente coincide con lo reprimido. La segunda tópica. Las resistencias estructurales. Prácticos: Punto VIII. Inconsciente: descriptivo, dinámico, estructural. La segunda tópica. Los factores que obstaculizan la cura. Seminarios: Punto X. La 3º versión de la teoría de la angustia TEÓRICOS El yo y el ello (1923) Núcleo temático La formulación de la segunda tópica. Una nueva ordenación metapsicológica que no supera ni invalida a la primera, destinada a explicar y abordar obstáculos que se presentan en el tratamiento analítico. Se trata de obstáculos que evidencian el accionar de resistencias que no provienen de lo reprimido y están asociados a una satisfacción pulsional que excede el marco del principio del placer. Desarrollo central: La introducción de un tercer inconciente, que no es latente en el sentido de lo Prcc y tampoco coincide con lo reprimido. Antecedentes: El más allá del principio del placer. La irrupción pulsional y no lo ligado al campo de las representaciones inconcientes. La compulsión de repetición. La resistencia de lo “inconciente”, su diferencia con la insistencia de lo reprimido. Un nuevo dualismo pulsional. La mudez de las pulsiones de muerte. Capítulo 1: conciencia e inconciente La diferenciación de lo psíquico en conciente e inconciente es la premisa básica del psicoanálisis. Este no puede situar en la conciencia la esencia de lo psíquico, sino q se ve obligado a considerar la conciencia como una cualidad de lo psíquico q puede añadirse a otras cualidades o faltar. “Ser conciente” es, en primer lugar, una expresión puramente descriptiva, q invoca a la percepción más inmediata y segura. En segundo lugar, la experiencia muestra q un elemento psíquico, por ejemplo una representación, no suele ser conciente de manera duradera. Lo característico, más bien, es q el estado de la conciencia pase con rapidez. Sólo puede ser conciente bajo ciertas condiciones q se producen con facilidad. Entretanto, ella era latente, susceptible de conciencia. Existen procesos anímicos o representaciones muy intensos q, como cualesquiera otras representaciones, pueden tener plenas consecuencias para la vida anímica, solo q ellos mismos no devienen concientes. Llamamos represión (esfuerzo de desalojo) al estado en q ellas se encontraban antes de q se las hiciera concientes, y en el curso del trabajo psicoanalítico sentimos como resistencia la fuerza q produjo y mantuvo a la represión. Por lo tanto, es de la doctrina de la represión de donde extraemos nuestro concepto de lo inconciente. Lo reprimido es para nosotros el modelo de lo inconciente. Tenemos 2 clases de inconciente: lo latente, susceptible de conciencia, y lo reprimido, insusceptible de conciencia. Llamamos preconciente a lo latente, q es inconciente solo descriptivamente, e inconciente a lo reprimido inconciente dinámicamente. Estos distingos no bastan, son insuficientes en la práctica. Nos hemos formado la representación de una organización coherente de los procesos anímicos en una persona, y la llamamos su yo. De este yo depende la conciencia, y también parten las representaciones. En el análisis, eso hecho a un lado por la represión se contrapone al yo, y se plantea la tarea de cancelar las resistencias q el yo exterioriza a ocuparse de lo reprimido. En el análisis, el enfermo experimenta dificultades cuando le planteamos ciertas tareas, sus asociaciones fallan cuando debieran aproximarse a lo reprimido. En tal caso decimos q se encuentra bajo el imperio de una resistencia. Esa resistencia seguramente parte de su yo y es resorte de este. Hemos hallado en el yo mismo algo q es también inconciente, q se comporta exactamente como lo reprimido, exterioriza efectos intensos sin devenir a su vez conciente. Sustituimos la oposición conciente-inconciente por la oposición entre el yo coherente y lo reprimido escindido de él. Lo inconciente no coincide con lo reprimido. Sigue siendo correcto q todo lo reprimido es inconciente, pero no todo inconciente es reprimido. También una parte del yo puede ser inconciente, y no es latente en el sentido de lo preconciente. Capítulo 2: el yo y el ello. ¿Qué quiere decir “hacer conciente algo”? ¿Cómo puede ocurrir? La conciencia es la superficie del aparato anímico, la hemos adscrito a un sistema q espacialmente es el primero contando desde el mundo exterior. Son concientes todas las percepciones q nos vienen de afuera (percepciones sensoriales), y, de adentro, lo q llamamos sensaciones y sentimientos. Ahora bien, los procesos de pensamiento, ¿advienen a la superficie q hace nacer la conciencia, o es la conciencia la q va hacia ellos? Ambas posibilidades son inimaginables por igual, una tercera tendría q ser la correcta. La diferencia efectiva entre una representación (un pensamiento) inconciente y una preconciente consiste en q la primera se consuma en algún material q permanece no conocido, mientras q en el caso de la segunda (la prcc) se añade la conexión con representaciones-palabra. Por tanto, la pregunta “¿Cómo algo deviene conciente?” se formularía más adecuadamente “¿Cómo algo deviene preconciente?”. Y la respuesta sería: “por conexión con las correspondientes representaciones-palabra”, las cuales son restos mnémicos, q una vez fueron percepciones y, como todos los restos mnémicos, pueden devenir de nuevo concientes. Es decir, sólo puede devenir conciente lo q ya una vez fue percepción cc. Lo q desde adentro quiere devenir conciente tiene q intentar trasponerse en percepciones exteriores. Los restos de palabra provienen de percepciones acústicas. La palabra es entonces el resto mnémico de la palabra oída. El modo en q podemos hacer (pre)conciente algo reprimido (esforzado al desalojo) es restableciendo, mediante el trabajo analítico, aquellos eslabones intermedios pcc. La percepción interna proporciona sensaciones de procesos q vienen de los estratos más diversos, y de los más profundos, del aparato anímico. Son más originarios, más elementales q los provenientes de afuera, y pueden salir a la luz aun en estados de conciencia turbada. Estas sensaciones son multiloculares (de lugar múltiple), como las percepciones externas. Pueden venir simultáneamente de diversos lugares y, por eso, tener cualidades diferentes y hasta contrapuestas. Papel de las representaciones-palabra: por su mediación, los procesos internos de pensamiento son convertidos en percepciones. A raíz de una sobreinvestidura del pensar, los pensamientos devienen percibidos real y afectivamente (como de afuera), y por eso se los tiene por verdaderos. Llamamos “Yo” a la esencia q parte del sistema P (perceptivo) y q es primero prcc; y “Ello”, en cambio, a lo otro psíquico en q aquel se continúa y q se comporta como icc. Un in-dividuo es ahora para nosotros un ello psíquico, no conocido e inconciente, sobre el cual, como una superficie, se asienta el yo, desarrollado desde el sistema p como si fuera su núcleo. El yo no envuelve al ello por completo, sino sólo en la extensión en q el sistema P forma su superficie (la superficie del yo). Pero tampoco el yo está separado tajantemente del ello: confluye hacia abajo y con el ello. También lo reprimido confluye en el ello, no es más q una parte de él. El yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de P-cc: es una continuación de la diferenciación de superficies. Importancia funcional del yo: normalmente le es asignado el gobierno sobre los accesos a la motilidad. El yo suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia. Es, sobre todo, una esencia-cuerpo, no es solo una esencia-superficie sino, él mismo, la proyección de una superficie. Capítulo 3: el yo y el superyó El yo es la parte del ello modificada por el influjo del sistema percepción, el subrogado del mundo exterior real en lo anímico. Y se agrega algo más. Suponemos la existencia de un grado (estadio) en el interior del yo, una diferenciación dentro de él, q ha de llamarse ideal del yo o superyó. El carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de estas elecciones de objeto. La transposición de libido de objeto en libido narcisista conlleva, manifiestamente, una resignación de las metas sexuales, una desexualización y, por tanto, una suerte de sublimación. La resistencia del carácter frente a los influjos de investiduras de objeto resignadas, los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a la edad más temprana, serán universales y duraderos. Esto nos reconduce a la génesis del ideal del yo, pues tras este se esconde la identificación primera, y de mayor valencia, del individuo: la identificación con el padre de la prehistoria personal. A primera vista, no parece el resultado ni el desenlace de una investidura de objeto: es una identificación directa e inmediata y más temprana q cualquier investidura de objeto. Empero, las elecciones de objeto q corresponden a los primeros períodos sexuales y atañen a padre y madre parecen tener su desenlace, si el ciclo es normal, en una identificación de esa clase, reforzando de ese modo la identificación primaria. Con la demolición del complejo de Edipo tiene q ser resignada la investidura de objeto de la madre. Puede tener 2 diversos remplazos: o bien una identificación con la madre, o un refuerzo con la identificación-padre. El superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino q tiene también la significatividad de una enérgica formación reactiva frente a ellas; comprende también la prohibición. El superyó es el resultado de 2 factores biológicos de suma importancia: el desvalimiento y la dependencia del ser humano durante su prolongada infancia, y el hecho de su complejo de Edipo, q hemos reconducido a la interrupción del desarrollo libidinal por el período de latencia y, por tanto, a la acometida en dos tiempos de la vida sexual. El ideal del yo es, por lo tanto, la herencia del complejo de Edipo y, así, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello. Mediante su institución, el yo se apodera del complejo de Edipo y simultáneamente se somete, él mismo, al ello. Mientras q el yo es esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó se le enfrenta como abogado del mundo interior, del ello. Los conflictos entre el yo y el ideal espejarán la oposición entre lo real y lo psíquico, el mundo exterior y el mundo interior. Capítulo 4: las dos clases de pulsiones Una, de las dos variedades de pulsiones, son las pulsiones sexuales, o Eros. No solo comprende la pulsión sexual no inhibida, genuina, y las mociones pulsionales sublimadas y de meta inhibida, derivadas de aquella, sino también la pulsión de autoconservación, q no es forzoso atribuir al yo y q al comienzo del trabajo analítico habíamos contrapuesto, con buenas razones, a las pulsiones sexuales de objeto. La segunda clase de pulsiones corresponde a la pulsión de muerte, encargada de reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte, mientras q el Eros persigue la meta de complicar la vida mediante la reunión, la síntesis, de la sustancia viva dispersada en partículas, y esto, desde luego, para conservarla. Ambas pulsiones se comportan de una manera conservadora, pues aspiran a restablecer un estado perturbado por la génesis de la vida. Estas pulsiones se conectan entre sí, se entremezclan, se ligan. Se nos impone también la posibilidad de una desmezcla de ellas. La esencia de una regresión libidinal estriba en una desmezcla de pulsiones. Capítulo 5: los vasallajes del yo El superyó es la identificación inicial, ocurrida cuando el yo era todavía endeble, y es el heredero del complejo de Edipo, por tanto, introdujo en el yo los objetos más grandiosos. Es el monumento recordatorio de la endeblez y dependencia en q el yo se encontró en el pasado. Así como el niño estaba compelido a obedecer a sus progenitores, de la misma manera el yo se somete al imperativo categórico del superyó. Hay personas q reaccionan de manera trastornada frente a los progresos de la cura. Toda solución parcial, cuya consecuencia debiera ser una mejoría o una suspensión temporal de los síntomas les provoca un refuerzo momentáneo de su padecer. Empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar. Presentan la llamada reacción terapéutica negativa. No hay duda de q algo se opone en ellas a la curación. Y este obstáculo para el restablecimiento demuestra ser el más poderoso. Más q los otros con q ya estamos familiarizados: la inaccesibilidad narcisista, la actitud negativa frente al médico, y el aferramiento a la ganancia de la enfermedad. Se llega a la intelección de q se trata de un factor por así decir moral, de un sentimiento de culpa q halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. El sentimiento de culpa normal, conciente, no ofrece dificultades a la interpretación, descansa en la tensión entre el yo y el ideal del yo, es la expresión de una condena del yo por su instancia crítica. El superyó muestra una particular severidad, y se abate sobre el yo con una furia cruel. El yo histérico se defiende de la percepción penosa con q lo amenaza la crítica de su superyó de la misma manera como se defendería de una investidura de objeto insoportable: mediante un acto de represión. Se debe al yo, entonces, q el sentimiento de culpa permanezca inconciente. El yo suele emprender las represiones al servicio y por encargo de su superyó. Pero he ahí un caso en q se vale de esa misma arma contra su severo amo. El ello es totalmente amoral, el yo se empeña por ser moral, el superyó puede ser hipermoral, y entonces, volverse tan cruel como únicamente puede serlo el ello. Hay dos caminos por los cuales el contenido del ello puede penetrar en el yo: uno es el directo, el otro pasa a través del ideal del yo. El yo se desarrolla desde la percepción de las pulsiones hacia su gobierno sobre estas, desde la obediencia a las pulsiones hacia su inhibición. En esta operación participa intensamente el ideal del yo, siendo, como lo es en parte, una formación reactiva contra los procesos pulsionales del ello. El psicoanálisis es un instrumento destinado a posibilitar al yo la conquista progresiva del ello. Pero por otra parte vemos a este mismo yo como una pobre cosa sometida a tres servidumbres y q, en consecuencia, sufre las amenazas de 3 clases de peligros: de parte del mundo exterior, de la libido del ello y de la seriedad del superyó. Tres variedades de angustia corresponden a estos 3 peligros, pues la angustia es la expresión de una retirada frente al peligro. La angustia de muerte se juega entre el yo y el superyó. Tenemos noticia de su emergencia bajo 2 condiciones: como reacción frente a un peligro exterior y como proceso interno por ejemplo en la melancolía. La angustia de muerte puede ser concebida, lo mismo q la angustia de la conciencia moral, como un procesamiento de la angustia de castración. Eros y pulsión de muerte luchan en el ello. Articulaciones: Diferencias con la primera ordenación metapsicológica, destinada a explicar la eficacia del tratamiento analítico en el abordaje de los síntomas neuróticos y su relación con el deseo inconciente. El campo del deseo y su relación con el principio del placer. Nota sobre el sentido del término inconciente. La transferencia como obstáculo. La compulsión de repetición y lo no ligado al campo de las representaciones reprimidas. El problema económico del masoquismo (1924) Núcleo temático: Se postula la existencia de un masoquismo erógeno primario, previo al sadismo. La necesidad de castigo y la ganancia en la enfermedad encuentran en él su fundamento. Desarrollo central: La existencia de una aspiración masoquista en la vida pulsional de los seres humanos. El displacer y el dolor pueden convertirse en una meta. Nociones principales - Tres tipos de masoquismo: el masoquismo erógeno primario como fundamento del masoquismo femenino y el masoquismo moral. - La mezcla y desmezcla pulsional: un resto de la pulsión de muerte pervive en el interior. - El masoquismo erógeno: testimonio y resto de la fase de formación en que se produjo la ligazón entre Eros y la pulsión de muerte. La trasposición al exterior de la pulsión de muerte. Un resto permanece como residuo constituyendo el genuino masoquismo erógeno. - El masoquismo femenino: fantasías que ponen a la persona en una situación característica de la feminidad y conllevan una satisfacción sexual. - El masoquismo moral: la búsqueda del padecer, alejado de su vínculo con la sexualidad. - La necesidad de castigo y la ganancia en la enfermedad. - La relación entre el padecer de las neurosis y la tendencia masoquista. Articuladores: La satisfacción pulsional. Los estímulos no ligados. La pulsión de muerte. El desamparo y el desvalimiento psíquico. Inhibición, síntoma y angustia (1926) Addenda. Punto a: resistencia y contrainvestidura. Núcleo temático: Una nueva sistematización de las resistencias a partir de las conceptualizaciones que se derivan de la formulación de la segunda tópica. Desarrollo central: Durante el tratamiento analítico surgen resistencias que provienen de distintos lados, el campo de las resistencias no se agota en las resistencias provenientes del yo. La represión no consiste en un proceso q se cumpla de una vez, sino q reclama un gasto permanente. La naturaleza continuada de la pulsión exige al yo asegurar su acción defensa mediante un gasto permanente. Esta acción en resguardo de la represión es lo q en el empeño terapéutico registramos como resistencia. Y esta última presupone lo q he designado como contrainvestidura. El yo sigue hallando dificultades para deshacer las represiones aun después q se formó el designio de resignar sus resistencias, y llamamos reelaboración a la fase de trabajoso empeño q sigue a ese loable designio. Tras cancelar la resistencia yoica, es preciso superar todavía el poder de la compulsión de repetición, la atracción de los arquetipos inconcientes sobre el proceso pulsional reprimido. Hay un resto no ligable designado como resistencia del ello. Debemos librar combate contra 5 clases de resistencias q provienen de tres lados: del yo, del ello y del superyó, demostrando ser el yo la fuente de tres formas de ella, diversas por su dinámica. La primera de estas 3 resistencias yoicas es la resistencia de represión. De ella se separa la resistencia de transferencia q en el análisis crea fenómenos diversos y mucho más nítidos, pues consigue establecer un vínculo con la situación analítica o con la persona del analista y, así, reanimar como si fuera fresca una represión q meramente debía ser recordada. Es también una resistencia yoica, pero de muy diversa naturaleza, la q parte de la ganancia de la enfermedad y se basa en la integración del síntoma del yo. Corresponde a la renuencia a renunciar a una satisfacción o a un aligeramiento. La resistencia del ello es responsable de la necesidad de reelaboración. Y la resistencia del superyó es la más oscura, parece brotar de la conciencia de culpa o necesidad de castigo. Se opone a todo éxito y, por tanto, también a la curación mediante el análisis. Articuladores: La formulación de la segunda tópica. Los desarrollos relativos a la contrainvestidura (cap. V de “Lo inconciente”). La represión como gasto permanente. La escisión del yo. La severidad del superyó. PRÁCTICOS PUNTO VIII: Inconsciente: descriptivo, dinámico, estructural El yo y el ello (1923) Antecedentes: La primera tópica le plantea a Freud dificultades porque la oposición conciente-inconsciente no alcanza a dar cuenta de las vicisitudes del conflicto psíquico reordenado a partir de la oposición pulsión de vida-pulsión de muerte. En este artículo presenta su segunda tópica: yo-ello-superyó, que le posibilita inscribir en el aparato la pulsión de muerte, lo cual no era posible con la conceptualización del inconsciente dinámico y el consiguiente retorno de las representaciones reprimidas. Idea central: Freud plantea que diferenciar “conciencia e inconsciente es la premisa básica del psicoanálisis”. Retoma, para responder cómo deviene conciente una representación inconsciente, la diferenciación entre el uso del término inconsciente en sentido descriptivo (cualidad) y en sentido dinámico (función) para llegar en el primer capítulo de este trabajo, a estatuir un 3er inconsciente, no reprimido (estructural). Despliega, en el capítulo II, sus hipótesis anteriores, fundamentalmente de “Lo inconsciente”, sobre el interjuego de las representaciones (representación cosa-representación palabra). Ubica al yo en su conexión con las representaciones para luego interrogar el aspecto económico. Planteando sus alcances y límites para responder a la exigencia de algo otro cuantitativo-cualitativo que dará lugar al ello. Desarrollos introductorios ¾ La distinción entre Cc- Prcc- Icc no basta para explicar diferentes situaciones a la que nos enfrenta la práctica del psicoanálisis. ¾ La diferencia efectiva entre una representación (un pensamiento) icc y una prcc. La conexión con las representaciones-palabra. ¾ Lo visto y lo oído: los restos de palabra provienen, en lo esencial, de percepciones acústicas y visuales ¾ La serie placer - displacer. Un otro cuantitativo - cualitativo. ¾ Las sensaciones y sentimientos sólo devienen concientes de manera directa al alcanzar el sistema P. La sensaciones, aun cuando se liguen a representaciones – palabra, no deben a ellas su devenir conciente. ¾ El problema del dolor. El carácter esforzante de las sensaciones displacenteras, la tendencia a la descarga (articular con cap. IV de “Más allá...”). ¾ La autocrítica y la conciencia moral pueden ser inconcientes y, como tales, exteriorizar efectos importantes (ver final del capítulo 2). Antecedentes: Las representaciones - palabra y la representación - cosa. El destino diverso del monto de afecto. Ejes Principales A) El Yo Idea Central: Ejerce la función de síntesis, aunque ésta fracasa. Tiene reservada la tarea de ligar, propia del campo de las representaciones y de la pulsión de vida. Nociones principales: - Es una parte del ello alterada por la influencia del mundo exterior. - Se nutre del ello. Suele trasponer en acción su voluntad como si fuese la propia. - Es la proyección de una superficie (no es el sistema P). El cuerpo propio y sobre todo su superficie ejercen una acción eficaz sobre la génesis del yo y su separación del ello. - No es sólo esencia-superficie sino “esencia-cuerpo” (dolor). - El yo no está separado del ello. Hunde sus raíces en él e intenta dominarlo. - Está sometido a tres vasallajes: mundo exterior, ello y superyó. - Es el genuino almácigo de la angustia, que es siempre un procesamiento de la angustia de castración. - El fracaso de la función de síntesis del yo. Algo escapa a la síntesis del yo: el ello. La alteración del yo como núcleo de la enfermedad. El narcisismo del yo es un narcisismo secundario. El yo como “ficción ideal” (ver pág. 237 de “Análisis terminable e interminable”). El núcleo inconciente del yo. Antecedentes: El yo definido en Estudios sobre la histeria como masa homogénea de representaciones, pero escindido por una representación o grupo de representaciones. El yo del narcisismo, como imagen unificada. En la segunda tópica se trata de un yo escindido por un elemento heterogéneo a las representaciones. B) El Ello Lo “otro psíquico” en que el yo se continúa y que se comporta como inconciente. El núcleo inconciente del yo. El reservorio de la libido. La mudez de las pulsiones de muerte vs. el “alboroto” de Eros (articular con el más allá del principio del placer, la pulsión de muerte, la energía no ligada, el fracaso de la ligadura y la angustia traumática). Nociones principales: - “Amoral”. - Sede de las pulsiones. - El otro cuantitativo – cualitativo al que la función de síntesis del yo no alcanza a ligar. -Si bien afirma que “lo reprimido confluye con el ello y es una parte de él”, la inclusión de las resistencias de represión dentro del conjunto de las resistencias yoicas (Addenda de Inhibición, síntoma y angustia) permite destacar del ello que en él se despliegan los procesos no ligados. Idea Central: Lo inconsciente no coincide con lo reprimido. Todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo inconsciente es reprimido. Sede de las pulsiones, campo de lo no ligado. Antecedentes: La fuente independiente de desprendimiento de displacer de la vida sexual del “Manuscrito K”, el monto de afecto que da lugar a la compulsión, el resto autoerótico que no es cedido a los objetos, los estímulos internos traumáticos, el núcleo del yo, la pulsión de muerte. C) El Superyó Idea Central: Se localiza “por encima” del Yo. Puede ser protector o cruel. Es portador de ambas pulsiones. Nociones principales: Una instancia particular dentro del yo. Sus dos dimensiones: - Es producto de una identificación inicial. Monumento recordatorio de la endeblez y dependencia inicial del yo. - Es el heredero del complejo de Edipo, por tanto introdujo en el yo los elementos más grandiosos. - Como el niño a las figuras parentales el yo se somete al imperativo categórico de su superyó (exigencia de satisfacción pulsional por ser heredero del ello y también su prohibición). Puede ser hipermoral y volverse cruel (paradoja del superyó). - La reacción terapéutica negativa: la cura es vivida como un peligro. Responde al sentimiento inconciente de culpa (mudo) que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. - Responsable del sentimiento inconciente de culpa. - Debe su crueldad a la desmezcla de pulsiones, consecuencia de la identificación con el arquetipo paterno que lo engendra. - Su conducta decide la gravedad de la neurosis. Desciende de las primeras investiduras de objeto del ello y mantiene una duradera afinidad con él. La relación con “lo oído”. El estatuto particular del superyó: se trata de representaciones-palabra cuya energía de investidura proviene del ello. La paradoja del superyó: a mayor renuncia mayor severidad. La diferencia entre la legalidad que introduce la prohibición y la insensatez de los mandatos. Antecedentes: Los diques pulsionales: asco, vergüenza y moral. Los sueños punitorios. La identificación primaria como ordenadora. La formación del Ideal del Yo a partir de la influencia crítica de los padres. La conciencia moral. D) Mezcla y desmezcla pulsional: Antecedentes: El empuje (drang) de la pulsión en el texto Pulsiones y destinos de pulsión. La noción de pulsión de muerte de Más allá del principio del placer. Idea Central: Las pulsiones (de vida y muerte) se presentan entrelazadas. Su desmezcla libera pulsión de muerte. Nociones principales: - Las pulsiones de muerte: mudas. Las pulsiones de vida: el “alboroto”. - Eros desvía hacia afuera las pulsiones de destrucción. Si es segregado, las pulsiones de muerte pueden llevar a cabo sus propósitos. De manera regular las pulsiones se presentan, respecto de la mezcla pulsional, entrelazadas en proporciones variables. Referente: el sadismo. Diferencias entre la neurosis obsesiva y la melancolía. Las relaciones entre las diferentes instancias: son múltiples y no lineales Articulaciones: El texto retoma planteos del capítulo VII de “La interpretación de los sueños”, “Notas sobre el concepto de inconsciente”, “Lo inconsciente” y “Más allá del principio de placer”. Es necesario también articularlo con la “Conferencia 32º” y “El problema económico del masoquismo”, donde aclara conceptos poco desarrollados aquí. El problema económico del masoquismo (1924) Nociones principales: Reacción terapéutica negativa en el tratamiento analítico. El padecer que la neurosis conlleva la vuelve valiosa para la tendencia masoquista y testimonio de la tensión entre el yo y el superyó. Satisfacción en el padecimiento. La ganancia primaria, la necesidad de castigo como resistencia del superyó. Masoquismo moral. La tercera forma de masoquismo, el masoquismo moral, es notable sobre todo por haber aflojado su vínculo con lo q conocemos como sexualidad. En general, todo padecer masoquista tiene por condición la de partir de la persona amada y ser tolerado por orden de ella. Esta restricción desaparece en el masoquismo moral. El padecer como tal es lo q importa. La satisfacción del sentimiento inconciente de culpa es quizás el rubro más fuerte de la ganancia de la enfermedad (compuesta en general por varios de ellos), y el q más contribuye a la resultante de fuerzas q se revuelve contra la curación y no quiere resignar la condición de enfermo. El padecer q la neurosis conlleva es justamente lo q la vuelve valiosa para la tendencia masoquista. Renunciamos a la denominación incorrecta “sentimiento inconciente de culpa” y en su lugar hablamos de “necesidad de castigo”. Hemos atribuido al superyó la función de la conciencia moral, y reconocido en el sentimiento de culpa la expresión de una tensión entre el yo y el superyó. El yo reacciona con sentimientos de culpa (angustia de la conciencia moral) ante la percepción de q no está a la altura de los reclamos q le dirige su ideal, su superyó. Articulaciones: Más allá del principio de placer: dualismo pulsional, addenda de Inhibición, síntoma y angustia: resistencias estructurales, Pegan a un niño: fantasías masoquistas, masoquismo femenino. Inhibición, síntoma y angustia (1926) Capítulo V: Antecedentes: Las neuropsicosis de defensa: la formación de síntomas en la histeria, las fobias y la neurosis obsesiva. Manuscrito K: La fórmula canónica como primera conceptualización del desarrollo de una neurosis; La represión como segunda conceptualización. Idea central: Tercer ordenamiento sobre el desarrollo de una neurosis: el complejo de castración como motor de la defensa que recae sobre las aspiraciones edípicas. Nociones principales: -La formación de síntoma en la histeria y en la neurosis obsesiva. -La represión es un mecanismo de defensa. -La defensa se pone en marcha contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo y tiene como motor al complejo de castración. Histeria de conversión: sus síntomas más graves se encuentran sin contaminación de angustia. Ya este hecho debería alertarnos para no atar con demasiada firmeza los vínculos entre angustia y formación de síntoma. Los síntomas de la neurosis obsesiva son en general de 2 clases, y de contrapuesta tendencia. O bien son prohibiciones, medidas precautorias, penitencias, vale decir de naturaleza negativa, o por el contrario son satisfacciones sustitutivas, hartas veces con disfraz simbólico. Cuando la enfermedad se prolonga, prevalecen las satisfacciones, q burlan toda defensa. De los síntomas obsesivos se obtienen dos impresiones: se trata de una lucha continuada contra lo reprimido, y el yo y el superyó participan muy considerablemente en la formación de síntoma. La situación inicial de la neurosis obsesiva es la necesaria defensa contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo (al igual q la de la histeria). La organización genital de la libido demuestra ser endeble y muy poco resistente. Cuando el yo da comienzo a sus intentos defensivos, el primer éxito q se propone como meta es rechazar en todo o en parte la organización genital (de la fase fálica) hacia el estadio anterior, sádico-anal. El forzamiento de la regresión significa el primer éxito del yo en la lucha defensiva contra la exigencia de la libido. La represión es sólo uno de los mecanismos de los q se vale la defensa. El complejo de castración es el motor de la defensa, y la defensa recae sobre las aspiraciones del complejo de Edipo. El comienzo del período de latencia se caracteriza por el sepultamiento del complejo de Edipo, la creación o consolidación del superyó y la erección de las barreras éticas y estéticas en el interior del yo. En la neurosis obsesiva, estos procesos rebasan la medida normal. A la destrucción del complejo de Edipo se agrega la degradación regresiva de la libido, el superyó se vuelve particularmente severo y desamorado, el yo desarrolla, en obediencia al superyó, elevadas formaciones reactivas de la conciencia moral, la compasión, la limpieza. Podemos admitir, como un nuevo mecanismo de defensa, junto a la regresión y a la represión, las formaciones reactivas q se producen dentro del yo del neurótico obsesivo, y q discernimos como exageraciones de la formación normal del carácter. En una ojeada retrospectiva obtenemos así una conjetura acerca de lo q caracteriza al proceso defensivo de la histeria. Parece q se limita a la represión. El yo se extraña de la moción pulsional desagradable, la deja librada a su decurso dentro de lo inconciente y no participa en sus ulteriores destinos. El síntoma histérico significa al mismo tiempo el cumplimiento de un reclamo punitorio del superyó. La pubertad introduce un corte tajante en el desarrollo de la neurosis obsesiva. La organización genital, interrumpida en la infancia, se reinstala con gran fuerza. Empero, sabemos q el desarrollo sexual de la infancia prescribe la orientación también al recomienzo de los años de pubertad. Por tanto, por una parte vuelven a despertar las mociones agresivas iniciales, y por la otra, un sector más o menos grande de las nuevas mociones libidinosas se ve precisado a marchar por las vías q prefiguró la regresión, y a emerger en condición de propósitos agresivos y destructivos. A consecuencia de este disfraz de las aspiraciones eróticas y de las intensas formaciones reactivas producidas dentro del yo, la lucha contra la sexualidad continúa en lo sucesivo bajo banderas éticas. El yo se revuelve, asombrado, contra invitaciones crueles y violentas q le son enviadas desde el ello a la conciencia, y ni sospecha q en verdad está luchando contra unos deseos eróticos, algunos de los cuales se habrían sustraído en otro caso de su veto. El superyó hipersevero se afirma con energía tanto mayor en la sofocación de la sexualidad cuanto q ella ha adoptado unas formas tan repelentes. Así, en la neurosis obsesiva el conflicto se refuerza en 2 direcciones: lo q defiende ha devenido más intolerante, y aquello de lo cual se defiende, más insoportable. Y ambas cosas por influjo de un factor: la regresión libidinal. Lo q ha irrumpido hasta la conciencia es, por regla general, sólo un sustituto desfigurado de una imprecisión onírica y nebulosa o vuelto irreconocible mediante un absurdo disfraz. La tendencia general de la formación de síntoma en el caso de la neurosis obsesiva consiste en procurar cada vez mayor espacio para la satisfacción sustitutiva a expensas de la denegación. Capítulo XI: Addenda. Punto A: a. Resistencia y contrainvestidura. Antecedentes: Psicoterapia de la histeria: el conflicto psíquico y las resistencias. Resistencia de asociación. Resistencia radial. La resistencia de transferencia. Idea central: Las resistencias estructurales: del ello y del superyó. Nociones principales: -Para mantener la represión la pulsión exige un gasto permanente: la contrainvestidura que se nos muestra como resistencia. -Tras cancelar las resistencias yoicas hay un resto no ligable designado como resistencia del ello. -Las cinco clases de resistencias: tres yoicas (de represión, de transferencia y la ganancia de la enfermedad), una del ello y una del superyó. La escisión del yo en el proceso defensivo (1938) Antecedentes: Freud retoma el problema de la desmentida y de la escisión del yo. La desmentida es un mecanismo psíquico en el que Freud repara tempranamente tanto en las Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa como en los artículos sobre la organización genital infantil y el complejo de Edipo. Nociones principales: - La relación entre la exigencia pulsional y el peligro real. - Función sintética del yo - Una forma de rechazar y una prohibición y reconocer el peligro a un precio alto: la desgarradura del yo. El yo del niño se encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional q está habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una vivencia q le enseña q proseguir con esa satisfacción le traería por resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Y entonces debe decidirse: reconocer el peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva, infiltrarse la creencia de q no hay razón alguna para tener miedo, a fin de perseverar así en la satisfacción. Es, por tanto, un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva. El niño no hace ninguna de esas 2 cosas, o mejor dicho, las hace a las 2 simultáneamente, lo q equivale a lo mismo. Responde al conflicto con 2 reacciones contrapuestas, ambas válidas y eficaces. Por un lado rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja prohibir nada. Por el otro, reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como un síntoma a padecer y luego busca defenderse de él. Ambas partes en disputa han recibido lo suyo: la pulsión tiene permitido retener la satisfacción, a la realidad objetiva se le ha tributado el debido respeto. Pero el resultado se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo q nunca se reparará, sino q se hará más grande con el tiempo. Las 2 reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de la escisión del yo. La consecuencia ordinaria, considerada la normal, del terror de castración es q el muchacho ceda a la amenaza con una obediencia total o al menos parcial, q renuncie en todo o en parte a satisfacer la pulsión. Sin embargo, se creó un sustituto del pene echado de menos en la mujer, un fetiche. Con ello había desmentido, es cierto, la realidad objetiva, pero había salvado su propio pene. Si no estaba obligado a reconocer q la mujer había perdido su pene, perdía credibilidad la amenaza q le impartieron. Ya no necesitaba temer más por su pene, y podía continuar, imperturbable, su masturbación. Este acto es un extrañamiento respecto de la realidad. Solo ha emprendido un desplazamiento de valor, ha transferido el significado del pene a otra parte del cuerpo, para lo cual vino en su auxilio el mecanismo de la regresión. Este tratamiento de la realidad objetiva decide sobre el comportamiento práctico del varón. Sigue cultivando su masturbación como si ello no pudiera traer ningún peligro a su pene, pero al mismo tiempo desarrolla, en plena contradicción con su aparente valentía o despreocupación, un síntoma q prueba q ha reconocido, sin embargo, aquel peligro. De manera simultánea a la creación del fetiche, aflora en él una intensa angustia ante el castigo del padre, q, con ayuda de la regresión a una fase oral, aparece como angustia de ser devorado por el padre. Articulaciones: El yo y el ello (cap. V), Inhibición síntoma y angustia, Análisis terminable e interminable. Análisis terminable e interminable (1937) Antecedentes y aspectos generales: Con la introducción del segundo dualismo pulsional (pulsión de vida – pulsión de muerte) y la segunda tópica (yo, ello y superyó) la pregunta freudiana deja de estar centrada en cómo funciona el método analítico para orientarse a los obstáculos que la práctica analítica encuentra. La respuesta y el ordenamiento planteados en “Inhibición, síntoma y angustia” (resistencias del yo, del ello y del superyó) no cierran el problema dando lugar a nuevos interrogantes. El influjo de los traumas, la intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración del yo, por un lado y, la roca viva de la castración, por otro, son las vías que para intentar cernir los obstáculos en la cura explora Freud en este artículo. Capítulo II: En general es posible llevar un análisis a un término natural. El análisis ha terminado cuando analista y paciente ya no se encuentran en la sesión de trabajo analítico. Y esto ocurrirá cuando estén aproximadamente cumplidas dos condiciones: la primera, q el paciente ya no padezca a causa de sus síntomas y haya superado sus angustias así como sus inhibiciones, y la segunda, q el analista juzgue haber hecho conciente en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de lo incomprensible, eliminado tanto de la resistencia interior, q ya no quepa temer q se repitan los procesos patológicos en cuestión. El otro significado de término de un análisis inquiere si se ha promovido el influjo sobre el paciente hasta un punto en q la continuación del análisis no prometería ninguna ulterior alteración. La etiología de todas las perturbaciones neuróticas es mixta. O se trata de pulsiones hipertensas, esto es, refractarias a su domeñamiento por el yo, o el efecto de unos traumas tempranos, prematuros, de los q un yo inmaduro no pudo enseñorearse. Factores constitucional y accidental. Solo en el caso con predominio traumático conseguirá el análisis aquello de q es magistralmente capaz: merced al fortalecimiento del yo, sustituir la decisión deficiente q viene de la edad temprana por una tramitación correcta. Solo en un caso así se puede hablar de un análisis terminado definitivamente. La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo, adquirida en la lucha defensiva, en el sentido de un desquicio y una limitación, son los factores desfavorables para el efecto del análisis y capaces de prolongar su duración hasta lo inconcluible. Capítulo III: Destaca la existencia de tres factores para las posibilidades de la terapia analítica: influjo de traumas, intensidad constitucional de las pulsiones, alteración del yo. Interroga el segundo: ¿es posible tramitar de manera duradera y definitiva, mediante la terapia analítica, un conflicto de la pulsión con el yo o una demanda pulsional patógena dirigida al yo? Tramitación duradera de una exigencia pulsional significa q en términos aproximados se puede designar como el domeñamiento de la pulsión: la pulsión es admitida en su totalidad dentro de la armonía del yo, es asequible a toda clase de influjos por las otras aspiraciones q hay en el interior del yo, y ya no sigue más su camino propio hacia la satisfacción. ¿Es posible tramitar de manera duradera y definitiva cierto conflicto pulsional, o sea, domeñar de esa manera la exigencia pulsional? En este planteo del problema, la intensidad pulsional ni se menciona, pero justamente de ella depende el desenlace. Toda decisión de un conflicto pulsional vale sólo para una determinada intensidad de la pulsión. Mejor dicho, solo es válida dentro de una determinada relación entre robustez de la pulsión y robustez del yo. Si esta última se relaja, todas las pulsiones domeñadas con éxito hasta entonces volverán a presentar de nuevo sus títulos y pueden aspirar a sus satisfacciones sustitutivas por caminos anormales. Por 2 veces en el curso del desarrollo individual emergen refuerzos considerables de ciertas pulsiones: durante la pubertad y, en la mujer, cerca de la menopausia. En nada nos sorprende q personas q antes no eran neuróticas devengan tales hacia esas épocas. El domeñamiento de las pulsiones, q habían logrado cuando estas eran de menor intensidad, fracasa ahora con su refuerzo. Las represiones se comportan como unos diques contra el esfuerzo de asalto de las aguas. Lo mismo q producen aquellos dos refuerzos pulsionales puede sobrevenir de manera irregular en cualquier otra época de la vida por obra de influjos accidentales. Se llega a refuerzos pulsionales en virtud de nuevos traumas, frustraciones impuestas, influjos colaterales recíprocos de las pulsiones. El resultado es en todos los casos el mismo y confirma el poder incontrastable del factor cuantitativo en la causación de la enfermedad. La operación de la terapia analítica es que el yo, fortalecido y madurado, emprenda la rectificación de las represiones y ponga término al hiperpoder del factor cuantitativo. El análisis hace q el yo madurado y fortalecido emprenda una revisión de estas antiguas represiones. Algunas serán liquidadas y otras reconocidas, pero a estas se las edificará de nuevo sobre un material más sólido. La rectificación, con posterioridad, del proceso represivo originario, la cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica. La respuesta a la pregunta sobre cómo se explica la inconstancia de nuestra terapia analítica bien podría ser esta: no hemos alcanzado siempre en toda su extensión, o sea, no lo bastante a fondo, nuestro propósito de sustituir las represiones permeables por unos dominios confiables y acordes al yo. La trasmudación se consigue, pero a menudo solo parcialmente. Sectores del mecanismo antiguo permanecen intocados por el trabajo analítico. Es sin duda deseable abreviar la duración de una cura analítica, pero el camino para el logro de nuestro propósito terapéutico solo pasa por el robustecimiento del auxilio q pretendemos aportar con el análisis al yo. Capítulo V: ¿Cómo se podría abreviar la duración fatigosamente larga de un tratamiento analítico? ¿Se puede alcanzar una curación duradera? ¿Mediante un tratamiento profiláctico es posible prevenir enfermedades futuras? Llegamos a discernir como decisivos para el éxito de nuestro empeño terapéutico los influjos de la etiología traumática, la intensidad relativa de las pulsiones q es preciso gobernar, y algo q llamamos alteración del yo. La situación analítica consiste en aliarnos nosotros con el yo de la persona objeto a fin de someter sectores no gobernados de su ello, o sea, de integrarlos en la síntesis del yo. El yo, para q podamos concretar con el un pacto así, tiene q ser un yo normal. Pero ese yo normal, como la normalidad en general, es una ficción ideal. Cada persona normal lo es sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado mayor o menor. Su distanciamiento de la normalidad se debe a la “alteración del yo”. Las diversas modalidades y grados de la alteración del yo son originarios o adquiridos. Si se los ha adquirido, fue sin duda en el curso del desarrollo desde las primeras épocas de la vida desde el comienzo mismo, en efecto, el yo tiene q procurar el cumplimiento de su tarea, mediar entre su ello y el mundo exterior al servicio del principio de placer, precaver al ello de los peligros del mundo exterior. Si en el curso de este empeño aprende a adoptar una actitud defensiva también frente al ello propio, y a tratar sus exigencias pulsionales como peligros externos, esto acontece, al menos en parte, porq comprende q la satisfacción pulsional llevaría a conflictos con el mundo exterior. El yo se acostumbra, entonces, bajo el influjo de la educación, a trasladar el escenario de la lucha de afuera hacia adentro, a dominar el peligro interior antes q haya devenido un peligro exterior, y es probable q las más de las veces obre bien haciéndolo. Durante esta lucha en dos frentes, el yo se vale de diversos procedimientos para cumplir su tarea, q, dicho en términos generales, consiste en evitar el peligro, la angustia, el displacer. Llamamos mecanismos de defensa a estos procedimientos. El aparato psíquico no tolera el displacer, tiene q defenderse de él a cualquier precio, y si la percepción de la realidad objetiva trae displacer, ella (la percepción) tiene q ser sacrificada. Contra el peligro interior no vale huida alguna, y por eso los mecanismos de defensa del yo están condenados a falsificar la percepción interna y a posibilitarnos sólo una noticia deficiente y desfigurada de nuestro ello. El yo queda entonces, en sus relaciones con el ello, paralizado por sus limitaciones o enceguecido por sus errores. Los mecanismos de defensa sirven al propósito de apartar peligros. Es incuestionable q lo consiguen. Es dudoso q el yo, durante su desarrollo, pueda renunciar por completo a ellos, pero es también seguro q ellos mismos pueden convertirse en peligros. ¿Cómo influye sobre nuestro empeño terapéutico la alteración el yo q les corresponde a los mecanismos de defensa? El analizado repite tales modos de reacción aun durante el trabajo analítico, solo por esa vía tomamos noticia de ellos. Conforman una mitad de nuestra tarea analítica. La otra es el descubrimiento de lo escondido en el ello. Durante el tratamiento, nuestro empeño terapéutico oscila en continuo péndulo entre un pequeño fragmento de análisis del ello y otro de análisis del yo. En un caso queremos hacer conciente algo del ello, en el otro, corregir algo en el yo. Los mecanismos de defensa frente a antiguos peligros retornan como resistencias al restablecimiento. La curación es tratada como un peligro nuevo. El yo ofrece, en forma inconciente, una resistencia al descubrimiento de las resistencias. El efecto terapéutico se liga con el hacer conciente lo reprimido en el interior del ello. Estas resistencias, aunq pertenecientes al yo, son empero inconcientes y en cierto sentido están segregadas dentro del yo. Durante el trabajo con las resistencias, el yo sale del pacto en q reposa la situación analítica. El yo deja de compartir nuestro empeño por poner en descubierto al ello, lo contraría, no observa la regla analítica fundamental, no deja q afloren otros retoños de lo reprimido. Bajo el influjo de las mociones de displacer, q se registran ahora por la reescenificación de los conflictos defensivos, pueden cobrar preeminencia unas trasferencias negativas y cancelar por completo la situación analítica. Existe realmente una resistencia a la puesta en descubierto de las resistencias. Son resistencias no solo contra el hacer-concientes los contenidos-ello, sino también contra el análisis en general y, por ende, contra la curación. El yo paga precios altos por los servicios que los mecanismos de defensa le prestan: la alteración del yo. Capítulo VIII: Dos temas ligados a la diferencia de los sexos son un límite a la tarea analítica. Uno es tan característico del hombre como lo es el otro de la mujer. Algo q es común en ambos sexos ha sido comprimido, en virtud de la diferencia entre los sexos, en una forma de expresión otra. Para la mujer: la envidia del pene (querer alcanzar la posesión de un genital masculino), para el hombre: la revuelta contra la actitud pasiva hacia otro hombre (la “desautorización de la feminidad”). Del insaciable deseo del pene devendrán el deseo del hijo y del varón, portador del pene. Pero del deseo de masculinidad se ha conservado en lo inconciente y despliega desde la represión sus efector perturbadores. El deseo de pene y la protesta masculina son pensados como “roca de base” de la castración y término del análisis. En ningún momento del trabajo analítico se padece más bajo el sentimiento opresivo de un empeño q se repite infructuosamente q cuando se quiere mover a las mujeres a resignar su deseo del pene por irrealizable, y cuando se pretende convencer a los hombres de q una actitud pasiva frente al varón no siempre tiene el significado de una castración y es indispensable en muchos vínculos de la vida. De la sobrecompensación desafiante del varón deriva una de las más fuertes resistencias transferenciales. El hombre no quiere someterse a un sustituto del padre, no quiere estar obligado a agradecerle, y por eso no quiere aceptar del médico la curación. Para la mujer, la esperanza de recibir el órgano masculino q echa de menos dolidamente fue el motivo más intenso q la esforzó a la cura. Conferencia 28: la terapia analítica (1916) Antecedentes: Conferencia de 1916 que es considerada hasta “Análisis terminable e interminable” la descripción más acabada del funcionamiento del análisis. Idea central: Mostrar el funcionamiento del método y las dificultades que se vislumbran. ¿Por qué en la terapia psicoanalítica no nos servimos de la sugestión directa, ya q admitimos q nuestra influencia se basa esencialmente en la transferencia, vale decir, en la sugestión? La sugestión directa es una sugestión dirigida contra la exteriorización de los síntomas, una lucha entre la autoridad de ustedes y los motivos de la enfermedad. Al practicarla, ustedes no hacen caso de estos motivos. Sólo exigen al enfermo q sofoque su exteriorización en síntomas. A la luz del conocimiento q hemos obtenido del psicoanálisis, podemos describir del siguiente modo la diferencia entre la sugestión hipnótica y la psicoanalítica: la terapia hipnótica busca encubrir y tapar algo en la vida anímica. La analítica, sacar a la luz y remover algo. La primera trabaja como una cosmética, la segunda como una cirugía. La primera utiliza la sugestión para prohibir los síntomas, refuerza las represiones, pero deja intactos todos los procesos q han llevado a la formación de síntomas. La terapia analítica hinca más hacia la raíz, llega hasta los conflictos de los q han nacido los síntomas y se sirve de la sugestión para modificar el desenlace de esos conflictos. La terapia hipnótica deja a los pacientes inactivos e inmodificados, y por eso, igualmente, sin capacidad de resistir cualquier nueva ocasión de enfermar. La cura analítica impone a médico y enfermo un difícil trabajo q es preciso realizar para cancelar unas resistencias internas. Mediante la superación de estas, la vida anímica del enfermo se modifica duraderamente, se eleva a un estadio más alto del desarrollo y permanece protegida frente a nuevas posibilidades de enfermar. Este trabajo de superación constituye el logro esencial de la cura analítica. El enfermo tiene q consumarlo, y el médico se lo posibilita mediante el auxilio de la sugestión, q opera en el sentido de una educación. Por eso se ha dicho con acierto q el tratamiento psicoanalítico es una suerte de pos-educación. En la aplicación de la hipnosis dependemos del estado en q se encuentra la capacidad de transferencia del enfermo, sin q podamos ejercer influencia alguna sobre esta última. Ya sea negativa o, como ocurre casi siempre, ambivalente la transferencia de la persona por hipnotizar, puede haberse protegido de ella por actitudes particulares. Pero nada de eso podemos saber. En el psicoanálisis trabajamos con la transferencia misma, resolvemos lo q se le contrapone, aprontamos el instrumento con el q queremos intervenir. “Se llame transferencia o sugestión la fuerza impulsora de nuestro análisis, persiste de todos modos el peligro de q la influencia ejercida sobre el paciente vuelva dudosa la certeza objetiva de nuestros descubrimientos.” La solución de sus conflictos y la superación de sus resistencias sólo se logra si se le han dado las representaciones-expectativa q coinciden con su realidad interior. No se considera terminado el análisis si no se han esclarecido las oscuridades del caso, llenado las lagunas del recuerdo y descubierto las oportunidades en q se produjeron las represiones. En éxitos demasiado prematuros se disciernen más bien obstáculos q avances del trabajo analítico, y los destruimos resolviendo de continuo la transferencia en q se fundaban. En cualquier otro tratamiento sugestivo, la transferencia es respetada cuidadosamente: se la deja intacta. En el analítico, ella misma es objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de manifestación. Para la finalización de una cura analítica, la transferencia misma tiene q ser desmontada. Y si entonces sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en la sugestión, sino en la superación de resistencias ejecutada con su ayuda y en la transformación interior promovida en el enfermo. El neurótico es incapaz de gozar y de producir. De lo primero, porq su libido no está dirigida a ningún objeto real, y de lo segundo, porq tiene q gastar una gran proporción de su energía restante en mantener a la libido en el estado de represión y defenderse de su asedio. La tarea terapéutica consiste, entonces, en desasir la libido de sus provisionales ligaduras sustraídas al yo, para ponerla de nuevo al servicio de este. ¿Dónde está la libido del neurótico? Está ligada a los síntomas, q le procuran la satisfacción sustitutiva. Para solucionar los síntomas es preciso remontarse hasta su génesis, hasta el conflicto del cual nacieron. Es preciso renovar este conflicto y llevarlo a otro desenlace con el auxilio de fuerzas impulsoras q en su momento no estaban disponibles. La pieza decisiva del trabajo se ejecuta cuando en la relación con el médico, en la transferencia, se crean versiones nuevas de aquel viejo conflicto, versiones en las q el enfermo querría comportarse como lo hizo en su tiempo, mientras q uno, reuniendo todas las fuerzas anímicas disponibles (del paciente), lo obliga a tomar otra decisión. La transferencia se convierte entonces en el campo de batalla en el q están destinadas a encontrarse todas las fuerzas q se combaten entre sí. Toda la libido, así como toda resistencia contra ella, converge en una única relación, la relación con el médico. Es inevitable entonces q los síntomas queden despojados de libido. Cuando la libido vuelve a ser desasida de ese objeto provisional q es la persona del médico, ya no puede volver atrás a sus objetos primeros, sino q queda a disposición del yo. Los poderes contra los cuales se libró batalla en el curso de este trabajo terapéutico son, por un lado, la repugnancia del yo hacia ciertas orientaciones de la libido, repugnancia q se exteriorizó como inclinación a reprimir, y, por el otro, la viscosidad de la libido, q no quiere abandonar los objetos q una vez invistió. El trabajo terapéutico se descompone, pues, en 2 fases. En la primera, toda la libido es esforzada a pasar de los síntomas a la transferencia y concentrarla ahí, y en la segunda se libra batalla en torno de este nuevo objeto, y otra vez se libera de él la libido. Los sueños de los neuróticos nos sirven, como sus operaciones fallidas y sus ocurrencias libres, para colegir el sentido de los síntomas y descubrir la colocación de la libido. Nos muestran, en la forma del cumplimiento de deseo, los deseos q cayeron bajo la represión y los objetos a los cuales quedó aferrada la libido sustraída al yo. El estado del dormir, por sí solo, provoca cierto receso de las represiones. Este atemperamiento de la presión q gravita sobre la presión reprimida hace posible q ella se procure en el sueño una expresión mucho más clara q la q durante el día puede otorgarle el síntoma. Así, el estudio del sueño se convierte en la vía de acceso más cómoda para el conocimiento de lo inconciente reprimido, a lo cual pertenece la libido sustraída al yo. En ningún punto esencial los sueños de los neuróticos se diferencian de los sueños de las personas normales. La diferencia entre neurosis y salud vale sólo para el día. No se continúa en la vida onírica. La persona sana también ha realizado represiones y hace un cierto gasto para mantenerlas, su sistema del inconciente oculta mociones reprimidas, aunq investidas de energía, y una parte de su libido ya no está disponible para su yo. Por tanto, también la persona sana es virtualmente neurótica, pero el sueño parece ser el único síntoma q ella es capaz de formar. SEMINARIO Punto X: 3º Versión de la teoría de la angustia Inhibición, síntoma y angustia (1926) Idea central: inversión de la fórmula: ahora es la angustia la que crea la represión. Conceptos a articular: angustia de nacimiento, castración de la madre, angustia de castración, núcleo genuino del peligro, angustia traumática y angustia señal. Capítulo IV En el caso del pequeño Hans, la incomprensible angustia frente al caballo es el síntoma, y la incapacidad para andar por la calle, un fenómeno de inhibición, una limitación q el yo se impone para no provocar un síntoma-angustia. La expresión efectiva del supuesto síntoma no se trata de una angustia indeterminada frente al caballo, sino de una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá. Este contenido procura sustraerse de la conciencia y sustituirse mediante la fobia indeterminada, en la q ya no aparecen más q la angustia y su objeto. Su fobia tiene q ser un intento de solucionar un conflicto de ambivalencia: un amor bien fundado y un odio no menos justificado, ambos dirigidos a una misma persona (el padre). La moción pulsional q sufre la represión es un impulso hostil hacia el padre, moción asesina del complejo de Edipo. No podemos designar como síntoma la angustia de esta fobia. Si el pequeño Hans, q está enamorado de su madre, mostrara angustia frente al padre, no tendríamos derecho alguno a atribuirle una neurosis, una fobia. Nos encontraríamos con una reacción afectiva enteramente comprensible. Lo q la convierte en neurosis es, única y exclusivamente, la sustitución del padre por el caballo. Es, pues, este desplazamiento lo q se hace acreedor al nombre de síntoma. El conflicto de ambivalencia no se tramita entonces en la persona misma. Se lo esquiva, por así decir, deslizando una de sus mociones hacia otra persona como objeto sustitutivo. La desfiguración en q consiste el síntoma no se emprende en el contenido de representación de la moción pulsional por reprimir, sino en otra por entero diversa, q corresponde sólo a una reacción frente a lo genuinamente desagradable. Hay algo q no está en orden, ya sea en nuestro modo de concebir la represión o en nuestra definición de síntoma. Si Hans hubiera desarrollado como síntoma principal una hostilidad (inclinación a maltratarlos, deseo de verlos hacerse daño) dirigida solo hacia el caballo, en lugar del padre, no habríamos formulado el juicio de q padecía de una neurosis. La representación de ser devorado por el padre es la expresión, degradada en sentido regresivo, de una moción tierna pasiva: es la q apetece ser amado por el padre, como objeto, en el sentido del erotismo genital. La represión no es el único recurso de q dispone el yo para defenderse de una moción pulsional desagradable. Si el yo consigue llevar la pulsión a lo q sería posible mediante la represión. Es verdad q, en muchos casos, tras forzar la regresión la hace seguir por una represión. La moción pulsional reprimida en estas fobias es una moción hostil hacia el padre. Puede decirse q es reprimida por el proceso de la mudanza hacia la parte contraria. En lugar de la agresión hacia el padre se presenta la agresión hacia la persona propia. Simultáneamente ha sucumbido a la represión otra moción pulsional, de sentido contrario: una moción pasiva tierna respecto del padre. Por tanto, donde pesquisábamos solo una represión de pulsión, tenemos q admitir el encuentro de 2 procesos de esa índole. Las 2 mociones pulsionales afectadas (agresión sádica hacia el padre y actitud pasiva tierna frente a él) forman un par de opuestos. En lugar de una única represión, nos encontramos con una acumulación de ellas, y además nos topamos con la regresión. Conclusión: El motor de la represión es la angustia frente a una castración inminente. Los contenidos angustiantes (ser mordido por el caballo y ser devorado por el lobo) son sustitutos desfigurados del contenido “ser castrado por el padre”. Fue este último contenido el q experimentó la represión. Pero el efecto-angustia de la fobia, q constituye la esencia de esta última, no proviene del proceso represivo, de las investiduras libidinosas de las mociones reprimidas, sino de lo represor mismo. La angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, vale decir, una angustia realista, angustia frente a un peligro q amenaza efectivamente o es considerado real. Aquí, la angustia crea a la represión y no, como opinábamos antes, la represión a la angustia. La mayoría de las fobias se remontan a una angustia del yo, como la indicada, frente a exigencias de la libido. En ellas, la actitud angustiada del yo es siempre lo primario, y es la impulsión para la represión. La angustia nunca proviene de la libido reprimida. Capítulo VII En los casos de zoofobias infantiles, el yo debe proceder contra una investidura de objeto libidinosa del ello, porq ha comprendido q ceder a ella aparejaría el peligro de la castración. Tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador del ello, por medio de la instancia placer-displacer. Al mismo tiempo se consuma la formación de la fobia: la angustia de castración cambia de objeto y recibe una expresión desfigurada: ser mordido por el caballo en vez de castrado por el padre. La formación sustitutiva tiene 2 manifiestas ventajas: esquiva un conflicto de ambivalencia, pues el padre es simultáneamente un objeto amado, y permite al yo suspender el desarrollo de angustia. En efecto, la angustia de la fobia es facultativa, sólo emerge cuando su objeto es asunto de la percepción. Solo entonces está presente la situación de peligro. En el caso del pequeño Hans, ¿debemos suponer q la defensa del yo fue provocada por la moción tierna hacia la madre, o por la agresiva hacia el padre? Sólo la moción tierna hacia la madre puede considerarse erótica pura, y siempre hemos creído q en la neurosis el yo se defiende de exigencias de la libido, no de las otras pulsiones. En el caso del “hombre de los lobos”, la moción reprimida es en efecto una moción erótica, la actitud femenina frente al padre, y en torno de ella se consuma también la formación de síntoma. Ya una vez he adscrito a la fobia el carácter de una proyección, pues sustituye un peligro pulsional interior por un peligro de percepción exterior. La ventaja de esto es q uno puede protegerse del peligro exterior mediante la huida y la evitación de percibirlo, mientras q la huida no vale de nada frente al peligro interior. Esta puntualización no era incorrecta, pero se quedaba en la superficie. La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma, lo es sólo porq conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración. Por tanto, en la fobia, en el fondo sólo se ha sustituido un peligro exterior por otro. La angustia de las zoofobias es, entonces, una reacción afectiva del yo frente al peligro de castración. La única diferencia respecto de la angustia realista es q el contenido de la angustia de castración permanece inconciente, y sólo deviene conciente en una desfiguración. El motor de toda la posterior formación de síntoma es, evidentemente, la angustia del yo frente a su superyó. La hostilidad del superyó es la situación de peligro de la cual el yo se ve precisado a sustraerse. El castigo del superyó es un eco del castigo de castración. La angustia frente a la castración con q este amenaza se ha trasmudado en una angustia social indeterminada o en una angustia de la conciencia moral, q está encubierta, ya q el yo se sustrae de ella ejecutando, obediente, los mandamientos, preceptos y acciones expiatorias q le son impuestos. Conclusión: la angustia es la reacción frente a la situación de peligro. Se la ahorra si el yo hace algo para evitar la situación o sustraerse de ella. Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro señalada mediante el desarrollo de angustia (de castración, o algo derivado de ella). La angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración, y la situación frente a la cual el yo reacciona es la de ser abandonado por el superyó protector con lo q expiraría ese seguro para todos los peligros. Si hasta ahora considerábamos la angustia una señal-afecto del peligro, nos parece q se trata tan a menudo del peligro de castración como de la reacción frente a una pérdida, una separación. El nacimiento no es vivenciado subjetivamente como una separación de la madre, pues esta es ignorada como objeto por el feto enteramente narcisista. Las reacciones afectivas frente a una separación nos resultan familiares y las sentimos como dolor y duelo, no como angustia. La castración se vuelve representable por la cotidiana separación de las heces y la pérdida del pecho materno en el destete. La primer vivencia de angustia es la del nacimiento y significa la separación de la madre, y podría compararse a una castración de la madre, de acuerdo a la ecuación hijo = pene, aunque no es vivenciada subjetivamente como tal. Capítulo VIII En la angustia confluyen: sensaciones de carácter displacentero por incremento de excitación con procesos de descarga, y las percepciones de éstas. El estado de angustia es la reproducción de una vivencia q reunió las condiciones para un incremento del estímulo (incremento de excitación q por una parte da lugar al carácter displacentero y por la otra es aligerado mediante descargas) y para la descarga por determinadas vías, a raíz de lo cual, también, el displacer de la angustia recibió su carácter específico. En el caso de los seres humanos, el nacimiento nos ofrece una vivencia arquetípica de tal índole, y por eso nos inclinamos a ver en el estado de angustia una reproducción del trauma de nacimiento. Si tales son la estructura y el origen de la angustia, se nos plantea otra pregunta: ¿Cuál es su función y cuándo es reproducida? La angustia se generó como reacción frente a un estado de peligro, caracterizado por un gran incremento de los estímulos externos en espera de tramitación (como el nacimiento). En lo sucesivo se la reproducirá regularmente cuando un estado semejante vuelva a presentarse. Esta perturbación económica es el “núcleo genuino del peligro”. La angustia se presenta como una reacción frente a la ausencia del objeto. En efecto, la angustia de castración tiene por contenido la separación respecto de un objeto estimado, y la angustia más originaria (angustia primordial, del nacimiento) se engendró a partir de la separación de la madre. Con la experiencia de que la madre puede poner fin a su insatisfacción, el contenido del peligro pasa de la perturbación económica a su condición: la ausencia del objeto. No se descubre otra función de la angustia q la de ser una señal para la evitación de la situación de peligro. La pérdida del objeto como condición de la angustia persiste. También la mudanza de la angustia, la angustia de castración q sobreviene en la fase fálica, es una angustia de separación y está ligada a idéntica condición. El peligro es aquí la separación de los genitales. Reconocemos entonces dos posibilidades de emergencia de la angustia: una inadecuada en una situación nueva de peligro (automática ó traumática) y otra acorde a un fin, para señalar y prevenir el peligro (angustia señal) y en ambos casos es producto del desvalimiento psíquico del lactante, y es reacción a una perdida ó una separación. Los progresos del desarrollo del niño, el aumento de su independencia, la división más neta de su aparato anímico en varias instancias, la emergencia de nuevas necesidades, no pueden dejar de influir sobre el contenido de la situación de peligro. Al despersonalizarse la instancia parental, de la cual se temía la castración, la angustia se desarrolla como angustia de la conciencia moral o angustia social. Es la ira, el castigo del superyó, la perdida de amor y protección de parte de él, aquello q el yo valora como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia. La angustia es un estado afectivo q, desde luego, solo puede ser registrado por el yo. El ello no puede tener angustia como el yo, no es una organización, no puede apreciar situaciones de peligro. En cambio, es frecuentísimo q en el ello se preparen o se consumen procesos q den al yo ocasión para desarrollar angustia. De hecho, las represiones, tanto las más tempranas como las posteriores son motivadas por la angustia del yo frente a procesos singulares sobrevenidos en el ello. Aquí distinguimos entre 2 casos: q en el ello suceda algo q active una de las situaciones de peligro para el yo y lo mueva a dar la señal de angustia a fin de inhibirlo, o q en el ello se produzca la situación análoga al trauma del nacimiento, en q la reacción de angustia sobreviene de manera automática. La angustia señal es la verdadera sede de la angustia, y es la q caracteriza a las psiconeurosis. En cambio la reacción automática de la angustia caracteriza a las neurosis actuales. La angustia de castración es el único motor de los procesos defensivos q llevan a la neurosis. En el sexo femenino y por su afinidad también en la histeria, la condición de angustia es la pérdida del amor del objeto, en la fobia es la castración y en la neurosis obsesiva la angustia es frente al superyó. Capítulo XI: Addenda. Punto B La angustia tiene un vínculo con la expectativa, es angustia ante algo. Lleva adherido un carácter de indeterminación y ausencia de objeto. Tiene un vínculo con el peligro. ¿Por qué no todas las reacciones de angustia son neuróticas, por qué admitimos a tantas de ellas como normales? ¿Cuál es la diferencia entre angustia realista y angustia neurótica? El peligro realista es uno del q tomamos noticia, y angustia realista es la q sentimos frente a un peligro notorio de esa clase. La angustia neurótica lo es ante un peligro del q no tenemos noticia. Por tanto, es preciso buscar primero el peligro neurótico, q es un peligro pulsional. Hay casos q presentan contaminados los caracteres de la angustia realista y de la angustia neurótica. El peligro es notorio y real (objetivo), pero la angustia ante él es desmedida, más grande de lo q tendría derecho a ser a juicio nuestro. La angustia es, por una parte, expectativa del trauma, y por la otra, una repetición amenguada de él. Su vínculo con la expectativa atañe a la situación de peligro. Su indeterminación y ausencia de objeto, atañe a la situación traumática del desvalimiento q es anticipada en la situación de peligro. Serie angustia-peligro-desvalimiento (trauma): la situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida, recordada, esperada. La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, q más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro. El peligro realista amenaza desde un objeto externo, el neurótico desde una exigencia pulsional. La apariencia de un vínculo particularmente íntimo entre angustia y neurosis se reconduce al hecho de q el yo se defiende, con auxilio de la reacción de angustia, del peligro pulsional del mismo modo q del peligro realista externo, pero esta orientación de la actividad defensiva desemboca en la neurosis a consecuencia de una imperfección del aparato anímico. Por otra parte, también el peligro exterior tiene q haber encontrado una interiorización si es q ha de volverse significativo para el yo. Algunas de las enigmáticas fobias de la primera infancia (soledad, oscuridad, personas extrañas) podrían comprenderse como reacciones frente al peligro de la pérdida del objeto. Respecto de otras (animales pequeños, truenos, etc.) se ofrece quizás el expediente de q serían los restos mutilados de una preparación congénita para los peligros realistas, tan nítidamente conformada en otros animales. Cuando tales fobias infantiles se “fijan”, se vuelven más intensas y perduran hasta una época posterior, el análisis demuestra q su contenido se ha puesto en conexión con exigencias libidinales, ha devenido también la subrogación de peligros internos. El niño anhela la presencia de la madre que ha de satisfacer sus "necesidades", de esta nueva carga depende la reacción del dolor. El dolor es pues la verdadera reacción a la pérdida del objeto y la angustia la verdadera reacción al peligro del dolor y por desplazamiento al peligro de la pérdida del objeto. La angustia traumática queda por lo tanto situada por fuera de la ligadura y el dolor y la angustia señal del lado de lo ligado.

 

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