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Trabajo Integrador Final  |  Psicología Institucional (Cátedra: Funes Molineri - 2020)  |  Psicología  |  UBA

Introducción

Para elaborar nuestro trabajo final decidimos tomar como recurso un artículo publicado por ONU MUJERES, con fecha 6 de Abril del 2020, titulado: "Violencia contra las mujeres: la pandemia en la sombra".

El artículo funcionó para nosotres como un analizador construido (Lourau, 1991), en tanto revela algunas representaciones que subyacen a instituciones tales como familia, género, matrimonio. Pensamos que la crisis sanitaria ha desviado la atención de las problemáticas vinculadas al género y que, además, se han agravado notablemente. Esto generó en nosotros un ruido, un malestar, que nos motivó a cuestionar y replantear nuestros propios instituidos a propósito de las instituciones que mencionamos previamente.

Al inicio del presente trabajo, nos preguntamos quiénes podían ser destinatarios de lo aquí escrito. Barajamos diferentes ideas entre las cuales se nos vinieron a la mente nuestras familias, amigues, seres queridos, algunes de les cuales tal vez habían transitado por situaciones de violencia, como otros tantos que, afortunadamente, nunca habían estado en esa situación. Llegamos a la conclusión de que, probablemente, lo más adecuado sería dedicarles este escrito a les futures alumnes de esta cátedra, que estarán en nuestra misma posición algún día, invitándolos a re-pensar sus propios instituidos y a deconstruir sus conocimientos en pos de construir nuevos para promover una sociedad más tolerante, igualitaria y libre de violencia de género.

Consideramos que los aportes del presente trabajo podrían resultar provechosos no sólo para los futuros cursantes de esta cátedra, sino también para todos los estudiantes de psicología. Llevar a cabo un análisis de un fenómeno como la violencia de género, que es complejo y transversal a diversas sociedades, en el contexto global de un fenómeno sin precedentes como la pandemia, nos pareció un desafío que estábamos dispuestos a aceptar y creemos que resultará en un escrito interesante de leer dado que nuestro plan de estudios carece de una perspectiva de género y consideramos éste nuestro pequeño aporte.

Durante los cuatrimestres suele resultar útil para les estudiantes poder revisar modelos de parcial o trabajos de cuatrimestres anteriores para poder tener una mejor idea de los objetivos de la cátedra o sobre qué se encontrarán en las instancias de evaluación. Al ser el primer cuatrimestre realizado de forma virtual, nosotres nos encontramos un poco desconcertades en ciertos momentos. Consideramos que puede resultar útil para futures estudiantes de la cátedra que se encuentren con algún modelo de lo que resultó ser este cuatrimestre, el cambio de modalidad y cómo este fue llevado a cabo. Esta experiencia inédita puede servir de cartografía para orientar a estudiantes sumidos en la incertidumbre de lo virtual, que deberán desempeñar su rol con las limitaciones que impone la pandemia. Sin acceso a las aulas ni comunicación presencial, lejos de los supuestos inherentes al modelo educativo tradicional.

Nuestro objetivo a lo largo de estas páginas será el de analizar todos los interrogantes que nos ha inspirado el recurso elegido, intentar esclarecer qué entendemos nosotros por “violencia de género”, cómo podemos pensar su analogía con la del concepto pandemia y llevar a cabo un análisis de la deconstrucción de nuestros propios supuestos en el transcurso de la cursada , cómo los hemos modificados.

Aproximación a la violencia de género en tiempos de pandemia: una lectura posible

El artículo de referencia, titulado "Violencia contra las mujeres: la pandemia en la sombra" , pone de relieve el agravamiento de la violencia de género en el contexto de pandemia COVID-19 . Este artículo nos conmovió particularmente por la magnitud del problema, con saldos que ascienden a las 243 millones de víctimas en los últimos 12 meses. Una de las cuestiones que más nos llamó la atención fue que el incremento de la violencia doméstica durante la pandemia se extendió, inclusive, a países considerados desarrollados y progresistas como Canadá y Alemania.

Sin embargo, aquello que suscitó uno de los primeros debates entre nosotros fue el uso de los términos “violencia doméstica” y “violencia contra las mujeres” como equivalentes, en diferentes secciones del artículo. Esto nos llevó a preguntarnos ¿acaso el término “violencia doméstica” abarca únicamente la violencia contra las mujeres? ¿Son términos intercambiables? ¿O la elección se basa en una mera cuestión estadística, en vista de que una abrumadora mayoría de los casos de violencia doméstica resultan ser violencia contra la mujer? Finalmente, nos cuestionamos también si es posible que las categorías se superpongan, teniendo en cuenta que la distinción poco clara entre violencia de género, violencia contra la mujer y violencia doméstica podría impactar en las estadísticas públicas y, consecuentemente, comprometer el diagnóstico de esta problemática . Creemos que la importancia de las estadísticas como herramienta reside en la posibilidad de obtener datos fiables sobre violencia de género para efectuar diagnósticos certeros, formular políticas públicas, concientizar a la población sobre las dimensiones del problema y establecer comparaciones en el transcurso del tiempo para evaluar la eficacia de las medidas implementadas.

Siguiendo con las estadísticas como uno de los ejes del presente trabajo y sintetizando los interrogantes expuestos en el párrafo anterior nos planteamos: ¿ es posible recolectar estadísticas fiables que den cuenta de las dimensiones de esta problemática reconociendo todas las dificultades que se presentan a la hora de caracterizar la violencia de género? Al comenzar a leer el artículo se nos ocurrió que un disparador interesante de análisis podría ser el interrogante: ¿qué es violencia de género? Al buscar información, descubrimos que la mayoría de las páginas gubernamentales y de las ONG no proponen definiciones acerca de la “violencia de género” sino, específicamente, sobre “violencia contra la mujer”. Las Naciones Unidas definen la violencia contra la mujer como «todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada» . Ubicamos allí otras incógnitas irresueltas en relación a la fiabilidad de las estadísticas: ¿Cuál es el umbral que define que un acto se convierta en violencia? ¿No podríamos identificar también la violencia de género en expresiones más sutiles como la manipulación, los prejuicios y los estereotipos de géneros? ¿Cuán conscientes son las damnificadas de su condición de víctimas, si nos atenemos a la idea de violencia simbólica?

A la hora de formular respuestas tentativas a los interrogantes a propósito de las estadísticas sobre violencia de género y sus distintas formas, nos parece pertinente abordar su relación con la institución Justicia, por su función concerniente a la recolección de datos (registro de casos denunciados) y al combate de este flagelo. Explicaremos la Justicia a partir de tres momentos dialécticos que propone el análisis institucional de Lourau (1970). El momento universal consiste en la concepción instituida de la justicia: las normas jurídicas que establecen derechos y obligaciones, incluyendo leyes sobre igualdad de género y la tipificación de los delitos de violencia de género en el código penal, las funciones de las fuerzas de seguridad (velar por su cumplimiento) y del poder judicial (castigar a los transgresores). El momento particular refiere a las condiciones del contexto donde se deben aplicar esas abstracciones, por ejemplo, en nuestro país tenemos numerosas víctimas de violencia de género y un estado incapaz de garantizar el cumplimiento del mandato universal, en el contexto de la pandemia COVID-19 y el aislamiento social obligatorio. Frente a este escenario, vemos que se ha intentado resolver la tensión dialéctica entre los momentos universal y particular a través de medidas concretas, como las líneas de Whatsapp para denunciar la violencia de género y la reciente creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad.

Sin embargo, al seguir investigando sobre este punto y preguntándonos por las formas de violencia de género, advertimos que las páginas gubernamentales sólo contemplan algunas formas (psicológica, física, sexual y económica) y soslayan otras (laboral, institucional y simbólica). Se trata de una definición arbitraria que a nuestro criterio debería ampliarse, suplementando las normas jurídicas del momento universal. Asimismo, existe también una baja confianza en la policía y la justicia, consideradas ineficientes como se desprende de la Encuesta Nacional de Victimización (INDEC, 2017). Esto se traduce en un menor número de denuncias realizadas con respecto al total de actos de violencia de género efectivamente acontecidos. Sumado al agravamiento de la problemática durante la cuarentena. Creemos que esto redunda en una subestimación del flagelo de la violencia de género (creemos que las cifras son aún mayores a las publicadas) y, consecuentemente, impide adoptar medidas más eficaces en el momento singular a fin de erradicar la violencia de género.

Por último, pero no menos importante, creímos pertinente considerar la situación particular a la que el aislamiento social y la cuarentena obligatoria ha llevado a todas las víctimas de violencia de género: el encierro total, por tiempo indeterminado, con sus victimarios. Es aquí que la noción de encerrona trágica (Ulloa, 1995) se hace visible para nosotros: frente al contexto de aislamiento social, estar encerradas con sus agresores se les imposibilita realizar denuncias o solicitar asistencia que permita la entrada de un tercero en apelación y poder salir de la situación que están viviendo. Esto nos lleva nuevamente a pensar que, efectivamente, las cifras son mayores que las publicadas. Si bien, como se mencionó anteriormente, se implementaron leyes que permiten solicitar un permiso de circulación para poder acercarse a la comisaría a realizar una denuncia o la renovación de manera automática de trámites ya iniciados (perimetrales, exclusión de contacto, alertas, etc), todas medidas, creemos, pensadas para que lo cruel no se vuelva cultura (Ulloa, 1995) continúan sin ser suficientes para poder abordar la problemática. Estas medidas continúan dejando por fuera al sector de la población que cuenta con bajos recursos, el cual muy posiblemente sea el menos representado en las estadísticas actuales. La violencia se intensifica en hogares en donde los integrantes de la familia viven en forma hacinada, en donde debido al contexto de aislamiento social disminuyeron los ingresos y en donde carecen los servicios básicos esenciales. Es necesario que se creen medidas que puedan abarcar a una mayor parte de la población sin dejar por fuera ningún sector social.

Finalmente, aunque pensamos que lejos está de concluir este punto, creemos que el problema de las estadísticas sobre violencia de género, es coincidente con ese momento particular mencionado anteriormente y con lo expuesto en los párrafos previos: ante la pluralidad tanto de definiciones de lo que es violencia de género, como de tipos de violencias y de sinónimos utilizados para designar a la primera, sumado a la imposibilidad de garantías por parte de la justicia y la invisibilización de los sectores más carenciados, la posibilidad obtener un diagnóstico certero de la problemática de género en Argentina se ve impedida.

Retomando el título del artículo “Violencia contra las mujeres: la pandemia en la sombra”, se desprende otra arista de análisis interesante, esta vez en el plano semántico. Nos preguntamos cuáles son los efectos socio-culturales de catalogar a la violencia de género como una “pandemia . Esta expresión se emplea habitualmente para describir a las enfermedades que se propagan a varios continentes, afectan a una población numerosa y presentan una mortalidad elevada. Si bien consideramos que la analogía ilustra claramente las dimensiones del problema, no podemos soslayar otras implicaciones de su uso: ¿Es posible definir la violencia de género como un problema sanitario? ¿Se trata de un fenómeno natural o, más bien, de naturaleza socio-cultural? ¿Acaso esta analogía podría llevar a invisibilizar otras cuestiones?

Esta última pregunta nos llevó a un largo debate propiciando, al decir de Schejter, “esa construcción de conocimiento en conjunto con un otro” . Nos encontramos con ideas contrapuestas, con posiciones diferentes respecto a la analogía violencia de género y pandemia: por un lado, unas voces se alzaban a favor del uso de esta analogía, postulando que si hablamos de una “pandemia” en tanto enfermedad, sería lógico poder pensar la violencia de género como un tipo de enfermedad social, es decir, como una enfermedad causada por una sociedad con graves problemas políticos, económicos, sociales, una sociedad en la cual la salud nunca ha sido una prioridad y, sobre todo, con una estructura fuertemente patriarcal. Otras voces, por el contrario, se alzaban en contra del uso de la analogía en cuestión, sosteniendo que sería incorrecto hacer un paralelismo entre una enfermedad pandemica, como es el COVID-19, y un flagelo que se explicaría por causas sociales, como es la violencia de género, proponiendo diversas justificaciones.

Para arribar a estas justificaciones y poder elucidar si se trata de un fenómeno sanitario-natural o socio-cultural fue necesario volver sobre los interrogantes antes planteados y rastrear definiciones respecto a qué es un “fenómeno natural”, que dan cuenta de “un cambio global que se da en la naturaleza, es decir, que no es provocado por la acción humana” y, además, comprender que cuando nos referimos a un “problema sanitario” hablamos de un problema relacionado con un estado o proceso relativo a la salud, manifestado por una persona, una familia o una comunidad”. Sumado a esto nos pareció pertinente también entender los imaginarios sociales (Castoriadis, 1988) que soportan la institución de género, instituidos propios de la cultura patriarcal que condicionan nuestras creencias y prácticas y se hallan íntimamente vinculados con esta problemática. Fue así entonces que partiendo del consenso de que la violencia de género no es sino un fenómeno de naturaleza social, vinculado a una producción de subjetividad histórica y socialmente determinada, se vinieron a nuestras mentes algunos estereotipos de género que incorporamos durante el proceso de socialización: tempranamente, a los varones se les enseñan juegos más agresivos (ej: armas de juguete, deportes de contacto físico), se les inculca que sean dominantes y que no expresen sus sentimientos. Más tarde, aparecen imaginarios que promueven la cosificación sexual de la mujer y que la sitúan como propiedad del hombre. Por su parte, a la mujer, se le inculcan imperativos sociales como ser sumisa, ser madre abnegada y someterse a la voluntad del marido. Consideramos que estos imaginarios refuerzan la dominación masculina sobre las mujeres y constituyen el germen de la violencia de género al impregnarse en las capas más profundas de la sociedad, formando parte de la “educación” temprana en los niños, creando de esta manera invisibilidad sobre sí mismos y por ende pasando a formar parte de un saber no sabido que será reproducido (Lourau, 1991) generación tras generación.

De esta manera, llegamos a la conclusión que emplear una analogía entre violencia de género y pandemia, implica equiparar a la violencia de género con una enfermedad y, por lo tanto, con un fenómeno natural que irrumpe en nuestra realidad, cuyo origen escapa a la decisión y acción humanas. No es posible leer un fenómeno natural o sanitario en términos de intencionalidad, de emociones, de acto deliberado. Por consiguiente, creemos que los femicidios no deberían ser equiparados a fenómenos espontáneos o naturales.

En razón de lo anterior, consideramos que utilizar la analogía entre violencia de género y pandemia invisibiliza los atravesamientos institucionales que permiten comprender a la violencia de género en tanto fenómeno sociocultural, en el marco de una sociedad patriarcal, y a la vez la responsabilidad de los victimarios. Creemos también que esta invisibilización contribuye a perpetuar ciertos imaginarios sociales, ciertos instituidos, entre otros, que sostienen que la sociedad no es un determinante de la aparición y el agravamiento de los femicidios, que las políticas de estado eficaces en materia de género no son necesarias, que los victimarios son enfermos “sueltos”, que no son responsables por sus actos y que, en muchas oportunidades, son las mujeres quienes “se lo buscaron”. De este modo, se lleva a re-victimizar a las víctimas y se exime de responsabilidad a los victimarios.

Todo el arduo trabajo realizado hasta aquí de elaboración, deconstrucción de nuestros saberes y construcción de nuevos en tanto grupo nos llevó a hacer un paso atrás y releer nuestros propios supuestos respecto del género, aquellos que teníamos antes de iniciar el camino en esta comisión, y establecer un diálogo con el propósito de descubrir nuestros propios imaginarios instituidos, aquellos prejuicios que hemos naturalizado, y trabajar en su deconstrucción. Encontramos ideas variadas que iban desde entender al género como una construcción social y, por ende, como construcción histórica y modificable con el paso del tiempo, o bien, como categorías que abarcan conjuntos de personas que comparten atributos con los cuales se sienten identificades, hasta algo personal, parte de la identidad propia, que se desarrolla en el transcurso de la historia del sujeto. Notamos que, si bien presentaban diferencias, todos estos supuestos tenían un denominador común: considerar el género como algo no estanco, algo mutable.

A modo de conclusión, hemos evidenciado que no existe una diferenciación clara entre lo que denominamos “violencia de género”, “violencia contra la mujer” y “violencia doméstica”. Asimismo, hemos denunciado que los organismos oficiales reconocen sólo algunas formas de violencia de género y omiten otras. Se trata de problemas conceptuales que, sumados a la escasez de recursos y las falencias del estado para combatir la desigualdad y la violencia de género, entre otros factores, siembran un manto de duda sobre la fidelidad de las estadísticas acerca de la violencia de género en nuestro país. En este sentido, nosotres consideramos que las cifras de víctimas están subregistradas (hay más casos que los contabilizados). También hemos señalado que la reproducción de la analogía entre violencia de género y pandemia es desaconsejable ya que invisibiliza atravesamientos institucionales que permiten comprender a la violencia de género como un fenómeno sociocultural. El espíritu de este trabajo es visibilizar estos problemas, generar conciencia y aportar, desde nuestro lugar, para lograr una sociedad más igualitaria y libre de violencia de género.

Implicaciones Personales

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Particularmente no se me ocurre empezar a describir mi implicación a lo largo de esta cursada de otra manera que no sea con las tres palabras que creo marcaron este recorrido: desafío, incertidumbre y aprendizaje.

Tal como lo indiqué el primer día de clases en nuestra reunión de zoom, al anotarme en esta materia no sabía que las comisiones tenían diferentes temáticas y quedé especialmente sorprendida al saber que aquella en la que me había anotado resultaba ser “Género e Instituciones Sociales”. Mi sorpresa fue sobre todo debido a que la cuestión de género tuvo siempre un peso muy importante a lo largo de mi vida, lo cual sumado a los grandes movimientos que se han visto en estos últimos años de parte de varios colectivos tanto en contra de la violencia machista como a favor de los derechos de las mujeres trans, los derechos del colectivo LGTBIQ, etc; han llevado a que la temática del género tome un papel central en las vidas de todos. El impacto de enterarme la temática de la comisión fue positivo dado que me resulta super interesante, llamativa, y una que se ve poco a lo largo de la carrera. Me generó ansias de trabajar sobre esta temática que tanto me ha atraído siempre y por supuesto incertidumbre de cómo la habríamos de abordar ya que muchas veces cuando se menciona la temática en otras materias se la trabaja solo superficialmente.

Di cuenta entonces, a través de un análisis de mis implicaciones, que me he visto atravesada toda mi vida por una figura de madre muy particular que alentó siempre en mi la idea de una mujer independiente, empoderada, feministas, etc; que generó no sólo un interés creciente por la temática de la comisión sino que también me llevó a ubicarme en una posición muy particular con respecto al mismo: a favor del movimiento feminista, luchadora por los derechos de las mujeres, una mujer empoderada que siente como deber el ayudar a empoderar a otras y trabajar día a día para visibilizar las raíces patriarcales que tienen muchas de las tradiciones que aparecen en nuestras vidas como sólidos instituidos.

Esta sensación de incertidumbre también me acompaño, así como seguro a muchos de nuestros compañeros, desde antes del inicio de clases cuando la pandemia determinó que este año no iba a ser igual que los demás. Estando cerca de recibirme por supuesto que esto me generó muchas ansias y miedos: de perder regularidad, de atrasarme con el estudio, etc; por un momento lo vi y lo sentí como un nuevo obstáculo a mi posibilidad de recibirme y a esto se sumaban también el miedo de contagio, miedo a perder el trabajo, angustia por el aislamiento y con ésta miedo a la pérdida de ciertos lazos sociales que tanto valoro y finalmente el estrés frente a todas estas situaciones por mi imaginadas. La incertidumbre ante la cursada virtual fue innegable, pero creo que, al final, ésta fue no solo positiva sino constructiva, habiendo aprendido mucho más sobre mí misma, sobre los imaginarios sociales instituidos que nos rodean en el día a día, así como también aprender a pensar como pienso y desde donde pienso. He tenido la suerte, en relación a la cursada virtual, de tener una carrera laboral muy ligada a la tecnología y un trabajo en relación de dependencia que hicieron posible que la virtualidad no fuera un extraño para mí.

Tanto la cursada virtual como la temática de género me resultaron desafiantes. La forma de trabajo ya sea de la cátedra o de esta comisión en particular (ya que no sé si las demás comisiones se manejaran de la misma manera) me llevó a repensarme y reevaluar tanto formas de pensar como formas de trabajar que tenía hasta el momento: las consignas abiertas, ambiguas, me desconcertaron desde el primer momento, haciéndome dar cuenta cuan impregnado en mí estaba el formato hegemónico de educación que me había llevado a ubicarme en una posición de reproducción de este supuesto orden social instituido que implícitamente establece la figura del profesor como quien detenta el saber y el trabajo de los alumnos como el de reproducir al pie de la letra el discurso de dicho profesor o los textos de los libros por éste indicados. Me encontré frente a una solicitud de “apertura” de mí misma, de pensarme a mí antes que a la teoría y dejarme llevar por las ideas, tomando los conceptos que la cátedra enseña como meras herramientas para la deconstrucción de saberes. Esto no me resultó nada sencillo, puso en jaque muchas de las formas de trabajar que di cuenta arrastraba de los años de estudio en colegios privados, católicos que respondían a una cultura basada en el estilo de “reproducción” de saberes, como antes mencioné.

Finalmente, al comenzar nuestro trabajo final, en grupo, decidimos trabajar la violencia de género como nuestra línea de sentido principal y el agravamiento de ésta durante la pandemia. Siendo un tema tan controversial y no conociendo a los que eran mis compañeros de grupo, era de esperarse que hubiera algún que otro caluroso debate, pero puedo decir ahora que éstos resultaron ser unas de las actividades más ricas de todas las llevadas a cabo durante la cursada. Si algo he aprendido es que Schejter tenía mucha razón al decir que el conocimiento se construye con otro, fue justamente en ese diálogo con mis compañeros de grupo que pude (al menos yo. Voy a hablar por mi persona) dar cuenta de diferentes perspectivas, pude repensar cuestiones que daba por sabidas, me replanteé mi postura frente a algunos temas y adquirí sobre todo una mayor flexibilidad ante nuevas y diversas opiniones.

Por último, pero no menos importante, puedo decir que el cursar esta materia, la temática de nuestra comisión, junto con las elaboraciones hechas para nuestro trabajo final, me llevaron a dar cuenta de varias cuestiones que han quedado totalmente invisibilizadas y que no son consideradas como parte de nuestra formación como profesionales: lo institucional, el contacto con instituciones, el rol del psicólogo más allá de la clínica, la temática de género, etc.

Si bien creo que el aprendizaje ha sido mucho en este año, considero que este es aún un camino que recién empieza, tengo mucho que trabajar para aprender a deconstruirme a mí misma, aprender pensar como pienso y desde donde pienso antes de tomar una posición, creo que incluso esto puede ser un trabajo de toda una vida, un trabajo que quizás nunca cesa.

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El análisis de la implicación representa un ejercicio inédito en mis años de vida universitaria. Por primera vez, me ubico del otro lado del mostrador -algo que resulta contraintuitivo- y me sitúo como objeto de estudio, con la particularidad de participar de esta experiencia en el contexto, también inédito, de la pandemia. Asumiendo la imposibilidad de la neutralidad, intentaré dar cuentas de los atravesamientos institucionales que me condicionaron durante la cursada.

En primera instancia, mencionaré la institución de la Educación. Antes de iniciar la cursada tenía una noción sobre el ejercicio profesional de le psicólogue, sostenida por una concepción instituida en el imaginario social: se venía a mi mente la imagen de le psicólogue clínique en su consultorio y le paciente recostado en el diván. En un principio, mis respuestas se encontraban marcadas por el sesgo clínico, en línea con los imaginarios sociales que prevalecen en la facultad.

En uno de los primeros ejercicios del campus virtual me preguntaron cómo imaginaba el rol de le psicólogue en las organizaciones que trabajan con el género. Lo primero que pensé fue en la asistencia a las víctimas de la violencia de género con el formato de una sesión de psicoterapia individual. En el transcurso de las clases, empecé cuestionar estos supuestos y a concebir nuevas formas de intervención tomando los aportes del análisis institucional. Entendiendo que la psicología no se reduce meramente al campo de lo clínico.

A propósito de la temática de mi comisión de prácticos, también me parece pertinente abordar la institución de Género. Los imaginarios sociales que soportan la institución del género en nuestra sociedad están basados en un modelo binario y heteronormativo: se prescriben determinados roles de género (ej: las mujeres se ocupan de la crianza de los hijos), estereotipos de género (mujeres más emocionales y frágiles, hombres más racionales y agresivos) y una única orientación sexual (heterosexual). Estas representaciones condicionaron tempranamente mi manera de comportarme y de pensar el mundo desde mi lugar de varón heterosexual.

Si bien ya había comenzado previamente a cuestionar estos sentidos instituidos, gracias a la incansable labor de los movimientos feministas y LGBTI que pusieron en agenda esta problemática, siento que la cursada me brindó las herramientas necesarias para entender las profundas implicaciones sociales de estos instituidos y a proseguir en el camino de la deconstrucción. Así pude percatarme de ciertos prejuicios de los que no era consciente.

Por ejemplo, antes consideraba que la perspectiva de género no era prioritaria para ámbitos ajenos a la psicología. Cuando vimos el video "¿Cuál es la diferencia?" del Colectivo Ovejas Negras me di cuenta que cuan nocivo puede ser esta omisión para las personas que no se identifican con el modelo binario. Los médicos sin perspectiva de género eran incapaces de prestar una escucha activa al paciente, tomaban conclusiones apresuradas en vez de procurar la información necesaria y, consecuentemente, arribaban a un diagnóstico erróneo. También impactó en mí la publicidad de Always titulada "¿Qué significa hacer algo #ComoNiña?". No me imaginé como una expresión aparentemente inocente y trivial podía impactar con tanta severidad en la autoestima de las mujeres.

Él análisis de la implicación me permitió dimensionar cómo las instituciones nos condicionan a todes, desafiando la creencia en el libre albedrío. Considero que los aportes de la psicología institucional no se limitan a nuestro ejercicio profesional. Cuestionar los instituidos nos inspira a participar de procesos de transformación instituyente, a promover un proyecto de autonomía con miras a lograr una sociedad más justa.

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Por mi parte, al momento de anotarme en la materia leí las temáticas de las distintas comisiones y opté por “Género e instituciones sociales” porque me parece necesaria en la formación de les profesionales tener perspectiva de género para crear subjetividades libres de mandatos y estereotipos que perpetúan el sufrimiento. Como expresé en uno de los prácticos, no me parece suficiente que exista una materia electiva en toda la carrera sobre estudios de género y considero que debería verse transversalmente, re-pensando las materias que ya se encuentran en el Plan de Estudios, por ejemplo, con bibliografía actualizada que no patologice identidades y contemple las problemáticas actuales.

Al momento de realizar la primera actividad “Nube de palabras” utilicé la palabra “Esperanza”. Continuar con la formación durante el contexto de pandemia me resultó necesario y hasta esperanzador, en el cual se producen nuevas líneas de sentido y re-pensar a las instituciones que nos atraviesan para que se adapten en este contexto. Las instituciones que voy a tomar para el análisis serán Género y Educación.

Siempre participé de la Educación de manera presencial, en un aula y en una institución- en sentido acotado- específica. En el pasaje a lo virtual todo lo conocido cambia y cada materia opta por adaptarse de manera a veces similar (respetando los horarios elegidos para que se realicen los prácticos o teóricos) y a veces de manera distinta (cambiar el trabajo de campo por el análisis de la temática de la comisión en contexto de pandemia). La última vez que pude cuestionar cómo se presentaba la educación fue en una actividad que se cambió la distribución de los bancos de manera circular, esto se fue repitiendo en distintas materias pero ya no causaba el mismo efecto. Si bien el pasaje a la modalidad virtual me costó en un principio al nunca haber realizado cursos online y solo usar la computadora estos años para Drive en trabajos grupales, me sirvió de aprendizaje. En esta materia en particular, la articulación de los conceptos con el contexto de pandemia por momentos me resultó abrumador al estar atravesando la situación y encontrándome con sentimientos distintos en el día a día. Pero también resultó enriquecedor al tener que pensar el rol del psicólogue en el contexto actual y poder pensar a les profesionales de la salud en estas situaciones, teniendo que adaptar la práctica a la virtualidad e intentando pensar las subjetividades frente a una nueva realidad.

Por otro lado, tomo para el análisis la institución Género. A lo largo de los últimos años empecé a participar de las marchas con consignas como #NiUnaMenos, el derecho al aborto legal y el orgullo LGBT y a raíz de ello, a cuestionarme instituidos. En una de las actividades del foro comenté que se podía deber a los estereotipos sobre el género y su reproducción por lo que actualmente estudio psicología (eligiendo el lugar de la escucha) y trabajo de maestra integradora (eligiendo el lugar de cuidadora). Luego de haber realizado esa actividad y algunas siguientes, empecé a cuestionarme cuál quería que sea mi rol como futura psicóloga. Por otro lado, el video de “¿Cuál es la diferencia?” que se propuso en el foro de prácticos tuvo efecto analizador en mí para poder dar cuenta de las distintas realidades y re-pensar cómo llevar adelante una consulta para asistir a personas del colectivo LGBT+.

Por último, si bien considero que el proceso de deconstrucción lo vengo realizando hace ya varios años en los aspectos cotidianos, las herramientas que fue brindando esta materia resultan de utilidad para también poder deconstruir los supuestos que tenía sobre el rol de les psicólogues, por ejemplo, desligándolo un poco de lo clínico y abandonando la idea de que puede existir una mirada objetiva.

Reflexión Grupal

La experiencia del trabajo grupal representó una gran oportunidad para reflexionar sobre lo aprendido en el transcurso de la cursada y aprender a escucharnos, asumiendo la heterogeneidad del grupo, aceptando nuestras diferencias y respetando la singularidad de cada une, haciendo lugar y dándonos el tiempo de reunirnos y escuchar todas las voces, permitiéndonos repensar entre todes los conceptos y ayudándonos a reconstruirnos mutuamente a través de una constante acción colaborativa.

En nuestro caso particular, no nos conocíamos previamente y la conformación del grupo fue totalmente azarosa. Esto conllevó un período necesario para conocernos, acostumbrarnos unes a otres y establecer una dinámica de trabajo. Considerando que el trabajo se desarrolló en un período de no más de tres semanas, que nos encontramos cursando otras materias y que debimos conciliar horarios por nuestras obligaciones laborales, sentimos que el período fue mucho más breve de lo que nos hubiera gustado.

Si bien la temática elegida y las líneas de sentido desarrolladas en el presente trabajo fueron consensuadas de forma unánime y, prácticamente, en tiempo récord –como si estuviéramos conectados por el pensamiento–, también se visibilizaron algunas diferencias en las formas de encarar la temática, puntos de vista por momentos disímiles y desacuerdos relacionados con las implicaciones de cada une. Siempre en un marco de respeto y armonía.

En un momento del trabajo surgió un debate relacionado con la utilización de la analogía entre violencia de género y pandemia con opiniones contrapuestas: una posición favorable a esta idea, en razón de la magnitud del problema que se extiende a lo largo del mundo como una pandemia; otra posición contraria, que supone que el término invisibilizaría los atravesamientos institucionales en juego al equiparar la violencia de género con un fenómeno sanitario. Creemos que este intercambio de ideas fue sumamente fructífero y, eventualmente, nos llevó a incorporar esta controversia a nuestras líneas de sentido.

Más allá de los obstáculos que debimos afrontar a lo largo de este desafío, con avances y rectificaciones, en circunstancias atípicas y sin la posibilidad de compartir otro espacio que la virtualidad, sentimos una profunda satisfacción por el trabajo realizado. Consideramos que nuestras expectativas previas fueron colmadas. Como cuenta pendiente, sólo nos resta la oportunidad de poner en práctica los conocimientos adquiridos en la realidad concreta de nuestro día a día, repensandonos, repensando nuestras decisiones e intentando tener en cuenta nuestras propias implicaciones y, si fuera posible, ayudando también a otres a visibilizar las suyas propias.

Bibliografía

● Castoriadis, C. (1988). “Prefacio” (pp. 9-15) y “Lo imaginario. La creación en el dominio histórico social”. En Los dominios del hombre, las encrucijadas del laberinto, (pp. 64- 75). Barcelona: Gedisa.

● Lourau, R. (1991). Introducción (pp. 9-22) y cáp.7 Hacia la intervención Socioanalítica. (pp. 262-285), en El análisis institucional; Buenos Aires, Amorrortu.

● Ulloa, F. (1995). La tragedia y las instituciones. En Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica (pp. 185-205). Buenos Aires: Paidós


 

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