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Resumen para el Segundo Parcial  |  Psicología del Yo (Cátedra: Rosenvald - 2018)  |  Psicología  |  UBA

La psicología psicoanalítica del Self (Kohut-Sara Antón)

Hay tres periodos en la obra de Kohut:

Primer periodo: los trabajos de psicoanálisis aplicados, en relación con la música, el arte y la creatividad. Tambien aborda la temática del desarrollo de valore específicos del ser humano en situaciones de crisis y tensión extrema.

Segundo periodo: que abarca hasta los trabajos de 1971 que culminan con la publicación de Análisis del Self. En esta fórmula su teoría del narcisismo como fuente de desarrollo independiente de la libido. En 1966 en Formas y transformaciones del narcisismo, Kohut señala que el destino del narcisismo no es su desaparición sino su transformación en cuatro categorías básicas de la maduración: 1) la aceptación de la propia transitoriedad 2) el desarrollo del sentido del humor 3) la adquisición de la capacidad de empatía 4) el logro de sabiduría. También en este periodo realiza aportes técnicos de importancia, sobre todo en relación a la transferencia.

Tercero periodo: en Restauración del si mismo crea una bifurcación teórica sustancial al afirmar que el Self contienen al aparato psíquico y es una estructura más abarcativa que el mismo.

Se puede incluir un cuarto periodo dentro de la obra de Kohut, ya que, con posterioridad a su muerte, aparece su libro y en el propone cambiar el mito de Edipo por el mito de Odiseo; sosteniendo que Edipo no comienza su drama con la muerte del Pare sino con la expulsión que el padre hace del hijo mandándolo matar.

 

Kohut, en toda su teoría: 1) acentúa la imprescindibilidad de un ambiente humano que reciba al bebé con disponibilidad empática 2) considera de importancia el concepto de salud y se ocupa en definirla 3) señala como relevante la inclusión del material más cercano a la conciencia del paciente, sin descuidar por ello el análisis de los significados más profundos, inconscientes, disociados y reprimidos de lo que el paciente trae en el transcurso del proceso terapéutico.

 

Aportes a la teoría y técnica psicoanalítica

Si bien comienza trabajando según la línea freudiana, percibe que existe un número de paciente que no eran analizables por estos medios, fundamentalmente por el tipo de transferencia que ellos establecían, que iba más allá de la transferencia neurótica y que da en llamar primero transferencia narcisista y luego transferencias con el objeto-self. De estos pacientes y por la particular transferencia que establecen, Kohut dirá que padecen trastornos narcisistas.

Hay varios términos que se manejan dentro de esta teoría, ellos son: narcisismo, empatía, self.

Narcisismo: el narcisismo tiene una mala reputación en función de su interpretación como lo esencial del egoísmo y el amor a si mismo, repudiado, o sea por la civilización de Occidente.

La propuesta de Kohut es la de un desarrollo biaxial de la libido, con uno de los ejes recorriendo el camino ya descripto por el psicoanálisis y el otro por el desarrollo de la libido narcisista, desarrollo que continuará a lo largo de toda la vida.

Agregó una descripción de las transformaciones del narcisismo. Postula que existe un proceso evolutivo del narcisismo primario y que el narcisismo no desaparece cuando se establecen las cargas de objeto.

Empatía: para Kohut es la capacidad que tiene una persona de ponerse dentro del otro y comprender lo que le pasa. Se distingue de la simpatía ya que ésta sólo sería un acompañamiento afectivo. La empatía supone dos procesos, uno de observación empática y otro de inmersión o comprensión. Es la capacidad usada por la madre y sus sustitutos y secundariamente por el analista para entender a quien no puede o no sabe expresar lo que le ocurre, o lo que está más allá de lo expresado. Es un concepto central en esta teoría ya que las fallas empáticas son las que producen la ruptura de la continuidad existencial. Cuando se rompe la configuración psicológica primaria aparecen las pulsiones en estado libre, desvinculadas de una estructura interpersonal que las contenga.

Rabia o furia narcisista: para Kohut la agresión es una disposición; no incluyendo en su teoría la pulsión de muerte o la agresividad como destructividad primaria. La rabia narcisista surge cuando los objetos del self cumplen adecuadamente sus funciones y por lo tanto con lo que el bebé espera de ellos. Esta frustración, producto de una relación deficitaria y carente de empatía con los objetos-self, sería el desencadenante de la rabia narcisista. Esta rabia se manifiesta de distintas maneras, pero todas comparten: la necesidad de venganza, de hacer justicia, de anular una herida por cualquier medio. Surge en aquellos individuos para quienes resulta indispensable sostener un sentimiento de absoluto control sobre un medio arcaico, ya que el mantenimiento de la autoestima y del self dependen de la disponibilidad absoluta del objeto del self especular o idealizado y que permite al self seguir fusionado con ellos. Se señala que mientras la furia narcisista surge de la matriz del narcisismo arcaico, la agresión madura se encuentra bajo el dominio del yo. La furia narcisista esclaviza al yo y lo transforma en su instrumento, en tanto la agresión madura se halla sometida al control del yo y su grado de neutralización se halla regulado por este según lo propósitos para lo que la emplea.

 

Hombre culpable versus hombre trágico: el hombre culpable es el hombre del conflicto, de la culpa, de la prohibición, del Edipo, del parricidio. El hombre trágico, en cambio, es el mandato interior, el que tiene que desarrollar un plan interior de vida, el que tiene que dejar muchas veces su placer acumulando tensión y displacer en un nivel de satisfacción en otro. Este nivel podría ser también el del self, en tanto espacio que incluye al aparato psíquico

 

El self: Kohut parte del concepto enunciado por Hartmann cuando define al narcisismo como la “catexia libidinal del self”, distinguiéndolo del concepto del yo, al cual describe como una instancia del aparato mental que es definida por sus funciones, reservando la palabra self para referirse a la representación del sí mismo en cada una de las instancias psíquicas.

El concepto de self, se encuentra más cercano a lo experiencial y emocional, siendo en tal sentido un concepto de menor nivel de abstracción que los de ello, yo y super-yo

Kohut habla en un principio habla del self en un sentido estricto, lo considera como un contenido del aparato mental, definiéndolo como una estructura catectizada instintualmente que tiene una continuidad temporal. Kohut va avanzando en su teoría y el self va cobrando importancia progresiva hasta constituirse en el centro del universo psicológico del individuo, hace referencia a la persona total, con el aparato psíquico contenido dentro de dicha estructura más abarcativa.

¿Cómo se constituye el self? No existe un self en el recién nacido, el mismo se constituye como tal alrededor del segundo año de vida. Lo que existe o debería existir desde los comienzos de la vida es un ambiente que provea de lo necesario para su estructuración y desarrollo. Debe existir un ambiente psicológico adecuado a las necesidades psicológicas del recién nacido. Este ambiente psicológico está representado por lo padres, a los que denomina Objetos del Self. Los primeros objetos del self por lo tanto serán para el niño los padres, reales y concretos, los cuales deberán responder empáticamente a las necesidades del bebé. Estos objetos del self si bien son vividos por el niño como prolongación de su cuerpo o como partes de su sí mismo en formación y están cargados con libido narcisista, son objetos externos. 

Esto objetos son de dos tipos: objeto del self reflejante o especular: que confirma al niño su sentido innato de vigor, grandeza y perfección. Objeto del self imago parental idealizada al que el niño mira y con el cual se fusiona para obtener la calma, infabilidad y omnipotencia. Lo ubica en relación a los ideales.

Si esto objetos del self responden empáticamente tanto a las necesidades de especularidad como a las de idealización que experimenta el niño, se irá constituyendo el self.

El self por lo tanto, no irrumpe en un momento determinado en la vida de un niño, sino que su estructuración es un proceso que requiere además, que las respuestas de los objetos del self se den en un continuo espacio-temporal.

A este proceso por el cual el niño va reemplazando paulatinamente a las funciones de los objetos del self por su propio self y sus funciones Kohut lo llama internalización transmutativa y lo define como un proceso de transformaciones y reinternacionalizaciones donde se internaliza las funciones del self. El mismo muestra las diferentes fases por las que atraviesa el niño en su relación con los objetos del self, como se va separando de ellos y los destinos de las cargas que antes catectizaron a los objetos del self.

La internalización transmutativa presenta tres etapas: 1) el niño tiene que haber hecho la experiencia de satisfacción de la necesidad correspondiente a la fase de desarrollo; la especular con el objeto reflejante y la idealizadora con el imago parental idealizada. 2) debe producirse una frustración tolerable con el objeto para que el niño considere la retracción de la carga. 3) esta frustración se debe producir en el momento adecuado a la fase de desarrollo por la que atraviesa el niño.

Dicho proceso de internalización transmutativa lleva a la formación de estructuras que producirán reconocimiento, confort, protección, estimulación, aspectos que antes cumplían los objetos del self.

Como consecuencia de esto, a partir del segundo año de vida se estructura lo que Kohut denominó núcleo del self, este es la base de nuestra sensación de ser un centro independiente de iniciativa y percepción, integrado con nuestras ambiciones e ideales más básicos y con nuestra experiencia de que el cuerpo y la mente constituyen una unidad en el espacio y un continuo en el tiempo.

Este self tendrá una estructura bipolar que se corresponde con los dos tipos de objetos del self con los cuales se relaciona: el polo de las ambiciones (objeto reflejante) y el polo de los ideales (imago parental idealizada). Entre estos polos se crean tensiones que denomina arco de tenciones. En él se desplegarán los diferentes tipos de talentos y habilidades de un individuo. Kohut lo define como la corriente constante de actividades psíquica concreta que se da entre los dos polos del sí mismo.

Según Kohut las relaciones con los objetos del self no desaparecen y subsisten en las relaciones objetales maduras, ya que todos necesitamos vernos reflejados y tener objetos idealizados a lo largo de toda la vida.

Kohut en los comienzos no habla de relaciones con los objetos del self, sino de un acoplamiento funcional, por lo cual concluye que lo que el niño incorpora de los objetos del self son sus funciones. Lo que influye en el carácter del self del niño no es tanto lo que los padres hacen sino lo que son, dando a entender que la estructuración de un self saludable en el niño va a depender fundamentalmente de la integridad y salud del self de sus padres.

Para la psicología psicoanalítica del self ante el fracaso del narcisismo primario del bebé se pueden describir tres variantes: 1) las elecciones de objeto 2) la formación del self grandioso 3) la formación de la imago parental idealizada

El self grandioso se interrelaciona con el objeto del self reflejante, conformado éste en el sentido innato del vigor, grandeza y perfección del self y manifestándose a través de conductas exhibicionista y de búsqueda de aprobación. Para kohut esto se juega con la madre o con el objeto del self maternal. El bebé tambien se interrelaciona con la imago parental idealizada, que le otorgará la imagen de calma, infabilidad y omnipotencia que le permite calmar sus ansiedades. Queda entonces constituida lo que llama Kohut estructura bipolar del self normal.

 

La transferencia (según la psicología del self)

Freud al hablar de transferencia en el tratamiento analítico la define como la realcion que el paciente establece con la figura de su analista y en la cual deposita y transfiere a la misma sentimientos vividos en épocas anteriores con sus primeros objetos amorosos. Una de las razones que llevó a Kohut a formular su teoría del self fue que en su práctica clínica se encontró con paciente que no establecían transferencia neurótica y que no podían ser interpretados con la teoría clásica del impulso y la defensa, pero que de todas maneras establecían un vínculo transferencial, al cual denomina al comienzo de su obra transferencia narcisista y en 1984 transferencia con los objetos self.

Para Kohut el niño y tambien el adulto, mantiene con sus objetos del self relaciones narcisistas. Por lo tanto, entre paciente y analista se recrearán en la transferencia vínculos de esta naturaleza.

Menciona tres tipos de transferencia que se corresponden con los tres tipos de objetos del self.

Transferencia especular: en ella se reviven etapas tempranas del desarrollo en la que el niño tiene fantasías omnipotentes mediante las que alimenta un self grandioso. Los demás solo existen en tanto son reflejos del exhibicionismo y la grandiosidad. El analista funciona como un espejo que refleja la imagen del paciente, brindándole cohesión y continuidad temporal.

El paciente se exhibe y necesita que alguien le refleje este exhibicionismo y se lo devuelva para que su self adquiera solidez, lo que constituye la base de la autoestima. En otras ocasiones la transferencia especular se expresa como una fantasía de fusión con un objeto del self grandioso y omnipotente. El paciente ensancha sus propios límites e incluye la imago del analista.

Transferencia idealizadora: en esta se reactiva la relación con un objeto del self al que se vivencia como fuente de toda seguridad. Como toda la felicidad reside en el objeto idealizado, el individuo se siente vacío e impotente cuando se separa de él. Por esto procura que la unión no tenga interrupción alguna.

Transferencia gemelar o alter ego: constituye la reactivación de un vínculo con un objeto del self vivenciado como su gemelo, esto es, un ser con el que se comparten ideales, ambiciones y metas. Kohut piensa que esta transferencia era una forma especial de la especular, pero luego la toma como un tipo diferente. El paciente repite el estilo de relación construida durante la latencia, cuando las necesidades de un niño son, por ejemplo, las de trabajar junto a su padre realizando igual trabajo.

 

Clasificación psicopatológica según la teoría del self

Kohut diagnostica a sus pacientes a partir del vínculo transferencial que los mismos establecen. Observa que la transferencia no es la clásica transferencia neurótica estudiada por Freud sino la transferencia narcisista. Como la patología neurótica tiene como conflicto nodal el complejo de Edipo, a ésta la llamará patología del conflicto. La patología narcisista va más allá del Edipo, o sea tiene su origen en etapas más primitivas del desarrollo y la denomina patología del déficit, haciendo referencia al déficit que ha sufrido el self en dichos momentos.

Las fallas aisladas en cualquiera de las etapas de la internalización transmutativa, no producirán patología. Tiene que haber reiteración de las fallas, de parte de los objetos del self, y esto último sucederá cuando los padres padezcan, ellos mismos, de fallas en la estructura de su self. Por lo tanto, va a depender, si los objetos fallan en forma reiterada, el que se den o no cuadros psicopatológicos y además hay que considerar cuál de los objetos del self es el que ha fallado. La falta de cada uno de los dos objetos del self que interviene, a través de su interrelación con el niño, en la constitución del self, producirá cuadros clínicos con características propias.

El cuadro clínico variará de acuerdo a la frecuencia y magnitud del fallo del objeto del self y también en relación al momento evolutivo en que se produzca.

Las características del self normal son su cohesion, vitalidad y funcionamiento armonico. La patología altera estas características y de un self cohesivo puede haber variaciones hasta llegar a su fragmentación; de ser vital a tener diferentes grados de debilitamiento; de funcionar armónicamente a padecer diferentes grados de desorganización hasta llegar al caos.

Kohut describe dos mecanismos a los cuales el aparato psíquico recurre ante fallas en el desarrollo del self. Ellos son: las estructuras defensivas y las estructuras compensatorias.

Las estructuras defensivas sólo cubren el defecto del self y las compensatorias, por compensación, atenúan las consecuencias del defecto.

Con respecto a las estructuras compensatorias se puede pensar, por ejemplo, que si se ha producido un defecto en el polo de las ambiciones-exhibisiones, porque falló la función reflejante del objeto self, se va a producir una compensación en el polo de los ideales y en ese caso el sujeto intenta compensar las deficiencias de la autoestima persiguiendo objetivos que se vinculan a ideales.

 

Trastornos secundarios y primarios del self

Los trastornos secundarios del self son aquellas reacciones que algunos sujetos, teniendo un self bien constituido, padecen en determinadas cirscuntancias vitales. Un self bien estructurado tolera bien los cambios que en la autoestima producen tanto los éxitos como los fracasos, con sus correspondientes emociones

Kohut también coloca dentro de estos trastornos secundarios las reacciones ante un padecimiento físico asi como las incapacidades que acompañan a una neurosis estructural.

Los trastornos primarios del self abarcan varios cuadros clínicos que tienen relación con la severidad y naturaleza del daño que ha sufrido el self. Por ejemplo, si el self ha sufrido daños permanentes y prolongados, mostrará diversos grados de fragmentación, de debilitamiento y de desorganización y aparecerán todos los síntomas que corresponden a una psicosis. Estos son los cuadros en que la interacción con los objetos del self ha sido crónicamente deficiente, especialmente en sus respuestas especulares.

También dentro de los trastornos primarios del self se ubican los estados fronterizos, que también padecen fragmentación, debilitamiento y desorganización del self en forma permanente y prolongada, pero a diferencia de las psicosis, las manifestaciones clínicas que corresponden a los déficits de estructuración del self se encubren con múltiples defensas.

En el estudio de los trastornos primarios del self que han significado el nacimiento y el desarrollo de la psicología psicoanalítica del self, ellos son: los trastornos narcisistas de la personalidad y los trastornos narcisistas de la conducta. Son los únicos cuadros que la psicología psicoanalítica del self considera analizables, ya que, según esta teoría, los pacientes que sufren estos trastornos tienen la posibilidad de establecer un vínculo transferencial.

 

Trastornos narcisistas de la personalidad y de la conducta

Los pacientes que pertenecen a este cuadro clínico padecen una gran vulnerabilidad narcisista, son personas que tienen dificultades para tolerar los fracasos, las postergaciones y las dificultades corrientes. Son muy susceptibles. El mayor problema reside en la dificultad que tienen para regular su autoestima.

Los trastornos narcisistas de estos pacientes se pueden agrupar en cuatro esferas: A) la sexual: falta de interés; fantasías perversas, fantasías mas que actividades; actos perversos. B) la social: inhibiciones laborales; incapacidad de formar o mantener vínculos significativos, actividades delictivas C) la psicosomática: preocupaciones hipocondriacas acerva del cuerpo y la mente D) en sus aspectos personales: falta de humor; de empatía por otras personas; mentiras patológicas.

Si bien todos estos diagnósticos tienen valor, para Kohut el diagnostico se hace por el tipo de trasferencias que establecen estos pacientes. El diagnóstico definitivo del trastorno del self y del tipo al que pertenece, e hará de acuerdo a la trasferencia.

 

Síndromes de la patología del self

Self subestimulado: por la ausencia en la infancia de respuestas estimulantes de parte de los objetos del self, son personas que carecen de vitalidad, padecen de apatía. Estas personalidades recurren a diferentes estimulos que les provocan una pseudo excitación que evita la sensación de vacio.

Self fragmentado: es un estado que surge por la ausencia de respuestas integradoras por parte de los objetos del self en la infancia. Son pacientes que reaccionan con síntomas de fragmentación frente a desilusiones poco importantes.

Self sobreestimulado: se relaciona con las respuestas no empáticas excesivas e inadecuadas con respecto a la fase por parte de los objetos del self en la infancia, sea a las actividades del polo exhibicionista grandioso del self incipiente del niño o a las actividades del polo que tienen que ver con los ideales o a ambos. Estos son pacientes en los cuales la producción y la creación les producen temor por sus intensas ambiciones que habían permanecida atadas a fantasías grandiosas no modificables.

Self sobrecargado: acá falló el objeto del self omnipotente, no brindándose para que el self pueda fusionarse con la serenidad del mismo. Esto produce la ausencia de la capacidad autotranquilizadora que protege al individuo normal de sentirse traumatizado por la difusión de sus emociones, en particular la ansiedad. El mundo para estos pacientes es peligroso, hostil y en algunas oportunidades nos hacen pensar en cuadros paranoicos.

 

 

Algunos tipos de personalidades narcisistas:

Personalidades hambrientas de espejo: son personas que buscan objetos que los admiren y confirmen su self famélico. Tratan de llamar la atención para defenderse de la sensación que les produce la falta de autoestima. Buscan continuamente objetos del self que los atiendan y confirmen. La falla se ubica en la interrelación del self con el objeto del self reflejante.

Personalidades hambrientas de ideal: son personas que buscan incesantemente objetos del self a los cuales admirar ya sea por su prestigio, inteligencia. Aquí lo que ha fallado es la interacción del self con la imago parental idealizada.

Personalidades hambrientas de fusión: tienden a controlar sus objetos del self debido a la falta de estructuración psíquica, relacionada esta falta, a las alteraciones producidas por la deficiente interrelación del self con el objeto especular o idealizado. Son personas con un self debilitado que necesitan objetos del self en lugar de una estructura del self. Viven a los otros como a su propio self y por esto les cuesta tolerar la independencia de los objetos y necesitan la presencia constante de los mismos.

 

Los trastornos del self y su tratamiento (Kohut y Wolf)

 

El nacimiento de una psicología del self

Durante los últimos años, la investigación psicoanalítica sobre ciertos pacientes con que se encuentra en el práctica clínica llevó a reconocer un síndrome definible que al principio pareció estar relacionado con las psiconeurosis y los trastornos neuróticos del carácter.

Lo que permitió esclarecer la naturaleza de este trastorno no fue el examen de la sintomatología, sino el proceso terapéutico.

El análisis de los conflictos psíquicos de estos pacientes no trajo como resultado ni el alivio esperado del padecimiento ni la desaparición de la conducta indeseable; sin embargo, el descubrimiento de que estos pacientes reactivaban ciertas necesidades narcisistas especificas en la situación psicoanalítica, es decir, de que establecían transferencias narcisistas, hizo posible un tratamiento psicoanalítico eficaz. El síndrome psicopatológico del que padecen estos pacientes se designó con el nombre de trastornos narcisistas de la personalidad. Las trasferencias narcisistas se subdividieron en dos tipos: 1) la transferencia especular, en el cual se revive en la situación terapéutica la necesidad infantil de una fuente especular de aceptacion-confirmacion a la que se respondió de manera insuficiente o deficiente 2) la transferencia idealizadora en la que se revive de manera similar la necesidad de fusión con una fuente de fortaleza y serenidad idealizadas. Se hizo obvio que la esencia del trastorno en estos pacientes no podía explicarse de manera adecuada dentro del marco de la psicología clásica de tipo impulso y defensa. En vista de que el nucleo del trastorno es un self debilitado o deficiente, las explicaciones centradas en los conflictos concernientes a los impulsos lbidinales o los agresivos no podía esclarecer ni la psicopatología ni el proceso terapéutico. Se conceptualizo la debilidad del self en términos de su hipolibidinización (como un déficit catéctico) y se reconocieron las intensas agresiones clásicas de los trastornos narcisistas de la personalidad como las respuestas del self vulnerable frente a una variedad de injurias. Se introdujeron el concepto de objeto self y de la creciente comprensión del self en términos de la psicología profunda. Los objetos del self son objetos que experimentamos como parte de nuestro self; por lo tanto, el control que se espera lograr sobre ellos, está más cerca del concepto de control que un adulto espera ejercer sobre su propio cuerpo y mente, que del que espera tener sobre los demás. Hay dos clases de objeto self: los que confirman el sentido innato del vigor, grandeza y perfección del niño y aquellos a los que el niño puede admirar y con los que puede fusionarse como una imagen de serenidad, infalibilidad y omnipotencia. El primer tipo se designa como objeto del self especular y el segundo como imago parental idealizada. El self, el núcleo de nuestra personalidad, tiene varios elementos constituyentes que adquirimos en la interacción con las personas de nuestro medio infantil más temprano a las que experimentamos como objetos del self. Un self firme, resultante de las interacciones optimas entre el niño y sus objetos del self está constituido por tres elementos principales: 1) un polo del que emanan las tendencias básicas al poder y el éxito; 2) otro polo que corresponde a las metas idealizadas básicas; 3) una zona intermedia de talentos y habilidades básicos que se ven activados por el arco de tensión que se establece entre las ambiciones y los ideales.

Las interacciones deficientes entre el niño y sus objetos del self trae como resultado un self dañado. Si un paciente con un self dañado inicia el tratamiento psicoanalítico, reactiva las necesidades específicas para las que no encontró respuesta en las interacciones deficientes especificas entre el self inicial y los objetos del self de comienzos de la vida, es decir, se establece una transferencia de tipo objeto self.

Según la cualidad de la interacción entre el self y sus objetos del self en la infancia, aquel surge como una estructura firme y saludable o bien como una estructura más o menos seriamente lesionada. Así, el self adulto puede existir en estados de diverso grado de coherencia, desde la cohesión hasta la fragmentación; en estados de grados variables de vitalidad, que van desde el vigor hasta el debilitamiento; en estados de grados variables de armonía funcional, desde el orden hasta el caos. La incapacidad significativa para lograr cohesión, vigor o armonía, o una pérdida significativa de estas cualidades una vez tentativamente establecidas, constituyen un estado de trastorno del self. La situación psicoanalítica crea condiciones en las que el self dañado comienza a tratar de alcanzar o restablecer un estado de cohesión, vigor o armonía interna.

 

Los trastornos secundarios y primario del self

Secundarios: son las reacciones de un self estructuralmente ileso frente a las vicisitudes de la vida. Un self fuerte permite tolerar oscilaciones de la autoestima frente a la victoria o derrota. Y diversas emociones acompañan estos cambios en el estado del self. A los trastornos secundarios pertenecen también las reacciones ante la enfermedad física o a las incapacidades de una neurosis estructural, o situaciones vitales.

Primarios: pueden dividirse en varios subgrupos, según el alcance, la severidad, la distribución del trastorno. Si el self se ha sufrido un serio daño permanente o prolongado, y si no existen estructuras defensivas que encubran la deficiencia, las manifestaciones en la experiencia y la conducta son las que se designan como las psicosis. El self nuclear puede hacer permanecido no cohesivo, sea debido a una tendencia bilógica inherente o porque su totalidad y continuidad no encontraron una respuesta especular siquiera eficaz a comienzos de la vida o debido a la interacción o convergencia de factores biológicos y ambientales.

Un segundo subgrupo de trastornos primarios del self son los estados fronterizos. Aquí la desintegración, el debilitamiento o el caos funcional del self nuclear también son permanentes o prolongados per, al revés de lo que sucede con las psicosis, las manifestaciones de la deficiencia central en la experiencia y la conducta están encubiertas por complejas defensas.

El siguiente subgrupo corresponde a un self más flexible, el de los trastornos narcisistas de la conducta, aun cuando los síntomas que estos individuos manifiestan pueden exponerlos a serios peligros físicos y sociales. Pero en estos casos el trastorno subyacente, la fragmentación, el debilitamiento la seria distorsión del self, sólo es temporario.

Estrechamente relacionados con los trastornos narcisistas de la conducta se encuentran los trastornos narcisistas de la personalidad, en los que la fragmentación el debilitamiento o la distorsión seria del self también son sólo temporarios, pero los síntomas no se refieren a las acciones y las interacciones del individuo sino, a los estados psicológicos.

De todos los trastornos primarios del self, sólo los trastornos narcisistas de la conducta y la personalidad son analizables.

 

Mecanismos de defensa (Ana Freud)

CAPITULO 1: EL YO COMO OBJETO DE OBSERVACION

El ello, yo y superyó en la autopercepción: es sabido que las tres instancias psíquicas difieren grandemente en su accesibilidad a la observación. El conocimiento del ello sólo puede adquirirse merced a los derivados que pasan a los sistemas preconscientes y conscientes.

Cuando en el ello domina un estado de calma y satisfacción; cuando ningún impulso instintivo tiene motivo para invadir el yo en busca de gratificación y producir allí sentimientos de tensión y displacer, carecemos de toda posibilidad de conocer su contenido.

La situación es diferente en lo que atañe al superyó. Sus contenidos son en gran parte conscientes, lo cual tórnalos directamente accesibles a la percepción intrapsiquica. Sin embargo, la imagen del superyó se esfuma cuando entre el yo y el superyó existe armonía. Se hace esta formulación: el yo y el superyó coinciden, es decir, desde el momento en que el superyó como instancia aislada no es reconocible a la autopercepción ni al observador.

El yo como observador: de esto resulta que el yo constituye el terreno apropiado, sobre el cual debemos dirigir constantemente nuestra observación. Es la via por donde buscamos capturar una imagen de las otras dos instancias.

Cuando existen entre ambos sistemas pacificas relaciones de vecindad, el yo cumple admirablemente su papel de observador del ello. Los diferentes impulsos instintivos avanzan siempre desde el ellos hacia el yo; y desde aquí se procura la entrada en el aparato motor, mediante cuyo auxilio logran su satisfacción. En casos favorables, el yo nada tiene que objetar al intruso; limitarse a percibir y pone sus fuerzas a su disposición. Siente el ataque del impulso instintivo, el aumento de tensión con los sentimientos de displacer que le acompañan y, la relajación de la tensión que las vivencias placenteras satisfactorias. La completa observación de este proceso nos ofrece una imagen nítida y fiel del impulso instintivo con sus propias catexias libidinales y del fin que busca. En esta imagen, el yo, de acuerdo con el impulso instintivo, no se destaca.

Por desgracias, el pasaje de impulsos instintivos de una instancia a otra acarrea posibilidades de conflictos y simultáneamente, la interrupción de la observación del ello. En su camino hacia el logro de gratificación, los impulsos del ello deben atravesar el territorio del yo, encontrando aquí una atmosfera extraña. En el ello prevalece el así llamado “proceso primario”.

En cambio, en el yo el curso de las representaciones hallase sujeto a estrictas condiciones que sintéticamente denomina “proceso secundario”. Tampoco los impulsos instintivos, pueden lograr la satisfacción buscada. Los impulsos instintivos corren el riesgo de desagradar a las instancias que le son esencialmente extrañas. Se exponen a la crítica y al rechazo y deben resignarse a toda clase de modificaciones. De ahí que las relaciones pacíficas entre los poderes vecinos alcancen su término. Los impulsos instintivos perseveran en lograr sus fines mediante su propia tenacidad y energía, y con la esperanza de vencerlo sorpresivamente, emprenden hostiles irrupciones en el yo. El yo inicia contraataques y avances en el territorio del ello. Su propósito es obtener una permanente paralización instintiva mediante recursos defensivos apropiados que aseguren sus fronteras.

 

Las irrupciones del ello y del yo como material de observación: todas las medidas defensivas del yo contra el ello ocurre en forma silenciosa e invisible. En rigor, no es dable seguirlas en su transcurso y sólo es posible reconstruirlas retrospectivamente. Esto acontece al triunfar la represión. El yo nada sabe de esta. En general, la percibimos ulteriormente, al verificar la ausencia de ciertos fenómenos: verbigracia, cuando en el examen objetivo de un determinado individuo faltan aquello impulsos del ello que esperaríamos encontrar en el yo en busca de satisfacción. Si estos impulsos no emergen, podremos admitir que su acceso al yo les ha sido definitivamente vedado; que han sucumbido a la represión. En lo concerniente al proceso de la represión, carecemos de otra experiencia.

No se puede decir a propósito de una lograda formación reactiva: una de las más importantes medidas defensivas del yo como permanente protección contra el ello. En el curso del desarrollo infantil. Tales formaciones se producen de una manera casi inadvertible. No siempre es posible afirmar que el impulso instintivo opuesto haya ocupado antes el centro de la atención del yo. Este habitualmente desconoce el impulso rechazado y el conflicto total que condujo a la instalación de la nueva característica. A no mediar ciertos y determinados rasgos de exageración obsesiva que sugieren su carácter reactivo, encubridor de un antiguo conflicto, durante la observación analítica fácilmente se la tomaría como un aspecto del ulterior desarrollo espontáneo del yo.

Podemos comprobar que la totalidad de las informaciones de importancia nos han sido suministradas por el estudio de las irrupciones del lado opuesto.

 

CAPITULO 2: APLICACIONES DE LA TECNICA ANALITICA AL ESTUDIO DE LAS INSTANCIAS PSIQUICAS

Periodo pre-analítico: técnica hipnótica: El Yo no desempeña ningún papel. Se proponía conocer el contenido ICC y el Yo era un factor perturbador, q con la hipnosis se lo vence. La imposición a la CC del material reprimido brinda la solución del síntoma. Luego, fuera de la influencia del médico, se revela y surge un nuevo conflicto de la defensa. Luego se utilizó la sugestión.

 

Periodo analítico: Asociación libre: El papel del YO es negativo. Se le pide al paciente, al YO q se elimine él mismo, q calle. Se invita al ELLO a hablar, pero la motricidad está excluida, x un lado se expresa, pero no puede satisfacerse. Solo x un rato el YO permanece callado, y los derivados del ello aprovechan este reposo para irrumpir en la conciencia. El analista se apresura a tomar conocimiento de sus expresiones. Luego el yo se agita de nuevo, rebélase contra la impuesta actitud de tolerancia pasiva y se inmiscuye con cualquiera de sus habituales medidas de defensa, perturbando el curso de las asociaciones. El enfermo transgrede la regla analítica fundamental o hace “resistencia”. Esto significa: que al avance del ello hacia el yo ha seguido un contraataque del yo en dirección inversa. Por consiguiente la atención del observador se desplaza hacia las resistencias: del contenido del ello a la actividad del yo. Durante el análisis del ello, el espontaneo surgimiento de los derivados inconscientes secundaba al analista en su tarea; el trabajo del análisis y las tendencias del material que debían analizarse orientan hacia el mismo fin. En cambio, durante el análisis de las actividades defensivas del yo es lógicamente inútil hablar de tales similitudes de fines. Los elementos inconscientes del yo no tienen inclinación ni ventaja alguna en hacerse conscientes. De ahí que cada parte del análisis del yo resulte mucho más insatisfactoria que el análisis del ello.

No es la sujeción a la regla analítica fundamental, lo q nos interesa, sino el conflicto para su aplicación. Este ir y venir observacional del ELLO al YO, esta doble dirección en el examen de ambos aspectos del paciente, es lo q constituye la técnica analítica.

 

Interpretación de los sueños: la actitud del analista en la interpretación de los sueños produce una vez más la de la observación en las asociaciones libre. El estado psíquico del soñante difiere muy poco de la situación anímica del paciente durante la sesión analítica. La restricción de las funciones del yo que voluntariamente debe realizar el paciente, establece en forma automática por el estado onírico. Los efectos de la censura, las transposiciones de los contenidos latentes del sueño en manifiestos corresponden a las deformaciones que sufren las asociaciones bajo la presión de la resistencia. La interpretación del sueño, sirve a la exploración del ello en tanto que logra extraer los pensamientos latentes del sueño y a la exploración de las instancias del yo y de sus actividades de defensa en tanto reconstruye las medidas del censor por sus efectos sobre el pensamiento del sueño.

 

La interpretación de los símbolos: desde luego el conocimiento de los símbolos oníricos suministra una gran ayuda en la exploración del ello. Los símbolos son relaciones constantes y universalmente validas entre determinados contenidos del ello y particulares representaciones conscientes de palabras o cosas. La técnica de la traducción del símbolo permite alcanzar la interpretación por un camino abreviado o saltar desde los estratos más elevados de la conciencia a los más inferiores del inconsciente, ahorrando el pasaje a través de los intermedios.

A objeto de lograr la comprensión del ello, el conocimiento del lenguaje de los símbolos tiene idéntico valor al que en las matemáticas asignase a las formulas aplicadas en la resolución de problemas típicos. Se las puede emplear con ventaja.

 

Actos fallidos: mediante las irrupciones del ello que designamos actos fallidos, de vez en cuando es dable lograr un rápido atisbo en el inconsciente. Tales irrupciones no se constriñen a la situación analítica. Pueden darse en cualquier momento en que, por cualquier circunstancia, la vigilia del yo resulta disminuida o desviada, y cuando, por cualquier motivo, un impulso inconsciente recibe un refuerzo. Tales actos fallidos pueden aparecer también durante el tratamiento analítico; entonces iluminan el trozo del inconsciente que la interpretación analítica había tratado de descubrir, acaso durante mucho tiempo

 

Transferencia: instrumento analítico más importante y decisivo. Son todos aquellos impulsos experimentados por el paciente en relación con el analista, que no dependen de la situación analítica actual, sino que remontan su origen a tempranas vinculaciones con el objeto primario, reavivadas durante el análisis bajo la influencia del impulso repetitivo.

 

Transferencia de impulsos libidinales: las relaciones con el analista se ven perturbadas por violentos sentimientos experimentados por el paciente: amor, odio, celos, angustia, sin ser justificados por ningún hecho en el análisis. El paciente se defiende de esos sentimientos. Son irrupciones del ELLO, q se originan en antiguas constelaciones ICC, como el complejo de Edipo y de Castración. Si el paciente las puede comprender y transportar a las situaciones afectivas infantiles, nos dará más conocimiento de su vida instintiva y afectiva infantiles. Solo sirve para observar al ELLO.

 

Transferencia de la defensa: Aquí, el impulso repetitivo, también se extiende a las antiguas medidas de defensa contra el impulso, por lo tanto, el paciente transfiere aquellos impulsos del ELLO infantiles, más los modos deformación. Lo más apropiado es estudiar 1ero, el mecanismo de defensa contra el instinto, ir del ELLO al YO. El fenómeno de la transferencia se descompone en 2 partes originadas en el pasado: un elemento libidinal o agresivo perteneciente al ELLO y un mecanismo de defensa atribuible al YO. La interpretación de esta transferencia ocasiona la mayoría de las dificultades técnicas entre el analista y el paciente. El analizado no percibe las reacciones de la transferencia del segundo tipo como cuerpos extraños. Ello no sorprende si se tiene presente el papel desempeñado por el yo en la producción de tales reacciones. No es fácil convencer al paciente del carácter repetitivo de estos fenómenos. Ellos emergen en su conciencia como procesos sintónicos con el yo.

Los fenómenos descubiertos por la interpretación de la transferencia, los dividimos en dos grupos desde el punto de vista teórico: uno constituido por los contenidos del ello, otro por las actividades del yo; ambos revelados en cada caso a la conciencia.

 

Actuación en transferencia: en una intensificación de la transferencia puede acontecer que tanto los impulsos instintivos como las reacciones defensivas contra los sentimientos transferenciales empiecen a actuar como hechos de la vida diaria. A este proceso se lo denomina “actuación en la transferencia”. Revela la estructura psíquica del enfermo en sus proporciones naturales. Doquiera se acierte a interpretar esta “actuación”, se puede dividir las actividades en la transferencia en sus componentes, y descubrir así la participación cuantitativa, momentánea y real de las diversas instancias psíquicas.

No obstante, el valioso conocimiento que facilita, el beneficio terapéutico que brinda la interpretación de la actuación en la transferencia es, por lo regular escaso. La posibilidad de tornar consciente lo inconsciente y la influencia terapéutica de las relaciones entre el ello, yo y superyó, tal vez dependan de la situación analítica, la cual se establece en forma artificial y es todavía muy similar a la de la hipnosis, donde la actividad de las instancias del yo hallase reducida.

 

Relación entre el análisis del yo y el análisis del ello: se intenta demostrar que las dificultades técnicas del análisis son relativamente menores cuando se trata de llevar a la conciencia los derivados del ello; dificultades que alcanzan su máximo cuando el análisis ha de enfrentar los elementos inconscientes del yo. Las dificultades no son inherentes a la técnica analítica en sí; ésta constituye un medio apropiado para traer a la conciencia tanto los elementos inconscientes del yo como los del ello o del superyó. Para los analistas las complicaciones del análisis del yo no son menos familiares que las del análisis del ello. Por otra parte, la teoría analítica ha abandonado el concepto de que el yo es idéntico al sistema consciente de percepción, vale decir: que se ha percatado que grandes porciones de las instancias del yo son en sí mismas inconscientes y necesitan la ayuda del análisis para llegar a ser conscientes.

Todo lo originario del yo que se inmiscuya en el análisis, constituye un material tan bueno como cualquier derivado del ello.

 

CAPITULO 3: LAS ACTIVIDADES DEFENSIVAS DEL YO COMO OBJETO DEL ANALISIS

El yo en relación con el método analítico: la tarea del analista es hacer consciente lo inconsciente, sea cual fuere la instancia psíquica a la que éste pertenece. El analista dirige su atención de una manera igual y objetiva, hacia los elementos inconscientes de las tres instancias psíquicas. Por así decirlo, ejecuta su labor interpretativa desde el punto de vista equidistante del ello, el yo y el superyó.

Otra es la situación frente al yo y al superyó. En tanto que las instancias del yo tratan de dominar los impulsos del ello con sus particulares métodos, el analista desempeña el papel de perturbador. En el curso de su trabajo va descubriendo represiones laboriosamente ejecutadas y destruye formaciones de compromiso cuyo efecto era en verdad patológico, pero cuya modalidad había sido muy bien aceptada por el yo. El cometido del analista dirigido a trasladar a la conciencia lo inconsciente, y el empeño de las instancias del yo por dominar la vida instintiva, obran en sentido opuesto. Mientras el paciente sea incapaz de comprender el sentido de su enfermedad, las instancias del yo consideran peligrosos los propósitos del analista.

Hay un triple modo de describir la posición del yo frente a la labor analítica. El yo funciona como aliado del analista en tanto ejerce la autoobservacion poniendo su capacidad al servicio del análisis y, a través de los derivados inconscientes llegados a su territorio, procura una visión de las otras instancias. El yo funciona como adversario del análisis en tanto en dicha autoobservacion se conduce con parcialidad e inseguridad, y mientras al paso que registra y trasmite con fidelidad determinados hechos, falsifica y rechaza otros, escudándose contra su manifestación: de esta suerte contraria la exploración analítica, empeñada en ver todo cuanto surge, sin discriminación alguna. Finalmente, el mismo yo es objeto del análisis en tanto sus mecanismos de defensa, que emplea permanentemente, funcionan de modo inconsciente y sólo a través de un trabajoso esfuerzo.

 

Defensa contra el instinto y resistencia: durante el análisis, el yo entrará en actividad siempre que desee prevenirse de un avance del ello mediante un contraataque. Puesto que el método analítico busca fomentar tales avances, facilitar la entrada en la conciencia a las representaciones del instinto reprimido, la acción defensiva del yo contra estos equivalentes o representantes del instinto automáticamente se tornará en una actividad resistente contra esa labor. Además, como el analista utiliza su influencia a fin de asegurar la observancia de la regla analítica fundamental, que permite a los contenidos reprimidos emerger en la libre asociación del paciente, la defensa del yo contra los instintos adopta la forma de oposición a la propia persona del analista. Esta hostilidad y el fortalecimiento de las defensas destinadas a impedir el surgimiento de los impulsos del ello, coinciden de un modo automático. Las relaciones del yo del paciente con el analista se tranquilizan en aquellos momentos del análisis en que la defensa cede y los representantes del instinto pueden surgir sin obstáculo en la asociación libre.

Es claro que las posibilidades de la resistencia analítica no se agotan con este tipo particular. Junto a las denominadas resistencias del yo, existen las conocidas resistencias de la transferencia, diferentemente constituidas, así como las fuerzas de oposición que tienen sus fuentes en el impulso de repetición. Por consiguiente, no es licito afirmar que cada resistencia sea el resultado de una medida defensiva del yo. Pero, si ocurre durante el análisis, toda la defensa del yo contra el ello sólo puede estimarse como una forma de resistencia contra el trabajo analítico.

 

Defensa contra los afectos: el yo combate solamente con los derivados del ello que intentan introducirse en su territorio para aflorar a la conciencia y obtener así su gratificación; también despliega una defensa no menos enérgica y activa contra los afectos asociados a aquellos impulsos instintivos. Cuando pretende rechazar las exigencias instintivas, la primera tarea del yo es siempre lograr un acuerdo con estos afectos.

Sea amor, nostalgia, celos, dolor y aflicción lo que acompañe a los deseos sexuales; sea odio, rabia, lo que se asocie a los impulsos agresivos, todos estos afectos deben resignarse a soportar toda suerte de trasformaciones; deben admitir toda tentativa de dominación por parte del yo, que procura defenderse contra las exigencias instintivas a las que aquellos pertenecen. Dondequiera que la transformación de un efecto sobrevenga dentro o fuera del análisis, encontramos un yo activo y nos es factible estudiar su modo de operación. En determinados periodos de la vida, y con arreglo a su propia estructura específica, este yo individual puede seleccionar entre uno u otro método defensivo: represión, desplazamiento, transformación en lo contrario, etc., mecanismos que pueden usar tanto en el combate con el instinto cuanto en la defensa contra la liberación de afectos. Una vez establecido cómo un señalado individuo se define del surgimiento de sus impulsos instintivos, a qué tipo de resistencia del yo suele apelar habitualmente, podremos hacernos una idea acerca de cómo se comportará este mismo individuo frente a sus afectos indeseables

Manifestaciones defensivas permanentes: otros campos de observación en el cual estudiar las actividades defensivas del yo lo constituyen aquellos aspectos o fenómenos a que se refiere Reich en su “análisis consecuente de la resistencia”. Ciertas actitudes corporales, como la rigidez y la tiesura, o ciertas maneras peculiares de ser, como una sonrisa estereotipada, un comportamiento burlón, son residuos de antiguos procesos defensivos, originariamente muy vigorosos en su lucha contra los instintos o afectos correspondientes, pero que, desligados más tarde de esa situación primitiva, se han transformado en rasgos permanente de carácter, o, según la expresión de Reich, es un acorazamiento del carácter. Si en el análisis se logra reconducir estos elementos residuales hasta su origen histórico, recobrarán su movilidad y cesarán de bloquear mediante su fijación nuestro acceso a las operaciones defensivas del yo. Dado que estos modos de defensa se han vuelto permanentes, no es posible vincular su surgimiento y desaparición de las demandas instintivas y afectos internos, con la situación de tentación y estímulos afectivos externos

 

Formación de síntomas: el papel del yo en la formación de aquellos compromisos denominados síntomas, consisten en el uso invariable o fijación de un especial método de defensa, erigido contra una particular exigencia instintiva, que se repite exactamente con el retorno estereotipado de la misma exigencia. Ciertas neurosis guardan relaciones estables con determinados tipos de defensa, como, por ejemplo, la histeria con la represión y la neurosis obsesiva con los procesos de aislamiento y anulación. La actitud de un individuo frente a sus asociaciones libres durante el análisis, asi como su manera de comportarse cunado abandonado a sí mismo busca dominar las exigencias instintivas y oponerse a los afectos indeseables, permítenos inferir a priori la índole de su formación de síntomas. Por otra parte, el estudio de la formación de síntomas permítenos deducir a posteriori la estructura de sus resistencias, sus defensas contra afectos e instintos. Este paralelismo nos es más familiar en los caos de histeria y de neurosis obsesiva, pues en tales casos el vínculo entre la formación de síntomas del enfermo y la modalidad asumida por sus resistencias se impone con suma claridad. En la formación de síntomas como solución de conflictos con el instinto, los pacientes histéricos emplean especialmente la represión: sustraen a la conciencia las representaciones ideativas de sus impulsos sexuales. Análogo modo de resistencia adoptan en la asociación de ideas: las asociaciones provocadas por la defensa del yo son apartadas. El paciente solo experimenta un vacío en la conciencia.

 

CAPITULO 4: MECANISMOS DE DEFENSA

Los mecanismos de defensa en la teoría psicoanalítica: el término “defensa” es el más antiguo representante del punto de vista dinámico en la teoría psicoanalítica. Aparece por primera vez en el año 1894, en el estudio de Freud sobre las neuropsicosis de defensa y lo emplea en este y en otros de sus trabajos. Para describir las luchas del yo contra ideas y afectos doloroso e insoportables. Más tarde el termino es abandonado y en lo sucesivo sustituido por el de “represión”. No obstante, la relación entre ambas nociones permanecía indeterminada. En 1926 Freud retorna al viejo concepto de defensa y sostiene la indudable ventaja de emplearlo de nuevo “como designación general de todas las técnicas de que se sirve el yo en los conflictos eventualmente susceptibles de conducir a la neurosis, reservando el nombre de “represión” para uno de estos métodos de defensa que la orientación de las investigaciones dio primero a conocer. Constituye ésta una réplica directa a la idea de que la represión ocupa un sitio exclusivo entre los procesos psíquicos, y se hace lugar en la teoría psicoanalítica a otros que sirven a idéntico propósito, es decir, a la protección del yo contra las exigencias instintivas. El significado de la represión queda constreñido al de un método particular de defensa.

A los nueve métodos de defensa, bien conocidos y extensamente descritos en la teoría y en la práctica (represión, regresión, formación reactiva, asilamiento, anulación, proyección, introyección, vuelta contra sí mismo, transformación en lo contrario) se puede agregar un décimo, más propio del estado normal que de las neurosis: la sublimación o desplazamiento del objeto instintivo.

El yo dispone estos diez diferentes métodos en sus conflictos con los representantes del instinto y del afecto. La tarea del psicoanalista consiste en descubrir en qué medida intervienen estos métodos en los procesos de resistencia del yo y de formación de síntomas que les es dable observar en los individuos.

 

Comparación de los resultados logrados por diferentes mecanismos en casos individuales: En el concepto general de defensa, dentro de la subdivisión teórica, puede colocarse la represión junto a los otros casos específicos. No obstante, desde el punto de vista de su eficacia, comparada con los otros métodos, conserva una posición exclusiva. Dicho en términos cuantitativos, rinde más que las otras técnicas defensivas, pues es capaz de dominar inclusive fuertes impulsos instintivos frente a los cuales resultan importantes los métodos restantes. Pero constituye una institución permanente, que demanda un gasto constante de energía, porque en tanto a los otros mecanismos debe movilizárselos en cada nueva arremetida instintiva, éste opera ante todo por la contracarga que asegura la represión. Más la represión no sólo es el mecanismo de mayor eficacia, sino también el más peligroso. La disociación del yo, producida por la sustracción a la consciencia de porciones totales de la vida afectiva e instintiva, es susceptible de destruir en forma definitiva la integridad personal. La represión llega a ser así la base de la formación de compromiso y de la neurosis. Las consecuencias de las otras técnicas defensivas no son menos serias, pues aun cuando agucen su intensidad, permanecen más dentro de los límites de lo normal. Se exteriorizan en las innumerables transformaciones, alteraciones y deformaciones del yo que acompañan en parte a las neurosis o pueden sustituirlas parcialmente.

 

Ensayo de una clasificación cronológica: el aparato anímico puede emplear antes de la precisa disociación del yo y el ello y de la formación de un superyó, métodos de defensa distintos de los que pone en práctica una vez alcanzadas estas fases de su organización. En términos más explícitos significa: la represión exige un yo consciente, por consiguiente, en tanto el yo está confundido con el ello, carece de sentido hablar de represiones. De la misma manera, cabe suponer que los métodos de la retención o expulsión de una idea o de un afecto fuera de la proyección y de la introyección dependen de la separación entre el yo y el mundo exterior. La expulsión de ciertos contenidos fuera del yo y su inclusión en el mundo externo únicamente podría reportar alivio una vez que el yo hubiese aprendido a no confundirse más con el mundo externo. Por otra parte, la introyección desde el mundo externo hacia el yo sólo adquirirá el efecto de un enriquecimiento del yo si previamente se ha definido qué pertenece al yo y qué al mundo externo. Pero la situación no es tan simple. La génesis de la proyección y de la introyección es mucho más oscura. La sublimación, es decir, el desplazamientode la dirección del objeto instintivo hacia un valor social más elevado, presupone la aprobación o, por lo menos, el conocimiento de tales valores, la existencia del superyó. La represión y la sublimación serían mecanismos defensivos que sólo podrían emplearse relativamente tarde, al paso que la situación cronológica que asignaríamos a la proyección y a la introyección depende del punto de vista teórico adoptado. Procesos como la regresión y la transformación en lo contrario depende del criterio teórico sostenido. Procesos tales como la regresión, la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo probablemente sea independientes del grado estructural psíquico alcanzado, y tal vez son tan antiguos como los instintos o tan antiguos como el conflicto entre los impulsos instintivos y cualquier impedimento en el camino de su satisfacción. No sorprende descubrir que los mencionados constituyan los mecanismos de defensa más primitivos empleados por el yo.

Pero este ensayo de clasificación cronológica se contradice con la experiencia de que las primeras manifestaciones de la enfermedad neurótica en el niño pequeño, son síntomas histéricos acerca de cuya relación con la represión no existe duda. De otra parte, las manifestaciones del masoquismo verdadero raramente hállanse en la temprana infancia. La introyección y la proyección son considerados como los verdaderos procesos sobre lo que se desarrolla la estructura del yo sin los cuales nunca se produciría tal diferenciación. Esto demuestra que la cronología de los procesos psíquicos constituye uno de los más oscuros sectores de la teoría analítica.

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO 5: ORIENTACION DE LOS PROCESOS DE DEFENSA SEGÚN EL ORIGEN DE LA ANSIEDAD Y DEL PELIGRO

Motivos de la defensa contra los instintos

 

Defensas motivadas por la angustia frente al superyó en las neurosis de adulto: en el psicoanálisis se conocen hace tiempo aquellas situaciones de defensa que constituyen la base de la neurosis del adulto. En este caso el proceso se desarrolla cuando un deseo instintivo pugna por introducirse en la conciencia y conseguir su gratificación con la ayuda del yo. Este no se opondría, pero el superyó protesta. Entonces el yo se somete a las más altas instancias de la personalidad y obedientemente emprende el combate contra el impulso instintivo, con talas las consecuencias que éste implica. Es característico de este proceso el que el yo mismo no considera en absoluto peligroso el impulso que ha de combatir. El motivo que en esta defensa acata no depende de él. El instinto es considerado como peligroso porque hallándose prohibida su satisfacción por el superyó, al alcanzarla se produciría un conflicto entre el yo y el superyó. Por lo tanto, el yo del neurótico adulto teme al instinto porque teme al superyó. Se defensa instintiva nace bajo la presión de la angustia ante el superyó.

Mientras se atiene solo a la defensa instintiva del neurótico adulto, se mantiene un elevado concepto del superyó, que aparece como autor de toda neurosis. El seria el “aguafiestas” que impide toda conciliación entre yo e instinto. En nombre de sus aspiraciones idealistas considera vedada la sexualidad y declara antisocial la agresión. Exige el renunciamiento sexual y una limitación de la agresión en una medida incompatible con la salud anímica. El yo pierde su independencia, reduciéndose a mero ejecutor de los requerimientos del superyó; hostil contra el instinto y así incapaz de placer.

Los métodos de educación internalizados en el desarrollo del niño, para constituir el superyó habrán de ser indulgentes; la figura de los padres, cuyo ejemplo se apropia el superyó por identificación, debe ofrecer al niño una imagen real de seres humanos, con sus debilidades, y una actitud tolerante hacia los instintos en lugar de representar un código moral de rígida severidad que en la práctica resulte difícilmente ejecutable. La agresividad del niño debe además hallar oportunidad de expresarse en el mundo externo, a fin de que no quede estancada y no se dirija hacia adentro, lo cual imprimiría características crueles al superyó. Si la educación realizara estos principios, los seres humanos así estructurados vivirán libres de angustia, exentos de neurosis, capaces de satisfacción, y no se verían atormentados por conflictos interno. Pero esta esperanza de extirpar toda la neurosis de la vida humana no se realizará en la práctica educacional.

 

Defensa instintiva por la angustia real u objetiva en la neurosis infantil: el estudio de la defensa en la neurosis infantil demuestra que el superyó no es un factor indispensable en la formación de la neurosis. Asi como el neurópata adulto se defiende contra sus deseos sexuales y agresivos a fin de no entrar en conflicto con su superyó, del mismo modo el niño pequeño óbra con sus impulsos instintivos con miras de no transgredir las prohibiciones paternas. De una manera análoga, el yo del pequeño no combate el instinto por su propia voluntad; el motivo al cual obedece en la defensa no depende de él mismo. Considera peligroso el instinto porque su satisfacción le está vedada por los encargados de su educación: a la irrupción del instinto se sigue restricción, castigo, amenaza. La angustia de castración suscita en el pequeño idéntico efecto que la angustia de conciencia en el neurótico adulto. El yo del niño teme al instinto porque teme al mundo exterior, y su defensa instintiva resulta de la presión ejercida por la angustia ante el mundo externo o angustia real u objetiva.

Se nota que se atribuye al superyó lo que en rigor era imputable a la angustia del yo. El motivo u objeto que origina la angustia del yo parece ser indiferente en lo que toca a la formación de las neurosis. El punto crucial es que la angustia del yo activa el proceso defensivo. El síntoma que como ultima consecuencia del proceso defensivo luego aflora en la conciencia, no nos permite distinguir el tipo de angustia del yo que lo ha producido originalmente.

El pequeño estaría sometido a la angustia objetiva más de lo necesario. Los castigos temidos por él como replica de su satisfacción instintiva prácticamente has desaparecido en su mayoría de nuestra cultura.

 

Defensa instintiva por la angustia frente a la fuerza del instinto: nuevas experiencias psicoanalíticas contribuyen aún a desbaratar las perspectivas fundadas en una efectiva profilaxis de las neurosis. Por su misma naturaleza, el yo humano nunca es terreno apropiado para una total satisfacción instintiva; el yo sólo es amigo del instinto en tanto en el proceso de su formación se ha diferenciado aún por del ello. En cambio, se transforma en un terreno extraño al instinto en cuanto ha pasado del proceso primario al secundario, del principio del placer al principio de realidad. Siempre existe cierta desconfianza del yo frente a las exigencias instintivas, apenas perceptible en condiciones normales e inadvertidas durante el combate mucho más tumultuoso que el superyó y el mundo externo entablan en el terreno del yo contra los impulsos del ello. Cuando el yo se siente abandonado por aquello altos poderes protectores, o cuando la reivindicación de los impulsos instintivos llega a ser excesivos, tal silenciosa hostilidad contra el instinto aumenta hasta la angustia.

La angustia del yo ante la fuerza instintiva no opera sino, como angustia ante el superyó, y angustia objetiva. Moviliza los mecanismos de defensa contra el instinto, conduciendo a todos los conocidos efectos de la formación de neurosis y de características neuróticas. Tal defensa contra los instintos, provocada por la angustia frente a las fuerzas instintivas, puede estudiarse mejor en la vida infantil donde la pedagogía y terapéutica analíticas se han esforzado en alejar los motivos de angustia objetiva y de angustia de conciencia que frecuentemente la oculta.

 

Otros motivos de la defensa instintiva: a los grandes fundamentos de defensa contra los instintos (defensa por angustia ante el superyó; por angustia objetiva y angustia ante la fuerza del instinto) se agrega los motivos que en la vida ulterior surgen de la necesidad del yo de lograr o mantener su síntesis. El yo adulto requiere una especie de armonía entre sus impulsos; de allí surgen todos los conflictos entre las tendencias opuestas, tales como la homosexualidad y la heterosexualidad, la pasividad y la actividad, etc. en cuanto a prever cuál de los impulsos opuestos será rechazado o admitido, o a qué compromiso llegarán, depende en los casos individuales de la magnitud de las cargas (catexias).

 

Los motivos de la defensa contra los afectos: doquiera se defienda el yo contra los impulsos instintivos por cualquier motivo estará obligado a guardarse también de los afectos que acompañan al proceso instintivo. Poco importa la naturaleza de los afectos en cuestión; el afecto puede ser agradable, doloroso o amenazador con respecto al yo; esto es indiferente, pues el yo nunca lo experimentará tal como es. Cuando el afecto se vincula con un proceso instintivo vedado, su destino se haya decidido de antemano: el solo hecho de estar así asociado basta para inducir al yo a adoptar una postura defensiva contra él.

En rigor los motivos para la defensa afectiva provienen simplemente de los combates entre el yo y el instinto. Existe además otra relación más primitiva entre el yo y el afecto, sin equivalente en la que hemos examinado entre el yo y el instinto. Una satisfacción instintiva al principio invariablemente contiene algo de placer. Pero un afecto puede ser agradable o doloroso, según sea su naturaleza. Cuando el yo no tiene objeción alguna que hacer contra el proceso instintivo; cuando no tiene por este lado ningún motivo que le obligue a la defensa contra el afecto, la posición del yo hacia este último se hallara determinada por el principio de placer. Aceptará con gozo el afecto placentero y se defenderá contra el dolor. Pero en verdad en que la angustia y el sentimiento de culpa obligan a que se forme una defensa contra el afecto, se puede observar restos de esta elección según el principio del placer. El yo se muestra tanto más dispuesto a defenderse contra los afectos asociados con impulsos sexuales prohibidos cuanto más penosos pudieran ser tales afectos. De otro lado, el yo puede resistir una prohibición por cierto lapso en el caso de afectos positivos, simplemente por su carácter placentero y, ocasionalmente, puede llegar a tolerarlos durante un corto tiempo cuando irrumpen repentinamente en la conciencia. Estas simples defensas contra los afectos doloroso corresponden también a la defensa contra estímulos primariamente dolorosos que afluyen al yo desde el mundo externo


 

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